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capaces de salvarle de la ruina á que corría. Este triunfo de la razon y del buen juicio de los que le dieron consejo tan saludable, no tardó en causar una reaccion en la corte, que acabó de abrir el abismo en que debía precipitarse á sí misma, y á la desventurada nacion que tiranizaba. La caida y persecucion de dos ministros sabios y virtuosos, que aspiraban sinceramente á la prosperidad y gloria de su patria, desvanecieron todas las ilusiones que había causado su elevacion, y desde entónces no se pudo dudar, cual sería el desenfreno de los que nada preveían, ó mas bien, todo lo despreciaban.

El gobierno, cada dia ménos receloso de la política del directorio de Francia, empezó á dar oidos á las sugestiones con que este pretendía restablecer la antigua influencia, so color de favorecer la restauracion, ó de la familia desposeida, ó á lo menos del régimen monárquico. El consulado perpetuo le inspiró mas confianza todavía, y la elevacion de Bonaparte al trono imperial acabó de tranquilizarle. Desde entónces este usurpador procuró formar en España un partido que apoyase sus intentos, creyendo

* Don Gaspar Melchor de Jovellanos y Don Francisco Saavedra.

que la nacion, sumida en la ignorancia y abatimiento en que la pintaban en sus descripciones algunos viageros y curiosos, conservaría la indiferencia y abandono de sí misma en que permaneció durante la guerra de sucesion.

La península no tardó en verse inundada de agentes suyos, encargados de promover sus miras por cuantos medios pudiesen servir mejor á su propósito. Entre estos llamaba la atencion de muchos, en aquella época, la diligencia y actividad con que se circulaban todos los periódicos y escritos consagrados á presentar á la Francia como árbitra de la suerte de la Europa, para que de este modo España se persuadiese, que no podía conservar su existencia política, ni sostener sus verdaderos intereses, sinó formando con aquella potencia la mas ilimitada y estrecha union y alianza.

Por desgracia esta doctrina no solo hallaba séquito entre personas de influjo que se habían dejado deslumbrar con el brillo y fortuna de aquel guerrero, sinó que hasta el gobierno le daba acogida, y se aplaudía en la corte. Esta, sobre todo, considerando á Napoleon unicamente como enemigo de la libertad, esperaba hallar en él un sincero protector, y se lisongeaba poder

ahogar con su apoyo el espíritu novador de sus propios súbditos, que por un fatal alucinamiento, atribuía totalmente al influjo de las reformas anteriores de la Francia. Increible sería que las ilusiones de la familia real de España hubiesen llegado á este punto, si los sucesos posteriores no lo hubiesen demostrado. La estólida alegría con que la turba de cortesanos de aquella triste época, ensalzaba en el mismo palacio de Felipe V, los triunfos de tan peligroso conquistador, siendo testigos de ella todos los dias sus embajadores y emisarios, acabó al fin de preocupar el ánimo de aquel ambicioso, haciendole creer que la subyugacion de España apénas sería digna de colocarse al lado de sus empresas anteriores.

No podían ser mas estrechas al parecer las relaciones de amistad entre Napoleon y la corte de España, cuando esta, en setiembre de 1806, recibió la noticia, de haberse apoderado los ingleses de Buenos Ayres. Consternada con tan inesperado y fatal suceso, creyó ver en la sorpresa de aquella importante colonia el principio de una revolucion general en América. El encargado * entónces de la caja de consolidacion, no vaciló en declarar, en una junta reservada á * Don Manuel Sisto Espinosa.

que asistió en Aranjuez, que si no se atajaba pronto el mal, haciendo la paz con la Inglaterra, era inevitable la pérdida de las colonias y la bancarrota del estado. Intimidada la corte con tan funesto anuncio de parte de un funcionario de reconocida capacidad y energía, al fin condescendió en que se intentase algun medio de abrir negociaciones. Desde los primeros pasos se halló, que en Inglaterra no solo se desconfiaba de que el gabinete de Madrid tuviese fortaleza para separarse de la alianza de la Francia, y perseverar en su propósito, sinó que se creía que esta resolucion aceleraría la conquista de España por Bonaparte, á quien se suponía ardiendo en deseos de emprenderla aun sin este pretesto.

Este desventurado pais destinado por el hado cruel á sufrir todas las calamidades que pueden afligir al género humano, debía pasar todavía por otra humillacion semejante á la que en el siglo anterior acarreó la guerra de sucesion. Entónces, un prelado tan audaz, como ignorante de lo que convenía á la prosperidad y honor de su patria, trajo sobre ella aquel azote, buscando por protector al príncipe mas altivo y ambicioso de su época. Ahora, un clérigo insensato se empeñó en allanar el camino á un conquistador,

España la disension y

devorado de la sed de dominar el mundo, introduciendo en el seno mismo de la familia real de la discordia, ora instigado por aquel usurpador, ora impelido de su propio arrojo y petulancia *.

Un decreto contra el príncipe de Asturias, como atentador á la vida de su padre, llenó de

* Escoiquiz en su conversacion con Bonaparte en Bayona asegura, que la carta del príncipe de Asturias á Napoleon fué escrita á solicitud del embajador Beauharnais, pero el emperador contestó, que en tal caso su ministro en Madrid había escedido infinito sus poderes. Al mismo tiempo es necesario advertir que Napoleon pidió que en el proceso del príncipe de Asturias no se hiciese mencion del nombre de su embajador, ni del matrimonio proyectado. A decir verdad, toda esta larga y singular conversacion contrasta de tal modo con el carácter altivo é impetuoso atribuido á Bonaparte, que no es posible comprender como tuviese paciencia para sufrir las impertinencias que contiene; especialmente en el estado á que habían llegado ya las cosas en Bayona. Admira todavía mas al recordar, que Napoleon aludiendo á ella dijo á M. De Pradt: "El Canónigo ha venido esta mañana á "echarme una harenga á lo Ciceron. Si creerá que yo En realidad, si la

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hago mis negocios con retórica?" entrevista pasó como se refiere por Escoiquiz, jamas se habrá visto mejor ilustrado el dicho puesto en boca de aquel conquistador, il n'y a qu'un pas du sublime au ridicule. Al empezar la conversacion, ó diálogo, Hace tiempo, Canónigo, no parece sinó que se oye á Don Quijote decir al cura, Por

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