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tantinopla, y para mas autorizarla, trasladó á ella la silla del imperio romano, yerro gravísimo, como con el tiempo se entendió claramente; que con la abundancia de los regalos y conforme á la calidad de aquel cielo y aires los emperadores adelante se afeminaron, y se enflaqueció el vigor belicoso de los romanos, y al fin se vinieron á perder. Para excusarlos excesivos gastos que se hacian y aliviar las inmensas cargas de los vasallos, reformó quince legiones, que tenian repartidas por las riberas del Rin y del Danubio, para enfrenar las entradas de aquellas gentes bárbaras y fieras. Junto con esto, en lugar de un prefecto del Pretorio, hizo que de allí adelante hobiese cuatro con suprema autoridad y mando en guerra y en paz. A los dos encargó las provincias de levante; los otros dos gobernaban las del poniente de tal manera, que lo de Italia estaba á cargo del uno; el otro gobernaba la Gallia y la España, pero de tal forma, que él hacia su residencia en la Gallia, y en España tenia puesto un vicario suyo. Todos los que tenian pleitos podian de los presidentes y gobernadores de provincias hacer recurso y apelar á los prefectos. Demás destos, habia condes, que tenian autoridad sobre los soldados; maestro de escuela, á cuyo cargo estaba la provision de los mantenimientos, sin otros nombres de oficios y magistrados que se introdujeron de nuevo y no se refieren en este lugar. Basta avisar que la forma del gobierno se trocó en grande manera. Concluidas pues estas y otras muchas cosas, falleció el gran emperador Constantino el año de nuestra salvacion de 337. Gobernó la república por espacio de treinta años, nueve meses y veinte y siete dias. Tuvo dos mujeres; la primera sellamó Minervina, madre que fué de Crispo, al cual y á Fausta, su segunda mujer, que fué hija del einperador Maximiano, dió la muerte; al hijo, porque le achacó su madrastra que intentó de forzalla; á ella, porque se descubrió que aquella acusacion y calumnia fué falsa. Estas dos muertes dieron ocasion á muchos para reprehender y calumniar la vida y costumbres de este gran monarca. Demás que entre los cristianos se tuvo por entendido que por haber al fin de su vida favorecido á Arrio y perseguido al gran Atanasio, se apartó de la fe católica, tanto, que no falta quien diga que en lo postrero de su edad se dejó bautizar en Nicomedia por Eusebio, obispo de aquella ciudad, gran favorecedor de los arrianos, y que dilató tanto tiempo el bautizarse por deseo que tenia, á ejemplo de Cristo, de hacello en el rio Jordan; todo lo cual es falso, y la verdad que la semejanza de los nombres Constancio y Constantino engañó á muchos para que atribuyesen al padre lo que sucedió al hijo el emperador Constancio; principalmente hizo errar á muchos el testimonio de Eusebio, cesariense, porque, con deseo de ennoblecer la secta de Arrio con estas fábulas, dió ocasion á los demás de engañarse. En fin, por esta causa la Iglesia latina nunca ha querido poner á Constantino en el número de los sautos ni hacelle fiesta, como sus grandes virtudes y méritos lo pedian, y aun el ejemplo de la Iglesia griega convidaba á ello, que le tiene puesto en su calendario á 20 dias del mes de abril y su imágen en los al

lares.

CAPITULO XVII.

De los hijos del gran Constantino.

Dejó Constantino de Fausta, su segunda mujer, tres hijos, es á saber, Constantino, Constancio y Constante; á todos tres en su vida nombró en diversos tiempos por césares, y á la muerte repartió entre los mismos el imperio en esta manera. A Constantino, que era el mayor, encargó lo de poniente pasadas las Alpes; lo de levante á Constancio, el hijo mediano; al mas pequeño, que era Constante, mandó las provincias de Italia, de Africa y de la Esclavonia. Así lo dejó dispuesto en su testamento y postrimera voluntad. Señaló otrosí por césar en el oriente á Dalmacio, primo hermano de los emperadores, pero en breve en cierto alboroto de soldados le hizo matar Constancio dentro del primer año de su imperio. Parecia mas altivo de lo que era razon, y al fin perro muerto no muerde. Constantino, el mayor de los tres hermanos, el tercer año despues de la muerte de su padre, fué muerto cerca de Aquileya por engaño de sus enemigos, hasta do llegó en busca de Constante, su hermano, con intento de despojarle del imperio por pretender que todo era suyo y que en la particion de las provincias le hicieron agravio. Hay quien diga que Constantino siguió la parte de Arrio; pero hace en contrario que á su persuasion, principalmente Constancio, su hermano, alzó á Atanasio el destierro á que le tenia condenado y enviado á la Gallia su padre. Verdad es que poco adelante, por la muerte del emperador Constantino y por miedo de Constancio, de nuevo se ausentó de su iglesia. Pero el ccncilio Sardicense y el papa Julio I y el emperador Constante hicieron tanto, que Atanasio fué restituido á Alejandría, y Paulo á su iglesia de Constantinopla, de donde por la misma causa andaba desterrado. Muchos prelados de España se hallaron en aquel concilio Sardicense; y el principal de todos Osio, obispo de Córdoba, y con él Aniano, castulonense, Costo, cesaragustano, Domicio, pacense ó de Beja, Florentino, emeritense, Pretextato, barcinonense. Grande ayuda era para los católicos el emperador Constante, y grande falta les hizo con su muerte, que le avino yendo á España en la ciudad de Elna, que está en el condado de Ruisellon. Dióle la muerte Magnencio, que estaba alzado con la Gallia y con la España. Determinó Constancio de vengar la muerte de su hermano; señaló antes del partir por césar en el Oriente á Gallo, su primo. Marchaban los unos y los otros conintento de venir á las manos; juntáronse en Esclavonia, vinieron á batalla cerca de la ciudad de Murcio, que fué muy porfiada y dudosa, ca murieron de los enemigos veinte y cuatro mil hombres, y de los de Constancio treinta mil; y sin embargo, ganó la jornada, si bien las fuerzas del imperio con esta carnicería quedaron muy flacas. El tirano, perdida la batalla, se luyó á Leon de Francia. Allí él y Decencio, su hermano, que habia nombrado por césar, por no tener esperanza de defenderse, se mataron con sus manos. Con esta victoria todas las provincias del imperio se redujeron á la obediencia de un monarca á la sazon que en Sirmio, ciudad de la Esclavonia, se celebró un Concilio contra Fotino, obispo de aquella ciudad, que negaba la divinidad de Cristo, hijo de Dios. En este Concilio se escribieron dos confesiones de la fe; en ambas, con intento de sosegar las diferen

pero á mí mucha fuerza me hace lo que dice san Hilario de Osio, que amó demasiadamente su sepulcro, esto es, su vida, para entender que al fin della se mostró flaco; y sin embargo, cada uno podrá sentir lo que le pareciere en esta parte y excusar si quisiere á este gran varon. Grandes eran los trabajos en esta sazon, grande la turbacion de la Iglesia. Las cosas del imperio no estaban en mucho mejor estado; en particular los alemanes habian rompido por Francia, y con las armas traian muy alterada aquella provincia. Era el Emperador, demás de otras faltas que tenia, naturalmente sospechoso, daba orejas y entrada á malsines, grande peste de las casas reales; por esta causa los años pasados en el oriente diera la muerte á su primo Gallo; y sin embargo, para acudir á la guerra de los persas y para sosegar lo de la Gallia sacó á Juliano, hermano de Gallo, de un monasterio en que estaba, nombróle por césar, y para mas asegurarse dél, casóle con su hermana Elena. Despachóle para la Gallia, y él se apercibió para ha

cias, mandaron que no se usase la palabra homousion ó consubstancial. La tercera, que anda vulgarmente, compuso un Marco, obispo de Aretusa, hombre arriano. Hallóse en este Concilio, como en los pasados, Osio, obispo de Córdoba. Dícese que aprobó aquellas fórmulas de fe, y por esta causa pusó mácula en su fama y en sus venerables canas. Parece le doblegó el miedo de los tormentos con que le amenazaban los arrianos, y que estimó en mas de lo que fuera justo los pocos años de vida que por ser muy viejo le quedaban. Demás desto por mandado de Constancio, que iba de camino para Roma, se juntó un Concilio en Milan; en él pretendian que Atanasio, que andaba desterrado de nuevo despues de la muerte de Constante, fuese por los obispos condenado. Sintieron esto Paulino, obispo de Tréveris, Dionisio, obispo de Milan, Eusebio, obispo de Vercellis, Lucifero, obispo de Caller, en Cerdeña. Concertáronse entre sí, y como eran tan católicos, desbarataron aquel conciliábulo; mas fueron ellos entonces desterrados de sus iglesias, y poco despues en Roma el mis-cer la guerra á los persas. En este tiempo Atanasio, por mo Constancio echó de aquella ciudad al santo papa Liberio, y puso en su lugar otro, por nombre Félix. Demás desto, á instancia del mismo Emperador se juntaron en Arimino, ciudad de la Romaña, sobre cuatrocientos prelados. Fué este Concilio muy infame, porque en él, engañados los obispos católicos por dos obispos arrianos, Valente y Ursacio, hombres astutos, de malas mañas, y que tenian gran cabida con Constancio, decretaron, á ejemplo del concilio Sirmiense, que en adelante nadie usase de aquella palabra homousion, ni 'dijese que el Hijo es consubstancial al Padre. El color que se tomó fué que con esto se acabarian y sosegarian las diferencias que ocasionaba aquella palabra, sin que por esto se apartasen del sentido y doctrina de la verdad. Descubrióse luego la trama, porque los arrianos no quisieron venir en que aquella su secta fuese anatematizada. Sintieron los católicos el engaño; y todo el mundo gimió de verse de repente hecho arriano, que son las mismas palabras de san Jerónimo. Juntáronse poco despues ciento y sesenta y seis obispos en Seleucia, ciudad de Isauria, y quitada solamente la palabra homousion, decretaron que todo lo demás del concilio Niceno se guardase y estuviese en pié. Todos eran medios para contentar á los herejès, traza que nunca sale bien. Vo'vamos á nuestro Osio, del cual escriben que, ruelto á España despues de tantos trabajos, supo que Potamio, obispo de Lisboa, era arriano; dió en perseguirle. Mandole el Emperador por esta causa ir á Italia á dar razon de sí al mismo tiempo que los engaños del concilio Ariminense se tramaban, a los cuales dicen dió consentimiento, ó de miedo, ó por estar caduco. Tornó á España, donde, porque Gregorio, obispo de Illiberris, le descomulgó, le denunció y hizo parecer en Córdoba delante Clementino, vicario. Tratábase el pleito, y Osio apretaba á su contrario, cuando en presencia del juez de repente se le torció la boca y sin sentido cayó en tierra. Tomáronle los suyos en brazos, y llevado á su casa, en breve rindió el alma sin arrepentimiento de su pecado; miserable ejemplo de la flaqueza humana, de los truecos y mudanzas del mundo. Bien sé que algunos modernos tienen este cuento por falso y tachan el testimonio de Marcellino, presbítero, de quien san Isidoro en los Varones ilustres tomó lo que queda dicho;

miedo que no le matasen, se ausentó de nuevo, y estuvo escondido hasta la muerte del emperador Constancio, que sucedió en esta manera. Fué la guerra de los persas desgraciada, y tuvo algunos reveses, con que el Emperador quedó disgustado. A la misma sazon los soldados de la Gallia, muy pagados del ingenio de Juliano, le saludaron dentro de Paris por emperador. Sintió esto mucho Constancio; determinó ir contra él; pero atajóle la muerte, que le sobrevino en Antioquía, donde se hizo bautizar á la manera de los arrianos por haber hasta entonces dilatado el bautismo, 6 por ventura se rebautizó, cosa que tambien acostumbraban los arrianos. Hecho esto, falleció á 3 de noviembre, año del Señor de 361. Tuvo el imperio veinte y cinco años, cinco meses y cinco dias. En España por este tiempo ciertos pajes al anochecer metieron lumbre, diciendo: «Venzamos, venzamos», de donde se puede sospechar ha quedado en España la costumbre de saludarse cuando de noche traen luz. Hallóse allí un romano; entendió que aquellas palabras de los pajes querian decir otra cosa; puso mano á la espada, y degolló al huésped y á toda su familia, que fué caso notable, referido por Amiano Marcellino, sin señalar otras circunstancias. Fueron deste tiempo Clemente Prudencio, natural de Calahorra, de la milicia y del oficio de abogado, en que se ejercitó mas mozo, con la edad poeta muy señalado, y famoso por los sagrados versos en què cantó con mucha elegancia los loores de los santos mártires. Hay quien diga, es á saber Máximo, que el padre de Prudencio fué de Zaragoza, y su madre de Calahorra, que pudo ser la causa por que en sus himnos á la una ciudad y á la otra la llama nostra, si bien él era natural de Zaragoza, como este mismo autor y otros mas modernos así lo sienten, y debe ser lo mas cicrto.-Juvenco, presbítero español y mas viejo que Prudencio, escribia en versos heróicos la vida y obras de Cristo. Paciano, obispo de Barcelona, ejercitaba el estilo contra los novacianos, cuyo hijo fué Dextro, aquel á quien san Jerónimo dedicó el libro de los escritores eclesiásticos. Un cronicon anda en nombre de Dextro, no se sabe si verdadero, si impuesto; buenas cosas tiene, otras desdicen.

CAPITULO XVIII.

De los emperadores Juliano y Joviano.

No dejó el emperador Constancio hijo alguno; por esto al que perseguia en vida nombró en su testamento por su sucesor, que fué á Juliano, su primo, varon de aventajadas partes y erudicion, y que se pudiera comparar con los mejores emperadores si hasta el fin de la vida se mantuviera en la verdadera religion y no se dejara pervertir de Libanio, su maestro; de que vino á tanto daño, que desamparó la religion cristiana, y comunmente le llamaron apóstata. Luego que se encargó del imperio, para granjear las voluntades de todos, les dió libertad de vivir como quisiesen y seguir la religion que á cada cual mas agradase. Alzó el destierro á los católicos, excepto á Atanasio, al cual, porque despues de la muerte de Constancio volvió á su iglesia, mandó prender, y para escapar le forzó á esconderse de nuevo. A los judíos dió licencia para reedificar el templo de Jerusalem; comenzóse la obra con grande fervor, pero al abrir de las zanjas salió tal fuego, que les forzó á desistir y alzar mano de aquella empresa. A los gentilles permitió acudir á los templos de los dioses, que estaban cerrados desde el tiempo del gran Constantino, y hacer en ellos sus sacrificios y ceremonias. Aborrecia de corazoná los cristianos; pero acordó de hacelles la guerra mas con maña que con fuerza, ca mandó no fuesen admitidos á las honras y magistrados; que sus hijos no pudiesen aprender ni fuesen enseñados en las escuelas de los griegos, que fué ocasion para despertar los ingenios de muchos cristianos á escribir obras muy elegantes en prosa y en verso, en especial á los dos Apollinarios, padre é hijo, personas muy eruditas. Conforme á estos principios fué el fin deste Emperador. Emprendió la guerra contra los persas; sucedióle bien al principio, maş pasó tan adelante, que todo su ejército estuvo á punto de perderse, y él mismo fué muerto, quién dice con una saeta arrojada á caso por los suyos ó por los contrarios, quién que el mártir Mercurio le hirió con una lanza que decían á la sazon se halló en su sepulcro bañada en sangre. Lo cierto es que murió por voluntad de Dios, que quiso desta manera vengar, librar y alegrar á los cristianos. Vivió treinta y dos años; imperó un año, siete meses y veinte y siete dias. Con la muerte de Juliano, todo el ejército acudió con el imperio á Flavio Joviano, hombre de aventajadas partes en todo. No quiso aceptar al principio; decia que era cristiano, y por tanto no le era lícito ser emperador de los que no lo eran; pero como quier que todos á una voz confesasen ser cristianos, condecendió con ellos. Recebido el imperio, hizo asiento con los persas, si no aventajado, á lo menos necesario para librar á sí y á su ejército, que se hallaba en grande apretura por la locura de Juliano. Restituyó á los cristianos las honras y dignidades que solian tener, á las iglesias sus rentas; alzó el destierro á Atanasio y á los demás católicos que andaban fuera de sus casas. Con esto una nueva luz resplandecía en el mundo, sosegadas las tempestades, y todo se encaminaba á mucho bien; felicidad de que no merecieron los hombres por sus pecados gozar mucho tiempo, porque yendo á Roma, en los confines de Galacia y de Bitinia murió aliogado. La ocasion fué

un brasero que le dejaron encendido donde dormia, y el aposento, que estaba blanqueado de nuevo, que fueron dos daños. Tenia edad de cuarenta años; imperó siete meses y veinte y dos dias. Hizo una ley en que puso pena de muerte al que intentase agraviar á alguna vírgen consagrada á Dios, aunque fuese con color de matrimonio y de casarse con ella.

CAPITULO XIX.

De los emperadores Valentiniano y Valente.

En lugar de Joviano sucedió Flavio Valentiniano, húngaro de nacion; su padre se llamó Graciano. Ejercitóse en oficio de cabestrero, pero por sus fuerzas y prudencia pasó por todos los grados de la milicia á ser prefecto del pretorio. Eligiéronle los soldados por emperador. Fué muy aficionado á la religion cristiana, como lo mostró en tiempo del emperador Juliano, cuando por no consentir en dejar la ley de Cristo y haber dado en su presencia una bofetada á un sacristan gentil porque le roció con el agua lustral de los ídolos, dejó el cíngulo, que era tanto como renunciar el oficio y honra de soldado. Nombró luego que le eligieron por su compañero en el oriente á Valente, su hermano, y él se partió para Italia, donde con celo de la religion sosegó la ciudad de Roma que estaba alborotada sobre la eleccion del pontifice. Fué así que, muerto el papa Liberio, los votos de los electores no se concertaron; algunos arrebatadamente y con pasion nombraron en lugar del difunto á Ursino; pero la mayor parte y mas sana eligió á Dámaso, español de nacion. Quién dice fué natural de Egita, que hoy se llama Guimaranes en Portugal, puesta entre Duero y Miño, quién de Tarragona, quién de Madrid. Lo cierto es que fué español y persona de grandes partes. Con esta division se encendió tan grande alboroto, que, como lo cuenta Amiano Marcellino, historiador gentil y de aquel tiempo, en solo un dia dentro de la iglesia de Sicinino fueron muertos ciento y treinta y siete hombres; y aun el mismo autor reprehende á los pontífices romanos de que andaban en coches, y sus convites sobrepujaban los de los reyes. Sosegóse pues esta tempestad con que el Emperador envió á Ursino á Nápoles para ser allá obispo. Pero no desistió de su mal intento la parcialidad contraria, antes acusaron á Dámaso de adulterio y le forzaron á juntar concilio de obispos para descargarse y defender su inocencia. Dió otrosí por ninguno el concilio Ariminense como juntado sin voluntad y aprobacion del pontífice romano. Depuso á Auxencio, obispo de Milan, por ser arriano. Ordenó que en los templos se cantasen los salmos de David á coros, y por remate el verso Gloria Patri. Demás desto, que al principio de la misa se dijese la confesion. Edificó en Roma dos templos, el uno de San Lorenzo, el otro el de los apóstoles San Pedro y San Pablo á las catacumbas en la via Ardeatina, en que hizo sepultar á su madre y hermana. Tuvo mucha amistad con san Jerónimo, á quien semejaba mucho en los estudios y erudicion: Escribió una obra copiosa y elegante de las vidas de los pontifices romanos hasta su tiempo. Las vidas que hoy andan de los pontífices en nombre de Dámaso son una recopilacion de aquella obra, por lo demás indignas de varon tan erudito y grave. Las provincias no estaban sosegadas, ca en el oriente un deudo de Juliano, llamado Procopio

á

Honorio Teodosio, español y natural de Itálica, del linaje del emperador Trajano. Habia sosegado este caballero ciertos movimientos de Africa, y por esto mereció ser maestro de la caballería; recibió el santo bautismo al fin de su vida. No bastan las fuerzas humanas para contrastar á la voluntad de Dios; fué así, que este notable varon de su mujer Termancia dejó dos hijos, al gran Teodosio y Honorio. A la misma sazon rompieron por las provincias del imperio grandes gentes de godos, y por caudillos suyos Fridigerno y Atanarico. Nació discordia entre los dos, como suele acontecer entre los que tienen igual mando; con esto Valente se pudo aprovechar de la una parte y romperlos en una batalla que les dió. A los demás que seguian á Atanarico, tomado asiento con ellos, dió la Mesia en que poblasen, con condicion que se bautizasen. Hiciéronlo; mas conforme á la manera de los arrianos por el mismo tiempo que Ulfila, obispo de aquellas gentes, inventó la letra gótica, diferente de la latina, y tradujo en lengua de los godos los libros de la divina Escritura. No bastó esta confederacion ni la victoria ya dicha para que no se alterasen de nuevo, como gente brava y acostumbrada á las armas; metiéronse por la Tracia adelante, acudió contra ellos Valente, vinieron á batalla cerca de la ciudad de Adrianópoli; en ella los romanos fueron vencidos, y el Emperador muerto dentro de una choza donde se retiró. No se quiso rendir, pusiéronle fuego con que le quemaron vivo, que fué manera y género de muerte mas grave que la misma muerte. Sucedió esto cuatro años despues que falleció su hermano el emperador Valentiniano. No dejó Valente hijo alguno que le sucediese. Tenia bien merecido este desastre por lo mucho que persiguió á los católicos y porque con loco atrevimiento no quiso esperar á su sobrino Graciano que venia en su socorro. El caudillo destos godos era Fridigerno, que, despues de vencido, se rehiciera de gentes con deseo de vengar á sí y á los suyos de las injurias y daños pasados.

tomó nombre de emperador, y con esto alteró las voluntades de muchos. Acudió Valente contra él, vencióle en batalla en lo de Frigia, y como al caido todos le faltan, su misma gente le entregó al vencedor. Al mismo tiempo Valentiniano hacia prósperamente la guerra los alemanes y á los sajones, que es la primera vez que dellos se halla mencion en la historia romana. Demás desto, adelante revolvió contra los godos y los echó de la Tracia, á los persas de la Suria; enfrenó á los escoceses, que hacian entradas por la isla de Bretaña, y á los sármatas, que corrian las Panonias. Hizo todas estas guerras, parte por sí mismo, parte por sus capitanes. Fué notable emperador, si no ensuciara su fama con casarse en vida de Severa, su primera mujer, con una doncella suya llamada Justina; y lo que fué peor, que hizo una ley que permitia á todos casar con dos mujeres y tenellas. Demás desto, dió libertad, segun lo refiere Marcellino, para que cada cual siguiese la religion que quisiese. Falleció en Bregecion, pueblo de Alemaña, do estaba ocupado en hacer guerra á los cuados. Tuvo el imperio once años, ocho meses y veinte y dos dias. Cayó su muerte á 17 de noviembre año de 375. Dejó dos hijos: á Graciano, de Severa, y á Valentiniano, de Justina. En esta sazon Valente en el Oriente trabajaba á los católicos de todas maneras. Dominica, su mujer, y Eudoxo, obispo de Constantinopla, que le bautizó á la manera de los arrianos, le sacaban de seso en tanto grado, que en la ciudad de Edesa estuvo determinado de hacer entrar los soldados en el templo de los católicos, para desbaratar las juntas que allí hacian á celebrar los oficios divinos; pero apartóle deste propósito Modesto, gobernador de aquella ciudad, ca le avisó que á la fama de lo que se decia mas gente que de lo ordinario estaba junta en el templo con tanta resolucion de padecer la muerte en la demanda, que hasta una mujer, aun no bien vestida por la priesa, llevaba de la mano á un niño hijo suyo para que ni ella ni él faltasen en aquella ocasion de dar la vida y la sangre por la religion católica. Desistió con esto Valente de aquel su intentó, desterró muchos sacerdotes, y entre los demás á Eusebio, obispo de Cesárea, la de Capadocia, tan conocido por su valor y constancia como el de Cesárea de Palestina por su erudicion y escritos. Al de Capadocia sucedió en aquel obispado el gran Basilio, que tuvo harto que hacer con Valente. Todo esto sucedió los años pasados. Jamblico, maestro que fué de Proclo, tenia cabida con el emperador Valente. Este le enseño cierta manera para escudriñar y saber el nombre del que le habia de suceder en el imperio, cosa que el Emperador mucho deseaba. La traza era que escribian en el suelo todas las letras del alfabeto y abecé, y en cada letra ponian un grano de trigo; soltaban un gallo, y mientras que el adivino barbotaba no sé que palabras, las letras primeras de que el gallo tomaba los granos entendian que significaban lo que pretendian saber. Llamábase esta adevinacion por el gallo. Usaban otrosí en lugar del gallo que uno, tapados los ojos, con un puntero tocase las letras para el mismo efecto, que era todo vanidad y locura. Salieron pues con aquella traza estas letras Theod, de que tomó ocasion el emperador Valente de perseguir y matar á todos aquellos cuyos nombres comenzaban por aquellas letras, como á los Theodatos, Theodoros y Theodulos. Entre los demás fué muerto

CAPITULO XX.

De los emperadores Graciano, Valentiniano y Teodosio.

Antes que el emperador Valentiniano falleciese tenia señalado por césar á su hijo Graciano, y en su muerte le dejó por su heredero y sucesor, lo cual se efectuó sin contradiccion alguna. Solamente el ejército quiso que Flavio Valentiniano, su hermano, fuese su compañero en el imperio, y así se hizo, sin embargo que era de muy poca edad. Con la victoria contra Valente quedaron los godos tan insolentes y altivos, que todo el Oriente estaba en condicion de perderse. Para enfrenallos era necesario buscar algun caudillo, persona señalada en valor y prudencia. Tal era Teodosio, que despues de la muerte de su padre, retirado residia en Itálica, su patria, en lo postrero de España. De allí, luego que fué llamado y se encargó de aquella empresa, reprimió la avilanteza de los godos y abajó su orgullo, que habia pasado tan adelante, que pusieron cerco á la misma ciudad de Constantinopla, cabeza entonces del mundo; en fin, los acosó de manera, que á instancia de los mismos tomó con ellos asiento y les dió tierras en que morasen. Para seguridad de lo concertado le entregaron á Atanarico, hijo y adelante sucesor de Fridigerno, para

que estuviese en relienes. Grande fué la honra que con esto ganó Teodosio, grande el contento del emperador Graciano; parecióle que en premio de aquel trabajo y para mas asegurar las cosas de levante debia nombrar á Teodosio, como lo hizo, por tercer emperador, persona además de su valor y prendas en que no tuvo par, muy religiosa, como se ve por la ley que estableció siendo Graciano la quinta vez y Teodosio la primera consules; por la cual mandó que todos siguiesen la fe de Dámaso, pontífice romano, y de Pedro, obispo de Alejandria. Tres años adelante, que fué el año de Cristo de 383, en que fueron cónsules Merobaude la segunda vez y Saturnino la primera, nombró Teodosio, á 16 de enero, por su compañero en el imperio á Arcadio, su hijo mayor. Avino que Anfiloquio, obispo de Iconia en Licaonia, entró á visitar al emperador Teodosio. Tenia á su lado asentado á su hijo y compañero en el imperio; el Obispo de propósito hizo la mesura y reverencia debida á Teodosio, y no hizo caso de Arcadio. Preguntado la causa de aquel desacato ó descuido, respondió: « No te maravilles, oh Emperador, pues tú haces lo mismo con Dios, que permites á los arrianos menosprecien á su Hijo.» Celebróse otrosí á la misma sazon un concilio en Constantinopla, que entre los generales es el segundo; en él Teodosio por las facciones del rostro conoció á Melecio, obispo de Antioquía, sin haberle jamás visto, solo porque en sueños le vió como que le ponia la corona en la cabeza. Estaba la ciudad de Constantinopla alterada y sin obispo, á causa que Gregorio Nacianceno por la mala voluntad que algunos le tenian dejara de su voluntad aquella iglesia. Dió el Emperador órden que Nectario, que era senador y aun no bautizado, fuese elegido en obispo de aquella ciudad. Demás desto, condenaron en aquel Concilio todas las herejías, y en particular la de Macedonio, que fué obispo de Constantinopla, y sentia mal del Espíritu Santo diciendo que era criatura. El pontifice Dámaso aprobó todas las acciones y decretos deste Concilio, en especial el símbolo de la fe, en que expresamente, segun que lo hallo testifica do en el concilio Forojuliense, declararon que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Este simbolo mandó Dámaso que en la misa se cantase en lugar del Niceno, que falleció el año siguiente despues que se celebró el dicho Concilio. Pusieron en su lugar á Siricio; Próspero le llama Ursino, ca debió entender que el que pretendió el pontificado en competencia de Dámaso los años pasados, le sucedió despues de muerto. Estaban levantadas la Gallia y la España á causa que Clemente Máximo, español de nacion, despues de haberse llamado emperador en Bretaña, se apoderó de aquellas provincias. Partió contra él el emperador Graciano, vinieron á las manos cerca de Paris, quedó la victoria por el tirano, y Graciano cerca de Leon, donde se retiró despues de la rota, fué muerto por engaño de Andragacio. Imperó siete años, nueve meses y nueve dias despues de la muerte de su padre. No dejó hijo alguno, y fué el primero de los emperadores romanos que no quiso aceptar la estola pontifical, que, como á pontifice de la supersticion romana, le ofrecian conforme á lo que entonces se usaba. Leta, mujer de Graciano, y Pisamena, su suegra, vivieron en Roma hasta que aquella ciudad fué destruida en estado de reinas, que sustentaban con las rentas que el emperador Teodosio, como hombre

agradecido, les señaló del público. Por el mismo tiempo España se alteraba en lo que tocaba á la religion, á causa que Priscilliano avivaba las centellas que quedaron de los gnósticos, desde el tiempo que Marco, dicípulo de Basilides, como se tocó en su lugar, sembró en ella aquella mala semilla. Era Priscilliano hombre poderoso y noble, gallego de nacion; tenia muy buenas partes, velaba, sufria hambre y sed, pero tenia otros vicios con que todo lo afeaba; era soberbio y inquieto, y las letras humanas que tenia le hacian atrevido. Con estas y con otras mañas atrajo á su partido á dos obispos, cuyos nombres eran Instancio y Salviano. Hízoles rostro Idacio, obispo de Mérida, á persuasion de Agidino, obispo asimismo de Córdoba. Con la aspereza destos y de otros semejantes se encanceró la llaga, que si se tratara con mas blandura, por ventura se pudiera sanar. Procedióse al último remedio, que fué citar á los herejes para que en una junta de obispos, que se tuvo en Zaragoza, fuesen oidos y diesen razon de sí. No comparecieron el dia señalado; por esta rebeldía los obispos Instancio y Salviano, y mas Elpidio y Priscilliano, que eran seglares, fueron descomulgados y con ellos Agidino, obispo de Córdoba, que de enemigo de repente se pasara á su parte. Dieron cuidado de notificar esta sentencia á Itacio, obispo sosubense, como se lee en Severo Sulpicio, pero ha de decir osonobense, que es de Estombar en Portugal. San Isidoro solo dice que era obispo de las Españas, y Sigiberto que de Lamego. Lo que hace al caso, que era hombre colérico y hablador, reprehendia á los que ayunaban y se daban á la leccion de la sagrada Escritura. Este Itacio y el sobredicho Idacio alcanzaron del emperador Graciano, que á la sazon era vivo, un edicto y provision en que mandaba que aquellos herejes fuesen echados de los templos y de las ciudades. Instancio y Salviano, y con ellos Priscilliano, que ya con el favor de sus parciales era obispo de Avila, acudieron á Roma á dar razon de sí, pero, llegados allá, no pudieron alcanzar audiencia del pontífice Dámaso. Dieron vuelta á Milan, do hallaron el emperador Graciano. No los quiso tampoco oir Ambrosio, que todos se ofendian y espantaban con la novedad de aquella doctrina. Con todo esto no desmayaron, antes sobornaron con dineros á Macedonio, maestro de los oficios, y con su favor alcanzaron de Graciano revocacion de la primera provision y que las iglesias fuesen vueltas á Priscilliano y á Instancio, que Salviano era muerto en Roma. Con esto volvieron á España tan arrogantes, que pusieron demanda á Itacio y le acusaron de sedicioso. Mandóle prender el vicario Volvencio, pero él hizo recurso á Francia; dende como Gregorio, prefecto del Pretorio, no le hiciese buena acogida, pasó á Tréveris para valerse de Clemente Máximo, que se nombraba emperador; con que hizo tanto, que el negocio de nuevo se cometió á un concilio de obispos, que por su mandado se juntaron en Burdeos. Parecieron Priscilliano y Instancio; por sentencia de los obispos fué Instancio depuesto, Priscilliano apeló á Máximo, fuéle otorgada la apelacion; por donde la causa de los herejes se devolvió á juicio de seglares, que fué cosa muy nueva. Tratóse el pleito en Tréveris, y á instancia de Itacio Priscilliano fué convencido de hechicero y que con color de religion de noche hacia juntas torpes de hombres y mujeres, por donde fué condenado y

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