Imágenes de páginas
PDF
EPUB

ba de su remedio, tanto es mas razon que en este dia nos alegremos y regocijemos. A mí por cierto el mismo sol me parece que ha salido hoy mas resplandeciente que lo que suele, la misma tierra se me figura muy mas alegre que antes. Gózase el cielo por la entrada que se ha abierto á tántas gentes para aquellas sillas bicnaventuradas y por la vecindad que tantos hombres han tomado de nuevo en aquella santa ciudad, que señalados con el nombre cristiano habian caido en los lazos de la muerte. La tierra se alegra porque estando antes de ahora sembrada de espinas, al presente la vemos pintada y hermoseada de flores, de las cuales, padres que hasta aquí sufristes grandes molestias, podeis tejer y poner en vuestras cabezas muy hermosas guirnaldas. Sembrastes con lágrimas, ahora alegres coged las flores y segad los campos que ya están sazonados; llevad á los graneros de la Iglesia manojos de espigas granadas. La grandeza de vuestra alegría no se encierra dentro de los términos de España; forzosa cosa es que pase y se comunique con lo demás de la Iglesia universal, que abraza y tiene en su seno toda la redondez de la tierra, y acrecentada al presente con añadirsele esta provincia nobilísima, inspirada del Espíritu Santo, engrandece la divina benignidad por tan señalado beneficio. Porque la que por su esterilidad era despreciada en el tiempo pasado, al presente por el don celestial de un parto ha producido muchos hijos. Con que las demás naciones, si algunas todavía perseveran en los errores pasados, á ejemplo de nuestra España, podrán esperar su remedio; y que se hayan de juntar en breve dentro de las cabañas de la Iglesia y debajo de un pastor, Cristo, aquel lo podrá poner en duda que no tiene bien conocida la fe de las divinas promesas. Y está muy puesto en razon que los que tenemos un Dios y un mismo orígen y padre de quien procedemos todos, quitada la diversidad de las lenguas con que entró en el mundo gran muchedumbre de errores, tengamos un mismo corazon, y estémos entre nos atados con el vínculo de la caridad, que es la cosa que entre los hombres hay mas suave, mas saludable y mas honesta para quien pretende honra y dig

nidad. Reviente de envidia y de dolor el enemigo del género humano, que solia gozarse particularmente en nuestras miserias y males; duélase y llore que tantas almas y tan nobles en un punto se hayan librado de los lazos de la muerte. Nos, por el contrario, á ejemplo de los ángeles, cantemos gloria á Dios en las alturas y en la tierra paz. Que pues la tierra se ha reconciliado con el cielo, podrémos tener esperanza, no solo de alcanzar el reino celestial, sino eso mismo cuidado de invocar de dia y de noche la divina benignidad por el reino terrenal y por la salud de nuestro Rey, autor principal y causa desta gran felicidad.» El Biclarense, que continuó el Cronicon de sus tiempos hasta este año, y en él puso fin á su escritura, testifica que Leandro, prelado de Sevilla, y Eutropio, abad servitano, fueron los que tuvieron la mayor mano en el Concilio, gobernaron y enderezaron todo lo que en él se estableció. Don Lúcas de Tuy añade que Leandro fué primado de España, y que en este Concilio tuvo poder de legado apostólico; pero esto no viene bien con las acciones del Concilio, pues por ellas se entiende tuvo el tercer asiento y lugar entre los padres, y el segundo Eufimio, prelado de Toledo, y en el primer lugar se sentó Mausona, el de Mérida, tan nombrado. En todo esto y en distribuir los asientos se tuvo al cierto consideracion al tiempo en que cada cual destos prelados se consagró; y así, Mausona por ser el mas antiguo tuvo el primer lugar. Una sola cosa puede causar admiracion, y es que el Rey por una manera nueva y extraordinaria confirmó los decretos deste Concilio por estas palabras: a Flavio Recaredo, rey, esta deliberacion que determinamos con el santo Concilio, confirmándola, firmo. » Y es cosa averiguada que en los concilios generales los emperadores romanos cuando en ellos se hallaron, como lo muestran sus firmas, consentian en los decretos de los padres; mas nunca los confirmaron ni determinaron cosa alguna por no pasar, es á saber, los términos de su autoridad, que no se extiende á las cosas eclesiásticas, y mucho menos á juntar ó á confirmar los concilios y lo por ellos decretado.

LIBRO SEXTO.

CAPITULO PRIMERO.

De la muerte del rey Recaredo.

UNA nueva y clara luz amanecia sobre España despues de tantas tinieblas, felicidad colmada y bienandanza, sosegados los torbellinos y diferencias pasadas; fiestas, regocijos, alegrías se hacian por todas partes. Gozábase que sus miembros divididos, destrozados y que parecia estar mas muertos que vivos por la diversidad de la creencia y religion, y que solo conformaban en el lenguaje comun de que todos usaban, se hobiesen unido entre sí y como hermanado en un cuerpo, y junLado en un aprisco y en una majada, que es la Iglesia,

sus ovejas descarriadas, merced de Dios y gracia singular, gran contento de presente y mayores esperanzas para adelante. Los príncipes extranjeros con sus embajadas daban el parabien al Rey por beneficio tan señalado; ofrecíanle á porfía sus fuerzas y ayuda para llevar adelante tan piadosos intentos y continuar tan buenos principios. En particular el sumo pontífice Gregorio Magno, que por muerte de Pelagio II sucediera en aquella dignidad á 3 de setiembre año del Señor de 590, al fin de la indiccion octava, como del registro de sus epístolas se saca (en la historia latina pusimos un año mas), luego al principio de su pontificado escribió á Leandro una carta en que le da el parabien y se alegra

[ocr errors]

por la reduccion del rey Recaredo á la verdadera reli-
gion. Dice que será bienaventurado si perseverare en
aquel propósito y los fines fueren conformes á los prin-
cipios, sin dejarse engañar de las astucias del enemigo.
Asimismo el rey Recaredo, sabida la eleccion de Gre-
、gorio, acordó envialle, como es de costumbre, su em-
bajada para visitarle y ofrecerle la debida y necesaria
obediencia. Escogió para esto personas principales, en
particular á Probino, presbítero, y en su compañía al-
gunos otros abades. Dióles para este efecto sus cartas
y juntamente algunos presentes de oro, demás de tre-
cientas vestiduras que envió para los pobres de San Pe-
dro de Roma, que, segun parece, en aquel tiempo de
las rentas eclesiásticas se sustentaban los pobres y los
hospitales. Todo, como yo entiendo, por consejo y á
persuasion del arzobispo Leandro, ca desde los años
pasados tenía trabada una estrecha amistad con Gre-
gorio Magno, causada de la semejanza de los estudios
y de la santidad de las costumbres y vida que resplan-
decia en entrambos igualmente. Demás desto, otra causa
particular se ofrecia para enviar esta embajada, aunque
no se declara, es á saber, para procurar que el Concilio
toledano, celebrado poco antes, sus acciones y decre-
tos fuesen aprobados por la Iglesia romana, á quien es
necesario hacer recurso en las cosas eclesiásticas, y de
donde los estatutos de los concilios toman su vigor y
fuerza. Tres cartas se leen de Gregorio Magno, su data
el noveno año de su pontificado, es á saber, la indiccion
segunda; por donde se sospecha que los embajadores
susodichos, trabajados con la navegacion, que les debió
salir larga y dificultosa, y forzados por los temporales
contrarios á volver en España, gastaron mucho tiempo
en el camino y en Roma. La primera destas tres cartas
se endereza á Claudio, duque de Mérida, persona la más
principal despues del Rey que se conocia en España;
en ella le encomienda al abad Ciriaco, que se partia para
España. La segunda carta era para Leandro, en que se
duele que el mal de la gota le tuviese tan trabajado. La
postrera es para el Rey para animalle, como le anima,
á llevar adelante la religion recebida ; juntamente alaba
que las obras y frutos fuesen conformes á la profesion
que hacian; porque como los judíos le hobiesen aco-
metido con gran dinero para que revocase cierta ley
que contra ellos se promulgara, no quiso venir en ello.
Envióle juntamente con la carta una cruz, en que esta-
ba engastada parte del madero de la vera Cruz, y junto
con ella de los cabellos de san Juan Bautista; envióle
eso mismo dos llaves, la una tocada en el cuerpo del
apóstol san Pedro, y que por el mismo caso tenia virtud
contra las enfermedades; en la otra iban ciertas lima-
duras de las cadenas con que el mismo apóstol estuvo
aprisionado; estos presentes eran para el Rey. Para el
arzobispo Leandro en premio de sus grandes méritos
envió el palio, ornamento que se suele de Roma enviar
á los arzobispos. Hay otra carta del mismo pontífice
Gregorio para Leandro, en que le dice que el presbí-
tero Probino con su consentimiento llevara á España
parte de los libros que el mismo Gregorio habia escrito
á instancia y por respeto del mismo Leandro. Dícese
vulgarmente entre los españoles, sin que haya autor
que lo atestigue y asegure, que los embajadores del
Rey trajeron una imágen de Nuestra Señora entallada
en madera, presentada por el mismo Gregorio á Lean-

dro, y que es la misma que gran tiempo adelante se halló en cierta cueva junto con los cuerpos de san Fulgencio, obispo de Ecija, y santa Florentina, su hermana, y con suma devocion es reverenciada en Guadalupe, monasterio de jerónimos de los mas principales de España. Los cuerpos de los santos están hoy dia en Berzocana, aldea no léjos de Guadalupe, do fueron hallados. Dícese demás desto que santa Florentina pasó su vida en Ecija, do se muestran rastros, así de sus casas como de uno y el mas principal de cuarenta monasterios de monjas que estaban á su cargo y debajo de su gobierno, en el mismo sitio en que al presente está otro monasterio de jerónimos á la ribera del rio Genil. Escribió Fulgencio de la fe de la Encarnacion y de algunas otras cuestiones un libro que se conserva hasta nuestro tiempo. Máximo, cesaraugustano, le atribuye los tres libros de las Mitologias, obra erudita, que otros. quieren sea de Fulgencio, obispo ó ruspense ó cartaginense en Africa. Los embajadores del Rey se entretenian en Roma en sazon que muchos concilios de obispos se tenian en España por decreto, á lo que se entiende, y autoridad del Concilio toledano pasado, en que se estableció un decreto de los padres que los concilios provinciales, en los cuales se entendió siempre consistia la reformacion y bien de la Iglesia, se juntasen cada un año. Conforme á esto, primero en Sevilla se juntaron con Leandro siete obispos de las iglesias sufragáneas. Lo que se trató principalmente en este Concilio fué un pleito sobre los esclavos de la iglesia de Ecija; ca Pegasio, obispo de aquella ciudad, pretendia que Gaudencio, su predecesor, contra derecho los habia ahorrado y puesto en libertad. Otros tantos obispos se juntaron por el mismo tiempo en Narbona, ciudad de la Gallia Gótica, y de comun acuerdo establecieron quince cánones á propósito de reformar las costumbres de la gente eclesiástica, que estaban estragadas. Demás desto, el metropolitano de Tarragona, bien que no se halló en el Concilio toledano próximo pasado, juntó en Zaragoza sus obispos sufragáneos. En este Concilio se declaró en tres capítulos la manera con que se debian recebir en la Iglesia católica los que se quisiesen apartar de la secta arriana. En Toledo asimismo, cn Huesca y en Barcelona se tuvieron otros concilios particulares, cuyas acciones no pareció referir aquí en particular por ser fuera de nuestro propósito y porque se pueden leer en el libro muy antiguo de Concilios de San Millan de la Cogulla. Volvamos á las cosas del Rey, el cual despues de fallecida la reina Bada, con deseo que tenia de hacer las paces con los reyes de Francia, puestas en olvido las injurias y desabrimientos pasados, por sus embajadores pidió por mujer á Clodosinda, la otra hermana de Childeberto, rey de Lorena, segun que arriba queda tocado, matrimonio que últimamente alcanzó con protestar y certificar á aquellos reyes que no tuvo parte en la muerte de Hermenegildo, antes le cupo gran parte del dolor y del revés de su hermano. Estaba Clodosinda prometida á Antari, rey de los longobardos; pero fué antepuesto Recaredo, así por la instancia que hizo sobre ello, como porque los reyes de Francia cuidaban, lo que era verdad, que los casamientos entre los que son de diferente religion y creencia, ni son legítimos ni suceden bien. El Longobardo todavía era gentil; Recaredo, demás que toda la vida confesó á

procedió que el escudo vulgarmente se llamó en España y se llama ducado. Y no solo los que tenian los gobiernos se llamaban condes, sino asimismo los que en la guerra ó en la casa real tenian algun cargo ó oficio principal, ca hallamos en la guerra condes catafractarios, clibanarios, sagitarios, tiufados. En la casa real se halla conde del Establo, que hoy se llama condestable, conde de la Cámara, del Patrimonio, de los Notarios, todo, á lo que se entiende, á imitacion de lo que usaban los emperadores romanos, que, como en este tiempo los godos no daban mucha ventaja en poder y valor á los romanos, así de buena gana los imitaban en las ceremonias y nombres de oficios que ellos modernamente inventaran. De la misma ocasion y imitacion, como algunos sospechan, y no mal, procedió el prenombre de Flavio, de que usó el primero entre los godos Recaredo, y en lo de adelante le usaron los demás reyes muy de ordinario. Por conclusion, á Toledo dieron título de ciudad real, que era el mismo con que los griegos honraban la ciudad de Constantinopla, silla y asiento de aquel imperio. De lo dicho se saca y consta que los condes y duques en esta era fueron nombres de gobierno y no de estado; pero despues por merced de los reyes se dieron los dichos títulos por juro de heredad, con jurisdiccion y estado limitado ordinariamente de ciertos pueblos y lugares, que para ellos y para sus hijos los reyes les daban.

CAPITULO II.

De los reyes Liuva y Witerico y Gundemaro.

Cristo, como lo hacen todos los que se llaman cristianos, últimamente por diligencia de Leandro y de Fulgencio se convirtiera á la religion católica con todos sus estados y señoríos. No concuerdan los autores en el tiempo que estas bodas se celebraron. La verdad es que en lo postrero de la edad de Recaredo se hizo alianza con los de Francia; juntamente lo que de los romanos quedaba en España fué trabajado y ellos vencidos por las armas de los godos en algunos encuentros y batallas que se dieron de ambas partes; demás desto, que los vascones, que hoy son los navarros, y con deseo de novedades andaban alterados, fueron por la misma manera sujetados, y sosegaron. Con estas cosas el Rey ganó renombre inmortal y por todo lo demás que gloriosamente hizo en tiempo de paz y de guerra despues que comenzó á reinar. Tuvo una grandeza singular de ánimo, grande ingenio y prudencia, condicion y presencia muy agradable; lo que sobre todo le ennobleció fué el celo que mostró á la verdadera y católica religion. Pasó desta vida año de nuestra salvacion de 601. Reinó quince años, un mes y diez dias. San Isidoro dice que en Toledo, estando á la muerte, hizo pública penitencia de sus pecados á la manera que entonces se acostumbraba. San Gregorio escribe que los merecimientos de san Hermenegildo fueron causa de la reduccion que España hizo de la secta arriana á la religion católica. Dejó Recaredo tres hijos, el mayor se llamó Liuva, los otros Suintila y Geila. Entiéndese que á Liuva hobo en su primera mujer, pues tenia edad conveniente para suceder á su padre, como le sucedió, y para encargarse del gobierno. Los dos postreros no se sabe qué madre tuvieron, si nacieron del primer matrimonio, si del segundo. Lo que consta es que destos príncipes, y en particular de su padre Recaredo, sin jamás faltar la línea decienden los reyes de España, como se entiende por memorias antiguas y lo testifican los historiadores, en particular se saca del rey don Alonso el Magno y Isidoro, pacense, por sobrenombre el mas Mozo. Por lo cual pareció se procederia en todo con mas luz, si se ponia aquí el árbol deste linaje. Gosuinda, mujer que fué del rey Atanagildo, tuvo dos hijas de aquel matrimonio, es á saber, Galsuinda y Brunequilde. Clodoveo, otrosí rey de los francos, tuvo tres nietos, que se llamaron Guntrando, Chilperico y Sigiberto, hijos todos de Clotario, que fué hijo de Clodoveo. Galsuinda casó con Chilperico, que pereció por astucia y engaño de Fredegunde, como arriba queda dicho. Sigiberto casó con Brunequilde, y en ella tuvo á Childeberto y á Ingunde y á Clodosinda. Leovigildo, sucesor de Atanagildo, de su primera mujer Teodosia, antes que fuese rey, hobo á Hermenegildo yá Recaredo, sus hijos; hecho rey, casó con Gosuinda, la reina viuda. Demás desto, hizo que Hermenegildo casase con lugunde, y Recaredo casó con Clodosinda, las dos nietas de su segunda mujer. Débese tambien considerar en la historia de Recaredo y de los reyes que adelante le sucedieron, que de ordinario se hace mencion de condes y duques, nombres que significaban los gober-parricida, con ayuda de su parcialidad, se apoderó del nadores y magistrados ó otros oficios y dignidades seglares. Condes eran los que gobernaban alguna provincia, duques los que en alguna ciudad o comarca eran capitanes generales; y porquc en particular podian batir moneda para el sueldo de sus gentes, de aquí

Era Liuva de edad apenas de veinte años cuando falleció el rey Recaredo, su padre. Por su muerte, luego que le hizo sepultar y las exequias con la solemnidad que era razon, sin contradiccion le sucedió en el reino y en la corona. Su pequeña edad daba ocasion para que se le atreviesen, y las discordias pasadas, aun no bien sosegadas, á conjuraciones y engaños. Por esta causa, bien que daba muestras de grandes virtudes y de partes á propósito para reinar, y que por las pisadas de su padre se encaminaba para gobernar muy bien su estado y ganar renombre inmortal, fué muerto á traicion por Witerico, persona acostumbrada á semejantes mañas. Tuvo el reino solos dos años, en que no obró cosa que de contar sea, salvo que con la hermosura de su rostro y con su gentileza tenia granjcadas las voluntades de todos, y por ser muerto en la flor de su edad dejó un increible deseo de sí y una lástima extraordinaria en los ánimos de sus vasallos. Hállanse en España monedas de oro acuñadas con su nombre, y en el reverso estas palabras Hispali pius, que es lo mismo que en Sevilla piadoso, cosa que da alguna muestra de su piedad. Las tales monedas no se pueden atribuir al otro Liuva, tio mayor que fué deste Principe, por tener puesta la corona en la cabeza, de que antes del tiempo del rey Leuvigildo no usaron los reyes godos, como arriba queda mostrado. Lo que resultó desta traicion fué que el

reino de los godos, y le tuvo por espacio de seis años y diez meses. Fué en las cosas de la guerra señalado; bien que en algunos encuentros que tuvo con los romanos que en España quedaban llevó lo peor; pero por remate, cerca de Sigüenza, en aquella parte de España

que se llamaba Celtiberia, parte de la Hispania Tarraconense, las gentes de Witerico vencieron á los contrarios en una batalla que les dieron de poder á poder. Habia á la sazon fallecido en Francia Childeberto, rey que era de Lorena; sucediéronle dos hijos suyos en sus estados y señoríos. Teodoberto quedó por rey de Lorena, y Teodorico fué rey de Borgoña. Con este Teodorico casó Hermemberga, hija del rey Witerico, que envió él á Francia con grande acompañamiento; pero en breve dió la vuelta á España doncella. La causa no se sabe, dado que corrió fama que el rey Teodorico fué ligado para que no pudiese tener ayuntamiento con aquella doncella por arte y hechicerías de sus concubinas, á las cuales era dado demasiadamente. Otros dicen fué astucia de Brunequilde, que por mandarlo ella sola todo, dió traza para que la nuera sin alguna culpa suya fuese enviada á su padre. Despachó Witerico embajadores á Francia sobre el caso con órden que, si aquel Rey no se descargase bastantemente, acudiesen á las provincias comarcanas y procurasen en venganza de aquella afrenta que aquellos príncipes hiciesen liga entre sí y tomasen las armas en daño del de Borgoña, contra quien estaban irritados el rey Clotario, su antiguo enemigo, y el rey de Lorena, Teodoberto, á causa que le solia denostar y decir que era hijo bastardo de su padre y nacido de adulterio. Concertáronse pues estos dos reyes con Agilulfo, rey de los longobardos; y juntadas sus fuerzas, se aparejaban para hacer guerra al comun enemigo. No podia Teodorico resistir á poderes tan grandes; por donde, conocido el riesgo que corria y quebrantada su ferocidad, acudió á lo que era mas fácil, que fué concertarse con su mismo hermano Teodoberto con dalle alguna parte de su mismo estado. Vino Teodoberto de buena gana en este concierto, así por su interés como por ser cosa natural querer componerse con su hermano antes que vengar las injurias de los que no le tocaban. Sucedió como los dos deseaban, porque hecha esta alianza, los otros príncipes desistieron de aquella empresa y partieron mano de aquella guerra, que cuidaban seria muy brava. Con esto el rey Witerico comenzó á ser menospreciado de los suyos, y á brotar el odio que en sus corazones largo tiempo tenían encerrado, en especial que se decía trataba de restituir en España la secta arriana, con cuyas fuerzas y ayuda, como yo pienso, alcanzó el reino. Esta voz y fama alteró el pueblo en tanto grado, que tomadas las armas entraron con grande furia en la casa real y mataron al Rey, que hallaron descuidado ya sentado á yantar. No paró en esto la rabia, porque arrastraron el cuerpo por las calles, y con grandes baldones y denuestos que todo el pueblo le echaba, sucio y afeado de todas maneras le enterraron en cierto lugar muy bajo. Con este desastre tuvieron todos por entendido pagó la muerte que él mismo diera á tuerto á su predecesor el rey Liuva, como queda dicho; y claramente se mostró que la divina justicia, dado que algunas veces se tarda, á la larga ó á la corta nunca deja de ejecutarse. Por la muerte de Witerico alcanzó el cetro de los godos Gundemaro, persona muy señalada en aquella sazon, sea por ser cabeza de aquel motin y autor de la muerte que se dió al tirano, sea por voto de los principales de aquel reino, ca estaban muy satisfechos de su prudencia y partes aventajadas, así para las cosas de la guerra

como para las de la paz. Lo que consta es que comenzó á reinar año del Señor de 610; y si es lícito en cosas tan antiguas ayudarse de conjeturas, entiendo que los franceses con sus fuerzas, por estar ofendidos contra Witerico, le ayudaron no poco para subir á aquel grado. Consta por lo menos que acostumbró Gundemaro pagar á los franceses parias, como se ve de las cartas del conde Bulgarano, gobernador á la sazon por el rey de la Gallia Gótica, cartas que hasta hoy se conservan y hallan entre los papeles antiguos y libros de la universidad de Alcalá de Henares y de la iglesia de Oviedo. De donde asimismo se entiende que los embajadores de Gundemaro que envió á Francia fueron contra el derecho de las gentes, que los tienen por cosa sagrada, inaltratados una vez por aquellos reyes, y sin embargo, para mas justificar la queja despachó nuevos embajadores, á los cuales tampoco se dió lugar para hablar á aquellos reyes. Por esto, alterado Bulgarano, no permitió que los embajadores del rey Teodorico pasasen á España; y llegado el negocio á rompimiento, abrió la guerra contra Francia, y con las armas que tomó, de repente se apoderó de dos fuerzas, es á saber, Jubiniano y Corneliaco, y echó dellas las guarniciones de franceses que allí estaban. Acometió el conde Bulgarano en particular estos dos pueblos de la Gallia Narbonense á causa que en el asiento que el rey Recaredo tomó con los franceses los entregara á Brunequilde, por cuya muerte, que se siguió poco adelante sin dejar alguna sucesion por ser ya muertos sus hijos y nietos, se puede presumir que los reyes de Francia no acudieron á recobrar con las armas aquellas dos plazas. Esto en Francia. En España el rey Gundemaro hizo guerra prósperamente á los de Navarra, que de nuevo se alteraban, y asimismo tuvo contiendas con los capitanes y gentes romanas que mantenian aquella parte de España, que todavía se tenia por el imperio; lo cual y su muerte, que fué en Toledo de enfermedad, sucedieron el año del Señor de 612; reinó un año, diez meses y trece dias. La reina, su mujer, se llamó Hilduara; mas no se sabe haya dejado alguna sucesion. Era á la sazon en el oriente emperador de Roma Heraclio, sucesor de Focas; y en la Iglesia romana, despues de Gregorio el Magno y de Sabiniano y Bonifacio III, que consecutivamente le sucedieron, presidia Bonifacio IV; en la iglesia toledana Aurasio, sucesor de Eufimio, de Tonancio y Adelfio, que por este órden le precedieron. Fué Aurasio persona, así en las letras y erudicion como en valor y virtudes, tan señalada, que se puede comparar con cualquiera de los pasados. En tiempo deste prelado, es á saber, el primer año del reinado de Gundemaro, veinte y cinco obispos de diversas partes de España se juntaron en Toledo para determinar en presencia del Rey y por su mandado cierta diferencia que resultara entre el arzobispo de Toledo y los obispos de la provincia cartaginense por esta razon. Eufimio, en las acciones del concilio de Toledo próximo pasado, por descuido se firmó y llamó metropolitano de la provincia de Carpetania; y porque la provincia cartaginense se extendia mucho mas que los carpetanos, que eran lo que hoy es reino de Toledo, los demás obispos apellidaban libertad y no querian reconocer sujecion á la iglesia de Toledo. Este pleito se debió comenzar desque los derechos de Cartagena y su autoridad se

trasladaron á Toledo, y continuarse algunos años adelante. Fueron pues citados para dar razon de sí; y oidas las partes, así el Rey como los obispos pronunciaron sentencia en favor del arzobispo Aurasio. Entre los obispos que asistieron se cuentan Isidoro, arzobispo de Sevilla, que lo era por muerte de san Leandro, su hermano; luocencio, arzobispo de Mérida, y Eusebio, de Tarragona; y demás destos, si las firmas deste Concilio no nos engañan, se halló tambien presente Benjamin, obispo dumiense. Quince obispos de la provincia cartaginense, por tocarles á ellos en particular este negocio, en un papel aparte firmaron la dicha sentencia. Sus nombres fueron estos: Protogenes, que se Hama prelado de la santa iglesia de Sigüenza; Teodoro, castulonense; Miniciano, segoviense; Stéfano, oretano; Jacobo, mentesano; Magnencio, valeriense; Teodosio, ercabicense; Martino, valentino; Tonancio, palentino; Portario, segobriense; Vincencio, bigastriense; Eterio, bastitano; Gregorio, oxomense; Presidio, complutense; Sanabilis, elotano. De donde se entiende que en la provincia de Toledo antiguamente se comprehendian mas iglesias sufragáneas de las que tiene al presente, y que el distrito que tenian los prelados de Toledo como metropolitanos era mas ancho que hoy; porque del primado que tenia sobre las demás iglesias de España, al presente no tratamos, ni entonces se trataba. La verdad es que desde el tiempo de Montano, prelado que fué antiguamente de Toledo, en un concilio que se tuvo en la misma ciudad dieron á aquella iglesia autoridad sobre todas las iglesias de la provincia cartaginense, como los mismos que eran interesados en la diferencia susodicha lo confesaron; y se ve manifiestamente por el proceso deste Concilio y por la determinacion y sentencia que dieron los obispos que en él se hallaron. Floreció por este tiempo el insigne poeta Draconcio; puso en verso el principio del Génesis.

CAPITULO III.

Del reinado de Sisebuto.

Hiciéronse el enterramiento y exequias del rey Gundemaro con la solemnidad que era justo. Las lágrimas que se derramaron fueron muchas por haber tan en breve fultado un príncipe tan excelente, de costumbres y vida muy aprobada, y que con la grandeza del ánimo juntaba mucha afabilidad y blandura; cosa con que grandemente se granjean las voluntades del pueblo. Concluido esto, los grandes del reino se juntaron á elegir sucesor; por su voto salió nombrado Sisebuto, persona de no menores partes que su antecesor, señalado en prudencia en las cosas de la paz y de la guerra, ferviente en el celo de la religion católica, y lo que en aquellos tiempos se tenia por milagro, enseñado en los estudios de las letras, y que tenia conocimiento de la lengua latina; con que el dolor que todos recibieran con la pérdida pasada se templó en gran parte. Consérvanse hasta el dia de hoy para muestra de su ingenio y crudicion algunas epístolas suyas y la vida que compuso de san Desiderio, obispo de Viena, á quien el rey Teodorico de Borgoña, exasperado con la libertad y repreLensiones de aquel santo varon, hizo morir apedreado; sí ya aquella vida se ha de tener por del rey Sisebuto,

y no mas aína por de otro del mismo nombre, á que yo mas me inclino por las razones que quedan puestas en otro lugar. En una aldea llamada Granátula, en tierra de Almagro, se ve una letra en una piedra berroqueña, en que se dice que el obispo Amador falleció el año 614, y que es el segundo año del reinado de Sisebuto, punto fijo y muy á propósito para averiguar el tiempo en que este Rey comenzó á reinar. Entiéndese que aquella piedra se trajo de las ruinas del antiguo Oreto, que estaba de allí distante solo por espacio de media legua. No salieron vanas las esperanzas que comunmente tenian concebidas de las virtudes de Sisebuto, porque en breve sosegó y sujetó los asturianos y los de la Rioja, ca por estar tan lejos y por la aspereza y fortaleza de aquellos lugares andaban alborotados sin querer reconocer obediencia al nuevo Rey. Para la una guerra y para la otra se sirvió de Flavio Suintila, hijo del buen rey Recaredo y mozo de mucho valor; escalon para poco despues subir al reino de los godos. Concluido esto, el mismo Rey, con nuevas levas de gente que hizo por todo su estado, engrosó el ejército de Suintila con intento de ir en persona contra los romanos, que todavía en España conservaban alguna parte, como se entiende, hácia el estrecho de Cádiz y á las riberas del mar Océano, parte de la Andalucía y de lo que hoy se llama Portugal. Eutró pues por aquellas tierras, venció y desbarató en batalla dos veces á los contrarios, con que les quitó no pocas ciudades y las redujo á su obediencia, de guisa que apenas quedó á los romanos palmo de tierra en España. Lo que mas es de loar fué que usó de la victoria con clemencia, porque dió libertad á gran número de cautivos que prendieron los soldados, teniendo respeto á que eran católicos; y para que su gente no quedase desabrida, mandó que de sus tesoros se pagase á sus dueños el rescate. Cesario, patricio, por el imperio puesto en el gobierno de España, movido de la benignidad del rey Sisebuto y perdida la esperanza de poder resistir á sus fuerzas por estar tan léjos el emperador Heraclio, que á la sazon imperaba, acometió á mover tratos de paz con los godos. Ofrecióse para esto una buena, aunque ligera ocasion, y fué que Cecilio, obispo mentesano, con deseo de vida mas sosegada, desamparada la administracion de su iglesia, se retiró en cierto monasterio, que debia estar en el distrito de los romanos. Citóle el Rey para que diese razon de lo que habia hecho y estuviese á juicio. Cesario, sin embargo que los suyos se lo contradecian y afeaban, dió órden que fuese llevado al Rey por Ausemundo, su embajador, al cual demás desto encargó, si hallase coyuntura, que moviese tratos de paz. Escribió con él sus carlas en este propósito, en que despues de saludar al Rey pretende inclinalle á concierto y á tener compasion de la sangre inocente de los cristianos derramada en tanta abundancia, que los campos de España como con lluvias estaban della cubiertos y empantanados. Dice que le envia el obispo Cecilio con deseo de hacerle en esto servicio agradable; y en señal de amor un arco, dádiva pequeña si se mirase por sí misma, pero grande si consideraba la voluntad con que le enviaba. Fué esta embajada agradable á Sisebuto, ca tambien de su parte se inclinaba á la paz, y con este intento despacho un embajador suyo llamado Teodorico con cartas para Cesario. El, junto con otros embajadores suyos, le envió al

« AnteriorContinuar »