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sugetan á la autoridad temporal. Gran número de escritores, con publicaciones periódicas, y con traducciones de obras estrangeras, estendían por todo el reino el saber, el gusto y aficion al estudio de las ciencias, de las artes y de cuanto contribuye á suavizar las costumbres, elevar el ánimo y perfeccionar el carácter moral y político de las naciones.

El gobierno, por su parte, se esmeraba en fomentar todos los ramos de industria rural y fabril, la comunicacion y tráfico interior, el comercio estrangero, las empresas mercantiles con las colonias, sin las restricciones que tanto coartaban la libertad de los súbditos en uno y otro continente. En suma, la nacion caminaba aceleradamente á su regeneracion, impelida, como los demas estados de Europa, del espíritu del nuevo siglo.

En vano se agitaba el clero; en vano la inquisicion intentaba aterrar con procesos y autillos * á los hombres de estado y de letras, así para

*

No es posible leer, sin correrse de vergüenza mezclada de indignacion, lo que pasó en el autillo de Don Pablo Olavide: vease lo que dice de este caso Don Joaquin Lorenzo Villanueva, refiriendose á persona que se halló presente.— Vida Literaria, tom. 1, pag. 18.

TOM. I.

G

hacer inútiles sus esfuerzos en beneficio y gloria de su patria, como para retraer con el escarmiento á los que quisiesen imitarlos. Todo era inútil: el espíritu contemporáneo era tan superior á las persecuciones, que estas se habían llegado á mirar como título á la celebridad de los que las sufrían, y á la estimacion y aprecio de las personas ilustradas dentro y fuera de España;

y

á este espíritu se debe, que aquel sanguinario tribunal moderase su saña, y el furor y crueldad con que había escandalizado todavía en el reinado de Felipe V *.

La muerte de Carlos III sobrevino cuando empezaban á manifestarse en Francia síntomas evidentes de una revolucion política. Probablemente este príncipe, si hubiese sobrevivido algunos años mas, no hubiera resistido la tentacion de entrar, con el resto de la Europa, en la liga que se formó contra aquella potencia. Desde que se declaró en este reino la lucha de autoridad que acarreó al fin la convocacion de los estados generales, se advirtió en el gobierno de España

* Vease en la Historia de la Inquisicion de Don Juan Antonio Llorente, el gran número de personas quemadas y condenadas á otras bárbaras penas, durante el reinado de aquel príncipe.

un deseo de retroceder en su política interior, especialmente en la proteccion con que promovía ántes el saber y las luces: temiendo, sin duda, que los espíritus ardientes en la nacion se exaltasen con el ejemplo de Francia. Sin embargo, cualquiera que fuese la conducta de Carlos III en aquella crísis, y las precauciones que tomase para contrarrestar dentro del reino el espíritu de innovacion y reforma, no hay razon para creer, que hubiese dado el escándalo de encenderle, y provocarle con la desacertada administracion que siguió á su muerte.

Es verdad que el régimen de la monarquía durante su reinado, por los principios y máximas en que se fundaba, no dejó de ser tan absoluto como en los de sus antecesores; pero tambien es cierto que el carácter moderado y circunspecto de este príncipe pudo preservarle, en lo general, de los escesos y estravíos á que hubiera conducido á su gobierno la autoridad ilimitada que ejerció constantemente desde que subió al trono de España. La falta de restricciones legales que le contuviesen fué causa de que se hubiese dejado envolver en funestas alianzas, y arrastrar á las dispendiosas y sangrientas guerras que sostuvo. Las cuantiosas sumas que consumió en ellas;

los empeños que contrajo, y con que dejó gravado el erario público, allanaron el camino á la prodigalidad y dilapidacion del reinado de su hijo. Mas, bajo del aspecto en que se ha considerado hasta aquí la índole de su administracion, no se puede negar sin injusticia, que los adelantamientos de todo género que promovió en la inmensa estension de sus dominios, al mismo tiempo que hacen su memoria tan ilustre, produjeron una verdadera transformacion en el órden civil y político de la monarquía, que un gobierno sabio y prudente hubiera dirigido despues con grande utilidad y beneficio del estado.

Carlos IV subió al trono en circunstancias muy críticas, cuando empezaban ya los ánimos á conmoverse con los sucesos políticos de Francia. La mayor circunspeccion, la mas consumada prudencia hubiera alcanzado apénas á establecer los principios que debía seguir un gobierno, que aspiraba á contrarrestar el ejemplo de una nacion vecina, acostumbrada por espacio de un siglo á influir en España, casi sin restriccion ni límites. Su administracion, su política, su lengua y su literatura, el gusto y elegancia de muchas de sus costumbres, y hasta la frivolidad de sus modas y caprichos, todo fué objeto, durante tan largo

periodo, de imitacion y elogio para y elogio para la corte y el gobierno, de admiracion y estudio entre las per

sonas ilustradas de todas las clases. La éra, en que entraba la Francia con sus reformas, desde luego ofreció á los españoles un espectáculo estraordinario y digno de contemplarse con toda atencion. Los monumentos históricos de su propio pais, las memorias y recuerdos mas venerados en su patria, las tradiciones mas populares entre sus conciudadanos, reviviendo gloriosamente en la imaginacion, se confederaban entre sí para despertar en sus corazones sentimientos semejantes á los que animaban á un pueblo vecino, que revindicaba sus derechos, y recobraba su libertad. Los españoles, que tambien los habían gozado por siglos, no podían desconocer, que las causas que los restablecían en Francia no eran en España, ni menores en número, ni inferiores en influjo y urgencia, para que ellos no deseasen con ardor imitar el noble ejemplo que tenían delante de su vista.

La carrera tan ilustre que abrió al talento, á la virtud y patriotismo de los hombres eminentes de Francia la asambléa nacional, cautivó y sedujo en España, como en otros estados de Europa, á gran número de personas, en todas clases, condi

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