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por las dichas ciudades fuese sujeto al rey de Aragon y le hiciese homenaje. Demás desto, que todas ellas se gobernasen por las leyes de Cataluña, y no pudiesen en particular y por su autoridad batir moneda. Demás desto le dió á Mallorca con título de rey y á Mompeller en la Francia. Por esta manera puso el padre en paz á los dos hermanos, que comenzaban á tener diferencias sobre la sucesion y juntamente alborotarse. Los grandes, divididos en bandos, sin cuidado ninguno de hacer el deber, antes con deseo cada cual de adelantarse y mejorar sus haciendas, avivaban el fuego y la llama de la discordia entre aquellos dos príncipes, mozos y hermanos.

CAPITULO XIV.

Que los Merinos se apoderaron de Africa.

Entre tanto que estas cosas se hacian en España, una nueva guerra muy grave y la mayor de todas las pasadas parecia de presente amenazalla, á causa de un nuevo imperio que se fundó estos años en Africa. Vencidos los Almohades y muertos, el linaje de los Merinos levantaba por las armas y despertaba el antiguo esfuerzo de su nacion, que parecia estar abatido y flaco por la flojedad de los reyes pasados. Trataban otrosí de pasar la guerra en España con esperanza cierta de reparar en ella la antigua gloria y el imperio de su nacion, que casi estaba acabado. Despues que Maliomad, por sobrenombre el Verde, fué por las armas de los cristianos vencido en las Navas de Tolosa, y despues que murió de su enfermedad, sucedió en su lugar Arra❤ sio, su nieto, hijo de Busafo, que finó en vida del Rey, su padre, en tiempo que el imperio de los Alinohades se extendia en Africa desde el mar Atlántico, que es el Océano, hasta la provincia de Egipto. Pusieron por gobernador de Tremecen, ciudad puesta á las marinas del mar Mediterráneo, en nombre del nuevo Rey un moro, llamado Gomaranza, del linaje de los moros Abdulveses, muy noble y poderoso en aquellas partes. Este, por hacer poco caso de su Rey ó por fiarse mucho de sus fuerzas, fué el primero que se determinó de empuñar las armas contra él. Arrasio acudió con su ejército á aquellas alteraciones, pero fué muerto á traicion. Ningunas asechanzas hay mas perjudiciales que las que se arman debajo de muestra de amistad ; un pariente de Gomaranza, que salió del castillo con muestra de dar aviso al Rey de lo que pasaba, fué el que le dió la muerte y el ejecutor de tan grave maldad. Muerto el Rey, las gentes que le seguian fueron vencidas y desbaratadas con una salida que el traidor levantado hizo del castillo Tremesesir, en que el Rey le tenia cercado. Los que escaparon de la matanza se recogieron á Fez, que caia cerca de aquella parte de Africa que se llama el Algarve, que es lo mismo que tierra llana. Recogió y acaudilló estas gentes Bucar Merino, gobernador que era de Fez, confiado y deseoso de vengar á su señor; con que en una nueva batalla deshizo á los traidores, y en premio de su trabajo y porque no pareciese hacia la guerra con su riesgo y en provecho de otro, se determinó mudar el nombre de gobernador en apellido de rey y apoderarse para sí y para sus decendientes, como lo hizo, del imperio de Africa. Por esta manera, no vengada la traicion, sino trocado el traidor, Bucar Merino se hizo fundador de un nuevo imperio en Africa. Porque Almor

canda, que era del linaje de los Almohades, y en Marruecos sucediera en lugar de Arrasio, como saliese en busca de Bucar, fué vencido en una batalla cerca de un pueblo llamado Merquenosa, que está una jornada de la ciudad de Fez. Resultó que de un imperio en Africa se hicieron dos, que duraron por algun tiempo, el de Marruecos y el de Fez. A Bucar sucedió su hijo Hiaya. Por muerte deste, que falleció en su pequeña edad, su tio Jacob Abenjuzef, que gobernaba el reino en su nombre, hombre de gran ingenio y de gran experiencia en las armas, no solo quedó por señor de lo de Fez, sino con facilidad increible ganó para su familia y decendientes el imperio de Marruecos y casi de toda la Africa. Ninguna nacion hay en el mundo mas mudable que la africana, que es la causa porque ningun imperio ni estado puede entre aquella gente durar largo tiempo. Budebusio, que era del linaje de los almohades, moro de grande poder, por estar sentido que Almorcanda le hobiese sido preserido para ser rey de Marruecos, que no era mas pariente que él ni tenia deudo mas cercano con los reyes almohades difuntos, se determinó probar ventura si podia salir con aquel imperio, y como le faltasen las demás ayudas, acudió á Jacob, rey de Fez. Prometióle, si le ayudaba, mas tierras de las que tenia y en particular todo lo que hay desde tierra de Fez hasta el rio Nadabo. No era de desechar este partido, en especial que se ofrecia ocasion por la discordia de los almohades de apoderarso él de todo el imperio de Africa, bastante motivo para intentar la nueva guerra. Así que, juntadas sus gentes, marcharon contra el enemigo. Almorcanda, que no estaba bien arraigado en el imperio ni tenia fuerzas bastantes, desamparada la ciudad de Marruecos, dejó tambien el reino á su contrario. Con esta victoria apoderado de aquel estado, no quiso pasar por lo que concertó con Jacob, aunque muchas veces le hizo sobre ello instan- cia, y ordinariamente los que en el peligro se muestran mas humildes, en la prosperidad usan de mayor ingratitud, en tanto grado, que el nuevo rey Budebusio daba muestras de querer acometer con las armas la ciudad de Fez. Por esta manera una nueva guerra se despertó y se hizo por espacio de tres años. El pago de quebrantar la palabra fué que Jacob, ganado que trobo una victoria de su enemigo y contrario, se apoderó de Marruecos; despues desto, como quier que todo le sucedieso prósperamente, quedó por rey de toda Africa, sacadas dos ciudades, la de Tremecen y la de Túnez. En aquella revuelta dos señores del linaje y secta de los almohades las tomaron, y con las fuerzas de su parcialidad y por caer léjos, así ellos como sus decendientes las defendieron con nombre de reyes, bien que de poco poder y fuerzas. Deste linaje sin que faltase la línea decendió Mulease, rey de Túnez, aquel que pocos años ha, echado de su reino, si con justicia ó sin ella no hay para quó tratallo aquí, pero ahuyentado y que andaba desterrado sin casa y sin ayuda, el emperador Carlos V con las armas y poder de España le restituyó en el reino de sus padres despues que echó de Túnez con una presteza adinirable á Áradieno Barbaroja, gran cosario, por merced de Soliman, emperador de los turcos, y en su nombro señor de aquella ciudad y reino; ocasion, á lo que parecia, para hacer que toda Africa volviese al señorío de cristianos.

CAPITULO XV.

Que se renovó la guerra de los meros. Estos eran los linajes de los moros que estaban apoderados de Africa. En España Mahomad Alhamar era rey de Granada, de Murcia Hudiel; pequeñas sus fuerzas, muy menoscabada la majestad de su estado, y el uno y el otro eran tributarios de don Alonso, rey de Castilla. Estos, cansados de la amistad de los nuestros y con esperanza del socorro de Africa á causa que el nombre de Jacob, rey de Marruecos, comenzaba á cobrar gran fama, trataron entre sí de levantarse. Los que poco antes eran competidores y enemigos muy grandes, al presente se confederaron y hicieron alianza, como suele acontecer que muchas veces grandes enemistades con deseo de hacer mal á otros se truecan en benevolencia y amor; quejábanse de los agravios que se les hacian, de los tributos muy graves que pagaban, de la miseria de su nacion; que se hallaban reducidos á grande estrechura y á un rincon de España los que poco antes eran espantosos y bienaventurados. Que no Jes quedaba sino el nombre de reyes, vano y sin reputacion; miserable estado, servidumbre intolerable estar sujetos á las leyes de aquellos á quien antes las daban. Además que cuidaban no pararian los cristianos hasta tanto que con el odio que los tenian echasen de España las reliquias que de su gente quedaban. Menguado y envejecido el esfuerzo con que sus antepasados vinieron á España, lo que ellos ganaron no lo podian sustentar sus decendientes; falta y afrenta notable. Concluian que el linaje de los Merinos nuevamente se despertara en Africa, y allí prevalecian; que seria á propósito hacellos pasar en España, pues ellos solos podian dar remedio y reparar sus pérdidas y trabajos. Trataban estas cosas en secreto y por embajado res, porque si el negocio fuese descubierto, no les acarrease su perdicion, por no estar aun apercebidos de fuerzas bastantes. El rey don Alonso, ó por no ignorar estas práticas y intentos, ó con deseo de desarraigar los moros de todo punto de España, de dia y de noche pensaba cómo volveria á la guerra contra ellos. Pretendia con las armas en el Andalucía sujetar algunas ciudades y castillos que rehusaban obedecer y no se le querian entregar, y era razon sujetallos. Para este efecto el pontífice máximo Alejandro IV dió la cruzada, que era indulgencia plenaria para todos los que, tomada la señal de la cruz, fuesen á aquella guerra y la ayudasen á sus expensas. Tratóse con los reyes comarcanos que enviasen socorros, y en particular por sus embajadores pidió al rey de Aragon, con quien tenia mas parentesco que con los demás, diese licencia á sus vasallos para tomar las armas y con ellas ayudar intentos tan santos, pues constaba que en la confederacion hecha en Soria poco antes quedó este punto asentado. El rey de Aragon, ni precisamente negó lo que se le pedía, ni otorgó con ello absolutamente; solo sacó desta cuenta á los señores que por sus estados ó por tirar gajes dél los tenia obligados; pero concedió que, así los vasallos destos como los demás del pueblo, si quisiesen, pudiesen tomar para el dicho efecto las armas y alistarse. Pretendia en esto este Príncipe, como viejo y astuto, que los grandes, de cuya voluntad no estaba muy asegurado, si pasaban á Castilla, no se aper

cibiesen de fuerzas y 'ayudas contra él. Con esta respuesta el rey don Alonso se irritó en tanta manera, que dejada la guerra de los moros, trataba de emplear sus fuerzas contra Aragon; detúvole de romper el respelo del provecho público y el deseo que tenia de dar principio á la empresa contra los moros. Con esta determinacion los castillos que en la confederacion de Soria quedó concertado diese para seguridad, y hasta entonces se dilatara, sin embargo, por la instancia que sobre ello le hacian, los entregó á don Alonso Lopez de Haro; para que los tuviese en fieldad le alzó el homenaje, como era necesario, con que estaba obligado á los reyes de Castilla. Los castillos eran Cervera, Agreda, Aguilar, Arnedo, Autol. Entre tanto que con estas contiendas se pasaba la buena ocasion de comenzar la guerra, los moros, que no ignoraban dónde iban á parar tantos apercebimientos, acordaron ganar por la mano y se apoderaron del castillo de Murcia y de otros pueblos por aquella comarca en que tenian puestas guarniciones de cristianos. Sobornaron otrosí á los moros de Sevilla que con engaño ó por fuerza dentro del palacio real matasen al Rey. Como este intento se estorbase porque los santos patrones de España apartaron tanto mal, ellos con gentes que de todas partes juntaron, por otra parte acometieron las tierras de cristianos con tal denuedo y priesa, que la ciudad de Jerez, Arcos, Béjar, Medina Sidonia, Roda, Sanlúcar, todos estos pueblos volvieron en un punto á poder de moros. En esta guerra se señaló mucho el esfuerzo y lealtad de Garci Gomez, alcaide de la fortaleza de Jerez, que, muertos ó heridos todos los soldados que tenia de guarnicion, no quiso todavía entregar la fortaleza ni le pudieron persuadir á hacello por ningun partido que le ofreciesen, puesto que ninguna esperanza le quedaba de podella defender; hombre señalado y excelente. Los moros, maravillados de tan grande esfuerzo, sin mirar que era enemigo, con deseo que tenian de salvar la vida al que de su voluntad con tanta obstinacion se ofrecia á la muerte, con un garfio de hierro que le echaron le asieron, y derribado del adarve, con gran diligencia y humanidad le hicieron curar las heridas y le salvaron la vida. El rey don Alonso, que era ido á lo mas dentro de España con intento de aprestar lo necesario para la guerra, el año siguiente acudió con gentes á aquel peligro. En este viaje no léjos de las ruinas de Alarcos, en una aldea que se llamaba el Pozuelo de San Gil, en los oretanos, una legua del rio Guadiana, en un muy buen sitio rodeado de muy fértiles campos y apacibles, por la comodidad del sitio fundó un pueblo bien grande con nombre de Villareal, nombre que adelante don Juan el Segundo, rey de Castilla, le mudó en el que hoy tiene de Ciudad-Real. Pretendia en esto el Rey que, por estar este pueblo asentado en la raya del Andalucía, sirviese como de un fuerte baluarte para impedir las entradas de los bárbaros y para que dende los nuestros hiciesen correrías y cabalgadas. De aquel lugar pasó á tierra de moros; con su entrada todos los pueblos y campos por do pasaba fueron trabajados; en especial el año 1263 los moros en todos los lugares padecieron mucho mal y daños sin cuento. En este año gran número de soldados aventureros acudieron, convidados de la franqueza que les prometian de un tributo que se llamaba martiniega, á lal que con armas y ca

ballo cada un año por espacio de tres meses á su costa siguiesen la guerra y los reales del Rey. Los reyes moros por entender que no podrian ser bastantes para tan grande avenida de los nuestros, tan gran pujanza y tantos apercebimientos, lo que antes intentaron y lo tenian acordado, de nuevo y con mayor instancia importunaron al rey de Marruecos para que les ayudase en la guerra. Declaráronle por sus embajadores el riesgo grande en que se hallaban si no les acudia brevemente. Oyó aquel Rey su demanda y otorgó con ellos; envióles mil caballos ligeros de Africa, los cuales con cierto motin que levantaron pusieron en peor estado las cosas de los moros, tanto, que Jerez con todos los demás pueblos que antes se perdieron volvieron á poder del rey don Alonso. Junto al puerto de Santa María, que los antiguos llamaron puerto de Mnesteo, se edificó un pueblo de aquel nombre, reparados los edificios antiguos, cuyas ruinas y paredones todavía quedaban como rastros de su grandeza y antigüedad. En Toledo otrosi á expensas del Rey se edificó la iglesia de Santa Leocadia detrás del alcázar. Concluidas estas cosas, el año de 1264 volvió el Rey á Sevilla; las gentes, porque se llegaba el invierno, parte enviaron á invernar, los mas con licencia que les dieron se volvieron á sus casas. La fama, que suele hacer todas las cosas mayores, corria á la sazon, y por dicho de muchos se divulgaba que los enemigos llamaban de Africa, no ya socorros, sino ejército formado, cuidadosos de la guerra que los fieles les hacian y con esperanza cierta de reparar su antiguo imperio en España. Estas nuevas y rumores pusieron en grande cuidado á los castellanos y aragoneses, que estaban mas cercanos al peligro y eran los primeros en quien descargaria aquella tempestad y contra quien se enderezaban las fuerzas de los contrarios. El rey don Alonso, aquejado del recelo desta guerra, fué el primero que convidó al rey don Jaime de Aragon para que juntase con él sus fuerzas. Que pues el peligro era comun y aquellas gentes amenazaban á ambas naciones y coronas, era justo que de entrambas partes se acudiese al reparo. Que si no le movia el parentesco y amistad, á lo menos le despertase el peligro y afrenta de la religion cristiana. Don Pedro Yañez, maestre de Calatrava, enviado con esta embajada, en Zaragoza á los 7 de marzo propuso lo que por su Rey le fué mandado; llevaba cartas de la reina doña Violante, en que suplicaba á su padre con grande instancia ayudase á la cristiandad, á ella, que era su hija, y á sus nietos en aquel aprieto. Era cosa muy honrosa al rey don Jaime que un Rey tan poderoso se adelantase á pedille socorro y á convidalle que hiciesen liga. Las cosas de Aragon no estaban sosegadas ni sus hijos bastantemente apaciguados en la discordia que entre sí tenian; los grandes del reino divididos en estas parcialidades, y el pueblo otro que tal; de que resultaban latrocinios y libertad para toda suerte de maldades y desafueros tan grandes, que forzó á las ciudades puestas en las montañas de Aragon á ordenar entre si hermandades para reprimir aquellos insultos, y con nuevas leyes y severas que se ordenaron hacer rostro al atrevimiento de los hombres facinorosos; la grandeza de los castigos que daban á los culpados hacia que todos escarmentasen. Por cualquier delito, puesto que no muy grande, daban pena da muerte. Los pecados ligeros

castigaban con azotes ó con otra afrenta, con que los malhechores quedaban castigados, y la grandeza do la pena avisaba á los demás que se guardasen de pecar. Demás desto, las voluntades de los grandes estaban enajenadas del Rey; extrañaban mucho que las honras y cargos se daban á hombres extraños ó bajos; que los fueros no se guardaban ni la autoridad del justicia de Aragon, que está por guarda de su libertad y leyes;. que con los tributos, no solo el pueblo, sino tambien los nobles y hidalgos, se hallaban cargados y oprimidos;. que antes sufririan la muerte que pasar por que les quebrantasen sus fueros y derecho de libertad. Estas eran las quejas comunes. Demás desto, cada cual donde le apretaba el calzado tenia su particular dolor y desabrimiento. Por esta causa como el Rey en Barcelona para juntar dinero pidiese en las Cortes le concediesen el bovático, don Ramon Folch, vizconde de Cardona, hizo contradiccion con grande resolucion y porfía. Afirmaba que si el Rey no mudaba estilo y desistia de aquellos agravios, no mudaria él de parecer ni se apartaria de aquel intento. Hiciéralo como lo decia, si los otros caballeros no le avisaran que en mala sazon alborotaba la gente, que era mejor aguardar un poco de tiempo que dejar pasar aquella buena coyuntura de ayudar al comun, principalmente que con el ejemplo de los catalanes convenia mover á los aragoneses, gente mas determinada y mas constante en defender sus libertades. Tuviéronse Cortes en Zaragoza con el mismo intento de juntar dinero; pero gran parte de los señores y nobleza hicieron contradiccion á la voluntad del Rey. Fernan Sanchez, hijo del Rey, y don Simon de Urrea, su suegro, fueron los que mas se señalaron como caudillos de los alterados. Pasaron tan adelante, que dejadas las Cortes, se aliaron entre sí en Alagon contra las pretensiones y fuerzas del Rey. La cosa amenazaba guerra y mayores males, si no fuera que personas religiosas se pusieron de por medio para que la diferencia se compusiese por las leyes y tela de juicio sin que se pasase á las manos y á rompimiento. El mismo Rey, fuese de corazon ó fingidamente, no reliusaba, á lo que decía, emendar todo aquello en que hasta entonces le cargaban; como prudente que era y mañoso consideraba que la furia de la muchedumbre es á manera de arroyo, cuya creciente al principio es muy brava y arrebatada, pero luego se amansa. Hiciéronsc treguas. Señaláronse jueces sobre el caso, que fueron los prelados de Huesca y de Zaragoza, que con su prudencia compusieron aquellos debates; sobre todo la astucia de Rey, que daba la palabra de hacer todo aquello que pretendian y sobre que aquellos nobles andaban alborotados. Sosegado el alboroto, se hicieron levas de soldados para comenzar por aquella parte la guerra, año de nuestra salvacion de 1265. El rey don Alonso con sus gentes entró por las tierras de Granada muy pujante. El rey don Jaime se encargó de hacer la guerra contra el rey de Murcia. Todo lo hallaron mas fácil que pensaban, ca no hallo que de Africa viniese algun número de gente señalado; la causa no se sabe, sino que no hay que fiar en los moros ni en sus promesas, que tienen la fe colgada de la fortuna y de lo que sucede. El rey don Jaime, por la parte del reino deValencia entrado que hobo en las tierras de Castilla, ganó á Villena de los moros, y se la restituyó á dơn Manuel,

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hermano del rey don Alonso de Castilla, que era yerno suyo, casado con doña Costanza, su hija; despues desto sujetó á Elda, Orcelis y á Elche con otros muchos Jugares que por aquella comarca quitó á los moros, parte por fuerza, parte que se le entregaron. Demás desto, pasado el rio de Segura, atajó las vituallas que llevaban los moros á Murcia en dos mil bestias de carga con buena guarda de soldados. En el entre tanto el rey don Alonso no se descuidaba en la guerra contra los moros de Granada, y en hacer todo el mal y daño á los pueblos y campos circunstantes, tanto, que los puso en necesidad de pedir á los nuestros se renovase la antigua confederacion. Los reyes don Jaime y don Alonso para tomar su acuerdo en presencia sobre lo que á la guerra tocaba de propósito por la comodidad del lugar se juntaron en la ciudad de Alcaráz. Estuvo presente á estas vistas la reina doña Violante. Detuviéronse algunos días; y concertado lo que pretendian y hechas sus avenencias, volvieron á la guerra. Las gentes de Aragon, como apercebidas de todo lo necesario, de Orcelis marcharon la via de Murcia y se pusieron sobre ella por el mes de enero del año 1266. Está aquella ciudad asentada en un llano en comarca muy fresca por do paso el rio de Segura, y sangrado con acequias, riega así bien los campos como la ciudad, que está en gran parte plantada de moreras, cidros y de naranjos

y

de toda suerte de agrura, y representa un paraíso en la tierra. En nuestro tiempo el principal esquilmo y provecho es el que se saca de la seda, fruto de que se sustenta casi toda la ciudad. Estaba entonces muy pertrechada y fortificada; no solo tenian aquellos ciudadanos cuenta con la recreacion, sino se pertrechaban para la guerra, en particular tenian muy buena guarnicion de soldados, así temian menos al enemigo; por el mismo caso los aragoneses sospechaban que el cerco duraria largo tiempo. Al principio se hicieron algunas escaramuzas con salidas que hacian los moros, en que siempre los cristianos se aventajaban. No pasó mucho tiempo que los moros por la buena maña del rey de Aragon, perdida la esperanza de poderse defender, se rindieron á partido y entregaron la ciudad. Por otra parte, entre el rey don Alonso y los de Granada en una Junta que tuvieron en Alcalá de Benzaide se hizo confederacion y concierto debajo destas condiciones: el rey de Granada se aparte de la liga y amistad del rey Hudiel de Murcia; pague en cada un año cincuenta mil ducados, como antes acostumbraba; al contrario el rey don Alonso alce la mano de amparar en su daño los señores moros de Guadix y de Málaga, á tal empero que el rey Moro les otorgue treguas por espacio de un año; al rey de Murcia, si acaso viniese á poder de cristianos, se le baga gracia de la vida. Tomado este asiento, el rey don Alonso, con deseo de tomar la posesion de Ja ciudad de Murcia, vuelto ya el rey don Jaime, luego que la rindió, á su tierra, se apresuró para ir allá. En este viaje, en el lugar de Santistéban, Hudiel, rey de Murcia, le salió al encuentro, y echado á sus piés, pidió perdon de lo pasado. Confesaba su yerro y su locura que le despeñó en aquellos males. Pedia tuviese misericordia de su trabajo y de tantas miserias como eran las en que se hallaba. Por esta manera fué recebido en gracia y perdonado; mas que de allí adelante no fuese ni se llamase rey, y se contentase con las heredades y rentas

que le señalaron para sustentar la vida. El nombre de rey se dió á Mahomad, hermano de aquel Abenhut, de quien arriba se dijo fué muerto en Almería. Dejáronle solamente la tercera parte de las rentas reales, y que con lo demás acudiese al fisco real de Castilla. Este fué el remate desta guerra, que tenia puesta la gente en gran recelo y cuidado.

CAPITULO XVI.

Que la emperatriz de Grecia vino á España.

En el mismo tiempo que el Andalucía y reino de Murcia estaban encendidos con la guerra contra los moros, lo demás de España gozaba de sosiego, por lo menos las alteraciones eran de poco momento, cosa de maravilla por la diversidad de principados y la grande libertad de los caballeros y del pueblo. Solo Gonzalo Yañez Bazan, persona principal entre los navarros, renunciado que hobo por públicas escrituras la naturalidad, como en aquel tiempo se acostumbraba, en la frontera de Aragon con voluntad del rey don Jaime edificó un castillo, llamado Boeta, desde donde trabajaba y hacia daño en los campos comarcanos de Navarra. La pesadumbre que por esta causa recebia aquella gente se mudó en grande alegría por traer en el mismo tiempo á Navarra para poner entre las demás reliquias de la iglesia mayor de Pamplona una parte no pequeña de la corona de espinas que fué puesta en la cabeza de Cristo, hijo de Dios. San Luis, rey de Francia, les hizo donacion della; Balduino, emperador de Constantinopla, ya que iba de caida el poder de los franceses en aquel imperio, por la falta de dineros que padecia, se la empeñó por cierta cantidad, con que le socorrió. Esto le hizo aborrecible á sus ciudadanos, por atreverse á privar aquella ciudad de una reliquia y prenda tan grande y tan santa. Esta corona se ve hasta el dia de hoy y se conserva con gran devocion en Paris en la capilla santa y real de los reyes de Francia. Es á manera de un turbante, y della se tomó la parte que al presente se trajo á Navarra. Esto en España. De Italia venian nuevas que el año pasado el rey Manfredo fué despojado del reino y de la vida por Cárlos, hermano de san Luis, rey de Francia, y que, como vencedor, en su lugar se apoderó de aquellos estados. Urbano y despues Clemente IV, pontifices romanos, con esperanza y promesa de dalle aquel reino le llamaron á Italia, y llegado que fué á Roma, le coronaron por rey de Sicilia y de Nápoles. La batalla, que fué brava y famosa, se dieron cerca de Benevento, con que el poder y riquezas de los normandos, que tantos años florecieron en aquellas partes, quedaron por tierra. Concertó el nuevo Rey y obligóse de pagar cada un año á la Iglesia romana en reconocimiento del feudo cuarenta mil ducados, y que no pudiese ser emperador, puesto que sin pretendello él le ofreciesen el imperio. El rey don Jaime, alterado como era razon por el desastre y caida de Manfredo, su consuegro, revolvia en su pensamiento en qué manera tomaria emienda de aquel daño. Así apenas hobo dado fin á la guerra de Murcia, cuando se partió á lo postrero de Cataluña para si en alguna manera pudiese ayudar á lo que quedaba de los normandos y apoderarse del reino, que por la afinidad contraida con Manfredo pretendia ser de su hijo. En el

entre tanto don Alonso, rey de Castilla, se ocupaba en asentar las cosas de Murcia, llevar nuevas gentes para que poblasen en aquella comarca, edificar castillos por todo el distrito para mayor seguridad. No bastaba Castilla para proveer de tanta multitud como se requeria para poblar tantas ciudades y pueblos. De Cataluña hizo llamar y vinieron muchos que asentaron en el nuevo reino. No dejaba asimismo, no obstante lo concertado, de ayudar de secreto á los de Guadix y á los de Málaga. Para quejarse deste agravio y que el rey don Alonso no guardaba lo concertado el rey de Granada en persona vino á Murcia. La respuesta que se le dió no fué á su gusto; volvióse mas enojado que vino, ocasion con que algunos señores, que de tiempo atrás ofendidos del rey don Alonso se tenían por agraviados, hablaron en secreto con el Moro y le persuadieron á que de nuevo tomase las armas. El principal en este trato fué don Nuño Gonzalez de Lara, hombre de gran ingenio, de grandes riquezas y que tenia muchos aliados. Pretendia que el Rey tenia hechos muchos agravios á don Nuño, su padre, y á don Juan, su hermano. Deste principio resultaron nuevas alteraciones á tiempo que el Rey se prometia paz muy larga y estaba asaz seguro de lo que se trataba, tanto, que era ido á Villareal para ver los edificios y fábricas que en el nuevo pueblo se levantaban. Dende despachó sus embajadores á Francia el año de 1267 al rey san Luis para pedille su hija doña Blanca por mujer para el infante don Fernando, su hijo mayor. Hecho esto, él se fué á la ciudad de Victoria, para donde el rey de Ingalaterra le tenia aplazadas vistas, y prometido que en breve seria con él para tratar cosas y negocios muy graves. Todavía no vino, sea mudado de voluntad, ó por no tener lugar para ello; envió empero á Eduardo, su hijo mayor, á tiempo que

ya

el rey don Alonso era vuelto á Búrgos, y en sazon que la emperatriz de Constantinopla, huida de su casa y echada de su imperio, vino á verse con el Rey. Balduino, su marido, y Justiniano, patriarca, echados que fueron de Grecia por las armas de Micael Paleólogo, en el camino, segun se entiende, cayeron en manos del soldan de Egipto. La emperatriz, por nombre Marta, con el deseo que tenia de librar á su marido, concertó su rescate en treinta mil marcos de plata. Para juntar esta suma tan grande fué primero á verse con el Padre Santo y rey de Francia; últimamente, llegada á Búrgos el año del Señor 68 deste centenario, suplicó al Rey, su primo, solamente por la tercera parte desta suma. El Rey se la dió toda entera, que fué una liberalidad de mayor fama que prudencia, por estar los tesoros tau gastados. Lo que principalmente los señores le cargaban era que con vano deseo de alabanza consumió en esto los subsidios y ayudas del reino, y para suplir sus desórdenes desaforaba los vasallos. Los ánimos, una vez alterados, las mismas buenas obras las toman en mala parte. Algunos historiadores tienen por falsa esta narracion, y dicen que Balduino nunca fué preso del soldan de Egipto. Nos en esto seguimos la autoridad conforme de nuestras historias, puesto que no ignoramos muchas veces ser mayor el ruido y la fama que la verdad. El emperador Balduino, recobrada la libertad, por no poder volver á su imperio pasó á Francia, y en Namur, ciudad suya y de los sus estados de Flándes, pasó su vida. Por do parece que los condes de Flandes

se pueden intitular emperadores de Constantinopla, no con menos razon que los reyes de Sicilia pretenden el reino de Jerusalem. Por un privilegio dado á los caballeros de Calatrava, era 1302, de Cristo 1264, á 17 de octubre, se comprueba bastantemente que la iglesia de Toledo estaba vacante, y se convence, si los números allí no están estragados, cosa que suele acontecer muchas veces. En lugar sin duda de don Pascual, arzobispo de Toledo, ó este año, ó lo que mas creo, algunos años antes fué puesto otro don Sancho, hijo de don Jaime, rey de Aragon. Sospecho que el nuevo prelado, sea por su poca edad, sea por otras causas, se detuvo en Aragon antes de arrancar para venir á su iglesia, que dió ocasion á algunos para poner antes de su eleccion una vacante de no menos que cuatro años. Queríale mucho su padre, que fué causa de venir por este tiempo á Toledo, como luego se dirá.

CAPITULO XVII.

Que don Jaime, rey de Aragon, vinoá Toledo Por el mismo tiempo en Italia andaban muy grandes alteraciones y revueltas á causa que Corradino, suevo, pretendia por las armas contra la voluntad y mandado de los pontífices restituirse en los reinos de su padre. Seguiale y acompañábale desde Alemaña Federico, duque de Austria. Don Enrique, hermano del rey de Castilla, desde Roma se fué con él, donde tenia cargo de senador ó gobernador; su nobleza suplia, á lo que yo creo, la falta de otras partes y de su inquieto natural. Demás destos señores los gibellinos por toda Italia tomaron su voz y en su favor las armas. Con esta gente y pujanza rompió por el reino de Nápoles; en los Marsos, parte del Abruzo, cerca del lago Fucino, hoy el lago de Talliacozo, dió la batalla Corradino al nuevo rey Cárlos, que salió al encuentro. Vencieron los franceses, mas por maña que por verdadero esfuerzo; fueron presos en la pelea Federico y don Enrique, Corradino en la huida y alcance, que ejecutaron los franceses con crueldad. A Corradino y Federico en juicio cortaron en Nápoles las cabezas, nuevo y cruel ejemplo, que tan grandes príncipes, á los cuales perdonó la fortuna dudosa y trance de la batalla, despues della en juicio los ejecutasen. En el entre tanto en Aragon se levantó una liviana alteracion á causa que Gerardo de Cabrera pretendia el condado de Urgel, con color que los hijos de su hermano don Alvaro, poco antes difunto, no eran legítimos. Don Ramon Folch, tio de los infantes de parte de madre, y otras personas principales por compasion de su edad y por otras prendas que con ellos tenian se encargaron de amparallos. El rey don Jaime parecia aprobar la pretension de Gerardo, mayormente que traspasara su derecho en el mismo Rey por no confiar en sus fuerzas. El rey de Granada por otra parte trataba de hacer guerra á los de Guadix y á los de Málaga en prosecucion de su derecho y por lo que poco antes se concertó en la confederacion que puso con el rey don Alonso, de quien extrañaba que de secreto ayudase á sus contrarios. Don Nuño de Lara y don Lope de Haro, por estar desabridos con su Rey y enajenados, atizaban el fuego. Prometian que si de nuevo tomaba las armas se pasarian á él públicamente, no solo ellos, sino otros muchos señores que estaban asimismo disgustados. Andaba fama destas prácticas

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