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en historia particular que dellos compuso; pero dejada Italia, volvamos á España y á nuestro cuento.

CAPITULO XV.

Que se emprendió la guerra contra Toledo. Desta manera procedian las cosas de los normandos prósperamente en Italia. En España los ciudadanos de Toledo no cesaban con cartas y mensajeros de solicitar á los nuestros para que emprendiesen aquella conquista y se pusiesen sobre aquella ciudad; que el rey Hiaya, ni se mejoraba con el tiempo, ni por el riesgo que corria enfrenaba sus apetitos, antes por no irle nadie á la mano, de cada dia crecia en atrevimiento y crueldad; finalmente, que pasaban una vida muy desgraciada, rodeada de miserias y de angustia, y que solo se entretenian con la esperanza de vengarse; que si los cristianos no les acudian, se determinaban de pedir á los moros que los acorriesen, pues cualquiera sujecion era tolerable á trueque de librarse de aquella tiranía. Toda servidumbre es miserable, pero intolerable servir á un loco y desatinado. El rey don Alonso andaba perplejo sin saber qué partido debia tomar; combatíanle por una parte el recelo de lo que se podria pensar y decir, por otra la esperanza del gran provecho si ganaba aquella ciudad. Acordó tratar el negocio en una junta de caballeros, gente principal y grave. Los pareceres fueron diferentes, como suele acontecer en semejantes consultas. Los mas osados y valientes eran de parecer se emprendiese luego la guerra, que decian seria de mucho interés y honra, así para los particulares como en comun para toda la cristiandad. Encarecian la grande presa y los despojos con que se animarian los soldados, la importancia de quitar una ciudad tan principal á los moros, la buena ocasion que se les presentaba de salir fácilmente con la empresa, que si se pasaba, por ventura no volveria tan presto; que en el suceso de aquella guerra se ponia en balanzas todo el poder de los moros en España. Los mas recatados extrañaban esto; decian que en ninguna manera se debia emprender aquella conquista, pues era contra conciencia y razon quebrantar la confederacion y amistad que tenian asentada con aquellos reyes. En conformidad desto, uno de los caballeros que seguian este parecer, hombre anciano y de mucha prudencia, habló en esta manera: «¿Con qué justicia, ol Rey, ó con qué cara haréis guerra á una ciudad que en el tiempo de vuestro destierro, cuando os lallastes pobre, desamparado y sin remedio, os recibió cortesmente y trató con mucho regalo, principio que fué y escalon para subir al reino que ahora teneis? ¿Qué razon sufre dar guerra al hijo, sea cuan malo le quisiéredes pintar, del que con su hacienda y con su poder os ayudó á volver al reino que os quitó vuestro hermano? Hospedóos amorosamente, y tratóos no de otra manera que si fuérades su hijo para obligaros al cierto que á sus sucesores los tuviésedes en lugar de hermanos; que no debe ser menor la union que resulta del agradecimiento y amor que la que causa la naturaleza y parentesco. Dificultosa cosa es persuadir á un príncipe lo que conviene; la adulacion y conformarse con su voluntad carece de dificultad y peligro. Si va á decir la verdad, cuánto uno es mas cobarde tanto es mas libre en el blasonar de guerras y de armas. A las

veces por parecer de los mas cobardes se emprende la guerra, que se prosigue despues con el esfuerzo y riesgo de los esforzados. ¿Quién no sabe cuánta sea la fortaleza de aquella ciudad que quereis acometer, cuán grandes sus pertrechos, sus municiones, sus reparos? Diréis: Los ciudadanos nos llaman y convidan. Como si hobiese que fiar de una comunidad liviana y inconstante y que volverá la proa á la parte de donde soplare el viento mas favorable. Destruir la tiranía y librar los oprimidos es cosa muy honrosa. Es así, si juntamente y por el mismo camino no se quebrantasen las leyes de la piedad y agradecimiento y de toda humanidad. Dirá otro: No hay que hacer caso del juramento, pues su obligacion cesó con la muerte de los reyes pasados. Verdad es; pero ¿quién podrá engañar á Dios, testigo de la intencion y de la perpetua amistad que asentastes? Mas aína se puede temer no quiera vengar semejante desacato y fraude. No decimos esto, oh Rey, por esquivar el trabajo ni el peligro; con el mismo ánimo que otras veces estamos aparejados y prestos para seguiros, si fuere menester, desarmados, desnudos y flacos; pero para tomar consejo es justo que nuestras lenguas tengan libertad y vuestras orejas se muestren á todo lo que se dijere favorables. » Movieron estas razones al Rey, tanto mas, que por boca de uno le parecia hablaba gran parte de los que allí estaban; finalmente, venció el deseo que tenia de hacer aquella guerra y conquistar aquella nobilísima ciudad, en que tantas comodidades se le representaban. Con esta determinacion les habló en esta sustancia: «Bien sé, nobles varones, las muchas dificultades que en esta guerra se ofrecen y que estos dias se han dicho muchas cosas á propósito de poneros espanto y miedo. Mas ¿quién no sabe cuántas mentiras y cuán vanas se suelen sembrar en ocasiones semejantes? La cobardía y el miedo todo lo acrecientan y hacen mayor de lo que es en hecho de verdad. No diré nada del cargo de conciencia que nos hacen ni del juramento y nota de ingratitud que nos acusan; las maldades de Hiaya nos descargarán bastantemente. Al que su mismo padre, sifuera vivo, castigara con todo rigor, ¿será razon que por su respeto le dejemos continuar en ellas y en su tiranía tan grave? Alegan con la fortaleza de aquella ciudad el gran número de sus ciudadanos. La verdad es que al esfuerzo y valor ninguna cosa habrá dificultosa. Los que debajo la conducta de mi hermano don Sancho y mia allanastes gran parte de España y ganastes de los moros muchas batallas campales, ¿por ventura serán parte estas hablillas para espantaros? Que si los enemigos son muchos, no será esta la primera vez que peleais con semejante canalla, gente allegadiza, sin concierto y sin órden, y que cuanto son mas en número tanto se embarazarán mas al tiempo del menester. Gente flaca es la que acometemos, y que por la larga ociosidad y el mucho regalo no podrán sufrir el trabajo y el peso de las armas. Ganado Toledo, mis soldados, ¿quién será parte, quién os irá á la mano para que con las manos victoriosas no llegueis á los últimos términos de España, remate de todos vuestros trabajos, premio y gloria inmortal, que con poco trabajo alcanzaréis para vos, para nuestros reinos y para toda la cristiandad? Parad mientes no se nos pase el tiempo en consultas y recatos, y lo que suele acontecer cuando los buenos intentos se dilatan, no nos parezca

aventajado y sin par. Venido, le acogió muy bien y trató muy amorosamente, como príncipe que de suyɔ era afable y que sabia con buenas palabras granjear las voluntades. Alzóle el destierro, y para mas muestra de amor á su instancia estableció una ley perpetua en que se mandó que todas las veces que condenasen en destierro algun hijodalgo no fuese tenido á cumplir la sentencia antes de pasados treinta dias, como quier que antes no les señalasen de término mas que nueve dias. Volvió el Rey á su empresa, y el Cid concluyó aquella guerra del Andalucía á mucho contento, ca recobró el castillo de Grados, sobre que era el debate, y prendió al Moro que le tomara, que envió al Rey para que hiciese dél lo que su voluntad fuese y por bien tuviese. Esto pasó en el Andalucía aquel año; el siguiente de 1081, don García, hermano del Rey, pasó desta vida. Hizose desangrar rompidas las venas en la prision en que le tenian; tan grande era su disgusto y su rabia por verse privado del reino y de la libertad. Temia el rey don Alonso que como era bullicioso y de no mucha capacidad no alteraso los naturales y el reino. Esta entiendo yo fué la causa de no querelle soltar en tanto tiempo mas que la ambicion y deseo de reinar. Verdad es que despues de la muerte del rey don Sancho tuvo la prision mas libre y toda abundancia de comodidades y regalos. Y aun no falta quien dice que pocó antes de su muerte le convidaron con la libertad y no la aceptó, sea por estar cansado de vivir, sea por aplacar á Dios con aquella penitencia y afan, de que da muestra no querer le quitasen los grillos en toda su vida, antes mandó le enterrasen con ellos, y así se hizo. Llevaron su cuerpo á la ciudad de Leon, y allí le sepultaron muy honoríficamente en la iglesia de San Isidro. Halláronse presentes al enterramiento y exequias sus dos hermanas las Infantas, muchos obispos y otros grandes del reino. Su muerte fué á los diez años de su prision y á los quince despues que comenzó á reinar. El Cid, sosegadas las revueltas del Andalucía, tornó á la guerra de Aragon, donde en una batalla venció al rey moro de Denia, por nombre Alfagio, y junto con él al rey de Aragon don Sancho, que viniera en su favor. Esta victoria fué muy señalada, tanto, que el rey don Alonso le llamó para honrarle y hacerle mercedes, segunque sus trabajos y virtudes lo merecian. Venido que fué, le hizo donacion por juro de heredad de tres villas, es á saber, Briviesca, Berlanga, Arcejona. Por otra parte, el moro Alfagio se rehizo de gente, y con deseo de satisfacerse corrió las tierras de Castilla hasta dar vista á Consuegra, villa principal de la Mancha. El Rey, si bien estaba ocupado en la conquista de Toledo, acudió contra esta tempestad para rebatir el orgullo de aquel Moro. Juntáronse los campos, adelantáronse las haces de una parte y de otra, dióse la batalla, en que pereció mucha morisma, y el rey Moro se salvó por los piés y se retiró á cierto castillo. La alegría desta victoria se aguó mucho á los cristianos con la muerte lastimosa, que sucedió en la pelea, de Diego Rodriguez de Vivar, hijo del Cid, mozo de grandes esperanzas y que comenzaba ya á seguir la huella y las virtudes de su padre. Su cuerpo enterraron en San Pe

mejor consejo aquel cuya sazon fué ya pasada. » Estas razones tan concertadas encendieron los ánimos de todos los presentes para que con toda voluntad se decretase la guerra contra los moros. El Rey, tomada esta resolucion, se encargó de juntar armas, caballos, vituallas, dineros, municiones y todo lo demás necesario. Mandó levantar banderas y hacer gente por todas partes, en particular llamó y convidó con nuevos premios y ventajas los soldados viejos que estaban derramados por el reino. En todo esto se ponia mayor diligencia por entender que los moros, avisados de todo lo que pasaba, llamaban en su ayuda al rey moro de Badajoz, que á toda furia se aprestaba para acudilles con toda brevedad. La priesa fué de manera, que las unas gentes y las otras, los moros y los cristianos, llegaron á un mismo tiempo á Toledo; pero visto que el rey don Alonso iba acompañado de un campo muy lucido, soldados diestros y muy bravos, los moros dieron la vuelta sin pasar adelante en aquella demanda. Sin embargo, no se pudo por entonces ganar aquella ciudad, á causa que el rey inoro de Toledo se hallaba á la sazon muy apercebido y pertrechado de todo lo necesario, demás de la fortaleza grande de la ciudad, que ponia á todos espanto por ser muy enriscada. Talaron los campos, quemaron las mieses, hicieron presas de hombres y de ganados, y con tanto se volvieron á sus casas. Comenzóse la tala el año que se contaba de 1079, continuóse el año siguiente, el tercero y el cuarto, sin alzar mano algunos otros años adelante. Tomaron á los moros los pueblos de Canales y de Olmos, que caian cerca de aquella ciudad, y en ellos dejaron guarnicion de soldados, que nunca cesaban de hacer correrías y cabalgadas por toda aquella comarca. Con estos daños comenzaron los de Toledo á padecer falta de trigo y de otras cosas necesarias para Ja vida. Susténtase la ciudad de Toledo comunmente de acarreo, á causa que la tierra de su contorno es muy falta por ser de suyo delgada y arenisca y por las muchas piedras y peñas que en ella hay; las fuentes son pocas, y sus manantiales cortos; llueve pocas veces por caerle léjos la mar y ser la tierra la mas alta de España. Solo por la vega por do pasa el río Tajo hay una llanura y valle no muy ancho, pero muy fértil y alegre. En el mismo tiempo que se dió principio á la conquista de Toledo, el Cid continuaba la guerra en Aragon con mucha prosperidad; ganó de los moros diversos castillos y pueblos por toda aquella tierra; solo para ser colmada su felicidad le faltaba la gracia de su Rey, que él mucho deseaba. Sucedió muy á propósito que el año de 1080 se levantaron ciertas revueltas entre los moros del Andalucía, á causa que un hombre principal de aquella nacion, por nombre Almofala, tomó por fuerza el castillo de Grados. El Moro cuyo era, acudió al rey don Alonso para valerse de su ayuda y recobrar aquella plaza. Llamábase este moro Adofir. Al Rey le pareció condecender con esta demanda y aprovecharse de aquella ocasion que para adelantar su partido se le presentaba. Envió golpe de gente adelante, y él poco despues con mayor número acudió en persona. El Moro contrario era astuto y mañoso; la guerra iba á la larga. Temia el Rey no se le pasase la sazon de volver, como lo tenia co-dro de Cardeña, y allí se muestra su lucillo. Alfagio, el

menzado, á la conquista de Toledo. Acordó llamar al Cid, que en Aragon se hallaba, y encargalle aquella empresa, por ser caudillo de tanto nombre y en todo

moro, aunque vencido en las dos batallas susodichas, no acababa de sosegar; antes, recogida mas gente, rompió otra vez por tierras de Castilla sin reparar hasta Me

dina del Campo, pueblo bien conocido y principal. Sa- | aquella ciudad. Prometian si lo hiciese de abrille luego lió en su busca Alvar Yañez Minaya, deudo del Cid, persona de valor, y llegado á aquellas partes tuvo con él un encuentro en que tercera vez quedó vencido y desbaratada su gente. Esto pasó el año de Cristo 1082, en el cual año don Ramon Cabeza de Estopa, conde de Barcelona, cerca de un pueblo llamado Percha, puesto entre Ostarlito y Girona, fué muerto alevosamente. Su mismo hermano don Berenguel le paró aquella celada yendo camino de Girona, y le hizo matar. Estaba mal enojado contra él despues que su padre, sin embargo que era hijo menor, se le antepuso en el estado de Barcelona. Disimulólo al principio y mostró sentimiento por la muerte de su hermano; pero como quier que semejantes maldades pocas veces se encubran, sabido el caso, cayó en aborrecimiento de la gente, tan grande, que no solo no alcanzó lo que pretendia, antes por fuerza le privaron de lo que era suyo. Lo que le quedó de la vida pasó miserablemente, pobre, desterrado y vagabundo, y aun se dice que de repente perdió la habla en Jerusalem, do los años adelante fué á la conquista de la Tierra-Santa, y allí le sobrevino la muerte. El cuerpo de don Ramon sepultaron en la iglesia mayor de Girona. Sucedióle don Ramon Arnaldo, su hijo, de tan poca edad, que aun no tenia año cumplido; pero fué muy señalado por el largo tiempo que gozó de aquel estado, igual á cualquiera de sus antepasados por la grandeza y gloria de sus hazañas, demás que ensanchó mucho su señorío, no solo con la parte que quitaron al matador de su padre, sino porque en su tiempo faltaron legítimos descendientes á los condes de Urgel y de Besalú, por donde aquellos estados recayeron en él como movientes del condado de Barcelona y feudos suyos. Y aun en la parte de Francia que se llamó la Gallia Narbonense se le juntó los años adelante el condado de la Proenza por via de casamiento y en dote, porque casó con doña Aldonza, que otros llaman doña Dulce, hija de Gilberto, conde de la Proenza. Deste matrimonio nacieron dos hijos, don Ramon y don Berenguel, y tres hijas; la una dellas se llamó doña Berenguela, que casó con don Alonso el Emperador; los nombres de las otras dos no se saben, mas es cierto que casaron en Francia muy principalmente. Tuvo este Príncipe contienda y aun guerra muy reñida con Alonso, conde de Tolosa, señor muy principal y muy vecino á su estado; pero despues de largos debates se concertaron en que recíprocamente se prohijasen el uno al otro de tal guisa, que en cualquier tiempo que á cualquiera de aqueIlas casas faltase sucesion hobiese aquel estado el otro ó sus descendientes. Pero esto pasó mucho tiempo adelante. Volvamos á la guerra de Toledo en que estábamos.

CAPITULO XVI.

Cómo se ganó la ciudad de Toledo.

Las continuas correrías y entradas que los fieles hacian por las tierras de Toledo, las talas, las quemas, los robos traian tan cansados á los moros de aquella ciudad, que no sabían qué partido tomar ni dónde acudir. Los cristianos que allí moraban, alentados con la esperanza de la libertad, no cesaban de solicitar al rey don Alonso para que, juntadas todas sus fuerzas, se pusiese sobre

las puertas y entregársela. Las fuerzas de los nuestros
y las haciendas estaban gastadas, los ánimos cansados
de guerra tan larga. Estas dificultades y otras muchas
que se representaban, grandes trabajos y peligros, ven-
ció y allanó la constancía del Rey y el deseo que todos
tenian de llevar al cabo aquella conquista. Hiciéronse
nuevas y grandes levas de gente, juntaron los pertre-
chos y municiones necesarias con determinacion de no
desistir ni alzar la manó hasta tanto que se apoderasen
de aquella ciudad. Su asiento y aspereza es de tal
suerte, que para cercarla por todas partes era fuerza di-
vidir el ejército en diversas escuadras y estancias, y que
para esto el número de los soldados fuese muy crecido.
Es muy importante la amistad y buena corresponden-
cia entre los príncipes comarcanos; grandes efectos se
hacen cuando se ligan entre sí y se ayudan, cosa que
pocas veces sucede, como se vió en esta guerra. De-
más de los castellanos, leoneses, vizcaínos, gallegos,
asturianos, todos vasallos del rey don Alonso, acudie-
dieron en primer lugar el rey don Sancho de Aragon y
Navarra con golpe de gente; asimismo socorros de Ita-
lia y de Alemaña, movidos de la fama desta empresa,
que volaba por todo el mundo. De los franceses, por es-
tar mas cerca, vino mayor número; gente muy alegre
y animosa para tomar las armas, no tan sufridora de
trabajos. Mas porque en esta y otras guerras contra los
moros sirvieron muy bien, á los que dellos se quedaron
en España para avencindarse y poblar en ella los reyes
les otorgaron muchas exempciones y franquezas; oca-
sion, segun yo pienso, de que procedió llamar en la
lengua castellana comunmente francos, así á los hom-
bres generosos como á los hidalgos y que no pagan pe-
chos; lo cual todo se saca de escrituras antiguas y pri-
vilegios que por estos tiempos se concedieron á los
ciudadanos de Toledo. De todas estas gentes y naciones
se formó un campo muy grueso, que sin dilacion mar-
chó la via de Toledo, muy alegre y con grandes espe-
ranzas de dar fin á aquella demanda. El rey Moro, avi-
sado del intento de los enemigos, de sus apercebimien-
tos y aparato y movido del peligro que le amenazaba,'
se aprestaba para hacer resistencia. Tenia soldados, vi-
tuallas y municiones; faltábale el mas fuerte baluarte,'
que es el amor de los vasallos. Todavía, aunque no
ignoraba esto, tenia confianza de poderse defender por
la fortaleza y sitio natural de aquella ciudad, que es en
demasía alto y enriscado. De todas partes le cercan pe-
ñas muy altas y barrancas, por medio de las cuales con
grande maravilla de la naturaleza rompe el rio Tajo y
da vuelta á toda la ciudad de tal suerte, que por tierra
deja sola una entrada para ella á la parte del septen-
trion y del norte de subida empinada y agria, y que está
fortificada con dos murallas, una por lo alto, y otra ti-
rada por lo mas bajo. Para cercar la ciudad por todas
partes fué necesario dividir la gente en siete escuadro-
nes con otras tantas estancias, que fortificaron á ciertos
espacios, á propósito de cortar todos los pasos, que ni
los de dentro saliesen, ni les entrasen de fuera socor-
ros ni vituallas. El Rey con la mayor parte de la gente,
asentó sus reales, y los fortificó y barreó por todas par-
tes en la vega que se tiende á las haldas del monte so-
bre que está asentada la ciudad. Todos, así moros como
cristianos, mostraban grande ánimo y deseo de venir

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á las manos. Cerca de los muros se trabaron algunas escaramuzas, en que no sucedió cosa señalada que sea de contar; solo se echaba de ver que los moros en la pelea de á pié no igualaban á los cristianos en la ligereza, fuerzas y ánimo; mas en las escaramuzas á caballo les hacian ventaja en la destreza que tenian por larga costumbre de acometer y retirarse, volver y revolver sus caballos para desordenar los contrarios. Levantaron los nuestros torres de madera, hicieron trabucos, otras máquinas y ingenios para batir y arrimarse á la muralla y con picos y palancas abrir entrada. La diligencia era grande, los ingenios, dado que ponian espanto y hacian maravillar á los moros por no estar acostumbrados a ver semejantes máquinas, no eran de provecho alguno; porque si bien derribaron alguna parte del muro, la subida era muy agria, las calles estrechas, los edificios altos, y muchos que la defendian. El cerco con tanto iba á la larga, y por el poco progreso que se hacia se cansaban los cristianos de suerte, que deseaban tomar algun asiento para levantar el cerco sin perder reputacion. Apretábalos la falta que padecian de todo, que por estar la tierra talada y alzados los mantenimientos eran forzados proveerse de muy lejos de vituallas para los hombres y forraje para los caballos. Los calores del verano comenzaban; por esto y por el mucho trabajo y poco mantenimiento, como es ordinario, picaban enfermedades, de que moria mucha gente. HaHlábanse en este aprieto cuando san Isidoro se apareció entre sueños á Cipriano, obispo de Léon, y con semblante ledo y grave y lleno de majestad le avisó no alzasen el cerco, que dentro de quince dias saldrian con la empresa, porque Dios tenia escogida aquella ciudad para que fuese asiento y silla de su gloria y de su servicio. Acudió el Obispo al Rey, dióle parte de aquella vision tan señalada; con que los soldados se animaron para pasar cualquier mengua y trabajo por esperanzas tan ciertas que les daban de la victoria. Era así, que los cercados padecian á la misma sazon mayor necesidad y falta de todo, tanto, que se sustentaban de jumentos y otras cosas sucias por tener consumidas las vituallas; ballábanse finalmente en lo último de la miseria y necesidad, ellos flacos y cansados, los enemigos pujantes, que ni excusaban trabajo ni temian de ponerse á cualquier riesgo. Acordaron persuadir al rey Moro tratase de conciertos. Apellidáronse los ciudadanos unos á otros y de tropel entraron por la casa real, y con grandes alaridos requieren al rey Moro ponga fin á trabajos y cuitas tan grandes antes que todos juntos pereciesen y se consumiesen de pena, tristeza y necesidad. Alteróse el rey Moro con aquella demanda y vocería de los suyos, que mas parecia motin y fuerza. Sosegóse empero, y hablóles en esta sustancia: «<Bueno es el nombre de la paz, sus frutos gustosos y saludables; pero advertid so color de paz no nos hagamos esclavos. A la paz acompañan el reposo y la libertad, la servidumbre es el mayor de los males, y que se debe rechazar con todo cuidado con las armas y con la vida, si fuere necesario. Gran mengua y muestra de flaqueza no poder sufrir la necesidad y falta por un poco de tiempo. Mas fácil cosa es hallar quien se ofrezca á la muerte y á perder la libertad que quien sufra la hambre. Yo os aseguro que si os entreteneis por pocos dias y no desmayais, que saldréis deste aprieto; ca los ene

migos forzosamente se irán, pues padecen no menos necesidad que vos, y por ella y otras incomodidades cada dia se les desbandan los soldados y se les van. Además que muy en breve nos acudirán socorros de los nuestros, que cuidan grandemente de nuestro trabajo.» No se quietaron los moros con aquellas razones, el semblante no se conformaba con las esperanzas que daba. Parecía usarian de fuerza, y que todos juntos, si no otorgaba con ellos, irian á abrir al enemigo las puertas de la ciudad; grande aprieto y congoja. Así forzado el Moro vino en que se tratase de conciertos, como lo pedian sus vasallos. Salieron comisarios de la ciudad, que dado que afligidos y humildes, en presencia del rey don Alonso le representaron sus quejas; acusáronle el juramento que les hizo, la palabra que les dió, la amistad que asentó con ellos y las buenas obras que en tiempo de su necesidad recibió de aquella ciudad y de sus moradores; despues desto, le dijeron que si bien entendian no era menor la falta que padecian en los reales que dentro de la ciudad, todavía vendrian en hacer algun concierto como fuese tolerable hasta pagar las parias y tributo que se asentase. A esto respondió el Rey que fué tiempo en que se pudiera tratar de medios; que al presente las cosas estaban en término que á menos de entregarle la ciudad, no daria oidos á concierto ninguno. Sobre esto fueron y vinieron diversas veces, en que se gastaron algunos dias. La falta crecia en la ciudad y la hambre, que de cada dia era mayor. Los nuestros estaban animados de antes, y de nuevo mas, porque los enemigos fueron los primeros á tratar de concierto. Finalmente, los moros vinieron en rendir la ciudad con las condiciones siguientes: El alcázar, las puertas de la ciudad, las puentes, la huerta del Rey (heredad muy fresca á la ribera del rio Tajo) se entrieguen al rey don Alonso; el rey Moro se vaya libre á la ciudad de Valencia ó donde él mas quisiere; la misma libertad tengan los moros que le quisieren acompañar, y lleven consigo, sus haciendas y menaje; á los que se quedaren en la ciudad no les quiten sus haciendas y heredades, y la mezquita mayor quede en su poder para hacer en ella sus ceremonias; no les puedan poner mas tributos de los que pagaban antes á sus reyes; los jueces, para que los gobiernen conforme å sus fueros y leyes, sean de su misma nacion, y no de otra. Hiciéronse los juramentos de la una parte y de la otra como se acostumbra en casos semejantes, y para seguridad se entregaron por rehenes personas principales, moros y cristianos. Hecho esto y tomado este asiento en la forma susodicha,' el rey don Alonso, alegre cuanto se puede pensar por ver concluida aquella empresa y ganada ciudad tan principal, acompañado de los suyos á manera de triunfador, hizo su entrada, y se fué á apear al alcázar, á 25. de mayo, dia de san Urban, papa y mártir, el año que se contaba de nuestra salvacion de 1085. Algunos deste cuento quitan dos años por escrituras antiguas y privilegios reales, en que por aquel tiempo el rey don Alonso se llamaba rey de Toledo. Lo cierto es que aquella ciudad estuvo en poder de moros por espacio como de trecientos y sesenta y nueve años (Juliano dice trecientos y sesenta y seis, y que los moros la tomaron año 719, el mismo dia de san Urban), en que por ser los moros poco curiosos en su manera de edificar y

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en todo género de primor perdió mucho de su lustre y hermosura antigua. Las calles angostas y torcidas, los edificios y casas mal trazadas, hasta el mismo palacio real era de tapiería, que estaba situado en la parte en que al presente un hospital muy principal que los años. pasados se levantó y fundó á costa de don Pedro Gonzalez de Mendoza, cardenal de España, arzobispo de Toledo. La mezquita mayor se levantaba en medio de la ciudad en un sitio que va un poco cuesta abajo, de edificio por entonces ni grande ni hermoso, poco adelante la consagraron en iglesia, y despues desde los cimientos la labraron muy hermosa y muy ancha. La fama desta victoria se derramó luego por todo el munlo, que fué muy alegre para todos los cristianos, por haber quitado á los moros aquella plaza, que era como un baluarte muy fuerte de todo lo que poseian en España. Acudieron embajadores de todas partes á dar el parabien y alegrarse con el Rey, así por lo hecho como por la esperanza que se mostraba de concluir con todo lo demás que quedaba por ganar. Partióse el rey Moro conforme al asiento que se tomó, acompañado de soldados para Valencia, que era suya, en que conservó el nombre de rey. Por otra parte, diversas compañías de soldados por órden de su Rey se derramaron por toda la comarca y reino de Toledo para allanar lo que restaba, que les fué muy fácil por estar los moros amedrentados y por ver que perdida aquella ciudad tan principal no se podian conservar. Ganaron pues muchas villas y lugares; los de mas cuenta fueron: Maqueda, Escalona, Illescas, Talavera, Guadalajara, Mora, Consuegra, Madrid, Berlanga, Buitrago, Mendinaceli, Coria, pueblos muchos dellos antiguos y que caian cerca de Toledo, fuertes y de campiña fresca, en que se dan muy bien toda suerte de mieses y frutales. Los moros de Toledo, unos acompañaron á su Rey, los mas se quedaron en sus casas. El número era grande, y por consiguiente, el peligro de que con alguna ocasion se levantasen, que fuera nuevo y notable daño. Para evitar este inconveniente acordó el Rey hacer allí su asiento de propósito, sin mudar la corte hasta tanto que se poblase bien de cristianos y que con nuevos reparos quedase bastantemente fortificada y segura. Convidó por sus edictos á todos los que quisiesen venir á poblar, con casas y posesiones; con esto acudió gran gente para hacer asiento en aquella ciudad. Entre los demás nuevos moradores cuentan á don Pedro, griego de nacion, de la casa y sangre de los Paleólogos, familia imperial en Constantinopla, de quien refieren se halló en este cerco, y que el Rey, en recompensa de sus servicios, despues de ganada la ciudad, le heredó en ella y dió casas y heredades con que pasase. Deste caballero se precian descender los de la casa de Toledo, gente muy noble y poderosa en estados y aliados. Hijo deste don Pedro fuẻ Illan Perez, nieto Pedro Illan, biznieto Estéban Illan, cuyo retrato á caballo se ve pintado en lo alto de la bóveda de la iglesia mayor, detrás de la capilla y altar mas principal. Don Estéban fué padre de don Juan y abuelo de don Gonzalo, aquel cuyo sepulcro muy señalado y conocido se ve en la parroquia de San Roman. Añaden que desde este tiempo se comenzó á llamar así el barrio del Rey en Toledo, á causa que á los nuevos moradores que acudian á poblar señaló el Rey aquella parte de la ciudad para su

morada. Dióse otrosí principio á la fábrica de un nuevo alcázár en lo mas alto de la ciudad, todo á propósito de enfrenar á los moros que no se desmandasen. Demás desto, se halla que el rey don Alonso en adelante se comenzó á intitular einperador, si con razon ó sin ella no hay para qué disputallo. Hallábase sin duda muy ufano con aquel nuevo reino que conquistara, y como se via señor de la mayor parte de España y el rey de Aragon y otros reyes moros tributarios, ningun título le parecia demasiado. Destemplósele aquel contento por la muerte de la infanta doña Urraca, que finó por este tiempo, y él la tenia en lugar de madre, porque sus virtudes y prudencia lo merecian, demás que su padre se la dejó mucho encomendada. Quedaba la otra hermana, doña Elvira, que él mismo casó con el conde de Cabra. La causa deste casamiento fué cierta palabra áspera que le dijo, y para aplacalle y que no se levantase algun alboroto, acordó casarle con su misma hermana. Así lo cuenta la Historia general que auda en nombre del rey don Alonso el Sabio.

CAPITULO XVII.

Cómo don Bernardo fué elegido por arzobispo de Toledo.

Ninguna cosa mas deseaba el Rey que volver en su antiguo lustre y resplandor y hourar de todas maneras aquella nobilísima ciudad, columna que era de España, y alcázar en otro tiempo de santidad y silla del imperio de los godos. Comenzó luego á dar muestras que queria poner arzobispo en ella, sin el cual estuvo tantos años por la turbacion de los tiempos. Al principio no puso mucha fuerza, porque los moros aun no bien domados lo contradecian. Pasado mas de un año, ya que muchos cristianos moraban en la ciudad, y de los moros se tenia mas noticia de cuáles se debian tomer y de cuáles se podian fiar; para hacerlo con mas autoridad, y que los moros tuviesen menos lugar de alborotarsc, procuró se celebrase concilio. Los grandes y los obispos se juntaron á 18 de diciembre, año de 1086. En aquella junta lo primero dieron gracias á la divina bondad, por cuyo favor la cristiandad recobró tan principal ciudad. Cada uno, segun el caudal que tenia, autoridad y elocuencia, lo encarecia con las mayores palabras que podia. Luego se trató de elegir arzobispo de Toledo. Salió por voto de todos nombrado don Bernardo, abad que era de Sahagun, hombre de muy buenas costumbres y suaves, de muy buen ingenio, de doctrina aventajada, entereza y rectitud probada en muchas cosas y en quien resplandecia un ejemplo y dechado de la virtud antigua. Esto fué causa de ganar las voluntades de todos para que quisiesen por su pre- lado á un hombre extranjero, nacido en Francia. Pasa el rio Garona por la ciudad de Aagen en Aquitania, hoy Guiena; cerca desta ciudad está un pueblo, llamado Salvitat. Deste pueblo fué natural don Bernardo, nacido de noble linaje; su padre se llamaba Guillermo, su madre Neimiro, personas tan pias, que ambos, segun que se saca de memorias de la iglesia de Toledo, acabaron sus dias en religion. El hijo en su mocedad anduvo en la guerra; ya que era de mas edad entró en el monasterio de San Aurancio, auxitano ó de Aux. Allí tomó el hábito y cogulla con gran deseo que tenia de la perfeccion. Parece que aquel monasterio era de cluniacenses,

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