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presente metido este monasterio dentro del colegio de Navarra. Sucedió luego á su madre difunta en el reino Luis, que tuvo por sobrenombre Hutino; tomó la corona real en Pamplona; despues fué tambien él rey de Francia por muerte de su padre. Dejó la reina doña Juana allende deste otros hijos, á Filipo, que tuvo por sobrenombre el Largo, á Cárlos, que tuvo por sobrenombre el Hermoso, que adelante vinieron á ser todos reyes de Francia y Navarra. Dejó otrosí dos hijas; la una murió siendo niña, la otra, por nombre madama Isabel, casó con Eduardo, rey de Ingalaterra, la mas hermosa doncella que se halló en su tiempo.

CAPITULO VIII.

Clemente V, pontifice máximo.

El pontificado de Benedicto no duró mas de ocho meses y seis dias. Siguióse una vacante larga de diez meses y veinte y ocho dias. Grandes disensiones anduvieron en este conclave, muy encontrados los votos de los cardenales, así italianos como franceses, que eran en gran número, porque á devocion de los reyes de Nápoles los papas criaron los años pasados muchos cardenales de la nacion francesa. En fin, se concertaron desta suerte: que los italianos nombrasen tres cardenales franceses para el pontificado, y que destos eligiese el bando contrario uno que fuese papa. Salieron tres arzobispos nombrados, que estaban muy obligados á la memoria de Bonifacio como criaturas suyas. Destos tres en ausencia fué elegido Raimundo Gotto, arzobispo de Bordeaux, primero comunicado el negocio con Filipo, rey de Francia. Procuró el rey de Francia que se viniese antes de aceptar á ver con él en la villa de Angelina, que cae en la provincia de Jantoigne, donde dicen hizo que debajo de juramento le prometiese de poner en ejecucion las cosas siguientes: que condenaria y anatematizaria la memoria de Bonifacio VIII; que restituiria en su grado y dignidad cardenalicia á Pedro y

á Jacobo de casa Colona, que por Bonifacio fueron privados del capelo; que le concederia los diezmos de las iglesias por cinco años, y conforme á esto otras cosas feas y abominables á la dignidad pontifical; pero tanto puede el deseo de mandar. Con esto á los 5 dias del mes de junio fué declarado por pontífice, y tomó nombre de Clemente V. Mandó luego llamar todos los cardenales que viniesen á Francia, y en Leon tomó las insignias pontificales á 11 de noviembre. Acudió increible concurso de gente. Aguó la fiesta y destempló el alegría un caso de mal aguero, como muchos lo interpretaron. El mismo dia que se celebraba esta solemnidad, mientras el nuevo Pontifice hacia el paseo con grande acompañamiento y pompa, le derribó del cabaHo una gran pared que cayó por ser muy vieja y carcomida y por el peso de la muchedumbre de gente que sobre ella cargó á ver la fiesta. Cayósele la tiara que llevaba en la cabeza, y se perdió della un carbunco de gran valor. El rey de Francia, que iba á su lado, se vió en gran peligro; Juan, duque de Bretaña, reció allí; los reyes de Ingalaterra y Aragon escaparon con mucho trabajo. Fué grande el número de los que murieron, parte por tomalles la pared debajo, parte por el aprieto de la mucha gente. Con estos principios se conformó lo demás; todo andaba puesto en venta, así

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lo honesto como lo que no lo era. Crió doce cardenales á contemplacion y por respeto del rey Filipo de Francia. Todavía como le hiciese instancia sobre condenar la memoria del papa Bonifacio, segun que lo tenia prometido, dió por respuesta que negocio tan grave no se podia resolver sino era con junta de un concilio general. Por este camino se desbarató la pretension de aquel Rey, y esta dicen fué la principal causa para juntar el concilio de Viena, que se celebró como poco adelante se dirá. Trasladó la silla pontifical desde Roma á Francia, que fué principio de grandes males; ca todo el orbe cristiano se alteró con aquella novedad, y en particular toda Italia, de que resultaron todas las demás desgracias y un gran torbellino de tempestades. Lo que se proveyó para el gobierno de Italia y del patrimonio que allí la Iglesia tiene fué enviar tres cardenales por legados para con poderes bastantes gobernar aquel estado, así en tiempo de guerra como de paz. En Castilla por el mismo tiempo se despertaron nuevas alteraciones. No hay cosa mas deleznable que la cabida y privanza con los reyes. Don Juan Nuñez de Lara comenzó á ir de caida por estar el rey don Fernando cansado dél. Quitóle el oficio de mayordomo de la casa real, y puso en su lugar á don Lope, hijo de don Diego Lopez de Haro. El color que se dió fué que don Juan de Lara era general de la frontera contra los moros y no podia servir ambos cargos, como quier que á la ver dad el Rey pretendiese sobre todo con aquella honra ganar la casa de Haro y apartalla de la amistad que tenia trabada muy grande á la sazon con los de Lara. Entendiéronse fácilmente estas mañas, como suelo acontecer, que en las cosas de palacio no hay nada secreto; por donde estos dos caballeros se unieron y ligaron con mayor cuidado y determinacion que tenian de desbaratar aquellos intentos. Parecia que el negocio amenazaba rompimiento; acudieron Alonso Perez de Guzman y la Reina madre, y con su prudencia hicieron tanto, que estos caballeros se apaciguaron, ca volvieron á cada cual dellos las honras y cargos que solian tener. Demás desto, se tomó asiento entre el infante don Juan y la casa de Haro con estas condiciones: que don Diego de Haro por sus dias gozase el señorío do Vizcaya, y despues de su muerte tornase al infante don Juan; que Orduña y Balmaseda quedasen por don Lope, hijo de don Diego de Haro, por juro de heredad, y de nuevo se le hizo merced de Miranda de Ebro y Vi llalva de Losa en recompensa de lo que de Vizcaya les quitaban. El deseo que el Rey tenía de apaciguar las diferencias destos grandes, con que todo el reino an→ daba alborotado, era tan grande, que ninguna cosa se le hacia de mal á trueco de concordallos. El alegría que todos recibieron por esta causa fué grande; solo don Juan de Lara recibió pesadumbre, así por parecelle le habian graviado en tomar asiento con su suegro don Diego de Haro sin dalle á él parte, como por tener costumbre de aprovecharse de los trabajos ajenos y sacar ganancia de las alteraciones que sucedian entre los grandes. Esto fué en tanto grado, que por parecelle forzoso correr él fortuna despues de tomado aquel asiento, y que no le quedaba esperanza de escapar si no se valia de alguna nueva trama, renunciada la fe y lealtad que al Rey tenia jurada, se retiró á Tordehumos, plaza muy fuerte, así por su sitio como por sus.

murallas y reparos, donde con sus fuerzas y las de sus aliados pensaba defenderse del Rey, que sabia tenia muy ofendido. Acudieron en breve los del Rey, pusieron cerco sobre aquel lugar; pero como quier que no faltasen muchos de secreto aficionados á don Juan de Lara, la guerra se proseguia con mucho descuido, y el cerco duró mucho tiempo. Llegaron á tratar de concierto, y porque el Rey se hacia sordo á esto, los soldados se desbandaron y se fueron, unos á una parte, otros á otra. Entre los demás que favorecian á don Juan de Lara era el infante don Juan. Pasó el negocio tan adelante, que al Rey fué forzoso perdonalle; solamente por cierta muestra de castigo le quitó las villas de Moya y Cañete, que, como arriba queda dicho, se las diera el rey don Sancho. Poco duró este sosiego, porque como don Juan de Lara y el infante don Juan entendiesen y tuviesen aviso que el Rey pretendia vengarse dellos, si fué verdad 6 mentira no se sabe, pero, en fin, por pensar los queria matar, se concertaron entre sí y resolutamente se rebélaron. El infante don Juan brevemente se aplacó con las satisfacciones que le dió el Rey; sosegar á don Juan de Lara era muy dificultoso, que de cada dia se mostraba mas obstinado. A esta razon don Alonso de la Cerda, como quier que se hallase desamparado de todos y juzgase que era mejor sujetarse á la necesidad que andar toda la vida descarriado y pobre, despojado del reino que pretendia y perdido el estado que le señalaron, envió á Martin Ruiz para que en su nombre tomase posesion de los pueblos que los jueces árbitros le adjudicaron. Así, perdida la esperanza de cobrar el reino, en lo de adelante comunmente le Ilamaron don Alonso el Desheredado.

CAPITULO IX.

Que la guerra de Granada se renovó.

El vulgo de ordinario, y mas entre los moros, de su natural es inconstante, alborotado, amigo de cosas nuevas, enemigo de la paz y sosiego. Así en este tiempo comenzaron los moros de Granada á alborotarse en gran daño suyo y riesgo de perderse, como quiera que por todas partes estuviesen rodeados de enemigos y aquel reino de Granada reducido á gran estrechura y puesto en balanzas. La ocasion de alborotarse fué que el Rey era inútil para el gobierno, y como ciego pasaba en descuido su vida; su cuñado, el señor de Málaga, era el que lo mandaba todo, y en efecto, era el que en nombre de otro reinaba. Parecíales cosa pesada tener dos reyes en lugar de uno, porque, fuera de los demás inconvenientes, se doblaba el gasto de la casa real á causa que el de Málaga no tenia menos corte, acompañamiento y casa que si fuera verdadero rey, puesto que el nombre le dejaba á su cuñado. Decian seria mucho mejor nombrar otro rey que fuese hombre que los gobernase, á quien todos tuviesen respeto, obedeciesen á sus mandamientos y con su autoridad se defendiesen y vengasen de sus enemigos. Al vulgo, que andaba alterado, atizaban los principales; mayormente Aborrabes, un caballero que venia de los reyes de Marruecos, con su gente y la de sus aficionados se apoderó de la ciudad de Almería y se intuló rey della. La mayor parte del pueblo se inclinaba á favorecer á Mahomad Azar, hermano que era menor del Rey ciego, que daba muestras de

valor y se vian en él señales de otras virtudes. Fué Aborrabes echado por el bando contrario de Almería; él, con deseo de apoderarse de Ceuta, ciudad que los granadinos tenian en la frontera de Africa, intentó ayudarse de los cristianos. Por todo esto se ofrecia buena ocasion para hacer la guerra á los moros y echallos de todo punto de España. Comunicaron entre sí este negocio por cartas los reyes de Aragon y Castilla; acordaron de juntarse en el monasterio de Huerta, que está á la raya de los dos reinos. Hízose la junta al principio del año de 1309. Allí y en Monreal, do los reyes pasaron, lo primero que se trató fué de apaciguar á don Alonso de la Cerda, templada en alguna manera la sentencia que los jueces árbitros dieron; recelábanse que mientras los dos reyes estaban ocupados en la guerra de los moros, no alborotase á Castilla con ayuda de sus parciales y aficionados. Tomada esta resolucion, acordaron emprender la guerra de Granada, y para apretar mas á los moros acometellos por dos partes, y en un mismo tiempo poner cerco sobre Algecira y sobre Almería. Demás desto, concertaron que la infanta doña Leonor, hermana del rey don Fernando, casase con don Jaime, hijo mayor del rey de Aragon. Por dote le señalaron la sexta parte de todo lo que en aquella guerra se ganase, y en particular la misma ciudad de Almería. Concluida la junta y despedidos los reyes, todo comenzó á resonar con el estruendo de las armas, provision de dinero, juntas de soldados y gente de á caballo, de bastimento y bagaje necesario. Tenian los dos príncipes soldados muy diestros, muy unidos entre sí, no inficionados con las discordias civiles; en especial los aragoneses ponian miedo á los moros por la fama que corria de haber sujetado sus enemigos y alcanzado tantas victorias. El rey don Fernando, á ruego de su madre, fué á Toledo para hallarse presente á trasladar los huesos del rey don Sancho, su padre, en un sepulcro muy honroso que la Reina tenia apercebido con todo lo demás necesario y conveniente á las exequias y honras de su marido. Tenia el rey don Fernando condicion apacible, una honestidad natural, como acostumbraba decir Gutierre de Toledo, que se crió con él desde su niñez, gran modestia en su rostro, su cuerpo bien proporcionado y apues to, de grande ánimo, muy clemente. Aconteció que el mismo dia de Navidad un caballero muy principal, quien él tenia señalado para el gobierno de Castilla, se vino á despedir dél para ir á su cargo. El Rey, dejados los dados con que acaso se entretenia, le advirtió que en Galicia hallaria muchos caballeros nobles que andaban alborotados; que aunque mereciesen pena de muerte, le encargaba se guardase de ejecutar el castigo, solamente se los enviase, que se queria servir deIlos en la guerra de los moros. Engrandeció el caballero el acuerdo tan clemente del Rey, que, aunque pareció á muchos blando en demasía y temerario, ia experiencia mostró ser muy acertado. No hobo en toda la guerra contra los moros quien se señalase mas que aquelos hidalgos. Estimulábalos graudemente el deseo de borrar la deshonra pasada, y la voluntad de servir al Rey la clemencia de que con ellos usara ; sus valerosas hazañas no se podian encubrir; en todas partes y ocasiones peleaban contra los moros con odio implacable, y entre sí tenian competencia de aventajarse en valory ánimo. Finalmente, desde Toledo partieron al Anda

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lucía. El campo de los castellanos llegó sobre Algecira á 27 dias del mes de julio. A mediado el siguiente mes de agosto puso su cerco sobre Almería el rey de Aragon. Con los aragoneses vinieron don Fernando, hijo de don Sancho, rey de Mallorca, mancebo de los fuertes y valerosos que en su tiempo se hallaban; don Guillen de Rocaberti, arzobispo de Tarragona; don Ramon, obispo de Valencia y chanciller del Rey; don Artal de Luna, gobernador de Aragon, con otros prelados y caballeros. Al rey don Fernando seguian los caballeros de la casa y familia de Haro; don Juan de Lara, poco antes vuelto en amistad del Rey; don Juan, tio del Rey, y el arzobispo de Sevilla y otros muchos caballeros principales. Gisberto, vizconde de Castelnovo, fué con parte de la armada de los aragoneses sobre Ceuta, que está en la frontera y riberas de Africa, y la tomó. Los despojos hobieron losaragoneses; la ciudad se dejó á Aborrabes, como lo tenian con él capitulado. Los de Granada, habido sobre ello su acuerdo, porque si venian á repartir su gente no serian bastantes para sustentar ambas guerras, determinaron de defender la ciudad de Almería, fuese por la confianza que hacian de la fortaleza de Algecira, demás que tenia harta gente de defensa y las provisiones necesarias, ó por rabia de que los aragoneses les hobiesen ganado á Ceuta y se hobiesen entremetido en aquella guerra sin pretender contra ellos algun derecho ni haber recebido agravio. El mismo dia de la festividad de San Bartolomé los moros con toda su gente se presentaron á vista de aquella ciudad. Los aragoneses, visto que les representaban la batalla, de buena gana fueron á acometellos. A los principios no se conoció ventaja en ninguno de los campos, porque Jos moros peleaban con grandísimo esfuerzo; pero en fin, fueron vencidos y puestos en huida con gran daño y matanza. Los bosques que allí cerca estaban dieron á muchos la vida, que se metieron por aquellas espesuras y escaparon. No hay alegría cumplida en las cosas humanas. Mientras que los nuestros con demasiada codicia y poco recato iban en seguimiento de los bárbaros y ejecutaban el alcance, los de Almería salen de la ciudad y acometen el real de los aragoneses, que tenia poca defensa y por capitan á don Fernando de Mallorca. Ganaron el baluarte y trincheas y saquearon y robaron algunas tiendas. Acudieron los nuestros, y aunque con mucha dificultad, en fin lanzaron los moros y los forzaron á retirarse dentro de la ciudad. Esto hizo que el contento de la victoria ganada no se les aguase tanto si perdieran los reales; demás que aquel peligro fué aviso para que en adelante tuviesen mayor recato. Todo era menester, porque segunda vez á los 15 de octubre grande morisma, que llegaban á mas de cuarenta mil, acometieron las estancias de los aragoneses, pero sucedióles lo mismo que en el rebate pasado. No con menos esfuerzo apretaban los de Castilla por mar y por tierra el cerco de Algecira; mas las fuertes murallas los muchos soldados que dentro tenian impedian á los cristianos para que sus asaltos no hiciesen efecto. Como se detuviesen muchos meses, acordaron de acometer á Gibraltar, villa puesta sobre el monte Calpe, con esperanza de apoderarse della, porque no tenía tanta defensa. Fueron para este efecto el arzobispo de Sevilla y don Juan Nuñez de Lara con parte del ejército. Alonso Perez de Guzman, caballero el mas señalado que se

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conocia en aquellos tiempos y iba en compañía de los demás, en un rebate que tuvieron con los moros en el monte Gausin quedó muerto, daño que fué muy notable, dolor y sentimiento de todo el reino. Verdad es que la villa de Gibraltar se entregó al mismo rey don Fernando, que acudió para este efecto, como lo concerlaron para que los cercados se rindiesen con mas reputacion y fuese del Rey la honra de ganar aquella plaza. Dióse libertad á los moros para pasar en Africa y llevar consigo sus bienes. Entre los demás un moro muy viejo ya, que queria partirse, habló, segun dicen,. al Rey desta manera: «¿Qué desdicha es esta mia, por mi mal hado ó por mis pecados causada, que toda mi vida ande desterrado y á cada paso me sea forzoso mudar de lugar y hacer alarde de mi desventura por todas las ciudades? Don Fernando, tu bisabuelo, me echó de Sevilla, fuíme á Jerez de la Frontera. Esta ciudad conquistó tu abuelo don Alonso, y á mí fué necesario recogerme á Tarifa. Ganó esta plaza tu padre el rey don Sancho, á mí-por la misma razon fué forzoso pasar á‹ Gibraltar. Cuidaba con tanto poner fin á mis trabajos, y esperaba la muerte como puerto seguro de todas estas desgracias. Engañóme el pensamiento; al presente de nuevo soy forzado á buscar otra tierra. Yo me resuelvo pasar en Africa por ver si con tan largo destierro puedo amparar lo postrero de mi triste vejez y pasar en sosiego esto poco de vida que me puede quedar.>>> Los soldados que estaban sobre Algecira, dado que era gente feroz y denodada, cansados con los trabajos y malparados con los frios del invierno, á cada paso desamparaban las banderas, no solo la gente baja, sino tambien la principal y los señores, que demás de lo dicho andaban desabridos porque el Rey daba oido á: gente baja y de intenciones dañadas. El infante don Juan y don Juan Manuel fueron de poco provecho en esta guerra, antes ocasion de mucho daño, porque partidos ellos, con su ejemplo muchos se salieron del campo y desampararon los reales. Don Diego Lopez de Haro murió en la demanda de enfermedad. Su cuerpo llevaron á Búrgos y enterraron en el monasterio de San Francisco. El señorío de Vizcaya, segun que lo tenian capitulado, recayó en doña María, mujer del infante don Juan; cosa nueva que en aquel estado sucediese mujer, en que hasta entonces se continuó la sucesion por línea de varón. La muerte deste caballero y las continas lluvias que sobrevinieron, por ser el tiempo mas áspero de todo el año, forzaron á que el cerco de Algecira se alzase. Capitularon empero que los moros restituyen, como lo hicieron, las villas de Quesada y Bedmar, que tomaron el tiempo pasado á los nuestros, y para los gastos de la guerra pagasen cuarenta mil escudos. La villa de Quesada poco adelante dió el Rey á la iglesia de Toledo, cuya solia ser. Este fué el fruto que de tanto ruido, tantas pérdidas y trabajos se sacó. Los aragoneses, si bien tenian en sus reales grande abundancia de todas las cosas necesarias, asimismo por la poca esperanza de salir con la empresa, como les restituyesen los aragoneses que allí tenian cautivos, se partieron de sobre Almería, que fué á los 26 dias del mes de febrero, año de 1310, sin suceder otra cosa digna de memoria, salvo que en el mayor calor desta guerra el ciego rey Moro fué despojado del reino por su hermano Azar, y en Almuñecar puesto en prisiones con

secretamente de la corte. Muchos caballeros, movidos de caso tan feo, sin tener cuenta con el Rey y con su autoridad ni con la solemnidad de las bodas, le hicieron compañía. Pero todas estas alteraciones, que amenazaban mayores males, apaciguó la Reina madre con su prudencia, sin cesar hasta reconciliar el infante don Juan con el Rey, su hijo. En Palencia sobrevino al Rey una tan grave enfermedad, que no pensaron escapara. La buena diligencia de los médicos, la fuerza de la edad y la mudanza del aire le sanaron, porque luego que pudo se fué á Valladolid. En Barcelona murió doña Blanca, reina de Aragon, á 14 dias del mes de octubre, señora dotada de grande honestidad y de todo género de virtudes. Dejó noble generacion, es á saber, los infantes don Jaime, don Alonso, don Juan, don Pedro, don Ramon Berenguel. Las hijas fueron doña María, doña Costanza, doña Isabel, doña Blanca, doña Violante. Doña Blanca pasó su vida en el monasterio de Jijena, en que fué abadesa; las demás casaron con grandes príncipes, y por sus casamientos muchos linajes nobilísimos emparentaron con la casa real de Aragon. El cuerpo de la Reina sepultaron en Santa Cruz, que es un monasterio muy noble en Cataluña. Las exequias se hicieron con toda la solemnidad que era justo y se puede pensar.

buena guarda; grande desgracia y caida, el que era rey ser privado de la libertad, mal que se pudiera llevar en paciencia sino pasara adelante. Poco despues en Granada, do le hizo volver, sin respeto de lo que se diria ni compasion del que era su hermano, por asegurarse le mandó cruelmente matar; así pervierte todas las leyes de naturaleza el deseo desenfrenado de reinar. Don Juan Nuñez de Lara al fin de la guerra pasada fué por embajador á Francia, y cumplido con su cargo, tornó al rey de Castilla, que era venido á Sevilla, despedido que hobo su ejército. Llevaba órden de impetrar, como lo hizo, los diezmos de las rentas eclesiásticas para ayuda á los gastos de la guerra contra moros; demás desto de avisar al pontífice Clemente que no debia en manera alguna proceder contra la memoria del papa Bonifacio, por los grandes inconvenientes que de hacer lo contrario resultarian, contra lo que pretendia el rey de Francia, y que el Pontífice no estaba fuera de hacello, segun avisaban personas de autoridad. En Vizcaya, en aquella parte que llaman Guipúzcoa, por mandado del Rey y á costa de los de aquella provincia se fundó la villa de Azpeitia, como se entiende por la provision real que en esta razon se despachó en Sevilla al principio deste año, desde donde el rey don Fernando se partió para Búrgos para celebrar las bodas de la infanta doña Isabel, su hermana, aquella que repudió el rey de Aragon, y de nuevo la tenian concertada con Juan, duque de Bretaña. El cargo de mayordomo de la casa real se dió á don Juan Manuel, sin que el infante don Pedro, hermano del Rey, que tenia aquel oficio, mostrase sentimiento alguno. Demás desto, el mismo don Juan era frontero de Murcia contra los moros, dado que en su lugar servia este cargo Pero Lopez de Ayala. Todo esto se enderezaba á obligar mas é aquel caballero, que era muy poderoso, y fué tan dichoso en sus cosas, que dos hijas suyas, doña Costanza, habida en su primera mujer, fué reina de Portugal, y doña Juana lo fué de Castilla, la cual hobo en doña Blanca, hija de Fernando de la Cerda y de doña Juana de Lara. En este viaje pasó el Rey por Toledo en sazon que por muerte de don Gonzalo, que finó este mismo año, vacaba aquella iglesia. Sucedióle don Gutierre II, natural y arcediano de Toledo. Su padre, Gomez Perez de Lampar, alguacil mayor de Toledo. Su madre, Horabuena Gutierrez. Su hermano, Fernan Gomez de Toledo, camarero mayor y muy privado del Rey, que por su respeto acudió á su hermano con su favor, y obró tanto, que los canónigos apresuraron la eleccion y dieron sus votos á don Gutierre, mayormente que se recelaban no se entremetiese el Papa y les diese prelado de su mano. Partió el Rey de Toledo para Búrgos á las bodas, que se festejaron como se puede pensar. Del infante don Juan, tio del Rey, no se tenia bastante seguridad por ser de su condicion mudable y por cosas que dél se decian, y claramente se dejaba entender que de tal manera haria el deber, que no duraria mas el respeto de

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que le fuese necesario. Por esta causa en Búrgos, ca acudió á las fiestas de aquellas bodas de la Infanta, aunque con seguridad que le dieron, trataban por órden del Rey de dalle la muerte. Don Juan Nuñez de Lara, como dello tuviese noticia, procuró estorballo, afeando en gran manera aquel intento; y sin embargo, el infante don Juan, luego que supo lo que pasaba, se salió

CAPITULO X.

Cómo extinguieron los caballeros templarios. Los obispos de toda la cristiandad se juntaban por este tiempo llamados por edictos de Clemente, pontífice, para asistir al concilio de Viena, ciudad bien conocida en el Delfinado de Francia. A las demás causas públicas que concurrian para juntar este Concilio se allegaba una, la mas nueva y sobre todas urgentísima, que era tratar de los caballeros templarios, cuyo nombre se comenzara á amancillar con grandes fealdades

torpezas, y era á todos aborrecible. Querian que todos los prelados diesen su voto y determinasen lo que en ello se debia de hacer, pues la causa á todos tocaba. El principio desta tempestad comenzó en Francia. Achacábanles delitos nunca oidos, no tan solamente á algunos en particular, sino en comun á todos ellos y á toda su religion. Las cabezas eran infinitas, las mas graves estas: que lo primero que hacian cuando entraban, en aquella religion era renegar de Cristo y de la Vírgen, su madre, y de todos los santos y santas del cielo; negaban que por Cristo habian de ser salvos y que fuese Dios; decian que en la cruz pagó las penas de sus pecados mediante la muerte; ensuciaban la señal de la cruz y la imágen de Cristo con saliva, con orina y con los piés, en especial, porque fuese mayor el vituperio y afrenta, en aquel sagrado tiempo de la Semana Santa, cuando el pueblo cristiano con tanta veneracion celebra la memoria de la pasion y muerte de Cristo; que en la santísima Eucaristía no está el cuerpo de Cristo, el cual y los demás sacramentos de la santa madre Iglesia los negaban y repudiaban; los sacerdotes de aquella religion no proferian las místicas palabras de la consagracion cuando parecia que decian misa, porque decian que eran cosas ficticias é invenciones de los hombres, y que no eran de provecho alguno; que el maestre general de su religion, y todos

los demás comendadores que presidian en cualquiera casa ó convento suyo, aunque no fuesen sacerdotes, tenian potestad de perdonar todos los pecados; solia venir un gato á sus juntas; á este acostumbraban arrodillarse y hacelle gran veneracion como cosa venida del cielo y llena de divinidad; ultra desto tenian un ídolo, unas veces de tres cabezas, otras de una sola, algunas tambien con una calavera y cubierto de una piel de un hombre muerto; deste reconocian las riquezas, la salud y todos los demás bienes, y le daban gracias por ellos. Tocaban unos cordones á este ídolo, y como cosa sagrada los traian revueltos al cuerpo por devocion y buen agüero. Desenfrenados en la torpeza del pecado nefando, hacian y padecian indiferentemente. Besábanse los unos á los otros las partes mas sucias y pudendas de sus cuerpos, seguian sus apetitos sin diferencia, y esto con color de honestidad como cosa concedida por derecho y conforme á razon. Juraban de procurar con todas sus fuerzas la amplificacion de su órden, así en número de religiosos como en riquezas, sin tener respeto á cosa honesta y deshonesta. Referir otras cosas dellos da pesadumbre y causa horror. ¿Qué dirá aquí el que esto leyere? ¿Por ventura no parecen estos cargos impuestos y semejables á consejas que cuentan las viejas? Villaneo sin duda y san Antonino y otros los defienden desta calumnia; la fama y la comun opinion de tudos los condena. Necesario es que confesemos que las riquezas con que se engrandecieron sobremanera fueron causa de su perdicion, sea por haberse con tanta sobra de deleites amortiguado en ellos aquella nobleza de virtudes y valor con que dieron cabo á tan esclarecidas hazañas así en el mar como en la tierra, sea que el pueblo ardiese de envidia por ver su pujanza, y los príncipes por esta via quisiesen gozar de aquellas riquezas. Apenas se podria creer que tan presto hobiesen estos caballeros degenerado en comun en todo género de maldad, si no tuviéramos el testimonio de las bulas plomadas del papa Clemente, que el dia de hoy están en los archivos de la iglesia mayor de Toledo, que afirma no era vana la fama que corria; antes que en presencia del mismo Papa fueron examinados sesenta y dos caballeros de aquella órden, que confesado que hobieron las maldades susodichas, pidieron humilmente perdon. Los primeros denunciadores fueron dos caballeros de aquella órden, es á saber, el prior de Monfalcon, que es en tierra de Tolosa, y Nofo, forajido de Florencia, testigos, al parecer de muchos, no tan abonados como negocio tan grave pedia. Arrimáronseles otros, y entre ellos un camarero del mismo Papa que de edad de once años tomó aquel hábito, y como testigo de vista deponia de las culpas susodichas. Las cabezas destas acusaciones se enviaron al rey de Francia á Potiers, do estaba con el pontífice Clemente, por cuyo órden á un mismo tiempo, como si tocaran al arma, todos los templarios que se hallaban en Francia fueron presos á los 13 dias de octubre, tres años antes deste en que va la historia. Pusiéronlos á cuestion de tormento; muchos ó todos por no perder la vida, ó porque así era verdad, confesaron de plano; muchos fueron condenados y los quemaron vivos. Entre otros, el gran maestre de la órden Jacobo Mola, borgoñon de nacion, ya que le llevaban á la hoguera,

puesto que le daban esperanza de la vida y que le darian por libre si públicamente pedia perdon, habló desta manera, como lo afirman autores de mucho crédito: «Como quiera que al fin de la vida no sea tiempo de mentir sin provecho, yo niego y juro por todo lo que puedo jurar que es falso todo lo que antes de ahora se ha acriminado contra los templarios y lo que de presente se ha referido en la sentencia dada contra mí, porque aquella órden es santa, justa y católica; yo soy el que merezco la muerte por haber levantado falso testimonio á mi órden, que antes ha servido mucho y sido muy provechosa á la religion cristiana, y imputádoles estos delitos y maldades contra toda verdad á persuasion del sumo Pontífice y del Rey de Francia; lo que ojalá yo no hobiera hecho. Solo me resta rogar, como ruego á Dios, si mis maldades dan lugar, me perdone; y juntamente suplico que el castigo y tormento sea mas grave, si por ventura por este medio se aplacase la ira divina contra mí y pudiese mover con mi paciencia á los hombres á misericordia. La vida ni la quiero ni la he menester, principalmente amancillada con tan grande maldad como me convidan á que cometa de nuevo. » De otros muchos se cuenta que dijeron lo mismo, y que uno dellos fué un hermano del delfin de Viena, persona nobilisima, cuyo nombre no se sabe, dado que consta del hecho. El año próximo siguiente expidió el Papa sus letras apostólicas á postrero de julio, en que comete á los arzobispos de Toledo y Santiago y les manda procedan contra los templarios en Castilla. Dióles por acompañado á Aimerico, inquisidor y fraile dominico, por ventura aquel que compuso el Directorio de los Inqui-. sidores que tenemos, y junto con él otros prelados. En Aragon se dió la misma órden á los obispos don Ramon, de Valencia, y don Jimeno, de Zaragoza; lo mismo se hizo en las demás provincias de España y de toda la cristiandad. Dióse á todos órden que, formado el proceso y tomada la informacion, no se procediese á sentencia sino fuese en los concilios provinciales. Gran turbacion y tristeza fué esta para los templarios todos sus aliados; nuevas esperanzas para otros, que les resultaban de su desgracia y trabajo. En Aragon acudieron á las armas para defenderse en sus castillos; los mas se hicieron fuertes en Monzon por ser la plaza á propósito. Acudió mucha gente de parte del Rey, y por conclusion los templarios fueron vencidos y presos. En Castilla Rodrigo Ibañez, comendador mayor ó maestre de aquella órden, y los demás templarios fueron citados por don Gonzalo, arzobispo de Toledo, para estar á juicio. El Rey los mandó á todos prender, y todos sus bienes pusieron en tercería en poder de los obispos hasta tanto que se averiguase su causa. Juntóse concilio en Salamanca, en que se hallaron Rodrigo, arzobispo de Santiago; Juan, obispo de Lisboa; Vasco, obispo de la Guardia; Gonzalo, de Zamora; Pedro, de Avila; Alonso, de Ciudad-Rodrigo; Domingo, de Plasencia; Rodrigo, de Mondoñedo; Alonso, de Astorga, y Juan, de Tuy, y otro Juan, obispo de Lugo. Formóse el proceso contra los presos, tomáronles sus confesiones, y conforme á lo que hallaron, de parecer de todos los prelados fueron dados por libres, sin embargo que la final determinacion se remitió al sumo Pontífice, cuyo decreto y sentencia prevaleció

y

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