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la reina doña Berenguela para pedir á su hermana la infanta doña Leonor. No se podia ofrecer mejor casamiento para aquella doncella; así, hechas las capitulaciones, señalaron la villa de Agreda, que es de Castilla, á la raya de Aragon, para que allí se hiciesen los desposorios. Acudió primero doña Berenguela en compañía de su hermana; despues vino el rey don Jaime con lucido acompañamiento de suyos. Los desposorios se hicieron allí á 6 de febrero del año de Cristo de 1221, las bodas poco despues en Tarazona, en la iglesia de Santa María de la Vega, si bien por la poca edad del Rey la desposada se estuvo doncella por espacio de año y medio, segun él mismo lo relata en la historia que dejó escrita de sus cosas y de su vida. En la ciudad de Toledo el arzobispo don Rodrigo consagró la iglesia de San Roman, puesta á guisa de atalaya en lo mas alto de la ciudad, dia domingo, á 20 de junio. Por el mes de noviembre, á los 23, mártes, dia de San Clemente, nació allí mismo el hijo mayor del rey don Fernando, por nombre don Alonso. Luego por principio de diciembre un gran temblor de tierra maltrató gran parte de los edificios, y con las muchas aguas y vientos que se siguieron, en gran parte cayeron por tierra los adarves y casas particulares. El miedo por esta causa fué tanto mayor cuanto mas segura está aquella ciudad de accidentes semejantes por su sitio, que es muy empinado y sobre peñas; y lo que hace mucho al caso para no padecer temblores de tierra, que le cae muy lejos el mar.

quinas y ingenios, que como no podian llegar al muro por ser el sitio tan áspero, no hacían efecto alguno ni los soldados se podian arrimar á la muralla por las saetas y dardos que por las troneras y travesías y desde las almenas les tiraban. Lo que hizo mas al caso, que como suele acontecer en guerras civiles, de todos los intentos del Rey tenian aviso los cercados y tiempo para apercebirse. Dos meses se gastaron en el cerco, en lo mas recio del estío, hasta tanto que el Rey perdió la esperanza de salir con la empresa, á causa que cierta noche los de dentro dieron al improviso sobre las máquinas y quemaron el mejor trabuco. Hallábase otrosí poco guarnecido de gente, y restaban en el cerco pocos soldados, en tanto grado, que los de á caballo no llegaban á ciento y cincuenta; el número de los peones no señalan, pero no debia ser grande. Alzaron pues el cerco, y sin embargo, en breve don Pedro Fernandez de Azagra volvió en gracia del Rey. Los caballeros del reino, con quien tenia grande amistad, hicieron mucha instancia sobre ello, y sus servicios de tiempo atrás eran muy notables, por donde tenia oficio de mayordomo de la casa real, además que el Rey entendia muy bien cuánto le importaba tener por amigo y en su servicio un personaje tan valeroso y principal. Esto pasaba en Aragon el año que se contaba de 1220. En el mismo en Castilla se celebraron las bodas, dia de San Andrés, apóstol, del rey don Fernando con doña Beatriz, hija de Felipe, emperador que fué de Alemaña. La edad del Rey era bastante, y la madre se recelaba no se estragase con deleites dañosos y malos.. Acordó despachar á Mauricio, obispo de Búrgos, y á fray Pedro, abad de San Pedro de Arlanza, para que concertasen el casamiento con el emperador Federico II, primo de la doncella; tardose mas tiempo de lo que pensaron; en fin, con sufrimiento de cuatro meses que residieron en aquella corte acabaron todo lo que deseaban. Encamináronse por la via de Francia; en Paris el rey Felipe de Francia festejó la novia y la trató con mucha liberalidad. Salió otrosí para recebilla doña Berenguela hasta la raya de Vizcaya, y á cabo de un año que gastaron en ida y vuelta, llegaron á Búrgos, ciudad que tenian señalada para las bodas. Veló á los Reyes el obispo Mauricio de aquella ciudad en la iglesia mayor con Jas solemnidades y ceremonias acostumbradas, y el dia antes el mismo celebró misa de pontifical en el monasterio de las Huelgas, en que el Rey se armó á sí caballero, por no hallarse otro mas digno que hiciese aquella ceremonia, conforme á lo que en aquellos tiempos se usaba. Este casamiento fué en generacion abundante; dél nacieron siete hijos por el órden que aquí se ponen: don Alonso, don Fadrique, don Felipe, don Sancho, don Manuel, doña Leonor, que murió niña, y doña Berenguela, que en las Huelgas de Búrgos tomó el hábito. A los aragoneses por el mismo tiempo aquejaba el deseo de tener sucesion de su rey don Jaime. Parecíales que por este medio se aplacarian los bandos, que todavía continuaban entre los dos tios del Rey, don Sancho y don Fernando, por la esperanza que cada cual tenia de la corona, si el que la tenia faltase. De todo resultaban males y daños. La edad del Rey era poca, en que mucho reparaban para casarle; mas prevaleció el deseo grande que de hacello tenian. Tomado este acuerdo y pospuesto todo lo al, despacharon embajadores á

CAPITULO X.

El rey don Fernando apaciguó otras nuevas alteraciones.

Quietos estaban y pacíficos por una parte los navarros, y por otra los portugueses y los leoneses. Los moros se abrasaban entre sí en guerras civiles. En Castilla y en Aragon continuaban las alteraciones, bien que no eran de mucha consideracion. Don Rodrigo, señor de los Cameros, de antiguo linaje y que tenia mucha autoridad entre los principales de Castilla por su estado y sus tendencias de diversas villas y castillos del patrimonio real, confiado en sus fuerzas y poder y mas en la revuelta de los tiempos, se atrevió á hacer mal y daño en las tierras comarcanas. Citóle el Rey para que en preser.cia se descargase de lo que le acusaban. Respondió que había tomado la cruz para ir á la guerra de la Tierra-Santa; excusa de que muchos se valian para declinar jurisdiccion y no poder ser convenidos delante los jueces ordinarios, por los muchos privilegios y exempciones que el Papa concedia á los tales. En particular les otorgaba no los pudiesen citar delante jueces seglares, sino que sus causas solamente se ventilasen en los tribunales eclesiásticos. No le valió este recurso; hiciéronle comparecer en Valladolid, do la corte de Búrgos se habia pasado, liciéronle cargos graves y feos, acordó de ausentarse y huir, condenáronle en rebeldía en privacion de todo su estado. El, que era hombre determinado, se hizo fuerte dentro de los pueblos y castillos que tenia mas fortalecidos con resolucion de hacer resistencia. Mas porque de aquellos principios no resultasen guerras mas graves, acordaron tomar asiento con él, y demás del perdon dalle catorce mil ducados por que alzase mano de los pueblos y castillos, cuya tenencia por el Rey tenia

4 su cargo. Soscgada esta alteracion, resultó otra nueva. Don Gonzalo Nuñez de Lara, que era el que solo quedaba de los tres hermanos, conforme á la costumbre que tenia este linaje de gustar de alborotos, persuadió á don Gonzalo Perez, señor de Molina, que hiciese mal y daño á las tierras comarcanas. Nunca á semejantes personajes faltan quejas y causas para tomar las armas. En particular don Gonzalo de Lara por medio destas révueltas pretendia y esperaba restituirse en su patria, ca despues de la muerte de su hermano don Fernando se quedó en Berbería, donde era ido juntamente con él. Vinieron á las manos y á rompimiento, la guerra no fué de mucha consideracion á causa que el señor de Molina, conocido el engaño y el riesgo que sus cosas corrian, pidió perdon y le alcanzó por medio de la reina doña Berenguela. Con esto, don Gonzalo de Lara, desconfiado de poder salir con sus intentos, se pasó á los moros del Andalucía, y en Baeza dió fin á lo restante de su vida, ni muy santa ni muy honradamente. Tal fin tuvieron estos tres hermanos bien conforme á sus obras, de quien desciende el linaje de los Manriques, bien conocido en España. Corria en esta sazon el año de Cristo de 1222, en que el rey de Leon juntó un grueso ejército, parte de los que levantó á su sueldo, y en especial de los que, tomada la señal de la cruz, á su costa se querian hallar en aquella empresa. Con estas gentes corrió las tierras de Extremadura y se puso sobre la villa de Cáceres. Los moros por librarse del cerco concertaron de dar cierta cantidad de dineros que esperaban de Africa. Alzado el cerco, no cumplieron lo asentado, ni los nuestros pudieron por entonces revolver sobre ellos. Por este mismo tiempo Mauricio, obispo de Burgos, inglés que era de nacion, abrió los cimientos de la iglesia mayor que hoy se ve en aquella ciudad, y no solo la comenzó á edificar, sino la acabó; antes deste tiempo la iglesia de San Lorenzo era la catedral, y juntó á ella las casas del obispo y su habitacion. No solo en Búrgos, sino en otras muchas partes del reino se levantaban fábricas suntuosas y templos ; que parece los prelados á porfia pretendian señalarse en aumentar el culto divino. En particular once años antes deste en que vamos se dió principio á la iglesia mayor de Talavera, villa bien conocida en el reino de Toledo. Su fundador, don Rodrigo Jimenez, arzobispo de Toledo, puso en ella doce canónigos y cuatro dignidades, que mandó fuesen sujetos á los de Toledo, y en señal deste reconocimiento cada un año, el dia de la Asumpcion de Nuestra Señora, les acudiesen con cinco maravedís de tributo. Don Juan, chanciller del Rey, edificó á su costa dos iglesias, primero la mayor de Valladolid, y despues, siendo obispo de Osma, levantó la que hoy se ve en aquella ciudad. Don Nuño, obispo de Astorga, sus casas obispales y el claustro de aquella su iglesia. Don Lorenzo, jurista que fue muy nombrado, en Orense, donde era obispo, edificó la puente sobre el rio Miño, que por allí pasa, la iglesia mayor y las casas obispales. Finalmente, don Estéban, obispo de Tuy, y don Martin, obispo de Zamora, se esmeraban y gastaban sus rentas en semejantes edificios. La piedad del Rey y de su madre, y la liberalidad grande con que acudian á estas obras y á proveer de ornamentos y todo lo necesario por cuanto la estrechura de los tiempos daba lugar, despertaba á todos los prelados para que los

imitasen en gastar bien sus haciendas. Volvamos al órden de la historia. Por el mes de julio falleció Rogerio, conde de Fox; el que le sucedió en el estado fué su hijo Rogerio Bernardo, y luego por el mes de agosto falleció Ramon, conde de Tolosa; el uno y el otro por el favor que dieron á los albigenses incurrieron en mal caso y en las censuras que el Papa fulminó contra ellos; por esto el hijo y sucesor del conde de Tolosa, que se llamó tambien Ramon, nunca pudo alcanzar licencia para enterrar en sagrado el cuerpo de su padre; tal era la fuerza de los eclesiásticos en aquellos tiempos y la cons→ tancia y severidad de que usaban contra los malos. En Aragon el Rey, á 21 de diciembre, otorgó perdon y recibió en su gracia á Gerardo, vizconde de Cabrera, hom→ bre poderoso en rentas y vasallos; teníale ofendido por causa que en tiempo de la vacante del reino con mano armada se apoderó del condado de Urgel y despojó á Aurembiase del estado que su padre, el conde Armengol, le dejara. Púsole por condicion estuviese á juicio con aquella señora y pasase por lo que los jueces determinasen. En esta sazon vivia todavía don Sancho, conde de Ruisellon y tio del Rey. Gobernaba aquel estado don Nuño, su hijo, contra el cual don Guillen de Moncada, señor de Bearne, como quier que antes fuesen muy amigos, por ligera ocasion se indignó en tanto grado, que con su gente entró por las tierras de Ruisellon haciendo todo mal y daño. Don Nuño se hallaba con pocas fuerzas para resistir á las de su contrario, que demás de lo de Bearne tenia en Cataluña un grande estado. Acordó valerse de las fuerzas del Rey y de su sombra; ofrecia de estar á derecho y satisfacer cualquier cargo que contra él resultase. Amonestó el Rey al Moncada que siguiese su derecho y dejase las armas, y porque no quiso obedecer, antes pasaba adelante en los daños que hacia, revolvió contra él con tal furia, que le despojó á él y á sus aliados de ciento y treinta, parte torres, parte castillos, de que se apoderó de unos por fuerza, y de otros que se rindieron de su voluntad, en particular el pueblo de Cervellon cerca de Barcelona; con que se entendió cuán peligrosa cosa es enojar á los que pueden mas y á los reyes. No pudo hacer lo mismo del castillo de Moncada á causa de estar muy fortalecido y dentro con buena guarnicion el mismo Guillen de Moncada. Ponerle cerco fuera cosa larga, mayormente que muchos de los que seguian al Rey favorecian y daban aviso, y aun proveian á los que guardaban aquella plaza. Esto pasaba el año que se contó de Cristo de 1223, en que á los 15 de julio, en Medun falleció de cuartanas Felipe, rey de Francia. Sucedióle en el reino su hijo Ludovico, octavo desto nombre, marido de doña Blanca, y padre de Ludovico, al que por sus muchas virtudes y piedad llamaron el Santo. En Coimbra asimismo el año adelante pasó desta vida el rey de Portugal don Alonso el Segundo, por sobrenombre el Gordo. Sepultáronle en el monasterio de Alcobaza junto a su mujer la reina doña Urraca en una se→ pultura llana y grosera, cuales en aquel tiempo se usaban. Dejó tres hijos, los infantes don Sancho, que le su→ cedió en el reino, llamado vulgarmente Capelo; don Alonso, que casó con Matilde, condesa de Boloña en los Morinos, pueblos de la Picardía, cerca del mar de Bretaña en Francia; don Fernando, señor de Serpa, que casó con doña Sancha, hija de don Fernando de Lara;

finalmente, dejó una hija, por nombre doña Leonor, que casó con el rey de Dacia, segun que lo refieren las historias de Portugal, si con verdad ó de otra manera, aquí no lo averiguamos.

CAPITULO XI

De la guerra que se hizo á los moros. Reprimidas las parcialidades de Castilla y las alteraciones, el rey don Fernando para que la paz fuese durable dió perdon general á los que le habian deservido, y mandó que los demás hiciesen lo mismo y pusiesen en olvido los desabrimientos que entre sí tenian y los agravios. Para el gobierno de las ciudades nombraba á los que en virtud y prudencia se adelantaban á los demás y los que entendia serian mas agradables á los vasallos. De los herejes era tan enemigo, que no contento con haceilos castigar á sus ministros, él mismo con su propia mano les arrimaba la leña y les pegaba fuego. Ya se dijo que por estos tiempos la secta de los albigenses andaba valida y que vinieron y entraron en España. Con estas virtudes tenia tan ganados á los na→ turales cuanto ningun otro príncipe. Mas por aprovecharse desta buena voluntad y porque no se estragasen Jos soldados con la ociosidad y con los vicios que della resultan, acordó renovar la guerra contra moros. Mandó arbolar banderas y tocar atambores por todas partes para juntar un grueso campo. Los de Cuenca, Huete, Moya y Alarcon con los demás de aquella comarca, entendida la voluntad del Rey, se apellidaron unos á otros; y junto buen golpe de gente, rompieron por el reino de Valencia, talaron los campos, quemaron y saquearon los pueblos, y con una grande cabalgada, volvieron ricos y contentos á sus casas. Por otra parte, el Rey, alegre con tan buen principio, que era como pronóstico de lo restante de aquella guerra, con un grueso ejército que juntó se enderezó contra los moros de Andalucía. Hacíanle compañía entre los mas principales el arzobispo don Rodrigo, persona de gran valor y brio y que no podia estar ocioso, los maestres de las órdenes, don Lope de Haro, don Rodrigo Giron, don Alonso de Meneses, sin otros ricos hombres y caballeros de menor cuenta. Luego que pasaron la Sierramorena, vinieron embajadores de parte de Mahomad, rey de Baeza, para ofrecer la obediencia, que estaba presto de rendir la ciudad y ayudar con dineros y vituallas. El miedo hacia cobardes á los moros, los deleites los tenian estragados, y por las discordias que entre sí tenian á punto de perderse. Hiciéronse los asientos y capitulaciones en Guadalimar; desde allí pasaron nuestras gentes sobre Quesada, villa principal en lo que hoy es adelantamiento de Cazorla. Los moradores, fiados en la fortaleza de sus murallas y en que eran muchos, al principio se pusieron en defensa ; pero al fin el lugar se entró por fuerza. Pasaron á cuchillo todos los que podian tomar armas, los demás tomaron por esclavos en número de siete mil. Con el castigo y destrozo deste pueblo se dió aviso á los demás para que no se atreviesen á hacer resistencia. Seria largo cuento relatar por menudo todo lo que sucedió en esta jornada. La suma de todo es que muchos pueblos por aquella comarca quedaron yermos de gente, huidos los moradores, otros se rindieron por no desamparar sus

casas; algunos quedaron destruidos del todo, y en otros pusieron guarniciones de soldados con intento de conservallos. Don Lope de Haro y los maestres de las órdenes militares con parte de la gente acometieron un pueblo llamado Víboras, de que se apoderaron sin embargo que tenian dentro mil y quinientos árabes, de los cuales unos mataron y otros se huyeron. En estas empresas pasaron los meses del estío y parte del otoño; y porque cargaba el tiempo, por el mes de noviembre del año 1224 dieron la vuelta á Toledo, donde las reinas, madre y nuera, esperaban la venida del Rey, Gastáronse algunos dias en fiestas y regocijos que se hicieron en aquella ciudad para alegrar la gente, procesionès y rogativas para dar gracias á Dios por mercedes tan grandes. Hecho esto, luego que el tiempo dió lu→ gar y las fiestas, mandó el Rey á la gente se enderezase la vuelta de Cuenca con intento de acometer por aquella parte á los moros del reino de Valencia; mas aquel rey, por nombre Zeit, acordó ganar por la mano. Los daños que le hicieron la vez pasada y el miedo de mayores males le aquejaban de suerte, que vino á la ciudad de Cuenca á ponerse en las manos del rey don Fernando y concertarse con él como fuese su voluntad y merced. Los aragoneses se quejaron de aquellos tratos, por pretender que el reino de Valencia era de su conquista, y que los castellanos no tenian en él parte ni derecho alguno. Despacharon embajadores para querellarse de aquel agravio, y juntamente para mostrar sus fuerzas y valor hicieron entrada en las tierras de Castilla por la parte de Soria. No pudieron llevar adelante esta demanda por entonces, á causa de nuevas alteraciones que en Aragon resultaron. Fué así, que don Guillen de Moncada y don Pedro Alones se juntaron con el infante don Fernando, tio del Rey. La junta fué en Taluste, cuya tenencia estaba á cargo del dicho don Pedro. Tomaron su acuerdo, y quedó resuelto que se apoderasen de la persona del Rey. La voz era ser así necesario y cumplidero para el bien del reino, que decian se estragaba á causa de los malos consejeros que tenia al lado y á las orejas el Rey; mas á la verdad cada cual de los tres tenia sus pretensiones particulares. El Moncada estaba sentido del estado que le quitaron, don Fernando, aunque monje y abad del monasterio de Montaragon, no tenia perdida la esperauza ni el deseo de la corona; que la dolencia de ainbicion es mala de sanar. A don Pedro Ahones daba pesadumbre verse descaido de la privanza que solia téner, con que todo lo gobernaba á su voluntad, y pretendia convertir la gracia en fuerza y por aquel camino conservarse. Para mas fortificar su partido acordaron por medio de Lope Jimenez de Luesia ganar á don Nuño, hijo del infante don Sancho, conde de Ruisellon, para que, olvidadas las enemistades que ya tocamos, les asistiese en aquella demanda. Tomado este acuerdo, se enderezaron la vuelta de Alagon, en que á la sazon se hallaba el Rey descuidado de aquellos tratos. Entraron de tropel, y con buenas palabras le persuadieron se fuese á Zaragoza para tomar en aquella ciudad acuerdo sobre algunos puntos de importancia que pertenecian á su servicio y al bien del reino. El Rey, si bien los sem→ blantes eran buenos, como quier que la mentira sea mas artificiosa que la verdad, todavía echó de ver que procedian con engaño y que su pretension era mala.

No hay arma mas fuerte que lâ necesidad; otorgó con lo que le pedian, demás que para todo lo que resultase le venia mejor estar en aquella ciudad qué en algun otro pueblo pequeño; acompañaron al Rey hasta Zaragoza, aposentáronle en su casa real, que llaman Suda. Pusiérónle guardas para que no se pudiese comunicar con nadie ni de palabra ni por escrito. Los capitanes destas guardas eran Guillen Boy y Pero Sanchez Martel, que para mayor recato de noche dormian muy junto al lecho del Rey; gran infamia y mengua de la gente aragonesa y de su acostumbrada lealtad. Por espacio de veinte días tuvieron al Rey encerrado, sin dalle libertad alguna hasta tanto que condescendió con muchas demandas que le hicieron; en particular á don Guillen de Moncada hizo restituir los lugares y castillos que lé quitó en Cataluña, demás de veinte mil ducados que por los daños prometió de dalle. Tomado este asiento, todavía el infante don Fernando 'continuaba en el gobierno del reino, de que por fuerza con aquella ocasion se apoderara. Excusábase con la poca edad del Rey y otras diversas causas que para ello alegaba. Para vender tan graves dificultades no bastaba prudencia humana; solo ponia el Rey su fiucia en Dios, que con paciencia y disimulacion le libraria de aquella apretura y trabajo, y que las cosas se trocarian de manera que alcanzase su libertad. Las cosas de Castilla por el contrario, conforme á los buenos príncipios iban en prosperidad y en aumento. El rey don Fernando, porque los moros no se rehiciesen de fuerzas si los dejaba descansar, entrado el verano del año 1225, salió con sus gentes en campaña, y con nuevas compañías que levantó de soldados reforzó su ejército, y con él se encaminó la vuelta del Andalucía. Llevó en su compañía á don Rodrigo, arzobispo de Toledo, sin el cual veo que ninguna cosa de importancia acometian. Acudióles el rey moro de Baeza, ayudóles con bastimentos y recibiólos dentro de su ciudad; lealtad poco acostumbrada entre aquella gente. Desta vez ganaron á Andújar y á Mártos, pueblos principales. Mártos quedó por los caballeros de Calatrava, para que desde allí hiciesen frontera á los moros y correrías en sus tierras. Sin estos ganaron la villa de Jodar y otros muchos pueblos de menor cuenta, demás de las talas que dieron á los campos y de las grandes presas que hicieron de hombres y ganados; con que los soldados ricos y alegres volvieron á sus tierras pasado el verano. Esto mismo se continuó los años adelante, por el deseo y esperanza que todos tenian de acabar por aquel camino con lo restante de la morisma de España. Las cosas de Aragon asimismo comenzaron á mejorarse, y los parciales y alborotados aflojaron algun tanto; con que el Rey partió de Zaragoza la via de Tortosa, ciudad puesta á la marina por la parte que el rio Ebro desagua en el mar, y no léjos de los pueblos llamados antiguamente ilergaones, que se extendian largamente por las riberas de aquel rio. Iban en su compañía aquellos caballeros conjurados con muestra de querelle servir, como quier que á la verdad pretendiesen continuar en lo comenzado. Para este intento se les juntaron otros muchos de los ricos hombres y principales, en particular don Sancho, obispo de Zaragoza, por respeto de su hermano don Pedro Ahones y para asistille, y con él don Eril, obispo de Lérida; que todos, así eclesiásticos como seglares, se mezclaban

en esta trama. Deseaba el Rey librarse desta opresion á sí y á su reino y satisfacerse del agravio que le hacian y de aquel tan notable desacato; mas hacia poca confianza de los que tenia á su lado, de sus cortesanos, y criados, por ser muchos dellos parciales. Acordó partirse sin dalles parte y recogerse en Huerta, pueblo de los caballeros templarios. Desde allí despachó sus cartas en que mandaba á los señores y á la demás gente que con sus armas acudiesen á la ciudad de Teruel para hacer guerra en el reino de Valencia, empresa que los de Aragon mucho deseaban. Con que de un camino pensaba ganar las voluntades de la gente y acreditarse, sí, como confiaba, saliese con aquella demanda. Los señores y gente principal hacian burla deste acometimiento. Parecíales era juego de niños, si bien al llamado del Rey para el dia que señaló en sus cartas se juntaron en aquella ciudad algunos pocos aragoneses y algo mayor número de los catalanes. Con esta gente, aunque era poca, rompió por aquella parte donde so tendian los ilergaones, y hecho mucho daño en aquella comarca, se puso sobre Peñíscola, plaza fuerte, y que tomó aquel nombre por estar asentada sobre un peñol empinado á modo de pirámide, cercado del mar casi por todas partes, y que tiene por frente la isla de Mallorca. En lo bajo del peñasco hay muchas cavernas y calas, con una fuente de agua dulce que luego entra en el mar; el circuito es de una milla, la subida agria en demasía y muy áspera, sino es por la parte que están edificadas las casas. El rey Zeit, con la nueva que le vino desta entrada, cobró grande miedo, y los de Valencia se turbaron de suerte, que ya les parecia tener á los enemigos á las puertas de aquella ciudad. Despacharon sus embajadores para requerir de paz al rey de Aragon; él se la otorgó de buena voluntad, á tal que cada un año le pagasen la quinta parte de las rentas reales que se recogian de los reinos de Valencia y de Murcia. Tomado este asiento, sin pasar adelante dieron los aragoneses la vuelta para Teruel, y desde allí se fueron á Zaragoza. En el camino encontraron junto á una aldea llamada Calamocha á don Pedro Ahones, que á su costa y del Obispo, su hermano, llevaba golpe de gente para hacer entrada en el reino de Valencia. Quisiera el Rey estorballe aquella entrada, por guardar la palabra que dió y concierto que hizo con aquella gente. Como él se excusase con la mucha costa que hiciera en las pagas y sustento de su gente, y porque le querian echar mano se huyese, los soldados que en compañía del mismo Rey le seguian, sin poder irles á la mano, le mataron; indigno de tal suerte por su mucho valor y ma→ ña, si los servicios que tenia hechos y su privanza, que alcanzó otro tiempo muy grande, no la trocara en deslealtad y en conjurarse con los demás; sin embargo, todo el reino sintió su muerte de suerte que, excepto Calatayud que se conservó por el Rey, todas las otras ciudades tomaron la voz de su tio don Fernando; cosa que al Rey puso en mucho cuidado, que por una parte deseaba apaciguar la gente por bien, y por otra le parecia que si no era por fuerza y con las armas en puño, no podria sujetar á sus contrarios. Vinieron pues á las manos, y la guerra se continuaba con varios sucesos y trances el año que se contó de Cristo de 1226; en el cual año el rey Luis VIII de Francia hacia la guerrá contra los albigenses, y en el discurso della tomó por

fuerza la ciudad de Aviñon, y le abatió las murallas porque los herejes no se tornasen á afirmar en ella. Cortó la muerte sus buenos intentos, que le sobrevino en Mompeller á los 13 de noviembre. Dejó, entre otros, su hijo mayor de su mismo nombre, que le sucedió en la corona, y por su gran piedad y sus obras muy santas alcanzó adelante renombre de Santo. Su hermano Alonso, conde de Potiers, casó con la hija y heredera de Ramon, el postrero conde de Tolosa, que fué escalon para que aquel estado los años adelante recayese por los conciertos que hicieron y capitulaciones nupciales en la corona de Francia. Tuvo otrosi otros dos hermanos; el uno se llamó Roberto y fué conde de Arras y de Picardía, estados que confinan con Flandes y son partes de la Gallia Bélgica; el otro se llamó Cárlos, que fué duque de Anjou y conde de la Proenza, despues rey de Sicilia y de Nápoles, como se dirá en su lugar.

CAPITULO XII.

Que el rey don Fernando volvió á la guerra del Andalucía.

El señorío de los moros y su poder iba muy de caida en España, lo cual sabia muy bien el rey don Fernando. El arzobispo de Toledo, que tenia la mayor autoridad entre todos, como él lo merecia, persuadió al Rey hiciese de nuevo jornada contra moros, aunque no le pudo acompañar como solia en las guerras, porque cayó enfermo de una dolencia que le puso en aprieto en Guadalajara, donde se quedó. Envió en su lugar á don Domingo, obispo de Palencia. Tomaron los nuestros desta vez algunos pueblos de poca suerte; pusieron eerco á la ciudad de Jaen, que tenia buena guarnicion de soldados y buenos pertrechos, por donde no se pudo tomar, y porque allende de su fortaleza don Alvar Perez de Castro, que algunos dias antes, renunciada su patria, se pasara á los moros y estaba dentro, con otros ciento y setenta que le siguieron animaron á los cercados para que no se diesen. Este don Alvaro era hijo de don Fernando de Castro, de quien dijimos murió en la ciudad de Marruecos. A la verdad muchos de los Castros por estos tiempos con facilidad se pasaban á la parte de los moros. No les faltaban ocasiones y excusas con que colorear su poca lealtad, si alguna causa fuese bastante para excusar tal inconstancia. Revolvió el Rey sobre Priego, pueblo tan fuerte, que los moros tenian en él recogidas sus haciendas para mayor seguridad. Todavía le entraron por fuerza con muerte de muchos de los que dentro hallaron y prision de los demás, fuera de los que se retiraron al castillo, que se rindieron á partido y condicion que los dejasen ir libres. Desde allí pasaron á la ciudad de Loja, que tomaron al tanto por fuerza, si bien los ciudadanos se recogieron al castillo y se hicieron fuertes en él ; y porque parecia que con buenas palabras y esperanza de rendirse se pretendian entretener, los combatieron de suerte, que á escala vista entraron el castillo, y pasados á cuchillo los que en él hallaron, le abatieron las murallas; aviso para los demás, que no experimentasen la saña de los vencedores, ni se pusiesen en defensa. Así los de Alhambra, pueblo fuerte y asentado sobre peñas no muy lejos de Granada, por miedo le desam pararon, y aun, dejando buena parte de sus bastimentos y menaje, se fueron á la ciudad de Granada. En ella

para su habitación les señalaron lo alto de aquella ciudad, que por esta causa, segun se entiende, se llamó y se llama el Alhambra; si bien algunos son de parecer que aquel nombre se tomó de la tierra roja que hay en aquella parte, y la significa en arábigo aquella palabra alhambra. Siguieron los nuestros á los que huian sin parar hasta dar vista á la misma ciudad, en cuya vega, que es muy deleitosa, quemaron y asolaron los jardines y campos. Los ciudadanos cobraron tanto miedo, que acordaron requerir al Rey de paz. Entre los embajadores que para esto despacharon fué uno el ya nombrado don Alvar Perez de Castro. Tenia el Rey de seo de ganalle y reducille á su servicio por la fama que tenia de valor y prudencia, demás que le ofrecian de dar libertad á mil y trecientos cautivos cristianos. Por esto, tomado asiento con los de Granada y reducido don Alvaro á su servicio, revolvió sobre Montejo, y dél se apoderó y le echó por tierra por estar tan adentro, que no se pudiera conservar. Demás desto, se halla que por este tiempo en las partes de Extremadura se ganó Capilla, pueblo que antiguamente se llamó Mirobriga, como se averigua por los letreros de mármoles que en él se han hallado ; verdad es que en breve volvió á poder de moros, ó sea que le entregaron al rey de Baeza. En estas cosas se pasaron los calores del estío, y el tiempo comenzaba á cargar; el Rey por este respeto acordó que el maestre de Calatrava quedase en guarda de Andújar y de Mártos, y en su compañía don Alvar Perez de Castro, por la mucha noticia que tenia de aquella tierra y de las cosas de los moros; que de su lealtad y constancia no dudaban, antes confiaban que pretenderia con su esfuerzo y valor recompensar la falta pasada. Con tanto dió la vuelta para Toledo, do la Reina le esperaba, sin descuidarse en apercebirse de todo lo necesario para llevar adelante la guerra comenzada. Asimismo los soldados que quedaron de guarnicion en el Andalucía, por no estar ociosos, acordaron de correr la campiña de Sevilla, ciudad de las mas principa les de España. Indignados los ciudadanos por ver delante sus ojos abrasarse sus cortijos y olivares, salieron con su rey Abulali contra los cristianos. El número era grande, la destreza y valentía de los moros no tanto. Vinieron á las manos, en que murieron de los moros en la pelea y en el alcance hasta en número de veinte mil, que fué un destrozo muy grande. Sin embargo, por otra parte los moros se pusieron sobre el castillo de Garces, y le apretaron con tal rabia, que ni por el mucho daño que los de dentro les hicieron, ni por entender que el rey don Fernando, pasado el invierno, volvia con gente á continuar la guerra, desistieron de su intento hasta tanto que forzaron aquella plaza, que fué alguna mengua para los nuestros; la pérdida no fué muy grande, mayormente que se recompensó bastantemente aquel daño con lo que de nuevo se hizo en el Andalucía. Luego que llegó el rey don Fernando le salió á recebir el rey moro de Baeza, y en su compañía tres mil de á caballo y gran gente de á pié con intento, no solo de hacer alarde de sus fuerzas, sino de serville en la guerra, si fuese necesario. Dió este ofrecimiento mucho contento; rogáronle llevase adelante su buena voluntad, y en particular concertaron viniese en que en Salvatierra y en Capilla y en Burgalhimar, tres píazas importantes, residiesen soldados de guarnicion

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