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y estaban discordes sobre su autenticidad los mas eminentes teólogos. Fué de dia en dia embra veciéndose la discusion hasta tal punto, que llegó á inspirar serios recelos á los inquisidores. Se empezó por manifestar desagrado á los que en mayor o menor escala negaban la infalibilidad de aquella traduccion latina, se les censuró á poco, y se terminó por ahogar sus acentos dentro de los muros de la cárcel. Desencadenáronse los inquisidores, y no vacilaron en cometer todo género de violencias, violencias que produjeron, como era natural, en la mayor parte de los ǎnimos una impresion funesta. Habíanse ya retirado del palenque la mayor parte de los sostenedores cuando entró en él MARIANA. Presentábase con deseo de conciliar los dos opuestos bandos; mas no por esto habia de dejar de emitir dudas sobre puntos que se pretendia fuesen aceptados como dogmas. Abordó de frente la cuestion, diciendo: «Las violencias hasta ahora cometidas habrán podido aterrar á muchos; mas no á mí, á quien no sirven sino de estímulo para que entre en lucha. Me he propuesto restablecer la paz entre los combatientes, y voy á intentarlo, cualesquiera que sean los peligros que yo corra. En los negocios ásperos y escabrosos es donde mas se debe ejercitar la pluma (1).»

¿Eran acaso estas dignas y enérgicas palabras mas que una protesta, y una protesta elocuende contra la arbitrariedad que entonces reinaba en materias eclesiásticas? MARIANA queria arrebatar aun otra arma á los reformistas. Los reformistas decian, y con razon: «Ahí los teneis á los católicos vencidos en el campo de la ciencia, llevan la tiranía hasta el extremo de ahogar nuestra voz con el filo de la espada. ¿Por qué no nos combaten en el terreno del puro raciocinio?» Y MARIANA: «Vosotros recusais la fuerza, y yo tambien la recuso; el mismo catolicismo me da armas, y no necesito de la tea ni del hacha del verdugo. Estas armas, ni las admito, ni las temo; ved cómo, aun siendo católico, se puede pensar y obrar como vosotros.>>

Dirigióse despues MARIANA á los que por hacer alarde de la fuerza de su fe se encolerizaban contra los que pretendian aun entrar en discusiones; y animado del mismo deseo de tolerancia, no solo les acusaba de injustos, sino de hombres ignorantes y de corazon mezquino; de hombres mlopes, incapaces de apreciar toda la majestad de la religion cristiana. «Violais torpemente el principio de la caridad, les dice: haceis mas, comprometeis nuestra misma causa, poneis en manos de los enemigos los castillos en que creeis defender con tanta energía la ley de Jesucristo. No, no mereceis que nadie os oiga ni os siga en tan errada via (2).»

Reveló su opinion sobre la Vulgata, la explanó, la sostuvo con razones, ya históricas, ya filosóficas; y léjos de atraerse los males que temia, ganó en reputacion y puso un freno hasta cierto punto á sus mismos enemigos. ¡Gloria no poco estimable, sobre todo cuando de ella debian redundar grandes ventajas para la defensa de los intereses que con tanta fuerza de voluntad acababa de cargar sobre sus hombros!

¿Empieza á conocerse ahora quién era MARIANA? Empieza á comprenderse ahora cuán errada es la opinion de los que no han visto en él sino un hablista? ¿Qué significa su mérito literario al lado del que le dan los esfuerzos con que procuraba sostener una doctrina amenazada por grandes pensadores, y lo que es mas, por pueblos enteros animados de una nueva idea?

Mas no se crea que se ciñó MARIANA á defenderse ni á defender la religion de sus mayores; pensador profundo, consumado teólogo, hombre enseñado á dirigir desde una cátedra el desarrollo intelectual de la juventud, quiso además dejar consignada su opinion sobre todas las cues

(1) Pro editione Vulgatae, §. 1.

(2) ... pusillo homines animo, oppleti tenebris angusteque sentientes de religionis nostrae majestate, qui dum

opinionum castella pro fidei placitis defendunt, ipsam mihi arcem prodere videntur fraternam charitatem turpissimė violantes.-Pro editione Vulgatae, §. 1.

tiones capitales de su asignatura. Estas cuestiones, si bien habian sido tratadas por otros con el debido detenimiento, merecian ser debatidas de nuevo gracias á las sombras que estaba esparciendo sobre ellas la filosofia, merecian y debian ser examinadas bajo un punto de vista mas racional que teológico; ¿no habian de llamar naturalmente la atencion de un hombre que, como llevamos dicho, se proponia contener el torrente de las ideas innovadoras de su siglo?

Acometió MARIANA la dilucidacion de estas cuestiones en su tratado De morte et immortalitate, escrito, no solo con fuerza de ciencia, sino tambien con buen método y belleza y elevacion de estilo (1).

«La idea de la muerte, empieza por decir en este bellísimo tratado, ha venido hasta nosotros envuelta en preocupaciones que nos la hacen concebir como un espectro destinado á interrumpir sin tregua los mas legítimos goces de la vida. Si apelando á nuestra razon y sobreponiéndonos a los groseros errores del vulgo, la desnudamos de tan falsos atavíos, no solamente la dejarémos de temer, sino que hasta la amarémos, encontrando en ella el mas dulce consuelo para los amargos males que de continuo padecemos. Porque la muerte no es un genio del mal, es el genio del bien, es el ángel que viene á cerrar nuestros ojos cansados de llorar por la maldad é ingratitud del mundo. Solo en el sepulcro recobramos el descanso que al nacer perdimos; solo en el sepulcro la igualdad que rompieron el capricho de la suerte ó la tiranía de los que mas pudieron (2); solo en el sepulcro la libertad que tanto apetecemos y nunca conquistamos. ¿Qué es, por otra parte, la losa de la tumba mas que la puerta de la verdadera vida? Morimos mientras vivimos; morir no es en rigor sino fin de morir; morir es romper los lazos que nos unen á ,la muerte.>>>

¿De qué depende empero que la idea de la muerte esté tan falseada y oscurecida ?

«Dios, habia ya dicho en otro tratado, nos ha dado para movernos á obrar sin necesidad de impulso ajeno el apetito y el conocimiento. Deseamos ó repugnamos, y no debemos resolvernos á abrazar ni á rechazar sino despues de haber consultado la razon, á la que incumbe exclusivamente determinar nuestras acciones. Si obramos en virtud de un decreto de nuestra inteligencia, somos hombres, y cumplimos con los deberes que la naturaleza de tales nos impone; si obramos obedeciendo tan solo à la fuerza de los instintos, caemos en el vicio y nos embrutecemos. Para actos cuyas consecuencias no puedan sernos muy penosas sentimos generalmente el apetito débil; fuerte y muy fuerte para acciones de cuya realizacion depende tal vez nuestra felicidad y la felicidad de nuestros hijos; mas fuerte o débil ha de encontrar y encuentra indudablemente en nosotros mismos un poder capaz de sujetarlo y dirigirlo, la facultad que nos constituye hombres (3).

>>Hemos de cultivar incesantemente la razon, tenerla en continua actividad, robustecerla; de no, podrán mas que la razon los apetitos. ¡Ay entonces de nosotros, que seguirémos ciegos la senda de la vida y marcharémos de vicio en vicio y de error en error hasta el borde del abismo! Sentirémos pronto el vértigo; y atrofiada nuestra inteligencia por la inaccion, caerémos al fin sin poderlo resistir en lo mas profundo del espantoso precipicio. ¡Guárdenos Dios de dejarnos gobernar por nuestros apetitos!

(1) Adviértase que si ponemos entre comillas la siguiente exposicion de las doctrinas filosóficas de MARIANA no es porque la hayamos copiado á la letra de ninguna de sus obras, sino porque nos ha parecido bien ponerla en boca del mismo autor, y no entrecomándola nos exponiamos á que el lector no pudiese distinguir claramente la parte puramente expositiva de nuestro trabajo, de la parte crítica.

(2) Al hacerse MARIANA cargo de este efecto de la muerte, son notables sus palabras: Natura cunctos homines exaequavit; una est omnibus conditio nascendi. Fortunae seu potentiorum tyrannide factum est ut ex communis quasi cumulo multi occuparint, aliis nudatis qui pari conditione erant nati.-De morte et immortalitate, lib. 1, cap. último. (3) De spectaculis,

» Son estos, sin embargo, tan poderosos en la mayor parte de los hombres! Varones esforzados, que no dejaron vencerse ni por pueblos armados de ira, ni por los rigores del calor ni el frio, ni por las tempestades, han cedido ante los halagos de placeres condenados por la voz de su razon, no solo como ilícitos, sino como destructores de las mismas fuerzas con que habian logrado encadenar á sus banderas la victoria. Los acentos de una prostituta han podido dispertar á veces en ellos torpes apetitos, cuya satisfaccion habia de reducirlos á una condicion inferior á la de la mujer mas débil; la vista de un tesoro ó de un objeto de menos valor ha podido otras corromper sus generosos corazones llevándolos al crímen (1).

»Y ¡hé aqui por qué somos desgraciados! ¡Cómo no hemos de engañarnos cuando llegamos á una situacion tan triste y deplorable! Cómo no hemos de desconocer la naturaleza de las cosas, confundiendo la verdad con el error y tomando por bienes reales los bienes aparentes! ¡Así es como hemos concebido una tan equivocada idea de la muerte, á la cual solo debiamos considerar como un sér bajado del cielo para romper la cárcel de nuestro espíritu y levantar en sus alas hasta el trono de Dios el alma de los justos! Así es como si preguntamos al vulgo, y aun á hombres que se arrogan el titulo de filósofos, por el verdadero asiento de la felicidad humana, hallamos tan pocos que lo pongan en la virtud, sublime aspiracion á la bienaventuranza eterna, y tantos que la vean ya en las riquezas, ya en los placeres de los sentidos, ya en los honores y en las dignidades, ya en bienes aun mas pasajeros! Decidles à muchos que la muerte es el umbral del bien supremo; los veréis al punto cubriéndose de horror como si tuviesen ya la aterradora figura ante sus ojos.

»>¡Desventurados! continúa el autor en su tratado De morte, ¿qué veis detrás de las riquezas que tanto codiciais sino envidias, celos, vicisitudes que han de llenaros de amargura? Qué veis detrás de los placeres sino la mas o menos rápida aniquilacion de vuestras fuerzas, el progresivo oscurecimiento de vuestra inteligencia, la deshonra de vuestro nombre, y allá á lo léjos la sombra de un fantasma que viene á turbar vuestros escasos momentos de reposo? Qué veis detrás de los honores y las dignidades sino la inquietud y la espada de Damocles pendiente de un cabello sobre el trono que habeis tal vez amasado con sangre y sentado sobre victimas cuyos cadáveres piden sin cesar venganza?

»Ved en el fondo de un modesto gabinete al verdadero sabio, Está entregado á la ciencia, mas no para satisfacer su vanidad, sino para fortalecer su inteligencia y procurar la felicidad de sus hermanos. Sujeta al fallo de su razon las prescripciones de sus apetitos, busca el placer, no para ahogar como otros la voz de su conciencia, sino para reparar las fuerzas que consumió la meditacion, que consumió el estudio. Estima tambien la gloria; pero no esa gloria ruidosa que unos hacen brotar del ensangrentado suelo de los campos de batalla, y entretejen otros con las brillantes flores de una imaginacion destinada mas á deslumbrar que á dirigir los pueblos, sino esa faena que van constituyendo los pensamientos fecundos elaborados en el crisol de la ciencia y va solidando el recuerdo del saber y las virtudes. ¡Qué tranquilidad la suya! Ve pasar por debajo de sus ventanas los fastuosos trenes de la aristocracia y de los reyes sin que sienta en su pecho la codicia; admira las bellezas de la mujer sin que la lujuria le tiña el rostro ni el recuer

(1) Es notable la verdad y belleza de estilo con que pinta MARIANA los efectos de los placeres sensuales, cuyo poder encarece: Magna est potestas voluptatis, vires incredibiles; lenis enim quamvis et blanda, non magno temporis spatio, nisi caves, animi et corporis partes omnes expugnat, virtutes enervat, ipsamque arcem in sublimi

constitutam mentem evertit atque in omne vitiorum genus praecipitem dat... Itaque ab omni memoria quos neque hostes vincere, neque ulla aestus, frigoris aut inediae injuria frangere potuit, eos videmus et legimus illecebris voluptatum fuisse superatos.— De spectaculis.

do de un placer sensual turbe su frente; no suspira por gozar de la bulliciosa algazara del festin ni por tomar parte en un banquete. Es hombre y sufre; mas ni se rebela contra su suerte ni alza la voz al cielo con la desesperacion en el fondo del alma y la blasfemia en el borde de sus labios. Sabe que Dios cuenta una por una las lágrimas que le arranque el dolor sobre la tierra, ÿ sigue tranquilo hasta en medio de sus mas terribles sufrimientos. La muerte, dice, pondrá un dia fin á mis quebrantos, y esta sola idea le restituye la calma y le consuela. ¡Pobre ancianol Vedle ya moribundo en su lecho de pesar y de amargura. Bendice á sus hijos, levanta luego las manos al cielo, y al ver bajar al ángel de la muerte, hé aquí, por fin, exclama, la hora de mi resurreccion, la hora en que se va á emancipar mi espíritu rompiendo los muros de mi estrecha cárcel.

»No da el anciano gran precio â la vida actual, ni ¿cómo ha de darlo?¿Qué es la vida mas que un ligero soplo? Qué es la vida mas que un dia de sufrimiento en la gran serie de siglos que oculta la eternidad bajo uno de los pliegues de su manto? Venimos sedientos de amor, y no amamos que el amor no sea para nosotros una fuente de dolores; apelamos en nuestra sed y en nuestra hambre á la caridad ajena, y hallamos echado el puente sobre los mas generosos corazones; pedimos luz para nuestro entendimiento, y nos hallamos siempre cercados de tinieblas; queremos para los demás altas virtudes, y no recogemos por premio sino la ingratitud y la trai– cion de nuestros protegidos. Las flores se nos convierten en espinas; en la misma copa del placer apuramos el tósigo que ha de derribarnos al fondo del sepulcro. Si pobres, no hay quien vaya á verter una lágrima sobre la cruz de nuestra fosa; si ricos, no bien morimos, cuando ya nuestros hijos se disputan sobre el mismo ataud nuestros tesoros. A hombres que solo han sido verdugos de la humanidad se les levantan grandiosos monumentos y se les graba el nombre en las páginas imperecederas de la historia; á otros que han contribuido á levantarla de sus mas terribles y dolorosas caidas se les escasean los honores, cuando no se les condena para siempre á las oscuras regiones del olvido.

>>¡Oh muerte! ¿Por qué han debido pintarte con tan negros colores, cuando eres tú el único rayo de esperanza que nos alumbra en la carrera de la vida? Libertadora y salvadora nuestra! ¡Ah! ¡Ven y rompe de una vez para siempre los hierros de mi espíritu! Tú eres el límite entre el tiempo y la eternidad, la inmensidad y el espacio, lo finito y lo infinito, lo accidental y lo absoluto; desata de una vez para siempre los lazos que me unen al tiempo y al espacio (1).

>>>Mas¿ soy yo efectivamente inmortal? ¿No están indisolublemente unidos el alma y la materia? Siento que en mi lo físico y lo moral se afectan mútuamente, que la imaginacion ejerce una decidida influencia sobre mis sentidos, y mis sentidos sobre todas las facultades de mi entendimiento; ¿cómo puede el cuerpo morir y sobrevivir el alma? El mismo Dios me ha dicho: Vivirás eternamente; mi conciencia me dice á cada injuria que recibo y á cada falta que cometo Vivirás eternamente; mas mi razon, ¿dónde, cómo ha de encontrar motivos que la acallen sobre este punto toda duda? Oigo al impio diciendo: No hay mas allá en el mundo; oigo filósofos que despues de haber meditado en silencio, exclaman : El universo no es mas que la trasformacion incesante de una misma vida; el alma es inmortal, pero terrena. ¿Por dónde habré de empezar á darme cuenta de mis propias creencias? ¿Dónde habré de buscar la base de mis largos raciocinios? Invoco de nuevo el favor de Dios para continuar mi libro (2).»

MARIANA, como se podrá apreciar fácilmente por esa sucinta exposicion de su doctrina, no

(1) De morta et immortalitate, lib. 1.

(2) Id., lib. 2, cap. 1.

hizo aun mas en esta primera parte de su tratado que seguir á la letra las tradiciones de la religion cristiana, la cual, partiendo del principio que somos almas caidas que aspiramos sin cesar à unirnos con el centro universal de que fuimos separados, no puede considerar la tierra sino como un valle de lágrimas y un lugar de prueba, ni dejar de ver en la muerte un genio de la redencion consagrado á volvernos á nuestra antigua y verdadera vida. Manifiesta indiferencia y hasta desprecio por las riquezas, los placeres y las dignidades; y á la verdad, nada mas natural, suponiendo, como debia, que todas nuestras buenas acciones se reducen á buscar de nuevo el camino por donde podrémos volver á nuestro perdido y suspirado cielo. Los placeres, las riquezas y las dignidades no sirven, bajo este supuesto, sino para distraernos del objeto final á que tendemos; consideracion que bastaria por sí sola para condenarlas, cuando no tuviéramos además otros motivos poderosos que el mismo autor expone.

¿No se ha observado, sin embargo, cómo MARIANA, separándose ya del rigoroso ascetismo de muchos de sus contemporáneos, admite y legitima en el hombre el amor á la ciencia y á la gloria? Otros filósofos cristianos han dicho: «Dios y solo Dios ha de ser el objeto de todas tus acciones; tus mas altos hechos, tus mas singulares rasgos de heroismo para nada te serán contados en el libro de tus destinos, si al realizarlos te ha ocupado un solo momento la idea de lo que dirán de ti los hombres. El mérito de la accion está en la causa que la determina, y no hay causa legítima fuera del amor á Dios. Busca en Dios el principio de cada uno de tus actos, y serás constantemente bueno y justo, y no perderás nunca el camino que debe conducirte á la beatitud eterna. Dices que amas tambien la ciencia porque ennoblece tu espíritu y puede aliviar los dolores de tus semejantes; mas ¿cómo no adviertes que tu entendimiento está cercado de tinieblas, y dejando de oir la voz de Dios para consultar la de tu razon, vas á apagar tu fe y á perderte en las sombras de la duda? ¿No te ha dicho ya el Señor por boca de sus apóstoles y de sus profetas la última palabra de la ciencia? Compara al ignorante con el sabio, y ve quién guarda mas calma y quién mas fácilmente abandona la senda abierta por los verdaderos filósofos de Israel. Lleno de su saber, no respira el sabio sino orgullo, deja de pensar en Dios y pierde su alma. El ignorante oye siempre con humildad la santa palabra del Crucificado. >>

MARIANA no dice que se proponga refutar esta doctrina, mas indudablemente la refuta. «La humanidad es la hija predilecta de Dios, parece que leemos en su tratado De morte; y yo, solidario con ella por el pecado de mis primeros padres, siento y no puedo menos de sentir la necesidad de su amor, la necesidad de ser querido de la generacion que hoy vive y de las generaciones venideras. Si yo, siéndole útil y contribuyendo á realizar sus destinos, puedo inmortalizar mi nombre, objeto á que me hacen aspirar instintos casi irresistibles, ¿por qué he de combatirlos? Sirviendo la humanidad sirvo á Dios; ¿no es pues de todos modos ese mismo Dios la causa de mis actos? Es sabido que no tenemos obligacion de ahogar la voz de nuestros apetitos sino cuando el conocimiento los condena; y qué, ¿el conocimiento condena ni ha condenado nunca. que pretendamos conquistar un nombre á fuerza de ejercer las mas señaladas virtudes y contribuir á la mayor felicidad de nuestros semejantes? - Combatis tambien, añade, el amor á la ciencia; mas ¿cómo pretendeis rebajar tanto al hombre? ¿Qué le queda si le quitais hasta la facultad de pensar sobre sí mismo? Ser dotado de razon, es en él, no un placer, sino una necesidad, darse una explicacion mas o menos satisfactoria de cuanto pasa dentro de sí y en torno suyo; quitarle hasta la facultad de razonar ¿ no es contrariar su naturaleza y hasta anonadarle? ¿Quién, por otra parte, puede impedirme á mí que piense y dude? ¿Puedo tal vez yo mismo? Mi alma tiene una actividad propia, que no necesita ni del estímulo de mi voluntad ni de ningun impulso

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