Imágenes de páginas
PDF
EPUB
[ocr errors][ocr errors]

emperador Heraclio para que confirmase las condiciones que entre los dos capitularon. Era este Emperador muy dado á la vanidad de la astrología judiciaria. Avisábanle que su imperio y los cristianos corrian gran peligro de parte de la gente circuncidada. Lo que debiera entender de los sarracenos y moros lo entendia de los judíos; así, dió en perseguir aquella nacion por todas las vias y maneras á él posibles. Lo primero echó á todos los judíos de las provincias del imperio, despues con la ocasion desta embajada que le enviaron de España, desque fácilmente vino en todo lo que tenian concertado, trató muy de veras con el embajador Teodorico hiciese con su señor que desterrase á todos los judíos de España como gente perjudicial á todos los estados, que él mismo los alanzara de sus tierras, y que con ninguna cosa le podrian mas ganar la voluntad. Aceptó este consejo Sisebuto, yaun pasó mas adelante, porque, no solamente los judíos fueron echados de España y de todo el señorio de los godos, que era lo que pedia el Emperador, sino tambien con amenazas y por fuerza los apremiaron para que se bautizasen, cosa ilícita y vedada entre los cristianos que á ninguno se haga fuerza para que lo sea contra su voluntad; y aun entonces esta determinacion de Sisebuto tan arrojada no contentó á los mas prudentes, como lo testifica san Isidoro. Entre las leyes de los godos que llaman el Fuero Juzgo se leen dos en este propósito, que promulgó Sisebuto el cuarto año de su reinado. Andaban las cosas revueltas, y así, no era maravilla se errase, porque el Rey se hizo juez de lo que se debiera determinar por parecer de los prelados; como sea así que á los reyes incumba el cuidado de las leyes y gobierno seglar, lo que toca á la religion y el gobierno espiritual á los eclesiásticos. Mas á la verdad los ímpetus y antojos de los príncipes son grandes, y muchas veces los obispos disimulan en lo que no pueden remediar. Publicado este decreto, gran número de judíos se bautizó, algunos de corazon, los mas fingidamente y por acomodarse al tiempo; no pocos se salieron de España y se pasaron á aquella parte de la Gallia que estaba en poder de los francos, de do no mucho despues fueron tambien echados con los demás judíos naturales de Francia por edicto del rey Dagoberto y á persuasion del mismo emperador Heraclio. Fué así, que de Francia fueron á Constantinopla dos embajadores llamados Servacio y Paterno, con quien el Emperador tuvo la misma plática que tuviera con Teodorico, y les persuadió se hiciese en Francia lo que en las demás provincias ejecutaban. Publicóse pues un edicto en Francia en que so pena de la vida se mandaba que dentro de cierto tiempo ninguno estuviese en ella que no fuese cristiano. Muchos quisieron mas ir desterrados; los otros ó fingidamente por acomodarse al tiempo ó de verdad profesaron la religion cristiana. Por esta manera la divina justicia con nuevos castigos por estos tiempos trabajaba y afligia aquella nacion malvada en pena de la sangre de Cristo, hijo de Dios, que tan sin culpa derramaron. Pero dejemos lo de fuera. En España el Rey, usando de la libertad ya dicha, depuso á Eusebio, obispo de Barcelona, y hizo poner otro en su lugar, como se entiende por las mismas cartas suyas. La causa que se alegaba fué que en el teatro los farsantes representaron algunas cosas tomadas de la vana supersticion de los dioses que ofendian las orejas cristianas.

Esta pareció por entonces culpa bastante, por haberlo el Obispo permitido, para despojarle de su iglesia. El desórden fué que el Rey por su autoridad pasase tan adelante; por cuya diligencia demás desto en Sevilla el año seteno de su reinado se juntaron ocho obispos. Presidió en este Concilio san Isidoro. Los padres en esta junta reprobaron la secta de los acéfalos, herejía. condenada al tiempo pasado en el oriente, pero que comenzaba á brotar en España por los embustes y engaños de cierto obispo venido de la Suria, que fué convencido de su error y forzado á hacer dél pública abjuracion. Demás desto, en el mismo Concilio señalaron los términos y aledaños á las diócesis de los obispados particulares sobre que tenian diferencia. A las monjas fué vedado hablar con hombres, sin exceptar á la misma abadesa, á la cual mandaron no hablase con alguno de los monjes fuera del abad y del monje que tenia cuidado de las religiosas; y aun con estos no sin testigos, y solamente de cosas santas y espirituales. Hallóse en este Concilio junto con los obispos el rector de las cosas públicas, por nombre Sisiselo, que así se han de emendar los libros ordinarios, donde se lee Sisebuto diferentemente de como está en los códices mas antiguos de mano. Estaba el Rey ocupado en estos y semejantes negocios cuando le sobrevino la muerte, año de nuestra salvacion de 621; reinó ocho años, seis meses y diez y seis dias. Muchas cosas se dijeron de la ocasion de su muerte; unos que los médicos le dieron una purga, aunque buena, pero en mayor cantidad de lo que debieron; otros que en lugar de purga le dieron de propósito yerbas; la verdad es que en las muertes de grandes príncipes de ordinario se suelen levantar y creer muchas mentiras con pequeño fundamento, principalmente de los que por su buen gobierno y aventajadas partes fueron muy amados de sus súbditos. Hizose el enterramiento y honras como convenia á Príncipe tan grande; muchas lágrimas se derramaron, muestra de la muchia voluntad que todos comunmente le tenian. En la vega de Toledo junto á la ribera de Tajo hay un tempio de Santa Leocadia muy viejo y que amenaza ruina; dícese vulgarmente, y así se entiende, que le edificó Sisebuto; de labor muy prima y muy costosa. El arzobispo don Rodrigo testifica que Sisebuto edificó en Toledo un templo con advocacion de Santa Leocadia; la fábrica que hoy se ve no es la que hizo Sisebuto, sino el arzobispo de Toledo don Juan el Tercero; despues que aquella ciudad se tornó á recobrar de moros levantó aquel edificio. Demás desto, testifican que por órden deste Rey los godos usaron de armadas por la mar, y esto para que, pues hasta entonces ganaran gran honra por tierra, se enseñoreasen del mar; ca es cosa cierta que la tierra se rinde al que señorea el mar, que fué parecer de Temístocles. Por ventura tambien pretendian pasar con sus conquistas en Africa por hallarse señores casi de toda la España. Algunos historiadores nuestros dicen que Mahoma, fundador de aquella nueva y perjudicial secta, despues que tuvo sujetas la Asia y la Africa, pasó últimamente en España, y que por autoridad y temor de san Isidoro se huyó de Córdoba; cuento mal forjado que, ni se debe creer, ni concierta con la razon de los tiempos, ni viene bien con lo que las historias extranjeras afirman, y así se debe desechar como cosa vana y fabulosa. Lo cierto es que por la muerte de Sisebuto

sucedió en el reino su hijo Recaredo, mozo de poca edad y de fuerzas no bastantes para peso tan grande. Reinó solos tres meses, y pasados falleció sin que dél se sepa otra cosa.

CAPITULO IV.

De los reyes Suintila y Rechimiro.

Por la muerte destos dos reyes padre y hijo los grandes del reino nombraron por sucesor á Suintila, persona que en las guerras pasadas habia dado muestra de valor y partes bastantes para el gobierno, además que la memoria de su padre le hacia bienquisto con todos, y hizo mucho al caso para que le tuviesen por digno de aquella dignidad y grandeza. Era persona de mucho ánimo y no de menor prudencia; ni con los trabajos se cansaba el cuerpo, ni con los cuidados su corazon se enflaquecia. Su liberalidad fué tan grande para con los necesitados, que vulgarmente le llamaban padre de los pobres. Los de Navarra, gente feroz y bárbara, con ocasion de la mudanza en el gobierno de nuevo se alborotaron, y tomadas las armas, ponian á fuego y á sangre las tierras de la provincia tarraconense; acudió el nuevo Rey con presteza, y con sola su presencia, por la memoria de las victorias pasadas, hizo que se le sujetasen y rindiesen. Perdonólos, pero con condicion que á su costa edificasen una ciudad llamada Ologito, como baluarte y fuerza que los enfrenase y tuviese á raya para que no acometiesen novedades tantas veces, pues les estaba mejor carecer de la libertad, de que usaban mal. Esta ciudad piensan algunos sea la villa que hoy en aquel reino se llama Olite, mas por la semejanza del nombre que por otra razon que haya para decillo, conjetura que suele enganar á las veces. Concluida esta guerra, los romanos que en España quedaban y mas confiaban en el asiento que tenian puesto con los godos que en sus fuerzas, úllimamente fueron constreñidos á salirse de toda España, donde por mas de setenta años á las riberas del uno y del otro mar habian poseido parte de lo que hoy es Portugal y de la Andalucía, bien que muchas veces se extendian ó estrechaban sus términos, conforme á como las cosas sucedian. Algunos entienden que por esta causa los godos fortificaron la ciudad de Ebora para que sirviese de frontera contra los romanos. Dan desto muestra dos torres fuertes y de buena estofa, que comunmente dicen por tradicion las edificó el rey Sisebuto, es á saber, para reprimir las entradas que los romanos por aquella parte hacian en las tierras de los godos. Conserváronse los romanos por tan largo tiempo en aquellas partes tan estrechas de España, á lo que se entiende, por estar Africa tan cerca para fácilmente ser socorridos; y al presente, por faltarles esta ayuda á causa de la cruel guerra que el falso profeta Mahoma y los que le seguian hacian por aquellas partes, fueron vencidos y echados de España. Tenian los romanos dividido aquel gobierno en dos partes, y puestos en España dos patricios. Destos al uno con buena industria y maña granjeó el Rey, al otro venció con las armas, y á entrambos los redujo en su poder. A todas estas cosas tan señaladas dió fin el rey Suintila dentro del quinto año de su reinado, que se contaba del nacimiento de Cristo 626. En el cual año, con intento de asegurar la sucesion del reino y hacer que quedase en

y

su casa, declaró por su compañero á Rechimiro, su hijo, mozo que, aunque era de pequeña y tierna edad, con su buen natural daba muestras que imitaria las virtudes de su padre y de su abuelo. Todo esto no fué bastante para que los godos no se desabriesen, ca llevaban muy mal que con este artificio se heredase la majestad real, que antes se acostumbraba dar por voto de los grandes del reino; y es cosa averiguada que desde este tiempo el que poco antes era acatado de todos y temido vino á ser tenido en poco, de tal suerte, que no sosegaron hasta tanto que derribaron de la cumbre del reino á Suintila y á su hijo; que debió de ser la causa porque san Isidoro en la Historia de los godos, con que llegó hasta este año, no pasase adelante con su cuento, por hacérsele, como yo pienso, de mal de poner por escrito las afrentas y desastre de aquel Rey, poco antes muy señalado y deudo suyo, y por no dejar memoria de las alteraciones, traiciones y malos tratos que en este caso sucedieron. Lo que principalmente en Suintila se reprehende fué que, despues de tantas victorias y de estar España toda sosegada y en paz, se dió á vicios y deleites; en que se muestra claramente cuánto es mas dificultoso al que tiene mando libertad para hacer lo que quiere vencerse á sí mismo y á sus pasiones en tiempo de paz que en el de la guerra con las armas sujetar á sus enemigos. Teodora, su mujer, que algunos sospechan fué hija del rey Sisebuto, y Geila ó Agilano, su hermano, á quien babia entregado el gobierno así de su persona como del reino, con sus malos términos fueron ocasion en gran parte del odio que contra él se levantó, y despertaron contra él gran parte de los enemigos, que al fin le echaron por tierra y prevalecieron. Presidia á la suzon en la iglesia de Toledo Helladio, sucesor de Aurasio, varon de señalada prudencia, modestia y erudicion, muy libre de toda avaricia, constante y para mucho trabajo. Fué los años pasados rector de las cosas públicas, que era en lo seglar el mayor cargo de los godos. Dejó el oficio con deseo de seguir vida mas perfecta, y tomó en Toledo el hábito de monje en el monasterio agaliense, y en él en breye llegó á ser abad; dende por órden del rey Sisebuto pasó á ser arzobispo de Toledo. Tuvo por dicípulo al glorioso san Illefonso, cosa que le dió no menos renombre que sus mismas virtudes, aunque fueron grandes. El mismo le ordenó de diácono, y adelante le sucedió, así en la abadía como en el arzobispado. Parece que la alteracion de los tiempos y pena que Helladio recibió por las revueltas que resultaron fueron ocasion de su muerte, porque al mismo tiempo que Suintila por traicion de Sisenando fué despojado del reino, pasó desta vida. En cuyo lugar sucedió Justo, y por algun tiempo presidió en aquella iglesia. La caida del rey Suintila fué desta manera. Era Sisenando hombre de gran corazon, muy poderoso por las riquezas que tenia, diestro y ejercitado en las cosas de la guerra. Parecióle que el aborrecimiento que comunmente tenian al rey Suintila le presentaba buena ocasion y le abria camino para quitarle la corona. Las fuerzas que tenia no eran bastantes para cosa tan grande. Acudió al rey Dagoberto de Francia. Persuadióle le ayudase con sus fuerzas, avisóle que las voluntades de los naturales estaban de su parte, solo recelaban comenzar cosa tan grande sin tener secorros de otra parte; que

Suintila debajo de nombre de rey era muy cruel tirano, ejecutivo, sujeto á todos los vicios y fealdades, monstruo compuesto de aficiones y codicias entre sí contrarias y repugnantes. Tomado asiento con el Francés, Abundaucio y Venerando, capitanes franceses, con gente de Borgoña se metieron por España y llegaron á Zaragoza. Los grandes, que hasta entonces se recelaban y temian, se declararon, y tomadas las armas, no pararon hasta echar del reino á Suintila con su mujer y hijo Rechimiro. Esto se tiene por mas cierto que lo que otros dicen, es á saber, que el rey Suintila y su hijo fallecieron de enfermedad en Toledo, porque del Concilio cuarto toledano y de lo que en él se refiere parece lo contrario; y aun dél se entiende tambien que Agilano, hermano del rey Suintila, entre los demás se arrimó á Sisenando y siguió su partido, si bien la amistad no le duró mucho. De las historias francesas se ve que al rey Dagoberto dieron los nuestros, por ventura á cuenta de los gastos de la guerra, diez libras de oro, que él aplicó para acabar la fábrica de San Dionisio, templo muy sumptuoso y grande junto á Paris y obra del rey Dagoberto. Floreció por este tiempo Juan, obispo de Zaragoza, sucesor de Máximo. Fué muy señalado así bien en la bondad de su vida y liberalidad con los pobres como en la erudicion y letras, de que da testimonio un libro que dejó escrito en razon de cómo se debia celebrar la Pascua. Por el mismo tiempo fueron en España personas de cuenta Vincencio y Ramiro. Vicencio fué abad en San Claudio de Leon, do por defender la religion católica fué muerto por los arrianos, secta que parecia estar ya acabada; su cuerpo en la destruicion de España llevaron á la ciudad de Oviedo. Ramiro fué monje en el mismo monasterio de Leon, y al lado del altar mayor en propia y particular capilla están sus huesos guardados y reverenciados del pueblo. Reinó Suintila diez años; despojáronle del reino año del Señor de 631.

CAPITULO V.

Del rey Sisenando.

Luego que Sisenando salió con lo que pretendia y se vi hecho rey de los godos, como persona discreta advirtió que, por estar los naturales divididos en parcialidades y quedar todavía muchos aficionados al partido contrario, corria peligro de perder en breve lo ganado si no buscaba alguna traza para acudir á este peligro. Parecióle que el mejor camino seria ayudarse de la religion y del brazo eclesiástico, capa con que muchas veces se suelen cubrir los príncipes y aun solaparse grandes engaños. Juntó de todo su señorío como setenta obispos en Toledo con voz de reformar las costumbres de los eclesiásticos, por las revueltas de los tiempos muy estragadas; mas su principal intento era procurar que el rey Suintila fuese condenado por los padres como indigno de la corona, para que los que le seguian y de secreto le eran aficionados, mudado parecer, sosegasen. Túvose la primera junta en la iglesia de Santa Leocadia á 5 de diciembre, año de 634, es á saber, el tercero del reinado del mismo Sisenando. Hallóse el Rey en la junta, y puesto de rodillas con muestra de mucha humildad, con sollozos y lágrimas que de su pecho y sus ojos despedia en abundancia, pidió

á los padres le encomendasen á la divina Majestad para que ayudase sus intentos; que el fin para que se juntaran era la reformacion de la diciplina eclesiástica y de las costumbres; que era justo acudiesen á negocio tan importante. Animáronse los obispos con las buenas palabras del Rey, publicaron decretos muy importantes, y en particular señalaron la forma y ceremonias con que se deben celebrar los concilios provinciales, que mandaban se juntasen cada un año. Las cabezas principales de los decretos son estas. Los padres en los asientos y en el votar guarden la antigüedad de su consagracion. Con su voluntad sean admitidos al concilio los grandes que pareciere se deben en él hallar. Muy de mañana se cierren las puertas del templo en que se tiene la junta, fuera de una por donde entren los padres, con su guarda de porteros. El metropolitano proponga los puntos de que en el concilio se ha de tratar. Las causas particulares proponga el arcediano. Haya en España un Misal y un Breviario. (El cuidado de hacer esto se encomendó á san Isidoro, que tuvo el primer lugar en este Concilio; de aquí resultó que comumente el Misal y Breviario de los mozárabes se atribuyen á san Isidoro, dado que san Leandro compuso muchas cosas delio, y con el tiempo se añadieron muchas mas.) Antes de la Epifanía resuelvan los sacerdotes entre sí en qué dia de aquel año se ha de celebrar la Pascua, y dello los metropolitanos por sus cartas dén aviso á las iglesias de su provincia. El Apocalipsi de san Juan Evangelista se cuente entre los libros canónicos. Las iglesias de Galicia en la bendicion del cirio Pascual, en las ceremonias y oraciones se conformen con las demás de España. Ninguno se ordene de obispo ni do presbítero que no sea de treinta años y tenga aprobacion del pueblo. Los judíos en adelante no sean forzados á bautizarse. Los que forzados del rey Sisebuto se bautizaron perseveren en la fe que profesaron. Los judíos y los que dellos decienden no puedan tener públicos oficios y magistrados. Los clérigos no corten el cabello, solo en lo mas alto de la cabeza, que deben afeitarla toda; pero de guisa que los cabellos queden en forma de corona. Ninguno se apodere del reino sino fuere por voto de los grandes y prelados. El juramento hecho al Rey no sea quebrantado. Los reyes del poder que les ha sido dado para el bien comun no abusen para hacerse tiranos. Suintila, su mujer y hijos y su hermano sean descomulgados por los males que cometieron en el tiempo que tuvieron el mando. Lo que se pretendia con este decreto, y á que todo lo demás se enderezaba, era asegurar en el reino á Sisenando, y junto con esto para lo de adelante dar aviso que ninguno imitase ni se atreviese á hacer locuras semejantes. Decreto en que parece tener alguna muestra de aspereza extender el castigo á los hijos del Rey, á quien debia excusar la inocencia de su edad. Pero fué costumbre de los antiguos usada de todas las naciones, que a veces los hijos seau castigados por los padres; y esto á propósito que el mucho amor que les tienen enfrene á los que de su particular interés no harian caso. Firmaron las acciones y decretos del Concilio todos los obispos. Los metropolitanos por este órden: Isidoro, arzobispo de Sevilla; Selva, de Narbona; Stefano, de Mérida, sucesor de Mausona; Inocencio y Renovato, que por este órden le precedieron en aquella iglesia. En cuarto lugar firmó Justo,

prelado de Toledo; en el quinto Juliano, de Braga; y en el postrero Audax, de Tarragona. De los demás prelados y del órden que guardaron no hay que hacer mencion en este lugar. Solo de Justo, arzobispo de Toledo, quiero añadir que, segun parece, era persona suelta de lengua y maldiciente, tanto, que en todas sus pláticas acostumbraba á reprehender y murmurar de todo lo que Helladio, su predecesor, habia hecho; la condicion tuvo tan áspera, que sus mismos clérigos por esta causa le ahogaron en su lecho despues que en aquella iglesia presidió por espacio de tres años. Quién dice que el Justo á quien mataron sus clérigos fué diferente del que fué arzobispo de Toledo. Entre las firmas de los otros obispos está la de Pimenio, obispo que se llama de Asidonia, cuyo nombre hasta el dia de hoy se lee en Medinasidonia en la iglesia de Santiago, grabado en una piedra, y en otra iglesia de San Ambrosio que está á la ribera del mar como media legua de Bejer de la Miel; por donde se entiende que debió consagrara quellas dos iglesias. Demás de lo dicho, personas eruditas y diligentes son de parecer que el libro de las leyes góticas, llamado vulgarmente el Fuero Juzgo, se publicó en este concilio de Toledo, y que su autor principal fué san Isidoro : concuerdan muchos códices antiguos destas leyes que tienen al principio escrito como en el Concilio toledano cuarto, que fué este, se ordenaron y publicaron aquellas leyes. Otros pretenden que Egica, uno de los prostreros reyes godos, hizo esta diligencia. Muévense á sentir esto por las muchas leyes que hay en aquel volúmen de los reyes que adelante vivieron y reinaron. Puede ser, y es muy probable, que al principio aquel libro fué pequeño, despues con el tiempo se le añadieron las leyes de los otros reyes como se iban haciendo. Por conclusion, una fórmula que anda impresa de cómo se han de celebrar los concilios ordinariamente se atribuye á san Isidoro; mas algunos entienden que adelante alguna persona la forjó de lo que en esta razon se determinó en este Concilio y de otras muchas cosas que juntó, tomadas de otros concilios; y que para darle mayor autoridad y crédito la publicó en nombre de san Isidoro, como autor tan grave, y que en particular tuvo el primer lugar en este concilio de Toledo. Todo pudo ser; el juicio desto quedará libre al lector; el nuestro es que las razones que se alegan por la una 'y por la otra parte ni concluyen que la dicha fórmula sea de san Isidoro ni tampoco lo contrario.

CAPITULO VI.

Del rey Chintila.

Casí por el mismo tiempo que Justo, arzobispo de Toledo, falleció de la manera que ello haya sido, el rey Sisenando pasó desta vida; murió de su enfermedad en Toledo veinte dias despues el año del Señor de 635; reinó tres años, once meses y diez y seis dias. Acudieron los grandes y prelados, conforme á la órden que se dió en el Concilio pasado, para elegir sucesor. Regularon los votos, salió nombrado Chintila y elegido por rey. En lugar del arzobispo Justo sucedió Eugenio, segundo deste nombre, varon esclarecido, así por sus virtudes como conocido por la estrecha amistad que tuvo con san Isidoro, arzobispo de Sevilla; al cual, como Eugenio por

sus cartas preguntase si el inferior puede absolver de la sentencia y censura fulminada por el superior, y si los apóstoles todos fueron de igual poder, respondió en una carta que por ser muy memorable me pareció poner aquí. Dice pues: «Al carísimo y excelente en virtudes >> Eugenio, obispo, Isidoro. Recebí la carta de vuestra »santidad, que trajo el mensajero Verecundo. Dimos » gracias al Criador de todas las cosas porque se digna » conservar para bien de su Iglesia en salud vuestro » cuerpo y alma. Para satisfacer conforme á nuestras » fuerzas á vuestras preguntas pedimos que por los su» fragios de vuestras oraciones seamos del Señor libra>> dos de las miserias que nos afligen. Cuanto a las pre» guntas que vuestra venerable paternidad, dado que » no ignora la verdad, quiere que responda, digo que » el menor, fuera del artículo de la muerte, no puedo » desatar el vínculo de la sentencia dada por el superior; »antes al contrario, el superior, conforme á derecho, po» drá revocar la del inferior, como los padres ortodoxos " por autoridad sin duda del Espíritu Santo lo tienen de» terminado; que decir ó hacer al contrario, como vues>> tra prudencia lo entiende, seria cosa de mal ejemplo, »es á saber, gloriarse la segur contra el que corta con » ella. En lo de la igualdad de los apóstoles, Pedro so aventajó á los demás, que mereció oir del Señor: Tú >> eres Pedro, etc., y no de otro alguno, sino del mismo » Hijo de Dios y de la Vírgen, recibió el primero la hon» ra del pontificado. A él tambien despues de la resur»reccion del Hijo de Dios fué dicho por él mismo: Apa>>cienta mis corderos; entendiendo por nombre de cor» deros los prelados de las iglesias, cuya dignidad y » poderío, dudo que pasó á todos los obispos católicos, » especialmente reside para siempre por singular privile» gio en el de Roma, como cabeza mas alta que los otros » miembros. Cualquiera pues que no le prestare con >> reverencia la debida obediencia, apartado de la cabe»za, se muestra ser caido en el acefalismo. Doctrina » que la santa Iglesia aprueba y guarda como artículo » defe, lo cual quien no creyere fiel y firmemente no po» drá ser salvo, como lo dice san Atanasio hablando de » la fe de la Santa Trinidad. Estas cosas brevemente he » respondido á vuestra dulcísima caridad sin ser mas » largo; pues, como dice el filósofo, al sabio poco lo » basta. Dios os guarde. » Un pedazo desta carta engirió don Lucas de Tuy poco menos ha de cuatrocientos años en una disputa docta y elegante que hizo contra la secta de los albigenses, que se derramaba y cundia por España. Volvamos al rey Chintila, de quien algunos sienten fué hermano carnal del rey Sisenando y padre de ambos Suintila. En contrario desto hace que en el cuarto Concilio toledano se dicen muchos baldones contra Suintila, que no parece sufriera ninguno de sus hijos que en su presencia maltrataran de aquella suerte á su padre; conjetura á mi ver bastante. La verdad es que luego que el rey Chintila se encargó del gobierno, sea por miedo de alguna revuelta, sea por imitar el ejemplo de su predecesor, hizo que se juntase un nuevo concilio de obispos en Toledo á proposito que por su voto los padres confirmasen su eleccion. Era cosa muy larga esperar que todos los prelados de aquel reino se juntasen. Acudieron sin dilacion veinte y dos obispos, casi todos de la provincia cartaginense, que fué el primer año del reinado de Chintila, y del nacimiento de Cristo se cont ban 636.

Hízose la junta en la iglesia de Santa Leocadia, en que se ordenaron algunas leyes. La primera contiene que cada un año á 13 de diciembre por espacio de tres dias se hagan las letanías. Habia costumbre de muy antiguo que antes de la Ascension se hiciesen estas procesiones por los frutos de la tierra. Mamerco, obispo de Viena, en cierta plaga, es á saber, que los lobos en aquella tierra rabiaban y hacian mucho daño, por estar olvidada la renovó como docientos años antes deste tiempo, y aun añadió de nuevo el ayuno y nuevas rogativas, todo lo cual se introdujo en las demás partes de la Iglesia. Gregorio Magno asimismo los años pasados, por causa de cierta peste que anduvo en Roma muy grave, ordenó que el dia de san Marcos se hiciesen las, letanías; lo uno y lo otro se guarda do quiera todos los años. En España, en particular en el Concilio gerundense se aprobó y recibió todo lo que está dicho; mas en este Concilio fué tan grande la devocion y celo de los padres, que con un nuevo decreto mandaron se hiciesen las dichas letanías el mes de diciembre, no con intento de alcanzar alguna merced ni de librarse de algun temporal, sino para aplacar á Dios y alcanzar perdon de los pecados, que eran muchos y muy graves. Verdad es que estas letanías se han dejado, y ya en ninguna parte se hacen. Los demás decretos deste, Concilio son de poca consideracion. Enderézanse á confirmar la eleccion del rey Chintila y amparar á sus hijos, que aun despues de la muerte de su padre mandan ninguno se atreva á hacerles agravio ni demasía. En particular para reprimir la ambicion se ordena, so pena de excomunion, que ninguno se apodere del reino sino fucre elegido por votos libres, y que se dé solamente á los que descendian de la antigua nobleza y alcuña de los godos. Que ninguno se atreva á negociar los votos antes de la muerte del Rey, por ser lo contrario ocasion de alteraciones y aleves. En este Concilio, que entre los toledanos es el quinto, tuvo el primer lugar Eugenio, arzobispo de Toledo, que firmó los decretos del Concilio por estas palabras: Yo Eugenio, por la misericordia de Dios, obispo metropolitano de la iglesia de Toledo, de la provincia cartaginense, consintiendo firmé estos comunes decretos. Despues dél se sigue Tonancio, obispo de Palencia, como se lee en los códices muy antiguos, y por su órden los demás obispos. Para que estos decretos tuviesen mas fuerza y fuesen recebidos de todo el reino, el año luego siguiente á instancia del Rey se juntaron en Toledo pasados de cincuenta obispos, todos del señorío de los godos. Celebróse el Concilio, que fué el sexto entre los de Toledo, en Santa Leocadia la Pretoriense, que algunos entienden fué la iglesia desta Santa que está junto al alcázar llamado en latin Pretorio, y en su vejez muestra rastros de su antiguo primor y grandeza. Otros quieren que la iglesia de Santa Leocadia la Pretoriense fuese la que está fuera de la ciudad, porque tambien las casas de campo se llaman pretorios. Demás que el alcázar entonces no estaba donde hoy. La verdad es que la junta se tuvo á 9 de enero, año del Señor de 637; en ella se ordenaron y publicaron diez y nueve decretos, que se enderezan parte á reformar la diciplina eclesiástica, parte á confirmar lo que acerca del Rey y de sus hijos se decretó en el Concilio pasado. Demás desto, ordenaron por decreto particular que no se diese la posesion del reino á nin

no antes que expresamente jurase que no daria favor en manera alguna á los judíos, ni aun permitiria que Alguno que no fuese cristiano pudiese vivir en el reino libremente. Halláronse en este Concilio los prelados Selva, de Narbona, Juliano, de Braga, Eugenio, de Toledo, Honorato, de Sevilla, sucesor de san Isidoro, que ya por estos tiempos era fallecido. Allende destos, Protasio, obispo de Valencia, y los demás prelados que firmaron por su órden. El que tuvo mas mano en la direccion de los negocios, y se entiende formó los decretos que en este Concilio se hicieron, fué Braulio, obispo de Zaragoza, que en aquella iglesia sucedió á su hermano Juan, como persona que se aventajaba á los demás en el ingenio, erudicion y letras. Demás desto, en nombre del Concilio escribió una carta á Honorio, á la sazon pontifice romano, para pedirle que con su autoridad aproba se lo que en el Concilio se decretara. Desta carta dice el arzobispo don Rodrigo era tan elegante en las palabras, tan llena de graves sentencias, el estilo tan concertado, que causó grande admiracion en Roma. La celebracion destos concilios fué la cosa mas memorable que se cuenta del rey Chintila; debió ser que por haber echado los enemigos de todo su señorío y estar el reino reposado y en paz no se ofrecieron guerras de consideracion, mayormente que la buena diligencia del Rey y la autoridad de los obispos tenian los naturales reprimidos para no mover alteraciones y alborotos. Falleció el rey Chintila año de nuestra salvacion de 639. Poseyó el reino tres años, ocho meses y nueve dias.

CAPITULO VII.

De la vida y muerte del bienaventurado san Isidoro.

Por el Concilio toledano sexto y por los obispos que en él se hallaron, como queda apuntado, se entiende que el bienaventurado san Isidoro á la sazon era pasado desta presente vida; y por lo que dél escribió san Illefonso en los Varones ilustres parece fué su muerte el año postrero del rey Sisenando, que se contaban del nacimiento de Cristo 635. Otros son de opinion que tuvo vida mas larga y llegó al tiempo del rey Chintila, cuyo reinado acabamos de tratar. Fué este insigne varon hermano de padre y madre de san Leandro, san Fulgencio y santa Florentina; otros tambien le señalan por hermana á Teodosia, madre de los reyes Hermenegildo y Recaredo. En los años y en la edad fué el menor entre todos sus hermanos; en la elocuencia, ingenio y doctrina se les aventajó grandemente, y en la grandeza del ánimo y de sus virtudes igualó á su padre Severiano, de quien algunos dicen fué duque de la provincia cartaginense. Dejó muchos libros escritos que dan bastante muestra de lo que queda dicho, cuya lista y catálogo san Illefonso y Braulio pusieron en la vida que deste Santo escribieron. Indicio y presagio de su grande elocuencia fué lo que escriben de un enjambre de abejas que volaban al rededor de la cuna y de la boca de san Isidoro siendo niño, cosa que ni se cree ni se dice sino de personas de gran cuenta. Verdad es que tambien refieren que en sus primeros años se mostró de ingenio rudo, lo cual, y juntamente el miedo del soberbio maestro que le enseñaba, fué ocasion que se salió y huyó de la casa de su padre. Andaba descarriado por los campos, cuando á la sazon advirtió en un pozo

« AnteriorContinuar »