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permitía dudar que la nacion caminaba acceleradamente á su ruina. La nobleza se veía casi reducida al renombre de sus antepasados. Sometida, como todos los demas, al poder arbitrario del gobierno, y al influjo y direccion del clero, había llegado á perder la independencia que parecía inseparable de su riqueza y altivez. Tan rápida había sido su decadencia, que, al terminar el siglo, no supo aprovechar la ocasion mas favorable que pudiera desear para restablecer con sus privilegios políticos, su antiguo poder, y su influencia.

En las otras clases el espíritu público no estaba ménos estinguido, ménos estraviado. Parte de la juventud buscaba, en espediciones y guerras estrangeras, la ocupacion que no podía hallar dentro de su patria, por el atraso de las ciencias y conocimientos útiles, y el abandono en que se consideraban las profesiones industriales. No poca pasaba el mar á probar fortuna en el NuevoMundo, para volver á la metrópoli á fundar conventos, dotar iglesias, erigir capellanías, hermandades, beaterios y otros establecimientos llamados de piedad y devocion. La mas numerosa la absorvían los dos cleros.

En realidad, por esta época no existía en la

nacion, próspero y floreciente, sinó el establecimiento eclesiástico, inmenso, poderoso, y el cual en esplendor y opulencia, eclipsaba el de todos los estados de Europa. Su dominacion había llegado á avasallarlo todo; y en vano los hombres ilustrados intentaban estorbarlo, procurando inspirar á las clases laboriosas y activas amor al trabajo, aficion á las letras, á las artes y demas ocupaciones beneficiosas al estado. Todo era inútil; las causas del mal permanecían inalterables.

La ruina de la libertad había acabado con todo estímulo noble y patriótico para promover el bien público. El gobierno encaprichado en ahogar el interes individual, con mezclarse en él, y dirigirle por medio de pragmáticas, leyes, ordenanzas, reglamentos, tenía reducido el pueblo al estado de perpetua minoridad y tutela. Miéntras el clero, con declamaciones, con doctrinas absurdas de abnegacion y desprendimiento que él no profesaba, ni adoptaba para sí, y con el terror de sus persecuciones, se oponía vigorosamente á que se arrancase á la nacion del precipicio á que

corría.

El reino en general proseguía iluso, y seducido con la ostentosa máquina de gobierno que

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se había levantado sobre las ruinas de su libertad. En lugar del método sencillo y responsable con que se administró la monarquía hasta el reinado de Carlos I, se había ido subrogando progresivamente un sistema complicado, lento y dispendioso de cuerpos separados, que alucinando con sus denominaciones y títulos, sirvieron para despojar al fin á la nacion de todos sus derechos. Al antiguo consejo del rey, de cuya integridad y buen desempeño tan celosas se manifestaron las Córtes en las épocas de su influjo, se fueron añadiendo el Consejo de estado, de la inquisicion, de las órdenes, de Aragon, de Flandes, de Italia, de hacienda, de las Indias, de la guerra y la

marina, con varios otros tribunales, juntas y comisiones de administracion y gobierno.

De tan portentoso artificio era de esperar una direccion sistemática en los negocios, y no ménos ilustrada y prudente. Mas á poco que se reflexione se debe conocer, que la mas consumada esperiencia, el mayor celo y sabiduría, son inútiles, faltando la independencia y libertad que no podían tener cuerpos instituidos por la autoridad sola del príncipe, sin mas proteccion que su beneplácito, sin otro apoyo que su voluntad. Así sucedió, que, pesar de sus con

á

sultas, y en medio de toda su privanza, se sublevó Cataluña, se separó Portugal, se desmembraron al fin Flandes é Italia despues de haber derramado por su causa durante siglos la sangre mas ilustre de Aragon y de Castilla, para venir por último á fundar, con muchos de estos estados, y despues de agotar los tesoros de ambos mundos, mayorazgos de familia en favor de la misma casa, que tantas y tan crueles guerras había suscitado á España para estorbar que los poseyera con tranquilidad. Y si todavía no se perdieron las colonias en el nuevo continente, fué mas bien á causa de rivalidades y celos entre los que intentaban repartírselas como despojo, que no por la resolucion y vigor que tuviese entonces la metrópoli para impedirlo.

parar

A tan lamentable estado había venido á una nacion que ocupaba en Europa una estensa área, con un clima fértil, variado y delicioso ; que no cedía á ninguna de sus coetáneas, cuando empezó á decaer, en instituciones libres, en leyes sabias y filosóficas, en genio y actividad, en perseverancia y teson para las mayores empresas.

Sin embargo, en medio de esta dolorosa transformacion se descubría á veces algun vestigio de su antiguo espíritu. El simulacro de represen

tacion, que aun duraba en las ciudades de voto de la corona de Castilla y en los estados de Aragon, mantenía vivo un rayo de esperanza en los corazones generosos. Las Córtes no dejaban nunca de abrazar en sus peticiones materias importantes y de interes general. Aunqué deliberaban en secreto, y aunqué sus sesiones terminaban casi siempre sin mas fruto, que recibir de la corona respuestas evasivas y de mera fórmula, sus quejas y sus reclamaciones llegaban al fin á traslucirse en el público. En ellas las personas ilustradas, hallaban autoridad en que fundar su juicio, apoyo en su opinion y parecer, y hasta justificacion para la censura. La nacion en estas ocasiones solicitaba vivamente saber lo que pasaba, y asociando á las antiguas tradiciones lo que oía, ó podía penetrar, conservaba, hacia las Córtes de ambos reinos, una especie de veneracion religiosa.

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En ninguna parte era mas activo y profundo este espíritu que entre las clases medias. La numerosa juventud que se dedicaba á las carreras literarias, en una nacion donde la enseñanza era absolutamente gratuita é igual para todos, no podía ménos de imbuirse en doctrinas enlazadas á, é inseparables de las ciencias que profesaba.

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