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cion con tres millas de tierra de todas partes en derredor que le señaló por territorio; en él en particular se hace mencion de la invencion que sucedió en aquel tiempo del sepulcro y cuerpo del Apóstol sagrado. No dejaré de avisar antes de pasar adelante que algunas personas doctas y graves estos años han puesto dificultad en la venida del apóstol Santiago á España, otros, si no los mismos, en la invencion de su sagrado cuerpo por razones y textos que á ello les mueven. Seria largo cuento tratar esto de propósito, y no entiendo sea expediente con semejantes disputas y pleitos alterar las devociones del pueblo, en especial tan asentadas y firmes como esta es. Ni las razones de que se valen nos parecian tan concluyentes, que por la verdad no militen mas en número y mas fuertes testimonios de papas, reyes y autores antiguos y santos sin excepcion y sin tacha. Finalmente, visto lo que hace por la una y por la otra parte, aseguro que hay pocos santuarios en Europa que tengan mas certidumbre ni mas abonos en todo que el nuestro de Compostella. Tal era y es nuestro juicio en este caso y en estas dificultades.

CAPITULO XI.

Cómo Carlo Magno vino en España.

autoridad y crédito afirmaban que en un bosque cercano se vian y resplandecian muchas veces lumbreras entre las tinieblas de la noche. Recelábase el santo prelado no fuesen trampantojos; mas con deseo de averiguar la verdad fué allá en persona, y con sus mismos ojos vió que todo aquel lugar resplandecia con lumbres que se veian por todas partes. Hace desmontar el bosque, y cavando en un monton de tierra hallaron debajo una casita de mármol y dentro el sagrado sepulcro. Las razones con que se persuadieron ser aquel sepulcro y aquel cuerpo el del sagrado Apóstol no se refieren; pero no hay duda sino que cosa tan grande no se recibió sin pruebas bastantes. Buscaron los papeles que quedaron de la antigüedad, memorias, letreros y rastros, y aun hasta hoy se conservan muchos y notables. Aquí, dicen, oró el Apóstol, allí dijo misa, acullá se escondió de los que para darle la muerte le buscaban. Los ángeles que á cada paso, dicen, se aparecian, dieron testimonio de la verdad como testigos abonados y sin tacha. El Obispo, con deseo de avisar al Rey de lo que pasaba, sin dilacion se partió para la corte. Era el Rey muy pio y religioso, deseoso de aumentar el culto divino, demás de las otras virtudes en que era muy acabado. Acudió en persona, y con sus mismos ojos vió todo lo que le decian; la alegría que recibió fue extraordinaria. Hizo que en aquel mismo lugar se edificase un templo con nombre de Santiago, bien que grosero y no muy fuerte por ser de tapiería. Ordenó beneficios y señaló rentas de que los ministros se sustentasen conforme á la posibilidad de los tesoros reales. Derramóse esta fama, primero por España, despues por todo el orbe cristiano, con que la devocion del apóstol Santiago se aumentó y dilató en grande manera. Concurrió gente innumerable de todas partes, tanto, que en ningun tiempo se vió acudir á España, aun cuando gozaba de su prosperidad, tantos extranjeros. De Italia, Francia y Alemaña venian, los de léjos y los de cerca, movidos de la fama que volaba. Aumentábase la devocion con los muchos y grandes milagros que cada dia se hacian al sepulcro del santo Apóstol, que daban testimonio bastante de que no era sin propósito lo que se habia creido y se divulgaba. Gobernaba á esta sazon la Iglesia romana el pontifice Leon, tercero deste nombre; hicieron recurso á él el rey don Alonso, y á su instancia y en su favor Carlo Magno, que á esto entiendo yo se enderezaba principalmente la embajada que dijimos. Pidieron que el obispo iriense, sin mudar por entonces el nombre que antes tenia, trasladase su silla á Compostella para mas autorizar aquel santo lugar. Venian en ello los grandes y prelados de España. Condecendió el Pontífice á tan justa demanda con tal que el arzobispo de Braga, cuyo sufragáneo era aquel obispado, no fuese perjudicado en alguna manera; dado que Braga por aquel tiempo no se habitaba, ca la destruyeron los moros. De la una y de la otra condicion la iglesia de Compostella quedó exempta docientos y setenta y cinco años adelante, cuando por concesion de los pontífices romanos y á instancia de los reyes de España se trasladaron á Santiago los privilegios y autoridad de Mérida, iglesia en otro tiempo metropolitana, como se declara en otro lugar. En los archivos y becerro de Compostella se halla un privilegio deste rey don Alonso, en que hace donacion á aquella iglesia de aquella nueva pobla

Que Carlo Magno, rey poderoso de Francia, haya venido, y aun mas de una vez á España, la fama general que dello hay lo muestra, fundada en lo que los escritores antiguos dejaron escrito con mucha conformidad. Primeramente, al principio de su reinado despues de la muerte de su padre vino á España con es'peranza de echar los moros de toda ella. Ibnabala, moro, le hizo instancia que emprendiese este viaje en su favor. Pasó los montes Pirineos por la parte de Navarra. Púsose sobre Pamplona, que se le rindió fácilmente. Dejó á Ibnabala por rey de Zaragoza con órden que aquella ciudad le acudiese á él con cierto tributo y parias cada un año. Hecho esto, dió la vuelta y de camino hizo desmantelar la ciudad de Pamplona á causa que`no se podia mantener, y con las guerras ordinarias muchas veces mudaba señorío, ya era de moros, ya de cristianos. Tenian los navarros tomados los puertos y estrechuras de los Pirineos. Dieron sobre el fardaje y sobre los tesoros de Francia, saqueáronlo todo, con que Carlo Magno, sin poder tomar emienda del daño, fué forzado de volver á Alemaña con poco contento y honra. Pocos años adelante en la parte de Cataluña se le entregaron las ciudades de Girona y de Barcelona. De donde conviene tomar los principios de los condes de Barcelona y de los catalanes, nombrados así de los pueblos catalaunos, puestos en la Gallia Narbonense, cerca de la ciudad de Tolosa, que contra los moros hicieron entrada y asiento por aquella parte de España. Esta derivacion es más á propósito que la que compone esta palabra de gotos y alanos y la que otros siguen de cierto catalan, gobernador de Aquitania, en el tiempo que Cárlos Martelo, como queda arriba tocado, se apoderó por fuerza de aquel ducado y le quitó á los hijos de Eudon. Tomich, historiador catalan, dice que Carlo Magno despues de algun tiempo, ganado que hobo de los moros á Narbona, rompió de nuevo por aquella parte en España, y con las armas sujetó á su corona á Cataluña la Vieja, que estaba asimismo en poder de moros,

en la parte en que antiguamente estuvieron los ceretanos y por allí; demás desto, que peleó con los moros y los venció en el valle, que desta batalla tomó el nombre de Carlos. Otros añaden á lo dicho que con la ocasion de haberse hallado el cuerpo de Santiago volvió á España de nuevo para certificarse y ver con sus ojos lo que publicaba la fama y aumentar con su autoridad y presencia la devocion de aquel santuario. Dicen mas, que á instancia suya luego que se enteró de la verdad se dió al prelado de Compostella derecho y autoridad de primado sobre todas las iglesias de España. Pero lo desta venida se debe tener por falso y por invencion mal compuesta por muchas razones, que no es necesario poner aquí, pues la mentira por sí misma se muestra. Lo que se averigua es que vuelto de España Carlo Magno, se partió para Roma con intento de amparar y restituir en su silla al sumo pontífice Leon III; el cual, como él sospechaba y era la verdad, á tuerto habian depuesto sus enemigos. Llegado á aquella ciudad, se asentó para conocer de aquel pleito, cuando gran número de obispos que allí se hallaban presentes por su llamado dijeron á voces no ser lícito que alguno juzgase al Sumo Pontífice. Con esto el mismo acusado desde un púlpito con juramento se purgó de los cargos que le hacian, y sus acusadores fueron primero condenados á muerte, despues á ruego del Pontífice se trocó aquella sentencia en destierro. En ningun tiempo la Iglesia de Roma se vió mas autorizada ni la persona del Pontífice mas acatada. Habian los ciudadanos de Roma y el Papa enviado á Carlo Magno antes que allá llegase las llaves de la confesion de san Pedro y el estandarte de la ciudad de Roma en señal que se ponian en sus manos y debajo de sus alas se amparaban, á causa que por la revuelta de los tiempos los emperadores griegos poco les podian ayudar, el poder de los franceses se aumentaba y se fortificaba mas de cada dia. Hicieron pues en presencia lo que en su ausencia tenian acordado, que fué entregalle el imperio de la ciudad de Roma. Corria el año de nuestra salvacion 801, cuando el papa Leon, celebrado que hobo la misa en la iglesia de San Pedro, víspera de Navidad, dió á Carlo Magno el nombre de Augusto, y le adornó de las insignias imperiales. El pueblo romano en señal de su mucha alegría aclamó á Cárlos Augusto, grande y pacífico, vida y victoria. Despues que fué emperador, desde Alemaña, do estaba retirado en lo postrero de su edad, vino á España, segun que lo afirman casi todos los historiadores, con esta ocasion. El rey don Alonso, cansado por sus muchos años y con las guerras que de ordi-, nario traia con los moros con mayor esfuerzo y valor que prosperidad, pensó seria bien valerse de Carlo Magno para echar con sus armas los moros de toda España. No tenia hijos; ofrecióle en premio de su trabajo la sucesion en el reino por via de adopcion. No menospreció este partido el buen Emperador; pero por ser de larga edad y no menos viejo que el rey don Alonso y por tener debajo de su señorío muchas provincias, le pareció que aquel reino seria bueno para Bernardo, su nieto de parte de su hijo Pipino, ya muerto, que él había hecho rey de Italia. Con esta resolucion emprendió el viaje de España. Seguíale un ejército invencible. Estaba todo para concluirse cuando se pusieron estas práticas; porque las cosas de los

grandes príncipes y sus confederaciones por intervenir otros en ellas no pueden estar mucho tiempo secretas. Llevaba de mala gana la nobleza de España quedar sujeta al imperio de los franceses, gente insolente, como ellos decian, y fiera; que no era esto librallos de los moros, sino trocar aquella servidumbre en otra mas grave. Desto se quejaba cada cual en particular y todos en público, los menores, medianos y mas grandes. Todavía ninguno en particular se atrevia á resistir á la voluntad del Rey y desbaratar aquellos intentos. Solo Bernardo del Carpio, feroz por la juventud y por la esperanza que tenia de la corona, S0plaba este fuego y se ofrecia por caudillo á los que le quisiesen seguir. El mismo rey don Alonso estaba arrepentido de lo que tenia tratado; tan inciertas son las voluntades de los príncipes. Allegóse á los demás Marsilio, rey moro de Zaragoza, con quien el Emperador estaba enojado por haber despojado de aquel estado á Ibnabala, su confederado. De los unos y de los otros se formó un buen ejército, aunque no bastante para resistir en campo llano. La caballería de Francia es aventajada; acordaron tomar los pasos de los Pirineos y impedir á los franceses la entrada en España. Los escritores extranjeros dicen que Cárlos pasó adelante, y que antes que diese la vuelta venció en batalla á los enemigos y les corrió los campos y la provincia portodas partes; y que, finalmente, cuando se volvia peleó en las estrechuras de los Pirineos. A otros parece mas verdadero lo que nuestros escritores afirman que Carlo Magno no entró desta vez en España, sino que á la misma entrada en Roncesvalles, que es parte de Navarra, se dió aquella famosa batalla. Venian en la vanguardia Roldan, conde de Bretaña, Anselmo y Eginardo, hombres principales. El lugar no era á propósito para ponerse en ordenanza; acometieron los nuestros desde lo alto á los enemigos. Dieron la muerte á muchos antes que se pudiesen aparejar para la pelea y ordenar sus haces. Fué muerto el mismo Roldan, de cuyo esfuerzo y proezas se cuentan vulgarmente en ambas las naciones de Francia y de España muchas fábulas y patrañas. Carlo Magno, visto el temor de los suyos y la matanza que en ellos se ejecutaba, con deseo de reparar y animar su gente, que desmayaba en aquel aprieto, dijo á sus soldados estas palabras: «Cuán fea cosa sea que las armas francesas muy señaladas por sus triunfos y trofeos sean vencidas por los pueblos mendigos de España, envilecidos por la larga servidumbre, aunque yo lo calle, la misma cosa lo declara. El nombre de nuestro imperio, la fuerza de vuestros pechos os debe animar. Acordáos de vuestras grandes hazañas, de vuestra nobleza, de la honra de vuestros antepasados; y los que, vencidas tantas provincias, distes leyes á gran parte del mundo, tened por cosa mas grave que la misma muerte dejaros vencer de gente desarmada y vil, que á manera de ladrones no se atrevieron á pelear en campo raso. La estrechura de los lugares en que estamos no da lugar para huir, ni seria justo poner la esperanza en los piés los que teneis las armas en las manos. No permita Dios tan grande afrenta; no sufrais, soldados, que tan gran baldon se dé al nombre francés ; con esfuerzo y ánimo habeis de salir destos lugares; en fuerzas, armas, nobleza, en ánimo, número y todo lo demás os aventa

y junto con ella un claustro ó casa á propósito de enterrar en ella los cuerpos de los reyes, ca dentro de la iglesia no se acostumbraba; otra tercera iglesia edificó de San Tirso, mártir, muy hermosa; la cuarta de San Julian; demás desto, un palacio real con todos los ornamentos, apartamientos y requisitos necesarios. Tal era la grandeza de ánimo en el rey don Alonso, que contentándose él en particular con regalo y vestido ordinario, empleaba todas sus fuerzas en procurar el arreo y hermosura de la república, ennoblecer y adornar aqueIla ciudad que él, primero de los reyes, hizo asiento y cabecera de su reino, como lo refiere don Alonso el Magno. A la misma sazon los moros andaban alborotados, en particular los de Toledo se alzaron contra su Rey. Las riquezas y el ocio, fuente de todos los males, eran la causa, y ninguna ciudad puede tener sosiego largo tiempo; si fuera le faltan enemigos, le nacen en casa. El rey Alhaca, como astuto que era, acostumbrado á callar, disimular, fingir y engañar, llamó á Ambroz, gobernador de Huesca, hombre á propósito para el embuste que tramaba, por ser amigo de los de Toledo. Envióle con cartas halagüeñas, en que echaba la culpa del alboroto á los que tenian el gobierno, y rogaba á los ciudadanos se sosegasen. Es la gente de Toledo de su natural sencilla y no nada maliciosa; sin recelarse de la celada, abiertas las puertas, le recibieron en la ciudad. Pasado algun tiempo, finge estar agraviado del Rey; persuádeles pasen adelante en sus primeros intentos, y para mayor seguridad hace edificar un castillo do al presente está la iglesia de San Cristóbal; y para que estuviesen en guarnicion, puso en él buen golpe de soldados. Para sosegar estas alteraciones acudió Abderraman, hijo del rey Moro, mozo de veinte y cuatro años; el cual, con semejante engaño, al primero hizo asiento con los de dentro, y le dejaron entrar. Para ejecutar lo que tenian tramado convidaron los ciudadanos principales à cierto convite que ordenaron dentro del castillo, en que sobre seguro fueron alevosamente muertos por los soldados los del pueblo hasta número de cinco mil, que fué el año de nuestra salvacion de 805. Este castigo tan grande hizo que el pueblo de Toledo se allanase; pero no bastó para que los que mo

jais. Los enemigos por la pobreza, miseria y mal tratamiento están flacos y sin fuerzas; el ejército se ha juntado de moros y cristianos, que no concuerdan en nada, antes se diferencian en costumbres, leyes, estatutos y religion. Vos teneis un mismo corazon, una misma voluntad, necesidad de pelear por la vida, por la patria, por nuestra gloria. Con el mismo ánimo pues con que tantas veces sobrepujastes innumerables huestes de enemigos y salistes con victoria de semejantes aprietos, si ya, soldados mios, no estais olvidados de vuestro antiguo esfuerzo, venced ahora las dificultades menores que se os ponen delante.» Dicho esto, con la bocina hizo señal, como lo acostumbraba. Renuévase la pelea con grande coraje, derrámase mucha sangre, mueren los mas valientes y atrevidos de los franceses. Los españoles, por los muchos trabajos endurecidos, peleaban como leones; y la opinion, que en la guerra puede mucho, quebrantó los ánimos de los contrarios, ca en lo mas recio de la pelea se divulgó por los escuadrones que los moros, como gente que tenia noticia de los pasos, se apresuraban para dar sobre ellos por las espaldas. Ningun lugar hobo ni mas señalado por el destrozo de los franceses ni mas conocido por la fama. Los muertos fueron sepultados en la capilla del Espíritu Santo de Roncesvalles. Siguióse poco despues la muerte de Carlo Magno, que falleció y fué sepultado en Aquisgran el año de Cristo de 814, que fué la causa, como yo entiendo, de no vengar aquella injuria. Don Rodrigo dice que el rey don Alonso se halló en la batalla; los de Navarra, que Fortun García, rey de Sobrarve, tuvo gran parte en aquella victoria; las historias de Francia que, no por el esfuerzo de los nuestros fueron los franceses vencidos, sino por traicion de un cierto Galalon. Entiendo que la memoria destas cosas está confusa por la aficion y fábulas que suelen resultar en casos semejantes, en tanto grado, que algunos escritores franceses no hacen mencion desta pelea tan señalada; silencio que se pudiera atribuir á malicia, si no considerara que lo mismo hizo don Alonso el Magno, rey de Leon, en el Cronicon que dedicó á Sebastian, obispo de Salamanca, poco despues deste tiempo, donde no se halla mencion alguna desta tan notable jornada. Esto baste de la empresa y desas-raban en el arrabal de Córdoba no se levantasen. La tre del emperador Carlo Magno. El lector, por lo que otros escribieron, podrá hacer libremente juicio de la verdad. Volvamos á lo que nos queda atrás.

CAPITULO XII.

De lo demás que hizo el rey don Alonso. Prósperamente y casi sin ningun tropiezo procedian en tiempo del rey don Alonso las cosas de los cristianos con una perpetua, constante, igual y maravillosa bonanza. No solo cuidaba el buen Rey de la guerra, sino eso mismo de las artes de la paz, y en particular procuraba que el culto divino en todas maneras se aumentase. Luego que se acabó de todo punto el templo que con nombre del Salvador se comenzó los años pasados en Oviedo, el mayor y mas principal de aquella ciudad, para que la devocion fuese mayor hizo que siete obispos le consagrasen con las ceremonias acostumbradas el año de 802. Sin esto en la misma ciudad levantó otra iglesia con advocacion de Nuestra Señora,

crueldad antes altera que sana. Fué enviado contra ellos Abdelcarin, capitan de gran nombre, que ganó en el cerco que poco antes tuvo sobre Calahorra, y por los grandes daños que hizo en aquella comarca. Este lo sosegó todo; el castigo de los culpados fué menor que el de Toledo; ahorcó trecientos dellos á la ribera del rio. Esto pasaba en tierra de moros; en la de cristianos dos ejércitos de moros, que hicieron entrada en Galicia y pusieron grande espanto en la tierra, fueron destrozados y forzados con daño á retirarse el año de 810. Ores, gobernador de Mérida, puso sitio sobre la villa de Benavente; pero con la venida del rey don Alonso fué forzado á alzarle y retirarse. De la misma manera Alcama, moro, gobernador de Badajoz, fué rechazado de la ciudad de Mérida, sobre la cual estaba, y de toda aquella comarca. No mucho despues uno, llamado Mahomad, hombre noble entre los moros, ciudadano antiguamente de Mérida, por miedo que tenia de Abderraman no le hiciese alguna fuerza y agravio, bien que lo particular no se sabe, con número de gente se retiró

al amparo del rey don Alonso. Dióle el Rey en Galicia lugar en que morase; pretendia el moro volver en gracia con los de su nacion y tomar por medio alguna empresa contra los cristianos; así, ocho años despues de su venida con las armas se apoderó de un pueblo llamado Santa Cristina; este castillo se ve hoy dos leguas de Lugo. Acudió prestamente el Rey para cortalle los pasos; vinieron á las manos, y pelearon con una porfia extraordinaria; pero al fin el campo quedó por los nuestros con muerte de cincuenta mil moros, y entre ellos del mismo Mahomad, que fué un notable aviso para no fiarse de traidores, en especial de diversa creencia y religion. En tanto que esto pasaba, falleció Alhaca, rey de Córdoba, el año de Cristo de 821, de los árabes 206, de su reino veinte y siete. Dejó diez y nueve hijos y veinte y una hijas. Sucedióle en el reino Abderraman, su hijo, en edad de cuarenta y un años; reinó treinta y uno. Por este tiempo los moros de España pasaron á la isla de Candia, y hicieron en ella su asiento. Dícelo Zonaras. El esfuerzo de Bernardo del Carpio se mostró mucho en todas las guerras que por este tiempo se hicieron; él grandemente se agraviaba que ni sus servicios ni los ruegos de la Reina fuesen parte para que el Rey, su tio, se doliese de su padre y le librase de aquella larga y dura prision. Pidió claramente licencia, y retiróse á Saldaña, que era de su patrimonio, con intento de satisfacerse de aquel agravio en las ocasiones que se ofreciesen. Dende hacia robos y entradas en las tierras del Rey sin que nadie le fuese á la mano. El Rey no era bastante por su larga edad; los nobles favorecian la pretension de Bernardo y su demanda tan justa. Ofendido el Rey por este levantamiento y llegado el fin de su vida de vejez y de una enfermedad mortal que le sobrevino, señaló por sucesor suyo á don Ramiro, de don Bermudo. Hecho esto, acabó el curso de su vida en edad de ochenta y cinco años. Reinó los cincuenta y dos, cinco meses y trece dias. Otros á este número de años añaden los que reinaron Mauregato y don Bermudo por no haber sido verdaderos reyes. Falleció en Oviedo, y fué sepultado en la iglesia de Santa María de aquella ciudad. Sucedió su muerte el año de nuestra salvacion de 843, cuenta en que nos apartamos algun tanto de la que lleva el Catálogo compostellano; pero arrimados al Cronicon del rey don Alonso el Magno, muy conforme en esto á las demás memorias que quedan y tenemos de la antigüedad.

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hijo

El reinado del rey don Ramiro en tiempo fué breve, en gloria y hazañas muy señalado, por quitar, como quitó, de las cervices de los cristianos el yugo gravísimo que les tenian puesto los moros y reprimir las insolencias y demasías de aquella gente bárbara. A la verdad, el haber España levantado la cabeza y vuelto á su antigua dignidad, despues de Dios se debe al esfuerzo y perpetua felicidad deste gran príncipe. En los negocios que tuvo con los de fuera fué excelente, en los de dentro de su reino admirable; y aunque se señaló mucho en las cosas de la paz, pero en la gloria militar fué mas aventajado. A los nigrománticos y hechiceros castigó con pena de fuego; á los ladrones, en

que andaba gran desórden, hacia sacar los ojos, pena cortada á la medida de su delito, quitarles la ocasion de codiciar lo ajeno y hacerles que no pudiesen mas pecar. A la sazon que falleció el rey don Alonso, don Ramiro se hallaba ocupado en los várdulos, que eran parte de Castilla la Vieja ó de Vizcaya. La distancia de los lugares y la mudanza del príncipe dieron ocasion al conde Nepociano para apoderarse por fuerza de armas de las Astúrias y llamarse rey. Era hombre muy poderoso, los que le seguian muchos, su autoridad y riquezas muy grandes. Las voluntades y pareceres de los naturales no se conformaban, ca los malos y revoltosos le favorecian; los mas cuerdos, que sentian diversamente, callaban y no se atrevian á declararse por miedo del tirano y por estar las cosas tan alteradas. Acudió el rey don Ramiro á sosegar estos movimientos. Juntáronse de una parte y de otra muchas gentes; dióse la batalla en Galicia á la ribera del rio Narceya; en ella Nepociano fué desamparado de los suyos, vencido y puesto en huida. Es muy justa recompensa de la deslealtad que sea reprimida con otra alevosía; demás que ordinariamente, á quien la fortuna se muestra contraria, en el tiempo de la adversidad le desamparan tambien los hombres. Fué así, que dos hombres principales de los que seguian al tirano, llamados el uno Somna, y el otro Scipion, con intento de alcanzar perdon del vencedor le prendieron en la comarca premariense y se le entregaron. En la prision por mandado del Rey le fueron sacados los ojos, y encerrado en cierto monasterio, pasó en miseria y tinieblas lo que de la vida le quedaba. Despues destos movimientos y alteraciones se siguió la guerra contra los moros, que al princípio fué espantosa, mas su remate y conclusion fué muy alegre para los cristianos, y ella de las mas señaladas que se hicieron en España. Tenia el imperio de los moros Abderraman, segundo deste nombre, príncipe de suyo feroz, y que la prosperidad le hacia aun mas bravo; porque al principio de su reinado, como queda arriba apuntado, hizo huir á Abdalla, su tio, que con esperanza de reinar tomó las armas y se apoderara de la ciudad de Valencia. Demás desto, se apoderó de la ciudad de Barcelona por medio de un capitan suyo de gran nombre, llamado Abdelcarin. Con esto quedó tan orgulloso, que, resuelto de revolver contra el rey don Ramiro, le envió una embajada para requerirle le pagase las cien doncellas que, conforme al asiento hecho con Mauregato, se le debian en nombre de parias; que era llanamente amenazalle con la guerra y declararse por enemigo si no le obedecia en lo que demandaba. Grande era el espanto de la gente, mayor el afrenta que desta embajada resultaba; así los embajadores fueron luego despedidos; valióles el derecho de las gentes para que no fuesen castigados como merecia su loco atrevimiento y demanda tan indigna é intolerable. Tras esto todos los que eran de edad á propósito en todo el reino fueron forzados á alistarse y tomar las armas, fuera de algunos pocos que quedaron para la labor de los campos, por miedo que si la dejaban serian afligidos, no menos de la hambre que de la guerra. Los mismos obispos y varones consagrados á Dios siguieron el campo de los cristianos. Grande era el recelo de todos, si bien la querella era tan justa, que tenian alguna esperanza de salir con la victoria. Para ganar reputacion

y mostrar que hacian de voluntad lo que les era forzoso, acordaron de romper primero y correr las tierras de los enemigos, en particular se metieron por la Rioja, que á la sazon estaba en poder de moros. Al contrario Abderraman juntaba grandes gentes de sus estados, aparejaba armas, caballos y provisiones con todo lo demás que entendia ser necesario para la guerra y para salir al encuentro á los nuestros. Juntáronse los dos campos, de moros y de cristianos, cerca de Albelda ó Albaida, pueblo en aquel tiempo fuerte, y despues muy conocido por un monasterio que edificó allí don Sancho, rey de Navarra, con advocacion de San Martin; al presente está casi despoblado. La renta del monasterio y la librería que tenia, muy famosa, trasladaron el tiempo adelante á la iglesia de Santa María la Redonda de la ciudad de Logroño, de la cual Albelda dista por espacio de dos leguas. En aquella comarca se dió la batalla de poder á poder, que fué de las mas sangrientas y señaladas que se dieron en aquel tiempo. Nuestro ejército, como juntado de priesa, no era igual en fuerzas y destreza á los soldados viejos y ejercitados que traian los enemigos. Perdiérase de todo punto la jornada si no fuera por diligencia de los capitanes, que acudian á todas partes y animaban á sus soldados con palabras y con ejemplo. Cerró la noche, y con las tinieblas y escuridad se puso fin al combate. No hay cosa tan pequeña en la guerra que á las veces no sea ocasion de grandes bienes ó males, y así fué, que en aquella noche estuvo el remedio de los cristianos. Retiróse el rey don Ramiro á un recuesto, que allí cerca está, con gentes destrozadas y grandemente enflaquecidas por el daño presente y mayor mal que esperaban. El mejorarse en el lugar dió muestra que quedaba vencido, pero, sin embargo, se fortificó lo mejor que segun el tiempo pudo; hizo curar los heridos, los cuales y la demás gente, perdida casi toda esperanza de salvarse, con lágrimas y suspiros hacian votos y plegarias para aplacar la ira de Dios. El Rey, oprimido de tristeza y de cuidados por el aprieto en que se hallaba, se quedó adormecido. Entre sueños le apareció el apóstol Santiago con representacion de majestad y grandeza mayor que humana. Mándale que tenga buen ánimo, que con la ayuda de Dios no dude de la victoria, que el dia siguiente la tuviese por cierta. Despertó el Rey con esta vision, y regocijado con nueva tan alegre saltó luego de la cama. Mandó juntar los prelados y grandes, y como los tuvo juntos les hizo un razonamiento desta sustancia: «Bien sé, varones excelentes, que todos conoceis tan bien como yo en qué término y apretura están nuestras cosas. En la pelea de ayer llevamos lo peor, y si no quedamos del todo vencidos, mas fué por beneficio de la noche que por nuestro esfuerzo. Muchos de los nuestros quedaron en el campo, los demás están desanimados y amedrentados. El ejército enemigo, que era antes fuerte, con nuestro daño queda con mayor osadía. Bien veis que no hay fuerzas para tornar á la pelea ni lugar para huir. Estar en estos lugares mas tiempo, aunque lo pretendiésemos, la falta de pan y de otras cosas necesarias no lo permitirian. La dura y peligrosa necesidad de nuestra suerte, el desamparo de la ayuda y fuerzas humanas suplirá el socorro del cielo, y aliviará sin ninguna duda el peso de tantos males, lo que os puedo con seguridad prometer. Afuera

el cobarde miedo, no tape las orejas de vuestro entendimiento la desconfianza y falta de fe. Arrojarse en afirmar y creer es cosa perjudicial, mayormente cuando se trata de las cosas divinas y de la religion; porque si las menospreciamos, hay peligro de caer en impiedad, y si las recebimos ligeramente, en supersticion. El apóstol Santiago me apareció entre sueños y me certificó de la victoria. Levantad vuestros corazones y desechad dellos toda tristeza y desconfianza. El suceso de la pelea os dará á entender la verdad de lo que tratamos. Ea pues, amigos mios, llenos de esperanza arremeted á los enemigos, pelead por la patria y por la comun salud. Bien pudiérades con extrema afrenta y mengua servir á los moros; por pareceros esto intolerable tomastes las armas. Rechazad con el favor de Dios y del apóstol Santiago la afrenta de la religion cristiana, la deshonra de vuestra nacion; abatid el orgullo desta gente pagana. Acordãos de lo que pretendistes cuando tomastes las armas, de vuestro antiguo valor y de las empresas que habeis acabado.»> Dicho esto, mandó ordenar las haces y dar señal de pelear. Los nuestros con gran denuedo acometen á los enemigos, y cierran apellidando á grandes voces el nombre de Santiago, principio de la costumbre que hasta hoy tienen los soldados españoles de invocar su ayuda al tiempo que quieren acometer. Los bárbaros, alterados por el atrevimiento de los nuestros, cosa muy fuera de su pensamiento por tenerlos ya por vencidos, y con el espanto que de repente les sobrevino del cielo, no pudieron sufrir aquel ímpetu y carga que les dieron. El apóstol Santiago, segun que lo prometiera al Rey, fué visto en un caballo blanco y con una bandera blanca y en medio della una cruz roja, que capitaneaba nuestra gente. Con su vista crecieron á los nuestros las fuerzas, los bárbaros de todo punto desmayados se pusieron en huida, ejecutaron los cristianos el alcance, degollaron sesenta mil moros. Apoderáronse despues de la victoria de muchos lugares, en particular de Clavijo, do se dió esta famosa batalla, de que dan muestra los pedazos de las armas que hasta hoy por allí se hallan. Asimismo Albelda y Calahorra volvieron á poder de cristianos. Sucedió esta memorable jornada el año de Cristo de 844, que fué el segundo del reinado de don Ramiro. El ejército vencedor, despues de dar gracias á Dios por tan gran merced, por voto que hicieron, obligaron á toda España, sin embargo que la mayor parte della estaba en poder de moros, á pagar desde entonces para siempre jamás de cada yugada de tierras ó de viñas cierta medida de trigo 6 de vino cada un año á la iglesia del apóstol Santiago, con cuyo favor alcanzaron la victoria, voto que algunos romanos pontífices aprobaron adelante, como se ve por sus letras apostólicas. Asimismo el rey don Ramiro expidió sobre el mismo caso su privilegio, su data en Calahorra á 25 de mayo, era 872; yo mas quisiera que dijera 882, para que concertara con la razon del tiempo que llevamos muy puntual y ajustada. Puédese sospechar que en el copiar el privilegio se quedó un diez en el tintero; que el original no parece. Añadieron otrosí en este voto que para siempre, cuando los despojos de los enemigos se repartiesen, Santiago se contase por un soldado á caballo y llevase su parte, pero esto con el tiempo se ha desusado; lo que toca al vino y trigo al

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