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que no la dieran á nadie por espacio de cuatrocientos años. Hasta aquí todo procedia muy prósperamente, si la fortuna ó desgracia supiera estar queda sin dar la vuelta que suele de ordinario. Fué así, que los griegos tomaron ocasion de aborrecellos, así bien por envidia destas preeminencias que les dieron como porque los soldados, que invernaban en Calípoli, comenzaron á alborotarse con color que no les pagaban. Derramábanse por la comarca, cometian robos, violencias y adulterios, todo lo ensuciaban con maldades en gran daño de la tierra y peligro suyo y de sus capitanes. La indignacion que desto concibió el Emperador fué grande; para vengarse procuraron que Rugier viniese á Adrianópoli con muestras de querer comunicar con él cosas de grande importancia. Llegado que fué, descuidado de semejante traicion, le mataron sin respeto de sus muchas hazañas; así es, mas fuerza tiene una injuria para mover á venganza que muchos servicios para sosegar el desgusto, porque la obligacion nos es carga pesada, la venganza descarga de cuidados, además que ordinariamente los grandes servicios se suelen recompensar con alguna notable deslealtad. Muerto que fué Rugier, grande multitud de griegos se puso sobre la ciudad de Calípoli; los catalanes se defendieron con gran valor, y no contentos con esto, ganaron de los contrarios muchas victorias, particularmente en una batalla les degollaron seis mil de á caballo y veinte mil infantes. Los demás buyeron; ganáronles los reales; cosa maravillosa y que apenas se pudiera creer, si Ramon Montaner, que se halló en estos hechos, no lo afirmara en su historia como testigo de vista. Pasó tan adelante Berenguel Entenza en vengar la muerte de Rugier, que llegó con su armada á vista de Constantinopla; taló aquellas marinas, hizo robos de ganados, mató cuantos se le pusieron delante, puso fuego á las alquerías y cortijos de aquella ciudad. A Calojuan, hijo del emperador Andrónico, que le salió al encuentro, venció y desbarató en una batalla. Llevaban los catalanes con tanto muy bien encaminados sus negocios. En esto una armada de ginoveses debajo la conducta de Eduardo Doria llegó á aquellas partes, que fué causa que el partido de los griegos se mejorase y empeorase el de los catalanes. Con muestra de amistad y confederacion los ginoveses se apoderaron de la armada catalana y prendieron á su general Entenza, digno al parecer de aquella desgracia por haber llamado á los turcos en su favor, cosa que siempre se ha tenido por fea entre los cristianos. Quedaba Roberto de Rocafort, que estaba en guarda de Calípoli, con cuyo amparo y debajo de su gobierno los catalanes hacian grandes correrías, ganaban muchas victorias, así de los griegos como de los ginoveses. Ensoberbecido Rocafort con estos sucesos, no queria reconocer á ninguno por superior; cometia todo género de maldades sin que nadie le fuese á la mano. Entenza, despues que á cabo de mucho tiempo fué puesto en libertad, acudió á Cataluña, donde vendidos muchos lugares heredados de su padre, con el dinero que allegó aprestó una armada, en que otra vez pasó en Grecia. Llegado que fué, Rocafort no le quiso reconocer por superior, de que resultaron entre ellos discordias armarse el uno al otro celadas. Sabido el peligro que las cosas corrian por la discordia destos dos capitanes, el rey de Sicilia don Fadrique, por cuyo órden pasaron M-1.

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primeramente á levante, envió á don Fernando, hijo menor del rey de Mallorca, para si por ventura con su autoridad y buena maña pudiese concertar aquellas diferencias. Poco aprovechó esta diligencia; solo les persuadió que, pues la comarca de Calípoli la tenian destruida, juntadas sus fuerzas, marchasen la vuelta de Nápoles, ciudad que es de la Tracia á los confines de Macedonia, muy principal por su fertilidad y por dos caudalosos rios que junto á ella pasan, es á saber, NeSO y Estrimon. En este camino los dos capitanes vinie→ ron á las manos; Berenguel Entenza fué muerto en la pelea con otros muchos. Al infante don Fernando fué forzoso dar la vuelta á Sicilia. En el camino fué preso junto á la isla de Negroponte por ciertas galeras francesas que por allí andaban. Con esta armada puso confederacion Rocafort, como el que tenia entendido no podria alcanzar perdon de los aragoneses ni de los sicilianos; mas era tanta su soberbia, que puesta esta amistad, menospreciaba á los franceses y lacia dellos poco caso. Por esta causa prendieron á él y á un hermano suyo, y vueltos á Italia, los entregaron en poder de Roberto, rey de Nápoles, su capital enemigo, y él los mandó encerrar en Aversa. Allí estuvieron con buena guarda hasta tanto que del mal tratamiento muricron; castigo muy merecido por sus maldades. Don Fernando de Mallorca andaba mas libre, porque su prision no era tan estrecha, y poco despues á instancia de los reyes de Aragon y Sicilia fué puesto en libertad. Llegó á Mecina, donde casó con doña Isabel, nieta de Luis, el postrer príncipe de la Morea, francés de nacion, y. que poco antes falleció sin dejar hijo varon. Partidos que fueron de levante los franceses, los catalanes, que todavía quedaban algunos, por do quiera que iban, todo lo asolaban. Sucedió que Gualtero de Brena, duque de Atenas, del linaje de los franceses, tenia guerra con algunos señores comarcanos. Este convidó á los catalanes para que le ayudasen. Poco les duró la amistad; con color que no les pagaba, se amotinaron y en cierta refriega, muerto el Duque, con la misma furia se apoderaron de la ciudad y la pusieron á saco. Verdad es que el nombre de duque de aquella ciudad reservaron para don Fadrique, rey de Sicilia. Deseaban que les acudiese, como los que sabian muy bien el riesgo que corrian si no les venia socorro de otra parte. Aceptó pues el rey don Fadrique aquella oferta y envió gobernadores para las ciudades y capitanes para la guerra, que todavía se continuó con diversos trances que sucedieron. Este estado mandó él despues en su testamento á don Guillen, su hijo menor; á este sucedió don Juan, su hermano ; á don Juan don Fadrique, su hijo, por cuya muerte, que falleció sin dejar sucesion, recayó este principado en el rey de Sicilia don Fadrique, bisnieto del primer don Fadrique, por cuyo mandado fueron los catalanes á Grecia la primera vez. De aquí los reyes de Aragon se intitulan, como reyes que son de Sicilia, duques de Atenas y Neopatria hasta nuestra edad; estados de título solo y sin renta. Fué esta guerra muy señalada por el esfuerzo de los soldados, por las batallas que se dieron, por los diversos trances y sucesos, finalmente, por los muchos años que duró, que llegaron á doce no menos. Cosa maravillosa que se pudiese mantener tan poca gente tan léjos de su tierra, rodeada de tantos enemigos y dividida entre sí con parcialidades

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y bandos perpetuos. Esto movió al papa Clemente para que el mismo año que falleció escribiese al rey de Aragon muy apretadamente forzase á los catalanes por sus edictos a salir de Grecia. Hizo instancia sobre esto á ruego de Cárlos de Valoes, que poscia en la Morea algunas ciudades en dote con su mujer, demás de las lágrimas y quejas ordinarias que le venian de los naturales de aquella tierra, que se quejaban y plañian ser maltratados con todo género de molestias ellos y sus haeiendas, hijos y mujeres por un pequeño número de ladrones, gente mala y desmandada.

CAPITULO XV.

Del pontifice Juan XXII.

Los dos años siguientes fueron señalados por los nuevos reyes que en Francia hobo y por la vacante de Roma, que duró dos años y casi cuatro meses. Fué así, que el rey Luis Hutin de una grave dolencia que le sobrevino falleció en el bosque de Vincena, que es cuatro millas de la ciudad de Paris, á los 5 dias del mes de junio, año del Señor de 1315. De su primera mujer Margarita, hija del duque de Borgoña, tuvo una hija, que se llamó Juana. La dicha Margarita fué convencida de adulterio ; así dentro de la prision donde la tenian la mandó ahogar. A todos les pareció esta justa causa de dolor y tristeza; y es cosa de admiracion que en un mismo tiempo fueron acusadas de adulterio tres nueras del rey Filipo el Hermoso; demasiada licencia, deshonestidad y soltura notable para unas señoras tan principales. Las dos dellas, es á saber, las mujeres de Luis y de Cárlos fueron convencidas en juicio. A los adúlteros cortaron sus partes vergonzosas, y desollados vivos, los arrastraron por las calles y plazas públicas, finalmente los ahorcaron. Casó la segunda vez con Clemencia, hija del rey de Hungría, que quedó preñada al tiempo que su marido falleció, y parió un hijo, que se llamó Juan, con esperanza heredaria el reino de su padre; pero muerto el niño dentro de veinte dias, Filipo, su tio, que tenia por sobrenombre el Largo, y hasta entonces era gobernador del reino, de consentimiento de todos los estados se coronó y tomó las insignias reales. A la infanta doña Juana excluyeron de la herencia y reino de su hermano por la ley Sálica, ora fuese verdarera, ora de nuevo fingida ó ampliada en favor y gracia del mas poderoso. Las palabras de la ley son estas: En la tierra Sálica, quiere decir de los francos, no sucedan las mujeres. Del reino de Navarra no podia ser despojada, por considerar que su abuela del mismo nombre le hobo pocos años antes por razon de herencia. Mayor alteracion resultó sobre el pontificado romano. Los cardenales italianos procuraban con todas sus fuerzas que se eligiese un pontífice de su nacion y

que la silla pontifical se tornase á Roma. Sobrepujaban en número los franceses, y salieron finalmente con su pretension. En Carpentraz, ciudad de la Francia Narbonense y del condado de Aviñon, do Clemente, pontífice, falleció, mientras estaban en conclave sobre la eleccion del nuevo pontífice, se alborotó gran número de la gente de la tierra, y comenzaron á quebrantar las casas de los italianos y á roballas, apoderáronse de la ciudad y pusieron en huida á los cardenales de ambas naciones. Las cosas amenazaban scisma. De allí á mucho

tiempo se tornaron á juntar en Leon de Francia. En aquella ciudad Jacobo Osa, de nacion francés, cardenal y obispo portuense, fué elegido por sumo pontífice á los 7 dias del mes de agosto el año 16 de aquel siglo y centuria. Tomó por nombre en su pontificado Juan XXII. Hizo á Tolosa y á Zaragoza sillas metropolitanas con deseo de hacerse grato á los franceses y aragoneses. A Zaragoza le dió por sufragáneas las iglesias de Pamplona, Calahorra, Huesca,Tarazona, que todas y la misma Zaragoza eran sufraganeas de Tarragona. A Cahors, ciudad de Francia, hizo silla obispal; esta honra quiso hacer á su patria. Canonizó á santo Tómas de Aquino, teólogo prestantísimo de la órden de los Predicadores, y á san Luis, obispo de Tolosa. Este fué hijo de Cárlos, el mas Mozo, rey do Nápoles, cuñado del rey de Aragon. Estas cosas ilustraron mas que otra alguna el largo pontificado deste Papa, demás de las anatas que impuso primeramente sobre los beneficios eclesiásticos. En Castilla no tenian las cosas sosiego, y sin embargo, acudian á hacer la guerra contra los moros. Azar, no pudiendo sufrir la gran caida que habia dado y la vida particular en que vivia, aunque harto mas dichosa de la que antes tenia, usurpaba el título de rey contra el concierto antes hecho. Este, como mas flaco de fuerzas, y que no tenia poder bastante para contrastar con su enemigo, pretendia valerse de los cristianos. A los nuestros no estaba mal acudir á aquel Rey, que era su confederado, demás de la ocasion que se ofrecia de sujetar por medio de aquellas revueltas toda aquella nacion. Acordaron pues de hacer guerra á los moros; el cuidado se encomendó al infante don Pedro, así por tener edad á propó❤ sito como por estar de su parte muchos de entre los moros á causa de la confederacion que poco antes con ellos asentó. Demás que el infante don Juan, su tio, se hallaba embarazado y triste por la muerte de don Alonso, su hijo mayor, que le sobrevino al principio desta guerra en un pueblo llamado Morales cerca de la ciudad de Toro. Su cuerpo sepultaron en la ciudad de Leon en la iglesia de Santa María de Regla. Por el mismo tiempo don Fernando de Mallorca, como en la Morea pretendiese recobrar el estado y dote de su mujer, y para esto ayudarse de los catalanes, pasó desta vida en lo mas recio de la guerra. Su cuerpo traido á España le enterraron en Perpiñan en el monasterio de Santo Domingo. Este fin tuvo aquel caballero, persona de las mas señaladas que en aquel tiempo se hallaban. Dejó de su mujer un hijo muy pequeño, llamado don Jaime como su abuelo. El infante don Pedro, llegado al Andalucía, no cesaba de apercebirse de todo lo necesario para la guerra. Estaba la ciudad de Guadix muy falta de bastimentos; que los moros habian talado todos aquellos campos. Deseaban los cristianos proveelles de lo necesario, pero los bastimentos y recua que tenian juntado era necesario que pasase por tierras de los enemigos, y por esta causa que llevase mucha escolta. Acudieron los maestres de Santiago y Calatrava, juntose gran golpe de gente y el mismo Infante por caudillo principal. Saliéronles al encuentro hasta un pueblo llamado Alaten la gente de á caballo de Granada en gran número y muy gallarda, y por su caudillo Ozmin, soldado muy señalado. Acometieron los de la una y de la otra parte con grande ánimo; tra

bóse la batalla, que fué muy reñida y al principio dudosa. Mas al fin el campo quedó por los fieles con muerte de mil y quinientos jinetes moros que perecieron en la refriega y en la huida, entre ellos cuarenta de los mas nobles de Granada, por donde aquella rota fué para los moros de gran tristeza y dolor. Ganada esta victoria, todo lo demás se allanó. Guadix quedó bastecida; y dos fuerzas, es á saber, Cambil y Algabardos, se ganaron de los moros por fuerza de armas. Este buen suceso, que debiera ser parte para ganar las voluntades y favor de todos, fué ocasion en muchos de envidia y de buscar maneras para desbaratar los intentos del Infante; su tio don Juan de secreto atizaba á los demás. Buscaban algun color para salir con lo que pretendian. Parecióles el mas á propósito pedir á los gobernadores diesen fiadores y pusiesen en tercería algunos pueblos de sus estados para seguridad que gobernarian bien el reino y las rentas reales. Juntáronse sobre esta razon Cortes, primero en Búrgos, y despues en Carrion. Salieron con todo lo que pretendian, prueba con que se descubrió mas el valor y virtud del infante don Pedro. Tratóse demás desto de recoger algun dinero por la gran falta que dél tenian. Los naturales no podian oir que se tratase de nuevas derramas, por ser muchos los pechos que el pueblo pagaba; pero todo se consumia en la guerra contra los moros y en sosegar las revueltas que en el reino andaban. Pareció buena traza acudir al Pontífice nuevo, y por sus embajadores suplicalle concediese las décimas de las rentas eclesiásticas para proseguir la guerra contra los moros. Demás desto, otorgase indulgencia y la cruzada á todos los que á sus expensas para aquella guerra tomasen las armas. Lo uno y lo otro concedió el Pontífice benignamente. Los pueblos al tanto acudieron con alguna suma de dineros. Con esto nuestro ejército se aumentó, y por tres veces hicieron entradas en tierra de moros, con que trabajaron aquella comarca y trajeron presas de gente y de ganado, en que pasaban tan adelante, que llegaban á vista de la misma ciudad de Granada. Los moros esquivaban de venir á batalla, la cual mucho deseaban los nuestros. Trataron los moros de cercar á Gibraltar, pero previnieron sus intentos, ca la bastecieron muy bien de gente y vituallas; por esto los bárbaros desistieron de aquella demanda, y al contrario, la villa y castillo de Belmes se ganó de los moros, Corria en esta sazon el año del Señor de 1316, en que por muerte de Rocaberti, arzobispo de Tarragona, por votos de aquel cabildo, como entonces se acostumbraba, salió elegido el infante don Juan, hijo tercero del rey de Aragon. Acudieron al Padre Santo para que confirmase la eleccion; nunca lo quiso hacer; no refieren las causas que para ello tuvo; puédese sospechar que por alguna simonía, ó lo mas cierto por no tener el Infante edad bastante. No se usaba entonces tan de ordinario dispensar en las leyes eclesiásticas á contemplacion de los príncipes. Los pontífices tenian cierta entereza y grandeza de corazon para contrastar á las codicias desordenadas de los mas poderosos reyes y emperadores. En fin, hobieron de desistir de aquella pretension y pasar á don Jimeno de Luna, que era arzobispo de Zaragoza, á la iglesia de Tarragona. Don Pedro de Luna fué proveido en el arzobispado de Zaragoza, y al infante don Juan dieron el abadía de Montaragon,

que vacó por la promocion del nuevo arzobispo don Pedro.

CAPITULO XVI.

Los infantes don Pedro y don Juan murieron en la guerra
de Granada.

El año siguiente de 1317 con diversas embajadas que el rey de Aragon envió sobre el caso alcanzó últimamente del sumo Pontifice que de los bienes que los templarios solian tener en el reino de Valencia se fundase una nueva caballería debajo la regla del Cistel y sujeta á la órden de Calatrava, aunque con su maestre particular. Señalaronle por hábito y por divisa una cruz roja simple y llana en manto blanco. El principal asiento y convento se fundó en Montesa, de donde tomó el apellido. La renta no era mucha ; en las hazañas contra los moros, que corrian aquellas marinas de Valencia, no se señalaron menos que las otras órdenes. Desde á poco eso mismo en Portugal por concesion del mismo Pontífice se fundó otra milicia, que llaman de Cristo, la mas señalada de aquel reino. La insignia que traen es una cruz roja con unos torzales blancos por en medio. Aplicaron á esta milicia los bienes y tierras que en aquel reino tenian los templarios. Su principal asiento y convento al principio fué en Castro Marin; adelante se pa❤ saron á Tomar. Todo esto iba bien encaminado, si el sosiego de que los portugueses gozaban de muclio tiempo atrás no se comenzara á enturbiar con alborotos que dentro del reino resultaron. El infante don Alonso estaba desgustado con el rey Dionisio, su padre; lo que le desasosegaba era la ambicion y deseo de reinar, enfermedad mala de curar; dado que se publicaban otras quejas, es á saber, que don Alonso Sanchez, hijo bastardo del Rey, tenia mas cabida con su padre de lo que la razon pedia; que era mayordomo de la casa real; que se hallaba en las consultas de los negocios mas importantes; finalmente, que todo colgaba de su parecer y voluntad; lo mas áspero de todo que á su persuasion trataban de desheredar al mismo don Alonso. Estas quejas y colores, fuesen verdaderos ó falsos, luego que se divulgaron dieron ocasion á muchos de apartarse del Rey, los que hacian mas caso de sus particulares esperanzas que del respeto y lealtad que debian á su señor, Los grandes y ricos hombres dividi❤ dos. Don Alonso se apoderó de las ciudades de Coimbra y de Porto; todos los forajidos, ladrones, homicianos y facinorosos hallaban en él acogida y amparo. La paciencia del Rey fué muy señalada, que pasaba por todo por ver si por buena via se podria apartar su hijo del camino que llevaba. Entendia muy bien que si venian á las manos, de cualquiera manera que sucediese, alcanzaria tanta parte del daño y de la desgracía á los unos como á los otros. Esto cuanto á Portugal. En Aragon falleció en este tiempo la reina doña María. Esta señora era hermana del rey de Chipre, y el año próximo pasado la trujeron de aquella isla para que casaso con el rey de Aragon. Las bodas se celebraron en Giro→ na, y las honras de su enterramiento en Tortosa, do en el año del Señor de 1318 al fin del mes de marzo mu rió. Enterróse en el monasterio de San Francisco do aquella ciudad. El año próximo 1319 fué muy señalado por dos cosas notables que en él acaecieron: la una el desastrado fin de los dos infantes don Juan y dou Pedro,

gobernadores de Castilla; la otra fué la renunciacion de don Jaime, heredero de Aragon. El infante don Juan sentia en el alma que su competidor don Pedro fuese creciendo cada dia mas en poder y autoridad; sus esclarecidas hazañas se la daban y virtudes sin par. No podia llevar en paciencia que todos los negocios, así de paz como de guerra, le acudiesen. Lo que mas le punzaba era que don Pedro solo administraba las décimas que se concedieron por el Papa de las rentas eclesiásticas sin dalle parte. Don Pedro, cuanto las cosas por él hechas eran de mas valor y estima, tanto menos le parecia que era justo sufrir agravios é injurias de nadie. Si iba adelante esta competencia, se echaba de ver que vendrian sin duda á rompimiento y á las manos. A fama y color de la guerra con los moros tenia levantada don Juan mucha gente en toda tierra de Campos y Castilla la Vieja. La Reina con su industria y saber puso fin á estas pasiones; en Valladolid, donde á la sazon se tenian Cortes del reino, los concordaron desta manera: que ambos acometiesen la morisma por dos partes, dividido el ejército y el dinero al tanto para las pagas. Lo que prudentemente se ordenó desbarató otro mas alto poder. En estas Cortes don fray Berenguel, poco antes instituido en arzobispo de Santiago por el pontífice Juan, por comision suya y en su nombre propuso el negocio de don Alonso de la Cerda, y amenazó que procederia con censuras y todo rigor si no obedecian á demanda tan justa. Hacia lástima ver un caballero como aquel, nacido con esperanza de reinar, derrocado de su grandeza, pobre, ahuyentado, vagabundo. Es perversa la naturaleza de los hombres, que muchas veces y con grande ahinco torna á desear lo que antes desechaba y menospreciaba, con igual desatino en lo uno y en lo otro y temeridad. Así le acaeció á don Alonso de la Cerda, que aliora tornaba á pedir la posesion de aquelos lugares que los años pasados le fueron adjudicados y él los menospreció. Los grandes daban sus excusas; decian estar juramentados, y que conforme al pleito homenaje que hicieron, no podian en ninguna manera consentir en cosa que fuese en daño y diminucion del patrimonio real, entre tanto que el Rey no tuviese edad competente. Lo que se pudo alcanzar fué que á don Fernando, hermano de don Alonso, le diesen cargo de mayordomo de la casa real, frívola recompensa de tantos daños. Con tanto, la Reina se fué á Ciudad-Rodrigo para verse con el infante don Alonso de Portugal, su yerno, y hacer las amistades entre él y su padre. Todo el trabajo que en esto se tomó fué perdido. Los infantes don Pedro y don Juan se partieron para el Andalucía cada uno por su parte. Ismael, rey de Granada, determinó de apercebirse contra esta tempestad de la ayuda de los africanos; para esto dió al rey de Marruecos á Algecira y Ronda con todos los lugares de su contorno, cosa que era á propósito para los intentos de ambas las partes, dado que el de Granada compraba caro la amistad de la gente africana. Don Pedro ganó por fuerza de armas la villa de Tiscar, que está en un sitio muy áspero y fuerte de su naturaleza, y que tenia gran copia de gente. El castillo rindió Mahomad Andon, cuya era la villa. Parecia que con esta victoria se mejoraba mucho nuestro partido, que la guerra y todo Jo demás sucederia muy bien; mas el infante don Juan con desordenada ambicion de loa lo desbarató todo y

acarreó la ruina y perdicion para sí y todos los demás y gran pérdida para toda España. Estaba en Vaena muy codicioso de mostrar su gallardía; determinó de pasar adelante con su gente hasta ponerse á la vista de Granada. Desatinado acuerdo por el tiempo tan trabajoso del año y los grandes calores que hacia. Verdad es que en Alcaudete se juntaron los dos infantes con toda su gente, en que se contaban nueve mil de á caballo y gran número de infantes. Entran por las tierras de los moros, destruyen y talan cuanto topaban. Don Juan regia la avanguardia, deseoso grandemente de señalarse; don Pedro la retaguardia, y en su compañía los maestres de Santiago, Calatrava y Alcántara y los arzobispos de Toledo y Sevilla, la flor de Castilla en nobleza y en hazañas. Tomaron la villa de Alora; pero por la priesa que llevaban quedó el castillo por ganar. Un sábado, víspera de San Juan Bautista, llegaron á vista de Granada; estuviéronse en sus estancias aquel dia y el siguiente sin hacer cosa de momento. El dia tercero, vistas las dificultades en todo, comenzaron á retirarse, don Pedro en la avanguardia, y don Juan en el postrer escuadron con el bagaje. Avisados los moros desta retirada, salieron de la ciudad hasta cinco mil jinetes y gran multitud de gente de á pié mal ordenada; su caudillo era Ozmin. No llevaban esperanza de victoria ni intento de pelear, sino solamente como quien tenia noticia de la tierra, pretendian ir picando nuestra retaguardia. Hallábanse los nuestros alejados del rio al tiempo que el sol mas ardia, sin ir apercebidos de agua, cosa que á los moros presentaba ocasion de acometer alguna faccion señalada. Embistieron pues con ellos, trabóse la pelea por todas partes, no se oia sino vocería y alaridos de los que morian, de los que mataban, unos que exhortaban, otros que se alegraban, otros que gemian, ruido de armas y de caballos. Don Pedro, oidas aquellas voces, revolvió con su escuadron para dar socorro á los que peleaban. Los soldados desparcidos y cansados apenas podian sustentar las armas, no habia quien rigiese ní quien se dejase gobernar. Empuñada pues la espada y desnuda, como quier que el infante don Pedro animase su gente, con el trabajo y pesadumbre que sentia y la demasiada calor que le aquejaba, mal pecado, cayó repentinamente desmayado, y sin podelle acudir rindió el alma. Lo mismo sucedió al infante don Juan, salvo que privado de sentido llegó hasta la noche. Publicada esta triste nueva por el ejército, los soldados lo mejor que pudieron se cerraron entre sí y se remolinaron. Los moros por entender que pretendian volver á la pelea, robado el bagaje, se retiraron. Esto y la escuridad de la noche que sobrevino fué ocasion que muchos de los fieles se pusieron en salvo. Los cuerpos de los Infantes llevaron á Búrgos y allí los sepultaron. Don Juan dejó un hijo de su mismo nombre, al cual por la falta natural que tenia llamaron vulgarmente don Juan el Tuerto; las costumbres no hicieron á la presencia ventaja. Doña María, mujer del infante don Pedro, en Córboba, do quedó muy cargada, parió una hija, por nombre doña Blanca, de cuya tutela y del gobierno del estado, que por muerte de su padre heredara, se encargó Garci Laso de la Vega, merino mayor de Castilla, y que tuvo grande familiaridad y privanza con el difunto. Tras esto desgracia tan grande se siguieron nuevas disensiones, causadas de las competencias que nacieron entre las

grandes de Castilla sobre el gobierno del reino, que cada cual pretendia y todos deseaban salir con él, ora fuese por buenas vias, ora por malas. A la misma sazon Aragon se alteró por un caso muy extraordinario. Fué así, que don Jaime, hijo mayor de aquel Rey, estaba determinado de renunciar su mayorazgo y herencia. Las causas que le movieron para tomar esta resolucion no se saben. Sus costumbres mal compuestas y la severidad de su padre pudieron dar ocasion á cosa tan nueva. Recibió el Rey gran pena desta determinacion; rogóle y mandóle como á hijo no hiciese cosa con que amancillase su fama y fuese ocasion á su patria y á su padre de perpetua tristeza. Hablóle cierto dia en esta sustancia: «Mi vejez, dice, no puede ya dar á mis vasallos cosa mas provechosa que un buen sucesor, ni tu mocedad les puede ayudar mejor que con selles buen príncipe. Con este intento procuré fueses enseñado desde tu primera edad en costumbres reales; no pareeia faltarte natural para ser digno del cetro, aunque no fueras hijo del Rey como lo eres. Teníate aparejada para mujer una nobilísima doncella, que ha sido de mí tratada como quien es, con casa y estado muy principal. Si á esto se puede añadir algo, yo soy presto de lo hacer; pero veo que mi esperanza me la burlado, y á tí ha estragado el sobrado regalo para que en esa edad rehuses tomar sobre tus hombros el gobierno que yo sustento en lo postrero de la mia. ¿Por ventura es justo anteponer tu particular reposo al pro comun, á la obediencia que debes á tu padre y al juramento con que nos obligamos que doña Leonor, tu esposa, de quien tú debieras tener compasion, ha de ser tu mujer y reina de Aragon? Por ventura te cansa esperar la muerte deste triste viejo, que ya segun órden natural no le pueden quedar muchos dias? Puesto que alegues otras causas, la codicia de reinar es la que te punza y reduce á estos términos. Nadie puede poner ley á la voluntad de Dios, de quien dependen los años y la vida; lo que es de mi parte, yo desde luego de muy buena gana te renuncio el reino. Solo te ruego te apartes de ese propósito, que no puede dejar de ser enojoso á mí y á nuestra comun patria. Así te lo pido por Dios y por todos los santos que están en el cielo te lo amonesto y te lo aconsejo; y advierte que con esa acelerada priesa no te despeñes de suerte, que cuando quieras no tengas reparo ni te quede remedio de volver atrás.» A todas estas razones el determinado mancebo respondió en pocas palabras que él estaba resuelto de seguir aquel su parecer y trocar la vida de rey, sujeta á tantas miserias, con el reposo de la particular y bienaventurada. Con esto en la ciudad de Tarragona en las Cortes que alli se juntaron hizo renunciacion en pública forma del derecho que tenia á la sucesion á los 23 dias del mes de diciembre. Halláronse presentes á este auto muchos grandes y prelados, entre los demás el infante don Juan de Aragon, electo de Toledo por muerte del arzobispo don Gutierre II, que finó á los 4 de setiembre. Su mucha virtud y la diligencia de don Juan Manuel, su cuñado, le ayudaron á subir á aquella dignidad. Hecha la renunciacion, don Jaime luego tomó el hábito de Calatrava, despues se pasó á la órden de Montesa. Doña Leonor, su esposa, fué enviada doncella á Castilla. Sobre este hecho hobo diversas opiniones, unos le alababan, otros le reprehendian; sus costumbres y torpeza

y la vida suelta que despues hizo dieron muestra que, no por deseo de darse á la virtud y piedad renunciaba el reino, sino por su liviandad y ligereza. Por la cesion de don Jaime entró en aquel derecho de la sucesion don Alonso, su hermano, hijo segundo del Rey, que á la sazon en doña Teresa, su mujer, tenia un hijo sietemesino, niño de pocos dias, llamado don Pedro. El dote desta señora fué el condado de Urgel, que le dejó en su testamento don Armengol, su tio, hermano de su abuela. Desta forma en un mismo tiempo los reinos de Portugal y Aragon fueron trabajados con desabrimientos domésticos de padres á hijos, y dado que los propósitos de los dos hijos de aquellos reyes eran diferentes, pero la tristeza y daño de los padres corrieron & las parejas y fueron iguales.

CAPITULO XVII.

De la muerte de la reina doña María.

El daño que los nuestros recibieron en Granada fué ocasion que los moros soberbios y pujantes y deseosos de seguir la victoria ganaron á Huescar en el adelantamiento de Cazorla, y á Ores y á Galera, pueblos que eran de los caballeros de Santiago. Por otra parte, se apoderaron por fuerza de Mártos, villa fuerte y buena, en cuyos moradores ejecutaron todo género de crueldad sin respeto alguno ni hacer diferencia de mujeres, niños ni viejos, salvo que muchos escaparon en el pe→ ñasco que allí cerca está y en la fortaleza. En Castilla andaban grandes alborotos, nuevas esperanzas de muchos; todos los que en nobleza y estado se adelantaban pretendian apoderarse del gobierno del reino. La reina doña María, por lo que se capituló los años pasados, pretendia tocalle todo el gobierno, y con deseo de apaciguar estas alteraciones despachó sus cartas á todas las ciudades, en que les amonestaba no se dcjasen engañar de nadie en menoscabo de su honra y de la lealtad á que eran obligados. Sin embargo, por ser mujer era de muchos tenida en poco; parecíales no tenia fuerzas bastantes para peso tan grande. Muchos de los grandes en un mismo tiempo pretendian apoderarse de todo; los principales, entre otros, eran el infante don Filipe, tio del Rey, don Juan Manuel y el otro don Juan el Tuerto, señor de Vizcaya; todos muy poderosos y que poseian grandes riquezas y nobilisimos por la real prosapia de que descendian. A estos se entregó el cuidado y mando del reino, no de comun consentimiento de los pueblos, antes andaban divisos en bandos y pareceres; todas las cosas se hacian inconsideradamente y como á tiento. Juntáronse las ciudades y villas, no todas en uno, sino segun las comarcas y provincias; grandes miedos se representaban y peligros. Resultó destas juntas que á don Filipe señaló el Andalucía para que los gobernase; el reino de Toledo y la Extremadura á don Juan Manuel; la mayor parte de Castilla la Vieja seguian á don Juan, señor de Vizcaya. Dentro de las ciudades se vian mil contiendas por los bandos que cada uno seguia. Mudábanse & cada paso los gobiernos; los mismos se aficionaban, ora á una parte, ora á otra, conforme como á cada cual le agradaba. El vulgo con la esperanza del interés se vendia al que mas le daba, vario como suele é inconstante en sus propósitos. De aquí se seguia libertad para

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