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tada, mandó se les señalase renta para calzado. Item, que señaló de sus rentas á los monjes de Cluñi mil ducados en cada un año. La reina doña Sancha no fué de menor cristiandad que su marido; murió dos años adelante; en toda la vida, y mas en su viudez, se ejercitó en toda virtud y devocion. Su muerte fué á 15 de diciembre. Su cuerpo sepultaron junto al del Rey en la iglesia ya dicha de San Isidro.

CAPITULO VII.

Que murió don Ramiro, rey de Aragon,

buenos despojos. Con la misma prosperidad hizo guerra á los del reino de Toledo, y á todos ellos puso leyes y hizo jurar pagarian siempre los tributos acostumbrados. Esto hecho, con aparato y gloria de triunfador se volvió á su casa. Quién dice que cerca de Valencia se le apareció san Isidoro, cuyo devoto fué siempre, y le dijo moriria presto; por tanto, que se confesase y ordenase con brevedad las cosas de su alma. La enfermedad que luego sobrevino al Rey confirmó esto ser verdad; por lo cual, hecho concierto con los moros y recobrados los cautivos que tenian cristianos y recogidos los despojos que les ganara, sujetas aquellas comarcas y alzados los reales, marchó con su gente para Leon. Llevábanle en una litera militar como silla de mano, mudábanse por su órden los soldados y gente principal á porfía quién se aventajaria en el trabajo; tanto era el amor que le tenian chicos y grandes. El año de 1065, á 24 de diciembre, dia sábado, entró en Leon, y como lo tenia de costumbre, visitó los cuerpos de los santos prostrado por el suelo ; con muchas lágrimas pidióles con su intercesion le alcanzasen buena muerte; y aunque parecia que la enfermedad iba en aumento, todavía estuvo presente á los maitines de Navidad; el dia siguiente oyó misa y comulgó. Otro dia en la iglesia de San Isidoro, puesto delante de su sepulcro, á grandes voces que todos le oian dijo á nuestro Señor: «Vuestro es el poder, vuestro es el mando, Señor; vos sois sobre todos los reyes, y todo está sujeto á vuestra merced. El reino que recebí de vuestra mano vos restituyo. Solo pido á vuestra clemencia que mi ánima se halle en vuestra eterna luz.» Dicho esto, se quitó la corona, ropa y reales insignias con que viniera, recibió el olio de mano de los obispos muchos que allí asistian, y vestido de cilicio y cubierto de ceniza, dia tercero de Pascua, fiesta de san Juan Evangelista, á hora de sexta finó. Pusieron su cuerpo en la misma iglesia junto á la sepultura de su padre. Las exequias fueron mas señaladas por las lágrimas del pueblo que por el aparato y solemnidad, aunque tampoco faltó esta, como era razon, en la muerte de tan gran Príncipe. Esto dicen don Rodrigo y Lúcas de Tuy; dado que hay quien diga que murió en Cabezon, pueblo junto á Valladolid, y ni aun en el tiempo de su tránsito conciertan los autores. Nos seguimos lo que pareció mas probable, sin atrevernos á interponer nuestro parecer y juicio en cosas semejantes y de tanta escuridad. La vida del rey don Fernandó fué señalada en cristiandad y toda virtud en tanto grado, que en la ciudad de Leon cada año se le hace fiesta como á los demás que están puestos en el número de los santos. Muchas iglesias de su reino hizo de nuevo, otras reparó con mucha liberalidad y franqueza. Especialmente en Leon fundó las iglesias de San Isidro y de Santa María de Regla, y el monasterio de Sahagun en Castilla, donde ya que era viejo, cuando mas se dió á la oracion y devocion, residia muy de ordinario y cantaba muchas veces en el coro y comia en el refitorio con los frailes lo que estaba aderezado para ellos. Una vez se le cayó de las manos un vidrio que el abad le daba, como cuenta don Rodrigo, y luego se le restituyó de oro. Dice mas, que como viese andar descalzos los que servian en la iglesia mayor de Leon por la mucha pobreza, tan menguados eran aquellos tiempos y la pobreza tan apre

El rey don Fernando por su testamento entre sus tres hijos dividió el reino en otras tantas partes: á don Sancho el mayor señaló el reino de Castilla, como se extiende desde el rio Ebro hasta el de Pisuerga, ca todo lo que se quitó á Navarra por muerte de don García se añadió á Castilla. El reino de Leon quedó á don Alonso con tierra de Campos y la parte de Astúrias que llega hasta el rio Deva, que pasa por Oviedo, demás de algunas ciudades de Galicia que le cupieron en su parte. A don García el menor dió lo demás del reino de Galicia y la parte del reino de Portugal que dejó ganada de los moros. Todos tres se llamaron reyes. A doña Urraca dejó la ciudad de Zamora; á doña Elvira la de Toro. Estas ciudades se llamaron el Infantado, vocablo usado á la sazon para significar la hacienda que señalaban para sustento de los infantes, hijós menores de los reyes. No era posible haber paz dividido el reino en tantas partes. Estaba suspensa España. Temian que con la muerte de don Fernando resultarian nuevos intentos, grandes revueltas y alteraciones. Para prevenir y poner remedio á esto, algunos grandes del reino rogaban al rey don Fernando y le procuraron persuadir algunas veces no dividiese su reino en tantas partes, y desto mismo trataron en las Cortes. El que mas trabajó en esto fué Arias Gonzalo, hombre viejo y de experiencia y que habia tenido con los reyes grande autoridad y cabida por su valor en las armas, prudencia y fidelidad, en que no tenia par. El amor de padre para con los hijos, la fortuna ó fuerza mas alta no dieron lugar á sus buenos consejos. Asentábale bien la corona á don Sancho por ser de buena presencia y gentil hombre, de muchas fuerzas, mas diestro en los negocios de guerra que de paz. Por esto se llamó don Sancho el Fuerte. Pelagio, ovetense, dice que era muy bello y muy diestro en la guerra. Era de buena condicion, manso y tratable, si no le irritaban con algun enojo y si falsos amigos so color de bien no le estragaran. Muerto el padre, se querellaba que en la division del reino se le hizo conocido agravio; que todo el reino se le debia á él por ser el mayor, y que le enflaquecieron las fuerzas con dividirle en tantas partes; trataba esto en secreto con sus amigos, y en su mismo semblante lo mostraba. La madre mientras vivió le detuvo con su autoridad que luego no hiciese guerra á sus hermanos, mayormente que por la muerte del rey don Fernando lo de Leon, como dote suya, quedaba á su disposicion y gobierno. Reinó don Sancho por espacio de seis años, ocho meses y veinte y cinco dias. Al principio que comenzó á reinar se le ofreció una guerra contra los moros, y luego tras aquella otra con el rey de Aragon; así suelen las guerras trabarse y eslabonar unas de otras,

dientes que fuesen siempre tributarios al sumo poutífice; grande resolucion y muestra de piedad. Sucedióle en el reino don Sancho Ramirez, el mayor de sus hijos, que era de edad de diez y ocho años, muy seme

y los alborotos y revueltas nunca paran en poco. El rey don Ramiro de Aragon, con deseo de ensanchar su reino con las armas vencedoras, perseguia y echaba de Aragon las reliquias de moros que quedaban. A Almugdadir, rey de Zaragoza, y Almudafar, rey de Lé-jable en la virtud á su padre. En tiempo deste Príncipe,

rida, forzó le diesen parias cada un año. Al rey de Huesca venció en algunos encuentros. Con los carpetanos confinan los celtiberos, y con estos los edetanos, distrito en que está Zaragoza; á estos venció el rey don Fernando en otro tiempo, y le pagaban cada año cierto tributo; al presente, confiados en la mudanza de los reyes y en la ayuda de don Ramiro, determinaron de no pagalle las parias. El rey don Sancho, visto lo que pasaba, acordó de ir contra ellos con un buen ejército, que la presteza en revueltas semejables suele ser muy importante. Los carpetanos, que es el reino de Toledo, con la venida del Rey luego sosegaron y se pusieron en razon. Los celtiberos ó aragoneses dieron mas en que entender, como gente que era mas brava. Corrióles los campos, saqueóles las aldeas y pueblos por toda aquella comarca; finalmente, se puso sobre Zaragoza, cabeza del reino, y de tal manera apretó el cerco, que la rindió á partido, que pues por el mismo caso que le prestaba obediencia, se apartaba de la amistad que tenia con el rey de Aragon, fuese él tenido á defenderlos de cualquiera que los molestase con guerra, quier fuese cristiano, quier moro; concierto con que se abria la guerra claramente contra el rey de Aragon. Extrañaba el rey don Sancho que el de Aragon se juntara con los navarros, sus enemigos, que de ordinario hacian entradas y cabalgadas en las tierras de Castilla. Demás que á los celtiberos, que caian en la conquista de Castilla, los tenia por sus tributarios. Estaba el aragonés puesto sobre el castillo de Grados, que edificaron los moros ribera del rio Esera para que les sirviese de baluarte muy fuerte contra los intentos y fuerzas de los cristianos. El rey don Sancho, en conformidad de lo que concertara con los moros, acudió á dar favor á los cercados y hacer que se levantase aquel cerco. Los aragoneses, alterados con aquella venida tan repentina y apretados de los castellanos por frente y de los moros que salieron del castillo por las espaldas, en breve quedaron vencidos y desbaratados; unos se salvaron por los piés, otros que acudieron á la pelea quedaron tendidos en el campo; el mismo rey de Aragon murió en aquella pelea, que sucedió el año poco mas ó menos de 1067. Tuvo la corona por espacio de treinta y un años; sepultaron su cuerpo en San Juan de la Peña, iglesia principal y entierro de otros muchos reyes que alli yacian sepultados. Esta victoria fué triste y desabrida para los cristianos y de mal pronóstico para lo de adelante por dar el rey don Sancho principio á sus hazañas con la muerte de su mismo tio. Del papa Gregorio VII, que gobernó la Iglesia por estos tiempos, se halla una bula en que alaba al rey don Ramiro, y dice fué el primero de los reyes de España que dió de mano á la supersticion de Toledo, que así llamaba él al Breviario y Misal de los godos, la cual supersticion tenia con una persuasion muy necia deslumbrados los entendimientos, y que con la luz de las ceremonias romanas dió un muy grande lustre á España. A la verdad, este Príncipe fué muy devoto de la Sede Apostólica en tanto grado, que estableció por ley perpetua para él y sus descen

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el año que se contaba de 1068, Guinardo, conde de Ruisellon, edificó y pobló la villa de Perpiñan en los confines de Francia, cerca de donde estuvo asentada la antigua ciudad de Ruisellon, cabeza de aquel estado. El nombre de Perpiñan se tomó de dos mesones que en aquel sitio poseia un hombre llamado Bernardo de Perpiñan. Dicese otrosí deste rey don Sancho que abrogó las leyes góticas á imitacion de la ciudad de Barcelona, que hizo lo mismo, como queda dicho, y mandó se siguiesen las imperiales, y conforme á ellas se administrase justicia y sentenciasen los pleitos. Casó con doña Felicia, hija de Armengol, conde de Urgel, en quien tuvo tres hijos, don Pedro, don Alonso y don Ramiro, que todos consecutivamente fueron reyes de Aragon. Otro su hijo bastardo, por nombre don García, fué adelante obispo de Jaca. Por este tiempo era obispo de Compostella 6 de Santiago Cresconio, prelado de mucha virtud y conocida prudencia. Sucedióle en aquella iglesia otro de su mismo linaje, llamado Gudesteo; á este á cabo de dos años que gobernaba su iglesia, de noche en su lecho mató un tio suyo, llamado Froila, no por otra causa sino porque pretendia recobrar los pueblos de su diócesi, de que malamente y contra razon él se apoderaba; tanto puede la codicia demasiada de mandar y tener. A este prelado sucedió otro, llamado Pelayo, en cuyo tiempo se recibió la ley toledana y romana, que así lo dice la Historia compostellana. Por ley toledana entiendo yo el órden de decir la misa y las horas canónicas que de Francia vino á Toledo, y de allí se extendió por las otras partes, quitado el oficio de los godos, como se dirá en su lugar. La ley romana era la de continencia de los clérigos, que tenian muy estragada y mudada de lo antiguo la diciplina eclesiástica en esta parte, y los romanos pontífices pugnaban por todas las vias posibles que en Alemaña, Francia, y España en particular, se reparase este daño.

CAPITULO VIII.

Cómo don Sancho, rey de Castilla, hizo guerra á sus hermanos. En un mismo tiempo reinaban en España trés reyes, primos hermanos, que tenian un mismo nombre, aunque no igual poder y fuerzas; hasta en la manera de muerte fueron todos tres muy semejables. Don Sanchio, rey de Castilla, que era el mas poderoso, demás de la muerte que dió á su tio el rey don Ramiro, con que mucho amancilló el principio de su reinado, hecho mus feroz de cada dia, se iba á despeñar en mayores males, si bien por su mucho poder y destreza ponia miedo á los demás. Don Sancho, rey de Navarra, el pequeño estado y reino que alcanzaba y sus pocas fuerzas ayudaba con la confederacion que tenia puesta con el otro don Sanchio, rey de Aragon; traza para asegurarse los dos contra el poder de Castilla y proseguir contra él là enemiga que heredaron de sus padres. No ignoraba el de Castilla estos intentos y artes. Acordó ganar por la mano y anticiparse. Rompió con su gente por las tierras de Navarra hasta dar vista á la villa de Viana. Acudieron los dos reyes, y en aquel lugar se vino á batalla, en

que el de Castilla fué roto, y con pérdida de mucha gente dió vuelta á su casa. Los vencedores, determinados de seguir y ejecutar la victoria, rompieron por la Rioja y por la comarca de Briviesca, do cobraron por las armas todo lo que el rey don Fernando ganara por aquellas partes. Por esta manera se trabaron con guerras entre sí aquellos tres príncipes, sin acordarse de la que restaba contra moros. El rey don Sancho de Castilla no pudo por entonces satisfacerse de los dos reyes, sus primos, á causa de otra nueva guerra que emprendió en esta misma coyuntura contra sus hermanos. Era codicioso de estados, arrojado, atrevido y ejecutivo, feroz por las fuerzas y poder que alcanzaba. Pretendia que todo lo que fué de su padre le pertenecia, demás de otras querellas particulares que nunca faltan. La flaqueza de sus hermanos le animaba, su poca concordia y recato, pues no se hacian á una para acudir con las fuerzas de ambos al peligro que al uno y al otro amenazaba. Hizo levas de gentes, juntó un ejército el mayor que pudo, resuelto de llevar aquella empresa hasta el cabo. Don Alonso, que era el primero á quien aquella tempestad amenazaba, si bien despachó embajadores á su hermano don García y á sus primos de Aragon y Navarra para que le acudiesen con sus fuerzas y ayudasen á rebatir el orgullo del enemigo comun y perseguir aquella bestia fiera y salvaje, por la apretura del tiempo juntó sus soldados, que los tenia muchos y buenos, y fué en busca del enemigo. Diéronse vista junto á un pueblo que se llamaba Plantaca, ordenaron sus haces, dióse la batalla con gran coraje y esfuerzo. La victoria quedó por los castellanos, y el rey don Alonso, vencida y destrozada su hueste, se retiró á la ciudad de Leon. Despues procuró reparar y rehacer su ejército, y tornóse á encontrar con el enemigo cabe el pueblo que se llamaba Golpelara, como dice don Pelayo, obispo de Oviedo, ó como dice el arzobispo don Rodrigo, Vulpecularia, pueblo asentado en la ribera del rio Carrion; trocóse la fortuna y fué vencido el rey de Castilla. Con la prosperidad suelen descuidarse los vencedores. El Cid iba en compañía del rey don Sancho en todas las guerras, como la razon lo pedia; era, como está dicho, hombre de grande esfuerzo, sagaz y muy diestro en el pelear. Sospechó lo que fué. Recogió los soldados huidos, y muy de mañana con el sol acometió los reales de los enemigos, que, cargados de sueño y vino, se hallaban muy lejos de pensar cosa semejante. En el miedo y peligro repentino cada cual muestra quién es; unos huian, otros tomaban las armas, todos mandaban, y ninguno obedecia ni hacia lo que era menester; así on breve espacio quedaron vencidos. Don Alonso se retiró á la iglesia de Carrion, en que tenia puestos soldados de guarnicion. Allí le prendieron y enviaron á Búrgos para que estuviese en buena guarda dentro del castillo de aquella ciudad. Pusiéronse de por medio la infanta doña Urraca, hermana de los reyes, que queria mucho á don Alonso por su buena condicion, y el conde don Peranzules, que en toda aquella adversidad nunca le desamparó. Dieron traza que con licencia del rey don Sancho fuese al monasterio de Sahagun, que está ribera del rio Cea, y que allí tomase el hábito de monje, renunciando el estado de seglar. Esperaban que las cosas se trocarian y no faltaria alguna buena ocasion para que aquel Príncipe despojado volviese á su reino.

Tomó el hábito el año que se contaba de Cristo 1071. Pasó algun tiempo en aquella vida, que tomó por fuerza. Los mismos exhortaron á don Alonso que, renunciado el hábito, se fuese á Toledo y se pusiese debajo el amparo del rey moro Almenon, que fué grande amigo de su padre. Hízose así; huyó como le aconsejaban y entróse por las puertas de aquel Rey. Pidióle audiencia, y en dia señalado le habló en esta sustancia: «¡Cuánto quisiera, rey Almenon, ya que no se me excusaba esta necesidad de acudir á tu socorro y amparo, yo que poco antes era rey poderoso y al presente me hallo desterrado, pobre y cercado de miserias, tener con algun servicio señalado granjeada tu amistad y tu gracia! Pero ni mi edad, que no es mucha, ni la diferente religion que profesamos me han dado á ello lugar, y para los príncipes magnánimos, cual tú eres, bastante causa debe ser para dar la mano y levantar á los caidos su grandeza y benignidad. Que como yo en mis males huelgo de acudir á tus puertas antes que á las de otro, movido de la fama de tus virtudes, así te debe dar contento se haya ofrecido ocasion para hacer bien á un hijo del gran rey don Fernando. Mas ¿qué podia yo hacer? ¿A quién acogerme en mis cuitas? Todas mis ayudas me faltan; de mis bienes y de mi reino estoy despojado por mi mismo hermano don Sancho, si hermano se debe llamar el que no guarda lealtad y parentesco y que tiene por bastante causa el apetito de mandar para atropellar los hijos de su padre. Mis deudos ¿qué me podian prestar? Pues pretende tambien embestir con mi hermano don García, y los reyes nuestros primos están poco sabrosos con nuestra casa. Finalmente, no me quedó otro remedio sino desterrarme, ni hallé otro amparo sino en tu sombra. No pretendo que por mi causa ni para restituirme en mi reino emprendas alguna guerra, si bien los grandes príncipes se suelen encargar de deshacer semejantes agravios. Solo te suplico me dés lugar en tu casa para pasar mi destierro, que será algun alivio de cuita tan grande y de entretenerme en tu reino solo con la esperanza de que el causador destos daños, feroz al presente y ufano, trocadas las cosas, será en breve castigado de la crueldad que ha usado contra sus hermanos y contra sus deudos. Cosa que si sucediere y Dios otorgare con mi deseo y me sacare destos males, puedes estar cierto que nunca pondré en olvido el acogimiento y gracia que me hicieres.» El rey Almenon, como quier que tenia á mucha honra que aquel poco antes rey poderoso acudiese á su amparo, con tanta humildad, y confiaba que en algun tiempo le podria ser de provechio aquella su venida, respondió con semblante alegre y en pocas palabras á este razonamiento. Dijo que le pesaba de su desgracia, pero que debia llevar aquel revés con buen talante, pues su conciencia no le acusaba de culpa alguna. Que las cosas desta vida son sujetas á mudanzas; por tanto, de presente se sufriese y para adelante se entretuviese con aquella buena esperanza que decia. En su reino podria estar todo el tiempo que le pluguiese; que ninguna cosa le faltaria para el sustento de su casa, y que fuera de su reino y de su patria ninguna otra cosa echaria menos; finalmente, que le tendria como á hijo y le trataria como á tal. Señalóle casa para su morada junto á su palacio, que estaba donde aliora el monasterio de la Concepcion y caia cerca un templo de cristianos, que se entiende era

el que hoy tienen los carmelitas. Con esto tenia aparejo para oir misa y los oficios divinos y para hablar al Rey cuando le parecia. Hizo su pleito homenaje que guardaria lealtad al Moro y acudiria á su servicio como era razon. Era don Alonso muy apuesto y agraciado, modesto, prudente, liberal y de costumbres muy suaves, con que en breve ganó las voluntades de aquella gente y todos se le aficionaban. Su hermana, doña Urraca, cuidaba de sus cosas. Pidió licencia al rey don Sancho, y con ella le envió para que le hiciesen compañía al conde Peranzules y otros dos hermanos suyos, Gonzalo y Hernando, para que le sirviesen y él se aconsejase con ellos. En compañía de los tres vinieron otros muchos; todos quiso el rey Moro ganasen su sueldo porque tuviesen con que sustentarse, y cuando fuese menester le sirviesen en la guerra que de ordinario tenia contra otros moros comarcanos. En esto pasaba aquel Príncipe desterrado su vida; cuando cesaba la guerra dábase á la caza y á la montería, y para mayor comodidad de sus monteros edificó una alqueria, que despues creció en vecindad, y hoy se llama Brihuega, pueblo conocido en el reino de Toledo. Su ordinaria residencia era en Toledo; trataba mucho con el Rey, y de cada dia con su buen término le ganaba mas la voluntad, y el Moro gustaba mucho de su conversacion y compañía. Aconteció que cierto dia fueron á tomar deporte y recreacion en una huerta cerca de la ciudad por do pasa el rio Tajo, con cuyo riego y agua, que dél sacan muchas azudas, se hace muy fértil y de mucho provecho, y hoy se llama la huerta del Rey. Adormecióse con la frescura don Alonso. El Rey y sus cortesanos que cerca estaban recostados á la sombra de un árbol comenzaron á tratar del sitio inexpugnable de Toledo, de sus murallas y fortaleza. Uno dellos, el mas avisado, replicó: por solo un camino se podria esta ciudad conquistar; si por espacio de siete años continuados le pusiesen cerco, y cada un año para quitalle el mantenimiento le talasen los campos y quemasen las mieses, sin duda se perderia. Don Alouso, que del todo no dormia, ó acaso despertó, oyó con mucho gusto aquella plática y la encomendó á la memoria. Añaden á esto algunos que el rey Moro, advertido del peligro y del descuido, para ver si dormia le mandó echar plomo derretido en la mano, y que por esta causa le llamaron don Alonso el de la mano horadada. Invencion y hablilla de viejas, porque ¿cómo podian tener tan á mano plomo derretido, ni el que mostraba dormir disimular tan grave dolor y peligro? La verdad, que le llamaron así por su franqueza y liberalidad extraordinaria. Otro dia refieren que estando en presencia del Rey se le levantó el cabello y se le erizó de manera, que, aunque el Rey por dos ó tres veces se le allanó, todavía se tornaba á levantar. Los moros, como gente que miran mucho en estos agüeros, avisaron que aquello era pronóstico de grande mal, que se apoderaria de aquel reino si no ganaban por la mano con darle la muerte para asegurarse. ¿Quién podrá desbaratar los consejos de Dios? El Rey era de suyo muy humano y tenia buena voluntad á dou Alonso; por esto no se dejó persuadir de los agoreros ni vino en quebrantar por su causa las leyes del hospedaje; contentóse con que don Alonso le hiciese de nuevo pleito homenaje que le seria amigo verdadero y leal. Esto pasaba en Toledo. Por otra porte el rey don M-1.

Sancho, feroz y ufano por la victoria que ganó, tomaba posesion del reino de Leon, en que unas ciudades se le rendian de voluntad, de otras se apoderó por fuerza de armas. En particular la ciudad de Leon ul principio le cerró las puertas; pero al fin con un cerco que tuvo sobre ella muy apretado, á ejemplo de las demás ciudades, se allanó. Concluido esto á su voluntad, revolvió contra Galicia, do el otro hermano reinaba con pocas fuerzas, por tener el reino dividido en bandos y estar disgustados contra él los naturales, á causa de los muchos tributos que les imponia, de cada dia mayores y mas graves. El mayor daño que se dejaba gobernar á sí y á todas sus cosas públicas y particulares de un criado que tenia con él gran cabida; que suele ser un grave daño en los principes. De ordinario las mercedes que los príncipes hacen se atribuyen á ellos mismos, y si en alguna cosa se yerra, cargan á los ministros y á los que tienen á su lado, que suelen pagar con la vida la demasiada privanza, como sucedió en este caso; ca los caballeros indignados por aquella causa dieron la muerte á aquel su criado en su misma presencia, y aun pasaron tan adelante, que por sospecharse de muchos eran participantes en aquel delito, para asegurarse tomaron las armas y alborotaron el reino. Menospreciaban, es á saber, al que vian dejarse gobernar por hombre semejante, y sin duda es señal que el príncipe no es grande cuando sus criados son mas poderosos. En este estado se hallaba Galicia al tiempo que el rey don Sancho acometió á tomalla. Don García, visto que por estar los suyos alborotados no podria contrastar á las fuerzas de su hermano, con solos trecientos soldados que le siguieron, desamparada la tierra, acudió á los moros de Portugal. Persuadíales le ayudasen con sus fuerzas, que si bien andaba fuera de su casa, todavía le acudirian sus vasallos; que se apiadasen de su trabajo y hiciesen rostro á la ambicion de su hermano, siquiera por asegurar sus cosas y no tener por ve◄ cino enemigo tan poderoso, que si salia con aquella pretension no pararia hasta enseñorearse de todo. Representábales los intereses que podian esperar de aquella guerra, que todos serian para ellos mismos, y él se contentaria con recobrar su estado y vengar aquel agravio. A estas razones respondieron los moros que les pesaba de su mal, pero que no les venia á cuento meter en peligro sus cosas para ayudarle, y mucho menos fiar de promesas de hombre que no se supo conservar en lo que tenia. Despedido deste socorro, todavía quiso probar ventura alentado con otros muchos que le acudieron, unos por odio del rey don Sancho, otros por tener parte en la presa, parte moros, parte cristianos. Con esta gente rompió por las tierras de su reino; los pueblos y ciudades de Portugal fácilmente se le rendian. Acudió el rey don Sanchio para atajar esta llaina. Llegó con su gente hasta Santaren, que antiguamente fué Scalabis. Juntáronse los dos campos, dióse la batalla de poderá poder, el campo quedó por el rey de Castilla, el estrago y matanza de los contrarios fué grande, muchos prisioneros, y entre los demás el mismo don García, que llevaron al castillo de Luna en Galicia, donde pasó en prisiones lo que restó de la vida pobre y despojado de su estado. Era de suyo hombre descuidado y flojo, suelto de lengua y no bastante para tan grandes olas y tormenta como contra él se levantaron.

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CAPITULO IX.

Cómo el rey don Sancho murió sobre Zamora. Concluido que hobo el rey don Sancho con los dos hermanos, luego que se vió señor de todo lo que su padre poseia, quedó mas soberbio que antes y mas orgulloso. No se acordaba de la justicia, de Dios, que suele vengar demasías semejantes y volver por los que injustamente padecen, ni consideraba cuánta sea la inconstancia de nuestra felicidad, en especial la que por malos medios se alcanza. Prometíase una larga vida, nuchos y alegres años, sin recelo alguno de la muerte que muy presto por aquel mismo camino se le aparejaba. Despojados los hermanos, solo quedaban las dos hermanas, que pretendia tambien desposeer de los estados que su padre les dejó. El color que para esto tomaba era el mismo del agravio que pretendia se le hizo en dividir el reino en tantas partes; la facilidad era mayor á causa de tener ya él mayores fuerzas, y aquellas señoras ser mujeres y flacas. La ciudad de Zamora estaba muy pertrechada de muros, municiones, vituallas y soldados que tenian apercebidos para todo lo que pudiese suceder. Los moradores era gente muy esforzada y muy leal y aparejados á ponerse á cualquier riesgo por defenderse de cualquiera que los quisiese acometer. Acaudillábalos Arias Gonzalo, caballero muy anciano, de mucho valor y prudencia, y de cuyos consejos se valia la infanta doña Urraca para las cosas del gobierno y de la guerra. El Rey, visto que por voluntad no vendrian en ningun partido ni se le querian entregar, acordó usar de fuerza. Juntó sus huestes y con ellas se puso sobre aquella ciudad, resuelto de no alzar la mano hasta salir con aquella empresa. El cerco se apretaba; combatian la ciudad con toda suerte de ingenios. Los ciudadanos comenzaban á sentir los daños del cerco, y el riesgo que todos corrian los espantaba y hacia blandear para tratar de partidos. En este estado se hallaban cuando un hombre astuto, llamado Vellido Dolfos, si comunicado el negocio con otros, si de su solo motivo no se sabe, lo cierto es que salió de la ciudad con determinacion de dar la muerte al Rey, y por este camino desbaratar aquel cerco. Negoció que le diesen entrada para hablar al Rey; decia le queria declarar los secretos y intentos de los ciudadanos y aun mostrar la parte mas flaca del muro y mas á propósito para darle el asalto y forzalla. Creen los hombres fácilmente lo que desean; salió el Rey acompañado de solo aquel hombre para mirar si era verdad lo que prometia. Hizo dél mas confianza de lo que fuera razon, que fué causa de su muerte; porque estando descuidado y sin recelo de semejante traicion, Vellido Dolfos le tiró un venablo que traia en la mano, con que le pasó el cuerpo de parte á parte; extraño atrevimiento y desgraciada muerte, mas que se le empleaba bien por sus obras y vida desconcertada. Vellido, luego que hizo el golpe, se encomendó á los piés con intento de recogerse á la ciudad. Los soldados que oyeron las voces y gemidos del Rey que se revolcaba en su sangre fueron en pos del matador, y entre los demás el Cid, que se hallaba en aquel cerco. La distancia era grande, y no le pudieron alcanzar, que las guardas le abrieron la puerta mas cercana, y por ella se entró en la ciudad.

Esto dió ocasion para que los de la parte del Rey se persuadiesen fué aquel caso pensado, y que los demás ciudadanos ó muchos dellos eran en él participantes. Los soldados de Leon y de Galicia no sentian bien del Rey muerto, ni les agradaban sus empresas; y así, sin detenerse mas tiempo desampararon las banderas y so fueron á sus casas. Los de Castilla, como mas obligados y mas antiguos vasallos, parte dellos con gran sentimiento llevaron el cuerpo muerto al monasterio de Oña, do le sepultaron y hicieron sus honras, que no fueron de mucha solemnidad y aparato; la mayor parte se quedaron sobre Zamora, resueltos de vengar aquella traicion. Amenazaban de asolar la ciudad y dar la muerte á todos los moradores como á traidores y participantes en aquel trato y aleve. En particular don Diego Ordoñez, de la casa de Lara, mozo de grandes fuerzas y brio, salió á la causa. Presentóse delante de la ciudad armado de todas armas y en su caballo, y desde un lugar alto para que lo pudiesen oir henchia los aires de voces y fieros; amenazaba de destruir y asolar los hombres, las aves, las bestias, los peces, las yerbas y los árboles, sin perdonar á cosa alguna. Los ciudadanos, entre el miedo que les representaba y la vergüenza de lo que dellos dirian, no se atrevian á chistar. El miedo podia mas que la mengua y quiebra de la honra. Solo Arias Gonzalo, si bien su larga edad le pudiera excusar, determinó de salir á la demanda, y ofreció á sí y á sus hijos para hacer campo con aquel caballero por el bien de su patria. Tenian en Castilla costumbre que el que retase de aleve alguna ciudad fuese obligado para probar su intencion hacer campo con cinco, cada uno de por sí. Salieron al palenque y á la liza tres hijos de Arias Gonzalo por su órden: Pedro, Diego y Rodrigo. Todos tres murieron á manos de Diego Ordoñez, que peleaba con esfuerzo muy grande. Solo el tercero, bien que herido de muerte, alzó la espada, con que por lerir al contrario le hirió el caballo y le cortó las riendas; espantado el caballo se alborotó de manera, que sin poderle detener salió y sacó á don Diego de la palizada, lo que no se puede hacer conforme á las leyes del desafío, y el que sale se tiene por vencido. Acudieron á los jueces que tenian señalados; los de Zamora alegaban la costumbre recebida; el retador se defendia con que aquello sucedió acaso y que salió del palenque contra su voluntad. Los jueces no se resolvian, y con aquel silencio parecia favorecian á los ciudadanos. Desta manera se acabó aquel debate, que sin duda fué muy señalado, como se entiende por las corónicas de España y lo dan á entender los romances viejos que andan en este propósito y se suelen cantar á la vihuela en Espa» ña, de sonada apacible y agradable.

CAPITULO X.

Cómo volvió el rey don Alonso á su reino.

Esto pasaba en Zamora. Doña Urraca, cuidadosa de lo que podria resultar en el reino despues de la muerte de su hermano y por el amor que tenia á don Alonso, que deseaba sucediese en su lugar y recobrase su reino, acordó despachalle un mensajero á Toledo para avisalle de todo, y en particular de la desastrada muerte de su hermano. Dió al mensajero señas secretas para que se certificase que ella misma le enviaba las cartas

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