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que en el mas misero cautiverio se puede esperar, que les vedasen el poder hablar libremente; señorío insufrible y que se extendia hasta Roma, donde el rey de Nápoles, puesto allí un su vicario ó teniente, tenia el gobierno de todo con nombre de senador. Nicolao, pontífice romano, procuraba con todas veras librar á Roma de aquella sujecion. Para esto lo primero que hizo fué declarar por un edicto 6 bula que ninguno en Roma pudiese ser senador mas que por un año; quitó otrosí la facultad á los reyes y á sus parientes de poder tener y ejercitar aquel gobierno ó magistrado. A CárJos, rey de Sicilia, le privó del nombre y autoridad de vicario, nombre de que usaba en Italia, como lugarteniente de los emperadores, con color que esta era la voluntad del emperador Rodulfo. Todo esto aunque iba encaminado á enflaquecer las fuerzas del rey Cárlos, pero como era conforme á razon lo que se ordenaba, aun no se movian las armas ni se llegaba á rompimiento. Loque algunos autores defienden ó porfian, que el papa Nicolao tenia determinado hacer de la familia y casa Ursina, de que él descendia, dos reyes en Italia, el uno en Lombardía, y el otro en Toscana, para estorbar á los tramontanos la entrada de Italia, la mas frecuente fama y casi el comun consentimiento de todos lo condena como falso. De cualquier manera que esto sea, Cárlos, viudo de la primera mujer, casó con hija del emperador Balduino desposeido; con esto trataba de volver á aquella pretension y ayudar con sus fuerzas á Filipo, su cuñado, para recobrar el imperio de Constantinopla. Procuraba para salir con este intento de hacerse amigo de don Alonso, rey de Castilla. Para mas prendalle procuró que le diese su hija doña VioJante para casalla con el emperador Filipo. Estas pretensiones se deshicieron con las artes de los aragoneses, y aun expresamente se estableció en el Campillo, donde, como dicho es, los reyes se hablaron, que el rey de Castilla no emparentase con franceses. A doña Beatriz, hija del rey Manfredo, hermana de doña Constanza, reina de Aragon, la tenia el rey Carlos presa sin querella en manera alguna poner en su libertad, aunque sobre ello habia sido importunado. Esto se juntaba con otras causas y razones de discordias y enojos. Juan Prochita con la ocasion destas disensiones y disgustos intentó de cobrar su patria y estado; fué una y segunda vez á Constantinopla en hábito desconocido. Puso al emperador Paleólogo, que ya antes tenia recelo de sus cosas, en mayor sospecha y cuidado. Avisóle que el rey Cárlos de Nápoles, juntadas sus fuerzas con las de Francia, tenia una poderosa armada puesta en órden para ir contra él; que los franceses tenian sus fuerzas enteras; á los griegos enflaquecian los bandos que entre ellos andaban, demás de otras desgracias, de tal manera, que no podrian resistir al poder de aquellos dos reyes. «Los sucesos de las guerras pasadas, dice, os pueden servir de aviso. Séame lícito decir la verdad; en vos no cabe soberbia, y es cosa muy loable y magnífica saberse el hombre gobernar en el enojo y peligro. Por ventura con estaros en vuestra casa entorpecido ¿esperaréis que os acometan con la guerra y que acrecentados con sus fuerzas y las de vuestros vasallos, que andan desgustados y revueltos, lo que me pone temor decillo, os echen de vuestro estado? Gran carga teneis sobre los hombros, tal, que si no la regís con ma

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ña, os oprimirá con su peso; mejor seria que å vuestros enemigos les diésedes en qué entender en sus casas, porque los sicilianos con la memoria del antiguo gobierno y por el aborrecimiento que tienen al nuevo están desgustados de suerte, que mas les falta cabeza á quien seguir que deseo de rebelarse. No cesan de importunar á los reyes de Aragon que les dén socorro y se apoderen de toda la isla. Fuera desto, el Pontífice romano está muy desgustado con los franceses; si ayudáredes sus pretensiones, sin duda con poco trabajo y costa ahorraréis de grandes tempestades y revolveréis sobre ellos el daño que contra vos procuran. Finalmente, os persuadid que los franceses jamás os serán amigos. El poder y fuerzas que alcanzan ¿quién no lo sabe?» El Emperador tenia por cierto era verdad todo lo que Prochita le decia; mas no queria empeñarse mucho en el negocio ni del todo declararse. Prometió que él ayudaria las pretensiones del rey de Aragon con dineres de secreto, porque estas práticas no se entendiesen. Concertado esto, el Prochita se volvió á Italia; fuése á ver con el Papa, que estaba en Roca Soriana junto á Viterbo. Avisóle de todo lo que pasaba, y con tanto dió la vuelta á Sicilia á tratar con los principales de la isla que se rebelasen. Fué el descuido ó seguridad de los franceses tal y el silencio de los conjurados, que jamás se entendió cosa alguna. Falleció en esta sazon el papa Nicolao; por su muerte fué puesto en su lugar Martin IV, natural de Turon de Francia, que favorecia el partido del rey Cárlos de tal manera, que á contemplacion suya declaró por descomulgado al Emperador griego, como á scismático y que no queria obedecer á la Iglesia romana. El rey de Aragon envió al nuevo sumo Pontífice por su embajador un varon en aquel tiempo muy señalado y de gran prudencia, llamado Hugo Metaplana, para que procurase entender sus intentos, dado que la voz era para hacer canonizar á fray Raimundo de Peñafuerte. El Pontífice no quiso otorgar con esta demanda; decia que no se debia conceder cosa alguna á quien rehusaba de pagar el tributo que debia á la Iglesia romana; antes revocó la concesion que de los diezmos eclesiásticos hicieron sus antecesores al rey don Jaime, su padre. Lo que pudiera atemorizar al Aragonés le encendió mas para aprestar la jornada, porque si se detenia no sucediese alguna cosa que la estorbase; apercibió una grande armada en las costas de Aragon con voz de pasar en Africa, en que dos hijos del rey de Túnez, despojado por Conrado Lanza, como arriba se tocó, de aquel reino, competian entre sí sobre el señorío de Constantina y Bugía, ciudades que quedaron en poder de su padre. Esta era la farna; el mayor y mas verdadero cuidado de acudir á lo de Sicilia. El Pontífice envió á saber por sus embajadores la causa de aquel aparato, y como no cesasen de preguntar lo que les era mandado, el Rey encendido en cólera les respondió: «Quemaria yo mi camisa si pensase era sabidora de mis puridades. » La misma respuesta dió al rey de Francia, que á entrambos tenian puestos en cuidado las cosas del rey Cárlos, tanto mas que sabian muy bien la enemiga que los aragoneses tenian contra él. El Emperador griego, segun que lo tenia prometido, acudió con buena suma de dinero. La conjuracion de los sicilianos se vino á ejecutar en el mas santo tiempo de todo el año, que parecia gran maldad, es á saber, el

tercero dia de la Pascua de Resurreccion, que fué á 31 dias del mes de marzo, cuando por todas partes se hacian juegos y alegrías, muestras mas de seguridad y contento que de temor y matanza. Al mismo tiempo y hora que al son de las campanas despues de comer llamaban los pueblos á vísperas se ejecutó la matanza de los franceses, que bien descuidados estaban, en toda la isla en un momento; de que vino el proverbio de las Vísperas Sicilianas. Apoderáronse otrosí los sicilianos de toda la armada que en los puertos de Sicilia tenian aprestada contra el Emperador griego, ya declarado por enemigo por el papa Nicolao IV. Desta manera pasó este hecho, segun que lo divulgó la fama y lo dejaron cscrito muchos autores. Otros afirman que este estrago tuvo principio en Palermo, donde como la gente en aquel dia señalado fuese á visitar la iglesia de Sancti Spíritus, que está en Monreal, una legua distante, un cierto francés, llamado Droqueto, quiso con soltura catar á una mujer para ver si llevaba armas. Aquel desaguisado tomó por ocasion el pueblo para levantarse. En el campo, en la ciudad y en el castillo se hizo gran matanza de franceses, sin tener respeto á mujeres, niños ni viejos, con tan grande furia y deseo de satisfacer su saña, que aun las mujeres que entendian estar preñadas de los franceses, porque dellos no quedase rastro alguno las pasaban á cuchillo. La misma ciudad de Palermo fué saqueada comá si fuera de enemigos; que el pueblo alborotado no tiene término ni órden, y cualquier grande hazaña casi es forzoso vaya mezclada con muchos agravios y sinrazones. Las demás ciudades y pueblos en muchas partes con el ejemplo de los panormitanos acudieron asimismo á las armas; solo Mecina por algun tiempo estuvo sosegada á causa de hallarse presente Herberto, aurelianense, gobernador de toda la isla por los franceses; miedo y respeto que no fué bastante ni duró mucho tiempo, antes en breve los mecineses, á ejemplo de las otras ciudades, tomadas las armas, echaron fuera la guarnicion de los soldados y al mismo Gobernador. Solo Guillen Porceleto, provenzal de nacion y que tenia el gobierno de Calatafimia, en lo mas recio del alboroto le dejaron ir libremente, porque la opinion de su bondad y modestia le amparó para que no se le hiciese algun agravio. Este fué el suceso y la manera de la conjuracion de Juan Prochita, mas famosa que loable. Los sicilianos, amansado aquel primer ímpetu, puesto que entendian el peligro en que quedaban y que algunos se comenzaban á arrepentir de lo hecho, todavía determinados de antes morir que tornar á poder de los franceses, acordaron de acudir de nuevo al rey de Aragon para pedille los ayudase. A la sazon que esto pasaba en Sicilia estaba él en Tortosa con su armada aprestada. Pensaba antes que llegase la nueva de Sicilia de pasar en Africa. Hízolo así. Dende robadas y destruidas todas aquellas marinas, volvió repentinamente las velas, y mudado el camino, llegó á Čórcega. Allí tuvo aviso de todo lo sucedido en Sicilia y que el rey Cárlos á gran priesa era partido de Toscana, y con gente de guerra que juntara de todas partes tenia puesto sitio sobre Mecina, tan apretado, que de muchos años á aquella parte no se dió á ciudad ninguna batería mas recia ni mas brava. Todos hacian el postrer esfuerzo; los franceses ardian en deseo de vengarse, y con la sangre de los sicilianos pretendian hacer las exequias de sus ciuda

danos y amigos muertos; los cercados, por entender esto, se defendian valerosamente con tanto coraje, que, hasta las mujeres, niños y viejos acudian á todas partes, no esquivaban ni trabajo ni peligro. A esta sazon llegó el rey de Aragon á Palermo; en aquella ciudad se coronó, y fué de todos saludado por rey, que era meter nuevas prendas; acrecentó su armada con las naves que los sicilianos tomaron al principio deste alboroto, y las tenian apercebidas para ir contra los griegos. Los cercados, con la esperanza del socorro que les venia á buen tiempo, cobraron mayor ánimo, tanto, que el rey Cárlos fué forzado de alzar el cerco de Mecina, y con tristeza y vergüenza, pasado el Faro, dar la vuelta á Italia. Fué este para los aragoneses un principio de gran. des desabrimientos, y de gloria y honra no menor. Enviáronse los reyes cartas llenas de saña y denuestos, con que mas se irritaron las voluntades hasta llegar á declararse la guerra por ambas las partes. El Aragonés esperaba nuevo ejército de España, el rey Carlos de la Proenza y de Marsella; todo les era á los aragoneses llano en Sicilia, á los franceses dificultoso. Los reales destos, puestos junto al estrecho de Mecina á la vista de Sicilia, los soldados aragoneses repartidos en muchas partes y enviados á las ciudades para mas asegurallas y defendellas; el rey don Pedro, con recelo de perder lo adquirido por ser el enemigo tan poderoso y los socorros que él esperaba muy lejos, acordó de valerse de ardid y maña. Era el rey Cárlos muy valiente por su persona, de grandes fuerzas y destreza, de que él mucho se preciaba. Envióle el de Aragon á desafiar con un rey de armas; que si confiaba en sus fuerzas y valor, saliese á hacer campo con él; perdonasen á tantos inocentes como de fuerza moririan en aquella demanda; que por quien quedase el campo fuese señor de todo lo demás, y cesaria la causa de la guer ra que tenian entre manos. Así lo cuentan los historiadores franceses. Los aragoneses, al contrario, afirman que primero fué desafiado el rey don Pedro del Francés, y que el mensajero fué Simon Leontino, de la órden de los Predicadores; lo que se sabe de cierto es que acep tado el riepto, se concertaron que peleasen los dos reyes con cada cien caballeros. Altercóse sobre señalar la parte en que se haria el campo. Al fin se escogió Bordeaux, cabeza de la provincia de Guiena en Francia, que pareció á propósito por estar entonces en poder de Eduardo, rey de Ingalaterra; señalóse el dia de la pelea y juraron las condiciones de una parte y otra. El Padre Santo, como supiese todas estas cosas y lo que en Sicilia pasaba, amonestó al rey de Aragon dejase aquella empresa; que no perturbase la paz pública con desenfrenada ambicion. Finalmente, porque no quiso obedecer, á los 9 dias del mes de noviembre le declaró por descomulgado; en Montefiascon se pronunció la sentencia. Al rey de Ingalaterra le envió á mandar con palabras muy graves que no diese campo á los reyes ni lugar para pelear en su tierra. No aprovechó esta diligencia. La reina doña Constanza por mandado de su marido se fué á Sicilia por ser la señora natural y porque con la ausencia del Rey no se mudasen los sicilianos. Llegó á Mecina á 22 dias del mes de abril del año del Señor de 1283. Acompañóla don Jaime, su hijo, á quien e! padre pensaba dar el reino de Sicilia. Los reyes se aprestaban para su desafío. El rey Carlos pasó en Francia, do

tenia cierta la ayuda y favor de su gente, y las voluntades aficionadas. El rey don Pedro con su armada pasó en España. A 1.o de junio, que era el dia aplazado para la batalla, el rey don Cárlos con el escuadron de sus caballeros se presentó en Bordeaux. El rey don Pedro no pareció. Los escritores franceses atribuyen este hecho á cobardía, y que quisieron engañar los ánimos sencillos de los franceses con aquella muestra de honra que les ofrecieron, como quier que el rey de Aragon en aquel medio tiempo pretendiese fortalecerse, juntar armas y gente. Nuestros historiadores le excusan; dicen que fué avisado el rey don Pedro del gobernador de Bordeaux se guardase de las asechanzas de los franceses, que le tenian armada una zalagarda, y que el rey de Francia venia con grande ejército. Por ende hiciese cuenta que los cien caballeros aragoneses habian de combatir contra todo el poder de Francia. A la verdad los franceses mas cercano tenian el socorro que los aragoneses. Con este aviso dicen que el rey de Aragon entregó al gobernador de Bordeaux el yelmo, el escudo, la lanza y la espada de su mano á la suya en señal que era venido al tiempo señalado; y por la posta se libró de aquel peligro, y se pasó á Vizcaya, que cae cerca. Dejó por lo menos materia á muchos discursos, opiniones y dichos; ocasion y aparejo para nuevas guerras y largas.

CAPITULO VII.

De la muerte de doa Alonso, rey de Castilla.

Luego que el rey de Aragon volvió á su tierra trató en un mismo tiempo de efectuar dos cosas: la una era echar á don Juan Nuñez de Lara de Albarracin, á causa que por la fortaleza de aquella ciudad muchas veces corria libremente las fronteras de Aragon; la otra apaciguar los señores aragoneses y catalanes, que en tiempo tan trabajoso, en que tenian entre manos tantas guerras con los forasteros y tan fuera de sazon, andaban alborotados. Quejábanse que eran maltratados del Rey, casi como si fueran esclavos; que no se tenia cuenta con las leyes, antes les quebrantaban todos sus fueros y libertad, finalmente, que los desaforaba. No faltaban entre ellos lenguas sueltas para alborotar los pueblos so color de defender la libertad de la patria. Para acudir á estas revueltas se juntaron Cortes, primero en Tarazona, despues en Zaragoza, y últimamente en Barcelona; ofreció el Rey de emendar los daños y desórdenes pasados y expedir en esta razon nuevas provisiones, con que la gente se apaciguó. Fuéronles muy agradables aquellos halagos y blandura, si bien sospechaban que otro tenia en el pecho, y que no procedian tanto de voluntad cuanto del aprieto en que el Rey se hallaba. La guerra con los franceses, que era de tanta importancia, le tenia puesto en cuidado; y el recelo que si se ocupaba en las cosas de Italia y Sicilia no se alborotasen en Aragon sus vasallos le hizo ablandar. Demás desto, la descomunion que contra él fulminó el Papa, como poco antes se dijo, le tenia muy congojado, y mas en particular una nueva sentencia que en 21 del mes de marzo pronunció en Civitavieja, en que como inobediente á sus mandamientos le privaba de los reinos de su padre, y daba la conquista dellos á Cárlos de Valoes, hijo menor del rey de Francia. Rigor que á mu

chos pareció demasiado, y que no era bastante causa para esto haberse apoderado de Sicilia, pues los mismos sicilianos puestos en aquel aprieto le llamaron y convidaron con aquel reino para que los ayudase; demás que le pertenecia el derecho del rey Manfredo, ultra de la voluntad y consentimiento que tenia por su parte del pontífice Nicolao III, que se allegaba á lo demás. Si los negocios de Aragon andaban apretados, en Castilla no tenian mejor término por las alteraciones que prevalecian entre el rey don Alonso y su hijo. La mayor parte seguia á don Sancho; don Alonso por verse desamparado de los suyos acudia á socorros extraños; segunda vez hizo venir al rey de Marruecos en España, si bien porque la sonada no fuese tan mala, dió á entender que era contra el rey de Granada, que favorecia á sus contrarios y tenia hecha liga con don Sancho. Esta empresa no fué de efecto memorable á causa que los africanos hallaron á los contrarios mas apercebidos de lo que pensaban; y el rey de Granada, con tener puesta guarnicion en sus ciudades y plazas, huia de encontrarse con el enemigo, y no queria ponello todo al trance de una batalla. Con tanto el de Marruecos dió la vuelta para Africa. El rey don Alonso, ya que esta traza no le salió como pensaba, acudió á otra diferente, solicitó al Francés para que le acudiese contra su hijo; demás desto, procuró ayudarse de la sombra de religion y cristiandad. Fué así, que por sus embajadores acusó á don Sancho, delante el pontifice Martino IV, de impío, desobediente y ingrato, y que en vida de su padre le usurpaba toda la autoridad real sin querer esperar los pocos años que le podian quedar de vida, por su mucha ambicion deseo de reinar. Dió oidos el Pontífice á estas quejas. Expidió su bula en que descomulgó todos aquellos que contra el rey don Alonso siguiesen á su hijo don Sancho. Nombró jueces sobre el caso, los cuales en todas las ciudades y villas que le seguian, pusieron entredicho, como se acostumbra entre los cristianos; de suerte que en un mismo tiempo, aunque no por una misma causa, en Aragon y Castilla estuvo puesto entredicho y tuvieron los templos cerrados, cosa que dió gran pesadumbre á los naturales, y todavía se pasó en esto adelante, sin embargo que don Sancho amenazaba de dar la muerte á los jueces y comisarios del Papa, si los hobiese á las manos. Todo esto y el escrúpulo y miedo de las censuras fué causa que muchos se apartaron de don Sancho. Entre los primeros sus hermanos los infantes don Pedro y don Juan, conforme á la inclinacion natural, comenzaron á condolerse de su padre. Entendió esto don Sancho, entretuvo á don Pedro con promesa de dalle el reino de Murcia. Don Juan, dado que dió muestras de estar mudado de voluntad, de secreto se partió, y por el reino de Portugal se fué á Sevilla, do su padre estaba. Muchos pueblos, arrepentidos de la poca lealtad que á su Rey tuvieron, buscaban manera para alcanzar perdon y salir de la descomunion en que los enlazaron; y luego que lo alcanzaron, se le rindieron con todas sus haciendas. En este número fueron Agreda y Treviño, y muchos caballeros principales, como don Juan Nuñez de Lara y don Juan Alonso de Haro y el infante don Diego, se juntaron con el campo de Filipo, rey de Francia, que venia en ayuda del rey don Alonso, y con él entraron por tierras de Castilla, robaron y talaron los campos hasta To

Murcia, á ambos con nombre de reyes, pero como á feudatarios y movientes de los reyes de Castilla. Su corazon mandó se enterrase en el monte Calvario, movido de la santidad de aquel lugar, su cuerpo en Sevilla ó en Murcia. No se cumplió su voluntad enteramente; el corazon y entrañas están en Murcia junto al altar mayor de la iglesia catedral, el cuerpo está enterrado en Sevilla cerca del túmulo de su padre y madre. El sepulcro y lucillo no es muy rico ni era necesario, porque su vida, si bien tuvo faltas, y las cosas que por él pasaron, merecian que su memoria durase y su nombre fuese inmortal. Grande y prudentísimo rey, si hobiera aprendido á saber para sí, y dichoso, si en su postrimería no fuera aquejado de tantos trabajos y no hobiera mancillado las dotes excelentes de su ánimo y cuerpo con la avaricia y severidad extraordinaria de que usó. El fué el primero de los reyes de España que mandó que las cartas de ventas y contratos y instrumentos todos se celebrasen en lengua española, con deseo que aquella lengua, que era grosera se puliese y enriqueciese. Con el mismo intento hizo que los sagrados libros de la Biblia se tradujesen en lengua castellana. Así desde aquel tiempo se dejó de usar la lengua latina en las provisiones y privilegios reales y en los públicos instrumentos, como antes se solia usar; ocasion de una profunda ignorancia de letras que se apoderó de nuestra gente y nacion, así bien eclesiásticos como seglares.

CAPITULO VIII.

De los principios del rey don Sancho.

ledo sin hallar resistencia. Tenia el rey Filipo un hijo, llamado tambien Filipo, por sobrenombre el Hermoso, que este presente año, otros dicen el siguiente, casó con la reina de Navarra doña Juana, y por este casamiento en dote hobo aquel reino. Este Príncipe, conforme al desordenado apetito de los hombres, comenzó á alegar el derecho de los reyes sus antecesores, y por él pretendia ensanchar los términos de aquel nuevo reino, para el cual intento no poco ayudaban las discordias de los nuestros. Don Sancho, cuanto le era concedido en tantas revueltas y avenidas de cosas, acudia á todas partes con diligencia; sosegó la ciudad de Toro, que se lequeria rebelar, salió al encuentro á don Juan Nuñez de Lara, que con su gente y un escuadron de navarros destruia los campos de Calahorra, Osma y Sigüenza y sus distritos, hizole retirar á Albarracin mas que de paso. Despues desto, por embajadores que en esta razon se enviaron se acordó que el padre y el hijo se viesen y hablasen con seguridad que se dieron de ambas partes. Con esta resolucion el rey don Alonso fué á Constantina, don Sancho á Guadalcaná. Grande era la esperanza que todos tenian que por medio desta habla se podria todo apaciguar, ca muchas veces despues de las injurias se suelen con el buen término soldar las quiebras y agravios. Ayudaba para esto que don Sancho, fuera de usurpar el reino, en lo demás se mostraba muy cortés, y hablaba con mucho respeto de su padre, sin jamás usar de denuestos ó desacatos. Lo que se enderezaba saludablemente á bien lo estorbaron y desbarataron personas muy familiares de don Sancho, que tenian mala voluntad á su padre. Pusiéronle muchas sospechas delante para que no se fiase ni asegurase. La verdad era que de las discordias de los reyes y trabajo de la república muchos pretendian sacar para sí provecho; que fué causa que sin verse ni hablarse se partieron el rey don Alonso para Sevilla, y don Sancho para Salamanca, si bien de consentimiento de ambos doña Beatriz, reina de Portugal, viuda á la sazon, y doña María, mujer de don Sancho, en Toro, en que á la sazon parió una hija, que se llamó doña Isabel, se juntaron con intento de componer estas diferencias; pusieron todo su esfuerzo en ello, mas no pudieron efectuar cosa alguna, antes cada dia se enconaban mas los odios y enemistades y se aumentaba el afan y miseria del reino. En este estado se hallaban las cosas cuando al rey don Alonso poco despues desto sobrevino la muerte, que fué algun alivio de tan grandes males. Falleció en Sevilla de enfermedad, recebidos los santos sacramentos de la Penitencia y Eucaristía como se acostumbra, quién dice á 5, quién á 21 dias del mes de abril, á lo menos fué el año de 1284. Por su testamento, que otorgó el mes de noviembre próximo pasado, nombró por herederos del reino, primero á don Alonso, y luego á don Fernando, sus nietos; caso que los dos muriesen sin sucesion, llama á Filipo, rey de Francia, ca traia origen de los antiguos reyes de Castilla, como nieto que era de la reina doña Blanca y bisnieto del rey don Alonso el de las Navas. De sus hijos y hermanos no hizo mencion alguna por odio de don Sancho; antes por aquel testamento pretendia mover contra él las fuerzas de Francia. Verdad es que á la hora de su muerte á instancia de su hijo el infante don Juan le mandó á Sevilla y á Badajoz, y al infante don Diego el reino de

Por la muerte del rey don Alonso, si bien el derecho de su hijo don Sancho era dudoso, sin contradicion sucedió en el reino y estados de su padre. Estaba á la sazon en Avila apenas convalecido de una dolencia que poco antes tuvo en Salamanca, tan peligrosa, que casi le desafiuciaron los médicos. Mucho le hizo al caso la edad entera para que el cuerpo con medicinas saludables se alentase. Tomó el nombre de rey, de que hasta entonces se habia abstenido por respeto y reverencia de su padre. El sobrenombre de Fuerte que le dieron le ganó por la grandeza de su ánimo y sus hazañas, hasta entonces mas dichosas que honrosas; y es así que por la mayor parte los títulos magníficos mas se granjean por favor de la fortuna que por virtud. La honra verdadera no consiste en el resplandor de los nombres y apellidos, sino en la equidad, inocencia y modestia. Era sin duda osado, diestro, astuto y de industria singular en cualquier cosa á que se aplicase. Reinó por espacio de once años y algunos dias. Su memoria quedó amancillada por la manera cómo trató á su padre; cuanto á lo demás se puede contar en el número de los buenos príncipes. El reino que con malas mañas adquirió, le mantuvo y gobernó con buenas artes. En Avila hizo las houras de su padre magnífica y suntuosamente. En Toledo tomó las insignias y ornamentos reales, mudado el luto en púrpura y manto real. Los caballeros principales del bando contrario venian á porfía á saludar al nuevo Rey, muestra de querer recompensar los disgustos pasados con mayores servicios y lealtad; cuanto mas fingido era lo que hacian algunos, tanto mostraban mas alegría y contento

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tuamente. Juntáronse Cortes en Sevilla. Tratose de reformar el gobierno del reino, que con una creciente y avenida de males y vicios á causa de las revueltas pasadas andaba muy estragado. Demás desto, en estas Cortes se revocaron los decretos y ordenanzas que por la necesidad y revuelta de los tiempos mas se habian violentamente alcanzado que graciosamente concedido, así por el rey don Alonso como por el mismo don Sancho. Despedidas las Cortes se apresuró para ir á Castilla, por tener nueva que todavía algunos pretendian defender el bando contrario y que trataban entre sí secretamente de restituir la corona á los hermanos Cerdas; pretensiones que todas se desbarataron con la venida de don Sancho. Parte de ellos mudaron de parecer, parte pagaron con las cabezas, con cuyo ejemplo y castigo los demás quedaron escarmentados para no continuar en porfías semejantes. Esto pasaba en Es

en el rostro y talante, que suele muchas veces engañar. Don Sancho con una profunda disimulacion pasaba por todo, si bien tenia propósito de derramar la ira concebida en su ánimo y vengarse luego que hobiese asegurado su reino. Los pueblos, los grandes, toda la gente de guerra le juraron por rey; y doña Isabel, hija del nuevo Rey, de edad de dos años, fué declarada y jurada por heredera del reino de consentimiento de todos los estados, caso que su padre no tuviese hijo varon. Esta prevencion se enderezaba contra los Cerdas, de quien algunos decian públicamente, y muchos eran deste parecer, que se les hacia notable injuria y agravio en despojallos del reino de su abuelo. Muchos, si bien en lo público callaban, de secreto estaban por ellos. El mayor cuidado que tenia don Sancho era de granjear con nuevos regalos y buenas obras al rey de Aragon, en cuyo poder los infantes quedaron; y á la sazon trataba de ir á cercar y apoderarse de Albarra-paña. En el mismo tiempo Rogerio Lauria, general de cin, no pudiendo ya llevar en paciencia los disgustos que cada dia le daba don Juan de Lara, confiado en la fortaleza del sitio y en el socorro que tenia cierto de los navarros. Era este caballero muy diestro, bien hablado, de grande maña para sembrar envidias y rencores entre los reyes, poderoso en revolver la gente y que acostumbraba vivir de rapiña y cabalgadas, con que tenia trabajadas las fronteras de Castilla y Aragon. Esto convidó al nuevo rey don Sancho, ya que él no podia ir en persona por estar ocupado con los cuidados del nuevo reino, á enviar un buen escuadron en ayuda del rey de Aragon y contra el comun enemigo. Hecho esto, él se dió priesa á ir á Sevilla, á causa que su hermano don Juan procuraba apoderarse de aquella ciudad, conforme á lo que su padre dejó mandado en su testamento. Tenia el infante sus valedores y aliados; los ciudadanos no venian en ello, y claramente decian que aquella cláusula del testamento del rey don Alonso en ninguna manera se debia cumplir. Ayudábanse y alegaban la mucha edad del difunto, la fuerza de la enfermedad, la importunidad del Infante para muestra que no tenia á la sazon su entero juicio; que no era justo escurecer la majestad del reino con quitalle una ciudad tan principal como aquella. Ayudaba á los ciudadanos, que ya se aprestaban para tomar las armas, Alvar Nuñez de Lara como cabeza de los demás. Todos estos debates cesaron con la venida del nuevo rey don Sancho, que hizo desistir á su hermano. Llegaron á aquella ciudad embajadores del rey de Marruecos para asentar con él nueva amistad; mas muy fuera de sazon y imprudentemente fueron despedidos con palabras afrentosas, de que resultó ocasion á los moros de pasar de nuevo en España y emprender una nueva guerra. Don Sancho para hacelles resistencia, por estar arrepentido de lo hecho, ó porque de suyo estaba resuelto en hacer guerra á los bárbaros, aprestó una grande armada. Eran en aquel tiempo los ginoveses muy poderosos en el mar y diestros y experimentados en el arte del navegar; llamó pues desde Génova y convidó con grandes ofertas á Benito Zacarías para que viniese á servirle. Hizolo así y trujo consigo doce galeras. Nombróle el Rey por su almirante, el cual oficio le dió por tiempo señalado; y por juro de heredad le hizo merced del puerto de Santa María, con cargo de traer á su costa una galera armada y sustentada perpe

la armada de los aragoneses en el reino de Sicilia, despues que venció junto á Malta veinte galeras francesas, muerto el general, por nombre Guillermo Cornuto, francés de nacion, en la batalla que se dió á 8 de junio, como diese la vuelta bácia Nápoles, presentó la batalla á Cárlos, llamado el Cojo, príncipe de Salerno, hijo del rey Carlos, que halló apercebido para ir sobre Sicilia con una gruesa armada á vengar las injurias y daños pasados. Muchos le avisaron del peligro que corria, y en particular el Legado del Papa que iba en su compañía; mas él con el brio de su edad se resolvió de pelear con el enemigo; acuerdo perjudicial. Fué muy bravo el combate; en fin, el Francés quedó vencido y preso con otros muchos. Sobre el número de los bajeles que pelearon de la una y de la otra parte no concuerdan los autores, sin que se pueda del todo averiguar la verdad. La opinion mas ordinaria es que las galeras aragonesas eran cuarenta y dos, las de los enemigos setenta ; y lo mas cierto que se dió la batalla á 23 de junio. Ejecutaron la victoria los aragoneses, ganaron muchas plazas en Italia, todo se les allanaba como á vencedores; á los vencidos todas las cosas les eran contrarias. Pareció aquella desgracia tanto mayor, que el rey Cárlos tres dias despues de la pelea surgió en el puerto de Gaeta con veinte galeras que traia de la Proenza. Allí supo que á su hijo llevado á Sicilía condenaron á muerte los sicilianos en la ciudad de Mecina, do le tenian preso, con intento de vengar la muerte que los franceses dieron los años pasados á Corradino, preso despues que le vencieron en otra batalla. La dencia de la Reina le valió, porque con mostrarse muy airada, le mandó guardar para dar parte al Rey, como era necesario, y para que con el largo cautiverio y tormentos, los cuales si faltan, la muerte á lo último es el remate de los males, el castigo fuese mayor. Verdad es que no fué parte para que los del pueblo, con el odio mortal que tenían á la gente francesa, no quebrantaşen las cárceles y pasasen á cuchillo otros sesenta compañeros que con el Príncipe tenian presos. A la misma sazon el rey de Aragon, como si le faltara guerra con los extraños, tenia puesto cerco á la ciudad de Albarracin, y con todo su poder y diligencia la combatia. Ofrecíanse grandes dificultades; las murallas de la ciudad eran muy altas, las torres de piedra de buena estofa, las puertas de hierro con gruesos y fuertes cerro

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