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en otros cuidados, ni con suceso alguno digno de memoria por la una ni por la otra parte. Bien que don Rodrigo Alfonso, por sobrenombre de Leon, hermano bastardo del rey Fernando, en una entrada que hizo en las tierras de Granada con intento de robar, quedó vencido en una pelea por los moros, que en mayor número se juntaron. Murieron en la pelea don Isidro, comendador de Mártos, que ya era aquella villa de los caballeros de Calatrava, y Martin Ruiz Argote con otras personas nobles y de cuenta y soldados en gran número; que fué una gran pérdida para los nuestros, así de gente como mengua de reputacion; por lo cual, mas que por la verdad y realidad de las cosas, se suelen gobernar los sucesos de la guerra. El rey Moro, ensoberbecido con esta victoria, talaba nuestras tierras sin que ninguno le fuese á la mano, mudada la fortuna de la guerra y trocado en atrevimiento el temor y miedo que los moros tenian antes. El rey don Fernando, avisado del peligro y del daño, mandó en Búrgos á su hijo don Alonso se apresurase para asegurar con su presencia el nuevo reino de Murcia, por estar él determinado de partirse para el Andalucía. Luego pues que llegó á. Andújar, dió el gasto á los campos de Arjona y de Jaen, ciudades que se tenian en poder de los moros. Arjona no mucho despues se ganó de los moros con otros pequeños lugares que se tomaron por aquella comarca. Desde allí envió el Rey á otro su hermano, don Alonso, señor de Molina, á lo mismo con un grueso ejército que le seguia, con que hizo entrada en los campos y tierra de Granada sin parar hasta ponerse sobre aquella ciudad. El rey don Fernando, por sospechar lo que podria suceder, á causa que de todas partes acudirian los moros á dar socorro á los cercados y con deseo de apretar el cerco, sobrevino él mismo con mayor golpe de gente. Con su venida y ayuda el ejército que acudió de los moros, aunque era muy grande, fué vencido en la pelea y desbaratado; pero no pudieron los nuestros ganar la ciudad por estar muy fortalecida, así por el sitio y baluartes como por la muchedumbre que tenia de los ciudadanos, especial que en el mismo tiempo vino aviso que los moros gazules, nombre de parcialidad entre aquella gente, tenian apretado á Mártos con cerco que le pusieron. Movido el Rey por esta nueva, envió adelante á don Alonso, su hermano, y al maestre de Calatrava para socorrer á los cercados, cuya venida no esperaron los moros. Pareció al Rey se habia hecho lo que bastaba para conservar su reputacion con la rota que dieron al enemigo, no menor de la que los suyos antes recibieron, además que se les tomaron muchos lugares. Volvió con su ejército salvo á Córdoba, año de 1242. Don Alonso, su hijo, por otra parte se gobernaba en lo de Murcia, no con menor prosperidad, porque de los tres pueblos que se dijo no querian sujetarse á los cristianos, por fuerza hizo que Mula se rindiese á su voluntad. Dió otrosí el gasto á los campos de Lorca y de Cartagena y les hizo todo mal y daño, tanto, que perdido de todo punto el brio, trataban entre sí de entregarse. A Sancho Mazuelos por lo mucho que en esta guerra sirvió le dió el infante don Alonso la villa de Alcaudete, que está cerca de Bugarra, tronco y cepa de los condes de Alcaudete, asaz nobles y conocidos en Castilla. El Rey, venido el invierno, se fué al Pozuelo, do su madre doňa Berenguela era llegada con deseo de velle y comunicalle algunas puri

dades por ser ya de muchos años y estar en lo postrero de su edad. Detúvose con ella y por su causa en aquel lugar cuarenta y cinco dias. Estos pasados, doña Berenguela se volvió á Toledo, el Rey á Andújar al principio del año de 1243; la Reina, su mujer, que le hacia compañía, se quedó en Córdoba. Las tierras de los moros debajo de la conducta del mismo rey don Fernando maltrataron los cristianos por todas partes, las de Jaen y las de Alcalá, por sobrenombre Benzaide; Illora fué quemada; llegaron con las armas hasta dar vista á la misma ciudad de Granada. Don Pelayo Correa, maestre de Santiago, que acompañó al infante don Alonso en la guerra de Murcia y fué gran parte en todo lo que se hizo, por este tiempo pasó al Andalucía y persuadió al Rey, que dudoso estaba, con muchas razones pusiese cerco con todas sus fuerzas sobre la ciudad de Jaen, que tantas veces en balde acometieran á ganar; ofrecíanse grandes dificultades en esta demanda: dentro de la ciudad gran copia de hombres y de armas y muchas vituallas, la aspereza del sitio y fortaleza de los muros, además que no era á propósito ei lugar para levantar máquinas y aprovecharse de otros ingenios de guerra. Está aquella ciudad puesta al lado de un monte áspero, tendida en largo entre levante y mediodía, es menos ancha que larga, tiene mucha agua y bastante por las fuentes perpetuas y muy frias de que goza, el rio Guadalquivir corre á tres leguas de distancia; los moros los años pasados para que sirviese de muy fuerte baluarte, la tenian proveida de municiones, soldados y de todas las cosas; ella por sí misma era de sitio muy áspero, las fortificaciones y soldados la hacian inexpugnable. Venció todo esto la autoridad y constancia de don Pelayo para que se pusiese cerco á aquella ciudad; proveyéronse todas las cosas necesarias, y el cerco se comenzó y apretó con todo cuidado, que en muchos dias y con muchos trabajos poco parecia se adelantaba. Sucedió que en Granada se alborotó la parcialidad y bando de los Oisimeles, gente poderosa. Corria aquel rey Moro por esta causa peligro de perder la vida y el reino; suspenso y congojado con este cuidado, deseaba buscar socorros contra aquellas alteraciones; ninguna cosa hallaba segura fuera de la ayuda de los cristianos. Acordó, con seguridad que le dieron, venir á los reales á verse con el rey don Fernando. Tuvieron su habla y trataron de sus haciendas. El Moro prometia que ayudaria al rey don Fernando y le serviria fuerte y lealmente, si le recibiese en su fe y proteccion, y en señal de sujecion de primera llegada le besó la mano. Tomóse con él asiento y hízose confederacion y alianza con estas capitulaciones: Jaen se rinda luego, las rentas reales de Granada se dividan en iguales partes entre los dos reyes, que llegaban por año en aquella sazon á ciento y setenta mil ducados; el rey Moro como feudatario todas las veces que fuere llamado sea obligado á venir á las Cortes del reino; los mismos enemigos sean comunes á entrambos y tambien los amigos. Era cosa muy honrosa para el rey don Fernando que hombres de diversa religion hiciesen dél confianza y pretendiesen su amistad y compañía con tan ardiente deseo y partidos tan desaventajados. Con esto, hecha la confederacion, se rindió la ciudad; el Rey entró dentro con una solemne procesion. Mandó rehacer los muros, Y limpiado el templo, procuró fuese consagrado á la

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manera de los cristianos por don Gutierre, obispo de Córdoba; y para que la devocion y veneracion fuese mayor, le hizo catedral y puso proprio obispo en aquella ciudad. Sobre el tiempo en que se ganó Jaen no concuerdan los autores; los mas doctos y diligentes señalan el año 1243; los Anales de Toledo añaden á este cuento tres años, y señalan que se tomó mediado abril. Duró el cerco ocho meses; y aunque el invierno fué muy recio, siempre los nuestros perseveraron en los reales. En este año puso fin á su historia el arzobispo don Rodrigo, que dice fué de su pontificado el trigé simotercio. En el siguiente hallo que los catalanes y aragoneses anduvieron alborotados entre sí y contrastaron sobre los términos de cada uno de aquellos estados, porque entrambos pretendian que Lérida era de su jurisdiccion. Los aragoneses alegaban que sus tierras y sus aledaños llegaban hasta el rio Segre; los catalanes señalaban por término comun al rio Cinga. El rey don Jaime se mostraba mas aficionado á los catalanes, porque, dividido el reino, pretendia dejar á don Alonso, su hijo mayor, por heredero de Aragon, y el principado de Cataluña queria mandar á don Pedro, hijo menor y mas amado, habido en doña Violante, su segunda mujer. Nombraron jueces para que señalasen la raya y los términos, alegaron las partes de su derecho, finalmente, cerrado el proceso en unas Cortes que se juntaron en Barcelona, dió el Rey sentencia en favor de los catalanes, á cuyo príncipado adjudicó todo aquel pedazo de tierra que ciñen los rios Segre y Cinga, resolucion que ofendió los ánimos de don Alonso, su hijo, y de muchos señores de Aragon y aun de los catalanes. Lo que principalmente les daba disgusto era que, dividido el reino en partes, era necesario se enflaqueciesen las fuerzas de los cristianos. Por esto el infante don Alonso claramente se apartó de su padre, y sentido dél se estaba en Calatayud y con él los que seguian su voz. Estos eran don Fernando, tio del Rey, abad de Montaragon, don Pedro Rodriguez de Azagra, don Pedro, infante de Portugal, y otras personas principales y de grandes estados, de la una nacion y de la otra, aragoneses y catalanes, que á todos comunmente alteraba aquella novedad y acuerdo del Rey muy errado.

CAPITULO IV.

Que don Sancho, rey de Portugal, fué echado del reino. Los portugueses andaban divididos en bandos y alterados con revueltas domésticas y alborotos por la ocasion que se dirá. Don Sancho, segundo deste nombre, llamado Capelo, de la forma y sombrero de que usaba, tenia aquel reino, que gobernó al príncipio no de todo punto mal, porque se halla que trabajó los moros comarcanos con guerras y que hizo donacion á. los caballeros y órden de Santiago de Mertola y otros Jugares que ganó á los moros; en lo demás fué de condicion tan mansa, que parece degeneraba en descuido y flojedad. Su mujer doña Mencía, hija de don Lope de Haro, señor de Vizcaya, en tanto grado se apoderó de su marido, que no parecia ser ni ella mujer, sino rey, ni él príncipe, sino ministro de los antojos de la Reina. Con ella en privanza y autoridad podian mucho los que menos de todos debieran, con estos so

los comunicaba sus consejos y puridades; sin ellos ni en la casa real ni fuera della se hacia cosa que de algun momento fuese. Por el antojo y para sus aprovechamientos destos daba el Rey las honras y cargos, perdonaba los delitos y el castigo las mas veces, sin saber lo que se hacia ni ordenaba. Esto acarreó al Rey su perdicion, como suele acontecer que los excesos de los criados redundan en daño de sus príncipes y señores, y tambien al contrario. Los grandes llevaban mal que la república se gobernase por voluntad y consejo de hombres bajos y particulares. Tratado el negocio entre sí, pretendieron lo primero que aquel matrimonio se apartase con color de parentesco y porque la Reina era estéril. Propúsose el negociado al romano Pontífice; personas religiosas otrosí acometieron á poner sobre el caso escrúpulo al Rey, que, fuera de ser descuidado, no era persona de mala conciencia. No aprovechó cosa alguna esta diligencia por no ser fácil negociar con el Papa y estar el Rey de tal manera prendado con los halagos de la Reina, que el vulgo entendia y decia que le tenia enhechizado y fuera de sí; dado que el ánimo prendado del amor no tiene necesidad de bebedizos para que parezca desvariar. Tenia don Sancho un hermano menor que él, de excelente natural, por nombre don Alonso, casado con Matilde, condesa de Boloña, en Francia. Acordaron los grandes de Portugal que los obispos de Braga y de Coimbra fuesen á informar al pontífice Inocencio sobre el caso, el cual en este tiempo, con deseo de renovar la guerra sagrada de la Tierra-Santa, celebraba concilio en Leon de Francia. Avisado el Pontifice de lo que pasaba y de las causas de la embajada que traian de tan léjos, sin embargo no pudieron alcanzar que don Sancho fuese echado del reino; solamente les concedió que su hermano don Alonso en su nombre, en tanto que viviese, los gobernase. De que hay una carta decretal del mismo Inocencio á los grandes de Portugal con data deste mismo año, que es el capítulo segundo de supplenda negli gentia prælatorum, en el libro sexto de las Epistolas decretales. Don Alonso acudió primero á verse con el Pontífice; tras esto juró en Paris las leyes y condiciones que entre los principales de su nacion tenian acordadas, que en sustancia eran miraria por el bien público y pro comun. Hecho esto, pasó á Portugal. Los nobles le estaban aficionados; del Rey poca resistencia se po→ dia temer, y poca esperanza tenian de su emienda. Así, sin dilacion y sin que ninguno le fuese á la mano, se apoderó de todo. De que todavía resultaron nuevas reyertas, en que anduvieron tambien revueltos los reyes de Castilla don Fernando y don Alonso, su hijo. Lo primero el rey don Sancho se retiró á Galicia, donde la Reina estaba, forzada á huir de la misma tempestad; despues, como quier que lo que pretendia de ser restituido en el reino no le sucediese, se fué á Toledo al rey don Alonso, que á la sazon sucediera á don Fernando, su padre. Pensó recobrar el reino con las fuerzas de Castilla. Impidió sus trazas la diligencia de don Alonso, su hermano, que prometió, repudiada la primera mujer, casarse con doña Beatriz, hija bastarda del rey don Alonso, y salia á pagar tributo y parias por el reino de Portugal cada un año, segun que antiguamente se acostumbraba. Esta comodidad prevaleció contra lo que parecia mas honesto y justificado. Allegóse el de

creto del Pontífice, que dió sentencia por don Alonso y le juzgó por libre del primer matrimonio. Tomado este asiento, sin dilacion las nuevas bodas se celebraron. El dote fueron ciertos lugares en aquella parte de Portugal por do el rio Guadiana desagua en el mar, que poco antes desto por las armas de Castilla se conquistaran de los moros, y los portugueses pretendian que eran de su conquista y que les pertenecian. Algunos entienden que desta ocasion la tomaron los reyes de Portugal de añadir á las armas antiguas y á las quinas por orla los castillos que hoy se pintan en sus escudos. El rey don Sancho, perdida toda la esperanza de recobrar su reino, pasó lo demás de su vida en Toledo, con rentas que el rey de Castilla liberalmente le señaló para sustentar su cașa y corte. Muerto, le hicieron honras como á rey, y su cuerpo sepultaron en la misma iglesia mayor y en el mismo lugar en que el emperador don Alonso y don Sancho, su hijo, detrás del altar mayor, estaban enterrados. Del tiempo en que murió no concuerdan los autores; quién dice que trece años adelante del en que la historia va, y que tuvo nombre de Rey por espacio de treinta y cuatro años, primero con poca autoridad, despues con ninguna, por haberle quitado su estado; otros que solos tres años, que tengo por mas acertado. A la sazon que don Sancho falleció tenia don Alonso cercada á Coimbra, ca se mantenia todavía en la fe del rey don Sancho apretábala grandemente; los cercados, aunque | tenian grande falta de todas las cosas, obstinadamente perseveraban en su propósito. Flectio, alcaide de la fortaleza y gobernador de la ciudad, avisado de la muerte de don Sancho, su señor, y no se asegurando de todo punto fuese verdad, pidió licencia de ir á Toledo para informarse mejor de lo que pasaba. Diósela don Alonso de buena gana, y entre tanto hicieron treguas con los cercados. Flectio, llegado á Toledo y sabida la verdad, abierto el sepulcro del Rey muerto, le puso en las manos las llaves de Coimbra, con estas palabras que le dijo. «En tanto, Rey y señor, que entendí érades vivo, sufrí extremos trabajos, sustenté la hambre con comer cueros, bebí urina para apagar la sed; los ánimos de los ciudadanos que trataban de rindirse animé y conforté para que sufriesen todos estos males. Todo lo que se podia esperar de un hombre leal y constante, y que os tenia jurada fidelidad he cumplido. Al presente que estais muerto, yo vos entrego las llaves de vuestra ciudad, que es el postrer oficio que puedo hacer; con tanto, habida vuestra licencia, avisaré á los ciudadanos que he cumplido con el debido homenaje, que pues sois fallecido, no hagan mas resistencia á don Alonso, vuestro hermano.» Lealtad y constancia digna de ser pregonada en todos los siglos, loa propria de la sangre y gente de Portugal. CAPITULO V.

Principio de la guerra de Sevilla.

Con el concierto que el rey don Fernando hizo con el de Granada comenzó á tener grande esperanza de apoderarse de la ciudad de Sevilla. Quinientos caballos ligeros, debajo de la conducta del mismo rey de Grauada, fueron delante en tanto que se apercebia lo de

tiguamente pueblo muy principal. Alcalá, por sobre-
nombre Guadaira, á persuasion del rey de Granada se
rindió. Desde allí un grueso escuadron pasó á Sevilla y
puso fuego á las mieses, que ya estaban sazonadas, á
las viñas y olivares, que tiene muy principales; de tal
manera, que por todo aquel campo se veian los fuegos
y humo con que las heredades y cortijos se quemaban.
Iba por capitan desta gente don Pelayo Correa, maes-
tre de Santiago. Otro buen golpe de soldados maltra-
taba de la misma manera y hacia los mismos daños en
los campos de Jerez; los capitanes, el rey de Granada
y el maestre de Calatrava. El mismo rey don Fernando
se quedó en Alcalá de Guadaira con intento de pro-
veer todo lo necesario y acudir á todas partes. Lo que
principalmente pretendia era no aflojar en la guerra,
porque no tuviese el enemigo tiempo y comodidad de
fortificarse; que fué causa de no poderse hallar á las
honras y enterramiento de doña Berenguela, su madre,
que falleció por el mismo tiempo. Siguióse la muerte
de don Rodrigo, arzobispo de Toledo; quién dice
á 9 dias del mes de agosto del año de 1245, quién del
año 1247, á 10 de junio, con lo cual va el letrero de
su sepulcro. Hace maravillar que en fallecimiento de
persona tan señalada no recuerden los autores ni las
memorias, sin que se pueda averiguar la verdad.
Ambas muertes fueron sin duda en grave daño de la
república por las señaladas virtudes que en ellos res-
plandecian. La Reina era de grande edad; don Ro-
drigo, demás de estar muy apesgado con los años, se
hallaba quebrantado con muchos trabajos, en especial
de un nuevo viaje que hizo últimamente á Leon de
Francia, do se celebraba el Concilio lugdunense. Pre-
tendia, demás de hallarse en el Concilio y acudir á las
necesidades universales de la Iglesia, allanar á los ara-
goneses en lo tocante á su primacía. Los años pasados
los prelados de aquella corona en un Concilio valenti-
no provincial publicaron una constitucion, en que
mandaban que el arzobispo de Toledo no llevase guion
delante en aquella su provincia, pena de entredicho
al pueblo que lo consintiese. Don Rodrigo en cierta
ocasion, por el derecho de su primacía, continuó á
llevar su cruz delante alzada, como lo tenia de costum-
bre. Don Pedro de Albalate, arzobispo de Tarragona,
principal atizador de aquella constitucion y de todo
este pleito, le declaró por descomulgado y transgresor
de aquel su decreto. Acudieron á Gregorio IX, sumo
pontifice, que pronunció sentencia por Toledo y en fa-
vor de su primacía. No acababan de rendirse los de Ara-
gon, que fué la causa de emprender en aquella edad
jornada tan larga, á lo que yo entiendo. Concluidos los
negocios, en una barca por el Ródano abajo daba la
vuelta, cuando le salteó una dolencia,
de que
falleció
en Francia. Su cuerpo, segun que él lo dejó dispuesto,
trajeron á España y le sepultaron en Huerta, monas-
terio de bernardos, á la raya de Aragon. Junto al altar
mayor se ve su sepulcro con un letrero eu dos versos
latinos, grosero asaz como de aquel tiempo y sin pri-
mor, cuyo sentido es:

NAVARRA ME ENGENDRA, CASTILLA ME CRIA;
MI ESCUELA PARIS, TOLEDO ES MI SILLA;

EN HUERTA MI ENTIERRO; TÚ AL CIELO, ALMA, GUIA.

más para talar los campos de Carmona, que fué an- Su cuerpo murió, la fama de sus virtudes durará por

muchos siglos. Fundó en su iglesia doce capellanías | para mayor servicio del coro y con cargo de misas que se le dicen. Sucedióle don Juan, segundo deste nombre entre aquellos arzobispos. Hállanse papeles en que le llaman don Juan de Medina, creo por ser natural de aquella villa. Por el mismo tiempo don Ramon, conde de la Proenza, pasó desta vida, muy digno de loa por el amor que tuvo á las letras y aficion á la poesía. Solo se nota en él una señalada ingratitud de que usó con Romeo, mayordomo de su casa, cuya industria, con buenos medios, hizo que valiesen al tresdoble las rentas de aquel estado; mas como á la virtud acompaña la envidia, fué acusado y forzado á que diese cuenta del recibo y del gasto. Hízosele el cargo, dió su descargo; y conocida su fidelidad, se partió como peregrino con su bordon y talega, como al principio vino de Santiago, sin que jamás se pudiese entender quién era ni dónde se fué. De cuatro hijas que tuvo don Ramon, Margarita casó con san Luis, rey de Francia; Leonor con Enrique, rey de Ingalaterra; Sancha con Ricardo, hermano del dicho Enrique; Carlos, conde de Anjou, casó con doña Beatriz; con la cual, dado que era la menor de todas, por la grande aficion que le tenian los proenzales y con la ayuda que le dió Luis, rey de Francia, su hermano, por la muerte de su suegro heredó aquel principado. En este medio el rey don Fernando se tenia en Córdoba con resolucion de combatir á Sevilla y cercalla con todas sus fuerzas; envió á Ramon Bonifaz, ciudadano de Búrgos, muy ejercitado en las cosas de la mar, para que en Vizcaya pusiese á punto una armada por la comodidad de los bosques, y ser los de aquella nacion señalados en la industria y ejercicios de navegar. En tanto que esta armada se aprestaba, puso el cerco sobre Carmona con la mas gente que pudo, el año 1246, poco mas o menos, villa fuerte y que estaba apercebida para todo lo que podia suceder, fortificada contra los enemigos de muros, municionada de armas, fuerzas y vituallas; no la pudieron tomar, solamente la forzaron á pagar de presente la cantidad de dineros que le fué impuesta, y para adelante las parias que se señalaron cada un año. Constantina, Reina, Lora, pueblos que antiguamente se llamaron el primero Iporcense municipium, el segundo Regina, el tercero Ajalita, sin estos Cantillana

y

Guillena se ganaron unos por fuerza, otros se rindieron por su voluntad. Reina fué dada al órden de Santiago, Constantina á la ciudad y ayuntamiento de Córdoba, Lora á los caballeros de San Juan. Todo sucedia prósperamente á los nuestros; solo se recelaban del rey de Aragon no les fuese impedimento en aquella tan buena ocasion, por estar desgustado contra el infante don Alonso, que residía en el reino de Murcia. Pretendia el Aragonés que el Infante no guardaba los términos y la raya de la conquista de aquellos reinos que antiguamente señalaron. Temíase alguna revuelta por esta causa. Algunas personas principales y de autoridad, que para concertar esto señalaron de la una y de la otra parte, buscaban algun camino para componer estas diferencias. Pareció el mejor que don Alonso casase con doña Violante, hija del rey don Jaime; partido y traza que venia á cuento á ambas naciones y provincias, que tan grandes reyes se trabasen de nuevo entre sí con vínculo de parentesco. Moviéronse estas

pláticas, vinieron en ello las partes, las bodas se celebraron en Valladolid por el mes de noviembre con aparato real y toda muestra de alegría, puesto que el rey don Fernando no se halló presente. El cuidado que tenia de la guerra de Sevilla le impidió, que pretendía hacer con tanto mayor ánimo, que Ramon Bonifaz con una armada de trece naves que puso á punto en Vizcaya, costeadas aquellas marinas y doblado el Cabo de Finisterrae, aportó á la boca de Guadalquivir por la parte que descarga en la mar. Venció otrosí allí en una batalla naval la armada de los enemigos. Los moros de Tánger y Ceuta habian concurrido para socorrer á Sevilla, avisados de la venida de los nuestros. Salieron pues con sus bajeles del puerto, que llegaban á número de veinte entre galeras y naves; pelearon con gran porfía; los de Africa no reconocian mucha ventaja á los de Vizcaya, por ser hombres do guerra, ejercitados en las armas, y que sobrepujaban en el número de la armada. Los vizcaínos, confiados en la ligereza de sus navíos y en la destreza de los pilotos, burlaban los acometimientos de los enemigos, y cuando hallaban ocasion de venir á las manos, aferraban con sus naves y pasaban muchos dellos á cuchillo; tres naves de los moros se tomaron, dos echaron á fondo, á una pusieron fuego, las demás fueron forzadas á huir. Envió el Rey en socorro de su armada buen número de caballos, movido por el peligro de los suyos; pero ¿qué podian prestar? Antes que llegasen á la ribera tenian los nuestros desbaratados los enemigos y ganada la victoria. Tanto mas creció el deseo que todos tenian de acometer aquella empresa, en particular el Rey, dejados los demás cuidados aparte, solo en este pensamiento dias y noches se ocupaba.

CAPITULO VI.

Que en Aragon se puso entredicho general.

A esta sazon en Aragon estaba puesto entredicho y tenian cerrados todos los templos de la provincia; triste silencio y suspension del culto divino, castigo de que los pontífices suelen usar contra los excesos de los príncipes y para curallos, como el postrero remedio, saludable á las veces y eficaz medicina como entonces aconteció. Fué así, que don Jaime, rey de Aragon, cuando era mas mozo, tuvo conversacion con doña Teresa Vidaura, la cual le puso pleito delante del romano Pontífice y le pedia por marido; alegaba la palabra que le dió, contra la cual no se pudo con otra casar. No tenia bastantes testigos para probar aquel matrimonio por ser negocio clandestino. Así, se dió sentencia en el pleito contra doña Teresa y en favor de la reina doña Violante. Solo el obispo de Girona, á quien hay fama de se→ creto le comunicó el Rey toda esta puridad, no se sabo con qué intento, pero en fin, dió aviso al pontífice Inocencio IV que el Rey no hacia lo que debia en no guardar la palabra que tenia dada; que el postrer matrimonio se debia apartar como inválido, y parecia justo que doña Teresa fuese tenida por verdadera mujer; que el Rey se lo habia así confesado en secreto, y su conciencia no sufria que con tan grande pecado dejase enredar al Rey, al pueblo y á sí mismo si callaba, de que resultasen despues graves castigos; que esto le avisaba por aquella carta escrita en cifra para que en todo se

reconciliar al Rey con la Iglesia, que se hizo el mes siguiente á 19 de octubre. En Lérida con solemne ceremonia fué el Rey absuelto de las censuras en que incurrió por aquel caso. Del obispo de Girona no refieren mas de lo dicho, ni aun declaran qué nombre tuvo. De los archivos y becerro del monasterio benifaciano se tomó todo este cuento; dado que los mas de los historiadores no hicieron dél mencion, pareció no pasalle en silencio. El lector le dé el crédito que la cosa misma merece. De aquí sin duda y destos papeles se tomó ocasion para la fama que vulgarmente anduvo deste Rey y anda sobre este caso.

guardase mas recato. Ninguna cosa se pasa por alto á los príncipes, por ser ordinario que muchos con derribar á otros por medio de acusaciones verdaderas ó falsas y de chismes pretenden alcanzar el primer lugar de privanza y de poder en los palacios de los reyes. Pues como el Rey tuviese aviso que en Roma, mudados de parecer, ordinariamente favorecian la causa de doña Teresa, y que el Pontífice manifiestamente se inclinaba á lo mismo, quier fuese que le dieron aviso del que le descubrió, ó que por su mala conciencia sospechase lo que era, hizo venir al obispo de Girona á la corte. Venido, luego que le tuvo en su presencia, le mandó cortar la lengua; cruel carnicería y torpe venganza de un desórden con otro mayor, y con nueva impiedad colmar el pecado pasado; si bien el Obispo era merecedor de cualquier daño, si descubrió el sigilo de la confesion y la religion de aquel secreto; cosa que nunca se permite. Luego que el pontífice Inocencio, que á la sazon en Leon celebraba un concilio general, como poco antes se dijo, fué avisado de lo que pasaba, cuánto dolor haya concebido en su ánimo, con cuán grandes llamas de saña se abrasase, no hay para qué declarallo; basta decir que puso entredicho en todo el reino, como de ordinario los excesos de los príncipes se pagan con el daño de la muchedumbre y de los particulares, y al Rey declaró públicamente por descomulgado. Conoció el Rey su yerro, y por medio de Andrés Albalate, obispo de Valencia, que envió por su embajador sobre el caso, pidió humilmente penitencia y absolucion. Decia que le pesaba de lo hecho; pero pues no podia ser otra cosa, que como padre y pontífice diese perdon á su indignacion, la cual fue si no justa, á lo menos arrebatada; que estaba presto á satisfacer con la pena y penitencia que fuese servido imponerle. Oida la embajada, el Pontifice envió por sus embajadores al obispo de Camarino y á Desiderio, presbítero, para que en Aragon se informasen de todo lo que pasaba. Dióles otrosí poder muy lleno de reconciliar al Rey con la Iglesia, si les pareciese que su penitencia lo merecia. Hízose en Lérida junta de obispos y de señores; halláronse en particular presentes los obispos de Tarragona, de Zaragoza, de Urgel, de Huesca, de Elna. En presencia destos prelados el Rey, puestas en tierra las rodillas, despues de una grave reprehension que se le dió, fué absuelto de aquel exceso. La penitencia fué que acabase á sus expensas de edificar el monasterio benifaciano, que con advocacion de Nuestra Señora en los montes de Tortosa veinte años antes desto, luego que se tomó el pueblo de Morella se comenzara, y se edificaba poco á poco, y acabada la fábrica, le diese de renta para en cada un año docientos marcos de plata, con que los monjes del Cistel se pudiesen sustentar en el dicho monasterio. En Valencia tenian comenzado á edificar un hospital para albergar los pobres y peregrinos. A este hospital señalaron mayores rentas, es á saber, seiscientos marcos de plata cada un año, con que los pobres y peregrinos se sustentasen, y juntamente algunos capellanes para que dijesen misa y ayudasen al buen tratamiento y regalo de los pobres. Añadióse á esto que en Girona, en la iglesia mayor fundase una capellanía para que perpetuamente se hiciesen sacrificios y sufragios por el Rey y por sus sucesores. El Pontífice expidió su bula á los 22 de setiembre, año de 1246, en que da poder á los dos nuncios para

CAPITULO VII.

Que Sevilla se ganó.

En lo postrero de España, hácia el poniente, está asentada Sevilla, cabeza del Andalucía, noble y rica ciudad entre las primeras de Europa, fuerte por las murallas, por las armas y gente que tiene; los edificios públicos y particulares á manera de casas reales son en gran número, la hermosura y arreo de todos los ciudadanos muy grande. Entre la ciudad, que está á mano izquierda, y un arrabal llamado Triana pasa el rio Guadalquivir acanalado con grandes reparos y de hondo bastante para naves gruesas, y por la misma razon muy á propósito para la contratacion y comercio de los dos mares Océano y Mediterráneo. Con una puente de madera fundada sobre barcas se junta el arrabal con la ciudad y se pasa de una parte á otra. En la ciudad está la casa real en que los antiguos reyes moraban; en el arrabal un alcázar de obra muy firme, que mira el nacimiento del sol. Una torre está levantada cerca del rio, que por el primor de su edificio la llaman de Oro vulgarmente. Otra torre edificada de ladrillo, que está cerca de la iglesia mayor, sobrepuja la grandeza de las demás obras por ser de sesenta varas en ancho y cuatrotanto mas alta; sobre la cual se levanta otra torre menor, pero de bastante grandeza, que al presente de nuevo está toda blanqueada y al rededor adornada de variedad de pinturas, hermosas á maravilla á los que la miran. ¿Qué necesidad hay de relatar por menudo todas las cosas y grandezas desta ciudad tan vaga y llena de primores y grandezas? Hay en la ciudad en este tiempo mas de veinte y cuatro mil vecinos, divididos en veinte y ocho parroquias 6 colaciones. La primera y principal es de Santa María, que es la iglesia mayor, con el cual templo en anchura de edificio y en grandeza ninguno de toda España se le iguala. Vulgarmente se dice de las iglesias de Castilla: la de Toledo la rica, la de Salamanca la fuerte, la de Leon la bella, la de Sevilla la grande. Tiene su fábrica de renta treinta mil ducados en cada un año, la del Arzobispo llega á ciento y veinte mil, las calongías y dignidades, así en número como en lo demás, responden á esta grandeza. Los campos son muy fértiles, llanos y muy alegres por todas partes, por la mayor parte plantados de olivas, que en Sevilla se dan muy bien, y el esquilmo es muy provechoso; de allí se llevan aceitunas adobadas, muy gruesas, de muy buen sabor, á todas las demás partes. El trato es tan grande y la granjería tal, que en los olivares llamados Ajarafe, en tiempo de los moros se contaban cien mil, parte cortijos, parte trapiches ó molinos de aceite; y dado que

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