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sencia con don Pedro, y por dote señalaron la posesion del reino. Añadióse que si aquello no surtiese efecto, pagarian docientos mil marcos de plata para los gastos de la guerra que pretendian hacer de consuno contra las fuerzas de Castilla, si todavía perseverasen en el propósito de darles molestia. Estas cosas se asentaron en Olite por el mes de noviembre. El rey don Alonso, determinado de todo punto de hacer el viaje de Francia, tenia á la misma sazon Cortes del reino en Toledo para, asentadas las cosas, ponerse luego en camino. Encomendó el gobierno del reino á don Fernando, su hijo, á los otros señores repartió diversos cargos, á don Nuño de Lara dió la mayor autoridad, determinó dejarle por frontero contra los moros por si acaso se alterasen. Con estas caricias pretendia ganar á los parciales. Acabadas las Cortes, á lo postrero del año el Rey, la Reina, sus hijos menores y don Manuel, hermano del Rey, comenzaron su viaje. Era grande el repuesto y representacion de majestad; por tanto hacian las jornadas pequeñas. Pasaron á Valencia, de allí á Tortosa y á Tarragona, ca el rey don Jaime desde Barcelona partió para recebillos y festejallos en aquella ciudad. Tuvieron las fiestas de Navidad en Barcelona al principio del año de 1275. Halláronse presentes los dos reyes al enterramiento y honras de fray Raimundo de Peñafuerte, de la órden de Santo Domingo, que finó por aquellos días en aquella ciudad, persona señalada en piedad y erudicion. El mismo año pasó desta vida don Pelayo Perez Correa, maestre de Santiago, de mucha edad, muy esclarecido por las grandes cosas que hizo en guerra y en paz. Su cuerpo enterraron en Talavera en la iglesia de Santiago, que está en el arrabal; así lo tienen y afirman comunmente los moradores de aquella villa; otros dicen que en Santa María de Tudia, templo que él edificó desde sus cimientos, á las haldas de Sierramorena, en memoria de una batalla que los años pasados ganó de los moros en aquel lugar, muy señalada, tanto, que vulgarmente se dijo y entendió que el sol se paró y detuvo su carrera para que el dia fuese mas largo y mayor el destrozo de los enemigos y mejor se ejecutase el alcance. Dicen otrosí que aquella iglesia se llamó al principio de Tentudia, por las palabras que el Maestre dijo vuelto á la Madre de Dios: «Señora, ten tu dia. » A la verdad, alterados los sentidos con el peligro de la batalla y entre el miedo y la esperanza ¿quién pudo medir el tiempo? Una hora parece muchas por el deseo, aprieto y cuidado. Demás desto, muchas cosas fácilmente se creen en el tiempo del peligro y se fingen con libertad. El rey don Jaime no aprobaba los intentos de don Alonso, su yerno, y con muchas razones pretendió apartalle de aquel propósito. La principal, que sentenciado el pleito y pasado ya en cosa juzgada, no quedaba alguna esperanza que el Pontífice mudaria de parecer; así con tantos trabajos no alcanzaria mas de andar entre las naciones extrañas afrentado por el agravio recebido. Estos consejos saludables rechazó la resolucion de don Alonso. Dejados pues su mujer y hijos en Perpiñan, pasó á la primavera por Francia hasta Belcaire, pueblo de la Proenza, asentado á la ribera del Ródano, y por tanto de grande frescura, y que le tenian señalado para verse con el Pontífice, que despedido el concilio que de los obispos tuvo en Leon, todavía se detenia en Francia. Allí en

dia señalado en presencia del Pontífice y de los cardenales que le acompañaban el Rey les hizo un razonamiento desta sustancia: «Si por alguna diligencia y cuidado mio yo hubiera alcanzado el imperio, muy honrosa cosa era para mí que dejados tantos príncipes, se conformasen en un hombre extraño las voluntades de Alemaña; ¿cuánto menos razon tendrá nadie de cargarme que defienda el lugar en que, sin yo pretendelle, Dios y los hombres me han puesto? Como quier que sea antes cosa torpe no poder conservar los dones de Dios, y de corazon ingrato no responder en el amor á aquellos que en voluntad se han anticipado. Por tanto, es forzoso que sea tanto mas grave mi sentimiento, que por engaño de pocos he oido que deslumbrados los principes de Alemaña, ¡ oh hombres poco constantes! se han conformado en clegir un nuevo príncipe sin oirnos y sin que nuestra pretension y pleito esté sentenciado; en que, si en algun tiempo hobo duda, muerto el contrario era justo se quitase. Que no nos debe empecer la dilacion, á que algunos dan nombre de tardanza y flojedad, como mas verdaderamente haya sido deseo de reposo y de sosegar las alteraciones de algunos, amor y celo de la religion cristiana, prevencion contra los moros, que de ordinario hacen en nuestras tierras entradas. Al presente que dejamos nuestro hijo en el gobierno, que ya tiene dos hijos, con vuestra licencia y ayuda, Padre Santo, tomarémos el imperio," apellido sin duda sin sustancia y sin provecho; pero somos forzados á volver por la houra pública de España, y en particular rechazar nuestra afrenta; lo cual ojalá podamos alcanzar sin las armas y sin rompimiento, ca de otra manera determinados estamos por conservar nuestra reputacion y volver por ella ponernos á cualquier riesgo y afan. Yo, padres, ninguna cosa ni mayor ni mas amada tengo en la tierra que vuestra' autoridad; desde mis primeros años de tal manera procedí, que todos los buenos me aprobasen y ganase yo fama con buenas obras. Con este camino agradé á los pontífices pasados; por el mismo sin pretendello y sin procurallo me llamaron al imperio. Seria grave afrenta y mengua intolerable quitarme por engaño en esta edad lo que granjèé en mi mocedad y amancillar nuestra gloria con perpetua infamia. Razon es, beatísimo Padre, que vuestra santidad y todos los demás prelados que estais presentes ayudeis á nuestros intentos en negocio que no se puede pensar otro alguno ni mayor ni mas justificado. Procurad con efecto haced entienda el mundo lo que las particulares aficiones y lo que la entereza y justicia pueden y hasta dónde cada una destas cosas allega; por lo menos, ahora que es tiempo, prevenid que la república cristiana con nuevas discordias que resultaran no reciba algun daño irreparable. » A esto replicó el Pontífice en pocas palabras: declaró las causas por que con buen título pudieron criar nuevo emperador; que la muerte de Ricardo ningun nuevo derecho le dió; que él mismo prometió de ponerse en sus manos, resolucion saJudable para todos en comun, y en particular no afrentosa para él mismo, pues no era mas razon que los españoles mandasen á los alemanes que á España los de aquella nacion; que los caminos de Alemaña son ásperos y embarazados, las ciudades fuertes, la gente feroz, las aficiones antiguas trocadas, ningunas fuer

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zas se podrian igualar á las de los alemanes, si se conformasen; la infamia, si se perdiese la empresa, seria notable; si venciese, pequeño el provecho; que era mejor conservar lo suyo que pretender lo ajeno; la gloriu ganada con lo que obrara era tan grande, que en ningun tiempo su nombre y con ninguna afranta se podria escurecer. Hiciese á Dios, hiciese á la religion este servicio de disimular por su respeto, si en alguna cosa no se guardó el órden debido y se cometió algun yerro. Dichas estas palabras, abrazóle y dióle paz en el rostro, como persona que era el Papa de su condicion amoroso, y por la larga experiencia enseñado á sosegar con semejantes caricias las voluntades de los hombres alterados. Con esto se dejó aquella pretension, intentó, empero, otras esperanzas. Pretendia en primer lugar que era suyo el señorío de Suevia despues de la muerte de Corradino, por venir de parte de madre de los príncipes de Suevia; que Rodulfo, demás de quitalle el imperio, en tomalle para sí le hacia otro nuevo agravio. Alegaba eso mismo que el reino de Navarra era suyo por derechos antiguos de que se valia; que los franceses hacian mal en apoderarse del gobierno de aquel reino; por conclusion, pedia que por mandado del Pontífice el infante don Enrique, su hermano, fuese puesto en libertad; que Cárlos, rey de Sicilia, se

excusaba para no hacello con la voluntad del Pontifice, que no lo queria. Sin embargo, como quier que el Pontífice y los cardenales se hiciesen sordos á estas sus demandas tan justas á su parecer, bufaba de coraje. Finalmente, mal enojado se partió de Francia en sazon que el estío estaba adelante y cerca el otoño. Vuelto en España, no dejó de llamarse emperador ni las insignias imperiales, hasta tanto que el arzobispo de Sevilla, por mandado del Papa con censuras que le puso, hizo que desistiese; solamente le otorgaron los diezmos de las iglesias para ayuda á los gastos de la guerra de los moros. Vulgarmente las llamamos tercias á causa que la tercera parte de los diezmos, que acostumbraban gastar en las fábricas de las iglesias, le dieron para que della se aprovechase; y aun, como yo creo, y es usí, no se las concedieron para siempre, sino por entonces por tiempo determinado y cierto número de años que señalaron. Este fué el principio que los reyes de Castilla tuvieron de aprovecharse de las rentas sagradas de los templos; este el fruto que don Alonso sacó de aquel viaje tan largo y de tan grandes afanes; esta la recompensa del imperio que á sinrazon le quitaron, alcanzado sin duda sin soborco y sin dinero, de fin y rcmate desgraciado.

LIBRO DÉCIMOCUARTO.

CAPITULO PRIMERO.

Cómo el rey de Marruecos pasó en Españía.

A esta misma sazon el rey de Marruecos Jacob Abenjuzef, como se viese enseñoreado de Africa, sabidas las cosas de España, es á saber, que por la partida del rey don Alonso el Andalucía quedaba desapercebida y sin fuerzas, estaba dudoso y perplejo en lo que debia hacer. Por una parte le punzăba el deseo de vengar las injurias de su nacion, tantas veces por los nuestros maltratada, por otra le detenia la grandeza del peligro; demás que de su natural era considerado y recatado, mayormente que para asegurar su imperio, que por ser nuevo andaba en balanzas, se hallaba embarazado con muchas guerras en Africa, cuando una nueva embajada que le vino de España le hizo tomar resolucion y aprestarse para aquella empresa. Fué así que Mahomad, rey de Granada, como quien tenia mas cuenta con su provecho que con lo que habia jurado ni con la lealtad, conforme á la costumbre de aquella nacion, luego que se partió de la presencia del rey don Alonso, con quien se confederó en Sevilla, vuelto á su tierra, sin dilacion propuso en sí de abrir la guerra y apoderarse de toda el Andalucía, hazaña que sobrepujaba su poder y fuerzas. Quejábase que lo que de su gente quedaba estaba reducido en tanta estrechura, que apenas tenia en qué poner el pié en España, y eso á merced de sus enemigos y con carga de parias que les hacian pagar cada un año. Que los de Málaga y Guadix, confiados de las

espaldas que el rey don Alonso les hacia, nunca cesaban de maquinar cosas en daño suyo, y que no dudarian de movelle nueva guerra luego que el tiempo de las treguas fuese pasado. Puesto en estos cuidados, via que no tenia fuerzas bastantes contra la grandeza y riquezas del rey don Alonso, puesto que ausente. Resolvióse con una embajada de convidar al rey de Marruecos para que se juutase con él y le ayudase, príncipe poderoso en aquel tiempo y muy señalado en las armas. Decia ser llegado el tiempo de vengar las injurias y agravios recebidos de los cristianos; que los grandes imperios no se mantienen y conservan con pereza y descuido, sino con ejercitar los soldados y entretenellos siempre con nuevas empresas; que el derecho de los reinos y la justicia para apoderarse de nuevos estados consiste en las fuerzas y en el poder; mantener sus estados es loa de poco momento; conquistar los ajenos oficio de grandes príncipes; que si ellos no acometian y amparaban las reliquias de la gente mahometana en España, forzosamente serian acometidos en Africa; en cuanto se debia estimar con sujetar una provincia poner casi en otro mundo los trofeos de sus victorias y de su gloria, y en un punto juntar lo de Europa con lo de Africa. Movido por esta embajada el rey de Marruecos deter minó hacer guerra á España. Mandó levantar gente por todas sus tierras. No se oia por todas partes sino ruido de naves, soldados, armas, caballos y todo lo al. Ninguna cosa le aquejaba tanto como la falta del dinero y el cuidado de encubrir sus intentos, por temor que

si

los nuestros fuesen sabidores dellos, los hallaria apercebidos para la defensa y para rechazar los contrarios. Por el uno y por el otro respeto con embajadores que envió el rey don Jaime de Aragon le pidió dineros prestados, con color que se le habia rebelado un señor Moro, su vasallo, y entrado en Ceuta, cosa que por el sitio de aquella plaza, que está cerca del estrecho de Gibraltar, era de consideracion, y si no se prevenia con tiempo, podria acarrear daño á las marinas de Africa y de España. Cuanto mayor era el cuidado de encubrir estos deseños, tanto la mal enfrenada fama se aumentaba mas, como acontece en las cosas grandes, que fué la causa para que ni el rey de Aragon le enviase dineros ni los de Castilla se descuidasen en apercebirse de lo necesario. Verdad es que todo procedia de espacio por la ausencia del rey don Alonso y porque su hijo don Fernando se detenia en Búrgos, donde aportó despues que visitó el reino. Envió pues el Moro en primer lugar desde Africa alcaides que se apoderasen y tuviesen en su nombre las ciudades de Algecira y Tarifa, segun concertó que se las entregaria el rey de Granada para que sirviesen como de baluartes, asiento y reparo de la guerra que se aparejaba. Despues desto echó en España gran gente africana, en número diez y siete mil caballos, y dado que no se refiere el número de los infantes, bien se entiende fueron muchos, conforme á la hazaña que se emprendia y al deseño que llevaban. Lo primero que procuró fué de reconciliar todos los moros entre si y hacer olvidasen las discordias pasadas; lo cual con la autoridad del rey de Marruecos y á su persuasion se efectuó, que se avinieron los de Málaga y Guadix con el rey de Granada. Tuvieron junta en Málaga para resolver en qué forma se haria la guerra. Fueron de acuerdo que la gente se dividiese en dos partes, porque no se embarazasen con la multitud y para con mas provecho acometer las tierras de cristianos. Con esta resolucion el rey de Marruecos tomó cargo de correr la campaña de Sevilla. El de Granada se encargó de hacer entrada por las fronteras de Jaen. Era don Nuño de Lara frontero contra los moros. Avisó al infante don Fernando que con toda presteza enviase toda la mas gente que pudiese, porque el peligro no sufria dilacion. El mismo arrebatadamente con la gente que pudo se metió en Ecija, por do era forzoso pasase el rey de Marruecos, ciudad bien fuerte y que no se podia tomar con facilidad. Concurrió otrosí gran nobleza de las ciudades cercanas, movidos por la fama del peligro y convidados por las cartas que don Nuño les enviara. Confiado pues en la mucha gente y porque los bárbaros no cobrasen mayor esfuerzo si los nuestros daban muestras de miedo, salió de la ciudad, do se pudiera entretener, y puestos sus escuadrones en ordenanza, no dudó de encontrarse con el enemigo. Trabóse la pelea, en que si bien los moros al principio iban de caida, en fin vencieron por su muchedumbre y los fieles fuerou desbaratados y puestos en huida. El mismo don Nuño murió en la pelea, y con él docientos y cincuenta de á caballo y cuatro mil infantes. Los demás se recogieron á la ciudad, que caia cerca, como á guarida; lo que tambien dió á algunos ocasion para que no hiciesen el postrer esfuerzo. La cabeza de don Nuño, varon tan esforzado y valiente, enviaron al rey de Granada en presente, que le dió poco gusto por acordarse de la anti

gua amistad y que por su 'medio alcanzó aquel reino que tenia. Así la envió á Córdoba para que junto con el cuerpo fuese sepultada. Esta desgracia tan señalada, que sucedió el año de 1275 por el mes de mayo, causó gran tristeza en todo elreino, no tanto por el daño presente cuanto por el miedo de mayor peligro que amenazaba. Algun consuelo y principio de mejor esperanza fué que el Bárbaro, aunque victorioso y feroz, no se pudo apoderar de la ciudad de Ecija; pero sucedió otra nueva desgracia. Esta fué que don Sancho, arzobispo de Toledo, con el triste aviso desta jornada, juntado que hobo toda la caballería que pudo en Toledo, Madrid, Guadalajara y Talavera, se partió á gran priesa para el Andalucía. Los moros de Granada talaban los campos de Jaen, robaban los ganados, mataban y cautivaban hombres, ponian fuego á los poblados, finalmeute, no perdonaban á cosa ninguna que pudiese dañar su furor y saña. A estos pues procuró de acometer el Arzobispo con mayor osadía que consejo; hervíale la sangre con la mocedad, deseaba imitar la valentía del Rey, su padre, pretendia quitar á los moros la presa que llevaban, y dado que los mas cuerdos eran de parecer que debian de esperar á don Lope de Haro, que sabian marchaba á toda furia, y en breve llegaria con buen escuadron de gente; que no era justo ni acertado acometer con tan poca gente todo el ejército enemigo; prevaleció el parecer de aquellos que decian, si le esperaban, á juicio de todos seria suya la gloria de la victoria. So color de honra buscaron su daño; trabada la batalla, que se dió cerca de Mártos, á los 21 de octubre, fácilmente fueron los fieles vencidos, así por ser menos en número como por ser soldados nuevos, los moros muy ejercitados en el arte militar. La huida fué vergonzosa, los muertos pocos para victoria tan señalada. Prendieron al arzobispo don Sancho, y como quier que hobiese diferencia entre los bárbaros sobre de cuál de los reyes seria aquella presa y estuviesen á punto de venir á las manos, Atar, señor de Málaga, con la espada desnuda le pasó de parte á parte, diciendo: « No es justo que sobre la cabeza deste perro haya contienda entre caballeros tan principales.» Muerto que fué, le cortaron la cabeza y la mano izquierda, en que tenia el anillo pontifical. Este estrago fué tanto de mayor compasion y lástima, que pudieran los bárbaros ser destruidos en aquella pelea, si los nuestros tuvieran un poco de paciencia y no fueran tan amigos de su honra; porque don Lope de Haro sobrevino poco despues, y con su propio escuadron volvió á la pelea, y con maravillosa osadía forzó los moros á retirarse, pero no pudo vencellos á causa de la escuridad de la noche, que sobrevino. El cuerpo, mano y cabeza del arzobispo don Sancho, todo rescatado á precio de mucho oro, enterraron en la capilla real de Toledo, título de Santa Cruz, en que estaban sepultados el emperador don Alonso y su hijo don Sancho el Deseado. Sucedióle don Hernando, abad de Covarrubias, en el arzobispado; y amovido este á cabo de seis años por mandado del Padre Santo, que nunca quiso confirmar ni aprobar esta eleccion, antes él mismo renunció al arzobispado, sucedió en la silla de Toledo por eleccion del papa don Gonzalo, segundo desto nombre, que primero fué obispo de Cuenca y despues de Búrgos. Este dicen que fué cardenal y Onufrio lo afirma; en Santa María la mayor en Roma hay un se

pulcro de mármol, suyo segun se dice, con esta letra :

HIC DEPOSITUS FUIT QUONDAM DOMINUS GONSALVUS EPISCOPUS ALBANENSIS. OBIIT ANNO DOMINI M. CC. LXXXXVIII.

Quiere decir: Aquí yace don Gonzalo, obispo que ya fué albanense. Finó año del Señor 1299. Fué natural de Toledo, del linaje de los Gudieles, á lo que se entiende. El año en que vamos, por estos desastres aciago, le hizo mas notable la muerte del infante don Fernando; murió de enfermedad en Villareal por el mes de agosto. Iba á la guerra de los moros, y esperaba en aquella villa las compañías de gente que se habian levantado, cuando la muerte le sobrevino. No es menos sino que todo el reino sintió mucho este desman y falta, endechas y lutos asaz; su cuerpo enterraron en las Huelgas. Su muerte causó al presente gran tristeza, y adelante fué ocasion de graves discordias, como quiera que el infante don Sancho, su hermano, porfiase que le venia á él la sucesion del reino por ser hijo segundo del rey don Alonso, que todavía vivia; si bien don Fernando dejó dos hijos de su mujer la infanta doña Blanca, llamados don Alonso y don Fernando, encarecidamente encomendados al tiempo de su muerte á don Juan de Lara, que fué hijo mayor de don Nuño de Lara. El infante don Sancho, como mozo que era de ingenio agudo y de grande industria para cualquier cosa que se aplicase, en aquel peligro de la república se hizo capitan contra los moros, y con su valor y diligencia refrenó la osadía de los enemigos. Puso guarniciones en muchos lugares, y excusó la pelea con intento que el ímpetu con que los bárbaros venian se fuese resfriando con la tardanza, que fué un consejo saludable. Tambien se alteraron los moros de Valencia, que nunca fueron fieles; y entonces, perdido el miedo por la vejez del rey don Jaime y llenos de confianza por lo que pasaba en el Andalucía, al principio de aquella guerra.se estuvieron quedos y á la mira de lo que sucedia. Como supieron que los suyos vencian, se resolvieron juntar con ellos sus fuerzas, y á cada paso en tierra de Valencia se hacían conjuraciones de moros, si bien don Pedro, infante de Aragon, por mandado de su padre era ido con un escuadron de soldados á las fronteras de Murcia, y destruia los campos de Almería con quemas y robos. Las cosas de los navarros no andaban mas sosegadas en aquel tiempo. Como Filipe, rey de Francia, hobiese concertado á doña Juana, heredera de aquel reino, con su hijo Filipe, que le sucedió despues y tuvo sobrenombre de Hermoso, envió por virey de Navarra á Estéban de Belmarca, de nacion francés, quitado aquel cargo á Pedro de Montagudo. No tenia bastante autoridad un hombre forastero para apaciguar los alborotos que andaban y aquellas parcialidades tan enconadas, mayormente que Pedro de Montagudo, movido de la afrenta que se le hizo en removelle del gobierno, y García Almoravides, que siempre se mostró aficionado á los reyes de Castilla, se declararon por caudillos de los alborotados. Dentro de la misma ciudad de Pamplona se trabaron pasiones y vinieron á las manos el un bando con el otro. La porfía y crueldad fué tal, que se quemaban las mieses y batian á las paredes los hijos pequeños con mayor daño del bando que seguia á los franceses. Al mismo Pedro de Montagudo que, pasado el primer desgusto, inclinaba al bando francés, y que

ora fuese por deseo de quietud, ora á persuasion de otros, ya tenia pensado de pasarse á su parte ; como lo entendiesen los del bando contrario le mataron. Indigno de tal desastre por sus muchas virtudes, de que ningun ciudadano de su tiempo era mas adornado, varon noble, rico, de buena presencia, prudente y de grandes fuerzas corporales.

CAPITULO II.

De la muerte del rey don Jaime de Aragon.

El año siguiente, que del nacimiento de Cristo se contaba 1276, fué señalado por la muerte de tres pontífices romanos; estos fueron Gregorio X, Inocencio V y Adriano V. El pontificado de Inocencio fué muy breve, es á saber, de cinco meses y dos dias; el de Adriano de solos treinta y siete dias, en cuyo lugar sucedió Juan, vigésimoprimero deste nombre, natural de Lisboa, hombre de grande ingenio, de muchas letras y doctrina, mayormente de dialéctica y medicina, como dan testimonio los libros que dejó escritos en nombre de Pedro Hispano, que tuvo antes que fuese papa. Hay un libro suyo de medicina, que se llama Tesoro de pobres. Su vida no fué mucho mas larga que la de sus antecesores. A los ocho meses y ocho dias de su pontificado en Viterbo murió por ocasion que el techo del aposento en que estaba se hundió. Sucedióle Nicolao III, natural de Roma y de la casa Ursina. En este mismo tiempo en Castilla se abrian las zanjas y echaban los cimientos de guerras civiles, que mucho la trabajaron. Fué así, que el infante don Sancho granjeaba con diligencia las voluntades de la nobleza y del pueblo, usaba de halagos, cortesía y liberalidad con todos, como quiera que todo esto faltase en el Rey, su padre, por do el pueblo habia comenzado á desgraciarse. Aumentó este disgusto la jornada de Francia tan fuera de sazon y propósito, y casi siempre acontece que á quien la fortuna es contraria le falta el aplauso de los hombres. Deseaba el vulgo novedades, y juntamente, como acontece, las temia; algunos de los principales á punto de alborotarse, otros por ser mas recatados se entretenian, disimulaban y estaban á la mira. Don Lope de Haro, que era de tanta autoridad y prendas, se habia reconciliado en Córdoba con el infante don Sancho. Con los moros, cuya furia algun tanto amansaba, se asentaron treguas por espacio de dos años. El rey de Marruecos, hecho este concierto, desde Algecira, do tenia sus reales y su gente, pasó en Africa. Don Sancho á gran priesa se fué á Toledo con color de visitar al Rey, su padre, que poco antes de Francia por el camino de Valencia y de Cuenca era llegado á aquella ciudad, fuera de que publicaba tener negocios del reino que comunicar con él. Esta era la voz ; el cuidado que mas le aquejaba era de asentar el derecho de su sucesion, que pretendia encaminar con voluntad de su padre y de los grandes. Comenzóse á tratar este negocio; encargóse don Lope de Haro de dar principio á esta prática, que dió mucho enojo al rey don Alonso. Llevaba mal se tratase en su vida tan fuera de sazon de la sucesion del reino, junto con que se persuadia que conforme á derecho sus nietos no podian ser excluidos, y por el amor que en particular les tenia pesábale grandemente que se tratase de hacer novedad. Mas por consejo del infante don Ma

nuel, su hermano, ya grande amigo de don Sancho, se determinó que se llamasen y juntasen Cortes en Segovia, con intento que allí se determinase esta diferencia. Tratóse el negocio en aquellas Cortes, y ventiladas las razones por la una y por la otra parte, en fin se vino á pronunciar sentencia en favor de don Sancho; si con razon y conforme á derecho ó contra él, no se sabe ni hay para qué aquí tratallo. Lo cierto es que prevaleció el respeto del pro comun y el deseo del sosiego del reino. Todos se persuadian que si don Sancho no alcanzara lo que pretendia no reposaria ni dejaria á los otros que reposasen. Su edad era á propósito para el gobierno, su ingenio, industria y condicion muy aventajadas, el amor que muchos le tenian grande, su valor muy señalado. Esto pasaba en Castilla; en Aragon el rey don Jaime usaba de toda diligencia para sosegar el alboroto de los moros, si pudiese por maña, y si no por fuerza. Con este intento discurria por las ciudades, villas y lugares del reino de Valencia; hobo en diversas partes muchos encuentros; cuando los unos vencian, cuando los otros. En particular al tiempo que el Rey estaba en Játiva, los suyos fueron destrozados en Lujen; el estrago fué tal y la matanza, que desde entonces comenzó el vulgo á llamar aquel dia, que era mártes, de mal agüero y aciago. Murió en la batalla Garci Ruiz de Azagra, hijo de Pedro de Azagra, señor de Albarracin, noble príncipe en aquel tiempo; fué preso el comendador mayor de los templarios. La causa principal de aquel daño fué el poco caso que hicieron del enemigo, cosa que siempre en la guerra es muy perjudicial. El Rey, por la tristeza que sintió de aquella desgracia, y por tener ya quebrantado el cuerpo con los muchos trabajos, á que se llegó una nueva enfermedad que le sobrevino, dejó el cuidado de la guerra al infante don Pedro, su hijo, y él se fué á Algecira, que es una villa en tierra de Valencia. Allí, aquejado del mal y desafiuciado de los médicos, entregó de su mano el reino á su hijo, que presente estaba; dióle asimismo consejos muy saludables para saberse gobernar. Esto hecho, él se vistió el hábito de san Bernardo con intento de pasar lo que le quedaba de vida en el monasterio de Poblete, en que queria ser enterrado. No le dió la dolencia tanto lugar, falleció en Valencia á 27 de julio; príncipe de renombre inmortal por la grandeza de sus hazañas, y no solo valiente y esforzado, sino de singular piedad y devocion, pues afirman dél edificó dos mil iglesias; yo entiendo que las hizo consagrar ó dedicar conforme al rito y ceremonia cristiana, y de mezquitas de Mahoma las convirtió en templos de Dios. En las cosas de la guerra se puede comparar con cualquiera de los famosos capitanes antiguos; treinta veces entró en batalla con los moros y siempre salió vencedor, por donde tuvo sobrenombre y se llamó el rey don Jaime el Conquistador. Reinó por espacio de sesenta y tres años; fué demasiadamente dado á la sensualidad, cosa que no poco escureció su fama. De la reina doña Violante tuvo estos hijos: don Pedro, don Jaime, don Sancho, el arzobispo, ya muerto; doña Isabel, reina de Francia; doña Violante, reina de Castilla; doña Costanza, mujer del infante don Manuel; otras dos hijas, María y Leonor, murieron niñas; todos estos fueron hijos legítimos. De doña Teresa Egidia Vidaura tuvo á don Jaime, señor de Ejerica, y á don Pedro, señor de Ayerve, que á la muerte

declaró por hijos legítimos, y llamó á la sucesion del reino caso que los hijos de doña Violante no tuviesen sucesion. De otra mujer de la casa de Antillon hobo á Fernan Sanchez, el que arriba contamos que fué muerto por su hermano. Deste descienden los de la casa de Castro, que se llamaron así á causa de la baronía de Castro que tuvo en heredamiento. De Berenguela Fernandez dejó otro hijo, llamado Pero Fernandez, á quien dió la villa de Hijar; de todos descendieron muy nobles familias en el reino de Aragon. Lo que mas es do considerar que en la sucesion del reino sustituyó los hijos varones de doña Violante, doña Costanza y doña Isabel, sus hijas, despues de los cuatro hijos arriba nombrados y declarados por legítimos; pero con tal condicion que ni sus madres ni ninguna otra mujer pudiese jamás heredar aquella corona. Dejó mandado á su hijo echase los moros del reino, por ser gente que no se puede jamás fiar dellos, mandamiento que si en aqueIla edad y aun en la nuestra y de nuestros padres so hobiera puesto en ejecucion se excusaran muchos da→ ños, porque la obstinacion desta gente no se puede vencer ni ablandar con ninguna arte, ni su deslealtad amansar con ningunas buenas obras; no hacen caso de argumentos y razones ni estiman la autoridad de nadie. El infante don Pedro, dado que su padre era muerto, no se llamó luego rey; solo se nombraba heredero del reino en sus provisiones y cartas hasta tanto que se coronase, que se hizo en Zaragoza despues de apaciguados los alborotos de Valencia, y fué á 16 de noviembre. Esta honra se guardó para aquella nobilísima y hermosísima ciudad; la Reina tambien fué coronada; y los caballeros principales, hecho su pleito homenaje, juraron á don Alonso, su hijo, que entonces era niño, por heredero de aquellos estados. A don Jaime, mano del nuevo Rey, se dieron las islas de Mallorca y Menorca con título de rey, como su padre lo dejó mandado en su testamento y como arriba queda dicho que lo tenia determinado; diéronle otrosí el condado de Ruisellon y lo de Mompeller en Francia. Tuvo este Principe por hijos á don Jaime, don Sancho, don Fernando, don Filipe. Esta division del reino fué causa de desabrimientos y sospechas que nacieron entre los hermanos, que adelante pararon en enemistades y guerras. Quejábase don Jaime que le quitaron el reino de Valencia, del cual le hizo tiempo atrás donacion su padre, y que por el nuevo corte que se dió quedaba por feudatario y vasallo de su hermano, cosa que le parecia no se podia sufrir. Su cólera y su ambicion sin propósito le aguijonaban y aun le despeñaban, sin reparar hasta tanto que le despojaron de su estado.

CAPITULO III.

Que las discordias de Navarra se apaciguaron.

her

Lo de Navarra no andaba mas sosegado que las otras partes de España, antes ardia en alborotos y discordias civiles; cada cual acudia al uno de los bandos. Filipo, rey de Francia, como se viese encargado de la defensa y amparo del nuevo reino, determinó de ir en persona á sosegar aquellas revueltas con mucha gente de guerra que consigo llevaba. Era el tiempo muy áspero, y las cumbres del monte Pirineo por donde era el paso cargadas y cubiertas de nieve; allegábase á esto la falta

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