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rido; así lo refiere Justino. Con la ida de Pirro los de Siracusa encargaron el gobierno de su ciudad á Hieron; despues le hicieron su capitan contra los cartagineses, y finalmente rey. Fué hijo de Hieroclito, quo decendia del linaje de Gelon, antiguo tirano de aquella isla; su madre fué mujer baja y aun esclava. Era grande el esfuerzo y las partes de Hieron, y no era menester menos reparo contra los cartagineses, que fortalecian con muy gruesas guarniciones muchas ciudades de que estaban apoderados, y aspiraban al señorío de toda la isla.

pues su capitan ; con que tuvo manera para apoderarse de Lentini, y tambien tomó á Siracusa por traicion de Amilcar Cartaginés, al cual ella llamara en su ayuda contra el poder de Agatocles; deslealtad y traicion de que fuera castigado y pagara con la cabeza, que así estaba decretado y acordado por voto de todo el Senado de Cartago, si antes de volver á su tierra no falleciera en la misma Sicilia. Sucedióle otro del mismo nombre, es á saber, Amilcar, hijo de Gisgon. Pasó en Sicilia con nuevo ejército de Africa y nuevos socorros que de España le acudieron. Llegado á la isla, fué en busca de Agatocles; dióle al principio una rota, con que le encerró y cercó dentro de Siracusa. El peligro y el daño derriba á los cobardes y anima á los valientes; fué así, que Agatocles en aquella estrechura usó dé una osadía maravillosa, ca despues que persuadió á los suyos á sufrir el cerco animosamente, él con su flota pasó en Africa: notable resolucion, pues el que no tenia fuerzas para una guerra, ayudado del consejo, salió vencedor en dos. Venció en batalla á Hannon, capitan de los cartagineses, que le saliera al encuentro, y le mató. Despues, destruidos los campos, las villas y los pueblos abrasados y robado gran número de hombres y de ganados, puso en gran temor y cuita á los de Cartago, en cuyos ojos las alquerías de la ciudad, sus labranzas y sus campos, todo el regalo y riqueza de los ciudadanos con el fuego humeaban. Deinás desto, de Sicilia se supo que Artandro, hermano del tirano, que quedara en el cerco, con una salida que hizo, dió una arma tan brava sobre los enemigos, que descuidados estaban, que mató á su capitan, y puso á los demás en huida. Con esta nueva luego Agatocles dió vuelta á Sicilia, y allí por todas partes apretó á los cartagineses de suerte, que con muerte de muchos dellos, echó á los demás de toda aquella isla, y él quedó en todo sósiego. Fué esta paz de poca dura, á causa que Pirro, rey de Epiro, que hoy es Albania, llamado por los de Taranto, pasó en Italia, y en ella afligió y trabajó el poder de los romanos con dos rotas que les dió, una tras otra. De Italia pasó á Sicilia, año de la fundacion de Roma de 476, con esta ocasion. Falleció Agatocles en Siracusa rico y dichoso; su mujer é hijos, como él se lo dejó mandado, recogidos sus tesoros y preseas, se fueron á Egipto. Los de Cartago, sabido lo que pasaba, entraron en pensamiento de apoderarse de nuevo de toda aquella isla, para lo cual se apercibieron de un grueso ejército, y en particular nuestros historiadores afirman que de España llevaron en una flota para este efecto cinco mil peones y ciento y cincuenta caballos, todos españoles, con mas setecientos honderos mallorquines, y que sacaron otrosí de sus fortalezas los soldados que tenian de guarnicion para llevarlos á esta empresa, y pusieron en su Jugar soldados españoles que guardasen aquellas plazas. Los siracusanos, al contrario, para contrastar á las fuerzas y intentos de Cartago, llamaron en su ayuda a Pirro, que por esta causa se nombró rey de Epiro y de Sicilia. Llegado, rompió una batalla de tierra á Jos cartagineses, que aun no tenian juntas todas sus fuerzas; pero llegados los socorros de España, ya que Pirro trataba de volverse á Italia, fué desbaratado en una batalla de mar y forzado á desamparar á Sicilia, y aun poco-despues de Italia pasó a su tierra, perdido el señorio de Sicilia, tan presto como le habia adqui

CAPITULO VI.

Do la primera guerra púnica contra Cartago. Estando las cosas en este estado, se encendió de repente una nueva guerra, con que el poder y buena andanza de los cartagineses fué abatido por los romanos, los cuales entraron en Sicilia con esta ocasion. Los mamertinos, que así se llamaban del nombre del dios Marte, por atribuirse á sí la gloria de las armas y tenerse por mas valientes que los demás, moraban en aquella parte de Italia que se llama Campania 6 Tierra de Labor, desde donde fueron llamados por los ciudadanos de Mecina, ciudad puesta sobre el estrecho de Sicilia, con un muy bueno y seguro puerto, contra el poder de Agatocles, que con lo demás pretendia enseñorearse do aquella plaza. Los mamertinos, llegados á Sicilia, bicieron muy bien su deber; pero en premio de su trabajo, quitaron la libertad á los ciudadanos antiguos de aquella ciudad, y se hicieron señores de todo; demás desto, dilataron su señorío por aquella isla, crecieron en tanta manera en riquezas y orgullo, que se atrevieron á tomar las armas, primero contra Pirro, rey de Epiro, y despues acometer y hacer agravios á los de Siracusa; pero como fuesen vencidos en una batalla que se dió junto al rio dicho Longano por Hieron, capitan de los contrarios, fué tan grande la rota y matanza que en ellos se hizo, que los demás mamertinos, reducidos dentro de la ciudad, apenas se podian defender con las murallas sin confiarse de sus fuerzas, por donde determinaron buscar socorro de otra parte. No fueron todos de un parecer, ca parte de aquellos ciudadanos llamó en su socorro á los cartagineses, los cuales, porque estaban cerca, acudieron presto, y fueron recebidos en la ciudad y pueblos comarcanos. Otros enviaron embajadores á Roma, por ser grande la fama que corria de su esfuerzo, justícia y buena andanza. Los que fueron enviados, señalada que les fué audiencia, declararon en el Senado á lo que eran venidos. Tratado el negocio, muchos fueron de parecer que no era lícito hacer guerra á los cartagineses, que ninguna causa ni disgusto les habian dado. Los demás decian que no era bien esperar hasta tanto que, apoderados de Sicilia, pasasen en Italia, pues nadie se contenta con lo que tiene, y todos cuanto son mas poderosos, tanto quieren pasar mas adelante. Resolviéronse que debian acudir á los mamertinos, principalmente que en cierto asiento antiguo tomado con Cartago en el consulado de Publi cola, y renovado ya por tres veces, se habia puesto por condicion que ni los unos ni los otros se entremeticsen en las cosas de Sicilia; lo que decian haber quebrantado los de Cartago. El cónsul Apio Claudio fué enviado en socorro con algunas compañías el año pri

mero de la olimpíade 129, que de la fundacion de Roma se contaba 490. Sabido esto en Mecina, parte de los ciudadanos tomaron las armas, con que echaron de su ciudad la guarnicion de los cartagineses. Por este agravio, que fué muy notable, irritados los cartagineses, se concertaron con Hieron, y juntadas con él sus fuerzas, pusieron por mar y por tierra cerco á los de Mecina, con intento así de apoderarse de la ciudad como para impedir el paso del Estrecho á los romanos; pero ellos luego que llegaron, cubiertos de la escuridad de la noche, pasaron el Estrecho, y recebidos que fueron dentro de la ciudad, salieron á dar la batalla al enemigo, en que vencieron á Hieron, y tomaron los reales de los cartagineses. Siguieron el alcance y la victoria hasta la misma ciudad de Siracusa, donde tuvieron algun tiempo cercados á los sicilianos que de la matanza escaparon; asimismo á los cartagineses quitaron no pocas ciudades y pueblos. Trocadas las cosas desta suerte, Hieron tambien se apartó dellos y tomó asiento con los romanos. No desmayaron por esto los cartagineses, antes tauto con mayor diligencia y brio juntaron una nueva y gruesa armada, y levantaron nuevas compañías en España y por las marinas de la Gallia y por la Liguria, que hoy es lo de Génova, segun que Polibio lo testifica. Con este aparato tornaron á la guerra contra los romanos, que fué larga y dificultosa; pero no hace á nuestro propósito declarar todo lo que en ella sucedió, pues es bastante carga la que tomamos de relatar las cosas de España, de la cual refieren nuestros escritores, sin señalar ni lugares ni nombres, que por este tiempo era trabajada de una guerra cruel y civil, sin perdonar ni excusar muertes, robos y quemas que de todas maneras sucedian. En Sicilia la guerra entre romanos y cartagineses se proseguia; los trances y sucesos fueron varios, ya los vencidos vencian, ya eran vencidos los vencedores, hasta tanto que se dió una batalla naval, año de la fundacion de Roma de 502, en que las fuerzas de los romanos fueron trabajadas; ca el general romano Cecilio Metello fué vencido y puesto en huida con pérdida, si creemos á Eusebio, de noventa naves. Al contrario, los mallorquines se rebelaron contra los gobernadores de Cartago, y muerta la guarnicion de cartagineses, con un granizo de piedras forzaron á la armada que estaba surta en el puerto á salirse dél y echar áncoras en alta mar; y como la furia de aquellos hombres salvajes no se amansase, les fué necesario hacerse á la vela la vuelta de Cartago. Para sosegar aquella revuelta y ganar aquellos isleños era menester esfuerzo, autoridad y maña, por donde acordaron en Cartago de enviar para este efecto un varon de conocida prudencia y de gran fama en las armas, por nombre Amilcar Barquino. Este, con la autoridad y destreza que tenia, junto y se ayudó de grande afabilidad en su trato; así, sin usar de rigor ni de fuerza, redujo toda la isla al reposo y obediencia de antes. En este tiempo, en una isla llamada Ticuadra, cercana á Mallorca, nació á Amilcar un hijo, por nombre Aníbal, aquel que con la grandeza de sus hazañas y con la fama de su valor hinchó la redondez de la tierra. Plinio sin duda, si la letra no está errada, hace á Ticuadra patria de Aníbal. Nuestros coronistas añaden que nació de madre española, y que el gran Amilcar, su padre, nombrado que fué por general para continuar la guerra contra los

romanos, año de la fundacion de Roma de 507, llevó á Sicilia en su armada dos mil españoles y trecientos honderos, con intento de recobrar el señorío de aquella isla, que los suyos habian perdido. Con estas gentes costeó y aun acometió las riberas de Italia, y últimamente surgió con su flota en aquella parte de Sicilia donde está puesta la ciudad de Palermo, con una ensenada y cala que allí tenia, no mala para las naves. Está alli cerca un monte empinado, que por todas las partes tiene áspera la subida; debajo dél se extendia y extiende una llanura de doce millas en circuito, muy fresca, hermosa y fértil á maravilla. En aquel monte se fortificó Amilcar, y en él puso sus gentes, con intento que no le forzasen á venir á las manos y dar la batalla de poder á poder; ca no queria aventurar el resto en una pelea, y solo pretendia trabajar al enemigo con escaramuzas y rebates, convidar á los pueblos y ciudades comarcanas á tomar otro partido, y junto con esto hacerse señor de la mar. Contra estos intentos, el cónsul Cayo Luctacio, enviado que fué de Roma con una gruesa armada, llegó y dió fondo junto al promontorio Lilibeo, donde está asentada la ciudad de Trapana. Asimismo, á instancia de Amilcar, partió de Cartago una nueva armada, y por general della un hombre principal, que se llamaba Hannon. Vinieron á las manos las dos armadas cerca del dicho promontorio Lilibeo 6 cabo de Trapana; la batalla fué brava y de las mas famosas del mundo. La victoria quedó por los romanos, la armada cartaginesa destrozada, ca sesenta naves fueron tomadas por los romanos, y otras cincuenta echadas á fondo; el número de los muertos y prisioneros fué conforme al número de las naves y grandeza de la victoria. El temor de la ciudad de Cartago, cuando se supo la rota, fué tan grande, que se determinaron y trataron de tomar asiento con los romanos. Dióse el cuidado y comision de hacer los conciertos y capitular á Amilcar, capitan de no menor valor para sufrir los reveses de la fortuna, que de esfuerzo para hacer la guerra. Hobo vistas de los dos generales, en que se trató de las condiciones, y últimamente se concluyó la paz en esta forma y con estas capitulaciones: los cartagineses saquen sus huestes y soldados de Sicilia y de las islas comarcanas; no hagan algun agravio ó molestia á Hieron ni á los demás confederados de los romanos; paguen á ciertos tiempos y plazos dos mil y docientos talentos euboicos, y esto por castigo y por los gastos hechos en la guerra; suelten los cautivos que tuvieren, sin rescate. Estas condiciones no agradaron al pueblo romano, por lo cual diez varones, enviados con autoridad de corregir y concluir este tratado, añadieron mil talentos á la suma que estaba concertada; demás desto mandaron que los cartagineses, no solo saliesen de Sicilia, sino tambien de las otras islas que caen entre Sicilia é Italia. Con tanto se dejaron las armas, y se concluyeron las paces el año veinte y dos despues que la guerra se comenzó; pero de tal manera, que todos entendian no faltaba voluntad á los cartagineses de volver á la guerra y á las armas, y que lo harian, luego que tuviesen fuerzas bastantes, con mayor brio y porfía que antes. Las condiciones que les pusieron eran muy pesadas ; y por tanto se persuadian no las guardarian mas de cuanto les fuese forzoso. Fué este año desgraciado para España por la seca que padeció

y falta de agua y por los ordinarios temblores de tierra, con que una parte de la isla de Cádiz dicen se abrió y se hundió en el mar.

CAPITULO VII.

Cómo Amilcar vino otra vez á España.

Nunca las adversidades paran en poco, antes vienen de ordinario enlazadas unas de otras, como se vió en la ciudad de Cartago, que le sobrevinieron nuevos desastres y daños, y fué que á un mismo tiempo en Africa y en Cerdeña se amotinaron los soldados cartagineses porque no les daban las pagas que de mucho tiempo se les debian. En Africa los soldados que salieron de Sicilia, luego que se amotinaron, nombraron por sus capitanes á Coto, africano, y á Sependio, italiano de nacion; eran como sesenta mil hombres; la ciudad no les podia satisfacer por estar sus tesoros acabados con los gastos de aquella desastrada guerra; volvieron su rabia contra los pueblos y los campos comarcanos, con que pusieron en gran cuidado y cuita á los de Cartago. Los de Cerdeña, además de amotinarse, pasaron tan adelante, que sus mismos soldados se conjuraron contra su capitan Hannon, sin parar hasta ponerle en una cruz por haberse con ellos ásperamente. Fuera enviado este capitan para apaciguar el motin que allí se habia levantado; con su muerte se juntaron los soldados de Hannon con los amotinados de antes, y por algun tiempo tuvieron el señorío y mando de la isla, hasta tanto que, echados por los naturales de ella, huyeron y pasaron á los romanos, de los cuales de tal manera fueron recebidos y amparados, que no los tornaron á enviar á Cerdeña; mas, por otra parte, ellos armaron muchas naves para quitar á los cartagineses, como lo hicieron, la posesion de aquella isla. Fué este grave sentimiento para los de Cartago, que consideraban cuántas fuerzas perdian con haberles quitado á Sicilia y al presente despojado de Cerdeña. Los romanos se excusaban con el concierto y capitulaciones pasadas, por donde pretendian que los de Cartago debian partir mano y salirse de la una y de la otra isla. Para mitigar esta pena usaron de blandura y de maña; y fué que sin ser requeridos enviaron trigo á Cartago para remedio de la lambre, que se padecia gravísima en aquella ciudad, causada de la falta de labor por los alborotos, que no dieron lugar á sembrar los campos; dado que Amilcar Barquino, nombrado de los suyos por capitan contra los amotinados de Africa, los habia quebrantado y cansado con paciencia de tres años, y vencido despues en una señalada batalla que les dió. Reparadas las cosas con esta victoria, y disimulado el dolor de habelles quitado á Cerdeña, tornaron á tratar de lo de España; donde por caer tan léjos de Roma pensaban podrian extender su señorío, y con mayores ventajas recompensar los daños pasados. Nombraron á Amilcar para aquel cargo con autoridad suprema de hacer y deshacer; el cual, al partirse de Cartago, segun la costumbre, hizo primero sus votos, y ofreció sus sacrificios; hallóse presente su hijo Aníbal, niño de nueve años, porque le quería llevar consigo á España. Hízole tocar al altar y que jurase por expresas palabras que, en siendo de edad, vengaria su patria contra los romanos y tomaria contra ellos las armas. Tenia Amilcar otros tres hijos mc

nores que Aníbal, es á saber, Asdrúbal, Magon y Hannon. Hízose Amilcar á la vela, y luego que llegó á Cádiz, los turdetanos, que sin hacer mudanza se habian conservado en la amistad de Cartago, enviaron embajadores á dalle la bien venida y ofrecelle sus gentes y fuerzas, si las hobiese menester. Con esta ayuda Amilcar, no solo recobró lo que antiguamente los suyos poseian en tierra firme, pero aun se apoderó de toda la Bética, parte por fuerza, y parte por voluntad de los naturales, que fué el año de la fundacion de Roma de 516. Era esta gente por aquel tiempo tan rica, que, como dice Estrabon, usaban de pesebres y de tinajas de plata. Añaden que, costeando con su armada las riberas del mar Mediterráneo, se metió por Ebro arriba, donde fundó un pueblo, que antiguamente llamaron Cartago la Vieja, y hoy se entiende que sea Cantavecha, pueblo pequeño de los caballeros y órden de San Juan, distante de la ciudad de Tortosa, entre poniente y septentrion, por espacio de diez leguas, en los pueblos dichos antiguamente Ilercaones, donde sin duda la puso Ptolemeo; por donde claramente se entiende cómo se engañan los que sienten que Cartago la Vieja fuese, ó la misma ciudad de Tortosa, ó tres leguas hacia el levante donde sale el sol, una aldea llamada Perelló, por ciertos paredones que alli hay, rastros manifiestos de edificio antiguo. El año siguiente se apoderó de todas las marinas, donde los Bastetanos y Contestanos se extendian hasta el mar, comarcas do hoy están las ciudades de Baza y Murcia; y no dista mucho de allí la de Sagunto, de donde vinieron embajadores á Amilcar para darle el parabien de las victorias y traerle presentes, si bien los de aquella ciudad estaban muy léjos de entregársele, aunque fuese con muy honestos y aventajados partidos. Despidiólos pues benignamente y con buenas palabras; pero el deseo que tenia de apoderarse de aquella ciudad era muy grande. Era menester buscar algun color para hacello y para cubrir su mal ánimo con capa de honestidad. Acordó de persuadir á los turdetanos que en los términos de Sagunto edificasen una ciudad, la cual consta se llamó Turdeto, y algunos quieren que sea Tiruel, apartada veinte leguas de Sagunto; esto sienten movidos solo por la semejanza del nombre, conjetura las mas veces engañosa y flaca. Resultó de aquel principio y por aquella causa diferencia entre aquellas dos naciones ó ciudades; ocasion á propósito para lo que pretendia Amilcar, que era apoderarse de los saguntinos y quitalles la libertad; ellos por sospechar lo que era, se resolvieron de no alborotarse ni tomar las armas contra los turdetanos. A la boca del rio Ebro hicieron los cartagineses fiestas y alegrías por todas las victorias pasadas, junto con celebrarse las bodas de Himilce, hija de Amilcar, con Asdrúbal, deudo del mismo, el año que se contaba de la ciudad de Roma 521. Hacíanse estos regocijos, y no por eso el capitan cartaginés se descuidaba de lo que á la guerra tocaba, antes desdo allí envió embajadores á los principales de la Gallia para ganarles las voluntades, por tener entendido que su amistad podria ser muy á propósito para la guerra que, en teniendo á España sujeta, pensaba hacer contra los romanos. Granjeólos con dádivas y con oro, de que ellos eran muy codiciosos, y España muy abundante. Luego el año siguiente movió con su gente y armada hácia los Pirineos; corrió y su

jetó todas aquellas riberas desde Tortosa hasta el rio que hoy llamamos Lobregat, y antiguamente se llamó Rubricato. Poco adelante dél fundó la nobilísima ciudad, cabeza de Cataluña, con nombre de Barcelona, por los Barquinos, del cual linaje él era. Otros atribuyen la fundacion de Barcelona á Hércules el Libio; otros á la ciudad Barcilona, que estaba en Asia en la provincia de Caria. Pero autores mas en número y de mayor antigüedad cuentan á nuestra Barcelona entre las pobla ciones cartaginesas, con que se refutan las dos opiniones postreras, y la primera se comprueba. Trataba destas cosas Amilcar, y juntamente pretendia apoderarse de Roses y de Ampúrias, ciudades cercanas, y que resistian á sus intentos por estar aliadas con los saguntinos, cuando muy fuera de su pensamiento le sobrevino la muerte en los pueblos Edetanos, donde era vuelto, por causa de acudir á las alteraciones que en la Bética estaban levantadas. Fué muerto en una batalla que dió á los naturales, que le salieron en gran número al encuentro, el noveno año poco mas ó menos despues que vino esta segunda vez á España. La pelea fué tan brava y sangrienta, que de pasados cuarenta mil hombres que llevaba consigo, mas de las dos tercias partes murieron á cuchillo. Los demás, muerto su general, se salvaron por los piés, y con la escuridad de la noche se pudieron recoger á las ciudades comarcanas de su devocion. Tito Livio dice que esta batalla se dió junto à un lugar y pueblo que se llamaba Castro CAPITULO VIII.

Alto.

De lo que Asdrúbal hizo.

Las fuerzas y armas de los cartagineses, despues desta rota tan memorable, refieren que revolvieron sobre la Bética ó Andalucía, donde echaron por el suelo una poblacion de los focenses, sin declarar qué nombre tenia; solo dicen que fué la primera que se alborotara en aquellas partes. Así, la que fué primera ocasion del daño, fué primeramente castigada. Esto en España. En Cartago, sabida la muerte de Amilcar, se trató en aquel Senado de enviar sucesor en su lugar para el gobierno de España. Hobo grande debate sobre el caso, y no se conformaban los pareceres. La ciudad estaba toda dividida en dos bandos, los edos y los barquinos, dos parcialidades y familias que en poder, riquezas y autoridad sobrepujaban á las demás. Los barquinos querian que Asdrúbal fuese elegido para aquel cargo; los edos otrosí, por envidia que les tenian, pretendian enviar de su linaje gobernador á España, de donde se recogian grandes riquezas. En tanto que por estos debates la resolucion se dilataba y estas diferencias andaban, llegó Aníbal desde España muy á propósito á Cartago. Con su llegada confirmó las voluntades y fuerzas de su bando, y se enflaquecieron los intentos del contrario. En fin, con sus amigos y por su autoridad y negociacion hizo tanto, que el cargo de España se encomendó á Asdrúbal, su cuñado. Entró en el Senado, hizo un largo y estudiado razonamiento; relató los trabajos de su padre, las cosas que gloriosamente habia acabado; cómo por su esfuerzo quedaba domada España; su desgraciada muerte, que resultó, no por alguna culpa suya, sino por la adversidad de la fortuna; que dejaba fundadas nuevas ciudades, y en las antiguas puestas

buenas generaciones; que la esperanza de sujetar todo lo demás de aquella provincia era grande, si por el mismo camino y traza se continuaba el gobierno; erraban si creian que los ánimos feroces de los españoles se podian domar por sola fuerza; que Asdrúbal era de edad á propósito, grande su autoridad, su esfuerzo y valentía, y no solo en las armas era ejercitado, sino tambien en la elocuencia, y en particular tenia grande destreza y maña para tratar los ánimos de los naturales; que en él solo las voluntades, así de los ejércitos como de los confederados, se conformaban. En señal de lo que decia, sacó un envoltorio de cartas que á su partida le dieron españoles y capitanes. Mirasen una y otra vez que con la mudanza del gobierno y con nuevas trazas no se enajenasen las voluntades de aquella nobilísima provincia, la cual ganada, quedarian acrecentados con sus riquezas y fuerzas, y no ternian que temer adelante algun revés ni desastre. Con aquel razonamiento y con las cartas quedó convencido el Senado para que el cuidado y gobierno de España se encomendase á Asdrúbal, como se hizo, año de la fundacion de Roma de 524. El cual pasado, dado que hobo órden en las cosas de España, el mismo Asdrúbal, acompañado de los principales de su gobierno, se partió para Cartago; que pensaba y aun pretendia gobernar á su voluntad toda la república, y que él solo tendria mas mano y poder que todos los demás magistrados. Esto pensaba él; las cosas sucedieron muy al revés, ca por maña y artificio de la parcialidad contraria, el pueblo y el Senado se persuadió que, con ayuda de su cuñado, Aníbal pretendia hacerse rey y señor de aquella ciudad libre. Pasó la alteracion por esta causa y las sospechas tan adelante, que fué forzado á dar la vuelta y embarcarse para España. Halló la provincia sosegada; por esto se determinó edificar en aquella parte por donde los Contestanos se tendian á la ribera del mar una ciudad, que llamaron Cartago la Nueva, á distincion de la otra que, como dijimos, Amilcar fundó cerca del rio Ebro. Llamóse asimismo esta nueva ciudad Cartago Spartaria, por el mucho espartó que hay por aquellas comarcas. Tiene otrosí un buen puerto, seguro de cualquier tormenta de vientos por los collados con que en derredor, como con un compás, está cerrado; una estrecha entrada, y para mayor seguridad una isleta, que le está puesta por frente como baluarte; los mas antiguos la llamaron Hercúlea, los latinos Scombraria, de cierto género de pescado, de que hay en aquellos lugares grande abundancia. Púdose esta poblacion comparar antiguamente con cualquier grande ciudad en la anchura de los muros, hermosura de los edificios, arreo, nobleza y número de ciudadanos. Al presente, aunque reducida á pequeño número de moradores, todavía conserva claros rastros de su antigua nobleza. Los romanos, avisados de todo lo que en España pasaba, magüer que ardian en deseo de contrastar á los intentos de los cartagineses y desbaratalles sus trazas, pero porque no pareciese eran ellos los primeros á quebrantar el concierto y asiento que tomaron poco antes, acordaron de disimular por entonces, Principalmente que eran avisados de la Gallia ulterior cómo aquella gente se conjuraba con los de la Gallia Cisalpina, que hoy es Lombardía, en daño del pueblo romano. Contentáronse pues con enviar una embajada á Marsella con voz y son de desbara

como dineros, pertrechos y soldados, con todo lo demás. Pero sus pensamientos é intentos atajó la muerte cuando menos lo pensaba, que le sobrevino el año segundo de la olimpíade 139, de la fundacion de Roma 532. Matóle un esclavo en venganza de su señor, que se llamaba Tago, y aunque era de los mas principales de España, Asdrúbal le habia hecho morir. Fué tan grande el gusto que el esclavo recibió con haber vengado á su señor y dado la muerte al dicho Asdrúbal junto al altar donde estaba sacrificando, que, si bien fué luego preso y le desmembraron y despedazaron con diversos tormentos, nunca dijo ni hizo cosa que mostrase tristeza, antes lo sufrió todo con rostro muy alegre y regocijado.

CAPITULO IX.

De la guerra saguntina.

Muerto que fué Asdrúbal de la manera que queda dicho, todo el gobierno de España se dió á su cuñado Aníbal; la voluntad y juicio de los soldados que lo pedian confirmó el favor del pueblo, y aprobó el Senado cartaginés. Hallábase en lo mejor de su edad, que era de veinte y seis años, poco mas ó menos. Era mozo de grande espíritu y corazon. Tenia naturalmente muy aventajadas partes, dado que los vicios y malas inclinaciones no eran menores. El cuerpo endurecido con el trabajo, el ánimo generoso, mas codicioso de honra que de deleites. Su atrevimiento era grande, su prudencia y recato notables. Estas virtudes afeaba y escurecia con la deslealtad, crueldad y menosprecio de toda

tar lo que pretendian los gallos; mas en hecho de verdad, con intento de concertarse por medio de los de Marsella con los pueblos que tenian los de aquella ciudad por amigos en las marinas de España; lo que fácilmente alcanzaron, y se efectuó en odio de los cartagineses, de quien mucho todos se recelaban. Los que primero hicieron alianza con los romanos fueron los de Ampúrias, ciudad contada entre los pueblos que antiguamente se llamaron Indigetes, que partian término con los Taletanos por una parte, y por otra con los Ceretanos, y se extendian desde el rio dicho Sameroca, hoy Sambucha, hasta lo postrero de los Pirineos. Por medio de las Ampúrias y á su instancia se concertaron tambien los de Sagunto y los de Denia, que fué el principio y ocasion de la nueva y gravísima guerra que no mucho despues desto se encendió entre los cartagineses y los romanos. No se podian encubrir tan grandes prácticas y negociaciones que no las entendiese Asdrúbal, ni tampoco lo que los romanos pretendian; mas parecióle disimular hasta tanto que todo estuviese á punto para la guerra que queria darles. Trató de asegurar las ciudades de su devocion; procuró por sus cartas que Aníbal volviese en España desde Cartago, donde hasta entonces le entretenian como por rehenes y se→ guridad de que Asdrúbal haria lo que era razon. Hobo grande dificultad en alcanzar del Senado la licencia para volver á España, á causa que Hannon, cabeza del bando contrario, hacia grande resistencia, diciendo convenia que le acostumbrasen á vivir en igualdad con los demás ciudadanos, y como particular obedecer á las leyes: recato muy á propósito para conservar su libertad. Llegado á España, los soldados y los amigos le re-religion. Verdad que era agradable y amado de todos, cibieron con grande muestra de alegría; Asdrúbal le nombró luego por su lugarteniente, que fué año de la fundacion de Roma de 528, en el cual tiempo vinieron á España embajadores enviados de Roma, y luego que les fué dada audiencia, declararon la causa de su venida, es á saber, que los de Cartago de tiempo atrás eran confederados y amigos del pueblo romano, que con el mismo de nuevo los españoles de la España citerior se habian concertado y hecho paz. Por donde, para que el un concierto no perjudicase al otro, pedian, lo que era muy justo, que los cartagineses en España tuviesen por término de su conquista y jurisdiccion al rio Ebro; y sin embargo, no tocasen los términos de los saguntinos, si bien caian de la otra parte del rio. En conclusion, que los unos no hiciesen daño ni agravio á los amigos y aliados de los otros. Quien esto quebrantase, fuese visto contravenir á las leyes del concierto y alianza que tenian hecha. Esta embajada, como cra razon, dió gran pesadumbre á los cartagineses, por adelantarse tanto los romanos, que en provincia ajena pusiesen leyes á los vencedores. Con todo esto, por dar tiempo al tiempo, entre tanto que se apercebian de lo necesario para la guerra, consintieron y vinieron en todo lo que los embajadores pidieron en nombre de su ciudad. Tanto mas, que desde Italia avisaban como los gallos transalpinos, aunque iban juntos con los de la Cisalpina, y por el mismo caso mas espantables, fueron desbaratados por los romanos en una grande batalla, en que quedaron muertos cuarenta mil dellos y diez mil presos. Asdrúbal gastó tres años enteros en aparejar lo que para la guerra que pensaba hacer entendia ser necesario,

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así de los menudos como de los principales. Eucargado del gobierno y avisado por el desastre de Asdrúbal, t mia que la muerte no le cortase los pasos; por donde desde luego comenzó á revólver en su pensamiento la forma que tendria para hacer guerra á los romanos. Era necesario buscar alguna causa y color honesto para romper con ellos. Parecióle seria lo mejor acometer á los saguntinos y vengar las injurias que habian hecho á sus aliados y amigos. Antes que al descubierto pusicse la mano en cosa tan grande, celebró con extraordinarios regocijos en Cartagena sus bodas con Himilce, vecina de Castulon, ciudad nobilísima, puesta donde hoy se ven los cortijos de Cazlona, no léjos de la ciudad de Baeza, rastros que quedan de su grandeza antigua. Era esta señora del linaje de Milico, antiguo rey de España; demás desto se decia que Cirreo Focense, de cuyo linaje asimismo venia Himilce, habia fundado aquella ciudad del nombre y apellido de su madre Castulona. El dote fué muy grande y conforme á su nobleza, por donde el poder de Aníbal se aumentó mucho en España, y no menos el favor y aplauso de los naturales, que le miraban ya como á ciudadano suyo y natural. Demás desto, en el tiempo de su gobierno y por su mandado se buscaron y hallaron mineros de oro y de plata, los cuales todos comunmente se llamaron los pozos de Aníbal. La riqueza que destos pozos salía se puede entender por lo que de uno dellos se escribe, Ilamado Bebelo, del cual cada dia se sacaban trecientas libras de plata pura y acendrada, que era valor de dos mil y seiscientos y cuarenta ducados. Al principio mo→ vió guerra contra los Carpetanos, que es el reino de

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