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causa de la ociosidad y descuido muy grande de aquellos reyes, con que las fuerzas se enflaquecian y marchitaban, no de otra guisa que poco antes aconteciera en España. Pipino, el mas Viejo, y Cárlos, su hijo, bien que habido fuera de matrimonio, por su valor y esfuerzo en las arinas llamado por sobrenombre Martello, señores de lo que entonces Austrasia y al presente se dice Lorena, eran mayordomos de la casa real de Francia, y como tales gobernaban en paz y en guerra la república á su voluntad; camino que claramente se hacian, y escalon para apoderarse del reino y de la corona, cuyo nombre quedaba solamente á los que eran verdaderos reyes y naturales por ser del linaje y alcuna de Faramundo, primero rey de los francos. Grande era el odio que resultaba y el desgusto que por esta causa muchos recebian; llevaban mal que una casa en Francia y un linaje estuviese tan apoderado de todo, que pudiese mas que las leyes y que los reyes y toda la demás nobleza. Eudon, duque de Aquitania, hoy Guiena, era el principal que hacia rostro y contrastaba á los intentos de los austrasianos. Cada parte tenia sus valedores y allegados, con que toda aquella nacion y provincia estaba dividida en parcialidades y bandos. Lo que hace á nuestro propósito es que con la ocasion de estar los bárbaros ocupados en la guerra de Francia las reliquias de los godos que escaparon de aquel miserable naufragio de España, y reducidos á las Astúrias, Galicia y Vizcaya, tenian mas confianza en la aspereza de aquellas fraguras de montes que en las fuerzas, tuvieron lugar para tratar entre sí cómo podrian recobrar su antigua libertad. Quejábanse en secreto que sus hijos y mujeres, hechos esclavos, servian á la deshonestidad de sus señores. Que ellos mismos, llegados á lo último de la desventura, no solo padecian el público vasallaje, sino cada cual una miserable servidumbre. Todos los santuarios de España profanados, los templos de los santos, unos con el furor de la guerra quemados y abatidos, otros despues de la victoria servian á la torpeza de la supersticion mahometana, saqueados los ornamentos y preseas de las iglesias; rastros do quiera de una bárbara crueldad y fiereza. En Munuza, que era gobernador de Gijon, aunque puesto por los moros, de profesion cristiano, en quien fuera justo hallar algun reparo, no se via cosa de hombre fuera de la figura y aparencia, ni de cristiano mas del nombre y hábito exterior; que les seria mejor partido morir de una vez que sufrir cosas tan indignas y vida tan desgraciada. Ya no trataban de recobrar la antigua gloria en un punto escurecida, ni el imperio de su gente, que por permision de Dios era acabado; solo deseaban alguna manera de servidumbre tolerable y de vida no tan amarga como era la que padecian. Los que desto trataban tenian mas falta de caudillo que de fuerzas, el cual con el riesgo de su vida y con su ejemplo despertase á los demas cristianos de España y los animase para acometer cosa tan grande; porque, como suele el pueblo, todos blasonaban y hablaban atrevidamente, pero todos tambien rehusaban de entrar en el peligro y en la liza; el vigor y valor de los ánimos caido, la nobleza de los godos con las guerras por la mayor parte acabada. Solo el infante don Pelayo, como el que venia de la alcuña y sangre real de los godos, sin embargo de los trabajos

que habia padecido, resplandecia y se señalaba en valor y grandeza de ánimo, cosa que sabian muy bien los naturales; y aun los mismos que no le conocian, por la fama de sus proezas y de su esfuerzo, como suele acontecer, le imaginaban hombre de grande cuerpo y gentil presencia. Sucedió muy á propósito que desde Vizcaya, do estaba recogido despues del desastre de España, viniese á las Astúrias, no se sabe si llamado, si de su voluntad, por no faltar á la ocasion, si alguna se presentase, de ayudar á la patria comun. Por ventura tenian diferencias sobre el señorío de Vizcaya, ca tres duques de Vizcaya hallo en las memorias de aquel tiempo, Eudon, Pedro y don Pelayo. A la verdad luego que llegó á las Astúrias todos pusieron en él los ojos y la esperanza que se podria dar algun corte en tantos males y hallar algun remedio, si le pudiesen persuadir que se hiciese cabeza, y como tal se encargase del amparo y proteccion de los demás. A muchos atemorizaba la grandeza del peligro y hazaña que acometian con fuerzas tan flacas; parecia desatino sin mayor seguridad aventurarse de nuevo y exasperar las armas y los ánimos de los bárbaros; pero lo que rebusaban de hacer por miedo, cierto accidente lo trocó en necesidad. Tenia don Pelayo una hermana en edad muy florida, de hermosura extraordinaria. Deseaba grandemente Munuza, gobernador de Gijon, casar con aquella doncella; porque, como suelen los hombres bajos y que de presto suben, no sabia vencerse en la prosperidad, ni enfrenar el deseo deshonesto con la razon y virtud. No tenia alguna esperanza que don Pelayo vendria en lo que él tanto deseaba. Acordó con muestra de amistad enviarle á Córdoba sobre ciertos negocios al capitan Tarif, que aun no era pasado en Africa. Con la ausencia de don Pelayo fácilmente salió con su intento. Vuelto el hermano de la embajada y sabida la afrenta de su casa, cuán grave dolor recibiese y con cuántas llamas de ira se abrasase dentro de sí, cualquiera lo podrá entender por sí mismo. Dábale pena así la afrenta de su hermana como la deshonra de su casa; mas lo que sobre todo sentia era ver que en tiempo tan revuelto no podia satisfacerse de hombre tan poderoso, á cuyo cargo estaban las armas y soldados. Revolvia en su pensamiento diversas trazas; parecióle que seria la mejor, en tanto que se ofrecia alguna buena ocasion de vengarse, callar y disimular el dolor, y con mostrar que holgaba de lo hecho burlar un engaño con otro engaño. Con esta traza halló ocasion de recobrar su hermana, con que se huyó á los pueblos de Astúrias comarcanos, en que tenia gentes aficionadas y ganadas las voluntades de toda aquella comarca. Espantóse Munuza con la novedad de aquel caso; recelá base que de pequeños principios se podria encender grande llama; acordó de avisar á Tarif lo que pasaba. Despachó él sin dilacion desde Córdoba soldados que fácilmente hobieran á las manos á don Pelayo por no estar, bien apercebido de fuerzas, si avisado del peligro no escapara con presteza, y puestas las espuelas al caballo le hiciera pasar un rio que por allí pasaba, llamado Pionia, á la sazon muy crecido y arrebatado, cosa que le dió la vida; porque los contrarios que le seguian por la huella se quedaron burlados por no atreverse á hacer lo mismo ni estimar en tanto el pren

derle como el poner å riesgo tan manifiesto sus vidas. En el valle que hoy se llama Cangas, y entonces Canica, tocó tambor y levantó estandarte. Acudió de todas partes gente pobre y desterrada con esperanza de cobrar la libertad; tenian entendido que en breve vendria mayor golpe de soldados para atajar aquella rebelion. Muchos de su voluntad tomaron las armas por el gran deseo que tenian de hacer la guerra debajo de la conducta de don Pelayo por la salud de la patria y por el remedio de tantos males; algunos, por miedo que tenian á los enemigos, y por otra parte movidos de las amenazas de los suyos y por el peligro que corrian de ambas partes, ora venciesen los cristianos, ora fuesen vencidos, de ser saqueados y maltratados por los que quedasen con la victoria, forzados acudieron á don Pelayo; en particular los asturianos casi todos siguieron este partido. Juntó los principales de aquella nacion, amonestóles que con grande ánimo entrasen en aquella demanda antes que el señorío de los moros con la tardanza de todo punto se arraigase, que con la novedad andaba en balanzas. « Conviene, dice, usar de presteza y de valor para que los que tenemos la justicia de nuestra parte sobrepujemos á los contrarios con el esfuerzo. Cada cual de las ciudades tiene una pequeña guarnicion de moros; los moradores y ciudadanos son nuestros, y todos los hombres valientes de España desean emplearse en nuestra ayuda. No habrá alguno que merezca nombre de cristiano que no se venga luego á nuestro campo. Solo entretengamos á los enemigos un poco, y con corazones atrevidos avivemos la esperanza de recobrar la libertad, y la engendremos en los ánimos de nuestros hermanos. El ejército de los enemigos derramado por muchas partes y la fuerza de su campo está embarazada en Francia. Acudamos pues con esfuerzo y corazon, que está es buena ocasion para pelear por la antigua gloria de la guerra, por los altares y religion, por los hijos, mujeres, parientes y aliados que están puestos en una indigna y gravísima servidumbre. Pesada cosa es relatar sus ultrajes, nuestras miserias y peligros, y cosa muy vana encarecellas con palabras, derramar lágrimas, despedir sospiros. Lo que hace al caso es aplicar algun remedio á la enfermedad, dar muestra de vuestra nobleza, y acordaros que sois nacidos de la nobilisima sangre de los godos. La prosperidad y regalos nos enflaquecieron y hicieron caer en tantos males; las adversidades y trabajos nos aviven y nos despierten. Diréis que es cosa pesada acometer los peligros de la guerra; ¿cuánto mas pesado es que los hijos y mujeres, hechos esclavos, sirvan á la deshonestidad de los enemigos? ¡Oh grande y entrañable dolor, fortuna trabajosa y áspera, que vosotros mismos seais despojados de vuestras vidas y haciendas! Todo lo cual es forzoso que padezcan los vencidos. El amor de vuestras cosas particulares y el deseo del sosiego por ventura os entretiene. Engañaisos si pensais que los particulares se pueden conservar destruida y asolada la república; la fuerza desta llama, á la manera que el fuego de unas casas pasa á otras, lo consumirá todo sin dejar cosa alguna en pié. ¿ Poneis la confianza en la fortaleza y aspereza desta comarca? A los cobardes y ociosos ninguna cosa puede asegurar; y cuando los enemigos no nos acometiesen, ¿cómo podrá esta tier

ra estéril y menguada de todo sustentar tanta gente como se ha recogido á estas montañas? ¿El pequeño número de nuestros soldados os hace dudar? Pero debeisos acordar de los tiempos pasados y de los trances variables de las guerras, por donde podeis entender que no vencen los muchos, sino los esforzados. A Dios, al cual tenemos irritado antes de ahora, y al presente creemos está aplacado, fácil cosa es y aun muy usada deshacer gruesos ejércitos con las armas de pocos. ¿Teneis por mejor conformaros con el estado presente, y por acertado servir al enemigo con condiciones tolerables? Como si esta canalla infiel y desleal hiciese caso de conciertos, ó de gente bárbara se pueda esperar que será constante en sus promesas. ¿Pensais por ventura que tratamos con hombres crueles, y no antes con bestias fieras y salvajes? Por lo que á mí toca, estoy determinado con vuestra ayuda de acometer esta empresa y peligro, bien que muy grande, por el bien comun muy de buena gana; y en tanto que yo viviere, mostrarme enemigo no mas á estos bárbaros que á cualquiera de los nuestros que rehusare tomar las armas y ayudarnos en esta guerra sagrada, y no se determinare de vencer ó morir como bueno antes quo sufrir vida tan miserable, tan extrema afrenta y desventura. La grandeza de los castigos hará entender á los cobardes que no son los enemigos los que mas deben temer.» Entre tanto que don Pelayo decia estas palabras, los sollozos y gemidos de los que allí estaban eran tan grandes, que á las veces no le dejaban pasar adelante. Poníanseles delante los ojos las imágenes de los males presentes y de los que les amenazaban; el miedo era igual al dolor. Pero despues que algun tanto respiraron y concibieron dentro de sí alguna esperanza de mejor partido, todos se juramentaron y con grandes fuerzas se obligaron de hacer guerra á los moros, y sin excusar algun peligro ó trabajo ser los primeros á tomar las armas. Tratóse de nombrar cabeza, y por voto de todos señalaron al mismo don Pelayo por su capitan, y le alzaron por rey de España el año que se contaba de nuestra salvacion de 716; algunos á este número añaden dos años. Deste principio al mismo tiempo que la impiedad armada andaba suelta por toda España y el furor y atrevimiento por todas partes volaban casi sin alguna esperanza de remedio, un nuevo reino dichosamente y para siempre se fundó en España, y se levantó bandera para que los naturales afligidos y miserables tuviesen alguna esperanza de remedio; tanto importa á las veces no faltará la ocasion y aprovecharse con prudencia de lo que sucede acaso. Los gallegos y los vizcaínos, cuyas tierras baña el mar Océano por la parte de setentrion,' y á ejemplo de los asturianos en gran parte conservaban la libertad, fueron convidados a entrar en esta demanda. Lo mismo se hizo de secreto con las ciudades que estaban en poder de moros, que enviaron á requerillas y conjurallas no faltasen á la causa comun, antes con obras y con consejo ayudasen á sus intentos. Algunos de los lugares comarcanos acudieron al campo de don Pelayo, determinados de aventurarse de nuevo y ponerse al riesgo y al trabajo. Pero los mas por menosprecio del nuevo Rey y por miedo de ma yor mal se quedaron en sus casas; querian mas estar á la mira y aconsejarse con el tiempo que hacerse parte

en negocio tan dudoso. Bien entendia don Pelayo de cuánta importancia para todo serian los principios de su reinado. Así, con deseo de acreditarse corria las fronteras de los moros, acudia á todas partes, robaba, cautivaba y mataba; por otra parte visitaba los pueblos de las Astúrias, y con su presencia y palabras levantaba á los dudosos, animaba á los esforzados. Demás desto, con grande diligencia se apercebia de todo lo necesario y lo juntaba de todas partes, sin perdonar á trabajo alguno, á trueque de autorizar su nuevo reino entre los suyos y atemorizar á los bárbaros, ca sabia acudirian luego á apagar aquel fuego. Tenia vigor y valor, la edad era á propósito para sufrir trabajos, la presencia y traza del cuerpo no por el arreo vistosa, sino por sí misma varonil verdaderamente y de soldado.

CAPITULO II.

Cómo los moros fueron por don Pelayo vencidos. Entre los demás capitanes que vinieron con Tarif á la conquista de España, uno de los mas señalados fué Alcama, maestro de la milicia morisca, que era como al presente coronel ó maestre de campo. Este, sabidas las alteraciones de las Astúrias, acudió prestamente desde Córdoba para reprimir los principios de aquel levantamiento, con recelo que con la tardanza no tomase fuerza aquel atrevimiento y el remedio se hiciese mas dificultoso. Seguia á Alcama un grueso ejército compuesto de moros y de cristianos; llevó en su compañía á don Oppas, prelado de Sevilla, para ayudarse de su autoridad y de la amistad y deudo que tenia con don Pélayo, para reducirle á mejor partido y para que con su prudencia y buena maña diese á entender á los que locamente andaban alterados que todo atrevimiento es vano cuando le faltan las fuerzas ; que los desvaríos en materia semejante son perjudiciales, y los varones prudentes cuando acometen alguna empresa deben poner los ojos en la salida y en el remate; si Munuza ó algun otro gobernador los tenia agraviados, mas acertado era alegar de su justicia delante de los moros, que nunca dejaban de hacer razon á quien la pedia; tomar las armas y fuera de propósito usar de fuerza, el intentarlo era locura, y el remate seria sin duda para todos miserable. Con el aviso de que venia Alcama los soldados cristianos se atemorizaron grandemente; y como suele acontecer, los que mas blasonaban antes del peligro y mas desgarros decian, al tiempo del menester se mostraban mas cobardes. La memoria de las cosas pasadas y la perpetua felicidad de los bárbaros los amedrentaban, y á manera de esclavos, parecia que apenas podrian sufrir la vista de los enemigos. Grande era el peligro en que todas las cosas se hallaban. El socorro de Dios y de los santos abogados de España, el esfuerzo y prudencia de don Pelayo ampararon á los que estaban faltos de ayuda, fuerzas y consejo. Fuera locura hacer rostro y contrastar con aquella gente desarmada y ciscada de miedo al enemigo feroz y espantable por tantas victorias como tenia ganadas. Por esto don Pelayo repartió los demás soldados por los lugares comarcanos, y él con mil que escogió de toda la masa se encerró en una cueva ancha y espaciosa del monte Aùseva, que lioy se llama la cueva de Santa Maria de Co

y

vadonga. Apercibióse de provision para muchos dias, proveyóse de armas ofensivas y defensivas con intento de defenderse si le cercasen y aun si se ofreciese ocasion hacer alguna salida contra los enemigos. Los moros, informados de lo que pretendia don Pelayo, por la huella fueron en su busca, y en breve llegaron á la puerta y entrada de la cueva. Deseaban excusar la pelea el combate, que no podia ser sin recebir daño en aquellas estrechuras; por esto acordaron de intentar si con buenas razones podrian rendir á aquella gente desesperada. Encargóse desto don Oppas; pidió habla á don Pelayo, y alcanzada, desde un macho en que iba, como se llegase cerca de la cueva, le habló desta manera: «Cuánta haya sido la gloria de nuestra nacion, ni tú lo ignoras ni hay para qué relatarlo al presente. Por grande parte del mundo extendimos nuestras armas. A los romanos, señores del mundo, quitamos á España; sujetamos y vencimos con nuestro esfuerzo naciones fieras y bárbaras; pero últimamente hemos sido vencidos por los moros, y para ejemplo de la inconstancia de la felicidad humana, de la cumbre de la bienandanza, donde poco antes nos hallábamos, hemos caido en grandes y extremos trabajos. Si cuando nuestras fuerzas las teniamos enteras no fuimos bastantes á resistir, ¿ por ventura ahora que están por el suelo pensamos prevalecer? Por ventura esa cueva en que pocos, á manera de ladrones, estais encerrados y como fieras cercados de redes, será parte para libraros de un grueso ejército, que es de no menos que de sesenta mil hombres? Los pecados sin duda de España, con que tenemos irritado á Dios, que aun no parece está harto de nuestra sangre, os ciegan los ojos para que no veais lo que os conviene. Lo que si por el suceso de las guerras, á ellos próspero, á nosotros contrario, no se entendiera bastantemente, estos intentos tan desvariados lo mostraran. ¿Por qué no os apartais de ese propósito, y en tanto que hay esperanza de perdon y de clemencia, dejadas luego las armas y rendidas, no trocais las afrentas, ultrajes, servidumbre y muerte, que será el pago muy cierto desta locura, si la llevais adelante, con las honras y premios que os puedo prometer muy grandes, y seguis el juicio y ejemplo de toda España mas aína que el impetu desenfrenado de vuestro corazon y el desatino comenzado?» A estas palabras don Pelayo: «Tú, dice, y Witiza, tu hermano, y sus hijos debeis temer la divina venganza, dado que por breve espacio de tiempo las cosas se encaminen conforme á vuestra voluntad. Vuestras maldades son las que tienen á Dios airado; todos los lugares sagrados están por vuestra causa profanados en toda la provincia; las leyes por su antigüedad sacrosantas, abrogadas. Por estos escalones pasastes á tanta locura, que metistes lus moros en España, gente fiera y cruel, de que han resultado tantos daños y tanta sangre cristiana se ha derramado. Por las cuales maldades, si entendemos que Dios cuida de las cosas humanas, vivos y muertos seréis gravísimamente atormentados. Tú mas que todos, pues olvidado del oficio y dignidad que tenias, has sido el principal atizador destos males; y aliora con palabras desvergonzadas te has atrevido á amonestarnos que de nuevo bajemos las cervices al yugo de la servidumbre, mas duro que la misma muerte, esto es, como yo lo entiendo, que de nuevo padezcainos los ma

del Miramamolin por Tarif, su contrario. Tomáronle cuentas del gasto y recibo en la guerra de España. No se descargó bien, y asi fué condenado en grande suma de dineros, y él de pesar de la afrenta falleció poco despues. Su hijo Abdalasis, despues que gobernó en España por espacio de tres años, incurrió en odio de los naturales y de los de su nacion á causa que forzó muchas hijas de los principales; por esto en la misma

les y desventuras pasadas, con que hemos sido hasta aquí trabajados. Estos, ¿estos son aquellos premios magnificos, estas las honras con que convidas á nuestros soldados? Nos, don Oppas, ni entendemos que las orejas de Dios nos están tan cerradas, ni el corazon tan apartado de ayudarnos, que hayamos de confiar en tus promesas; antes tenemos por cierto que su Majestad sin tardanza trocará la grandeza del castigo pasado en benignidad. Que si no estamos bastantemente castiga-mezquita en que, conforme á la costumbre de aquella

dos, y aunque afligidos y faltos, no nos quisiere acorrer, determinados estamos con la muerte de poner fin á tantos males y trocar, como esperamos, esta vida desgraciada con la eterna felicidad.» Por la respuesta y palabras de don Pelayo se entendió la resolucion que todos tenian de vencer ó morir en la demanda, pues apretados de tantas maneras, demás desto convidados con el perdon, no se querian entregar ni daban oido á ningun partido. Fué pues forzoso venir á las manos y hacer fuerza á los cercados. Combatieron con todo género de armas y con un granizo de piedras la entrada de la cueva, en que se descubrió el poder de Dios favorable á los nuestros y á los moros contrario, ca las piedras, saetas y dardos que tiraban revolvian contra los que los arrojaban, con grande estrago que hacian en sus mismos dueños. Quedaron los enemigos atónitos con tan gran milagro; los cristianos, animados y encendidos con la esperanza de la victoria, salen de su escondrijo á pelear, pocos en número, sucios y de mal talle. La pelea fué de tropel y sin órden; cargaron sobre los enemigos con denuedo, que enflaquecidos y pasmados con el espanto que tenian cobrado, al momento volvieron las espaldas. Murieron hasta veinte mil dellos en la batalla y en el alcance; los demás desde la cumbre del monte Auseva, donde al principio se recogieron, huyendo pasaron al campo libanense, por do corre el rio Deva. Allí sucedió otro milagro, y fué que cerca de una heredad, que deste suceso, como yo pienso, se llamó Causegadia, una parte de un monte cercano con todos los que en él estaban de sí mismo se cayó en el rio, y fué causa que gran número de aquellos bárbaros pereciesen. Duró por largo tiempo que se cavaban y descubrian en aquellos lugares pedazos de armas y huesos, en especial cuando con las crecientes del invierno las aguas comen las riberas, para muestra de aquella grande matanza. Pocos escaparon. Alcama pereció en la pelea, el obispo don Oppas fué preso; entiéndese, aunque los bistoriadores lo callan, que conforme á las leyes de la guerra, pagó con la vida; cosa muy verisímil por la grandeza de sus maldades y por no hallarse mas mencion dél en ia historia adelante. Munuza, atónito con la nueva de lo que pasaba, y no teniéndose por seguro dentro de Gijon por el odio que le tenian los naturales, acometió á salvarse por los piés; pero cerca de una aldea llamada Olalie, la gente de aquella comarca le dió la muerte, con que no solo quedaron vengadas las injurias públicas, sino tambien aplacado el particular dolor que tenia don Pelayo por la afrenia.de su casa; y con tanto, ninguna cosa faltó para que la alegría de la victoria no fuese colmada, como fuera necesario si se les escapara aquel hombre, por cuya crueldad y demasías forzados tomaron las armas. Sucedió esta pelea el año de nuestra salvacion de 718 al mismo tiempo que en Africa Muza fué acusado delante

gente, hacia oracion fué muerto á manos de los suyos el año de 719. Díjose que su misma mujer Egilona le procuró la muerte por verse despreciada de su marido por otras que él mas amaba. Quién dice que su soberbia y altivez le fué ocasion deste desastre y el usar de insignias reales á persuasion asimismo y por consejo de su misma mujer. El principal en matarle fué un deudo suyo, por nombre Aiub, que se encargó y tuvo el gobierno de España por espacio de un mes; y dél dice el arzobispo don Rodrigo que fundó á Calatayud, pueblo principal poco adelante de la raya de Aragon. En el imperio de los moros, por muerte de Ulit habia sucedido su hermano Zuleyman, por el cual en lugar de Abdalasis fué proveido del gobierno de España Alahor, hombre fiero y cruel, no menos contra los moros que contra los cristianos, porque despojó de sus bienes á los moradores de Córdoba sin otra causa bastante mas del deseo que tenia de robar. Hizo pesquisa y proceso contra los moros que fueron los primeros en venir á España, ca pretendia tenian usurpados los despojos de los vencidos y de toda España. Deste dicen que desde Sevilla trasladó la silla del imperio de los moros á Córdoba, y por entender que el daño recebido en las Astúrias fué por engaño del conde don Julian y de los hijos de Witiza, los despojó de todos sus bienes y les dió la muerte; justo castigo de Dios que los traidores á su patria fuesen tratados desta manera por los mismos á quien sirvieron y llamaron en su ayuda desde Africa.

CAPITULO IN.

Lo demás que hizo don Pelayo.

Tal era el estado de la cristiandad en España, para bueno no tal, para tantas tinieblas y tempestad no del todo malo. Luego que don Pelayo ganó aquella gloriosa victoria, nosolo se arraigó y fortificó en las Astúrias, do dió principio á su reinado, sino que tambien bajó con su gente á lo llano, y allí trabajaba á los pueblos sujetos á los moros, talaba los campos, robaba y ponia á fuego y á sangre todo lo que se le ponia delante. Acudíanle á la fama de sus hazañas de cada dia nuevas fuerzas y gentes, con que tomó por fuerza la ciudad de Leon, puesta á las haldas de los montes con que Galicia y las Astúrias parten término, lo cual sucedió el año de 722. Algunos piensan que desde este tiempo don Pelayo se llamó rey de Leon; otros lo contradicen, personas de mayor conocimiento de la antigüedad, movidos por los privilegios y memorias de los reyes antiguos, de donde se saca claramente que los sucesores de don Pelayo no se llamaron reyes de Leon, sino de Oviedo solamente. A este mismo propósito hacen los sepulcros de aquellos primeros reyes, que se sepultaron en Oviedo y otros pueblos de las Astúrias hasta el tiempo del rey don Ordoño el Segundo, que como fué el primero

que se llamó rey de Leon, así bien se mandó enterrar en la iglesia de Santa María la Mayor, que él mismo desde los cimientos levantó en aquella ciudad. Y sin embargo, 'se puede creer que luego que la ciudad de Leon fué conquistada, mudaron las armas antiguas de los reyes godos en un leon rojo rapante en campo plateado, insignias que sin duda, cualquier principio que ellas hayan tenido, se han conservado y continuado hasta nuestra edad. La ocasion de tomar estas armas fué que en lengua española con la misma palabra se significa el leon y se llama aquella ciudad; por donde como los de aquel tiempo, gente mas dada á las armas que ejercitada en las letras, no advirtiesen la causa por qué aquella ciudad se llamó Leon, que se derivó de legio, palabra latina que significa cierta compañía de soldados, por esta ignorancia inventaron aquella manera de divisa y de armas. Ayudó mucho para llevar adelante las cosas de los cristianos el esfuerzo de don Alonso, el que despues que alcanzó el reino se llamó el Católico. Era hijo de don Pedro, duque de Vizcaya. Decendia de la nobilísima sangre del rey Recaredo, y siendo mas mozo, en tiempo de los reyes Egica y Witiza tuvo principales cargos en la guerra, y al presente por el deseo que tenia de ayudar á la república, dejó su patria y su padre. Traia en su compañía un buen número de vizcaínos, con que Jos cristianos se animaron grandemente, y sus fuerzas se aumentaron. Para obligalle mas y tenelle mas prendado le casaron con Ormisinda, hija de don Pelayo. Los reyes que sucedieron en España destos príncipes tienen el origen de su linaje y su continua propagacion. Con la venida de don Alonso y con su ayuda Gijon, lugar muy fuerte por su asiento y fortificacion, Astorga, Mansilla, Tineo y otros pueblos de las Astúrias y en Galicia fueron tomados á los moros. Puédese sospechar que don Pelayo y los que le sucedieron, ganados estos pueblos, se intitularon reyes de Gijon, y que esto dió ocasion á algunos para pensar que se llamaron reyes de Leon por ser los nombres latinos destos dos pueblos, es á saber Gegio y Legio, muy semejantes. Era fácil echar álos moros de los pueblos á causa que los moradores, como eran cristianos, mataban las guarniciones de los moros, y con esperanza de recobrar la libertad con gran voluntad rendian á don Pelayo las ciudades plazas. Además que los moros se hallaban en las otras partes de España embarazados con grandes alteraciones de guerras enlazadas unas de otras, de tal suerte, que no podian juntar ejército ni resistir á los intentos de los cristianos. Fué así que por muerte de Zuleyman, miramamolin de Asia, Africa y España, sucedieron en aquel imperio muy ancho dos hijos de Ulit, Homar y Izit, por adopcion de su tio: cosa nueva entre los moros, y no sé cuán acertada, que dos con igual poder juntamente reinasen. Homar falleció de su enfermedad dentro del primer año de su imperio. Con esto Izit quedó solo por señor de todo. Este proveyó por gobernador de España á Zama, hombre de grande ingenio y de grande ejercicio en las armas, y no de menor codicia que los pasados, ca inventó nuevos tributos y los impuso sobre las ciudades que le eran sujetas. En Narbona puso guarnicion de soldados y cerco sobre Tolosa, silla y asiento antiguamente en aquella provincia del imperio de los reyes godos. Sobrevino Eudon, duque de Aquitania, en socorro de los cercados. Vino á las maM-1.

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nos con el bárbaro, en que le venció y mató con la mayor parte de su ejército en la pelea y en el alcance. Los que escaparon de la matanza, en tanto que de Africa se proveia nuevo gobernador, eligieron en lugar del capitan muerto á Abderraman, hombre señalado en paz y en guerra, para que con su esfuerzo y prudencia entretuviese las cosas de los moros, que estaban á punto de perderse. Con el aviso de aquella desgracia fué de Africa enviado Aza, á quien otros llaman Adham, para que gobernase en España lo que quedaba de los moros, en lugar y en nombre del miramamolin Izit. Este fué ocasion que la provincia, cansada con tantos males, padeciese nuevos trabajos, por inventar, como inventó, tributos muy mayores que antes con intento de empobrecer los pueblos para que no tuviesen brio ni fuerzas los que tenian ánimo y deseo de levantarse. Pasó en esto tan adelante, que mandó á los pueblos y ciudades que se tomaron por fuerza pagasen al fisco y tesoro real la quinta parte de todas sus rentas y proventos, y á los pueblos que se rindieron á partido ordenó pagasen la décima parte. Con esta condicion se permitió á los cristianos que poseyesen sus heredades y haciendas como por via de feudo ó arrendamiento. El moro Rasis dice que hizo pagar á los moros la quinta parte de todos sus bienes con voz y color de ayudar á los pobres, que eran sin número en toda la provincia, como á la verdad fuese su intento que enflaquecidos no tuviesen puente de Córdoba sobre el rio Guadalquivir. Sujetó alfuerzas ni brio para alborotarse. Procuró se edificase la gunas ciudades y pueblos á las haldas de Moncayo, que todavía se mantenian en libertad, y entre ellas tomó por fuerza á Tarazona y la echó por tierra. Concluidas cosas tan grandes dentro de dos años y medio que duró su gobierno, los suyos que le aborrecian grandemente, se conjuraron contra él y le mataron dentro de Tortosa. Sucediéronle Ambiza, Odra y Jahea, como lo dice el arzobispo don Rodrigo; yo entiendo que gobernaron por algun tiempo á España, dividida en tres partes por no concertar las voluntades de todos ni venir en uno; 6 por ventura el gobierno de cada cual destos tres fué de pocos meses. En Asia, sin duda por muerte del emperador Izit, sucedió en aquel imperio su hermano Iscam, que así lo dejó dispuesto el dicho Izit, con condicion que adoptase por hijo y sucesor, como lo hizo, á su hijo Alulit. Encargóse Iscam de aquel imperio el año que se contó 724 de nuestra salvacion, y de los moros 107, como lo dice el arzobispo don Rodrigo en la Historia de los árabes, que iguala los unos años á los otros; cosa que no debiera hacer, como en otro lugar se ha mostrado. Tuvo aquel imperio por espacio de diez y nueve años. Fué muy esclarecido príncipe por las cosas que hizo y su perpetua prosperidad, si no amancillara las demás virtudes con una insaciable codicia de juntar de todas partes tesoros, por donde si bien en riquezas sobrepujó á sus antepasados, incurrió en grande aborrecimiento de sus vasallos. En tiempo guientes: Odaifa, Himen, Autuma, Alhaitan, Mahodeste Emperador gobernaron por órden á España los simad. La aprobacion y aplauso de todos no fué el mismo; el gobierno de cada cual apenas duró un año entero, yen particular Mahomad tuvo el cargo por espacio de solos dos meses, porque se halla que el año de Cristo de 731 despues de todos estos fué proveido en el go

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