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ráneo, para que sirviesen de escala para lo demás. Acometieron á Sicilia la primera, despues á Cerdeña y á Córcega, donde tuvieron varios encuentros con los naturales, y finalmente, en todas estas partes llevaron lo peor. Parecióles de nuevo emprender primero las islas menores, porque tendrian menor resistencia. Con este nuevo acuerdo, pasadas las riberas de Liguria, que es el Genovés, y las de la Gallia, tomaron la derrota de España, donde se apoderaron de Ibiza, que es una isla rodeada de peñascos, de entrada dificultosa, sino es por la parte de mediodía, en que se forma y extiende un buen puerto y capaz. Está opuesta al cabo de Denia, apartada de la tierra firme de España por espacio no mas de cien millas; es estrecha y pequeña, y que apenas en circuito boja veinte millas, á la sazon por la mayor parte fragosa y llena de bosques de pino, por donde los griegos la llamaron Pitiusa. En todo tiempo ha sido rica de salinas y dotada de un cielo muy benigno y de extraordinaria propiedad, pues ni la tierra cria animales ponzoñosos ni sabandijas, y si los traen de fuera, luego perecen. Es tanto mas de estimar esta virtud maravillosa cuanto tiene por vecina otra isla, por nombre Ofiusa, que es tanto como isla de culebras, llena de animales ponzoñosos, y por esta causa inhabitable, segun que lo testifican los cosmógrafos anti

de parte de la Bética, y ricos con la contratacion de España, comenzaron claramente á pretender enseñorearse de toda ella. Platon, en el Timeo, dice que los Atlantides, entre los cuales se puede contar Cádiz, por estar en el mar Atlántico, partidos de la isla Eritrea, aportaron por mar á Acaya, donde por fuerza al principio se apoderaron de la ciudad de Aténas; mas despues se trocó la fortuna de la guerra de suerte, que todos, sin faltar uno, perccieron. Algunos atribuyen este caso á los de Fenicia, por ser muy poderosos en las partes de levante y de poniente, que tendrian fuerzas y ánimo para acometer empresa tan grande. En este mismo tiempo se abrian las zanjas y se ponian los cimientos de la ciudad de Roma; juntamente reinaba entre los judíos el rey Eccquías, despues que el reino de Israel, que contenia los diez tribus de aquel pueblo, destruyó Salmanasar, gran rey de los asirios. Hijo deste grande emperador fué Senaquerib. Este juntó un gruesò ejército con pensamiento que llevaba de apoderarse de todo el mundo, destruyó la provincia de Judea, metió á fuego y á sangre toda la tierra, finalmente, se puso sobre Jerusalem. Dábale pena entretenerse en aquel cerco, porque conforme á su soberbia aspiraba á cosas mayores. Dejó al capitan Rabsace con parte de su ejército para que apretase el cerco, que fué el año décimo cuarto del reino de Ecequías. Hecho esto, pasó en Egip-guos; juego muy de considerar y milagro de la naturato con la fuerza del ejército. Cercó la ciudad de Pelusio, que antiguamente fué Heliópolis, y al presente es Damiata. Alli le sobrevino un grande revés, y fué que Taracon, el cual, con el reino de Etiopia juntara el de Egipto, le salió al encuentro, y en una famosa batalla que le dió, le desbarató y puso en huida. Herodoto dijo que la causa deste desman fueron los ratones, que en aquel cerco le royeron todos los instrumentos de guerra. Sospéchase que lo que le sucedió en Jerusalem, donde, como dice la Escritura, el Angel en una noche le mató ciento y ochenta mil combatientes, lo atribuyó este autor á Egipto; puede ser tambien que en entrambos lugares le persiguió la divina justicia, y quiso contra él manifestar en dos lugares su fuerza. Sosegada aquella tempestad de los asirios, luego que Taracon se vio libre de aquel torbellino, refieren que revolvió sobre otras provincias y reinos, y en particular pasó en España. Estrabon por lo menos testilica haber pasado en Europa; nuestros historiadores añaden que no léjos del rio Ebro, en un ribazo y collado, fundó de su nombre la ciudad de Tarragona, y que los Scipiones, mucho tiempo adelante, la reedificaron y hicieron asiento del imperio romano en España, y que esta fué la causa de atribuilles la fundacion de aquella ciudad, no solo la gente vulgar, sino tambien autores muy graves, entre ellos Plinio y Solino, si bien el que la fundó primero fué el ya dicho Taracon, rey de Etiopia y de Egipto.

CAPITULO XVI.

Cómo los cartagineses tomaron á Ibiza y acometieron á los mallorquines.

Despues destas cosas y despues que la reina Dido pasó desta vida, los cartagineses se apercibieron de armadas muy fuertes, con que se hicieron poderosos por mar y por tierra. Deseaban pasar en Europa y en ella extender su imperio. Acordaron para esto en primer lugar acometer las islas que les caian cerca del mar Mediter

leza. Verdad es que en este tiempo no se puede con certidumbre señalar qué isla sea esta ni en qué parte caya. Unos dicen que es la Formentera, á la cual opinion ayuda la distancia, por estar no mas de dos mil pasos de Ibiza; otros quieren sea la Dragonera, movidos de la semejanza del nombre, si bien está distante de Ibiza y casi pegada con la isla de Mallorca. Los mas doctos son de parecer que un monte, llamado Colubrer, pegado á la tierra firme y contrapuesto al lugar de Peñíscola, se llamó antiguamente en griego Ofiusa, y en latin Colubraria, sin embargo que los antiguos geógrafos situaron á Ofiusa cerca de Ibiza; pues en esto como en otras cosas, pudieron recibir engaño por caerles lo de España tan lejos. Apoderado que se hobieron los cartagineses de la isla de Ibiza, y que fundaron en ella una ciudad del mismo nombre de la isla para mantenerse en su señorío, se determinaron de acometer las islas de Mallorca y Menorca, distantes entre sí por espacio de treinta millas, y de las riberas de España sesenta. Los griegos las llamaron, ya Ginesias, por andar en ellas á la sazon la gente desnuda, que esto significa aquel nombre, ya Baleares, de las hondas de que usaban para tirar con grande destreza. En particular la mayor de las dos se llamó Clumba, y la menor Nura, segun que lo testifica Antonino en su Itinerario, y dél lo tomó y lo puso Florian en su historia. Antes de desembarcar rodearon los cartagineses con sus naves estas islas, sus entradas y sus riberas y calas; mas no se atrevieron á echar gente en tierra espantados de la fiereza de aquellos isleños, mayormente que algunos mozos briosos que se atrevieron á hacer prueba de su valentía quedaron los mas en el campo tendidos, y los que escaparon, mas que de paso se volvieron á embarcar. Perdida la esperanza de apoderarse por entonces destas islas, acudieron á las riberas de España, por ver si podrian con la contratacion calar los secretos de la tierra, ó por fuerza apoderarse de alguna parte della, de

ni

sus riquezas y bienes. No salieron con su intento, les aprovechó esta diligencia por dos causas: la primera fué que los saguntinos, para donde de aquellas islas muy en breve se pasa, como hombres de policía y de prudencia, avisados de lo que los cartagineses pretendian, que era quitarles la libertad, los echaron de sus riberas con maña, persuadiendo á los naturales no tuviesen contratacion con los cartagineses. Demás desto, las necesidades y apretura de Cartago forzaron á la armada á dar la vuelta y favorecer á su ciudad, que ardia en disensiones civiles, y juntamente los de Africa comarcanos le hacian guerra; fuera de una cruel peste, con que percció gran parte de los moradores de aquella muy noble ciudad. Para remedio destos males se dice que usaron de diligencias extraordinarias, en particular hicieron para aplacar á sus dioses sacrificios sangrientos é inhumanos; maldad increible. Ca vueltas las armadas por respuesta de un oráculo, se resolvieron de sacrificar todos los años algunos mozos de los mas escogidos; rito traido de Siria, donde Melchon, que es lo mismo que Saturno, por los moabitas y fenicios era aplacado con sangre humana. Hacíase el sacrificio desta manera: tenian una estatua muy grande de aquel dios con las manos cóncavas y juntas, en que puestos los mozos, con cierto artificio caian en un lioyo que debajo estaba lleno de fuego. Era grande el alarido de los que allí estaban, el ruido de los tamboriles y sonajas, en razon que los aullidos de los miserables mozos que se abrasaban en el fuego no moviesen á compasion los ánimos de la gente, y que pereciesen sin remedio. Fué cosa maravillosa lo que añaden, que luego que la ciudad se obligó y enredó con esta supersticion, cesaron los trabajos y plagas, con que quedaron mas engañados; que así suele castigar muchas veces Dios con nuevo y mayor error el desprecio de la luz y de la verdad y vengar un yerro con otro mayor. Esta ceremonia, no muy adelante ni mucho tiempo despues deste, pasó primero á Sicilia y á España con tanta fuerza, que en los mayores peligros no entendian se podia bastantemente aplacar aquel dios sino era con sacrificar al hijo mayor del mismo rey. Y aun las divinas letras atestiguan que el rey de los moabitas hizo esto mismo para librarse del cerco que le tenian puesto los judios. Por ventura tenían memoria que Abraham, príncipe de la gente hebrea, por mandado de Dios quiso degollar sobre el altar á su hijo muy querido Isaac; que los malos ejemplos nacen de buenos principios. Y Filon, en la Historia de los de Fenicia, dice hobo costumbre que en los muy graves y extremos peligros el príncipe de la ciudad ofreciese al demonio vengador el hijo que mas queria, en precio y para librar á los suyos de aquel peligro, á ejemplo é imitacion de Saturno, al cual los fenices llaman Israel, que ofreció un hijo que tenia de Anobret, ninfa, para librar la ciudad que estaba oprimida de guerra, y le degolló sobre el altar vestido de vestiduras reales. Esto dice Filon. Yo entiendo que trastrocadas las cosas, como acontece, este autor por Abraham puso Israel, y mudó lo demás de aquella hazaña y obediencia tan notable en la forma que queda dicha.

CAPITULO XVII.

Dé la edad de Argantonio.

En este mismo tiempo, que fué seiscientos y veinte años antes del nacimiento de Cristo nuestro Señor, Y de la fundacion de Roma corria el año 132, concurrió la edad de Argautonio, rey de los tartesos, de quien Silio Itálico dice vivió no menos de trecientos años. Plinio, por testimonio de Anacreonte, le da ciento y cincuenta. A este, como tuviese gran destreza en la guerra y por la larga experiencia de cosas fuese de singular prudencia, le encomendaron la república y el gobierno. Tenian los naturales confianza que con el esfuerzo y buena maña de Argantonio podrian rebatir los intentos de los fenicios, los cuales, no ya por rodeos y engaños, sino claramente, se enderezaban á enseñorearse de España, y con este propósito, de Cádiz habian pasado á tierra firme. Valíanse de sus mañas: sembraban entre los naturales discordias y riñas, con que se apoderaron de diversos lugares. Los naturales, al llamamiento del nuevo Rey, se juntaron en son de guerra, y castigado el atrevimiento de los fenicios, mantuvieron la libertad que de sus mayores tenian recebida; y no falta quien diga que Argantonio sc apoderó de toda la Andalucía ó Bética y de la misma isla de Cádiz; cosa lacedera y creible, por haberse muchos de los fenicios á la sazon partido de España en socorro de la ciudad de Tiro, su tierra y patria natural, contra Nabucodonosor, cmperador de Babilonia, que con un grueso ejército bajó á la Suria, y con gran espanto que puso, se apoderó de Jerusalem, ciudad en riquezas, muchedumbre de moradores y en santidad la mas principal entre las ciudades de Levante. Prendió de-, más desto al rey Sedequías, el cual, junto con la demás gente y pueblo de los judíos, envió cautivo á Babilonia. Combatió otrosí por mar y por tierra la ciudad de Tiro, que era el mas noble mercado y plaza de aquellas partes. Los de Tiro, como se vieron apretados, despacharon sus mensajeros para hacer saber á los de Cartago y á los de Cádiz cuán gran riesgo corrian sus cosas si con presteza no les acudian. Decian que, fuese por el comun respeto de la naturaleza, se debian mover á compasion de la miseria en que se hallaba una ciudad poco antes tan poderosa; fuese por ser madre y patria comun de donde todos ellos tenian su orígen; fuese por consideracion de su mismo interés, pues por medio de aquella contratacion poseian sus riquezas, y ella destruida, se perderia aquel comercio y ganancia. No dilatasen el socorro de dia en dia, pues la ocasion de obrar bien como sea muy presurosa, por demás despues de perdida se busca. No les espantasen los gastos que harian en aquel socorro; que, ganada la victoria, les recobrarian muy aventajados. Por conclusion, no les retrajese el trabajo ni el peligro, pues á la que debian todas las cosas y la vida, era razon aventurarlo todo por ella. Oida esta embajada, no se sabe lo que los cartagineses hicieron. Los de Cádiz, hechas grandes levas de gentes y de españoles que llevaron de socorro, con una gruesa armada se partieron la vuelta de Levante. Llegaron en breve á vista de Tiro y de los enemigos. Ayudôles el viento, con que se atrevieron á pasar por medio de la armada de los babilonios y entrar en la ciudad. Con este nuevo socorro, alentados los de Tiro,

que se hallaban en extremo peligro y casi sin esperanza, cobraron un tal esfuerzo, que casi por espacio de cuatro años enteros entretuvieron el cerco con encuentros y rebates ordinarios, que se daban de una y otra parte. Quebrantaron por esta manera el coraje de los babilonios, los cuales por esto y porque de Egipto, donde les avisaban se hacian grandes juntas de gentes, les amenazaban nuevas tempestades y asonadas de guerra, acordaron de levantar el cerco. Parecióle á Nabucodonosor debia acudir á lo de Egipto con presteza antes que por su tardanza cobrasen mas fuerza. Esta nueva guerra fué al principio variable y dudosa, mas al fin Egipto y Africa quedaron vencidas y sujetas al rey de Babilonia; de donde compuestas las cosas, pasó en España con intento de apoderarse de sus riquezas y de vengarse juntamente del socorro que los de Cádiz en viaron á Tiro. Desembarcó con su gente en lo postrero de España á las vertientes de los Pirineos; desde allí sin contraste discurrió por las demás riberas y puertos sin parar hasta llegar á Cádiz. Josefo, en las Antigüedades, dice que Nabucodonosor se apoderó de España. Apellidáronse los naturales, y apercebíanse para hacer resistencia. El babilonio, por niedo de algun revés que escureciese todas las demás victorias y la gloria ganada, y contento con las muchas riquezas que juntara y haber ensanchado su imperio hasta los últimos términos de la tierra, acordó dar la vuelta; y así lo hizo el año que corria de las fundacion de Roma de 171. Esta venida de Nabucodonosor en España es muy célebre en los libros de los hebreos; y por causa que en su compañía trajo muchos judíos, algunos tomaron ocasion para pensar y aun decir que muchos nombres hebreos en el Andalucía, y asimismo en el reino de Toledo, que fué la antigua Carpetania, quedaron en diversos pueblos que se fundaron en aquella sazon por aquella misma gente. Entre estos cuentan á Toledo, Escalona, Noves, Maqueda, Yepes, sin otros pueblos de menor cuenta, que dicen tomaron estos apellidos de los de Ascalon, Nove, Magedon, Jope, ciudades de Palestina. El de Toledo quieren que renga de Toledoth, diccion que en hebreo significa linajes y familias, cuales fueron las que dicen se juntaron en gran número para abrir las zanjas y fundar aquella ciudad. Imaginacion aguda sin duda, pero que en este lugar ni la pretendemos aprobar, ni reprobar de todo punto. Basta advertir que el fundamento es de poco momento, por no estribar en testimonio y autoridad de algun escritor antiguo. Dejado esto, añaden nuestros escritores á todo lo suso dicho, que despues de reprimido el atrevimiento de los fenicios, como queda dicho, y vueltos de España los babilonios, los focenses, así dichos de una ciudad de la Jonia, en la Asia menor, llamada Focea, en una armada de galeras, de las cuales los focenses fueron los primeros maestros, navegaron la vuelta de Italia, Francia y España, forzados, segun se entiende, de la crueldad de Harpalo, capitan del gran emperador Ciro, y que en su lugar tenia el gobierno de aquellas partes. Esta gente en lo postrero de la Lucania, que hoy es por la mayor parte la Basilicata, y enfrente de Sicilia edificaron una ciudad, por nombre Velia, donde pensaban hacer su asiento. Pero á causa de ser la tierra mal sana y estéril, y que los naturales los recibieron muy mal, parte dellos se

volvieron á embarcar, con intento de buscar asientos mas á propósito. Tocaron de camino á Córcega; desde allí pasaron á Francia, en cuyas riberas hallaron un buen puerto, sobre el cual fundaron la ciudad de Marsella en un altozano que está por tres partes cercado de mar, y por la cuarta tiene la subida muy agria á causa de un valle muy hondo que está de por medio. Otra parte de aquella gente siguió la derrota de España, y pasando á Tarifa, que fué antiguamente Tarteso, en tiempo del rey Argantonio, avecindados en aquella ciudad, se dice que cultivaron, labraron y adornaron de edificios hermosos, á la manera griega, ciertas islas que caian enfrente de aquellas riberas, y se llamaban Afrodisias. Valió esta diligencia para que las que antes no se estimaban sirviesen en lo de adelante á aquelos ciudadanos de recreacion y deleite; mas todas han perecido con el tiempo, fuera de una, que se llamaba Junonia. Siguióse tras esto la muerte de Argantonio el año, poco mas á menos, 200 de la fundacion de Roma. Para honrarle dicen le levantaron un solemne sepulcro, y al rededor dél tantas agujas y pirámides de piedra cuantos enemigos él mismo por su mano mató en la guerra. Esto se dice por lo que Aristóteles refiere de la costumbre de los españoles, que sepultaban á sus muertos en esta guisa, con esta soledad y manera de sepulcros.

CAPITULO XVIII.

Cómo los fenicios trataron de apoderarse de España.

Grandes movimientos se siguieron despues de la muerte de Argantonio; y España, á guisa de nave, sin gobernalle y sin piloto, padeció graves tormentas. La fortuna de la guerra, al principio variable, y al fin contraria á los españoles, les quitó la libertad. La venida de los cartagineses á España fué causa destos daños con la ocasion que se dirá. Los fenicios por este tiempo, aumentados en número, fuerzas y riquezas, sacudieron el yugo de los españoles, y recobraron el señorío de la isla de Cádiz, asiento antiguo de sus riquezas y de su contratacion, fortaleza de su imperio, desde donde pensaban pasar á tierra firme con la primera ocasion que para ellos se les presentase. Pensaban esto, pero no hallaban camino ni traza ni ocasion bastante para emprender cosa tan grande. Parecióles que seria lo mejor cubrirse y valerse de la capa de la religion, velo que muchas veces engaña. Pidieron á los naturales licencia y lugar para edificar á Hércules un templo. Decian haberles aparecido en sueños, y mandado hiciesen aquella obra. Con este embuste, alcanzado lo que pretendian, con grandes pertrechos y materiales, le levantaron muy en breve á manera de fortaleza. Muchos, movidos por la santidad y por la devocion de aquel templo y del aparato de las ceremonias que en él usaban, se fueron á morar en aquel lugar, por donde vino en poco tiempo á tener grandeza de ciudad, la cual estuvo, segun se entiende, donde ahora se ve Medina Sidonia, que el nombre de Sidon lo comprueba y el asiento que está enfrente de Cádiz, diez y seis millas apartada de las marinas. Poseian demás desto otras ciudades y menores lugares, parte fundados y habitados de los suyos, parte quitados por fuerza á los comarcanos. Desde estos pueblos que poseian, y princi

palmente desde el templo, hacian correrías, robaban hombres y ganados. Pasaron adelante, apoderáronse de la ciudad de Turdeto, que antiguamente estaba puesta entre Jeréz y Arcos, no con mayor derecho del que consiste en la fuerza y armas. Desta ciudad de Turdeto se dijeron los Turdetanos, nacion muy anclia en la Bética, y que llegaba hasta las riberas del Océano y hasta el rio Guadiana. Los Bástulos, que eran otra nacion, corrian desde Tarifa por las marinas del mar Mcditerráneo hasta un pueblo que antiguamente se llamó Barea y hoy se cree que sea Vera. Los Turdulos desde el puerto de Mnesteo, que hoy se llama de Santa María, se extendian hacia el oriente y septentrion, y poco abajo de Córdoba, pasado el rio Guadalquivir, tocaban á Sierramorena, y ocupaban lo mediterráneo hasta lo postrero de la Bética. Tito Livio y Polibio hacen los mismos á los Turdulos y Turdetanos, y los mas confunden los términos destas gentes; por esto no será necesario trabajar en señalar mas en particular los linderos y mojones de cada cual destos pueblos, como tampoco los de otros que en ellos se comprehendian, es á saber, los Masienos, Selbicios, Curenses, Lignios y los demás cuyos nombres se hallan en aprobados autores, y sus asientos en particular no se pueden señalar. Lo que hace á nuestro propósito es que con tan grandes injurias se acabó la paciencia á los naturales, que tenian por sospechoso el grande aumento de la nueva ciudad. Trataron desto entre sí, determinaron de hacer guerra á los de Cádiz, tuvieron sobre ello y tomaron su acuerdo en una junta, que en dia señalado hicieron, donde se quejaron de las injurias de los fenicios. Despues que les permitieran edificar el templo, que se dijo estar en Medina Sidonia, haber echado grillos á la libertad, y puesto un yugo gravísimo sobre las cervices de la provincia, como hombres que eran de avarícia insaciable, de grande crueldad y fiereza, compuestos de embustes y de arrogancia, gente impía y maldita, pues con capa de religion pretendian encubrir tan grandes engaños y maldades, que no se podian sufrir mas sus agravios; si en aquella junta no habia algun remedio y socorro, que serian todos forzados, dejadas sus casas, buscar otras moradas y asiento apartado de aquella gente; pues mas tolerable seria padecer cualquier otra cosa, que tantas indignidades y afrentas como sufrian ellos, sus mujeres, hijos y parientes. Estas y semejantes razones en muchos fueron causa de gemidos y lágrimas; mas sosegado el sentimiento y hecho silencio, Baucio Capeto, príncipe que era de los Turdetanos: « De ánimo, dice, cobarde y sin brio es llorar las desgracias y miserias, y fuera de las lágrimas no poner algun remedio á la desventura y trabajos. Por ventura, ¿no nos acordarémos que somos varones, y tomadas luego las armas vengarémos las injurias recebidas? No será dificultoso echar de toda la provincia unos pocos de ladrones, si los que en número, esfuerzo y causa les hacemos ventaja, juntamos con esto la concordia de los ánimos. Para esto hagamos presente y gracia de las quejas particulares que unos contra otros tenemos á la patria comun, porque las enemistades particulares no sean parte para impedirnos el camino de la verdadera gloria. Demás desto, no debeis pensar que en vengar nuestros agravios se ofende Dios y la religion, que es el velo de que ellos se cubren. Ca el cielo

ni suele favorecer á la maldad, y es mas justo persuadirse acudirá á los que padecen injustamente, ni hay para qué temer la felicidad y buena andanza de que tanto tiempo gozan nuestros enemigos; antes debeis pensar que Dios acostumbra dar mayor felicidad y sufrir mas largo tiempo sin castigo aquellos de quien pretende tomar mas entera venganza, y en quien quiere hacer mayor castigo para que sientan mas la mudanza y miseria en que caen. » Encendiéronse con este razonamiento los corazones de los que presentes estaban, y de comun sentimiento se decretó la guerra contra los fenicios. Nombráronse capitanes, mandáronles hiciesen las mayores juntas de soldados y lo mas secretamente que pudiesen, para que tomasen al enemigo desapercebido y la victoria fuese mas fácil. A Baucio encomendaron el principal cuidado de la guerra, por su mucha prudencia y edad á propósito para mandar y por ser muy amado del pueblo. Con esta resolucion juntaron un grueso ejército, dieron sobre los fenicios, que estaban descuidados, venciéronlos, sus bisnes y sus mercaderías dieron á saco, tomáronles las ciudades y lugares por fuerza en muy breve tiempo, así los conquistados por ellos y usurpados, como los que habian fundado y poblado de su gente y nacion. La ciudad de Medina Sidonia, donde se recogió lo restante de los fenicios confiados en la fortificacion del templo, con el mismo ímpetu fué cercada, y se apoderaron della, sin escapar uno de todos los que en ella estaban que no le pasasen á cuchillo; tan grande era el deseo de venganza que tenian. Pusiéronle asimismo fuego, y echáronla por tierra, sin perdonar al mismo templo, porque los corazones irritados, ni daban lugar á compasion, ni la santidad de la religion y el escrúpulo era parte para enfrenallos. En esta manera se perdieron las riquezas ganadas en tantos años y con tanta diligencia, y los edificios soberbios en poco tiempo con la llama del furor enemigo fueron consumidos, en tanto grado, que á los fenicios en tierra firme solo quedaron algunos pocos y pequeños pueblos, mas por no ser combatidos que por otra causa. Reducidos con esto los vencidos en la isla de Cádiz, trataron de desamparar á España, donde entendian ser tan grande el odio y malquerencia que les tenian. Por lo menos, no teniendo esperanza de algun buen partido ó de paz, se determinaron de enviar por socorros de fuera. Esperar que viniesen desde Tiro en tan grande apretura era cosa muy larga. Resolviéronse de llamar en su ayuda á los de Cartago, con quien tenian parentesco por ser la origen comun y por la contratacion amistad muy trabada. Los embajadores que enviaron, luego que les dieron entrada y señalaron audiencia en el Senado, declararon á los padres y senadores cómo las cosas de Cádiz se hallaban en extremo peligro, sin quedar esperanza alguna si no era en su solo amparo; que no trataban ya de recobrar las riquezas que en un punto se perdieron, sino de conservar la libertad y la vida; la ocasion que tantas veces habian deseado de entrar en España, ser venida muy honesta por la defensa de sus parientes y aliados, y para vengar las injurias de los dioses inmortales y de la santísima religion profanada, derribado el templo de Hércules y quitades sus sacrificios, al cual dios ellos honraban principalmente. Añadian que ellos, contentos con la libertad y con lo que antes poseian, los demás

premios de la victoria, que serian mayores que nadie pensaba ni ellos decian, de buena gana se los dejarian. El Senado de Cartago, oida la embajada de los de Cádiz, respondieron que tuviesen buen ánimo, y prometieron tener cuidado de sus cosas; que tenian grande esperanza que los españoles en breve, por el sentimiento y experiencia de sus trabajos, pondrian fin á las injurias; sufriésense solamente un poco de tiempo, y se entretuviesen en tanto que una armada, apercebida de todo lo necesario, se enviase á España, como en breve Se haria. Eran en aquel tiempo señores del mar los cartagineses; tenian en él gruesas armadas, quier por la contratacion, que es titulo con que estos tiempos las naves de Társis ó Cartago se celebran en los divinos libros, quier para extender el imperio y dilatalle, pues se sabe que poseian todas las marinas de Africa, y estaban apoderados en el mar Mediterráneo de no pocas islas. Hasta ahora la entrada en España les era vedada, por las razones que arriba se apuntaron; por esto tauto con mayor voluntad la armada cartaginés, cuyo capitan se decía Maharbal, partida de Cartago por las islas Baleares y por la de Ibiza, donde hizo escala con buenos temporales, llegó á Cádiz año de la fundacion de Roma 236. Otros señalan que fué esto no mucho antes de la primera guerra de los romanos con los cartagineses. En cualquier tiempo que esto haya sucedido, lo cierto es que, abierta que tuvieron la entrada para el señorío de España, luego corrieron las marinas comarcanas y robaron las naves que pudieron de los españoles. Hicieron correrías muchas y muy grandes por sus campos; y no contentos con esto, levantaron fortalezas en lugares á propósito, desde donde pudiesen con mas comodidad correr la tierra y talar los campos comarcanos. Movidos por estos males los españoles, juntáronse en gran número en la ciudad de Turdeto, señalaron de nuevo á Baucio por general de aquella guerra. El, con gentes que luego levantó, tomó de noche á deshora un fuerte de los enemigos de muchos que tenían, el que estaba mas cerca de Turdeto, donde pasó á cuchillo la guarnicion, fuera de pocos y del mismo capitan Maharbal, que por una puerta falsa escapó á uña de caballo. En prosecucion desta victoria, pasó adelante y hizo mayores daños á los enemigos, venciéndolos y matándolos en muchos lugares. Estas cosas acabadas, Baucio tornó con su gente cargada de despojos á la ciudad. Los cartagineses, visto que no podian vencer por fuerza á los españoles, usaron de engaño, propia arte de aquella gente; mostraron gana de partidos y de concertarse, ca decian no ser venidos á España para hacer y dar guerra á los naturales, sino para vengar las injurias de sus parientes y castigar los que profanaron el templo sacrosanto de Hércules. Que sabian y eran informados los ciudadanos de Turdeto no haber cometido cosa alguna, ni en desacato de los dioses ni en daño de los de Cádiz; por tanto, no les pretendian ofender, antes maravillados de su valentía, deseaban su amistad, lo cual no seria de poco provecho á la una nacion y á la otra; que dejasen las armas y se diesen las manos y respondiesen en amor á los que á él les convidaban; y para que entendiesen que el trato era llano, sin engaño ni ficcion alguna, quitarian de sus fuerzas y castillos todas las guarniciones, y no permitirian que los soldados hiciesen algun daño

ó agravio en su tierra. A esta embajada los turdetanos respondieron que entonces les seria agradable lo que les ofrecian, cuando las obras se conformasen con las palabras; la guerra que ni la temian ni la descaban; la amistad de los cartagineses ni la estimaban en mucho, ni ofrecida la desecharian. Aseguraban que los turdetanos eran de tal condicion, que las malas obras acostumbraban á vencer con buenas, y las ofensas con hacer lo que debian; que los desmanes pasados no sucedieron por su voluntad, sino la necesidad de defenderse les forzó á tomar las armas. En esta guisa los cartagineses, con cierto género de treguas, se entretuvieron y repararon cerca de las marinas.. Sin embargo, desdo allí, puestas guarniciones en los lugares y castillos, hacian guerras y correrías á los comarcanos. Si se jun❤ taba algun grueso ejército de españoles con desco de venganza, echaban la culpa á la insolencia de los soldados, y con muestra de querer nuevos conciertos, engañaban á aquellos hombres simples y amigos de sosiego, y se pasaban á acometer otros, haciendo mal y daño en otras partes. Era esto muy agradable á los de Cádiz, que llamaron aquella gente. A los españoles por la mayor parte no parecia muy grave de sufrir, como quier que no hagan caso ordinariamente los hombres de los daños públicos cuando no se mezclan con sus particulares intereses. Con esto, el poder de los cartagineses crecia de cada dia por la negligencia y descuido de los nuestros, bien así como por la astucia dellos. Lo cual fué menos dificultoso por la muerte de Baucio, que le sobrevino por aquel tiempo, sin que se sepa que haya tenido sucesor alguno heredero de su casa.

CAPITULO XIX.

Cómo los cartagineses se levantaron contra los de Cádiz.

No se harta el corazon humano con lo que le concede la fortuna ó el cielo; parecen soeces y bajas las cosas que primero poseemos cuando esperamos otras mayores y mas altas: grande polilla de nuestra felicidad; y no menos nos inquieta la ambicion y naturaleza del poder y mando, que no puede sufrir compañía. Muerto Baucio, los cartagincses, codiciosos del señorío de toda España, acometieron á echar de la isla de Cádiz á los fenicios, sin mirar que eran sus parientes y aliados, y

que ellos los llamaron y trajeron á España, que la codicia del mandar no tiene respeto á ley alguna ; y ganada Cádiz, entendian les seria fácil enseñorearse de todo lo demás. Tenian necesidad para salir con su intento de valerse de artificio y embustes. Comenzaron á sembrar discordias entre los antiguos isleños y los fenicios. Decian que gobernaban con avaricia y soberbia, que tomaban para sí todo el mando, sin dar parte ni cargo alguno á los naturales; antes usurpadas las púplicas y particulares riquezas, los tenian puestos en miserable servidumbre y esclavonía. Por esta forma y con estas murmuraciones, como ambiciosos que erant de malas mañas, hombres de ingenios astutos y malos, gauaban la voluntad de los isleños, y hacian odiosos á los fenicios. Entendido el artificio, quejábauso los fenicios de los cartagineses y de su deslealtad, que ni el parentesco, ni la memoria de los beneficios recebidos, ni la obligacion que les tenian los enfrenaban y detenian para que no urdiesen aquella maldad y la

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