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brino, que de cada dia iban en aumento, se resolvió de seguir mejor partido. Tratóse dello, y el concierto se hizo el año del Señor de 1301. Las capitulaciones del asiento fueron estas: que ante todas cosas dejase el nombre de rey que usurpara; que restituyese todas las ciudades y pueblos de que se apoderó en el tiempo de la guerra; que el principado de Vizcaya, que pretendia ser dote de su mujer, le dejase á don Diego Lopez de Haro, y á él diesen en trueco á Medina de Ruiseco, Castronuño, Mansilla, Paredes y Cebreros, lugares de que le hicieron merced la Reina y el Rey, su hijo, por excusar nuevas alteraciones y para que tuviese con qué sustentar su vida como persona que era tan principal. CAPITULO IV.

De Raimundo Lullo.

Dos cosas sucedieron este año, ni muy pequeñas ni muy señaladas, de que pareció todavía hacer mencion en este lugar. La una fué la muerte de Raimundo Lulo, persona que tuvo gran fama de santidad y de dotrina; la otra el agravio que se hizo á don Garci Lopez de Padilla, maestre de Calatrava, en deponelle de aquella dignidad. Raimundo fué catalan de nacion, nacido en la isla de Mallorca. Ocupóse siendo mas mozo en negocios y mercadurías con pretension de adelantarse en riquezas y seguir en esto las pisadas de sus antepasados, gente de honra y principal. Llegado á mayor edad se recogió al yermo, cansado de las cosas deste mundo y con deseo de huir la conversacion de los hombres. En aquella soledad escribió un arte, que por nueros atajos y senderos en breve introduce al lector en conocimiento de las artes liberales, de la filosofía y aun tambien de las cosas divinas. Cosa de tan grande maravilla, que persona tan ignorante de letras, que aun no sabia la lengua latina, sacase, como sacó á luz, mas de veinte libros, algunos no pequeños, en lengua catalana, en que trata de cosas, así divinas como humanas, de suerte empero que apenas con industria y trabajo los hombres muy doctos pueden entender lo que pretende enseñar, tanto, que mas parecen deslumbramientos y trampantojos, con que la vista se engaña y deslumbra, burla y escarnio de las ciencias, que verdaderas artes y ciencias. Puesto que él testifica alcanzó lo que enseña · por divina revelacion en un monte en que se le apareció Cristo, nuestro Dios y Señor, como enclavado en la cruz. Lo que en él merece sin duda ser alabado es que con deseo de extender la religion cristiana y convertir los moros pasó en Africa, y llegado á Bugia en la costa de Mauritania, como quier que no cesase de amonestar y reprehender aquella gente bárbara, de dos veces que allá fué, la primera le prendieron y maltrataron, la segunda le mataron á pedradas. Su cuerpo, traido á Mallorca, de aquellos isleños es tenido en grande veneracion, dado que no está canonizado ai su nombre puesto en el número de los santos. Sobre sus libros hay diversas opiniones. Muchos los tachan como sin provecho y aun dañosos, otros los alaban como venidos del cielo para remedio de nuestra ignorancia. A la verdad quinientas proposiciones sacadas de aquellos libros fueron condenadas en Aviñon por el papa Gregorio XI á instancia de Aimerico, fraile de la órden de los Predicadores y inquisidor que era en España, ciento de las cuales proposicio

nes puso Pedro, arzobispo de Tarragona, en la segunda parte del Directorio de los Inquisidores. Si va á decir verdad, muchas dellas son muy duras y malsonantes, y que al parecer no concuerdan con lo que siente y enseña la santa madre Iglesia. Esto nos parece; debe ser por nuestra rudeza y grosería, que impide no alcancemos y penetremos aquellas sutilezas en que los aficionados de Raimundo hallan sentidos maravillosos y misterios muy altos como los que tienen ojos mas claros, ô por ventura adivinan y fingen que ven ó sueñan lo que no ven, y procuran mostrarnos con el dedo lo que no hay. De los cuales hay en este tiempo gran número, y cátedras en Barcelona, Mallorca y Valencia para declarar los dichos libros, buscados con gran cuidado y estimados despues que fueron reprobados; que si no se hiciera dellos caso, el tiempo por ventura los hobiera sepultado en el olvido. Esto de Raimundo Lullo. Sus discípulos dicen que fué de noble linaje y que falleció en edad de setenta y cinco años, el de Cristo de 1315. Sospecho que en esto se engañan por lo que de los libros del mismo se saca. Lo cierto que fué casado y que dejó mujer y hijos pobres, por donde se ve que no fué tan grande alquimista como algunos le hacen. Al maes tre de Calatrava derribó el desabrimiento que contra él tenian los caballeros de su órden, causado de su severidad y recia condicion. Ofrecióseles buena ocasion para ejecutar su saña, y fué que los nuestros no tenian fuerzas para reprimir á los muros por ser los tiempos tan revueltos y turbios, y aun hallo que el año pasado los moros se apoderaron de la villa de Alcaudete y la quitaron á los caballeros de Calatrava. Acometieron á Vaena, pero ya que tenian ganada buena parte de aquella villa, fueron lanzados por el valor y esfuerzo de los soldados que dentro tenia. Pusieron cerco á Jaen y la combatian con todo su poder. Imputaron todo este daño al Maestre, y en particular le achacaron que por su culpa se perdió Alcaudete; demás que decian de secreto tenia inteligencias y favorecia á don Alonso de la Cerda. Esta era la voz y el color, como quier que, mal pecado, aborreciesen su áspera condicion y su severidad; su valor y esfuerzo y gran destreza en las armas los atemorizaba, y por el miedo le aborrecian. Juntaron capítulo, en que absolvieron del maestrazgo á don Garci Lopez de Padilla, y pusieron en su lugar á don Aleman, comendador de Zorita, á sinrazon y contra justicia, como poco despues lo sentenciaron los jueces que sobre este caso señaló el Papa, es á saber, los padres de la órden del Cistel. Volvió pues á su dignidad al fin deste año y gobernó mucho tiempo aquella órden; mas como el aborrecimiento que le tenian los caballeros quedase mas reprimido que remediado, adelante al cabo de su vejez le tornaron á poner nuevos capítulos y acusaciones, con que de nuevo le depusieron, y en su lugar eligieron al maestre don Juan Nuñez de Prado, no con mejor derecho que al pasado. Verdad es que, como quier que don García por la vejez se hallase muy cansado y sin fuerzas, no solo para los trabajos de la guerra, sino aun para las cosas del gobierno, de su voluntad dejó á su contrario el maestrazgo, que tan contra justicia y sin razon le quitaron. Solo se reservó algunos pueblos en Aragon con que pasar su vejez; caballero de gran valor, no solo por sus grandes hazañas, sino en particular por menospreciar aquella dignidad y honra con deseo

de la paz y sosiego, perdonando con ánimo muy generoso el agravio recebido de sus contrarios. Volvamos con nuestro cuento al camino y órden que llevamos.

CAPITULO V.

De las bodas del rey don Fernando.

Tratábase con gran cuidado de alcanzar dispensacion del Papa para efectuar los casamientos que entre Portugal y Castilla tenian concertados, ca eran prohibidos por derecho á causa del parentesco entre los desposados. Tenian esperanza otorgaria con lo que pretendian, porque, demás de ser el negocio muy justificado, el pontífice Bonifacio se preciaba traer su orígen y descendencia de España, con que parecia favorecer á los españoles, y aun comenzaba á desabrirse con los franceses. Los reyes de Castilla y de Portugal sobre esta razon se juntaron en Plasencia; acordaron de enviar sus embajadores á Roma, por cuyo medio consiguieron lo que deseaban. Demás desto, dispensó tambien el Pontífice en el casamiento de la reina doña María y del rey don Sancho, que tenia la misma falta, si bien don Sancho era ya muerto, y muchos decian no poderse revalidar los casamientos de difuntos que de derecho eran nulos, como gente que ignoraba cuán grande sea la autoridad de los sumos pontífices, cuyos términos extienden algunas veces por respetos que tienen y consideraciones, otras por el bien y en pro comun, Como vino la dispensacion, con nuevo gozo y alegría se hizo el casamiento del rey don Fernando y doña Costanza en Valladolid, y se celebraron las solemnidades de las bodas, que dilataran hasta entonces, así por la edad del Rey como por el parentesco que lo impedia. Ordenaron la casa real, y el Rey se encargó del gobierno. Don Juan Nuñez de Lara fué nombrado por mayordomo de palacio. Al infante don Enrique, tio del Rey, dieron á Atienza y á Santisteban de Gormaz en recompensa del gobierno del reino que le quitaban. Todas estas caricias no bastaban para sanar su mal pecho, porque se halla que á un mismo tiempo con trato doble y muestras fingidas de amistad tenia suspensos á los aragoneses y á los moros. Era su condicion y costumbre estar siempre á la mira de lo que sucediese y seguir el partido que le pareciese estalle mejor, que fué la causa de hacer se alzase el cerco que tenia sobre Almazan, villa que se tenia por los Cerdas; y la gente de guerra de Castilla que estaba sobre ella fué enviada á otras partes. En Hariza se vió con el rey de Aragon sobre sus haciendas y aliarse, todo con la misma llaneza que tenia de costumbre con los demás. Tuvo el rey de Aragon cercada mucho tiempo á Lorca, ciudad bien fuerte en el reino de Murcia, y al principio del año del Señor de 1302 la vino á ganar. Hay una villa muy noble en Castilla la Vieja á la ribera del rio Duero, que se llama Peñafiel; allí se celebró concilio de los obispos y prelados de la provincia de Toledo. Abrióse á 1.o dia del mes de abril. Presidió en este Concilio don Gonzalo, arzobispo de Toledo. Entre otras constituciones mandaron que los clérigos no tuviesen concubinas públicamente, pena de ser por ello castigados. Tales eran las costumbres de aquel siglo, que les parecia bacian harto en castigar los pecados públicos. Esto contiene el tercer cánon. El sexto manda que al sacerdote que revelare los pecados sabi

dos en confesion se le dé cárcel perpetua, y para su sustento solamente pan y agua. El octavo cánon manda que se paguen á la Iglesia los diezmos de todas aquellas cosas que la tierra produce, aunque no sea cultivada. Prohíbese en el nono que las hostias con que se ha de decir misa no se hagan sino por mano de los sacerdotes ó en su presencia. Demás desto, se determinaron otras muchas cosas provechosas para aumento del culto divino. El mes de mayo siguiente murió Mahomad Miro, rey de Granada; sucedióle su hijo mayor Mahomad Albamar. Dió este trueco mucho contento á los nuestros por dos respetos, el uno que hobiese faltado el padre, que era valeroso y de grande industria; el otro por suceder su hijo, que era ciego. Verdad es que Farraquen, señor de Málaga, que era su cuñado, hombre de valor y lealtad para con el nuevo Rey, se encargó del gobierno público, así de las cosas de la guerra como de la paz. En Sicilia por el mismo tiempo á cabo de tantas alteraciones y guerras en fin se asentó la paz. Fué así, que junto á la isla de Ponza en una batalla naval fueron vencidos los sicilianos y preso Conrado Doria, ginovés, general que era de la armada. Los sicilianos por esta rota comenzaron á temer, y los franceses cobraron esperanza de mejorar su partido, tanto, que sin tardar se pusieron sobre Mecina, que es el baluarte y fuerza principal de toda la isla. Llegó á peligro de perderse, defendióse empero por la constancia y valor de los ciudadanos y la buena diligencia del rey don Fadrique, que sabia muy bien cuánto le importaba aquella ciudad. La reina doña Violante acompañó á Roberto, su marido, en aquella jornada, que á la sazon estaba en Catania. A su instancia y por sus ruegos los dos príncipes se juntaron para verse y tratar de sus cosas en las marinas de Siracusa, en la torre llamada de Maniaco. Procuraron asentar las paces; solo pudieron acordar treguas por algunos dias con esperanza que se dieron que en breve se concluiria lo que todos deseaban. Hizose así, sin embargo que sobrevinieron á mala sazon dos cosas, que pudieran entibiar y aun desbaratar todas estas práticas, es á saber, la muerte de doña Violante, que falleció en Termini, ciudad que se tenia por los franceses, no léjos de Palermo; el otro inconveniente fué la venida de Cárlos de Valoes, que con intento de recobrar el imperio de los griegos abajó á Italia, y por hallar en Toscana las cosas muy alteradas pasó en Sicilia. Contra este peligro proveyó el rey don Fadrique que alzasen todos los bastimentos y los recogiesen en las plazas mas fuertes, y los que no pudiesen recoger los echasen á mal; todo esto con intento de excusar de venir á batalla con los enemigos. Con esto y con que se resfrió aquella furia con que los franceses vinieron, los redujo á términos de mover ellos mismos tratos de paz, que tambien él mucho deseaba. Finalmente, entre Jaca y Calatabelota, plaza en que don Fadrique se hallaba, por ser lugar muy fuerte, los tres príncipes se juntaron. Hobo muchos dares y tomares sobre asentar el concierto; por conclusion, las paces se asentaron con las capitulaciones siguientes: Filipo, príncipe de Taranto, sea puesto en libertad, asimismo todos los cautivos de la una y de la otra parte; el rey don Fadrique deje todo lo que tiene en la tierra firme de Italia, y al contrario, los franceses las ciudades y fuerzas de que en Sicilia están apoderados; doña Leonor, herma

na de Roberto, case con don Fadrique, con retencion de Sicilia en nombre de dote hasta tanto que por permision y con ayuda del Papa conquiste á Cerdeña ó otro cualquiera reino; si esto no sucediere, sus herederos dejen á Sicilia luego que los reyes de Nápoles contaren docientos y cincuenta mil escudos; á los forajidos y desterrados de Sicilia y de Italia sea perdonada su poca lealtad por la una y por la otra parte. Hiciéronse estos conciertos el postrer dia del mes de agosto, con que todos dejaron las armas. Juan Villaneo, que se halló en esta guerra, y Dante Aligerio, poeta de aquellos tiempos, en extremo elegante y grave, tachan á Cárlos de Valoes, y le cargan de que en Toscana lo alborotó todo con discordias y guerras civiles, y en Sicilia concertó una paz infame; finalmente, que con tanto estruendo y aparato en efecto no hizo nada. Fué este año muy estéril, en especial en España, por la grande sequedad y á causa que las tierras se quedaron por arar por haberse consumido, como se decia comunmente y lo afirman graves autores, en aquellas alteraciones la cuarta parte por lo menos de los labradores y gente del campo.

CAPITULO VI.

De la muerte del pontifice Bonifacio.

Por este tiempo el hijo mayor de don Jaime, rey de Mallorca, que tenia el mismo nombre de su padre, renunciado el derecho que tenia á la herencia de aqueIlos estados, se metió fraile francisco, con que sucedió por muerte de aquel Rey, su hijo menor don Sancho; y como estaba obligado, hizo homenaje por aquellos estados y juró de ser leal al rey de Aragon. En Castilla no estaban las cosas muy sosegadas; en partícular se padecia grande falta de dineros. Tuviéronse Cortes en Burgos y en Zamora, en que se reformaron los gastos *públicos, y las ciudades sirvieron con gran suma de dineros. Demás desto, el papa Bonifacio concedió á la Reina madre una bula, en que le perdonaba las tercias de las iglesias que cobraron los reyes don Alonso, don Sancho y el mismo don Fernando sin licencia de la Sede Apostólica hasta entonces, y de nuevo se las daba y hacia gracia dellas por término de tres años. Los ánimos de los grandes andaban muy desabridos con la Reina madre; quejábanse que las cosas se gobernaban por su antojo sin razon ni órden. Los infantes don Enrique y don Juan, tios del Rey, y con ellos don Juan, hijo del infante don Manuel, don Juan de Lara y don Diego de Haro, con otros caballeros principales, buscaban traza y órden para poner con artificio y maña mat á la Reina con su hijo y desavenillos. Para dar principio á esto apremiaron al abad de Santander, que era chanciller mayor, diese cuentas del patrimonio real, cuya administracion tuvo á su cargo, maña que se enderezaba contra la Reina, por cuya instancia le encomendaron aquellos cargos y honras. Poco aprovecharon por este camino, porque conocida su inocencia y integridad, cayeron por tierra todas estas tramas. Filipo, rey de Francia, al principio del año 1303 envió sus embajadores para pedir aquellos pueblos de Navarra sobre que tenian diferencias; fueron despedidos sin alcanzar cosa alguna. El rey de Aragon envió á ofrecer condiciones de paz, que tambien desecharòn. Prometia que volveria toda la tierra de Murcia, de

que estaba apoderado, á tal que le entregasen á Alicante. Esto no le pareció á propósito á la Reina, antes á don Juan de Lara, que comenzaba á privar con el Rey, hizo quitar el cargo que tenia y poner en su lugar al infante don Enrique para que fuese mayordomo mayor de la casa real. No le duró mucho el mando, que poco despues le dejó, si de grado ó contra su voluntad no se sabe. Lo cierto es que destas cosas y principios procedieron entre el Rey y su madre algunas sospechas division entre los grandes. En particular don Juan de Lara y el infante don Juan, olvidadas las diferencias y disgustos pasados, hechos á una, tenian grande mano y privanza acerca del Rey. Los ruines y gente de malas mañas con chismes y decir mal de otros, que suele ser camino muy ordinario, eran antepuestos á los buenos y modestos. El infante don Enrique y don Juan, hijo del infante don Manuel, y don Diego de Haro llevaban mal que la Reina madre fuese maltratada, á quien ellos se tenian por muy obligados por muchos respetos, principalmente se quejaban que las cosas se trastornasen al albedrío y antojo de dos hombres semejantes. Pasaron en este sentimiento tan adelante, que comunicado el negocio entre sí, enviaron á llamar á don Alonso de la Cerda para concertarse con él. Fué con esta embajada Gonzalo Ruiz á Almazan para mover estas práticas y procurar que los aragoneses hiciesen entrada en Castilla, sin tener cuenta con la fe y lealtad que debían, á trueco de llevar adelante sus pasiones y bandos. Esto pasaba en Castilla al mismo tiempo que con increible osadía y impiedad fué amancillada la sacrosanta majestad de la Iglesia romana con poner mano en el papa Bonifacio. El caso, por ser tan exorbitante, será bien contar por menudo. Estaban los franceses por una parte, y por otra los de casa Colona, caballeros de Roma, en un mismo tiempo desabridos con el papa Bonifacio por agravios que pretendian les hiciera. Las causas del disgusto al principio eran diferentes; mas á la postre se aliaron para satisfacerse del comun enemigo. Parecia que el Papa hizo burla de Cárlos de Valoes, por no acordarse de las promesas que le tenia hechas. El rey de Francia se entregaba en los bienes de las iglesias y en sus rentas. Apamea es una ciudad que cae en la Gallia Narbonense; antes era de la diócesi de Tolosa, y el papa Bonifacio la hizo catedral. El Rey tenia preso al obispo desta ciudad, porque claramente reprehendia aquel sacrilegio; lo uno y lo otro llevaba el Pontifice muy mal; enviáronse embajadores de una parte y de otra sobre el caso. Lo que resultó fué quedar inas desabridas las voluntades. Paró el debate en que se pronunció contra el Rey sentencia de descomunion, que es el mas grave castigo que á los rebeldes se suele dar. Demás desto, los obispos de Francia fueron llamados á Roma para proceder contra el Rey. Grande es la autoridad de los sumos pontifices, pero las fuerzas de los reyes son mas grandes; así fué que por orden del rey Filipo de Francia, para hacer rostro al Pontifice, se juntaron muchos obispos y tuvieron concilio en Paris. En él se decretó que el papa Bonifacio era intruso y que la renunciacion de Celestino no fué válida. Hobo denuestos sobre el caso de la una y de la otra parte. Hoy dia hay cartas que se escribieron llenas de vituperios y ul trajes; si verdaderas, si fingidas, no se puede averiguar; mejor es que sean tenidas por falsas. Los de casa

tras

Colona fueron perseguidos y forzados á andar huidos de Roma, desterrados y despojados de sus haciendas por espacio de diez años, como el Petrarca lo atestigua, y encarece lo mucho que padecieron. Estos señores desde tiempo antiguo fueron capitanes del bando de los gibelinos, contrarios de los pontifices romanos, de quien se hicieron mucho tiempo temer por su nobleza, riquezas y parentelas. A Pedro y Jacobo, que eran cardenales y de aquel linaje y familia, por edicto público los privó del capelo. Estéfano Colona, cabeza de aqueIla familia, fué forzado á irse á Francia. Lo mismo hizo Sarra Colona, que era enemigo capital de Bonifacio; nuevos daños y desastres que en esta huida se le recrecieron le acrecentaron la saña, porque un capitan de cosarios le prendió y puso al remo. El Rey dió cargo á Guillelmo Nogareto, natural de Tolosa, hombre atrevido, de apelar de la sentencia de Bonifacio para la santa Sede Apostólica romana, privada entonces de legítimo pastor. Estos dos comunicaron entre sí cómo podrian desbaratar los intentos del Pontífice; si fué con consentimiento del Rey ó por su mandado, aun entonces no se pudo averiguar; en fin, ellos vinieron á Toscana y se estuvieron en un pueblo llamado Stagia, mienque fuesen avisados por espías encubiertas y tuviesen oportunidad para acometer la maldad que tenian ordenada. El Papa se hallaba en Anagni. Cecano y Supino, personas principales, hijos de Mafio, caballero de la misma ciudad de Anagni, fueron corrompidos á poder de dinero para que ayudasen á poner en efecto esta maldad. Ya que todo lo tenian bien trazado, metieron dentro de Anagni trecientos caballos ligeros y un buen escuadron de soldados. Sarra Colona era el principal capitan. Al alba del dia se levantó un estruendo y vocería de soldados, que con clamores y voces apellidaban el nombre del rey Filipo. Los criados del Papa todos huyeron. Bonifacio, conocido el peligro, revestido con sus ornamentos pontificales, se sentó en su sacra cátedra. En aquel hábito que estaba llegó Sarra Colona y le prendió. Escarneciendo dél Nogareto y haciéndole mil amenazas, le respondió Bonifacio con grande constancia: «No hago yo caso de amenazas de Paterino.>> Este fué abuelo de Nogareto, y convencido de la herejía y impiedad de los albigenses, murió quemado. Con aquella voz del Pontífice cayó la ferocidad de Nogareto. Pusieron guardas al Pontífice y saqueáronle su palacio. Dos cardenales solamente estuvieron perseverantes con el Pontífice, el cardenal de España Pedro Hispani y el cardenal de Ostia; todos los demás se pusieron en huida. Desde allí á tres dias los ciudadanos de Anagni, por compasion que tuvieron de su pastor y por miedo que no fuesen imputados de ser traidores contra el sumo Pontífice, su ciudadano, con las armas echaron de la ciudad á los conjurados. El Pontífice se tornó luego á Roma, y del pesar y enojo que recibió le dió una enfermedad, de que con grandes bascas, á manera de hombre furioso, falleció á los 12 dias de octubre y á los treinta y cinco de su prision. Dichoso pontífice, si cuan fácilmente acostumbraba á burlarse de las amenazas, tan fácilmente pudiera evitar las asechanzas de sus enemigos. Con su desastre se dió aviso que los imperios y nandos de los eclesiásticos mas se conservan con el buen crédito que dellos tienen y con buena fama, que deben ellos procurar con buenas obras y con la reve

rencia de la religion, que con las fuerzas y el poder. Villaneo dice en su historia que Bonifacio era muy docto y varon muy excelente por la grande experiencia que tenia de las cosas del mundo; pero que era muy cruel, ambicioso, y que le amancilló grandemente la abominable avaricia por enriquecer los suyos, que es un grandísimo daño y torpeza afrentosa. Hizo veinte y dos obispos y dos condes de su linaje. Por el sexto libro de los Decretales que sacó á luz mereció gran loa cerca de los hombres sabios y eruditos. Fué en su lugar elegido por sumo pontifice en el próximo conclave Nicolao, natural de la Marca Trevisana, general que fué antes de la órden de los Predicadores. En su pontificado se llamó Benedicto XI, en memoria de Bonifacio, que tuvo este nombre antes de ser papa y era criatura suya, ca le hizo antes cardenal. Fué este Papa para con los franceses demasiadamente blando, porque les alzó el entredicho que tenian puesto y revocó todos los decretos que su predecesor fulminó contra ellos. Verdad es que Sarra Colona y Nogareto fueron citados para estar á juicio, y porque no acudieron al tiempo señalado, los condenaron por reos del crímen laesae majestatis y fulminaron contra ellos sentencia de descomunion. A Pedro y Jacobo Colona, bien que los admitió en su gracia, no les permitió usasen del capelo y insignias de cardenales, conforme á lo que por su antecesor quedó decretado.

CAPITULO VII.

De la paz que entre los reyes de España se hizo en el Campillo.

Los españoles cansados de trabajos y alteraciones tan largas gozaban de algun sosiego; mas les faltaban las fuerzas que la voluntad ni ocasion para alborotarse. Las diferencias que aquellos príncipes tenian entre sí eran grandes y necesario apaciguallas. Los reyes de Castilla y de Aragon altercaban sobre el reino de Murcia. Don Alonso de la Cerda se intitulaba rey de Castilla, sombra vana y apellido sin mando. El nuevo rey de Granada, conforme á la enemiga que con los fieles tenia, hizo entrada por las tierras que poseia el rey de Aragon; demás desto, tomó á Bedmar, que es una villa no léjos de Baeza. Estas eran las discordias públicas y comunes; otra particular, de no menos importancia, andaba entre la casa de Haro y el infante don Juan, tio del Rey. Pretendia el Infante el señorio de Vizcaya como dote de su mujer; cuidaba salir con su intento á causa del deudo y cabida que con el Rey tenia. Los de la casa de Haro por lo mismo andaban muy desabridos, y parece que se inclinaban á tomar las armas. El rey don Fernando, como á quien la edad hacia mas recatado, por el mucho peligro que desta discordia podia resultar, deseaba con todo cuidado componer estas diferencias. La autoridad del rey de Aragon á esta sazon era muy grande, y parece que tenia puestas en sus manos las esperanzas y fuerzas de toda España. Enviaronle pues por embajador á don Juan, tio del Rey, para que con él y por su medio se tratase de tomar algun buen medio y dar algun corte en todos estos debates. En Calatayud por el mes de marzo, año del Señor de 1304, despues de muchos dares y tomares, por conclusion acordaron que de consentimiento de las partes se señalasen jueces para tomar asiento en

todas estas diferencias, y que para que esto se efectuase, mientras se trataba, hobiese treguas. Señalaron tiempo y lugar para que los reyes se viesen. En el entre tanto el rey don Fernando, con el cuidado en que le ponian las cosas del Andalucía, partió de Burgos, do á la sazon estaba, y por el mes de abril llegó á Badajoz con intento de visitar al Rey, su suegro, con quien eso mismo tenia algunas diferencias, y pretendia cobrar ciertos lugares que en su menor edad le empeñaron. Lo que resultó destas vistas, fué lo que suele, desabrimientos y faltar poco para quedar del todo enemigos. Solamente se pudo alcanzar del Portugués ayudase á su yerno con algunos dineros que le prestó, con que se partió la vuelta del Andalucía. No se llegó á rompimiento con los moros, antes á pedimento del mismo rey de Granada el rey don Fernando envió embajadores á aquella ciudad, y él se detuvo en Córdoba. Por medio desta einbajada se tomó asiento con el rey Moro; concertóse y prometió de nuevo de pagar el mismo tributo que se pagaba en tiempo de su padre, con que deshicieron los campos. El infante don Enrique cargado de años falleció por este tiempo en Roa; su cuerpo enterraron en el monasterio de San Francisco de Valladolid. Tuvo este Príncipe ingenio vario y desasosegado, extraordinaria inconstancia en sus costumbres, y hasta lo postrero de su edad grande apetito de gloria y mando, codicia desenfrenada y la postrera camisa de que se despojan aun los hombres sabios. Muy grande contento fué el que recibió todo el reino con la muerte deste caballero, ca todos se recelaban no desbaratase todas las práticas que se comenzaban de paz. No dejó hijos, que nunca se casó; así las villas de su estado se repartieron entre otros caballeros, y la mayor parte cupo á Juan Nuñez de Lara por la mucha privanza que con el Rey á la sazon alcanzaba. En prosecucion de lo concertado en Calatayud de consentimiento de las partes fué nombrado por juez árbitro para componer aquellas diferencias Dionisio, rey de Portugal, y por sus acompañados el infaute don Juan de la parte de Castilla, y por la de Aragon don Jimeno de Luna, obispo de Zaragoza. Los reyes de Portugal y Aragon tuvieron primero habla en Torrellas, que es una villa á la raya de Aragon y á las haldas de Moncayo, puesta en un sitio muy deleitoso. Allí los jueces, oido lo que por las partes se alegaba, pronunciaron setencia, y fué que el rio de Segura partiese término entre los reinos de Aragon y Castilla, cosa de grande comodidad y ventaja para el Aragonés, porque se le añadió lo de Alicante con otros pueblos de aquella comarca, y de su bella gracia le otorgaron lo que él con tanto alinco antes deseaba. Pronuncióse la sentencía á los 8 del mes de agosto, y luego el dia siguien te los tres reyes se juntaron en el Campillo, que está allí cerca, y por la memoria del concierto que en aquel lugar se hiciera veinte y tres años antes desto entre don Alonso, rey de Castilla, y don Pedro, rey de Aragon, parecia de buen aguero. Confirmóse allí lo asentado; desde allí los reyes fueron á Agreda, y pasaron á Tarazona. Grandes regocijos y recebimientos les hicieron; muy señalada fué esta junta, porque fuera de los tres reyes se hallaron asimismo presentes tres reinas, las dos de Castilla, suegra y nuera, y doña Isabel, reina de Portugal, persona muy santa, demás de la infanta do

ña Isabel, hermana del rey don Fernando, la que estu vo primero desposada con el rey de Aragon. El acompañamiento y corte era conforme á la calidad de príncipes tan grandes, en particular el rey de Portugal se señaló mas que todos, conforme á la condicion de aquella nacion, por ser deseoso de honra, y á causa de la larga paz rico de dineros; se dice que trujo en su compañía de Portugal mil hombres de á caballo, y que en todo el camino no quiso alojar en los lugares, sino en tiendas y pabellones que hacia armar en el campo. En lo que tocaba á la pretension de los Cerdas, los reyes de Aragon y Portugal, nombrados por jueces árbitros, llegado el negocio á sentencia, mandaron que don Alonso en adelante no se llamase rey; que restituyese todas las plazas y castillos de que estaba apoderado. Señaláronle á Alba, Bejar, Valdecorneja, Gibraleon, Sarria, con otros lugares y tierras para que pudiese sustentar su vida y estado, recompensa muy ligera de tantos reinos. Pocas veces los hombres guardan razon, principalmente con los caidos; todos les faltan y se olvidan. El rey de Francia no acudia, solo el rey de Aragon sustentaba el peso de la guerra contra Castilla; deseaba por tanto concertar aquellos debates de cualquier manera que fuese. Esta sentencia dió tanta pesadumbre á don Alonso de la Cerda, que aun no se quiso hallar presente para oilla, antes se partió echando mil maldiciones á los reyes. Restaba de acordar la diferencia del infante don Juan y Diego Lopez de Haro. El Rey tenia prometido al Iufante que, efectuadas las paces, él mismo le pondria en posesion del señorío de Vizcaya. Concluida pues y despedida la junta de los reyes, don Diego de Haro fué citado para que en cierto dia que le señalaron pareciese en Medina del Campo, para donde tenian convocadas las Cortes del reino. Señaláronse jueces árbitros que determinasen la causa. Don Diego Lopez de Haro, sea por fiar poco de su justicia y entender tenia usurpado aquel estado, ó por sospe char que el Rey no le era nada favorable, sin pedir licencia para partirse se salió de las Cortes, las cuales acabadas que fueron, como entendiesen que don Diego de Haro no haria por bien cosa ninguna, y el infante don Juan, que siempre andaba al lado del Rey, diese priesa á que el negocio se concluyese, en Valladolid, vistas sus probanzas, se sentenció en su favor, solamente se difirió la ejecucion para otro tiempo, en que se pretendia que con alguna manera de concierto entre las partes se atajase la tempestad de la guerra que podia desto resultar. En el año del Señor de 1305 estaban las cosas desta manera en Castilla, unas diferencias soldadas, otras para quebrar; y á 17 dias del mes de enero Rugier Lauria, general del mar, murió en Cataluña, capitan sin segundo y sin par en aquel tiempo, determinado en sus consejos, diestro por sus manos, querido y amado de los reyes, en especial del rey don Pedro, que con su ayuda y por su valor sujetó á Sicilia. El solo dió fin á grandes hazañas con próspero suceso; los reyes nunca hicieron cosa memorable sin él; su cuerpo sepultaron en el monasterio de Santa Cruz con su túmulo y letra junto al enterramiento del rey don Pedro en señal del grande amor que le tuvo. A los 6 dias del mes de abril murió doña Juana, reina de Navarra, en Paris; su cuerpo enterraron en el monasterio de San Francisco con real pompa y célebre aparato; está de

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