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tu engaño, y la de Dios, que vuelve por la honestidad sin duda y castidad de los cristianos. De la una y de la otra parte te apercibo serás castigado. Mira que la lujuria, peste blanda, no te lleve á despeñar.» Esto dijo ella. Las orejas del Moro con la fuerza del apetito desenfrenado estaban cerradas; hízole fuerza contra su voluntad. Siguióse la divina venganza, que de repente le sobrevino una grave dolencia; entendió lo que era y la causa de su mal. Envió á doňa Teresa en casa de su hermano con grandes dones que le dió. Ella se hizo monja en el monasterio de San Pelagio de Leon, en que pasó lo restante de la vida en obras pias y de devocion, con que se consolaba de la afrenta recebida. A Obeidalla no le duró mucho el reino; venciéronle las gentes del rey Hisem, y preso fué puesto en su poder. Continuaban las revueltas entre los moros y las alteraciones en todas las partes de aquel reino. A los cristianos se ofrecia muy hermosa ocasion para deshacer toda aquella gente, si juntadas las fuerzas quisieran antes mirar por la religion que servir á las pasiones de los moros y ayudallos. Mas esta fué la desgracia de todos los tiempos; siempre las aficiones particulares se anteponen al bien comun, y ninguna cosa de ordinario menos mueve que el celo de la religion cristiana. Las tierras de los moros, no solo eran trabajadas con la llama de la guerra, sino tambien de gravísima hambre por haberse tanto tiempo dejado la labor de los campos. Zulema, visto que el conde don Sancho no le ayudaba, hizo sus avenencias con los reyes moros de Zaragoza y Guadalajara. Con estas ayudas se apoderó de Córdoba por fuerza; y como Hisem se huyese á Africa, tornó Zulema á recobrar todo aquel reino de nuevo. Entre los que seguían á Hisem, uno, llamado Haitan, tenia el primer lugar en autoridad y poder. Este se apoderó de Orihuela, ciudad asentada á la ribera del mar Mediterráneo, y por la comodidad de aquel lugar hizo venir á España con la intencion que le dió de hacerle rey á Ali Abenhamit, que tenia por Hisem el gobierno de Ceuta. Zulema no era igual en fuerzas á los dos enemigos. Así fué en batalla vencido cerca de Córdoba, y por los ciudadanos entregado al vencedor, y muerto por mano del mismo Ali con palabras afrentosas y ultrajes que le dijo, ca le dió en cara haber sido el primero que contra el rey Hisem, su legítimo señor, tomó las armas. No hay fidelidad entre los compañeros del reino; quejábase Haitan que Alí, el nuevo rey, no guardaba lo con él capitulado; hizo conjuracion y liga con Mundar, hijo de Hiaya, rey de Zaragoza ; juntaron de cada parte sus huestes, dióse la batalla cerca de Córdoba, en que Haitan fué vencido. Tras esto por ocasion de la muerte de Alí queria Haitan hacer rey á Abderraman Almortada. La muerte de Alí fué desta manera: salió de Córdoba en seguimiento de Haitan, llegó á Guadix, y allí sus mismos eunucos le mataron en un baño en que se lavaba, año de los árabes 408. Sucedió por voto de los soldados en aquella parte del reino y en Córdoba un hermano de Ali, llamado Cazin, que hicieron los de aquella parcialidad venir de Sevilla, do en aquella sazon moraba. Tuvo el reino por espacio de tres años, cuatro meses, veinte y seis dias con desasosiego, á causa que el Almortada ya dicho, con asistencia de Haitan y de Mundar, se apoderó de Murcia y de toda aquella comarca y se llamó rey. Era hombre soberbio Almorta

da, y que ni daba grata audiencia ni recebia bien á los que venian á negociar, y á los que le dieron el reino, como si fueran sus acreedores, los miraba con ojos torcidos y sobrecejo, que fué causa de su perdicion. En Granada por conjuracion de los suyos y con voluntad del señor de aquella ciudad fué muerto. Cazin con la muerte de Almortada le pareció quedaba de todo punto por rey, en especial que con deseo de ganalle la voluntad, los de Granada le enviaron los despojos del enemigo muerto. En breve empero aquella alegría le salió vana, se regaló y se mudó en nuevo cuidado. Los ánimos de la muchedumbre alterada nunca paran en poco; así los ciudadanos de Córdoba, con ocasion de que Cazin se partió á Sevilla, alzaron por rey á Hiaya, sobrino del mismo, hijo de su hermano Alí, hombre manso y liberal, de que mucho se paga la muchedumbre y el pueblo. Pero como este se fuese y partiese á Málaga, de que antes era señor, Cazin tornó por las armas á hacerse se➡ ñor de Córdoba, año de los árabes 414. Este nuevo señorío que tuvo de aquella ciudad le duró poco, solos siete meses y tres dias. Por causa de un alboroto que ocasionó en la ciudad la insolencia de los soldados que maltrataban á los ciudadanos, fué forzado á huir á Sevilla, en que asimismo no pudo detenerse mucho tiem→ po por tener su contrario ganadas las voluntades do aquella ciudad. Despues desto, anduvo vagabundo y descarriado, hasta tanto que al fin vino á poder de Hiaya, y fué puesto por él en prision. Eran los mas destos reyes del linaje de los Alavecinos, bando muy poderoso en aquel tiempo en fuerzas y en autoridad. Los ciudadanos del bando contrario, es á saber, de los Abenhumeyas, se juntaron, y hechos mas fuertes, alzaron por rey á Abderraman, hermano de Mahomad (creo de aquel Mahomad Almahadio que fué el primero que tomó las armas contra Hisem), pero con la misma liviandad fué muerto dentro de dos meses. La severidad que él mostraba, y la inconstancia de aquella gente fueron causa de su perdicion. Con tanto un cierto Mahomad fué puesto en su lugar; tuvo el reino un año, cuatro meses y veinte y dos dias; este al tanto murió á manos de los ciudadanos. Lo mismo sucedió al hijo de Alí, llamado Hiaya, que era del bando contrario, y el tiempo pasado fue alzado por rey, cà con la misma deslealtad del pueblo le mataron en Málaga, en que, como queda dicho, estaba retirado. Reinó en Córdoba solos tres meses y veinte dias. Por su muerte Idricio, hermano de Alí y tio de Hiaya, fué llamado para ser rey desde Africa, do era señor de Ceuta. Este, llegado que fué á España, por el derecho que tenia del parentesco con los dos príncipes susodichos y por las armas, se apoderó del reino de Granada, de Sevilla, de Almería y de otras ciudades comarcanas. Lo mediterráneo quedó por Hisem, ca despues de la muerte de Hiaya los de Córdoba le habian vuelto al reino, ó era otro del mismo nombre, que aquellos ciudadanos de nuevo levantaron por rey, que en todo esto hay poca claridad. Los desórdenes de los que gobiernan suelen redundar en daño de sus señores, como sucedió á Hisem; que su Alhagib, que era como virey, que lo gobernaba todo, por ser cruel y apoderarse de los bienes públicos y particulares, acostumbrado á sacar ganancia de los daños ajenos y desgracias, fué causa que la ciudad se alborotó de suerte que el Alhagib fué muerto y el Rey echa

do del reino. En aquella revuelta un cierto Humeya, ayudado de una cuadrilla de mozos desbaratados y revoltosos, entró en el alcázar y pidió á los soldados que le alzasen por rey. Excusábanse ellos por la deslealtad de los ciudadanos, revuelta y desgracia de los tiempos. Decíanle que escarmentase en cabeza ajena, y por el ejemplo de los otros entendiese claramente que semejantes intentos no salian bien. A esto, hoy, dijo él, me llamad rey, y matadine mañana ; tan poderoso es el deseo de mandar, tan grande la dulzura de ser señores. Todavía por orden de los ciudadanos fueron echados de la ciudad á un mismo tiempo este Humeya y el Hisem ya dicho, y con ellos todos los Abenhumeyas, como causa de tan graves daños. Hisem, trabajado con tanta variedad de cosas como por él pasaron, últimamente paró en Zaragoza; recibióle beniguamente el rey de aquella ciudad, llamado Zulema Abenhut. Dióle un castillo, llamado Alzuela, en que pasó como particular lo restante de su vida. De Idricio no dice en qué parase el arzobispo don Rodrigo, que refiere esta cuenta de los postreros reyes de Córdoba con alguna mayor obscuridad de la que aquí llevamos; mas ¿cómo se puede relatar con claridad revuelta tan confusa y tan grande? Resta decir que desde este tiempo el señorío de los moros, que por tantos años tuvo tan gran poder en España, se enflaqueció de guisa, que se dividió en muchos señoríos; cada cual de los que tenian el gobierno se llamaron reyes de las ciudades que tenían á su cargo, sin que nadie en aquellas revueltas les fuese á la mano. Así, en lo de adelante se cuentan muchos reyes en diversas partes; en Córdoba Jahuar, en Sevilla Albucacin y su hijo Habeth, en Toledo Haitan, el que ayudó á Alí, rey de Córdoba, al principio, y despues fué su contrario. Hijo deste rey de Toledo fué otro Hisem, nieto Almenon, bien que algunos dan mas antiguo principio que este á los reyes moros de Toledo. La verdad es que aquella ciudad con sus reyes-que tenia ó tomaba, muclias veces se rebeló contra los reyes de Córdoba. Los moradores della se atribuian el primer lugar entre las ciudades de España, y por esta causa no podian llevar que les hiciesen demasías. En otras ciudades remanecieron otrosí nuevos reyes, mas no hay para qué contallos aquí, ni aun se podria hacer con certidumbre y claridad. Basta saber que estos señoríos se conservaron y permanecieron hasta tanto que los Almoravides, linaje y gente muy poderosa, de Africa pasaron en España con su rey y caudillo Tesefin, que fué el año de los árabes de 484, año que concurre con el de 1091 de Cristo, y en otro lugar mas á propósito se relatará. Al presente volvamos atrás al cuento de las cosas que los cristianos, el conde don Sancho y el rey don Alonso obraron.

CAPITULO XI.

De lo demás que sucedió en tiempo del rey don Alonso.

Don Sancho, conde de Castilla, deseoso de vengar la muerte de su padre con ayuda de los leoneses y navarros, con quien el año pasado puso confederacion, entró por tierra de Toledo metiendo á fuego y á sangre todo lo que topaba. El mismo estrago hizo en tierra de Córdoba, hasta donde los nuestros entraron animados con el buen suceso; en ambas partes hicieron presas de hombres y de ganados. Si los daños fueron grandes, ma

yor era el miedo y quebranto de los moros, que divididos en bandos y por las discordias civiles apenas se conservaban, tanto, que los que poco antes ponian espanto al nombre cristiano fueron forzados de comprar por gran dinero la paz. Sepúlveda, asentada en la frontera, se ganó de moros, y con ella Osma, Santisteban de Gormaz, y otros pueblos por aquella comarca, que en la guerra pasada se perdieran, volvieron á poder de cristianos. Desde este tiempo se otorgó á la nobleza de Castilla, como dicen muchos autores, que no fuesen forzados á hacer la guerra á su costa solo con esperanza de la presa, segun acostumbraban á hacer antes, sino que les señalasen sueldo á la manera que en las otras naciones estaba recebido de todo tiempo. La reputacion y gloria que el conde don Sancho ganó por este camino escureció grandemente la muerte que dió á su madre con esta ocasion. Aficionóse ella á cierto moro principal, hombre muy dado á deshonestidades y membrudo. Dudaba de casarse con él, no tanto por el escrúpulo como por miedo de su hijo; recelábase de la saña que el dolor y afrenta le causarian; determinó con darle la muerte hacer lugar y camino á aquellas bodas malvadas, aparejábale ciertos bebedizos y ponzoña mortal. El Conde, avisado de todo, forzó á su madre con muestra de honrarla, aunque lo rehusaba y contradecia, de hacerle la salva y gustar la bebida que le daba. Principio de que algunos sospechan nació la costumbre recebida y muy usada en algunas partes de España que las mujeres beban antes que los varones. Otros refieren que una camarera de la Condesa, que la vió destemplar las yerbas, dió aviso á su marido (no falta quien le llame Sancho del valle de Espinosa), y él al Conde, y que por este servicio tan señalado desde entonces ganó el privilegio que hasta hoy tienen los de su tierra, los monteros de Espinosa, de guardar de noche la persona y la casa real. Verdad es que para dar este cuento por cierto yo no hallo fundamentos bastantes, y todavía la Valeriana lo refiere en el libro 9, título 1.o, capítulo 5.o, y los naturales de aquella villa lo tienen y afirman así como cosa sin duda. Dicen mas, que el Conde, con deseo de satisfacer este mal caso y por amansar el odio que contra él acerca del pueblo resultara por un delito tan feo, edificó un monasterio de monjas, y del nombre de su madre le llamó de Oña, que el tiempo adelante don Sancho, rey de Navarra, llamado el Mayor, dió á los monjes de Cluni, y en nuestra era tiene el primer lugar entre los demás monasterios de aquella comarca. Hobo don Sancho en su mujer doña Urraca á su hijo don García, y tres hijas, que fueron dola Nuña, doña Teresa, doña Tigrida; las dos primeras fueron casadas con grandes señores, Tigrida, abadesa en el monasterio de Oña. Por el mismo tiempo se abrió y allanó á costa del conde don Sancho nuevo camino para que los extranjeros pasasen á la ciudad é iglesia de Santiago, es á saber, por Navarra, la Rioja, Briviesca y tierra de Búrgos, como quier que antes, por ser el señorío de los cristianos mas estrecho, los peregrinos de Francia acostumbrasen á hacer su camino con grande trabajo por Vizcaya y los montes de Astúrias, lugares faltos de todo, ásperos y montuo sos. El rey don Alonso, eso mesmo por beneficio de la larga paz que resultaba, así de las discordias de los moros como de la confederacion hecha entre los prín

cipes cristianos, vuelto su cuidado á las artes de la paz y al gobierno, hacia Cortes generales de su reino en Oviedo el año de nuestra salvacion de 1020. En estas Cortes se reformaron las antiguas leyes de los godos. Asimismo la ciudad de Leon, que por las entradas de los moros quedó asolada y hecha caserías, por diligencia del Rey y á su costa se reparó, y en ella levantó un templo con advocacion de San Juan Bautista, obra de barro y de ladrillo; allí trasladaron los huesos de su padre, don Bermudo, y de los otros reyes de Leon, que por miedo de los moros andaban mudando lugares, con que quedaron puestos en sepulcros ciertos y estables. El monasterio otrosi de San Pelagio se recdificó, en que doña Constanza, hermana del Rey, vírgen consagrada á Dios, vivió mucho tiempo. Los intentos y acometimientos de don Vela contra los condes de Castilla, de quien por particulares intereses y agravios se tenia por injuriado, cuán grandes hayan sido arriba queda declarado. A tres hijos deste caballero, es á saber, Rodrigo, Diego y lñigo, el conde don Sancho, no solo los perdonó, sino les volvió las honras y cargos de su padre; mas ellos, sin embargo desto, tornaron en breve á sus mañas y á lo acostumbrado. Y aun sobre las desórdenes pasadas añadieron una nueva deslealtad, que, dejado el conde don Sancho, se pasaron á don Alonso, rey de Leon; de los moros poca ayuda podian esperar por estar tan revueltas sus cosas y por la inudanza de tantos príncipes, como queda dicho. Recibiólos benignamente don Alonso, dióles á la halda de las montañas estado no pequeño, con que se susteutasen como señores; pareció por algun poco de tiempo estar sosegados, como quier que á la verdad esperaban ocasion de mostrar nueva deslealtad, segun se entendió por lo que en breve pasó, de la suerte que poco despues se dirá. El rey don Alonso, deseoso de ensanchar su estado, rompió por la Lusitania; púsose sobre la ciudad de Viseo, que pretendía ganar de les moros. Avino que cierto dia desarmado y con poco recato se llegó mucho á la ciudad. Tiráronle de los adarves una saeta con que le mataron. Los suyos por esta desgracia alzaron luego el cerco; y el cuerpo del difunto los obispos que fueran á aquella guerra le acompañaron basta Leon, y le enterraron en la iglesia de San Juan, que él mismo edificara para poner allí los sepulcros de sus padres. Sucedió esto el año de nuestra salvacion de 1028. Dejó un hijo y una hija: don Bermudo, que le sucedió en el reino, ལྭ doña Sancha, de pequeña edad. En aquel tiempo florecieron por santidad de vida dos obispos : Froilano, de Leon, y Atilano, de Zamora. Froilano fué natural de Lugo, Atilano de Tarragona. De monjes de San Benito, que lo eran en el monasterio de Moreruela, no léjos de Leon, los sacaron para obispos y los consagraron en un dia. Fué Atilano, de menos edad, discípulo de Froilano, mas igualóle en virtud, vida y milagros. Algunos á estos varones santos los ponen mas de cien años antes deste tiempo; nosotros seguimos lo que nos pareció mas probable. Tenia el principado de Barcelona de tiempo atrás un hijo de don Ramon, que se decia don Berenguel, y del nombre de su abuelo le llamaron por sobrenombre Borello, mas conocido por su ociosidad y poco valor que por alguna virtud. La falta deste Principe, con que las cosas de los cristianos amenazaban ruina, reparó en gran parte Bernardo Tallaferro, conde M-1.

de Besalú, que hacia rostro con valor á los moros. Y muerto él, que se ahogó en el Ródano en ocasion que pasaba á Francia, suplió sus veces Wifredo, conde de Cerdania, hasta alanzar los moros de aquella comarca, que no cesaban de hacer correrías y cabalgadas en las tierras de cristianos. A la muerte de don Berenguel le quedaron tres hijos: don Ramon, conde de Barcelona; don Guillen, conde de Manresa por testamento de su padre, y don Sancho, monje que fué benito.

CAPITULO XII.

De don Bermudo el Tercero, rey de Leon.

Don Bermudo, tercero deste nombre, aunque era de pocos años cuando su padre le faltó, fué alzado y coronado por rey, presentes los grandes del reino y los obispos, el año de 1028, en que falleció otrosí don Sancho, conde de Castilla, despues que tuvo el gobierno de Castilla por espacio de veinte y dos años. En el monasterio de Oña, que edificó á su costa, como queda arriba dicho, cerca del altar mayor, á mano izquierda se muestran tres sepulcros con sus letreros, el uno del conde don Sancho, el otro de su mujer doňa Urraca, y el tercero de don García, su hijo, el cual, muerto su padre, sucedió en aquel estado. Daba de sí grandes esperanzas por las muestras de sus virtudes; mas todo se fué en flor por su muerte, què le dieron aievosamente dentro el primer año de su gobierno los que menos fuera razon, y lo que es mas notable, en la misma alegría de sus bodas. Tenia don García dos hermanas, doña Nuña y doña Teresa. Doña Nuña (á quien otros llaman Elvira, y otros Mayor, creo por la edad) casó sin duda con don Sancho, rey de Navarra, y de él tenia ya por este tiempo estos hijos: don García, don Fernando y don Gonzalo. Doña Teresa, ó en vida de su padre, ó luego despues de su muerte, casó con don Bermudo, rey de Leon; deste matrimonio tuvieron un hijo, llamado don Alonso, que murió muy niño. Don García, conde de Castilla, aunque de poca edad, ca no tenia mas de trece años, se desposó á trueco con doňa Sancha, hermana del rey don Bermudo. Procurábase con estos parentescos que el concierto fuese adelante, que pocos años antes se asentara entre los príncipes cristianos, con que parecia las cosas comunes y particulares alzaban cabeza, y no se turbase la paz. Señalaron la ciudad de Leon para celebrar estas bodas ó desposorios. Llevaba el conde don García grande atuendo y acompañamiento de gente principal, así de sus vasallos como del reino de Navarra. El mismo rey don Sancho con sus hijos don García y don Fernando para honralle mas le acompañaron, y con ellos muchedumbre de soldados, que representaban un ejército entero. Estos soldados ganaron de camino á Monzon, castillo asentado no léjos de Palencia; al tanto hicieron de otros pueblos por aquella comarca, que los quitaron al conde Fernan Gutierrez, que por desprecio del nuevo y mozo Príncipe se levantara con ellos; sin embargo, por rendirse de su voluntad y sin dificultad sujetarse á la obediencia le fué dado perdon. Hacian las jornadas pequeñas, como era necesario por ser tanta la multitud de gente que llevaban. Don García, con deseo de apresurarse por ver á su esposa, dejó al rey don Sancho en Sahagun, y él con pocos á la ligera se adelantó sin algun recelo de lo que

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sucedió, como quien iba á fiestas y regocijos sin sospecha de trama semejante. A los hijos de don Vela por el mismo caso pareció aquella buena coyuntura para satisfacerse de los agravios que pretendian les hiciera el conde don Sancho á sinrazon. Eran hombres por la larga experiencia de cosas arteros y sagaces; comunicaron su intento con los que les parecieron mas á propósito para ayudalles á ejecutar la traicion, hombres homicianos, de malas mañas. Las asechanzas que se paran en muestra de amistad son mas perjudiciales. Salieron á recebir entre los demás al Príncipe, su señor, que venia bien descuidado. Puestos los hinojos en tierra y pedida la mano, le hicieron la salva y reverencia entre los españoles acostumbrada. Juntamente con muestra de arrepentimiento le pidieron perdon. Otro tenian en su pecho desleal, como en breve lo mostraron. ¿Quién sospechara debajo de aquella representacion malicia y engaño? Quién creyera que, alcanzado el perdon, no pretendieran recompensar las culpas pasadas con mayores servicios? No fué así, antes se apresuraron en ejecutar la maldad y dar la muerte á aquel Príncipe, por su edad de sencillo corazon, y que por todos respetos no se recataba de nadie. El tiempo, las alegrías, el hospedaje, el acompañamiento, todo le aseguraba. Salió á oir misa á la iglesia de San Salvador, cuando á la misma puerta de la iglesia los traidores le sobresaltaron y acometieron con las espadas desnudas. Rodrigo, el mayor de los hermanos, sin embargo que le sacara de pila cuando le baptizaron, le dió la primera herida como traidor y parricida malvado. Los demás acudieron y secundaron con sus golpes hasta acabarle. Doña Sancha, antes viuda que casada, perdió el sentido y se desmayó con la nueva cruel de aquel caso. Luego que volvió en sí acudió á aquel triste espectáculo, abrazóse con el muerto, henchia el cielo y la tierra de alaridos, como se deja entender, de sollozos y de lágrimas; miserable mudanza de las cosas, pues la mayor alegría se trocó repentinamente en gravísimo quebranto. Apenas la pudieron tener que no se hiciese enterrar juntamente con su esposo. Depositaron el cuerpo en la iglesia de San Juan, despues le trasladaron al monasterio de Oña, hoy en ambos lugares se ve su sepulcro. Mudóse con esto el estado de las cosas y trocóse toda España. Don Sancho, rey de Navarra, que en los arrabales de Leon se estaba con sus tiendas que tenia levantadas á manera de reales, heredó el principado de Castilla, cuyo título y armas de conde mudé él en nombre é insignias reales, por donde su poder comenzó á ser sospechoso y poner espanto al rey de Leon. Los traidores se huyeron y se metieron en Monzon, por ventura con esperanza que Fernan Gutierrez, ofendido contra los príncipes don García y el rey don Sancho por las plazas que le quitaron, fácilmente se juntaria con ellos y aprobaria lo hecho. Pero, ó que él los entregase, ó por diligencia del rey don Sancho que los siguió por todas partes, fueron presos y quemados; justicia con que castigaron su delito y quedaron escarmentados los demás, y muestra que los atrevimientos desleales no quedan sin castigo. El rey don Bermudo, escarmentado por la muerte de su padre, se mostraba amigo de la quietud; y por el nuevo desastre del príncipe don García, avisado de la inconstancia de las cosas, volvió su ánimo y pensamiento al

culto de la religion y á las artes de la paz. Primeramente con deseo de reformar las costumbres del pueblo, que la libertad de los tiempos estragara y por la malicia de los hombres, dió órden como se hiciese justicia á todos, promulgó leyes á propósito desto, y no con menos diligencia quitó de todo su reino los robos y salteadores, y con la grandeza de castigos hizo que ninguno se atreviese á pecar. Con estas obras ganó las voluntades de los naturales, y su reino parecia florecer con los bienes de una grande paz. No es duradera la prosperidad; don Sancho, rey de Navarra, con ambicion fuera de tiempo la alteró por esta causa. Don Bermudo no tenia hijos, y entendíase que la sucesion del reino, conforme á las leyes, forzosamente recaia en doña Sancha,su hermana. Recelábanse los de Leon que por esta via, como suele acontecer cuando las hembras heredan, no entrase á reinar algun príncipe forastero. Deseaba el Rey, deseaban los naturales acudir á este daño y peligro que amenazaba. Sintió esto don Sancho, rey de Navarra, como era fácil. Atreviéndose, engañando, moviendo y enlazando unas guerras de otras suelen los reyes hacerse grandes. Una y la mas principal causa de mover guerra es la mala codicia de mando, poder y riquezas. Juntó pues un grueso ejército de sus dos estados, con que entró haciendo daño por el reino de don Bermudo. Tomóle todo lo que poseia pasado el rio Cea, y parecia que con el progreso próspero de las victorias sojuzgaria toda la provincia y tierras de Leon. Don Bermudo, avisado por estos daños, y á persuasion de los grandes, que querian mas la paz que la guerra, se inclinó á concierto y pleitesía. Las condiciones fueron estas: doña Sancha case con don Fernando, hijo segundo del rey de Navarra. Désele en dote de presente todo lo que en aquella guerra quedaba ganado; para adelante quede su esposa nombrada por sucesora en el reino. Partido desaventajado para los leoneses, pero de que en toda España resultó una paz muy firme entre todos los cristianos, y casi todo lo que en ella poseian vino á poder y señorío de una familia. Demás desto, cosa notable, eu un mismo tiempo los dos señoríos, el de Castilla y el de Leon, recayeron en hembras, y por el mismo caso en mando y gobierno de extraños; accidente y cosa que todos suelen aborrecer asaz, pero diversas veces antes deste tiempo vista y usada en el reino de Leon; si dañosa, si saludable, no es deste lugar disputallo ni determinallo. A la verdad, muchas naciones del mundo, fuera de España, nuuca la recibieron ni aprobaron de todo punto.

CAPITULO XIII.

De don Sancho el Mayor, rey de Navarra.

no

Era don Sancho hombre de buenos años cuando hobo para sí el señorío de Castilla, y á su hijo don Fernando abrió camino para suceder en el reino de Leon. Las cosas que hizo en toda su vida muy esclarecidas, solo le dieron nombre de don Sancho el Mayor, sino tambien vulgarmente le llamaron emperador de España, como acostumbra el pueblo sin muy grande ocasion adular á sus príncipes y dalles títulos soberanos. Puso su asiento y morada en la ciudad de Najara por estar á las fronteras y raya de Castilla y de Navarra. Cuidaba del gobierno de sus estados y de las cosas de

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la paz, mas de manera que nunca se olvidaba de la guerra. Lo primero movió con sus gentes contra los moros, que por estar alborotados con discordias entre sí podian mas fácilmente recebir daño. Tenia soldados viejos y provisiones apercebidas de antes. Las talas y daños que hizo fueron muy grandes sin parar hasta llegar á Córdoba; ninguno de los moros se atrevió á salirle al encuentro. Pero al mismo tiempo que el Rey ponia con la guerra espanto, destruia y saqueaba pueblos, campos y castillos, una desgracia que sucedió en su casa le hizo dejar la empresa. El caso pasó desta manera. Cuando se iba á la guerra encomendó á la Reina grandemente un caballo, el mejor y mas castizo que tenia, que en aquel tiempo ninguna cosa mas estimaban los españoles que sus caballos y armas. Don García, hijo mayor del Rey, pidió á su madre la Reina le diese aquel caballo. Estaba para contentalle, sino que le avisó Pedro Sese, hombre noble y caballerizo mayor, que el Rey recibiria dello pesadumbre. Don García, como fuera de sí por haberle negado lo que pedia, sea por creer de veras que no sin causa las palabras de Pedro Sese podian mas con la Reina que su demanda, ó falsamente y con deseo de vengarse, determinó acusar á su madre de adulterio. La prosecucion desto no la trató con ímpetu de mozo, antes para dar mas color al hecho mañosamente convidó y atrajo á don Fernando, su hermano, para que le ayudase en aquella empresa. Parecióleá don Fernando al principio impío aquel intento y desatinado; despues de tal manera disimuló con aquel enredo, que con juramento prometió de estar á la mira sin allegarse á ninguna de las partes. La acusacion de don García alteró grandemente el ánimo del Rey luego que supo lo que pasaba. Acudió á su reino. Extrañaba mucho lo que cargaban á la Reina. Movíale por una parte su conocida honestidad y la buena fama que siempre tuvo, por otra parte no podia pensar que su hijo sin tener grandes fundamentos se hobiese empeñado en aquella demanda. Don Fernando, preguntado de lo que sentia, con su respuesta dudosa le puso en mayor cuidado. Llegó el negocio á que la Reina fué puesta en prision en el castillo de Najara. Pareció que se tratase aquel negocio por ser tan grave en una junta de la nobleza y de los grandes. Salió por decreto que si no hobiese alguno que por las armas hiciese campo en defensa de la honestidad de la Reina, pasase ella por la pena del fuego y la quemasen. Tenia el Rey un hijo bastardo, llamado don Ramiro, habido de una mujer noble de Navarra, que unos llaman Urraca, otros Caya. Este, por compasion que tenia á la Reina y por haber olido la malicia de don García, rieptó, como se usaba entonces entre los españoles, y salió á hacer campo con don García para volver por la honra de la Reina contra la calumnia que á su inocencia se urdia. Gran mal para el Rey por cualquiera de las partes que quedase la victoria. Acudió Dios á la mayor necesidad, que un hombre santo con su diligencia y buena maña atajó el daño y deshizo la maraña con sus amonestaciones, con que puso en razon á los dos hermanos. Decíales que la afrenta de la Reina, no solo tocaba á ella, sino al Rey, á ellos y á toda España; mirasen que en acusar á su madre (la cual cuando estuviese culpada debieran defender y cubrir) no incurriesen en la ira de Dios y provocasen contra sí los gravísimos castigos que semejantes impiedades mere

cen. Con estas y otras razones los trajo á tal estado, que primero confesaron la maraña, despues prostrados á los piés de su padre, le pidieron perdon. Respondió el Rey que tan grande delito no era de perdonar si primero no aplacasen á la Reina. «Así, dice, ¿tan gran maldad contra nos y tal afrenta contra nuestra casa real os atrevistes á concebir en vuestros ánimos y intentar, malos hijos y perversos, si sois dignos deste nombre los que amancillastes con tan gran mancha nuestro linaje y casa? Fuera justo defender á vuestra madre, aunque estuviera culpada, y cubrir la torpeza, aunque manifiesta, con vuestra vida y sangre ; pues ¿qué será, cuán grave maldad, imputar á la inocente un delito tan torpe? Perdonad, santos del cielo, tan grande locura. En este pecado se encierran todas las maldades, impiedad, crueldad, traicion; contentãos con algun castigo tolerable. Perdonen los hombres; en un delito todos, grandes, pequeños y medianos, han sido ofendidos. Las naciones extrañas do llegare la fama desta mengua no juzguen de nuestras costumbres por un caso tau feo y atroz. Perdonad, compañía muy santa, no mas á los hijos que al padre. No puedo tener las lágrimas, y apenas irme á la mano para no daros la muerte, y con ella mostrar al mundo cómo se deben honrar los padres. Mas en mi enojo y saña quiero tener mas cuenta con lo que es razon que yo haga que con lo que vos mereceis, y no cometer por donde el primer llanto 'sea ocasion de nuevas lágrimas y daños. Dése esto á la edad, dése á vuestra locura. El mucho regalo, don García, te ha estragado para que, siendo el primero en la traicion, metieses á tu hermano en el mismo lazo. No quiero al presente castigaros, ni para adelante os perdono. Todo lo remito al juicio y parecer de vuestra madre. Lo que fuere su voluntad y merced, eso se haga y no al; yo mismo de mi facilidad y credulidad le pediró perdon con todo cuidado.» Desta manera fueron los hijos despedidos del padre. La Reina vencida por los ruegos de los grandes, y ablandada por las lágrimas de sus hijos, se dice les dió el perdon á tal que á don Ramiro en premio de su trabajo y de su lealtad y valor le diesen el reino de Aragon; en quien la falta del nacimiento suplia la señalada virtud y su piedad. Don García, que fué la principal causa y atizador desta tragedia, fuese privado del señorío materno que por leyes y juro de heredad se le debia. Vino en lo uno y en lo otro el rey don Sancho, su padre, para que se hiciese todo como la Reina lo deseaba. Algunos ponen en duda esta narracion, y creen antes que la division de los estados se hizo por testamento y voluntad del rey don Sancho, ejemplo que don Fernando, su hijo, asimismo imitó adelante, que repartió entre sus hijos sus reinos. A la verdad, ni lo uno ni lo otro se puede bastantemente averiguar, si bien nos parece tiene color de invencion. Sea lo que fuere, á lo menos si así fué, sucedió algunos años antes deste en que vamos. De don García otrosí se refiere que, sea por alcanzar perdon de su pecado, ó por voto que tenia hecho, se partió para Roma á visitar los lugares santos.

CAPITULO XIV.

De la muerte del rey don Sancho.

Estaban las cosas en el estado que queda dicho, y concluido el desasosiego de que se ha tratado, el rey

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