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argumento es el siguiente: Blas Valera, en un trozo transcrito textualmente por Garcilaso y que se halla en la Prime. ra Parte de los Comentarios, declara que antes del Inca Manco Cápac y del Inca Rocca los peruanos vivían en barbarie; y que á partir de esos soberanos comenzaron á tener cultura, policía y alguna manera de república Si tales palabras son de Valera (y parece que no hay cómo dudarlo, á no ser que gratuita é injustificadamente suponga nos falsifica dor á Garcilaso), ¿es admisible que sea el propio Valera autor de la relación anónima y del vocabulario, cuya teor a de las dinastías preincásicas es la radical negación de lo que se afirma en el pasaje citado?

Es muy probable que esos apuntamientos, llamados por Anello Oliva vocabulario, hayan sido tomadas por el padre Valera de otro autor, á título de mero dato; en suma: que fueran escritos de su mano, puesto que Anello Oliva así lo di ce; pero que no hayan sido opiniones suyas, sino de un autor desconocido que posteriormente inspiró á Montesinos y al anónimo. ¿Qué prueba hay de que éste sea Valera? ¿Acaso basta que en un pasaje (apud Garcilaso, Segunda Parte de los Comentarios) cite á algunos de los autores nombrados en la relación anónima y eso alterando el título de una obra en algo? Es coincidencia muy pequeña y muy explicable en otra forma, para que de ella nos atrevamos á sacar consecuencia tamaña y tan reñida con lo que él mismo nos dice de sus ideas y sistema.

Es de notar (aunque esta observación no tiene mayor importancia) que la relación y el vocabulario están en castellano, y que la Historia del Perú de Valera estaba en latín; de donde se deduce que en todo caso aquellos escritos hubieron de ser trabajos aparte, y nunca meros fragmentos de la Historia. Si todos ellos son en efecto de Valera, le confesaré á Vd. que antes desmerece que mejora á mis ojos el crédito del mestizo jesuíta; y que mis dudas sobre su veracidad, fundadas en lo que de él copia Garcilaso en la Segunda Parte de los Comentarios (v. gr.; lo referente á la prisión de Atahualpa y otros hechos de análoga importancia, en los cuales Valera ha extraviado el criterio de Garcilaso), se corroboran fuertemente. Tanto el vocabulario como la relación merecen

escasa fé: todo lo de los sacerdotes y obispos indios, lo de la conversión de las acllas en monjas católicas durante la Conquista, la sobriedad y monoteísmo de los primitivos peruanos, espontaneidad del servicio militar bajo los Incas, etc., etc., de que habla la relación, me parece fantasía pura; y con tra las dinastías preincásicas que traen tanto la relación como el vocabulario, subsisten las objeciones que he dirigido contra las de Montesinos, puesto que son las mismas.

Sea como quiera, si se aceptara como probado que Valera es el autor de la relación y el vocabulario, quedaría probado á la vez con ello lo que dice Garcilaso de la dispersión y truncamiento de los papeles de Valera. Unos de éstos aparecen en efecto, á estar á lo que Vd. dice, en Chuquiavo; otrovan á parar á manos de Garcilaso, en Córdoba; y otros resultan en un archivo privado. No puede darse dispersión mayor. Ni podía ser de otra manera, puesto que si bien los jesuítas obtuvieron de los ingleses el permiso de llevarse sus libros y escritos de Cádiz, el plazo de que realmente aprovecharon para abandonar la ciudad, fue brevísimo, angustioso, según se desprende de las noticias que Vd. propio da: salieron con gran prisa, y es natural que se les extraviara mucho de lo que tenían. Aun me aseguran que en el Museo Britá nico se conservan hoy mismo los impresos y manuscritos de que se apoderaron los ingleses en aquella ocasión. ¿Cómo, pues, afirmar que Garcilaso poseyó íntrega la historia de Valera y que para ocultar su plagio fraguó el extravío de una parte? Este extravío es, al contrario, muy verosímil, casi seguro. De otro modo, Garcilaso podía temer á cada mos mento que el padre Maldonado de Saavedra y otros jesuíta lo desmintieran. Y si no lo temía, si era tan desvergonzado ó estaba tan seguro de su impunidad, ¿por qué, en vez de imtaral inescrupuloso Herrera y á casi todos los historiadores de su tiempo y apropiarse totalmente las noticias del ignorado. autor, acudió al singular recurso de copiar textualmente y declararlo así con to·la lealtad en unos trozos; y en otros ro. bar, según Vd., á malsalva? ¿Para qué, si era de mala fé, indicar con claridad y franqueza desde dónde y hasta dónde se sirve del manuscrito que posee? ¿Por qué esa extraña mezcla de honradez y perfidia, de lealtad y plagio, que tenía que da

ñarle, suministrando indicios del hurto?. Hay cosas en que no cabe evidencia, pero en que casi llega á producirla la verosimilitud moral; y de éstas es la buena fé de Garcilaso res. pecto de Valera. No puede decirse en ningún caso que lo pla. gió: lo copió, sí, lo utilizó, declarándolo siempre que lo hacía; se sirvió de él como se sirvió de la Crónica del Perú de Cieza, y de las historias de Acosta, el Palentino y Gómara. El que cita no plagia. Para afirmarlo habría que desconocer el valor de los vocablos.

Por último, no es cierto que Garcilaso sólo pensara en escribir la historia del Perú después de haber leído los papeles de Valera. En la dedicatoria de la traducción de León el Hebreo (1586) promete escribirla. Probablemente ya la pre paraba. Valera no ha sido, pues, su inspirador; y no hay motivo racional para dudar de las relaciones que del Perú le mandaron sus parientes indígenas, de las cuales varias veces habla.

Desearía que me convencieran las razones de Vd.; pero hasta ahora no las creo bastantes. Ojalá lo fueran, para re dimir de un olvido injusto á un ilustre y estudioso compa. triota de la primera generación criolla.

Disimule mi franqueza; acepte mi caluroso agradecimiento, y téngame como á su verdadero amigo y servidor.

JOSÉ DE LA RIVA AGÜERO.

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LOS ALCEDO Y HERRERA

DATOS BIOGRÁFICOS

DON DIONISIO DE ALCEDO Y HERRERA nació en Madrid el 8 de abril de 1690 del matrimonio del Secretario del Consejo de Italia don 'atías de Alcedo y Herrera, y doña Clara Teresa de Ugarte, natural de Bilbao, ambos de conocido linage enlazado con títulos de Castilla y personas notables de España. En 1706, siendo aún muy joven y estando de oficial de la tesorería de Cruzada del arzobispado de Sevilla y obispado de Cádiz, se dirigió al Perú con la familia del Virrey Marqués de Castell-dos-ríus, á quien le recomendó para una buena colocación el Marqués de Mancera. Presidente del Consejo de Italia. Atacado en Cartagena de Indias de las fiebres endémicas en esa población, tuvo que permanecer allí, y como el Virrey prosigiese su viaje á Lima, resolvió Alcedo regresar á España en la armada que lo había conducido y estaba á órdenes del onde de Casa-Alegre. Apenas comenzaba la navegación fueron los galeones atacados por una escuadra ing'esa mandada por el Almirante Carlos Wager, y después de un reñido combate quedó Alcedo herido y pri. sionero. Se le condujo á Jamaica, en donde permaneció hasta 1710, que, cangeado, regresó á Cartagena. Emprendió entonces viaje á Lima en busca del Virrey, pero á su arribo á Quito se impuso de que el Obispo don Diego Ladrón de Guevara se preparaba á marchar á Lima con el fin de encargarse del gobierno del Virreinato, que había recaído en él por fallecimiento de Castell-dos-ríus.

Alcedo se presentó entonces al Obispo, quien enterado de sus circunstancias, en obsequio á la memoria de su antecesor y reconociendo las cualidades y aptitudes de Alcedo, á pesar de sus pocos años, le nombró Oficial de su Secretaría de Cá mara. Este empleo lo desempeñó Alcedo desde el 10 de junio del dicho año 1710, que salió de Quito el Obispo, hasta el 12 de enero de 1712, que se le nombró Contador ordenador del Tribunal de Cuentas de Lima, á cuyo cargo se agregó el de Contador general del derecho de sisa en el Virreinato y el de Visitador de las tesorerías del Reino. En 1718 que cesó en el mando Ladrón de Guevara, se dirigió Alcedo en su compañía á España, por la vía de México; pero de aquí, por orden del Obispo, se adelantó á la Corte para representarlo en el juicio de residencia. El Virrey de México Marqués de Valero, le concedió la autorización necesaria para el viaje en 3 de julio de 1718.

A poco de estar en la Corte se tuvo noticia de la muerte del Obispo-Virrey, y entonces Alcedo, dando por terminada su comisión, hizo ante el Consejo Supremo de Indias información de sus servicios, reclamando ser remunerado. Se le otorgó la gracia de ser nombrado Corregidor de Canta, en el Perú, y habiendo jurado el cargo ante dicho Consejo el 21 de abril de 1721, se dirigió á su destino en los galeones que en ese año salieron de Cádiz al mando del Teniente General don Baltazar de Guevara.

Ejercía Alcedo este corregimiento cuando se acordó en junta del Virrey, Audiencia Real y Tribunal del Consulado, constituir una diputación de personas de idoneidad y confianza para que informara al Soberano, con toda exactitud lo res pectivo al aumento y conservación del comercio entre España é Indias, la manera conveniente de restablecer las armadas de galeones, suprimidas entonces, y de continuar los impuestos de avería, almojarifazgo y alcabalas. El 10 de enero de 1724, fué elegido Alcedo por dicha junta y en votación secreta para el desempeño de esa comisión. El 21 se otorgó á su favor los poderes competentes como diputado general del Reino, y el 5 de febrero salió del Callao para llenar su cometido. En Panamá se puso á órdenes del Marqués de Cas tell-fuerte que iba al Perú provisto por Virrey. Pasó á Por

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