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encendida en Europa terminase la existencia política de la madre patria. La traslacion, al Brasil, de la casa de Braganza bajo la proteccion y custodia de la Inglaterra, no dejaba duda de que una potencia, que tenía tan asegurado el dominio de los mares, estaba resuelta á indemnizarse en el Nuevo Mundo del influjo que perdiese en el antiguo. Si, pues, este suceso espresaba por sí mismo mas que las combinaciones y cálculos de los hombres de estado mas sagaces y profundos; si valía él solo para la América, mas que cuantas promesas se le hiciesen, mas que cuantos tratados se celebrasen anticipadamente; en suma, si su independencia no podía dejar de ser efecto inmediato y necesario de la subyugacion de la metrópoli, la conducta de las provincias disidentes, de las que empezaban á imitarlas, y de las que amenazaban seguir el mismo ejemplo, ¿podía admitir otra interpretacion, que la de un deseo vehemente de separarse aun en vida de la madre patria? ¿No era mostrar con toda evidencia que se prefería un estrañamiento precoz, cruel y doloroso á una emancipacion legítima, por derecho y sucesion hereditaria, sin escándalo ni violencia, sin responsabilidad ni remordimiento?

Si, pues, este era el sentido natural de cuanto se alegaba por América contra la metrópoli que agonizaba entónces, afligiéndola con quejas y recriminaciones alusivas solo á época que había pasado para no volver jamas, suscitar en las Córtes nuevas disputas, promover otra vez motivos de irritacion y de encono, no era, entre ¿no otros males, desautorizar al gobierno de la madre patria, y privarle del poder y del influjo que necesitaba para mantener la union y coherencia política de los dos continentes? ¿Quién no veía que la desventurada metrópoli, acosada de enemigo tan poderoso, dirigía sus ojos hacia la América, no tanto por los auxilios pecuniarios que podía esperar de su generosidad y su ternura, cuanto por la fuerza moral para resistir, que le daba su lealtad mientras se conservase sumisa y obediente? Negarle este consuelo en los momentos mas críticos, abandonarla en la hora del peligro, suscitándole controversias que no podían ménos de promover nuevas discusiones, hacer que desmayasen los ánimos, que decayese la esperanza, y que en la misma proporcion se alentase el invasor, ademas de ingratitud era ser inhumano y cruel.

Por fin, despues de vivos debates, reprodu

cidos diferentes veces, la proposicion de igualar en las Córtes estraordinarias la representacion de América y Europa apareció demasiado complexa para que se pudiesen votar juntas todas sus cláusulas. Los diputados peninsulares resistían que se sometiese al trance de una negativa la parte de la proposicion que deseaban aprobar. Habiéndose hecho la conveniente separacion, se acordó, casi por unanimidad, que la representa

cion en las Córtes constitucionales fuese una misma entre americanos y europeos; pero se desechó por 69 votos contra 61, que se alterase la de las Córtes estraordinarias.

Muchas otras proposiciones hechas en diversas épocas parecieron demasiado graves para resolverlas sin maduro exámen. Entre ellas se pedía la libertad del comercio estrangero del mismo modo que en la península; la supresion de todos los estancos, y que el erario se indemnizase por otros medios de las cantidades que percibía hasta aquí en los ramos sujetos á aquellas restricciones. La primera proposicion en realidad no era una reforma, sinó el trastorno de todo el sistema económico y administrativo que regía entre las colonias y la metrópoli. Como se ha dicho en otro lugar, el comercio esclusivo de

España con América estaba fundado en principios adoptados generalmente por otras naciones en sus posesiones y establecimientos ultramarinos; y cual fuese en este punto todavía el espíritu mercantil del siglo xvii, y la rivalidad y celos de los paises comerciantes entre sí, se puede conocer por lo estipulado en el tratado de Utrecht. Cualquiera alteracion que conviniese hacer en esta parte debía ser precedida de mucha deliberacion á fin de conciliar los intereses de los dos emisferios. En ambos, los capitales, los establecimientos y empresas de todas clases gozaban un mercado esclusivo, preferente y sobre todo recíproco, que los protegía contra la concurrencia de naciones mas prósperas, ó mas adelantadas, y con las cuales no era posible competir de improviso. Este grave negocio ya se había empezado á agitar ántes de la insurreccion de 1808, y entonces se complicó, no poco, con los privilegios con que traficó el gobierno de aquella época.

Posteriormente la primera regencia en 1810, intentó hacer una innovacion en este mismo ramo, segun se indicó al principio de este exámen. Las dificultades que encontró fueron insuperables por haberlas querido allanar con un

abuso de autoridad, sin preparar la opinion pública, sin ilustrarla ni atraerla hacia el interes nacional, para que apoyase una reforma de tanto influjo, en que se chocaba con individuos y cuerpos mercantiles, poderosos, con doctrinas recibidas como axiomas políticos y comerciales, preocupaciones y errores económicos y administrativos arraigados desde siglos hasta en las clases mas ilustradas. Reforma, en fin, enlazada, en la época de que se va hablando ahora, con negociaciones pendientes, de que se hablará despues, entabladas por utilidad inmediata y directa de la América, y en que tanto empeño habían manifestado sus diputados.

La cuestion sobre los estancos en Ultramar no era ménos embarazosa que la del comercio libre, atendiendo al estado de penuria y crísis de la metrópoli para hallar medios y recursos pecuniarios, con que sostener una guerra tan activa

y

cruel. Las rentas de América habían bajado enormemente desde que empezaron allí las turbulencias. El ingreso general ántes de la insurreccion de 1808, se invertía en los gastos de administracion de todas aquellas provincias, algunas de las cuales no rendían lo necesario siquiera para pagar sus propias obligaciones,

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