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de Cuenca, Alarcon, Moya y Cañete fuesen para el infaute don Pedro de Aragon en premio del trabajo que en aquella empresa tomaba, como general que señalaron para aquella guerra. Entraban en aquel concierto la reina doña Violante, abuela de don Alonso, los reyes de Francia, Portugal y Granada, y poco despues se les allegó don Juan de Lara por el deseo que tenia de recobrar á Albarracin. Al contrario don Diego de Haro por la buena industria de la Reina se reconcilió con el Rey; hicieronle merced del estado de don Juan de Lara, que se pasara á los aragoneses, para que le tuviese juntamente con el señorío de Vizcaya. Destos principios y por esta forma granjearon otros muchos grandes, particularmente á don Juan Alonso de Haro con hacelle merced de los Cameros, estado que pretendia él serle debido. Por todas partes se procuraban ayudas contra las tempestades de guerras que amenazaban. El campo de los aragoneses debajo de la conducta de don Alonso de la Cerda y del infante don Pedro entró en Castilla por el mes de abril; en Baltanas se le juntaron el infante don Juan y don Juan Nuñez de Lara. No pararon hasta llegar á Leon, ciudad que fué antiguamente rica y grande, á Ja sazon de pequeño número de moradores, pobre de armas Y de gente, que fué la causa de rendirse á los enemigos con facilidad, principalmente que tenian inteligencias secretas con algunos ciudadanos. En aquella ciudad fué alzado el infante don Juan por rey de Leon, Galicia y Sevilla. Poco despues en Sahagun dieron á don Alonso de la Cerda título de rey de Castilla, y alzaron por él los pendones con la misma facilidad y priesa, en cumplimiento todo de lo que tenian concertado. De allí pasaron á ponerse sobre Mayorga, que está á cinco leguas de Sahagun. Defendióse la villa valerosamente por tener buenas murallas y estar guarnecida de gente y armas; el cerco duró hasta el mes de agosto. Mandaron á la sazon juntar en Valladolid todos los grandes del reino y los procuradores de las ciudades. Acudió el primero don Enrique; y luego que se apeó, vestido como estaba de camino, se fué á ver con la Reina, que en el castillo oia misa. Hecha la acostumbrada mesura, con muestra fingida de gran sentimiento le declaró el peligro que todo corria. «Tres reyes se han conjurado en nuestro daño; á estos sigue gran parte de los grandes del reino; contra tanta potencia y tempestad ¿qué reparo es una mujer, un viejo y un niño? Paréceme, Señora, que las fuerzas se ayuden con maña. Injustamente, respondió ella, y con malos medios procuran despojar á mi hijo del reino de su padre; espero en Dios tendrá cuidado de defender su inocente edad. Este es el refugio mas cierto y la esperanza que tengo. Está bien; no se remedian los males, dijo don Enrique, ni los santos se granjean cou votos y lágrimas femeniles. Los peligros se han de remediar con velar, cuidar y rodear el pensamiento por todas partes; así se ha conservado la república en los grandes peligros. En el sueño y descuido está cierta la ruina y perdicion; mi parecer es que os caseis, Señora, con don Pedro, infante de Aragon, él soltero y vos viuda. Deseo os agradase este mi consejo cuanto seria saludable. Poned, Señora, los ojos y las mientes en matronas asaz principales, que por este camino sin tacha y sin amancillar su buen nombre-mantuvieron á sí y á sus hijos en sus estados, de suerte que ni á ellas ser

mujeres empeció, ni á los infantes su tierna edad.» Turbóse la Reina con estas razones. Respondióle con libertad y con el rostro torcido y aun demudado: «Afuera, Señor, tal mengua; no me menteis cosa de tanta deshonra é infamia; nunca me podré persuadir de conservar el reino á mi hijo con agraviar á su padre, ni tengo para qué imitar ejemplos de señoras forasteras, pues hay tantos de mujeres ilustres de nuestra nacion que conservaron la integridad de su fama, y con vida casta y limpia en su viudez mantuvieron en pié los estados de sus hijos en el tiempo de su tierna edad. No faltarán socorros y fuerzas, no fallecerá la divina clemencia, y una inocente vida prestará mas que todas las artes. Cuando todo corra turbio y el peligro sea cierto, yo tengo de perseverar en este buen propósito; no quiero amancillar la majestad de mi hijo con flaqueza semejante.» Desta manera se desbarató el intento de don Enrique. Hacian levas de gente para acudir al peligro. Juntáronse hasta cuatro mil caballos; mas no pudieron persuadir á don Enrique que fuese con ellos á desbaratar el cerco que sobre Mayorga tenian puesto. Daba por excusa que era forzoso acudir á la guerra del Andalucía. Solamente fueron á Zamora por sosegalla y aseguralla en la fe y lealtad de su Rey, que andaba en balanzas. Las cosas casi desiertas y desamparadas, los santos patrones y abogados de Castilla las sustentaron. Con la tardanza del cerco se resfrió la furia con que los enemigos al principio vinieron. Asimismo el excesivo calor del verano, la destemplanza del cielo y la falta que de todas las cosas se padecia en el ejército causó grandes enfermedades. Esto y la muerte que sucedió del infante don Pedro, su general, los forzaron de tornarse á su tierra sin hacer cosa alguna memorable. Muchos dellos faltaron en esta jornada; el campo, que se contaban mil hombres de armas y cincuenta mil soldados, volvieron asaz menoscabados en número, menguados de fuerzas y contento. El rey de Aragon en el mismo tiempo por las fronteras de Murcia, por donde entró, tuvo mejor suceso, que tomó á Murcia y todos los lugares y villas á la redonda, y lo metió en su reino, excepto la ciudad de Lorca y las villas de Alcalá y Mula, que se mantuvieron por el rey don Fernando. En tantas turbaciones y peligros de Castilla don Enrique, en cuyo poder estaba el gobierno de todo el reino, no hacia grande esfuerzo para favorecer á alguna de las partes, antes se mostraba neutral, y parecia que llevaba mira de allegarse á aquella parte que mejor suceso y fortuna tuviese. Por donde ni los enemigos tuvieron que agradecelle, y incurrió en gravísimo odio de todos los naturales y en gran sospecha que la guerra que se hacia era por su voluntad, y que todo el mal y daño recebido no fué por falta de nuestros soldados ni por valor de los enemigos, sino por engaño suyo y maña. La Reina contra estas mañas de don Enrique usaba de semejante disimulacion, no se daba por entendida; otros caballeros principales á las claras se lo daban en rostro. En este número Alonso Perez de Guzman, á dicho y por confesion de todos, tuvo el primer lugar, porque defendió las fronteras de Andalucía contra las insolencias y correrías de los moros; y lo que era mas dificultoso, contrastó con grande ánimo y mas que todos á las pretensiones del infante don Enrique, ca por no dar tanto que decir á las gentes y por no parecer que

en

se estaba ocioso, con gente de guerra que juntó marchó la vuelta del Andalucía para refrenar los insultos de los moros. Tuvo con ellos una refriega junto á Arjona, en que fué vencido, y su persona corrió mucho riesgo á causa que le cortaron las riendas del caballo, y por no tener con que regille, estuvo en términos de ser preso, si Alonso Perez de Guzman no le proveyera en aquel aprieto de otro caballo, con que se pudo salvar. Despues deste encuentro se trató de renovar las paces con los moros. Pedia el rey de Granada á Tarifa, y ofrecia en trueco otros veinte y dos castillos, demás que daria de presente veinte mil escudos, y contaria adelantado todo el tributo de cuatro años que acostumbraba á pagar. Este partido parecia bien á don Enrique por el aprieto en que las cosas se hallaban y falta que tenian de dinero. Alonso Perez de Guzman era de contrario parecer, y mostraba con razones bastantes seria cosa muy perjudicial, así fiarse de aquel bárbaro cómo entregalle á Tarifa. Esta diferencia estaba encendida, y amenazaba nueva guerra. Llegaron á término que los moros con su gente y con la nuestra, cosa asaz vergonzosa, se pusieron sobre aquella ciudad. Hallábase Alonso de Guzman sin fuerzas bastantes; los suyos le desamparaban, y le eran contrarios los que debieran ayudar; acordó de buscar ayuda en los extraños. El rey de Portugal era enemigo declarado, y movia las armas contra Castilla. Parecióle dar un tiento al rey de Aragon si por ventura se moviese á favorecelle, vista la afrenta de los cristianos y el peligro que todos corrian. Escribióle una carta deste tenor: «Mucha pena me » da ser cargoso antes de hacer algun servicio. El desco » de la salud y bien de la patria comun, el respeto de la »religion me fuerzan acudir á vuestro amparo y pro»teccion, lo cual hago no por mi particular, que de » buena gana acabaria con la vida, si en esto hobiese » de parar el daño, y esperaria la muerte como fin des» tas miserias y desgracias. Lo que toca á la república, >> siento en grande manera que no sea tan trabajada y » maltratada por los moros cuanto por la deslealtad de >> algunos de los nuestros. ¡Oh gran maldad! Porque ¿qué » cosa puede ser mas grave que encaminar aquellos mis» mos el daño que tenian obligacion de desvialle? Qué Dcosa mas peligrosa que en nuestra de procurar el bien » comun armar la celada? Quieren y mandan que Tari» fa, ciudad que nos está encomendada, sea entregada » á los moros. Y dado que usan de otros colores, la ver»dad es que, quitada esta defensa y baluarte fortísi» mo contra las fuerzas de Africa, pretenden que Es»paña quede desnuda y flaca en medio de tantos torbellinos, y por este medio reinar ellos solos, y adelantar sus estados con la destruicion de la patria » comun. Valerosos caballeros por cierto y esforzados, » esclarecidos defensores de España, yo tengo deter»minado con la misma fe y constancia por que menos» precié los dias pasados la vida de mi único hijo de » mantenerme en la lealtad sin mancilla con mi propria »sangre y vida, que es lo que solo me resta. Si me en» viáredes, Señor, algun dinero y algun socorro por el » mar, desde aquí vos juro de tener esta plaza por vues» tra hasta tanto que llegado el Rey, mi señor, á mayor » edad seais enteramente pagado de todos los gastos. Los enojos pasados, si algunos hay de por medio, la caridad y amor que debeis á la patria los amanse. Te

»ned por cierto que será cosa muy honrosa para vos >> defender la tierna edad de un Rey huérfano de las in»jurias y daños de los extraños, y mucho más de los >> engaños y embustes de sus mismos vasallos.» La respuesta que á esta carta dió el rey de Aragon fué loar mucho su lealtad y constancia, pero que por haber puesto poco antes confederacion con los moros no podia faltar á su palabra; que si ellos la quebrantasen, él no faltaria de acudir á la esperanza que dél tenia y á favorecer la causa comun. Moviase á la misma sazon otra guerra de parte de Portugal; aquel rey con toda su gente entró hasta Salamanca. Acudiéronie luego el infante don Juan, tio del rey don Fernando, y don Juan Nuñez de Lara despues que el campo de los aragoneses dió la vuelta á su tierra. Entraron en consulta sobre lo que se debia hacer en esta jornada; parecióles poner sitio sobre Valladolid, en que tenian al rey don Fernando. Con este acuerdo llegaron á Simancas, que está dos leguas de aquella villa. Allí muchos caballeros se partieron del campo de los portugueses por tener por cosa muy fea que un rey fuese perseguido y cercado de sus mismos vasallos. El rey Portugués, con recelo que los demás no hiciesen otro tanto, y que despues tomados los caminos no le fuese la vuelta dificultosa, mayormente que entraba ya el invierno, se partió á mucha priesa, primero á Medina del Campo, y desde allí á Portugal, despedido y desbaratado su ejército. La gent que la Reina tenia aprestada para acudir á esta guerra fué por su mandado á cercar la villa de Paredes. No se hizo efecto alguno á causa que don Enrique con la gente que tenia levantada en el reino de Toledo y en Castilla desbarató aquella empresa. Decia no era razon estorbar las Cortes que tenian llamadas para Valladolid con aquella guerra por caer aquella villa muy cerca. Este era el color que tomó, como quier que de secreto estaba desabrido con el rey don Fernando y inclinado á la parte de los contrarios. La Reina con paciencia y disimulacion pasaba por aquellos embustes, y con muestra de amor pretendia ganalle, y en aquel mismo tiempo le hizo merced de Santisteban de Gormaz y Calecantor. Con la misma maña atrajo á don Juan de Lara á su voluntad, puesto que no se podian asegurar dél, ca si le dieran á Albarracin, fácilmente se pasara á los aragoneses. Tuviéronse pues las Cortes en Valladolid á la entrada del año 1297. En ellas por la gran falta que tenian de dinero prometieron los pueblos de acudir con gran cantidad para los gastos de la guerra, y así lo cumplieron poco despues. En el mismo tiempo por el valor y diligencia de Juan Alonso de Haro fueron los navarros puestos en huida, los cuales de rebate se apo deraran de parte de la ciudad de Najara; su intento era recobrar el distrito antiguo de aquel reino, y en particular toda la Rioja. Don Jaime, rey de Aragon, en Roma, donde era ido llamado del Papa, fué declarado por rey de Cerdeña y Córcega. Acudieron desde Sicilia doña Costanza, su madre, y doña Violante, su hermana, Rugier Lauria, general del mar, y Juan Prochita. Estaba concertada por medio de embajadores doňa Violante con Roberto, duque de Calabria, here dero que habia de ser del reino de Nápoles. Celebróse este casamiento, y el mismo pontífice Bonifacio veló á los nuevos casados; las fiestas y regocijos fueron muy grandes. El rey don Fadrique se apercebia para defen

der el reino que le dieron con tanta voluntad. Declaróse la guerra contra él como contra quien alteraba la paz comun de toda la cristiandad; nombraron por general desta guerra á su mismo hermano el rey de Aragon; resolucion la mas extraña que se pudo pensar, armar un hermano contra otro y quebrantar el derecho natural, pero tanto pudo la fe y el escrúpulo y el mandato del resoluto Pontífice. Ordenadas pues las cosas desta manera, el rey don Jaime se partió para Aragon con intento de aprestarse para la guerra. Rugier Lauria fué enviado á Nápoles para servir á aquellos príncipes en aquella demanda. La reina doña Costanza y Juan Prochita se quedaron en Roma movidos por la devocion y santidad de aquella ciudad, cansados de tantos trabajos y por compasion del miserable estado en que vian puesta á Sicilia. No falta quien diga que murieron en Roma; la mas verdadera opinion, con que concuerdan autores muy graves, es que la reina doña Costanza cinco años adelante falleció en Barcelona, y que fué allí sepultada en el monasterio de San Francisco, en que hoy se ve un túmulo suyo con su letrero y nombre desta señora grabado en la piedra.

CAPITULO II.

Que el rey don Fernando de Castilla se desposó.

Vuelto que fué el rey de Aragon á su tierra, le tornaron los navarros los pueblos Lerda, Ulia, Filera y Salvatierra, como se decretó en los conciertos que en Anagni se hicieron, y hasta este tiempo no se habia efectuado. El año próximo siguiente, que fué de 1298, era virey de Navarra por los franceses Alonso Roneo, de nacion francés. Don Fernando, hermano bastardo del rey de Aragon, por voluntad del mismo Rey y por su mandado fué despojado de la ciudad de Albarracin, y la entregaron á Juan Nuñez de Lara, que parecia tener mejor derecho y se sabia claramente que se hizo agravio á su padre en quitársela, á lo menos se decia así. Este era el color que se tomó; lo que pretendia á la verdad el rey de Aragon con esto era tornar en su amistad un caballero tan poderoso y tenelle de su bando. Don Juan de Lara hizo su juramento y pleito homenaje en la ciudad de Valencia á los 7 dias del mes de abril de guardar á aquel Rey fe y lealtad mayor, es á saber, que solia. Estas prevenciones hacia el rey de Aragon porque pensaba de acometer en un mismo tiempo con sus armas los reinos de Castilla y de Sicilia; pretensiones mas arduas de lo que su estado ni riquezas podian llevar. El rey de Sicilia, por habelle todos desamparado, estaba mas cercano al naufragio. El rey de Castilla se reconcilió con don Dionisio, rey de Portugal, por medio de dos casamientos que se concertaron. El uno fué de doña Costanza, hija de don Dionisio, bien que no era de edad para casarse, con el rey don Fernando, como antes lo tenian tratado. En Alcañiz, que es un lugar cerca de Zamora á la raya de Portugal, en que los reyes se juntaron á vistas para tratar de las paces, se celebró con solemnidad el desposorio. Las muestras de alegría pública, por la esperanza cierta que todos tenian de perpetua concordia, fueron tanto mayores, que dona Beatriz, hermana del rey don Fernando, se desposó tambien á trueco, que fué el otro matrimonio, con el infante don Alonso, hijo de den Dionisio y

heredero de su reino, aunque no tenia él mas de ocho años. Para mayor seguridad la Reina, madre de la doncella, la entregó á su suegro, y así la llevaron á Portugal. Era tan grande el deseo de efectuar y establecer esta paz y concordia, que aunque no se dió en dote cosa alguna á doña Costanza, al de Portugal le dieron con su esposa á Olivenza y Congüela y otro pueblo, que se llama el Campo de Moya, con alguna nota de la grandeza de Castilla y grandísima señal de miedo; pero tal era el estado de las cosas y la revuelta de los tiempos, que no se avergonzaron de rescatar la paz con su deshonra y menoscabo. Lo que el rey de Portugal hizo cuando se tornó á su tierra solamente fué dar trecientos hombres de á caballo escogidos, y por capitan dellos á Juan Alonso de Alburquerque para que estuviesen en servicio del rey de Castilla contra don Juan, tio del rey don Fernando, que se intitulaba rey de Leon, como arriba dijimos. Esta ayuda de Portugal y toda esta costa fué de mas ruido que provecho, y así, los caballeros se tornaron á Portugal sin dejar hecha cosa alguna. Por otra parte, don Alonso de la Cerda habia tomado á Almazan y otros lugares que están allí á la redonda á la raya de Aragon y puesto allí soldados de guarnicion. Sigüenza fué acometida por los soldados de don Juan de Lara, que cae cerca de la misma raya; pero por el gran valor de los ciudadanos se defendió y estuvo constante en su fe. Los conjurados tenian gran falta de diueros, que lo demás parecia que les era fácil y favorable; y porque no faltase para las provisiones y pagas, batieron moneda con las insignias y nombre de rey, baja de ley de manera tal, que si la ensayaban hundian, se perdia gran parte del valor. Don Dionisio, rey de Portugal, á ruego de su yerno, vino con buen escuadron de gente de guerra en su favor y ayuda por la parte de Ciudad-Rodrigo, pero con mayor sosiego y gana de paz que las cosas tan revueltas requerian. Así, sin hacer efecto alguno casi como enojado se tornó á Portugal. La causa de su enojo fué querer que al infante don Juan, que usurpaba título de rey, le dejasen para él y sus herederos y sucesores la provincia de Galicia, de que por fuerza de armas estaba apoderado, y que la ciudad de Leon la gozase por sus dias. La Reina y los grandes de Castilla no eran deste parecer, porque debajo de aquella muestra de paz se encerraban deshonor, daño y menoscabo del reino, cuya autoridad se disminuia, y cuyas fuerzas se enflaquecian con quitalle una provincia tan principal. Con la vuelta del rey de Portugal algunos grandes de Castilla, que hasta entonces por miedo estuvieron sosegados, comenzaron muy fuera de tiempo á alborotarse. Parece que de la revuelta del reino querian tomar ocasion unos para vengar sus injurias, otros para acrecentar sus estados. El sufrimiento de la Reina fué maravilloso y su disimulacion, porque de su voluntad acudia á sus codicias, y les daba las villas y castillos que ellos pretendian, trueco de conservar la paz; que es gran prudencia en tiempos revueltos acomodarse á la necesidad, y no hay ninguno tan amigo de las armas que no quiera mas alcanzar lo que desea con sosiego que poner su persona al peligro. Sobre el reino de Sicilia andaba la guerra muy brava. El crédito de Rugier Lauria era grande, mucho lo que ayudaba á la parte de Francia, que parece llevaba consigo la victoria y buenandanza á la

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parte que se acostaba y allegaba. Por su buena diligen- | cia se ganaron muchas plazas que estaban por los sicilianos en lo postrero de Italia, que fué la causa de que en Sicilia le acusaron de aleve; y como fuese por sentencia condenado, le despojaron de un gran estado que en aquella isla tenia, merced de los reyes pasados en premio de sus grandes méritos y servicios. Desde á poco, como se hobiese apoderado en la Calabria de la ciudad de Cantanzaro y pretendiese ganar el castillo, que todavía se tenia por los contrarios, fué vencido en una batalla por menor número de soldados que los que él tenia. El hacer poco caso de sus enemigos fué ocasion deste daño, que el popar al enemigo siempre es peligroso, demás que se dice peleó con el sol de cara, otro daño no menor. Muchos fueron los muertos; los mas se salvaron por la escuridad de la noche. El mismo capitan Rugier con algunas heridas que le dieron en la batalla se estuvo escondido en unos lugares allí cerca hasta tanto que se pudo escapar, y pasó en Aragon con gran deseo de vengarse. Fué tanto mayor la pesadumbre que recibió desta desgracia, que nunca tal le aconteció, como el que siempre salió victorioso en las demás batallas. Desde Aragon el Rey y Rugier, caudillos de aquella empresa, señalados por los príncipes confederados de comun consentimiento, se hicieron á la vela con una gruesa armada que ya tenian aprestada, en que se contaban no menos de ochenta galeras. Llegaron con buen tiempo á Roma; el sumo Pontífice les bendijo el estandarte real, y á ellos echó su bendicion. En Nápoles se les juntó Roberto, duque de Calabria, con otra arinada que tenia á punto. Corrieron las marinas de Sicilia, donde todo al principio lo hallaron mas fácil de lo que pensaban. Apoderáronse de la ciudad de Pati, que se entiende Ptolemeo llamó Agatirion, y de otros castillos por aquella comarca. Desde allí, doblado el promontorio Peloro, que es el cabo de Melazo cerca de Mecina, y pasado el Estrecho, no pararon hasta ponerse sobre la ciudad de Siracusa. El cerco fué muy apretado por mar y por tierra, y sin embargo, duró muchos dias; esto, y por estar los lugares tan distantes, convidó á los ciudadanos de Pati para que, echada la guarnicion que tenian, volviesen al poder del rey don Fadrique. Trataban de combatir el castillo, que todavía se tenia por Aragon. Acudió por mandado del rey de Aragon Juan Lauria con veinte galeras para socorrer los cercados; proveyó el castillo de vituallas y lo demás necesario para la defensa; á la vuelta empero fué preso él y diez y seis galeras de las que llevaba por los de Mecina, que, puesta su armada en órden, le salieron al encuentro y le vencieron. Es aquel Estrecho muy peligroso á causa de las grandes corrientes y remolinos que tiene; altéranse las olas sin órden, y á manera de vientos combaten entre sí y corren á fucr de un arrebatado raudal, ora hácia una parte, ora hácia la contraria, de que resultan remolinos y peligros muy grandes para los que navegan. La experiencia que desto tenian ayudó mucho á los sicilianos, y fué causa que los aragoneses se perdiesen por saber poco de aquel paso. La ciudad de Siracusa en el entre tanto se defendia valerosamente; ayudaba mucho la presencia del rey don Fadrique, que se puso en los lugares cercanos, y estaba alerta para aprovecharse de la ocasion. Por estas dificultades los aragoneses fueron forzados á alzar

el cerco, en especial que el ejército le tenian muy menoscabado, muertos mas de diez y ocho mil hombres, que perecieron á causa de los grandes calores, á que no estaban acostumbrados; y de la falta de las cosas necesarias procedieron graves enfermedades. Pusieron acusacion á Juan Lauria en Mecina; mandáronle que desde la cárcel hiciese su descargo; finalmente se vino á sentencia, y le cortaron la cabeza como á traidor. Fué increible el dolor que Rugier Lauria, su tio, recibió deste caso; bufaba de coraje y de pesar, que bien entendió aquella afrenta y aquel daño se hacia á su persona propia. No pudo acudir luego á la venganza porque en compañía del rey de Aragon era pasado en España. Dende, pasados los frios del invierno, ambos volvieron sobre Sicilia con mucho mayor armada que antes. Juntáronseles en el camino dos hijos del rey de Nápoles, es á saber, Roberto y Filipo. Llegaron todos juntos al cabo de Orlando, que está cerca de la ciudad do Pati; el número de las galeras era cincuenta y seis sin otros muchos bajeles. El rey don Fadrique, como viese animada su geute por la victoria pasada, acordó de representar la batalla á sus enemigos, dado que su armada era mucho menor, que no pasaba de hasta cuarenta galeras. Peleó valerosamente, mas al fin fué desbaratado; sus galeras, parte tomadas por los contrarios, parte se pusieron en huida. Fué grande la crueldad de que el general Rugier Lauria usó con los cautivos; hizo morir gran número dellos con deseo de vengarse; entre los otros degollaron á Conrado Lanza, hombre muy principal, de que resultó grande odio contra la gente catalana. El mismo don Fadrique estuvo en gran riesgo de ser preso, porque como quier que hobiese defendido su galera por largo espacio, ya que la iban á tomar, cayó desmayado; los suyos sacaron la galera de la batalla, con la cual y otras pocas se retiraron á Mecina. Con tanto el rey de Aragon, á instancia que le hicieron desde España y causas que alegaban y razones verdaderas ó aparentes, sin pasar adelante dió la vuelta, no sin queja del Papa y del rey de Nápoles.Verdad es que los mas cuerdos aprobaban este acuerdo; que sin duda era cosa recia por negocios ajenos poner los suyos en balanzas y su persona á riesgo; fuera de que ganada aquella victoria, no dejaba de condolerse del rey don Fadrique, que en fin era su hermano. Dióse aquella batalla memorable y de las mas señaladas de aquel tiempo un dia sábado á 4 del mes de julio, año de 1299. En el mismo año falleció en Roma don Gonzalo, cardenal y arzobispo de Toledo, como lo reza la letra de su sepultura en Santa María la mayor de aquella ciudad. Sucedióle su sobrino don Gonzalo III. Su padre, Sanchez Palomeque; su madre, doña Teresa Gudiel, hermana del Cardenal, ciudadanos de Toledo. Sobre el tiempo en que le eligieron liay dificultad; quién dice que algunos años antes, cuando su tio despues de la muerte del rey don Sancho partió para Roma, á lo que se entiende, á negociar dispensase el Papa en aquel su casamiento; quién que cuando el papa Bonifacio VIII le hizo cardenal por el mes de diciembre del año próximo pasado de 1298, por ser aquellas dignidades incompatibles y costumbre que el obispo á quien daban capelo dejase el obispado; quién que subió á aquella silla por muerte del Cardenal. Esto nos parece mas probable por hallarse en papeles, que este año por el mes

Dia

de agosto se llama electo de Toledo; así los años antes tuvo por su tio el gobierno de aquella iglesia, mas no la dignidad. Volvamos á Sicilia, donde los franceses se quedaron para llevar su intento adelante, seguir la victoria y ejecutalla; pero hicieron un yerro manifiesto, que dividieron el ejército en dos partes. Roberto y Rum gier Lauria se encargaron de cercar á Rendazo, que es una plaza muy fuerte, puesta entre Pati y Catania casi á la mitad del camino. Filipo, duque de Taranto, fué con parte de la armada á correr las marinas del cabo de Trapana. Acudió á aquella parte el rey don Fadrique, tomó á los contrarios de sobresalto, y con su arrebatada venida se dió la batalla, en que fueron vencidos los franceses, y Filipo, su general, preso; que fué una buena ocasion para hacer las paces y confederarse aquellas dos naciones con una alianza que se hizo, tan dichosa y acertada cuanto la guerra era desgraciada. CAPITULO III.

Del año del jubileo.

Corria á la sazon el año postrero deste siglo, es á saber, el de nuestra salvacion de 1300, año muy señalado por una ley que hizo y publicó para que se guardase perpetuamente el pontifice Bonifacio, tomada en parte de la costumbre antigua de la ciudad de Roma, que celebraba su fundacion con ciertos juegos y fiestas cada cien años, en parte de la usanza y ley del pueblo judáico, donde cada cincuenta años habia jubileo. Ordenó pues que al fin de cada cien años se concediese plenaria indulgencia y remision de todos los pecados á todos los que en aquel año devotamente visitasen las iglesias de Roma, iglesias llenas de devocion, de sagradas reliquias y antigüedad. Esta ley era á propósito y se enderezaba para ennoblecer la majestad de Roma y para aumentar el culto de la religion. La cual Clemente VI redujo á cada cincuenta años; y mas adelante Sixto IV, con otra nueva ley y constitucion que hizo, atenta la humana flaqueza y la brevedad de la vida, mandó que se guardase y celebrase el jubileo cada veinte y cinco años. Fué grande el concurso de gente que aquel año acudió á la ciudad de Roma á fama deste jubileo. Entre otros vino Cárlos de Valoes, casado en segundo matrimonio con madama Catarina, hija de Filipo, nieta del emperador Balduino; y así pretendia cobrar el imperio de Grecia, á él debido como en dote de su mujer. Si salia con la empresa, publicaba renovaria la guerra de la Tierra-Santa, que tenian olvidada de tantos años atrás. Cosa honrosa para el sumo Pontífice, que en su tiempo y con su favor se tornasen á tomar las armas para la guerra sagrada. Venia el Papa bien en esto; prometia que no saldrian vanas las esperanzas de Cárlos, con tal que desde Francia tornase á Italia á la primavera con ejército bastante. En Vizcaya, que estaba en poder de Diego Lopez de Haro, hermano de don Lope Diaz de Haro, aquel que dijimos fué muerto en Alfaro en tiempo del rey don Sanchio, se edificó la villa de Bilbao, la mas noble de toda aquella provincia á la ribera del rio Nervio; los moradores por la mucha anchura que lleva le llaman Ibaisabelo. Está dos leguas del mar, y porque allí se traen muchas mercadurías que de las naves se descargan, hay gran comercio y concurso de gente. Los mercaderes de Bermeo, por la comodidad del luM-1.

gar, los mas dellos se pasaron á morar y hacer su asiento en aquella poblacion nueva. A los moradores se les concedió que viviesen conforme á los fueros de Logroño. En Lérida otrosí fundó el rey de Aragon universidad, y le concedió los privilegios acostumbrados; llamaron maestros que leyesen en ella todas las ciencias con salarios que les señalaron. En aquel tiempo era virey de Navarra por los franceses Alonso Roleedo, sin que sucediese cosa en aquella provincia por entonces que de contar sea, sino que gozaban de una paz y sosiego grande, que es lo mas principal que se puede desear, como quier que las otras provincias de España estuviesen continuamente atormentadas con guerras y desasosiegos. Este envió á Valladolid un embajador á la Reina, que era la que tenia en pié las cosas entonces con su valor y prudencia, á pedille restituyese todo el término desde Atapuerca, que es una villa así llamada junto á Búrgos, hasta las fronteras de Navarra; alegaba que les pertenecia, y que antiguamente lo quitaron á gran tuerto los reyes de Castilla á los navarros sin otro derecho mas del que consiste en la fuerza. La Reina mandó fuesen muy bien tratados los embajadores y que espléndidamente los hospedasen. La respuesta que les dió fué que bien entendia no se pedia aquello de órden ni por voluntad del rey de Francia, y que el derecho de reinar mas consiste en la posesion fresca y nueva y en el uso della que en títulos y papeles viejos y olvidados. Los embajadores, visto el mal despacho que les daban, acudieron á don Alonso de la Cerda y á don Juan Nuñez de Lara, ca pensaban por aquel camino alcanzar mas fruto de su embajada. Estos señores, acometido que hobieron á Palencia, que casi estuvieron á pique de tomalla por traicion de algunos ciudadanos, como no les salió bien la empresa, estaban retirados en Dueñas. Allí, oidos los embajadores, hicieron mercedes con larga mano del señorío ajeno, y fué don Juan de Lara á Francia para que en presencia de aquel Rey tratase de todas las condiciones y incitase á los franceses á que con brevedad les acudiesen con el socorro de gente necesario. Poco fruto sacaron de toda aquella diligencia, si bien los mismos hermanos Cordas fueron asimismo á Francia en pos de don Juan Nuñez de Lara; pero ni los unos ni los otros sacaron de su trabajo mas que buenas y corteses palabras, como quiera que al Francés le fuese mas en la guerra de Flandes, que andaba trabada entre aquellas dos naciones, que en la que tan léjos les caia y les era de menos importancia. Solamente, hecha su confederacion, Filipo, rey de Francia, les dió licencia para que pudiesen hacer gente en Navarra. Hiciéronlo así, y un escuadron de soldados entró por aquella parte en el distrito de Calahorra. Salióles al encuentro don Juan Alonso de Haro, señor de los Cameros, y en un rebate que tuvo con ellos los venció y prendió á su caudillo don Juan Nuñez de Lara, al cual no quiso poner en libertad hasta tanto que restituyese todos los castillos y pueblos del reino que le entregaran en tenencia. Ultra desto, juró que guardaria lealtad al rey don Fernando y le seria buen vasallo. Desto mismo tomó ocasion el rey de Aragon para poner debajo de su corona la ciudad de Albarracin, que antes restituyó al dicho don Juan. Junto con esto el infanto don Juan, tio del rey don Fernando, dejadas las arīnas, en que tenia poco remedio contra las fuerzas de su so

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