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le allegaron, entró por el reino de Toledo y llegó haciendo mal y daño hasta la misma ciudad; metió á fuego y á sangre sembrados, árboles, lugares, cautivó hombres y ganados. El rey don Alonso, por su gran vejeż y por estar indispuesto, demás desto cansado de tantas cosas como habia hecho, no pudo salir al encuentro al enemigo bravo y feroz. Envió en su lugar sus gentes, y por general al conde don García; y para que tuviese mas autoridad, quiso fuese en su compañía el infante don Sancho, su hijo, dado que era de pequeña edad. El se quedó en Toledo, donde en lo postrero de su edad residia muy de ordinario. Cerca de Uclés se dieron vista y juntaron los dos campos; ordenaron sin dilacion las haces; dióse la batalla de poderá poder, que fué grandemente desgraciada. Derribaron los moros al Infante. Amparábale el conde don García con su escudo, y con la espada arredraba y aun detuvo por buen espacio los moros que los rodeaban y acometian por todas partes. Su esfuerzo era tal, que los contrarios desde léjos le combatian, mas ninguno se atrevia á llegársele. El amor singular que tenia al Infante y el despecho, grande arma en la necesidad, le animaban. Finalmente, enflaquecido con las muchas heridas que le dieron los enemigos por ser tantos, cayó muerto sobre el que defendia. Este miserable desastre y muerte desgraciada dió luego á los bárbaros la victoria. Cuánto haya sido el dolor del Rey por tan gran pérdida no hay para qué relatarlo; no le afligia mas la desgracia y pérdida del hijo que el daño de la república cristiana por faltar el heredero de imperio tan grande, que era un retrato de las virtudes de su padre, y parecia haber nacido para hacer cosas honradas. Preguntó el Rey cuál fuese la causa de tantos daños como'de los moros tenian recebidos; fuéle respondido por cierta persona sabia que el esfuerzo de los corazones estaba en los soldados apagado con la abundancia de los regalos, holguras y ociosidad, los cuerpos enflaquecidos con el ocio, y los ánimos con la deshonestidad, fruto ordinario de la prosperidad. Mandó pues quitar los instrumentos de los deleites, en particular derribar los baños, que eran muy usados á la sazon en España, á imitacion y conforme á la costumbre de los moros. Alguna esperanza quedaba en don Alonso, nieto del Rey, que en doña Urraca, hija del mismo Rey, dejó don Ramon, su marido; mas era pequeño alivio del dolor por la flaqueza de la madre y la edad deleznable del niño, en ningu. na manera bastantes para acudir á cosas tan grandes. Con estos cuidados se hallaba suspenso el ánimo del Rey; de dia y de noche le aquejaba el dolor y el deseo de poner remedio en tantos daños.

CAPITULO VI.

De don Diego Gelmirez, obispo de Santiago.

La iglesia de Santiago anduvo trabajada por este tiempo; grandes tempestades la combatian, no de otra manera que la nave sin piloto, ni gobernalle; llegó últimamente al puerto y á salvamento con la eleccion que se hizo de un nuevo prelado, por nombre don Diego Gelmirez, hombre en aquella era prudente en gran manera, de grande ánimo y de singular destreza. Don Diego Pelayo, en tiempo del rey don Sancho de Castilla, fué elegido por prelado de la iglesia de Compostella,

como queda dicho en otro lugar; era persona muy noble, mas bullicioso, inquieto y amigo de parcialidades. Hízole prender el rey don Alonso, que fué grande resolucion y notable poner las manos en hombre consagrado. Deseaba demás desto privarle del obispado; era menester quien para esto tuviese autoridad; el cardenal Ricardo, que dijimos haberle el Pontífice enviado á España por su legado, llamó los obispos para tener concilio en Santiago, con intento que en presencia de todos se determinase aquel negocio. Presentado que fué Pelayo en el Concilio, por miedo ú de grado renunció aquella dignidad; y para muestra que aquella era su determinada voluntad, hizo entrega en presencia del Cardenal del anillo y báculo pontifical. Con esto fué puesto en su lugar Pedro, abad cardinense. El pontifice Urbano, avisado de lo que pasaba, tuvo á mal la demasiada temeridad y priesa con que en aquel hecho procedieron. Al legado Cardenal escribió y reprehendió con gravísimas palabras. Para el Rey despachó un breve y carta deste tenor: «Urbano, obispo, siervo de los sier» vos de Dios, al rey Alonso de Galicia. Dos cosas hay, »>rey don Alonso, con que principalmente este mundo » se gobierna: la dignidad sacerdotal y la potestad real. >> Pero la dignidad sacerdotal, hijo carísimo, en tanto » grado precede á la potestad real, que de los mismos >> reyes hemos de dar razon al Rey de todos. Por ende et >> cuidado pastoral nos compele, no solo á tener cuenta >> con la salud de los menores, sino tambien de los ma» yores en cuanto pudiéremos, para que podamos res>>tituir al Señor sin daño, cuanto en nosotros fuere, » su rebaño, que él mismo nos ha encomendado. Prin>>cipalmente debemos mirar por tu bien, pues Cristo te >> ha hecho defensor de la fe cristiana y propagador de » su Iglesia. Acuérdate pues, acuérdate, hijo mio muy »>amado, cuánta gloria te ha dado la gracia de la divi» na Majestad; y como Dios ha ennoblecido tu reino so>>bre los otros, así tú has de procurar servirle entre >> todos mas devota y familiarmente, pues el mismo Se»ñor dice por el Profeta: A los que me honran hoa>> raré, los que me desprecian serán abatidos. Gracias » pues damos á Dios, que por tus trabajos la iglesia >> toledana ha sido librada del poder de los sarracenos; y >> á nuestro hermano el venerable Bernardo, prelado de >> la misma ciudad, convidado por tus amonestaciones >> recebimos digna y honradamente, y dándole el palio, » le concedimos tambien el privilegio de la antigua ma>>jestad de la iglesia toledana, porque ordenamos que >> fuese primado en todos los reinos de las Españas; y » todo lo que la iglesia de Toledo se sabe haber tenido >> antiguamente, ahora tambien por liberalidad de la >> Sede Apostólica hemos determinado que para adelante >> lo tenga. Tú le oirás como á padre carísimo, y pro>> cura obedecer á todo lo que te dijere de parte de » Dios, y no dejarás de exaltar su Iglesia con ayuda y >> beneficios temporales. Pero entre los demás pregones >> de tus alabanzas ha venido á nuestras orejas lo que >> sin grave dolor no hemos podido oir, esto es, que el » obispo de Santiago ha sido por ti preso, y en la pri»sion depuesto de la dignidad episcopal; desórden que, » por ser de todo punto contrario á los cánones, y que >>las orejas católicas no lo sufren, tanto mas nos lia » contristado cuanto es mayor la aficion que te tenemos. »Pues, rey gloriosísimo don Alonso, en lugar de Dios y

» de los apóstoles, rogándotelo mandamos que restitu» yas enteramente por el arzobispo de Toledo al mismo >> obispo en su dignidad, y no te excuses con que por >> Ricardo, cardenal de la Sede Apostólica, se hizo la » deposicion, porque es contrario de todo punto á los >> cánones, y Ricardo por entonces no tenia autoridad » de legado de la Sede Apostólica; lo que él pues hizo >> entonces que Victor, papa de santa memoria, tercero, >>le tenia privado de la legacía, nos lo damos por de nin»gun valor. En remision pues de los pecados y obedien»cía de la Sede Apostólica restituye el obispo á su dig»nidad, venga él con tus embajadores á nuestra pre»sencia para ser juzgado conónicamente, que de otra » manera nos forzarás á hacer con tu caridad lo que no » querriamos. Acuérdate del religioso príncipe Cons»tantino, que ni aun oir quiso el juicio de los sacerdo»tes, teniendo por cosa indigna que los dioses fuesen »juzgados de los hombres. Oye pues en nosotros á » Dios y á sus apóstoles, si quieres ser oido dellos y de »nos en lo que pidieres. El Rey de los reyes, Señor, >> alumbre tu corazon con el resplandor de su gracia, te » dé victorias, ensalce tu reino, y de tal manera con» ceda que siempre vivas, y de tal suerte del reino tem>>poral goces felizmente, que en el eterno para siem» pre te alegres, amen. » Sucedió todo esto el año primero del pontificado de Urbano II, que cayó en el año del Señor de 1088. En lugar de Ricardo vino el cardenal Rainerio por legado en España; este juntó un concilio en Leon, en que depuso á Pedro de la dignidad en que fué puesto contra las leyes y por mal órden, pero no se pudo alcanzar que Pelayo fuese restituido en su libertad y en su iglesia; solamente por medio de don Ramon, yerno del Rey, que á la sazon vivia, sé dió traza queá Dalmaquio, monje de Cluni, y por el mismo caso grato al Pontífice, que era de la misma órden, se diese el obispado de la iglesia de Compostella. Este prelado fué al concilio general que se celebró en Claramonte en razon de emprender la guerra de la Tierra-Santa. Allí alcanzó que la iglesia de Compostella fuese exempta de la de Braga y quedase sujeta solamente á la romana; en señal del privilegio se ordenó que los obispos de Santiago no por otro que por el romano pontifice fuesen consagrados. No se pudo alcanzar por entonces del Papa que le diese el palio, aunque para salir con esto el mismo Dalmaquio usó de todas las diligencias posibles. La luz y alegría que con esto comenzó á resplandecer en aquella iglesia en breve se escureció, porque con la muerte de Dalmaquio hobo nuevos debates. Pelayo, suelto de la prision, se fué á Roma para pedir en juicio la dignidad de que injustamente, como él decia, fuera despojado. Duró este pleito cuatro años hasta tanto que Pascual, romano pontifice, pronunció sentencia contra Pelayo. Con esto los canónigos de Santiago trataron de hacer nueva eleccion. Vínose á votos. Diego Gelmirez, en sede vacante, hizo el oficio

e vicario; en él dió tal muestra de sus virtudes, que inguno dudaba sino que si vivia era á propósito para acelle obispo. Fué así, que sin tener cuenta con los lemás canónigos, por voluntad de todos salió electo el primer dia de julio. Alcanzó otrosí del Papa que á causa de las alteraciones de la guerra y de los trabajos pasados y que amenazaban por causa de los moros se consagrase en España. Demás desto, con nueva bula |

concedió que en Santiago hobiese, como arriba se dijo, siete canónigos cardenales á imitacion de la Iglesia romana, estos solos pudiesen decir misa en el altar mayor yacompañar al prelado en las procesiones y misa con mitras. Don Diego Gelmirez, animado con este principio, con deseo de acrecentar con nuevas honras la iglesia que le habian encargado, fué á Roma, y aunque muchos lo contradijeron, últimamente alcanzó del Pontífice el uso del palio; escalon para impetrar la dignidad, nombre y honra de arzobispado que le concedió á él y á su iglesia Calixto, pontifice romano, algunos años adelante, como se verá en otro lugar. Estas cosas, dado que sucedieron en muchos años, me pareció juntallas en uno, tomadas todas de la Historia compostellana.

CAPITULO VII.

De la muerte de los reyes don Pedro el Primero de Aragon, y don Alonso el Sexto de Castilla.

La perpetua felicidad del rey de Aragon y su valor hizo que los moros no se pudiesen mucho por aquellas partes alegrar con la fama del estrago que se hizo de cristianos en Castilla. A la verdad, las armas de los aragoneses en aquella parte de España prevalecian, y los moros no les eran iguales. Habíanles quitado un castillo cerca de Bolea, Hamado Calasanz, y á Pertusa, muy antiguo pueblo en los ilegertes, á la ribera del rio Canadre. Demás desto, recobraron la ciudad de Barbastro, que era vuelta á poder de moros. Poncio, obispo de Roda, enviado por el Rey á Roma, alcanzó del Pontífice que él y sus sucesores, mudado el apellido y la silla obispal, con retencion de lo que antes tenia, se intitulasen obispos de Barbastro. La principal fuerza de los cristianos y de la guerra se enderezaba contra los de Zaragoza, la cual ciudad, quitada á los decendientes de los reyes antiguos, era venida á poder de los almoravides. Los reyes que en aquella ciudad antes desto reinaron, eran estos: El primero Mudir, despues Hiaya, el tercero Almudafar; y de otro linaje, Zulema, Hamas, Juzef, Almazacin, Abdelmelich y su hijo Hamas, por sobrenombre Almuzacaito, á quien los almoravides quitaron el reino. Esto en España. En la Francia Ato, que despues de la muerte de don Ramon, conde de Barcelona, padre de Arnaldo, se habia apoderado como desleál de la ciudad de Carcasona, cuyo gobierno tenia, sin reconocer al verdadero señor, fué por conjuracion de los ciudadanos lanzado de la ciudad, ella reducida á la obediencia de sus señores antiguos el año de 1102. En el mismo año Armengol, conde de Urgel, fué por los moros muerto en Mallorca, do pasó con deseo de mostrar su valor, por donde le dieron renombre de Balearico, que es en castellano mallorquin. Era señor en Castilla la Vieja de Valladolid, pueblo que se cree los antiguos romanos llamaron Pincia, Peranzules, persona en riquezas, aliados y linaje muy principal, aunque vasallo del rey don Alonso; su mujer se llamó Elo. Casó Armengol con doña María, hija de Peranzules; y della dejó un hijo, cuya tierna edad y su estado gobernó su abuelo Peranzules, y á su tiempo le casó con una señora principal, llamada Arsenda. El año cuarto deste siglo y centuria, de Cristo 1104, fué desgraciado por la muerte de tres personajes muy grandes. Don Pedro, hijo del rey de Aragon, y su hermana doña Isabel murieron en un mismo di3, á 18 de agosto;

y

el mismo Rey, sea por la pena que recibió y dolor de la muerte de sus hijos, ó por otra enfermedad y accidente que le sobrevino, falleció el mes siguiente á 28 de setiembre. Fué sepultado en San Juan de la Peña. El pontífice Urbano concedió á este rey don Pedro y á sus sucesores y grandes del reino, á principio de la guerra de la Tierra-Santa, que llevasen los diezmos y rentas de las iglesias que de nuevo se edificasen ó quitasen á los moros, sacadas solamente aquellas iglesias en que estuviesen las sillas de los obispos; tan grande era el deseo de desarraigar aquella gente impía, que no parece consideraban bastantemente cuántos inconvenientes para adelante podria traer aquella liberalidad. La tristeza que en Aragon por aquellas tres muertes toda la provincia recibió, muy grande y casi sin par, en gran parte la alivió la esperanza que de don Alonso, hermano del Rey difunto, tenian concebida en sus ánimos, que luego le sucedió en el reino y en la corona. Su reinado fué largo, la fama de las cosas que hizo grande, su buenandanza, gravedad, constancia, fe, destreza en la guerra, y el señorío que alcanzó muy mas ancho que el de sus pasados. En particular el segundo año de su reinado casó con doña Urraca, hija del rey don Alonso de Castilla. Hizo el Rey este casamiento en desgracia de los grandes del reino que lo llevaban mal, y pretendieron desbaratarle y persuadir al Rey, que se hallaba flaco por la vejez y enfermedades, y que apenas podia vivir, que seria mas acertado la diese por mujer á don Gomez, conde de Candespina, que en riquezas y poder se aventajaba á los demás señores de Castilla. Todos extrañaban mucho, como es ordinario, llamar algun príncipe extranjero. Esto deseaban y trataban entre sí; mas cada uno temia de decirlo al Rey y llevalle este mensaje por no caer en su desgracia. Encomendáronse á un cierto médico judío, de quien el Rey se servia mucho y familiarmente con ocasion que le curaba sus enfermedades. Mandáronle que esperase buena coyuntura y que propusiese esta demanda con las mejores palabras que supiese. El Rey para desenfadarse se salió á la sazon de Toledo, y se entretenia en Magan, aldea cerca de aquella ciudad ; otros dicen que en Mascaraque. El judío, hallada buena ocasion, hizo lo que le era mandado. Alteróse el Rey en gran manera que los grandes tomasen tanta autoridad y mano, que pretendiesen casar á su hija á su albedrío. Fué en tanto grado este disgusto, que mandó al médico que para siempre no entrase en su casa ni le viese mas; y luego por amonestacion del arzobispo don Bernardo, que no se apartaba de su lado, dió priesa á las bodas de su hija y de don Alonso, rey de Aragon, que se hicieron en Toledo con aparato real y maravillosa pompa el año de 1106. El Rey, un poco recreado con esta alegría y con deseo de vengar el dolor que recibió por la muerte de su hijo; demás desto, porque no quedase aquella afrenta y mengua del ejército cristiano sin emienda, magüer que era de aquella edad, tomó de nuevo las armas. Entró por las tierras de Andalucía matando hombres y animales, sin perdonar á las casas, sembrados y arboledas. Toda la provincia fué trabajada, y padeció todos los daños que la guerra suele causar. Hecho esto, lo que le quedó de la vida se estuvo en reposo, sin tratar de otras empresas, á que le convidaba su larga edad, la grandeza del reino y la gloria de sus hazañas. Reti

róse, no solo de las cosas de la guerra, sino asimismo del gobierno, por cuanto le era lícito en tan gran peso de cuidados. Procuraba empero que la ciudad de Sala→ manca y de Segovia, como lo dice don Lúcas de Tuy, maltratadas por las guerras pasadas y yermas de moradores, fuesen reparadas, fortificadas y adornadas. Peranzules, que en aquella edad fué persona muy grave y muy sabia, fué ayo de doña Urraca en su menor edad, y al presente tenia el primer lugar en autoridad y privanza con el Rey. Era el que gobernaba los consejos de la paz y de la guerra; y solo entre todos parecia que con virtud y prudencia sustentaba el peso de todo el gobierno en el mismo tiempo que al Rey cargado de años, ca vivió setenta y nueve, le apretó una enfermedad, que le duró un año y siete meses; puesto que para mejorar cada dia por órden de los médicos salia á caballo á ejercitar el cuerpo y avivar el calor que faltaba. No prestó algun remedio por estar la virtud tan caida y la dolencia tan arraigada, que vencia todo lo al, sin bastar medicinas algunas para darle salud. Agravósele finalmente de suerte, que falleció en Toledo, juéves 1.o de julio del año de nuestra salvacion de 1109, como lo testifica Pelagio, ovetense, que pudo deponer de vista conforme al tiempo en que él vivió. Reinó despues de la muerte de su padre por espacio de cuarenta y tres años; fué modesto en las cosas prósperas, en las adversidades constante. Sufrió fuerte y pacientemente los ímpetus de la fortuna; grande loa y la mayor de todas llevar lo que no se puede excusar, y estar apercibido para todo lo que á un hombre puede acontecer. Prudencia es proveer que no suceda; de ánimo constante sufrir fuertemente las mudanzas de las cosas humanas. La muchedumbre, en especial popular, se suele amedrentar fácilmente, y no son mayores los principios del temor que los remedios. Muerto pues el rey don Alonso, con cuya vida parece se conservaba todo, los ciudadanos de Toledo, que por la mayor parte constaban de avenida de muchas gentes, trataron de desamparar la ciudad. Entre tanto que este miedo se pasaba y para asegurar los ánimos, entretuvieron el cuerpo del Rey veinte dias en la ciudad. Sosegado el alboroto y perdido el miedo en parte, le llevaron á sepultar al monasterio de Sahagun, junto al rio Cea. Acompañáronle Bernardo, arzobispo de Toledo, y otros señores principales. El aparato del entierro fué magnífico por sí mismo, y mas por las muy verdaderas lágrimas de todo el reino, que lloraban, no mas la muerte del Rey que su pér dida tan grande. Estas lágrimas y los desastres que so siguieron por la muerte de tan gran Rey las mismas piedras en Leon parece dieron á entender y las pronosticaron. Junto al altar de San Isidro, en la peana donde el sacerdote suele poner los piés cuando dice misa, las piedras, no por las junturas, sino por el medio, mana. ron de suyo agua en espacio de ocho dias antes de la muerte del Rey, los tres dellos, es a saber, interpoladamente, con grande maravilla de todos los que presentes estaban. Pelagio dice aconteció en tres dias continuos, juéves, viérnes y sábado, y que los obispos y sacerdotes hicieron procesion para aplacar á Dios; y que se significó por aquel milagro el lloro de toda España y las lágrimas que todos despedian en abundancia por la muerte de tan buen Príncipe. En tiempo deste Rey vivió en Búrgos con gran crédito de santidad Lesmes,

y

de nacion francés, hombre de grande caridad; en particular se ejercitaba en hospedar los peregrinos; su memoria se celebra en aquella ciudad con fiesta que se le hace cada un año y templo que hay en su nombre. A cuatro leguas de Najara hacia vida muy santa un cierto hombre, llamado Domingo, español de nacion, ó como otros quieren italiano; ocupábase en el mismo oficio de piedad, y mas especialmente en abrir caminos hacer calzadas por las partes que los romeros iban á Santiago; así vulgarmente le llaman santo Domingo de la Calzada. De la industria deste varon entiendo yo que se ayudó el rey don Alonso para fabricar las puentes que, como arriba se dijo, procuró se levantasen desde Logroño hasta Santiago. Hay un templo edificado en nombre deste santo varon, muy ancho, hermoso y magaifico, con una poblacion allí junto, que despues vino á hacerse ciudad, que al principio fué de los obispos de Calahorra, despues de los reyes de España; hay un privilegio en esta razon del rey don Fernando el Santo, Demás desto, cierto judío, llamado Moisés, de mucha erudicion y que sabia muchas lenguas, en lo postrero del reinado de don Alonso, abjurada la supersticion de sus padres, se hizo cristiano. El Rey mismo fué su padrino en el bautismo, que fué ocasion de llamalle Pero Alonso; impugnó por escrito las sectas de los judíos y de los moros, y muchos de la una y de la otra nacion por su diligencia se redujeron á la verdad. Famosa debió de ser y notable la conversion deste judío, pues los historiadores de Aragon la atribuyen á don Alonso, rey de Aragon. Dicen que en Huesca, á 29 de junio, se bautizó, el año de 1106; que don Estéban, obispo de aquella ciudad, hizo la ceremonia, y el padrino fué el rey mismo de Aragon. En este debate no queremos, ni aun podriamos, dar sentencia por ninguna de las partes; cada cual por sí mismo siga lo que le pareciere mas probable.

CAPITULO VIII.

Del reinado de doña Urraca.

A la sazon que falleció don Alonso, rey de Castilla, doña Urraca, su hija, á quien por derecho venia el reino, estaba ausente en compañía de su marido, que no se fiaba de todo punto de las voluntades de los grandes de Castilla. Sabía bien le fueron contrarios y procuraron desbaratar aquel casamiento. No queria meterse entre ellos, sino era acompañado de un buen número de los suyos para todo lo que pudiese suceder; además que diversos negocios de su reino le entretenian para que no tomase posesion del nuevo y muy ancho reino que heredaba. Todas las cosas empero se enderezaban á la majestad del nuevo señorío; templábanse en los deleites; las deshonestidades de la Reina con disimulacion se tapaban y cubrian, en que no sin grave inengua suya y de su marido andaba mas suelta de lo que sufria el estado de su persona. Pusiéronse en las ciudades y castillos guarniciones de aragoneses, todo con intento que los castellanos no se pudiesen mover ni intentar cosas nuevas. Verdad es que á Peranzules, por tener grandes alianzas con entrambas naciones, en el entre tanto se le encomendó el gobierno de Castilla. El tenia todo el cuidado universal, y gobernaba todas las cosas, así las de la guerra como las de la paz; por sus

consejos y prudencia parecia que todo se encaminaba bien, El poder no le duró mucho; la Reina, mujer recia de condicion y brava, luego que llegó á Castilla, que su marido la envió delante, al que fuera razon tener en lugar de padre, le maltrató á sinrazon, quitóle el gobierno y juntamente le despojó de su estado propio. No hay cosa mas deleznable que la gracia de los príncipes; mas presto acuden á satisfacerse de sus desgustos que pagar los servicios que les han hecho. La ocasion que tomó para hacer este desaguisado no fué mas de que en sus letras daba á don Alonso, su marido, título de rey de Castilla. Esto se decia en público; la verdad era que á la Reina pesaba de haberse casado, porque el casamiento enfrenaba sus apetitos desapoderados y sin término, y como yo sospecho, no podia sufrir las reprehensiones que aquel varon gravísimo le daba por sus mal encubiertas deshonestidades. Esto dolia, aunque se tomó otra capa. Pesóle al Rey que varon tan señalado fuese maltratado; que su inocencia y servicios y virtudes, porque se le debia antes galardon, fuesen tan mal recompensadas; restituyóle el estado que le habia sido quitado y sus pueblos y hacienda. El, por temer la ira de la Reina, se retiró al condado de Urgel, cuyo gobierno, como queda dicho, tenía á su cargo. Estos fueron principios de grandes alteraciones, y no podian las cosas estar sosegadas en tanta diversidad de voluntades y deseos, en especial estando la Reina tan desabrida y viviendo con tanta libertad. Del Andalucía se movió nueva guerra, y nuevo peligro sobrevino. Fué así, que Alí, rey moro, avisado de la muerte del rey don Alonso, como quitado el freno, entró por tierras de cristianos feroz y espantoso; llegó hasta Toledo, y cerca dél en los ojos y á vista de los ciudadanos abatió el castillo de Azeca y el monasterio de San Servando. Los campos y alquerías humeaban con el fuego que todo lo abrasaba. Pasó tan adelante, que puso sitio sobre la misma ciudad, y por espacio de ocho dias la combatió con toda suerte de ingenios. Libróla de aquel peligro su sitio fuerte y una nueva muralla que el rey don Alonso á lo mas bajo de la ciudad dejó levantada; demás desto, el esfuerzo de Aivar Fañez, varon en aquel tiempo muy poderoso y muy diestro en las armas, cuyo sepulero se ve hoy día en el campo sicuendense, que es parte de la Celtiberia, en que tenia el señorío de muchos pueblos. Los moros, perdida la esperanza de apoderarse de aquella ciudad, á la vuelta que dieron á sus tierras, saquearon á Madrid y á Talavera, y les abatieron los muros; de todas partes llevaron grande presa y despojos. El rey de Aragon hacia prósperamente en sus tierras la guerra á los moros; ganó á Ejea, pueblo principal de Navarra, el año 1110. Demás desto, eerca de Valterra venció en batalla á Abubasalem, que se llamaba rey de Zaragoza. Hechas estas cosas, Alonso, á ejemplo de su suegro, se llamó emperador de España; título que, si se mira la anchura del señorío que tenia, no parece fuera de propósito, por ser á la sazon el mas poderoso de los reyes que España, despues de su destruicion, habia tenido; pero imprudentemente, por tomar ocasion para aquel ditado del señorío ajeno y poco durable. En fin, ordenadas las cosas de Aragon, vino á Castilla el año siguiente, en que con afabilidad y clemencia procuraba conquistar

don

hayan establecido los jueces señalados para remediar,

las voluntades de los naturales. El por sí mismo oia los pleitos y hacia justicia, amparaba las viudas, huérfanos y pobres para que los mas poderosos no les hiciesen agravio. Honraba á los señores y acrecentábalos conforme á los méritos de cada cual; adornaba y enriquecia el reino de todas las maneras que él podia. Por este camino los vasallos se le aficionaban; solo el endurecido corazon de la Reina no se domeñaba. Dió órden como se poblasen Villorado, Berlanga, Soria, Almazan, pueblos yermos y abatidos por causa de las guerras. Dió la vuelta á Aragon con intento, pues todo le sucedia prósperamente, de hacer la guerra de nuevo y con mayor atuendo á los moros. Sabia bien que debemos ayudarnos de la fama y de las ocasiones que se presentan, y que conforme á los principios sucede lo demás. Cuando las cosas en Castilla se alteraron en muy mala sazon; don Alonso era pariente de doña Urraca, su mujer, en tercero grado de parte de padres, ca fué bisabuelo de ambos don Sancho el Mayor, rey de Navarra. No estaba aun por este tiempo introducida la costumbre que, por dispensacion de los papas, se pudiesen casar los deudos; y así, consideramos que diversos casamientos de príncipes se apartaron muchas veces como ilegítimos y ilícitos por este solo respeto. Esta causa pienso yo hizo que este rey don Alonso no se contase en el número de los reyes de Castilla acerca los escritores antiguos; que no es justo con nuevas opiniones alterar lo que antiguamente tenian recebido y asentado, como lo hacen los que cuentan á este Rey por seteno deste nombre entre los de Castilla, como quier que ningun derecho ni título pudo tener sobre aquel reino, por quedar legítimo heredero del primer matrimonio, y ser el segundo ninguno contra las leyes eclesiásticas. Los desgustos pasaron tan adelante, que la Reina por su mala vida y torpe fué puesta en prision en el castillo llamado Castellar, de que con ayuda de los suyos salió, y se volvió á CastiIla. No halló la acogida que cuidaba, antes de nuevo los grandes la enviaron á su marido, y él la tornó á poner en la cárcel. En este medio los señores de Galicia, do se criaba don Alonso, hijo de doña Urraca, y por el testamento de su abuelo tenia el mando, hacian juntas y ligas entre sí para desbaratar lo que los aragoneses pretendian. Holgaban en particular haber hallado ocasion de apartar y dirimir aquel casamiento desgraciado, que contra la voluntad de la nobleza y injustamente se hizo. Ponian por esta causa escrúpulos al pueblo; decian no ser lícito obedecer al que no era legítimo rey. Enviaron una embajada á Pascual II, pontífice romano, en que le daban cuenta de todo lo que pasaba. Ganaron dél un breve, en que cometió el conocimiento de la causa á don Diego Gelmirez, obispo de Santiago; un pedazo del cual pareció se podia engerir en este lugar. « Pascual, siervo de los siervos de »Dios, al venerable hermano Diego, obispo compos»tellano, salud y apostólica bendicion. Para esto orde»nó el omnipotente Dios que presidieses á su pueblo, »>para que corrijas sus pecados y anuncies la voluntad >>del Señor. Procura pues, segun las fuerzas que Dios >>te da, corregir con conveniente castigo tan grande >>maldad de incesto que ha cometido la hija del Rey, >>para que desista de tan gran presuncion ó sea privada »de la comunion de la Iglesia y del señorío seglar.» Qué

arzo

por decir mejor, para castigar aquel exceso, no hay dello memoria; solo consta que desde aquel tiempo el rey don Alonso comenzó á tener acedia y embravecerse contra los obispos. El de Búrgos y el de Leon fueron echados de sus iglesias, el de Palencia preso, el abad de Sahagun despojado de aquella dignidad, y en su lugar puesto fray Ramiro, hermano del Rey, por su nombramiento y con su ayuda. Don Bernardo, bispo de Toledo, fué forzado á andar desterrado dos años fuera de su diócesi, no obstante la majestad sacrosanta y autoridad que representaba de legado apostólico y de primado de España. En el cual tiempo junto y tuvo el Concilio palentino, cuya copia se conserva hasta hoy, y el legionense con otros obispos y grandes; en particular se halló en estas juntas presente don Diego Gelmirez, el de Santiago. Todos andaban con cuidado de sosegar y pacificar la provincia, porque las armas de Aragon y de Navarra se movian contra los gallegos, en que tomaron por fuerza el castillo de Monterroso. Verdad es que á instancia y persuasion de varones santos que se interpusieron se apartó el rey de Aragon desta demanda y desistió de las armas. Todo procedia arrebatada y tumultuariamente sin considerar lo que las leyes permitian; los unos y los otros buscaban ayudas para salir con su intento. A los castellanos y gallegos se les hacia de mal ser gobernados por los aragoneses. El rey de Aragon pretendia á derecho ó á tuerto conservar el reino de que se apoderara. Los que hacian resistencia eran echados de sus dignidades, despojados de sus bienes. Los gallegos, pasado aquel primer miedo, hicieron liga con don Enrique, conde de Portugal. Pasaron con esto tan adelante, que si bien el infante don Alonso era de pequeña edad, le alzaron por rey. En Compostella en la iglesia mayor se hizo el auto; ungióle con el ólio sagrado el prelado don Diego Gelmirez, ceremonia desusada en aquel reino, pero á propósito de dar mas autoridad á lo que hicieron. Pedro, conde de Trava, ayo de don Alonso, fué el principal movedor de todas estas tramas. Alteró mucho esta nueva trama y este hecho al rey de Aragon; hizo divorcio con la Reina, y con tanto la dejó libre y la soltó de Soria, en cuyo castillo la tenia arrestada. Sin embargo, atraido de la dulzura del mandar, no dejaba el señorío que en dote tenia, demasía que á todos parecia mal. Los gobernadores de las ciudades y castillos, como. no les soltase el homenaje que le tenian hecho, quitado el escrúpulo y la obligacion, á cada paso se pasaban á la Reina y le juraban fidelidad. Lo mismo hizo Peranzules, varon de aprobadas costumbres; y no obstante que todos aprobaban lo que hizo, cuidadoso de la fe que antes dió al rey de Aragon, se fué para él con un dogal al cuello, para que, puesto que imprudentemente se habia obligado á quien no debiera, le castigase por el homenaje que le quebrantara en entregar los castillos que dél tenia en guarda. Alteróse al principio el Rey con aquel espectáculo; despues, amonestado de los suyos, que en lo uno y en lo otro aquel caballero cumplía muy bien con lo que debia, y que no le debia empecer su lealtad, fin con mucha humanidad que le mostró y con palabras muy honradas le perdonó aquella ofensa. Los demás grandes de toda Castilla se comunaban y ligaban

al

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