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para seguridad; demás que como en rehenes, para cumplimiento de lo concertado, entregó la fortaleza de la misma ciudad de Baeza para que el maestre de Calatrava la tuviese en fieldad. Los moros de Capilla, por ser aquella plaza muy fuerte, su sitio áspero y empinado, no quisieron pasar por este concierto ni recebir los soldados que les enviaban de guarnicion; de que resultó que el castillo de Baeza quedó en propriedad por los cristianos, y sin embargo, el Rey con todo su campo se fué á poner sobre Capilla con intento de rendilla 6 forzalla. Era esta buena ocasion para adelantarse los nuestros y mejorar su partido; pero era necesario, porque la gente era poca, afirmalla con nuevas compañías. Por esta causa acordó el Rey dejar su gente en el cerco y volver él atrás, muy dudoso en lo que debia hacer, si continuar la guerra del Andalucía, si acudir á Francia al socorro de su tia, la reina doña Blanca, que por sus cartas y embajadas le hacia instancia la ayudase para apaciguar las alteraciones de aquel reino y sujetar á los señores, que por ser el Rey de pocos años, que no pasaba de doce, y ella mujer y extranjera, se les atrevian y los desestimaban, Parecióle al Rey cosa fea desam, parar aquellos reyes, sus deudos, mayormente en aquel aprieto y trance; pero sucedieron dos cosas que le impidieron aquella empresa: la una, que los soldados que quedaron sobre Capilla, sin embargo de su ausencia, tomaron aquella plaza, á que era necesario acudir para que no se tornase á perder; la segunda, que camino de Almodóvar su misma gente dió la muerte al rey de Baeza, que se huia por miedo de los suyos, que tenia muy irritados por la amistad y asiento que puso con los cristianos; con que la guarnicion del castillo de Baeza quedaba á mucho riesgo, si con presteza no le acorrian. Por estas dos causas el Rey se determinó de sobreseer en lo de Francia y proseguir la empresa del Andalucía, pues era no menos justo y honroso vengar la muerte de aquel Rey, su amigo y confederado, que ayudar á sosegar las pasiones de Francia; en especial que con aquella ocasion pretendia, si pudiese, lanzar toda la morisma de toda España. A la verdad la reina doña Blanca con la ayuda de Dios y su buena maña y prudencia, sin socorro de su sobrino sosegó los alborotos de su reino, de que se temian graves daños. Todo esto pasaba el año de nuestra salvacion de 1227; en él se abrieron los cimientos de la iglesia mayor de Toledo, tan célebre edificio y de tanta majestad como hoy se ve, en el mismo sitio en que estaba la antigua, aunque mudada la traza. El Rey y el Arzobispo se hallaron á poner la primera piedra, debajo de la cual echaron medallas de oro y plata, conforme á la costumbre antigua de los romanos. Otros templos se podrán aventajar á este en la hermosura y primor de la traza, en la grandeza y capacidad; mas en la muchedumbre y riqueza de sus preseas y de su ornato, en la grandeza de las rentas, en el número de los ministros, en la majestad de ceremonias y culto divino, ninguno en toda la cristiandad se le iguala; muestra muy ilustre de la cristiandad y piedad de España, en especial de la dicha ciudad. Falleció á los 18 de julio el papa Honorio III; sucedióle en el pontificado Gregorio IX, natural de la ciudad de Anagni. Floreció otrosí en España don Lúcas, primero diácono de Leon, y despues obispo de Tuy. Deseoso de adelantarse en virtud y letras y

por visitar los lugares santos, cuando era mas mozo pasó á Italia y á Roma y dende á las partes de Levante. Fué contemporáneo de don Rodrigo, arzobispo de Toledo, y ejercitóse en los mismos estudios, porque compuso una historia de las cosas de España, en cuyo principio engirió el Cronicon de San Isidoro; que dió ocasion á algunos de tener y citar la primera parte de aquella historia por del mismo santo. Escribió demás de la historia la vida del dicho san Isidoro y otro libro grande de sus milagros; obra en que de la mitad adeJante confuta la secta de los albigenses y sus errores, que son los mismos de los luteranos. De la confutacion consta que estos herejes entraron en España, segun que arriba se mostró por un pedazo que deste libro tomamos. Escribió estas obras, como él mismo lo testifica, por mandado de la reina doña Berenguela', señora muy devota y favorecedora de los hombres virtuosos y letrados.

CAPITULO XIII.

Que se volvió de nuevo á la guerra de los moros. Los moros de Baeza tenian apretado el castillo de aquella ciudad, que, como se dijo, quedó en poder de cristianos; que si bien eran en pequeño número, por estar proveidos de vituallas, se defendieron y entretu❤ vieron hasta tanto que el rey don Fernando sobrevino con un grueso ejército. Con su venida los moros, visto que no tenian fuerzas bastantes para resistir, no solo desistieron del cerco, sino desamparada la ciudad, se retiraron á lo mas dentro del Andalucía. Quedó por gobernador de aquella ciudad nuevamente gauada don Lope de Haro; merced debida á sus servicios, pues en todas las empresas de importancia se hallaba. El cuidado de Mártos se encargó á Alvar Perez de Castro y á Tello de Meneses. No se hizo alguna otra cosa que sea digna de memoria en esta jornada, salvo que despues que el Rey dió la vuelta á Toledo, don Tello con sus soldados entró á correr los campos de Vaena y de Lucena, sin parar hasta dar vista á la campiña de Sevilla y hacer por todas partes grandes talas y presas. Por el contrario, el rey de Sevilla, para divertille con su gente, llegó á la ciudad de Baeza y le corrió sus campos. Los moros que se ausentaron de aquella ciudad, por ser restituidos en su patria, le incitaron á emprender esta jornada; pero visto que no tenia fuerzas bastantes para salir con la empresa, trató de hacer paces con los cristianos y se concertó de pagar cada un año de tributo trecientos mil maravedís, en especial que de su misma gente se le armaba otra mayor tempestad; y fué que los moros de Murcia por este tiempo alzaron por rey un moro, por nombre Abenhut, que venia del linaje de los reyes de Zaragoza, y era grande enemigo de los almohades. Decia públicamente que la causa de los males y calamidades pasadas y de hallarse su nacion en aquel término y tan sin fuerzas eran las novedades que aquella secta introdujo en España. No hay cosa mas poderosa para mover al pueblo que la capa de religion, debajo de la cual se suelen encubrir grandes engaños. Arrimósele pues gran morisma por esta causa, gran muchedumbre de gentes, en especial en la comarca de Granada y en lo restante de Andalucía, con esperanza en que todos entraban, que por medio deste mo

los Cabreras se apoderaron por fuerza. Ellos, no solo no hacian caso de aquella demanda, mas aun mostraban burlarse de la autoridad real, y no querian dejar el estado que poseian de años atrás. Vinieron á rompimiento y á las manos; el Rey, que hacia las partes de aquela señora, quitó á los Cabreras muchos de aquellos pueblos, unos por fuerza, otros que se rindieron de su voluntad, en especial la ciudad de Balaguer, cabeza de aquel estado de Urgel. Hecho esto, acordó casar aquella 'doncella Aurembiase, para que nadie se le atreviese, con don Pedro, infante de Portugal, tio suyo, primo hermano de su padre, que á la sazon andaba huido en la corte de Aragon. Gerardo Cabrera el desposeido tomó el hábito de los templarios, quién sabe si por devocion, si por otro respeto; lo cierto es que los años adelante don Ponce, su hijo, por el derecho que su padre pretendia, alcanzó el condado de Urgel á causa que Aurembiase no dejó sucesion alguna de su marido el infante don Pedro, como se dirá en otro lugar; con tanto tuvieron fin aquellos debates. El deudo del Rey y del Infante era desta manera. El infante don Pedro fué hijo de don Sancho, rey de Portugal, habido en la reina doña Aldouza, hermana que fué de don Alonso, rey de Aragon, abuelo del rey don Jaime; de suerte que el Infante era tio del Rey, primo hermano de su padre el rey don Pedro, que mataron en Francia.

CAPITULO XIV.

Que el rey de Aragon ganó la isla de Mallorca.

ro se mejoraria y adelantaria su partido, que iba muy de caida. Los demás de aquella nacion, y aun los prín cipes cristianos, estaban con cuidado no resultase de aquella centella y de aquel principio algun fuego con que todo se abrasase. Esto pasaba en España el año que se contó de Cristo 1228. En Francia, el mismo año, Ramon, postrer conde de Tolosa, apretado con la guerra que el rey Luis le hacia por causa de su herejía, se redujo y se reconcilió con la Iglesia. Las condiciones y cargas que el mismo Rey y romano cardenal de San Angel, como legado del Papa, le impusieron, fueron las siguientes: que el Conde con todo cuidado procurase desterrar de su tierra la secta de los albigenses; que su hija y heredera, por nombre Juana, casase con uno de los hermanos de aquel Rey, el que mas le agradase; si deste matrimonio no quedase sucesion, el condado de Tolosa se juntase con la corona de Francia. La ignorancia suele acarrear grandes daños; para la enseñanza del pueblo mandaron que en la ciudad de Tolosa asalariase á su costa cuatro lectores de teología, dos juristas, seis maestros de las artes liberales y dos gramáticos. Para seguridad que cumpliria todo esto puso en poder del Rey y le entregó cinco castillos y su misma hija. Tomóse este asiento en la ciudad de Paris; y hechas las capitulaciones, por el mes de abril compareció el Conde en la iglesia mayor de aquella ciudad desnudo, fuera de la camisa; allí le absolvió el Legado de las censuras incurridas por los excesos pasados; juntamente le dió la divisa de la cruz, como se acostumbraba, para que dentro de cierto tiempo pasase á la guerra de la Tierra-Santa y en ella residiese por espacio y término de cinco años, que era una de las condiciones que se capitularon; tan grande autoridad tenian por estos tiempos los papas, tanta fuerza la Iglesia, ayudada del favor y asistencia de los reyes, para castigar los rebeldes y malos y escarmentar á los demás. Fallecieron otrosí en España algunos grandes personajes, y entre ellos don Ramiro, obispo de Pamplona, de la nobilísima alcuña de los reyes de Navarra. Sucedióle en el obispado don Pedro Ramirez, en cuyo tiempo el papa Gregorio IV tomó debajo de su proteccion aquella iglesia y sus prelados; que era eximilla de la jurisdiccion de los metropolitanos de España. En Aragon el Rey con su buena maña conquistaba aquellos caballeros parciales para que se le rindiesen. Recibió en su gracia á su tio el infante don Fernando, sin embargo de las revueltas pasadas, y púsole por condicion diese órden como los conjurados se alzasen entre sí unos á otros los homenajes y la palabra que se tenian dada. Don Sancho, obispo de Zaragoza, pretendia le restituyesen los pueblos que eran de su hermano don Pedro Aliones, de que el Rey se apoderó Juego que le mataron. Otorgóle que estuviese á derecho y que pasasen por lo que los jueces determinasen. Hízose así, y oidas las partes, pronunciaron que los pueblos que tenian en tenencia quedasen por el Rey; los demás heredados de sus padres, se restituyesen al Obispo, pues no era justo que por la falta de uno padeciese todo el linaje. Parecia con esto quedar el reino sosegado. Los de la casa de Cabrera no acababan de apaciguarse. Aurembiase, hija de Armengol, conde de Urgel, segun que se concertara, pretendia en juicio que lo restituyesen el estado de su padre, de que

En un mismo tiempo en Castilla y en Aragon se ha→ cia guerra contra los moros. Los aragoneses adelantaron mucho sus cosas, los de Castilla no hicieron de presente grande progreso. El nuevo rey Abenhut tenia puesto en cuidado al rey don Fernando por verle de nuevo apoderado de Granada, ciudad populosa y principal, Juntó sus huestes y llegó con ellas hasta dar vista á aquella ciudad y pasó adelante hasta Almería; mas no hizo otro efecto de importancia, á causa que el enemigo, escarmentado en cabeza ajena, se excusó de venir á las manos. Con esto se pasó lo restante deste año y del luego siguiente 1229, en el cual tiempo se tuvo aviso de Alemaña que los caballeros teutónicos, que por espacio de muchos años mostraron mucho valor en las guerras de la Tierra-Santa, con la cruz negra que traian por divisa sobre manto blanco, luego que se perdió la ciudad de Ptolemaide, se volvieron á su patria, que eran naturales de Alemaña, y con licencia del emperador Federico II, hicieron su asiento en la Prusia, provincia áspera é inculta, puesta entre Sajonia y Polonia, cuyos moradores aun no eran cristianos. Aumentáronse poco adelante estos caballeros en poder y fuerzas con apoderarse y conquistar la provincia de Livonia, que se cuenta entre los sármatas y cae sobre el reino de Polonia. Mantuviéronse por muchos años y bicieron buenos efectos hasta tanto que Alberto, último maestre de aquella caballería, se inficionó con la herejía luterana, y con la libertad de aquella secta dejó el hábito y renunció, por casarse, aquellas provincias y las entregó al rey de Polonia. Volvamos al rey don Jaime de Aragon. Luego que vió apaciguado su reino, comenzó á tratar de qué manera podria emplear sus fuer◄

zas contra los enemigos de Cristo. Acaeció que cierto dia un hombre principal de Tarragona, por nombre Pedro Martello, le convidó á comer en su casa; las ventanas de la sala en que era el convite caian sobre la mar, y por frente la isla de Mallorca. Con esta ocasion, de una plática en otra vinieron á tratar de la fertilidad, frescura y riqueza de aquella isla y de las demás que caen en aquel paraje. Tomó la mano Pedro Martello, como el que tenia larga experiencia de todo lo que pasaba en este caso. Encareció con muchas palabras las excelencias de Mallorca, su fertilidad y abundancia, los grandes daños que desde allí se hacian en las costas de Cataluña y las otras comarcanas de España. Sucedió muy á propósito que pocos días antes aquellos moros toma`ron ciertas naves catalanas; y al embajador que enviaron para requerir que las restituyesen, como hiciese su demanda en nombre del rey don Jaime de Aragon, respondió el rey moro, que se llamaba Retabohihes, con grande arrogancia: ¿Qué rey me nombrais aquí? El embajador: Al hijo, dijo, del rey de Aragon, que en las Navas de Tolosa desbarató y destrozó un grande ejército de vuestra nacion. Indignóse el Moro de suerte con esta respuesta tan resoluta, que poco faltó no pusiesen la mano en el embajador; mas en fin prevaleció el derecho de las gentes; solo le hicieron luego salir de la isla. Alteróse el rey de Aragon oidas estas cosas, y resolvióse de emprender aquella guerra, en que tantas comodidades se representaban. Para apercebirse de todo lo necesario juntó Cortes en Barcelona, dió cuenta de la empresa que pensaba tomar; de que los presentes recibieron tanto gusto, que con grande voluntad para este efecto le otorgaron segunda vez el bovático, tributo que se solia dar á los reyes una vez solamente. Con esto despachó sus cartas, en que mandó que para mediado el mes de mayo los soldados y las compañías se juntasen en el puerto de Salu, cerca de Tarragona, do se aprestaba la armada y se hacia toda la masa de la gente para pasar á Mallorca. En este medio vino de Roma á Aragon por legado del Papa, Juan, monje de Cluñi y cardenal sabinense, sobre negocios muy graves. Acudió el Rey á Calatayud para verse con el Legado. Vino asimismo á aquella ciudad Zeit, rey de Valencia, despojado de aquel reino y de aquella ciudad por otro moro llamado Zaen. El amistad que tenia con los cristianos le acarreó este daño y este revés tan grande, demás que se rugia queria hacerse cristiano. Por esto el rey don Jaime se resolvió de recebille debajo de su proteccion, no solo á él, sino tambien á su hijo Abahomat, y para restituillos en su estado hacer guerra á aquel tirano, como lo cumplió adelante. El negocio principal sobre que vino el Legado era el casamiento del Rey, que pretendia apartarse de la Reina, y para ello alegaba el impedimento de consanguinidad, si bien tenia ya un hijo, por nombre don Alonso, para suceder en la corona y estados de su padre. Para averiguar este pleito el Rey y el Legado pasaron á Tarazona. Acudieron alli don Rodrigo, arzobispo de Toledo, y Aspargo, arzobispo de Tarragona, con otros muchos obispos de Castilla y de Aragon para hallarse á la determinacion de aquel negocio tan grave y que á todos tocaba. Alegaron las partes de su justicia, formóse el proceso, y por conclusion se pronunció que el casamiento era ninguno y que el Rey y la Reina quedaban libres para disponer de

sí; y sin embargo, determinaron que el hijo, como legítimo, heredase el reino de su padre. Dada la sentencia, la reina doña Leonor, ya ni viuda ni casada, se partió de buena gana para hacer compañía á su hermana doña Berenguela y consolarse con ella en aquella su soledad. Dejáronle los pueblos que tenia en Aragon como er arras y parte de dote, llevó otrosí muchas preseas de paños ricos, oro, plata y pedrería. Despedida la junta, el Rey acudió á Tarragona para hallarse al tiempo señalado. Lo restante del estío gastó en aprestar la flota y en juntar los soldados, que de cada dia le venian en gran número con gran voluntad de tener parte en aquella empresa. Luego que todo estuvo á punto se embarcó la gente, y por el mes de setiembre, con buen tiempo, se hicieron á la vela y se alargaron á la mar. El número de la gente quince mil infantes y mil y quinientos caballos. Ciento y treinta y cinco velas entre naves de alto borde, que eran veinte y cinco, doce galeras, y los demás bergantines y vasos pequeños; iban otrosí algunos bajeles, que servian para llevar los caballos. La navegacion es corta; así en breve llegaron á vista de Mallorca. Allí de súbito les sobrevino tal tempestad y les cargó el tiempo de suerte, que la armada se derrotó en gran parte y estuvieron á riesgo de no pasar adelante. Fué Dios servido que á puesta de sol el viento leste y levante, que traia desasosegado el mar y sopla de ordinario por aquellas partes, calmó y se trocó en cierzo, muy á propósito para proseguir su navegacion y acaballa. En todo este peligro mostró el Rey grande constancia y ánimo; con que todos se animaron y se remediaron los daños. La figura de Mallorca es cuadrada, con cuatro cabos y remates, que miran á las cuatro partes del mundo. A la parte de poniente tiene el puerto de Palumbaria, y por frente la isla llamada Dragonera, el cabo ó promontorio de las Salinas cae á mediodía, y en medio del puerto y deste cabo, casi á igual distancia, está asentada la principal ciudad, que tiene el mismo nombre de la isla, ca se llama Mallorca; los cabos de la Piedra y de San Vicente miran á las partes de levante y de setentrion. Cerca del cabo de la Piedra está situado un pequeño lugar, pero que tiene buen puerto y abrigo para las naves; llámase Polencia, y antiguamente fué colonia de romanos. Quisiera el Rey tomar este puerto; pero el viento contrario le forzó á surgir en el de Palumbaria, distante de la ciudad treinta millas. La galera capitana, en que el Rey iba, fué la primera á entrar en el puerto y tras ella lo restante de la armada, sin que faltase bajel alguno de toda ella. Acudió gran morisma para impedir que no saltasen en tierra; por esto les fué forzoso pasarse al puerto de Santa Poncia, que está mas adelante entre poniente y mediodía. Allí echaron anclas, y á pesar de los moros, saltaron en tierra. Hobo algunas escaramuzas al desembarcar, en que siempre los cristianos llevaron lo mejor. El intento era enderezarse la vuelta de la ciudad de Mallorca; porque ella tomada, lo demás de la isla se rendiria con mucha facilidad. No ignoraba esto el rey Moro, antes para su defensa tenia hechas sus estancias en el monte Portopi, que está á vista de la ciudad. La gente que tenia era mas en número que en fuerzas señalada. Acordó valerse de maña y parar una celada en el camino entre unas quebradas y bosques para tomar á los enemigos descuidados y de sobresalto. Sucedióle

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que se guardasen las puertas y portillos con todo cui-
dado porque no huyesen los enemigos. Al alba concer-
tó y puso en órden los suyos para dar el asalto, y de
parte que pudo ser oido les habló en esta manera: «Bien
conozco, amigos, que para premiar vuestros trabajos y
vuestro valor no tengo fuerzas bastantes; el rèconoci-
miento y estima será perpetua por cuanto la vida du-
rare. La ocasion que de presente se ofrece de hacer un
nuevo servicio á Dios, á vuestra patria y á mi corona,
y para vos ganar prez y honra inmortal es, cual veis, la
mejor que se pudiera pensar. Con la toma desta ciudad
y con sus despojos quedaréis ricos y bien parados; con
su sangre vengaréis la de vuestros deudos y hermanos,
y yo por vuestro trabajo conquistaré un nuevo reino y
estado. Los de dentro son pocos en número, sin aliento
por la hambre que padecen, enfermedades, trabajos.
¿Quién será tan de tan poco ánimo que no arremela y
cierre con los enemigos y por aquellos muros aporti-
llados no se haga camino con la espada para entrar en
la ciudad? A Dios teneis favorable, por cuyo nombre
peleais; este será el remate de vuestros largos trabajos
y fatigas, principio de alegría y de descanso. Los flacos
y temerosos, si alguno hobiese, correrán mas peligro;
en el ánimo y osadía consiste la seguridad de los que
valientemente pelearen.» Dichas estas razones, mandó
dar señal de acometer y cerrar por una, dos y tres ve-
ces. Los soldados se detenian; no se qué miedo y es-
panto los tenia casi pasmados. El Rey, «¿qué esperais,
dice, soldados? Qué haceis? Acometed y embestid con
vuestro ánimo acostumbrado; los enemigos son los
mismos que hasta aquí; ¿qué dudais?» Despertados
con estas palabras como de un sueño, arremeten de
golpe y de tropel con gran grita y alarido; los moros
acuden á todas partes con gran coraje para defender la
entrada; hacen el último esfuerzo. Encendióse la ba-
talla y la refriega en diversos lugares. Por conclusion,
muertos y heridos muchos de los enemigos, se entró
la ciudad, que saquearon los soldados á toda su volun-
tad, en que los unos y los otros se ensangrentaron. El
rey Moro, perdida toda esperanza, se escondió en cier-
to lugar secreto. De allí le sacaron; el rey don Jaime,
como lo tenia jurado, para mayor afrenta le tomó por
la barba, si bien con palabras corteses le animó y pro-
metió que todo se haria bien. Tomada la ciudad, sin
dilacion se entregó la fortaleza, en que hallaron un hijo
de aquel Rey, en edad de trece años, que adelante bau-
tizaron y se llamó don Jaime. Heredóle el Rey en tierra
de Valencia, y dióle por juro de heredad la villa de
Gotor, de que toman su apellido sus descendientes,
caballeros principales de aquel reino; así bien como de
otro caballero por nombre Carrocio, natural de Alema-

como lo pensaba, que los cristianos se descuidaron como si caminaran por tierra segura. Visto el desórden, los moros cargaron con tal denuedo, que los pusieron en grande aprieto. Murieron en la refriega, entre otros muchos, don Guillen de Moncada, vizconde de Bearne, y don Ramon de Moncada, personajes de gran cuenta y que iban en la avanguardia, y fueron los primeros á hacer rostro en aquel trance, que fué una pérdida muy grande y notable desgracia. Bajaban del monte, que cerca está, los moros en gran número para ayudar á los suyos, de suerte que de una parte y de otra se trabó una reñida batalla, y los fieles se vieron en gran peligro y cercados de todas partes. El esfuerzo y valor del Rey y su buena dicha venció estas dificultades; ca sin saber el daño que los suyos recibieron al principio, peleó valientemente y forzó á los moros, primero á retirarse poco a poco, despues á huir y recogerse en sus reales. La pelea fué con poca órden á fuer de Africa, de tropel, y que ya acometen, ya vuelven las espaldas, aquí se retiran, allí cargan. Los cristianos siguieron el alcance, subieron al monte al son de sus cajas y entraron los reales de los moros, con que la victoria y el campo quedó de todo punto por ellos. No pasaron adelante ni se curaron de ejecutar la victoria y de seguir á los vencidos, porque tenian la guarida cerca y mas noticia de toda aquella tierra. Contentáronse con lo hecho y con asentar sus reales á vista de la ciudad para combatilla, por entender que los de dentro estaban muy proveidos y de su voluntad no se rendirian. Los dias adelante pusieron diligencia en levantar todo género de máquinas, trabucos, torres y mantas para batir y arrimarse á las murallas. Cegaron el foso de la ciudad, que era ancho y hondo, con hornija y otros materiales, Salian los moros de rebato para desbaratar é impedir estos ingenios, pero las mas veces volvian con las manos en la cabeza. Finalmente, los soldados se arrimaron al muro, y con picos arrancaron las piedras de los cimientos de cuatro torres, que apuntalaron con vigas, y despues les pegaron fuego; con que las dichas cuatro torres dieron en tierra, y en el muro quedó abierta una grande entrada. Los moros, visto el peligro que corrian si la ciudad se entraba por fuerza de ser muertos y saqueadas sus casas, vinieron en pedir concierto. Pretendian les dejasen las vidas y las haciendas y que con su Rey se pudiesen pasar en Africa. A muchos parecia bueno este partido y que se debia venir en lo que pedian. Deste parecer era don Nuño, conde de Ruisellon, que era el medianero en estos tratos; los amigos y deudos del príncipe de Bearne, con deseo de vengarse, pretendian que era afrenta é infamia acabar la guerra antes de tomar venganza de tantos y tan buenos caballeros como aquellos bárbaros mataron. Los cercados, perdi-ña, noble, y que sirvió muy bien en esta guerra, y en da la esperanza de concierto, tornaron con furia rabiosa á la pelea y con mayor ímpetu que antes á de→ fender la ciudad. La desesperacion es una muy fuerte arma; hicieron mucho daño en los nuestros, tanto, que ya se arrepentian los que estorbaron el concierto y holgaran se admitiera de nuevo. Finalmente, derribada gran parte del muro, era forzoso á los nuestros que por las piedras y rainas procurasen hacer camino. Algunos 'decian convenia acometer la ciudad de noche cuando Jas centinelas están cansadas; el Rey, por excusar la libertad y desórdenes que trae consigo la noche, mandó

recompensa de sus trabajos le dieron el lugar de ReboIledo, decienden los Carrocios, gente noble y principal, y que dura hasta nuestros tiempos, en el mismo reino de Valencia. Ganóse la ciudad de Mallorca, postrero dia de diciembre, entrante el año de Cristo de 1230. Acordó el Rey hacella catedral y poner en ella obispo, si bien los canónigos de Barcelona pretendian pertenecerles aquel obispado por escrituras que alegaban, del todo olvidadas y desusadas; así no salieron con su pretension. Los demás castillos y pueblos de toda la isla, con facilidad vinieron á poder de cristianos; mas ¿cómo pudieran

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sustentarse perdida la ciudad principal? Apaciguada la tierra y dado asiento en las cosas del nuevo reino, los mas soldados dieron vuelta para sus casas y el Rey pasó á Cataluña. En este mismo año la religion de nuestra Señora de la Merced, que se instituyó pocos años untes, segun que de suso queda apuntado, su modo de vivir y la regla que profesan, fué aprobada por el papa Gregorio IX, como parece por su bula, dada en Perosa, ciudad de Toscana, á 17 de enero deste mismo año, segun que rezan las constituciones desta órden al principio.

CAPITULO XV.

Que el reino de Leon se unió con el de Castilla.

En el mismo tiempo que los de Aragon emprendie❘ ron la conquista de Mallorca y la ganaron, el rey don Alonso de Leon con sus huestes y las de su hijo hizo una nueva entrada en tierra de moros. Púsose con sus gentes sobre Cáceres, villa principal de Extremadura y que otras veces habia intentado de tomalla y no pudo salir con ello. Era príncipe brioso y denodado, las fuerzas que llevaba eran mayores que antes, y así pudo salir con la empresa, y aun pasó adelante animado con este principio á poner sitio sobre la ciudad de Mérida, que en otro tiempo fué la mas principal de aquellas partes y de presente era populosa y grande. El rey moro Abenhut, sabido lo que pasaba, por ganar reputacion entre su gente acordó de ir con su hueste en socorro de los cercados. Su venida y determinacion puso en cuidado al rey don Alonso; por una parte se recelaba de ponerse al trance de una batalla por la poca gente que tenia, por otra el miedo de la infamia, si se retiraba, le aquejaba mucho mas; que á tales personajes la afrenta suele ser mas pesada que la misma muerte. Para resolverse juntó á consejo los capitanes, los pareceres fueron diferentes, como es ordinario. Los mas en número y de mayor prudencia querian se excusase la batalla con aquel enemigo que venia poderoso y bravo; mas el Rey todavía se arrimó al parecer contrario de Jos que se mostraban mas animosos y honrados. Tomada esta resolucion, ordenó sus haces en guisa de pelear; lo mismo hicieron los moros, que ya tenian allí cerca sus estancias. Dióse la señal de acometer; resonaban las trompetas, las cajas, los atabales por todas partes. Cerraron con grande ánimo los unos y los otros. La batalla por algun espacio fué muy herida y sangrienta, pero en fin, el valor de los cristianos sobrepujó la muchedumbre de los paganos. La victoria fué tan señalada y el destrozo de los enemigos de Cristo tan grande, que de miedo muchos pueblos de aquella comarca quedaron yermos por huirse sus moradores por diversas partes, Díjose por cosa cierta que el apóstol Santiago y en su compañía otros santos con ropas blancas en lo mas recio de la batalla esforzaron á los nuestros y amedrentaron á los contrarios; y aun en Zamora no faltaron personas que publicaron haber visto á san Isidoro, que con otros santos se apresuraba para hallarse en aquella batalla en favor de los cristianos. La verdad ¿quién la podrá averiguar? La alegría de victorias semejantes suele dar ocasion á que se tengan por ciertos cualquier suerte de milagros. Despues desta rota los de Mérida, por no tener esperanza les vendria otro socor

ro, abrieron las puertas á los vencedores, que fué el fruto principal de la victoria. Demás que desta vez se ganó y vino á poder de cristianos la ciudad de Badajoz, puesta en aquella parte por do parten términos Extremadura, Andalucía y Portugal. El rey don Alonso, que en el cuento de los reyes de Castilla y de Leon se pone por noveno de aquel nombre, acabadas cosas tan grandes y porque el tiempo cargaba, despidió su gente para que se fuese á invernar, resuelto de revolver con mayores fuerzas sobre los moros luego que el tiempo diese lugar. Atajó la muerte sus buenos intentos, que le sobrevino en Villanueva de Sarria, de una dolencia aguda que allí le acabó al fin deste año, yendo á visitar el sepulcro del apóstol Santiago, para en él cumplir sus votos y dar gracias a Dios por mercedes tan señaladas; su cuerpo sepultaron en aquella iglesia de Santiago. De doña Teresa, su primera mujer, dejó dos hijas, doña Sancha y doña Dulce ; de la reina doña Berenguela quedaron don Fernando, que ya era rey de Castilla, y don Alonso, que fué señor de Molina, y doña Berenguela, que casó con Juan de Brena, rey de Jerusalem. Tuvo otro hijo fuera de matrimonio, que se llamó don Rodrigo de Leon. Reinó por espacio de cuarenta y dos años, fué valeroso y esforzado en la guerra, tan amigo de justicia, que á los jueces, porque no recibiesen de las partes ni se dejasen negociar, señaló salarios públicos, y los castigaba con todo rigor si en esto excedian. Verdad es que escureció y amancilló las demás virtudes de que fué dotado con dar orejas á chismes y reportes de los que andaban á su lado; falta muy perjudicial en los grandes príncipes. El odio que tuvo á su hijo don Fernando, de cuya virtud y santidad se debiera honrar mas que de otra cosa, fué grande, y le duró por toda la vi◄ da, tanto que en su testamento nombró por sus herederas á las dos infantas, sus hijas mayores. Por esta cau→ sa, para prevenir inconvenientes y pasiones, era forzo→ so que el rey don Fernando, pospuesto todo lo al, se apresurase para tomar posesion de aquel reino, si bien á la sazon se hallaba ocupado en la guerra que hacia en Andalucía; príncipe esforzado y valeroso y que no sabia reposar ni miraba por su salud á trueque de adeJantar el partido de los cristianos. Puso cerco sobre Jaen, pero aunque la apretó con todo su poder, teníanla tan pertrechada de gente y de todo lo demás, que no pudo ganalla. Pasó con su campo sobre Daralherza. En este cerco estaba ocupado cuando le vinieron nuevas de la muerte de su padre. Aconsejábanle los que con él estaban, y entre ellos don Rodrigo, arzobispo de Toledo, diese la vuelta. Solicitábale sobre todos su madre, y cada dia cargaban mensajes de todas partes en esta misma razon. Bien entendia él que le aconsejaban lo que era bueno y que la dilacion le podria empecer mas. que todo; pero aquejábale en contrario el deseo de llevar adelante la empresa del Andalucía. Su madre, con el cuidado que el amor de hijo le daba y por los miedos que él mismo le ocasionaba, acordó partirse para hablalle. En Orgaz, que está cinco leguas de Toledo, camino del Andalucía, se encontraron madre y hijo. Allí tomaron su acuerdo, que fué sin mas dilación apresurar el camino para el reino de Leon, sin detenerse ni en Toledo ni en otra parte alguna. Hízose así, y el Rey luego que llegó al reino de Leon, le halló mas llano de lo que se pensaba. Los pueblos le abrian las puertas y

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