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mortal, que sin poderle acorrer médicos ni medicinas le acabó al seteno. Despidiéronse con tanto los demás embajadores del rey Moro. Llevaron el cuerpo de san Isidoro y el del obispo Alvito con el acompañamiento y majestad que era razon. El rey don Fernando, avisado de todo lo que pasaba, como llegaban cerca, acompañado de sus hijos salió hasta el rio Duero con mucha devocion á recebir y festejar la santa reliquia. Salió asimismo todo el pueblo y el clero en procesion, grandes y pequeños con mucho gozo, aplauso y alegría. Fué tanta la devocion del Rey, que él mismo y sus hijos á piés descalzos tomaron las andas sobre sus hombros y las llevaron hasta entrar en la iglesia de San Juan de Leon. En Sevilla antes que saliese el cuerpo y por todo el camino hizo Dios para honralle muchos milagros; los ciegos cobraron la vista, los sordos el oido, y los cojos y contrechos se soltaron para andar; maravilloso Dios y grande en sus santos. El cuerpo del obispo Alvito sepultaron en la iglesia mayor de aquella ciudad; el de san Isidoro fué colocado en la de San Juan en un sepulcro muy costoso y de obra muy prima, que para este efecto le tenian aparejado y presto; que fué ocasion de que aquella iglesia, que de tiempo antiguo tenia advocacion de San Juan Baptista, en adelante se llamase, como hoy se llama, de San Isidoro. Refieren otrosí que el jumento que traia la caja de san Isidoro, sin que nadie le guiase, tomó el camino de aquella iglesia de señor San Juan, y el en que venia el cuerpo del Obispo se enderezó á la iglesia mayor; que si es verdad, fué otro nuevo y mayor milagro. Bien veo que esto no concuerda del todo con lo que queda dicho, y que cosas semejantes se toman en diversas maneras; pero pues no referimos cosas nuevas, sino lo que otros testifican, quedará á su cuenta el abonallas y hacer fe dellas, en especial de don Lúcas de Tuy, que compuso un libro de todo esto bien grande, y de los milagros que Dios obró por virtud deste santo, muchos y notables. Nuestro oficio no es poner en disputa lo que los antiguos afirmaron, sino relatallo con entera verdad. Por el mismo tiempo, como lo escribe don Pelayo, obispo de Oviedo, trasladaron de la ciudad de Avila los cuerpos de los santos Vicente, Sabina y Cristeta, sus hermanas. El de san Vicente fué llevado á Leon, el de santa Sabina á Palencia, el de santa Cristeta al monasterio de San Pedro de Arlanza. En Coyanza, que al presente se llama Valencia, en tierra de Oviedo, so celebró un concilio en presencia deste rey don Fernando y de la Reina, su mujer. En él se juntaron los grandes del reino y nueve obispos, que fué año del Señor de 1050. En los decretos deste Concilio se mandó al pueblo que asistiese á las horas canónicas que se cantan en la iglesia de dia y de noche y que todos los viernes del año se ayunase de la manera que en otros tiempos y dias de ayuno que obligan por discurso del año. Por este tiempo asimismo dos hijas de dos reyes moros se tornaron cristianas y se baptizaron. La una fué Casilda, hija de Almenon, rey de Toledo; la otra Zaida, hija del rey Benabet, de Sevilla. La ocasion de hacerse cristianas fué desta manera. Casilda era muy piadosa y compasiva de los cautivos cristianos que tenian aherrojados en casa de su padre, de su gran necesidad y miseria; acudíales secretamente con el regalo y sustento que podia. Su padre, avisado de lo que pasaba y mal enojado por el caso, acechó

á su hija. Encontróla una vez que llevaba la comida para aquellos pobres; alterado preguntóla lo que llevaba, respondió ella que rosas; y abierta la falda las mostró á su padre, por haberse en ellas convertido la vianda. Este milagro tan claro fué ocasion que la doncella so quisiese tornar cristiana; que desta manera suele Dios pagar las obras de piedad que con los pobres se hacen, y fruto de la misericordia suele ser el conocimiento do la verdad. Padecia esta doncella flujo de sangre, avisáronla (fuese por revelacion ó de otra manera) que si queria sanar de aquella dolencia tan grande se bañase en el lago de San Vicente, que está en tierra de Briviesca. Su padre, que era amigo de los cristianos, por el deseo que tenia de ver sana á su hija, la envió al rey Fernando para que la hiciese curar. Cobró ella en breve la salud con bañarse en aquel lago, despues recibió el bautismo segun lo tenia pensado, y en reconocimiento de tales mercedes, olvidada de su patria, en una ermita que hizo edificar junto al lago pasó muchos años santamente. En vida y en muerte fué esclarecida con milagros que Dios obró por su intercesion; la Iglesia la pone en el número de los santos que reinan con Cristo en el cielo, y en muchas iglesias de España se le hace fiesta á 15 de abril. La Zaida, quier fuese por el ejemplo do santa Casilda ó por otra ocasion, se movió á hacerso cristiana, en especial que en sueños le apareció san Isidoro, y con dulces y amorosas palabras la persuadió pusiese en ejecucion con brevedad aquel santo propósito. Dió ella parte deste negocio al Rey, su padre; él estaba perplejo sin saber qué partido debria tomar. Por una parte no podia resistir á los rucgos de su hija; por otra parte temia la indignacion de los suyos si le daba licencia para que sé bautizase. Acordó finalmente comunicar el negocio con don Alfonso, hijo del rey don Fernando. Concertaron que con muestra de dar guerra á los moros hiciese con golpe de gente entrada en Sevilla, y con esto cautivase á la Zaida, que estaria de propósito puesta en cierto pueblo que para este efecto señalaron. Sucedió todo como lo tenian trazado; que los moros no entendieron la traza, y la Zaida, llevada á Leon, fué instruida en las cosas que pertenece saber á un buen cristiano. Bautizada se llamó doña Isabel, si bien el arzobispo don Rodrigo dice que se llamó doña María. Los mas testifican que esta señora adelante casó con el mismo don Alonso en sazon que era ya rey de Castilla, como se apuntará en otro lugar. Don Pelayo, el de Oviedo, dice que no fué su mujer, sino su amiga. La verdad ¿quién la podrá averiguar, ni quién resolver las muchas dificultades que en esta historia se ofrecen á cada paso? Lo que consta es que esta conversion de Zaida sucedió algunos años adelante.

CAPITULO IV.

Cómo don García, rey de Navarra, fué muerto.

El mismo año que el rey don Fernando hizo trasladar á Leon el cuerpo de san Isidoro, que fué el de 1053, don García, rey de Navarra, murió en la guerra. Fué hombre de ánimo feroz, diestro en las armas; y no solo era capitan prudente, sino soldado valeroso. Los principios de discordias entre los hermanos, que los años pasados se comenzaron, en este tiempo vinieron de todo punto á madurarse, como suele acontecer, en gra

ve daño de don García. Don Fernando decia que era suya la comarca de Briviesca y parte de la Rioja, por antiguas escrituras que así lo declaraban. Al contrario, se quejaba don García haber recebido notable agravio y injuria en la division del reino, y en aquel particular defendia su derecho con el uso y nueva costumbre y testamento de su padre. La demasiada codicia de mandar despeñaba estos hermanos, por pensar cada uno que era poca cosa lo que tenia para la grandeza del reino que deseaba en su imaginación. Esta es una gran miseria que mucho agua la felicidad humana. Enfermó don García en Najara, visitóle don Fernando, su hermano, como la razon lo pedia; quísole prender hasta tanto que le satisfaciese en aquella su demauda. Entendió la zalagarda don Fernando, huyó y púsose en cobro. Mostró don García mucha pesadumbre de aquella mala sospecha que dél se tuvo; procuraba remediar el odio y malquerencia que por aquella causa resultó contra él. Supo que su hermano estaba doliente en Búrgos; fuese para allá en son de visitalle y pagalle la visita pasada. No se aplacó el rey don Fernando con aquella cortesía y máscara de amistad. Echó mano de su hermano, y preso, le envió con buena guarda al castillo de Ceya. Sobornó él las guardas que le tenian puestas, y huyóse á Navarra, resuelto de vengar por las armas aquella injuria y agravio. Juntó la gente de su reino, llamó ayudas de los moros, sus aliados, y formado un buen ejército, rompió por las tierras de Castilla, y pasados los montes Doca, hizo mucho estrago por todas aquellas comarcas. El rey don Fernando, que no era lerdo ni descuidado, por el contrario, juntó su ejército, que era muy bueno, de soldados viejos, ejercitados en todas las guerras pasadas. Marchó con estas gentes la vuelta de su hermano, resuelto de hacelle todo aquel mal y daño á que el dolor y el odio le estimulaban. Diéronse vista los unos á los otros como cuatro leguas de la ciudad de Búrgos, cerca de un pueblo que se llama Atapuerca. Asentaron sus reales, y barreáronse segun el tiempo les daba; ordenaron tras esto sus haces en guisa de pelear. Las condiciones destos dos hermanos eran muy diferentes; la de don Fernando blanda, afable, cortés ; además que en las armas y destreza del pelear ninguno se le igualaba. Don García era hombre feroz, arrebatado, hablador, por la cual causa los soldados estaban con él desabridos, y porque á muchos de sus reinos con achaques, ya verdaderos, ya falsos, tenia despojados de sus haciendas, suplicáronle al tiempo que se queria dar la batalla mandase satisfacer á los agraviados. No quiso dar oidos á tan justa demanda. Parecíale fuera de sazon, y que tomaban aquel torcedor y ocasion para salir con lo que deseaban. Muchos temian no !le empeciese aquella aspereza y el desabrimiento de los suyos, y se recelaban no quisiese Dios castigar aquellas sus arrogancias y injusticias. En especial un hombre noble y principal, cuyo nombre no se sabe, mas en el hecho todos concuerdan, viejo, anciano, prudente, y que tenia cabida con aquel príncipe porque fué su ayo en su niñez, visto el grande riesgo que corria, movió tratos de paz con deseo que no se diese la batalla. Don Fernando se mostraba fácil y venia bien en ello; acudió á don García, púsole delante los varios sucesos de la guerra y el riesgo á que se ponia; suplicóle se concertase con su hermano y le perdonase los yerros pasa

dos, pues no hay persona que no falte y peque en algo ; que se moviese por el bien comun, que no era justo vengar su particular sentimiento con daño de toda la cristiandad y á costa de la sangre de aquellos que en nada le habian errado; ofrecíale de parte de su hermano le haria la satisfaccion que los jueces señalados por las partes en esta diferencia mandasen, que, aunque como hermano menor, era el primero que movia tratos de paz, pero que se guardase de pasalle por el pensamiento lo hacia por cobardía ó falta de ánimo, que le certificaba le seria muy dañosa aquella imaginacion; pues como él sabia, tenía don Fernando escogidos y diestros soldados en su campo; solo con esta embajada queria justificar su causa con todo el mundo, vencer en modestia, y que todos entendiesen eran muy fuera de su voluntad las muertes, destruicion y pérdidas que se aparejaban. Con estas buenas razones se juntaron los ruegos y lágrimas del ayo. No se movió don García; sus pecados le llevaban á la muerte; ni la privanza del que le rogaba ni su autoridad ni el peligro presente fueron parte para ablandarle. Dióse pues de ambas partes la señal para la batalla; encontráronse los dos ejércitos con gran furia. El ayo de don García, vista la flaqueza de los soldados de su parte, cuán pocos eran, cuán desabridos, sin esperanza de victoria, por no ver la perdicion de su patria, con sofa su espada y lanza se metió entre los enemigos do era la mayor carga, y así murió como bueno. Los demás no pudieron sufrir el ímpetu que traia don Fernando; la turbacion y el miedo grande y la sospecha de aquel gran daño trabajaba á los navarros ; dos soldados, que poco antes se habian pasado al ejército contrario, hendiendo y pasando por el escuadron de su guarda con mucha violencia, llegaron hasta don García y le mataron á lanzadas; caido el Rey, todos los suyos huyeron. El rey don Fernando, alegre con la victoria, y por otra parte triste por la muerte de su hermano, mandó á los soldados que reparasen, no diesen la muerte á los cristianos que quedaban. Hízose así; sólo en el alcance á los moros que iban desbaratados y huyendo por los campos, unos mataron, otros cautivaron. El cuerpo de don García, con voluntad del vencedor, llevaron sus soldados á Najara, y allí le enterraron en la iglesia de Santa Maria, que él mismo habia levantado desde sus cimientos. De doña Estefania, su mujer, francesa de nacion, con quien casó en vida de su padre, dejó cuatro hijos y otras tantas hijas, que fueron: don Sancho, el mayorazgo, que le sucedió en la corona, y don Ramiro, á quien habia dado el señorío de Calaliorra, como ganada de los moros por las armas; los demás hijos se llamaron don Fernando y don Ramon; las hijas, Ermesenda, Jimena, Mayor y doña Urraca. Esta casó con el conde don García, de quien se tratará despues. Con la muerte de don García, su estado fué por sus hermanos destrozado y menoscabado. El rey don Fernando tomó para sí los pueblos y ciudades sobre que era el pleito, sin que nadie le fuese á la mano ni se lo osase estorbar, que son : Briviesca, Montes Doca y parte de la Rioja, que es la parte por do pasa el rio Oja, que da el nombre á la tierra; nace este rio de los montes en que está Santo Domingo de la Calzada, y junto á la villa de Haro entra en Ebro. La otra parte de la Rioja, Navarra y el ducado de Vizcaya, Najara, Logroño y otros pueblos y ciudades.

tais que el daño pase adelante, ni que este mal ejemplo por mi descuido y vuestra disimulacion se extienda á las otras naciones y provincias, ca con el dulce y engañoso color de libertad fácilmente se dejarán engañar, y la sacra majestad del imperio y pontificado vendrán á ser una sombra vana y nombre solo sin sustancia de autoridad. Poned entredicho á España, descomulgad al Rey soberbio y sandio. Si así lo haceis, yo me ofrezco no faltar á la honra y pro de la Iglesia y

quedaron en poder de don Sancho, hijo de don García. Por causa desta guerra y con esta ocasion cobró don Ramiro á Aragon por las armas, y aun entró en esperanza de hacerse tambien señor de lo demás del reino de Navarra, que era de su hermano muerto; porque en este tiempo, como se ve por escrituras antiguas, se llamaba rey de Aragon, de Sobrarve, de Ribagorza y Pamplona. Demás que, animado con estos principios, quitó á los moros que habían quedado en Ribagorza y su tierra un pueblo llamado Benavarrio. Por conclu-juntar con vos mis fuerzas para mirar por el bien co

sion, entre don Ramiro y don Sancho, el nuevo rey de Navarra, después de algunos debates y refriegas se hicieron paces con tal condicion, que el uno al otro para seguridad se diesen ciertos castillos en rehenes. Ruesta y Pitilla dieron á don Sancho. Sangüesa, Lerdo, Ondusio dieron á don Ramiro. Recelábanse los dos, tio y sobrino, que en tanto que en aquellas revueltas andaban, don Fernando, cuyas armas eran temidas, no los maltratase con guerra; por esta causa se juntaron y hicieron pacto y concierto de tener los mismos por amigos y por enemigos, valerse el uno al otro y ayudarse en todas las ocurrencias.

CAPITULO V.

Que España quedó libre del imperio de Alemaña.

mun; que si por algunos respetos disimulais, yo estoy resuelto de volver por el honor del imperio y por mi particular. » A este razonamiento respondieron los padres del Concilio que tendrian cuidado de lo que el Emperador pedia. Hicieron sus consultas, y considerado el negocio, el papa Victor pronunció en favor del Emperador que pedia razon y justicia. Era el Papa aleman de nacion, natural de Suevia, por donde naturalmente se inclinaba á favorecer mas la causa de aquel imperio. Despacharon embajadores al rey don Fernando para que le dijesen de parte del Papa y del Concilio que en adelante se allanase y reconociese al imperio, y no se intitulase mas emperador, pues por ninguna razon le pertenecia. Llevaban órden de ponelle pena de descomunion si no obedeciese á lo que se le mandaba. El Rey, oida esta embajada, se halló perplejo sin resolverse en lo que debia hacer. De la una parte y de la otra se le representaban grandes inconvenientes, no menores en obedecer que en hacer resistencia. Acordó juntar Cortes del reino para tratar en ellas, como era razon, un negocio tan grave y que á todos tocaba. Los pareceres no se conformaron. Los que eran de mejor conciencia aconsejaban que luego obedeciese, porque no indignasé al Papa y se revolviese España y alterase, como era forzoso; que las guerras se debian evitar con cuidado por estar España dividida en muchos reinos, y estos gastados con guerras civiles y quedar dentro de la provincia tantos moros enemigos de la cristiandad. Otros mas arriscados y de mayor ánimo decian que si obedecia se ponia sobre Es

En el tiempo que España ardia en guerras civiles, tenia el imperio de Alemaña, do los años pasados se trasladara de Francia, Enrique, segundo deste nombre. La Iglesia universal gobernaba el papa Leon IX. A Leon sucedió Victor II, que con intento de reformar el estado eclesiástico, relajado por la licencia y anchura de los tiempos, juntó concilio en Florencia, ciudad y cabeza de la Toscana, el año de 1055. Despacho dende á Hildebrando, que de monje cluniacense era subdiácono cardenal, grado á que subió por su virtud, letras y talento para negocios, para que fuese á Francia y Alemaña á tratar por una parte con el Emperador de renovar y poner en su punto la antigua diciplina eclesiástica, por otra para apaciguar en Turon de Francia las revueltas y alteraciones que causaban ciertas opi-paña un gravísimo yugo, que jamás se podria quitar;

niones nuevas, que contra la fe enseñaba Berengario, diácono de aquella iglesia. Añaden nuestras historias que en aquel Concilio se hallaron embajadores de parte del Emperador susodicho, y que en su nombre propusieron á los obispos ciertas querellas y demandas. En especial extrañaron que el rey don Fernando de Castilla, contra lo establecido por las leyes y guardado por la costumbre inmemorial, se tenia por exempto del imperio de Alemaña, y aun llegaba á tanto su liviandad y arrogancia, que se llamaba emperador. «Yo, decia él, si no mirara el pro comun y bien de todos, fácilmente pasara por el agravio que á mi dignidad se hace; pero en este negocio es necesario poner los ojos en toda la cristiandad, cuan anchamente se extiende por todo el mundo, la cual ninguna seguridad puede tener si todos no reconocen y respetan y se sujetan á una cabeza que los acaudille y gobierne. La autoridad otrosí de los sumos pontifices y su mando será muy flaco si les falta el brazo y asistencia de los emperadores, que por esta causa tienen el segundo lugar en mando y autoridad en toda la Iglesia cristiana. Reprimid pues esta arrogancia y soberbia en sus principios, y no permi

que era mejor morir con las armas en la mano que sufrir tal desaguisado en su república y tal mengua en su dignidad. Rodrigo Diaz de Vivar, que adelante llamaron el Cid, estaba á la sazon en la flor de su edad, que no pasaba de treinta años, estimado en mucho por su gran esfuerzo, destreza en las armas, viveza de ingenio, muy acertado en sus consejos. Habia pocos dias antes hecho campo con don Gomez, conde de Gormaz; vencióle y dióle la muerte. Lo que resultó deste caso fué que casó con doña Jimena, hija y heredera del mismo Conde. Ella misma requirió al Rey que se le diese por marido, ca estaba muy prendada de sus partes, ó le castigase conforme á las leyes por la muerte que dió á su padre. Hízose el casamiento, que á todos estaba á cuento; con que por el grande dote de su esposa, que se allegó al estudo que él tenia de su padre, se aumentó en poder y riquezas de tal suerte, que con sus geates se atrevia á correr las tierras comarcanas de los moros; en especial venció en batalla cinco reyes moros que, pasados los montes Doca, hacian daños por las tierras de la Rioja. Quitóles la presa que llevaban y á ellos mismos los hobo á las manos; soltólos empero sobro

que nos dejemos avasallar y hacer esclavos de otros cristianos? Hacen sin duda burla de nuestras cosas, como si todo el mundo y toda la cristiandad prestase obediencia y reconociese vasallaje á los emperadores de Alemaña. Toda la autoridad, poder, honra, riquezas que se ganaron con la sangre de nuestros mayores serán suyas; y ¿para nos quedarán solo trabajos, peligros, cautiverios y pobreza? El yugo pesado del im

pleitesia que le hicieron de acudir cada un año con ciertas parias que concertaron. El rey don Fernando en esta sazon se ocupaba en reparar la ciudad de Zamora, que despues que los moros la destruyeron en tiempo del rey don Ramiro no la habian reedificado. Otorgó á los moradores que quisiesen en ella poblar que se gobernasen conforme á las leyes antiguas de aquella ciudad, que eran las mismas de los godos. Sucedió que en aquella coyuntura los mensajeros de los moros trujeronperio romano que sacudieron de sí nuestros antepaRodrigo Diaz las parias que concertaron; llamáronle Cid, que en lengua arábiga quiere decir señor; lo uno y lo otro en presencia del Rey y de sus cortesanos, de que tomaron ocasion muchos para envidialle y aborrecelle, como quiera que sea cosa muy natural llevar de mala gana la prosperidad de los otros, mayormente si es extraordinaria, y ninguno se debe mas recatar en el subir que el que poco antes se igualaba ó era menos que los demás. Sin embargo, el Rey, maravillado de su valor, mandó que de allí adelante le llamasen el Cid; y así fué que, casi olvidado el propio nombre que tenia de píla y de su linaje, toda la vida le dieron aquel nuevo y honroso apellido. Algunos añaden que en cierta diferencia que resultó entre los reyes don Fernando de Castilla y don Ramiro de Aragon sobre cuya fuese la ciudad de Calahorra, puesta á la ribera del rio Ebro, acordaron que dos caballeros uno de cada parte hiciesen campo sobre aquel caso, y que por quien quedase la victoria, su rey hobiese la ciudad sobre que se pleiteaba. Dicen otrosí que don Ramiro, señaló por su parte á Martin Gomez, y por don Fernando tomó la demanda el Cid, que venció y mató á su contrario Martin Gomez, que quieren que sea cabeza y tronco del linaje y casa de Luna, muy antiguo y noble solar en España. Pero los mas doctos tienen todo esto por falso, á causa que el rey don García de Navarra ganó de los moros aquella ciudad, como arriba se dijo, y así no pudo el rey de Aragon pretender sobre ella derecho alguno. Estaba el Cid entretenido con el nuevo casamiento, y ocupado en negocios tocantes á su casa, por esto no se halló en las Cortes cuando se trató de lo que el Emperador pedia y el Papa mandaba tocante al reconocimiento que pretendian debia hacer al imperio de Alemaña. El Rey de su condicion y por su edad se inclinaba mas á la paz, y no quisiera la guerra, si bien entendia que de aquel principio, si disimulaba, se podria menoscabar en gran parte la libertad de España. Pero antes que en negocio tan grave se tomase resolucion, hizo llamar al Cid para consultalle y que dijese su parecer. Vino al llamado del Rey, y preguntado sobre el caso, respondió que no era negocio de consulta, sino que por las armas defendiesen la Jibertad que con las armas ganaron. Que no era razon pretendiese nadie gozar de lo que en el tiempo del aprieto no ayudó á ganar en manera alguna. «¿No será mejor y mas acertado morir como buenos que perder la libertad que nuestros mayores con tanto afan nos dejaron, y que estos bárbaros hagan burla y escarnio de nuestra nacion? Gente que en su comparacion no estiman á nadie. Sus palabras afrentosas, sus soberbias y arrogancias, sus desdenes con los que los tratan, sus embriagueces y demasías no se pueden sufrir. Apenas habemos sacudido el yugo de la sujecion que los moros tenian puesto sobre nuestras cervices, ¿será bien

sados nos le tornarán á poner ahora los alemanes? ¿Serémos por ventura como canalla sin juicio y sin prudencia, sin autoridad y señorío, sujetos á los que, si tuviéramos ánimo, temblaran en pensallo? Recia cosa es, dirá alguno, hacer resistencia á las fuerzas y poder del Emperador bravo, y dura no obedecer al mandato del Papa. De ánimos cobardes y viles es por temor de una guerra incierta sujetarse á daños manifiestos y grandes. El valor y brio vence muchas veces las dificultades que hacen desmayar á los perezosos y flojos. Muchos, á lo que veo, se dejan llevar desta pusilanimidad, que ni se mueven por honra, ni los enfrena el miedo de la afrenta, que parece tienen por bastante libertad no ser azotados y pringados como esclavos. No creo yo que el Sumo Pontífice nos tenga tan cerradas las orejas que no dé lugar á nuestros justísimos ruegos, y le mueva la razon y justicia que hace por nuestra parte. Enviénse personas que con valor defiendan nuestra libertad en su presencia y declareu cuán fuera de camino va lo que pretenden los alemanes. Cuanto á mí, resuelto estoy de defender con la espada en el puño contra todo el mundo la honra, la libertad que mis mayores me dejaron y todo lo al. Con esta espada haré bueno que cometen traicion contra su patria todos aquellos que por escrúpulo de conciencia ó por cualquiera otra consideracion y recato se apartaren deste mi parecer y no desecharen con mayor cuidado que ellos la pretenden la sujecion y servidumbre de España. Cuanto cada cual se mostrare en defensa de la libertad en el mismo grado le tendré por amigo ó por enemigo capital. » Este parecer del Cid Ruy Diaz dió á todos contento; hasta los mismos que al principio flaqueaban le aprobaron, y conforme á esto se dió la respuesta al Papa. Para hacer rostro á los intentos del Emperador levantaron gente por todo el reino hasta número de diez mil hombres, demás de los socorros que acudieron de los moros que les pagaban parias y les eran tributarios. Nombraron por general de toda esta gente al mismo Cid para que el que dió principio á la empresa la llevase adelante y la acabase. Acordó para dar muestra de las fuerzas y valor de España de pasar los montes Pirineos. Entró por Francia hasta llegar á Tolosa, ciudad que, segun yo entiendo, en aquel tiempo estaba á devocion ó era sujeta á España. Por lo cual hace la letra y lucillo del rey don Sancho el Mayor puesta de suso. Desde allí despacharon una embajada muy principal al Papa, en que le suplicaban enviase personas á propósito que oyesen las razones que por parte de España militaban. Los principales y cabezas desta embajada, que fueron el conde don Rodrigo, diferente del Cid, y don Alvar Yañez Minaya, alcanzaron del Pontífice que enviase á España sobre el caso por su legado á Ruperto, cardenal sabinense, y que juntamente viniesen embajado

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res del Emperador para que el pleito, oidas las partes, se ventilase y concluyese. En el entretanto el rey don Fernando de Francia dió la vuelta á España. El legado y los embajadores repararon en Tolosa. Allí se trató el negocio, y finalmente, sustanciado el proceso con lo que de la una parte y de la otra se alegó, y cerrado, vinieron á sentencia, que fué en favor de España, y que para adelante los emperadores de Alemaña no pretendiesen tener algun derecho sobre aquellos reinos. Deste principio quedó muy asentado lo que se confirmó por la costumbre del pueblo por la aprobacion de las otras naciones, por el parecer y comun opinion de los juristas que adelante florecieron, que España no era sujeta al imperio ni le reconocia ni reconoce algun vasallaje; tanto importa para semejantes negocios el valor de un hombre prudente y arriscado. Verdad es que los papas asimismo pretendieron que España les pagase tributo, como parece por una bula de Gregorio VII, que está entre las de su registro, enderezada á los reyes, condes y los demás príncipes de España, en que dice que el tal tributo se solia pagar antes que los moros della se apoderasen. Pero no salió con esta pretension; debieron todos hacer rostro á esta demanda, y la costumbre inmemorial muestra claramente que España ha sido siempre tenida por libre, y nunca ha pagado tributo á ningun príncipe extranjero. El linaje y decendencia del Cid se debe tomar de Lain Calvo, juez que fué de Castilla, como arriba queda dicho, porque este juez tuvo en doňa Elvira Nuña Bella á Fernan Nuño. Deste y de su mujer doña Egilona fué hijo Lain Nuño; cuyo hijo fué Diego Lainez, marido que fué de Teresa Nuña, y padre de Rodrigo Diaz, por sobrenombre el Cid. Del Cid y su mujer deña Jimena nació Diego Rodriguez de Vivar, que en vida de su padre murió en la guerra contra inoros. Tuvo asimismo el Cid dos hijas, doža Elvira y doña Sol, de quien se hará mencion adelante. Algunos concilios de obispos se tuvieron en este tiempo. El primero en Compostella, año de 1056. Presidió en él Cresconio, obispo compostellano, que se llama obispo de la Sede Apostólica. Halláronse con él Suero, obispo dumiense; Vistrario, electo metropolitano de Lugo, demás de otros sacerdotes, diáconos y clérigos y abades. Ordenáronse en este Concilio muchas cosas muy buenas. Que los obispos y los prestes dijesen misa cada dia; que los canónigos tuviesen un cilicio, y se le pusiesen los dias de ayuno, y todas las veces que se hiciesen letanías por alguna necesidad. En Jaca, tierra del rey don Ramiro, se hizo otro concilio año de 1060. Halláronse en él los obispos Sancho, de Aragon; Paterno, de Zaragoza; Arnulfo, rotense; Guillermo, de Urgel; Eraclio, de los bigerrones; Estéban, olorense; Gomecio, de Calahorra; Juan, lectorense. Presidió Austindo, arzobispo auxitano en Francia. Reformáronse las ceremonias de la misa que se habian estragado con el tiempo, y tambien las costumbres de los clérigos, y mandóse que los oficios divinos se hiciesen conforme al uso romano. Ordenóse otrosí que en Jaca estuviese la silla obispal que solia estar en Huesca, pero con condicion que, ganada Huesca de los moros, se le volviese la silla, quedando en su diócesi la misına ciudadde Jaca, y así se hizo adelante. Dos años despues desto se celebró concilio en San Juan de la Peña, presente el rey don Ramiro, á 21 de Junio. Halláronse en él los

obispos don Sancho, de Aragon; don Sancho, de Pamplona; don García, de Najara; Arnulfo, de Ribagorza; Julian, castellense, y otros muchos obispos ; Poncio, arzobispo de Oviedo, que sospecho yo fué el presidente, aunque se nombra el postrero. En este Concilio se ordenó por comun acuerdo de los padres que un decreto que los años pasados se hizo por el rey don Sancho el Mayor, es á saber, que los obispos de Aragon fuesen elegidos por los monjes de aquel monasterio, se guardase como en él se contenia. Por el mismo tiempo, si bien en el año no conciertan los autores sin que se pueda averiguar la verdad puntualmente, el cardenal Hugo, legado que era del Papa en España, en cierta junta de obispos y caballeros que se tuvo en Barcelona por órden y con voluntad del conde don Ramon, revocó y dió por ningunas las leyes de los godos, de que los catalanes hasta entonces usaban, y ordenó otras nuevas, que se guardan hasta nuestros tiempos. Este entiendo yo es aquel Hugo, cardenal llamado por sobrenombre Cándido, que el año de 1064 vino de Roma por legado á España, en tiempo que sobre el pontificado contendian dos que ambos se llamaban papas, y cada cual pretendia ser legítimo pontifice. El uno se llamó Alejandro II, el otro Honorio II. Los reyes de España seguian la obediencia del papa Alejandro, cuyo legado era este cardenal, por tener mas fundado su derecho que el competidor y contrario. Procuró este legado, demás de lo ya dicho, que en España se dejase el oficio gótico ó mozárabe, mas no pudo por entonces salir con ello; antes tres obispos de España fueron enviados á Mantua, ciudad de la Gallia Cisalpina ó Lombardia, para donde tenian convocado concilio, con intento de sosegar aquel cisma tan perjudicial; llevaron asimismo consigo los libros góticos y hicieron que el Concilio y los demás obispos los aprobasen y diesen por buenos y católicos. Estos obispos eran Munio, de Calahorra; Eximio, de Auca; Fortunio, de Alava; que debieron ser en aquella sazon de los mas principales y doctos destas partes.

CAPITULO VI.

Lo restante del rey don Fernando.

De los movimientos y diferencias que resultaron por la pretension de los emperadores de Alemaña tomaron los moros ocasion y avilenteza para sacudir el yugo que los años pasados les pusiera el rey don Fernando. A un mismo tiempo, casi como de comun acuerdo de todss, en diversos lugares tomaron las armas, en especial en el reino de Toledo y en los celtiberos, que es parte de Aragon. El Rey estaba ya pesado con los años, cansado de guerras tantas y tan molestas como por toda la vida tuvo; por el mismo caso las rentas reales consumidas, los vasallos cansados con los muchos tributos que pagaban. La reina doña Sancha, como hembra que era de ánimo varonil, deseosa que la cristiandad fuese adelante, ofreció de su voluntad para ayuda de los gastos de la guerra, que no se excusaba, todo el oro y joyas de su persona y recámara. Alentado el Rey con esta ayuda, juntó un buen ejército, con que acometió á los mo; ros por la parte que corre el rio Ebro; hizo gran estrago y matanza en ellos. Pasó mas adelante hasta llegar á los catalanes y valencianos, de donde vino cargado de

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