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y se rugia lo que pasaba, que pocas cosas grandes de todo punto se encubren, pero no se podian probar bastantemente con testigos. Forzado pues el Rey de la necésidad se partió para el Andalucía. Hállase que este año á 30 de julio dió el rey don Alonso y expidió un privilegio en Sevilla, en que hizo villa á Vergara, pueblo de Guipúzcoa á la ribera del rio Deva, y le mudó el nombre que antes tenia de San Pedro de Ariznoa en el que hoy le llaman. Compuestas en alguna manera las cosas del Andalucía, entrado ya el invierno, fué forzado á dar la vuelta para recebir y festejar al rey don Jaime, su suegro, que venia á Toledo á instancia de don Sancho, su hijo, para hallarse presente ásu misa nueva, que queria cantar el mismo dia de Navidad. El dia señalado don Sancho dijo su misa de Pontifical; halláronse presentes para honralle los dos reyes de Castilla y Aragon, padre y cuñado, la Reina, su hermana, y el infante don Fernando. Detuviéronse en Toledo ocho dias no mas, porque el rey de Aragon, aunque se hallaba en lo postrero de su edad, ardia en deseo de abreviar y comenzar la jornada que pretendia hacer para la guerra de la Tierra-Santa, sin perdonar á trabajo ni hacer caso de los negocios de su reino, que le tenian embarazado, muchos y graves, por la gran gana de ensanchar el nombre cristiano y ilustrar en la Suria la gloria antigua de los cristianos, que parecia estar anublada. Gran príncipe y valeroso, digno que le sucediera mas á propósito aquella jornada.

CAPITULO XVIII.

Que el rey de Aragon partió para la Tierra-Santa.

Las cosas de la Tierra-Santa estaban reducidas á lo postrero de los males y apretura. El reino que fundó el esfuerzo de los antepasados, la cobardía y flojedad de los que en él sucedieron le tenian en aquel estado. Además que los príncipes cristianos, ocupados en las guerras que se hacian entre sí por cumplir sus apetitos particulares, poco cuidaban del bien público y de la afrenta de la cristiana religion. El vigor y ánimo con que tan grandes cosas se acabaron por la inconstancia de las cosas humanas se envejecia; y porque tantas veces los príncipes sin provecho alguno por mar y por tierra en gran número acudieran para ayudar á los cristianos los años pasados, la esperanza de mejoría era muy poca y todos desalentados. A la sazon se ofrecia una buena ocasion que casi en un mismo tiempo despertó para volver á las armas á España, Ingalaterra y Francia. Esta fué que los tártaros, salidos de aquella parte de Scitia, como algunos piensan, en que Plinio antiguamente demarcó los tractaros, hecha liga con los de Armenia, habian acometido con las armas aquella parte de la Suria que estaba en poder de los sarracenos, con gran esperanza al principio de los fieles que podrian recobrar las riquezas y poder pasado; pero despues todo fué de ningun efecto y se fué en flor lo que pensaban. En el tiempo que Inocencio IV celebraba un concilio general en Leon de Francia, fueron por él enviados cuatro predicadores de la sagrada órden de Santo Domingo, cuya fama en aquella sazon era muy grande, á la tierra de los tártaros para acometer si por ventura aquella gente áspera en su trato, dada á las armas, sin ninguna religion 6 engañada, se pudiese

persuadir á abrazar la cristiana. Con esta diligencia se ganó aquella gente; humanáronse aquellos bárbaros con la predicacion, y comenzaron á cobrar aficion á los cristianos mas que á las otras naciones. El rey de aquella gente, que vulgarmente llamaban el Gran Cam, que quiere decir rey de los reyes, no cesaba con embajadores que enviaba á todas partes de despertar los príncipes de Europa para que tomasen las armas. Acusábalos y dábales en cara que parecia no hacian caso de la gloria del nombre cristiano. Esta instancia que hizo los años pasados y no se dejó los de adelante, en este tiempo se continuó con mayor porfía y cuidado; en particular envió al rey de Aragon en compañía de Juan Alarico, natural de Perpiñan (al cual el Rey antes movido por otra embajada despachó para que fuese á los tártaros), nuevos embajadores, que en nombre de su Rey prometian todo favor, si se persuadiese de tomar las armas y juntar en uno con ellos las fuerzas. Estos embajadores repararon en Barcelona; Alarico pasó á Toledo, y en una junta de los principales dió larga cuenta de lo que vió y de toda su embajada; palabras y razones con que los ánimos de los príncipes no de una manera se movieron. El rey don Jaime se determinó ir á la guerra, magüer que era de tanta edad. Don Alonso, su yerno, y la Reina alegaban la deslealtad de los griegos, la fiereza de los tártaros, todo con intento de quitalle de aquel propósito, para lo cual usaban y se valian de muchos ruegos y aun de lágrimas que se derramaban sobre el caso. Prevaleció empero la constancia de don Jaime; decia que no era justo, pues tenia paz en su casa y reino, darse al ocio, ni perdonar á ningun afan, ni á la vida que poco despues se habia de acabar, en tan gran peligro como corrian los cristianos. El rey don Alonso, por velle tan determinado, le prometió cien mil ducados para ayuda de los gastos de la guerra. Algunos señores de Castilla asimismo se ofrecieron á hacelle compañía en aquella jornada, entre ellos el maestre de Santiago y el prior de San Juan don Gonzalo Pereira. Concluidas las fiestas de Toledo, él se partió; en la ciudad de Valencia oyó los embajadores de los tártaros, y fuera dellos otro embajador del emperador Paleólogo, que le prometia, si tomaba aquella empresa, de proveelle bastantemente de vituallas y todo lo necesario. En Barcelona se ponia en órden y estaba á la cola una buena armada apercebida de soldados y de todo lo demás. Antes que se pusiese en camino, á ruego de su hija doña Violante, volvió desde Valencia al monasterio de Huerta. Despedido de sus hijos y de sus nietos, sin dar oidos á los ruegos con que pretendian de nuevo apartalle de aquel propósito, volvió donde surgia la armada, en que se contaban treinta naves gruesas y algunas galeras. A 4 de setiembre, dia miércoles, uño de 1269, hechas sus plegarias y rogativas como es de costumbre, alzó anclas y se hizo á la vela; era el tiempo poco á propósito y sujeto á tormentas. En tres días llegaron á vista de Menorca; mas no pudieron tomar puerto á causa que cargó mucho el tiempo y una recia tempestad de vientos desrotó las naves y la armada; dejáronse llevar del viento, que las echó á diversas partes. El Rey arribó á Marsella en la ribera de Francia, y desde alli por mudarse el viento aportó al golfo agatense ó de Agde. Algunas de las naves que pudieron seguir el rumbo que llevaban, llegaron á

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Acre, pueblo de Palestina, entre las demás las naves de Fernan Sanchez, hijo del Rey. Movido por las amonestaciones de los suyos, el Rey se rehizo en Mompeller por algunos dias del trabajo del mar; y arrepentido de su propósito, á que parecia hacer contradicion el cielo ofendido y enojado contra los hombres y sus pecados, puesto que menospreciaba cosas semejantes como casuales, ni miraba en agueros, volvió á Cataluğa sin hacer otro efecto. En Castilla el rey don Alonso llegó hasta Logroño; en su compañía Eduardo, hijo del rey de Ingalaterra, para recebir á su nuera, que concertado el casamiento en Francia, por Navarra venia á verse con su esposo. Las bodas se celebraron en Búrgos con aparato el mayor y mas real que los hombres vieron jamás; don Jaime, rey de Aragon, abuelo del desposado, á persuasion del rey don Alonso, y junto con él don Pedro, su hijo mayor, Filipe, hijo mayor del rey de Francia, Eduardo, príncipe y heredero de Ingalaterra, el rey de Granada, el mismo rey don Alonso, sus hermanos y hijos y su tio don Alonso, señor de Molina, se hallaron presentes. De Italia, Francia y España acudieron muchos señores, entre ellos Guillen, marqués de Monferrat, de quien dice Jovio era yerno del rey don Fernando. Hallóse otrosí el arzobispo de Toledo don Sancho; quién dice que veló á los desposados. Con estas bodas se pretendia que el rey san Luis en su nombre y de sus hijos se apartase del derecho que se entendia tenia á la corona de Castilla, como hijo que era de doña Blanca, hermana mayor del rey don Enrique, como arriba queda dicho y juntamente refutado. Concluidas las fiestas, el rey don Alonso acompañó al rey don Jaime, su suegro, para honralle mas hasta la ciudad de Tarazona.

CAPITULO XIX.

San Luis, rey de Francia, falleció.

Los ingleses y franceses pasaron mas adelante que los aragoneses en lo que tocaba á la guerra de la Tierra-Santa; pero el remate no fué nada mejor, salvo que por esta razon se hizo confederacion entre Ingalaterra y Francia. En Paris, en una grande junta de príncipes, compusieron todas sus diferencias antiguas; este fué el principal fruto de tantos apercebimientos. Señaláronse de comun consentimiento en Francia los términos y aledaños de las tierras de los franceses y ingleses. Púsose por la principal condicion que en tanto que san Luis combatia á Túnez, do pretendia pasar á persuasion de Cárlos, su hermano, rey de Nápoles, que decia convenir en primer lugar hacer la guerra á los de Africa, que siempre hacian daño en Italia y en Sicilia y en la Proenza y á todos ponian espanto ; que en el entre tanto el Inglés con su armada, que era buena, pasase á la conquista de la Tierra-Santa. Hízose como lo concertaron, que Eduardo, hijo mayor del Inglés, con buen número de bajeles, rodeadas y costeadas las riberas de España y de Italia, á cabo de una larga navegacion surgió en aquellas riberas y saltó con su gente en tierra de Ptolemaide. Los primeros dias la ayuda de Dios le guardó de un peligro muy grande; un hombre en su aposento le acometió y le dió antes que le acudiesen una ó dos heridas. Mataron aquel mal hombre allí luego. No se pudo averiguar quién era el que

le enviara; díjose que los asasinos, que era cierto género de hombres atrevidos y aparejados para casos semejantes. San Luis, con tres hijos suyos, 1.o de marzo, año de 1270, desde Marsella se hizo á la vela. Teobaldo, rey de Navarra, puesto á su hermano don Enrique en el gobierno del reino, con deseo de mostrar su valor y ayudar en tan santa empresa, acompañó al Rey, su suegro. Padecieron tormenta en el mar y recios temporales; finalmente, desembarcaron en Túnez. Asentaron sus ingenios, con que comenzaron á combatir aquella ciudad. Los bárbaros, que se atrevieron á pelear, por dos veces quedaron vencidos; despues de esto, como se estuviesen dentro de los muros, llegó el cerco á seis meses. Los calores son extremos, la comodidad de los soldados poca. Encendióse una peste en los reales, de que murieron muchos ; entre los demás, primero Juan, hijo de san Luis, y poco despues el mismo Rey, de cámaras que le dieron, falleció á 25 de agosto. Esta grande cuita y afan se acrecentara, y hobieran los deinás de partir de Africa y dejar la demanda con gran mengua y daño, en tanta manera tenian enflaquecidas las fuerzas, si no sobreviniera Cárlos, rey de Sicilia, que dió ánimo á los caidos. Hízose concierto con los bárbaros que cada un año pagasen de tributo al mismo rey Cárlos cuarenta mil ducados, que era el que él debia por Sicilia y Nápoles á la Iglesia romana y al Papa; con esto, embarcadas sus gentes, pasaron á Sicilia. No aflojaron los males; en la ciudad de Trapana, que es en lo postrero de aquella isla, Teobaldo, rey de Navarra, falleció á 5 dias de diciembre. Esta fué la ocasion que forzó á dejar la empresa de la Tierra-Santa, que tantas veces infelizmente se acometiera, y de dar la vuelta á sus tierras y naturales. Las entrañas de san Luis sepultaron en la ciudad de Monreal en Sicilia; el cuerpo llevaron á San Dionisio, sepultura de aquellos reyes cerca de Paris. El cuerpo del rey Teobaldo, embalsamado, llevaron á Pervino, ciudad de Campaña en Francia, y pusieron en los sepulcros de sus antepasados. Su mujer, la reina doña Isabel, el año luego siguiente, á 25 de abril, falleció en Hiera, pueblo de la Proenza; enterráronla en el monasterio llamado Barra. A todos se les hicieron las honras y exequias como á reyes, con grande aparato, como se acostumbra entre los cristianos. Volvamos la pluma y el cuento á Castilla.

CAPITULO XX.

De la conjuracion que hicieron los grandes contra el rey
don Alonso de Castilla.

El ánimo del rey don Alonso se hallaba en un mismo tiempo suspenso y aquejado de diversos cuidados. El deseo de tomar la posesion del imperio de Alemaña le punzaba, á que las cartas de muchos con extraordinaria instancia le llamaban. Los grandes y ricos hombres del reino andaban alterados y desabridos por las ásperas costumbres y demasiada severidad del Rey, á que no estaban acostumbrados. Rugiase demás desto por nuevas que venian que de Africa se aparejaba una nueva guerra con mayores apercebimientos y gentes que en ninguno de los tiempos pasados. Dado que Pedro Martinez, almirante del mar, el año pasado acometió y sujetó los moros de Cádiz, que halló descuidados. Era dificultoso mantener con guarnicion y soldados aquellas ciudad y isla; por esta causa la dejaron al rey

amor y benevolencia de los ciudadanos con su cabeza; el aborrecimiento acarrea la total ruina; que procurase granjear todos los estados del reino; si esto no fuese posible, por lo menos abrazase los prelados y el pueblo, con cuyo arrimo hiciese rostro á la insolencia de los nobles; que no hiciese justicia de ninguno secretamente por ser muestra de miedo y menoscabo de la majestad; el que sin oir las partes da sentencia, puesto que ella sea justa, todavía hace agravio. Estas eran las faltas principales que en don Alonso se notaban, y si con tiempo se remediaran, el reino y él mismo se libraran de grandes afanes. En la junta de los reyes y con las vistas ninguna cosa de momento se efectuó. Al rey don Alonso fué por tanto forzoso el año siguiente volver de nuevo á Alicante para verse con el Rey, su suegro, y rogalle enfrenase los nobles de Aragon para que no se juntasen con los rebeldes de Castilla, como lo pretendian hacer; y porque el rey de Granada continuaba en hacer guerra contra los de Guadix y los de Má laga, le diese consejo á cuál de las partes seria mas conveniente acudir. En este punto el rey don Jaime fué de parecer que guardase la confederacion antigua; que no debia de su voluntad irritar á los de Granada ni hacelles guerra. La embajada de Arana no fué de provecho alguno; antes el rey de Granada á persuasion de los alborotados, quebrantada la avenencia que tenian puesta, fué el primero que se metió por tierras de cristianos talando y destruyendo, y metiendo á fuego y á sangre los campos comarcanos. Tenia consigo un número de caballos africanos que Jacob Abenjucef, rey de Marruecos, le envió delante. Sabidas estas cosas, el rey don Alonso mandó por sus cartas á don Fernando, su hijo, que á la sazon se hallaba en Sevilla y se apercebia para la nueva guerra, que con todas sus gentes marchase contra el rey de Granada; él se partió para Búrgos por ver si en alguna manera pudiese apaciguar los ánimos de los rebeldes. En aquella ciudad se hicieron Cortes de todo el reino, y en particular fueron llamados los alborotados con seguridad pública que les ofrecieron; y para que estuviesen mas sin peligro se señaló fuera de la ciudad el Hospital Real en que se tuviesen las juntas. Habláronse el Rey y los señores en diferentes lugares, con que quedaron las voluntades mas desabridas. Llegaron los disgustos á término, que renunciada la fidelidad con que estaban obligados al Rey, en gran nú mero se pasaron á Granada el año 1272. Don Nuño, don Lope de Haro, el infante don Filipe eran las tres cabezas de la conjuracion. Fuera destos, don Fernando de Castro, Lope de Mendoza, Gil de Roa, Rodrigo de Saldaña; de la nobleza menor tan gran número que apenas se pueden contar. Al partirse con sus gentes quemaron pueblos, talaron los campos y dieron en todo muestra de la enemiga que llevaban. El Rey á grandes jornadas pasó á Toledo, de allí á Almagro; y porque no tenia esperanza de que se podrian reducir los grandes á su servicio, pretendia avenirse y sosegar al rey de Granada. Esto sobre todo deseaba ; si no salia con ello, se resolvia de hacelle la guerra con todas sus fuerzas y con la mas gente que pudiese juntar.

de Marruecos, de cuyo señorío antes era; resolucioná propósito de ganar la voluntad de aquel bárbaro y sosegalle. El rey don Alonso de Portugal envió á don Dionisio, su hijo, que era de ocho años, á su abuelo el rey de Castilla para que alcanzase dél libertad y exencion para el reino de Portugal, y que le alzase la palabra que dió los años pasados y los homenajes. Tratóse deste negocio en una junta de grandes; callaban los demás, y aun venian en lo que se pedia por no contrastar con la voluntad del Rey, que á ello se mostraba inclinado. Don Nuño Gonzalez de Lara, cabeza de la conjuracion y de los desabridos y mal contentos, se atrevió á hacer rostro y contradicion. Decia que no parecia cosa razonable diminuir la majestad del reino con cualquier color, y mucho menos en gracia de un infante. Sin embargo, prevaleció en la junta el parecer del Rey, que Portugal fuese exento; y con todo esto la libertad de don Nuño se le asentó mas altamente en el corazon y memoria que ninguno pensara. Juntado este desabrimiento con los demás, fué causa que don Nuño y don Lope de Haro y don Filipe, hermano del Rey, se determinasen á mover práticas perjudiciales al reino y al Rey. Quejábanse de sus desafueros y de los muchos desaguisados que hacia; no tenian fuerzas bastantes para entrar en la liza; resolviéronse de acudir á las ayudas de fuera y extrañas. Así en el tiempo que el rey Teobaldo se ocupaba en la guerra sagrada solicitó á don Enrique, gobernador de Navarra, el infante don Filipe que se fuese á ver con él y hermanarse y hacer liga con aquellos grandes. El, como mas recatado, por no despertar contra sí el peso de una gravísima guerra, dió por excusa la ausencia del Rey, su hermano. Los grandes, perdida esta esperanza, convidaron á los otros reyes, al de Portugal, al de Granada y al mismo emperador de Marruecos por sus cartas á juntarse con ellos y hacer guerra á Castilla, sin mirar, por el gran deseo que tenian de satisfacerse, cuán perjudicial intento era aquel y cuán infames aquellas tramas. Don Alonso, rey de Castilla, era persona de alto ingenio, pero poco recatado, sus orejas soberbias, su lengua desenfrenada, mas á propósito para las letras que para el gobierno de Jos vasallos; contemplaba al cielo y miraba las estrellas; mas en el entretanto perdió la tierra y el reino. Avisado pues de lo que pasaba por Hernan Perez, que los conjurados pretendieron tirar á su partido y atraer á su parcialidad, atónito por la grandeza del peligro, que en fin no dejaba de conocer, volvió todos sus pensamientos á sosegar aquellos movimientos y alteraciones. Con este intento desde Murcia, do á la sazon estaba, envió á Enrique de Arana por su embajador á los grandes, que se juntaron en Palencia con intento de apercebirse para la guerra, por ver si en alguna manera pudiese con destreza y industria apartallos de aquel propósito. El y la Reina, su mujer, fueron & Valencia para tratar con el rey don Jaime y tomar acuerdo sobre todas estas cosas. El, como quier que por la larga experiencia fuese muy astuto y avisado, cuando vino á Búrgos para hallarse á las bodas del infante don Fernando, antevista Ja tempestad que amenazaba á Castilla á causa de estar Jos grandes desabridos, reprehendió á don Alonso con gravísimas palabras y le dió consejos muy saludables. Estos eran que quisiese antes ser amado de sus vasallos que temido; la salud de la república consiste en el

CAPITULO XXI.

De nuevas alteraciones que sucedieron en Aragon.

que la una de las partes, juntados con los navarros, no le diesen en que entender. Esta fué la causa de tomar asiento con Navarra; y aun otro cuidado le aquejaba mas de volver las fuerzas contra los moros, de donde una cruel tempestad se aparejaba para España si no se acudia al remedio con tiempo, como los hombres prudentes lo sospechaban y comunmente se decia no sin

causa.

En el tiempo que estas cosas pasaban en Castilla, Filipe, rey de Francia, que sucedió á su padre san Luis, allegaba á su corona nuevos estados por muerte de Alouso, su tio, y de Juana, su mujer, que murieron á Ja sazon sin hijos, y eran condes de Potiers y de Tolosa; y no mucho despues Rogerio Bernardo, conde de Fox, fué despojado de su estado no por otra causa mas de que en cierta ocasion no quiso obedecer á los jueces reales; por lo cual las armas aragonesas, á causa que parte del estado de aquel Príncipe era feudo de Aragon, estuvieron para revolverse contra Francia. La pruden-á cia del rey don Jaime atajó el daño; á su persuasion el de Fox puso su persona y todo su estado en manos del rey de Francia, con que se sosegaron aquellos debates. Dentro del reino de Aragon tenian sospechas de nuevas alteraciones á causa que el infante don Pedro, hijo primero y heredero del rey de Aragon, estaba desabrido con Fernan Sanchez, su hermano bastardo, por entender, entre otras cosas, que cuando volvió de la TierraSanta fué recebido con gran honra y festejado de Cárlos, rey de Nápoles, y por esto sospechaba habia con él tratado cosas perjudiciales al reino. Hallábase el dicho don Fernando en Burriana; alli don Pedro con buen número de soldados le tomó de sobresalto, y despues que por fuerza entró en la casa y buscó en todos los lugares á su hermano, escudriñó los escondrijos, quebró cerraduras, hinchólo todo de ruido y de alboroto. En el entre tanto don Fernando y doña Aldonza, su mujer, se pusieron en salvo. Estos fueron principios de grandes alteraciones, ca los nobles del reino con esta ocasion de la enemistad de los dos hermanos se dividieron en dos bandos con tau grande obstinacion, que, juntadas las fuerzas, no dudaron los que seguian la parcialidad de don Fernando de mover guerra contra el mismo Rey; de que no resultó otro provecho sino que el vizconde de Cardona y otros señores parciales fueron por esta causa despojados de sus estados. El mismo Fernan Sanchez, cercado en el castillo de Pomar por su hermano, luego que le tuvo en su poder, le hizo aliogar con un lazo y despeñar en el rio Cinga, que por allí pasa, unos decian con razon, otros que injustamente; lo cierto que quitado el capitan y cabeza los demás se sosegaron. Este fué el fruto de aquel parricidio; pero la muerte de Fernan Sanchez sucedió tres años adelante. Dejó un hijo de pequeña edad, llamado don Filipe, de quien desciende el linaje de los Castros en Aragon. A Rugerio de Lauria hizo donacion el rey don Jaime en tierra de Valencia de dos heredades, que se llaman Raelo y Abricat, en premio de su trabajo, porque de lo último de Italia acompañó los años pasados á doña Constanza, su nuera. Fué este caballero en lo de adelante persona de grande ingenio y excelente capitan, mayormente por el mar. Con don Enrique, rey de Navarra, que por morir su hermano el rey Teobaldo sin hijos sucedió en aquel reino, y con quien los aragoneses tenian diferencia por pretender que les quitaran aquel reíno injustamente, como en su lugar queda dicho, todavía se concertaron treguas por muchos años. El rey don Jaime via los suyos alborotados, mas inclinados á las armas que á la paz y á la concordia; y por las diferencias que andaban temia

CAPITULO XXII.

El rey don Alonso partió para tomar posesion del imperio. Ardia el rey don Alonso en deseo de ir á Alemaña tomar la corona y insignias del imperio; tanto mas y con mayor priesa, que por autoridad del papa Gregorio X los señores de Alemaña, cansados de los males que en aquella vacante se padecieron, muchos, muy graves y muy largos, y porque de años atrás era muerto Ricardo, el otro competidor, se aparejaban para hacer nueva eleccion, sin tener cuenta con el rey don Alonso. Alterado él con esta nueva, como era razon, pretendia recompensar la tardanza pasada con abreviar; y por esto, aunque muy fuera de sazon, comenzó á tratar muy de veras de su ida á Alemaña. A las personas prudentes parecia se debia anteponer á esto el sosiego y el cuidado de la república. Los hombres mas livianos y de poca experiencia, hinchados de vana esperanza, le exhortaban á la jornada, sin faltar quien blasonase y dijese era bien aparejar armas, caballos y las demás cosas necesarias para hacer la guerra en Alemaña y para sujetar á los que contrastasen á sus intentos. Algunos tomaban por mal agüero que tantas veces se le hobiese al rey don Alonso desbaratado aquel viaje que tanto deseaba. Era este Rey de su natural irresoluto y tardo, las cosas del reino embarazadas; y si hallara algun buen color, de buena gana desistiera de aquella pretension; pero por miedo de la infamia y mengua de reputacion se resolvió pasar adelante. Con este intento procuró con cualquier partido apaciguar los de Granada y los grandes. En esto el rey de Granada, Alhamar, falleció al principio del año 1273. Fué hombre atrevido, astuto y muy contrario á nuestras cosas. Hobo diferencia sobre la sucesion; prevaleció aquella parcialidad con la cual se juntaron los forajidos y grandes de Castilla, y diéronse las insignias reales á Mahomad, por sobrenombre Miralmutio Leminio, hijo mayor del difunto. Este Príncipe, puesto que era de suyo contrario á nuestras cosas y muchos le movian á hacer guerra; porque las fuerzas de su nuevo reino andaban en balanzas, el rey don Alonso enteadia que se inclinaba á la paz y que fácilmente se podria efectuar. Demás desto, algunos de los grandes se reducian á mejor partido y mas sanos propósitos. En particular don Fernando de Castro y Rodrigo de Saldaña sobre seguro vinieron á verse con él á Avila, do se hacian Cortes del reino por el mismo tiempo que en Alemaña procedieron á nueva eleccion apresuradamente; en que Rodulfo, conde de Ausburg, por voto de todos los electores, fué nombrado por rey de romanos. Señor, bien que de poca renta y estado pequeño, pero que descendia del nobilísimo linaje de los antiguos reyes franceses y era en todas virtudes acabado. Los embajadores del rey don Alonso que se

que lo mas presto que pudiese se apresurase á pasar en Italia para coronarse. Al concilio que se tenia en Leon se partió don Jaime, rey de Aragon, aunque en lo postrero de su edad, por ser descoso de honra y por otros negocios. Desde allí, sin hacer cosa de momento, dió la vuelta á su tierra, desabrido claramente con el Pontífice porque rehusó de coronalle si no pagaba el tributo que su padre el rey don Pedro concertó de pagar cada un año en el tiempo que en Roma se coronó, como queda dicho en su lugar. Al rey don Jaime le parecia cosa indigna que el reino ganado por el esfuerzo de sus antepasados fuese tributario á algun extraño. En este comedio el rey de Granada y los grandes fora

hallaron á la sazon en Francfordia, aunque hicieron contradiccion y sus protestaciones, no fué de efecto alguno; la aficion de antes la tenian ya trocada en desabrimiento y odio que todos le cobraran. Despedidas las Cortes de Avila, se fué el Rey á Requena para tomar acuerdo con el Rey, su suegro, en presencia sobre la guerra de los moros. Allí por el trabajo del camino, ó por el desabrimiento y desgusto con que andaba, adoleció de una enfermedad no ligera. Y porque las demás cosas no sucedian á propósito y la misma priesa por el gran deseo le parecia tardanza, juzgó seria lo mejor intentar de hacer las paces por industria de la Reina y por la autoridad del primado don Sancho. Ellos para tratar desto sin dilacion se partieron para Córdo-jidos por diligencia de la Reina se redujeron al deber; ba. Al pontífice Gregorio X despachó á Aimaro, fraile dominico, que despues fué obispo de Avila, y á Fernando de Zamora, canónigo de Avila y chanciller del Rey. Estos en Civitavieja, en que á la sazon estaba el Pontifice, en consistorio declararon las causas por queños y gastos. Demás desto, se concertaron treguas por

Ja eleccion de Rodulfo pretendian ser inválida. Que no debia el Pontifice moverse por los dichos de aquellos que ponian asechanzas y redes á sus orejas y con engaños pretendian ganar gracias con otros, sino conservarse neutral, como lo pedia la persona y lugar sacrosanto que representaba, y con esto ganar ambas las partes á ejemplo de sus antecesores Urbano y Clemente, que con igual honra y título, por no perjudicar á nadie, dieron á Ricardo y á don Alonso título de rey de romanos. A los electores de Alemaña fué don Fernando, obispo de Segovia, para ponellos en razon y procurar repusiesen lo atentado. Con estas embajadas no se hizo efecto alguno por estar todos cansados de tan larga tardanza. Solo el año siguiente de 1274 desde Leon de Francia, donde, presente el Pontífice, se hacia el concilio general de los obispos para reformar la disciplina eclesiástica, renovar la guerra de la TierraSanta y unir la Iglesia griega con la latina, Fredulo fué enviado por nuncio al rey don Alonso para que le ofreciese los diezmos de las rentas eclesiásticas en nombre del Pontífice para la guerra contra moros, á tal que desistiese de la pretension y esperanza vana que tenia de ser emperador; que parecia cosa injusta con deseo de imperio forastero alterar la paz de la Iglesia, que tan sosegada estaba. En este medio don Enrique, rey de Navarra, muy apesgado y disforme por la mucha gordura de su cuerpo, falleció en Pamplona á 22 de julio. De su mujer doña Juana, hija de Roberto, conde de Artesia y hermano del rey san Luis, dejó una hija, llamada tambien doña Juana, en edad apenas de tres años, que, sin embargo, fué heredera de aquellos estados, así porque el reino la jurara antes, como por testamento de su padre, que lo dejó así dispuesto; de que resultaron nuevas diferencias y discordias, y el reino de Navarra finalmente se juntó con el de Francia. La embajada de Fredulo no fué desagradable al rey don Alonso; respondió que se pondria á sí y toda aquella diferencia en manos del Pontífice para que él la determinase como mejor le fuese visto. Con esta respuesta el Pontífice sin detenerse mas aprobó en público consistorio la eleccion de Rodulfo, á 6 de setiembre, que hasta entonces por respeto de don Alonso se entretuvo ; luego escribió cartas á todos los príncipes en aquella sustancia. Al mismo Rodulfo mandó

para sosegar á los grandes les prometieron todas las cosas que pedian; el rey de Granada quedó que pagase cada año de tributo trecientos mil maravedis de oro, y de presente gran suma de dineros, en pena de los da

un año entre los de Guadix y de Málaga con aquel Rey, por estar el rey don Alonso encargado del amparo de aquellas dos ciudades. Fué en aquella edad hombre señalado en España Gonzalo Ruiz de Atienza, privado del Rey, por cuya diligencia en gran parte y buena maña se concluyó aquel concierto. El rey de Granada y los grandes desde Córdoba partieron en compañía del infante don Fernando, que se halló en todas estas cosas; llegados á Sevilla, el rey don Alonso los acogió benignamente. Ellos, cotejado el un tiempo con el otro, juzgaron les estaba mas á cuento y mejor obedecer á su Príncipe con seguridad que la contumacia con peligro y daño. Concluido esto, las armas de Castilla debajo la conducta del infante don Fernando y por mandado de su padre se movieron contra Navarra para conquistar aquel reino. Don Jaime, rey de Aragon, envió al tanto á don Pedro, su hijo mayor, al cual renunció el derecho que pretendia tener á aquel reino, á ganar las voluntades de los navarros, que de suyo se inclinaban mas á los aragoneses que á Castilla. Ni las mañas de Aragon ni las fuerzas de Castilla hicieron efecto, á causa que la Reina viuda se recogió á Francia con su hija al amparo del Rey, su primo, por temer no le hiciesen fuerza si se quedaba en Navarra en tiempos tan revueltos. Solo don Fernando, acometió á tomar á Viana; y rechazado de allí por la fortaleza de aquella plaza y por el esfuerzo de los cercados, se apoderó de Mendavia y de otros menores pueblos. Todo lo halló mas dificultoso que pensaba, dado que ningun ejército bastante le salió al encuentro, que era causa de mayor tardanza; si bien las cosas de aquel reino estaban tan revueltas, que los señores, divididos en parcialidades y aficiones, no podian conformarse para acudir á la defensa. Los mas se aficionaban á los aragoneses, en especial Armengaudo, obispo de Pamplona, y Pero Sanchez de Montagudo, hombre principal y gobernador del reino. Don Pedro, infante de Aragon, llegó hasta Sos, pueblo á la raya de los dos reinos; allí alegó de su derecho que por la adopcion del rey don Sancho y por otros títulos mas antiguos se le debia el reino, por lo menos le debian acudir con sesenta mil marcos de plata, que poco antes el rey Teobaldo concertara de pagar. Tratóse el negocio por muchos dias; los nobles acordaron desposar á la niña heredera del reino en au

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