Imágenes de páginas
PDF
EPUB

mentos. Rindieron cuatro dellas y echaron dos al fondo. Las demás se pusieron en huida y se salvaron en la costa de Africa. No parecia sino que la tierra y el mar de acuerdo favorecian y ayudaban á la felicidad y fortaleza de los cristianos. Diéraseles mayor rota si en Guadamecil fueran por mar y por tierra acometidos los moros. Con determinacion de hacerlo así era ido el Rey á muy largas jornadas á Sevilla y despues á Jerez, en do le dieron la nueva de la victoria. Un caso que sucedió forzó á los nuestros á dar la batalla. En la menguante del mar quedaron encalladas en unos bajíos tres naves de las nuestras, y como los moros las acometiesen, fué forzoso para defendellas trabar aquella batalla muy reñida y porfiada.

CAPITULO X.

Del cerco de Algecira.

con

torre de Cartagena, puesta cerca de la ciudad. El Rey estuvo un dia en harto peligro de ser muerto con un puñal que para ello un cautivo arrebató á un soldado; hiriérale malamente, si de presto no se lo estorbaran los que se hallaron con él. Entendíase que el cerco iria muy á la larga; comenzaron á traer madera y fagina, y hacer fosos y trincheas, que servian mas de atemorizar los cercados que no de provecho alguno. Entre tanto que en esto andaban, en el mes setiembre, grandísimo pesar del Rey, la armada de Aragon se fué con achaque de la guerra de Mallorca, para donde el rey de Aragon se apercebia. Verdad es que despues á ruegos del rey de Castilla le envió diez galeras de socorro con el vicealmirante Mateo Mercero. Desde algunos dias le socorrió de otras tantas con el capitan Jaime Escrivá, ambos caballeros valencianos. Murió á esta sazon el maestre de Santiago de una larga enfermedad, varon en paz y en guerra muy señalado, y en este tiempo por la privanza que tenia con el Rey muy estimado. Dióse esta dignidad en los mismos reales á don Fadrique, hijo del Rey, si bien por su poca edad aun no era suficiente para el gobierno de la religion. En el mes de otubre sobrevinieron tan grandes lluvias, que todo cuanto tenian en los reales destruyó y echó á perder. Comenzaron asimismo á sentir muchas descomodidades, en particular era grande la falta de dinero; que, por estar el reino muy falto y gastado, le fué forzoso al Rey de pedirle prestado á los príncipes amigos, al papa Clemente VI, que sucedió á Benedicto, á los reyes de Francia y de Portugal. Don Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo, fué para esto con embajada á Francia. Prestó aquel Rey cincuenta mil escudos de oro; veinte mil se dieron luego de contado, los demás en pólizas para que á ciertos plazos se pagasen en bancos de Génova. El papa Clemente VI al tanto otorgó cierta parte de las rentas eclesiásticas. Era esto pequeño subsidio para tan grandes empresas; pero la constancia grande del Rey lo vencia todo. Los cercados, por entender que mientras el Rey viviese no podian tener sosiego ni seguridad, hicieron grandes promesas á cualquiera que le matase. Decian que se ha

Con tantas victorias como por mar y por tierra se ganaran, tenian esperanza que lo restante de la guerra se acabaria muy á gusto ; nuestra armada estaba junto á Tarifa en el puerto de Jatarez. Allí fué el Rey con el deseo grande que tenia de conquistar á Algecira para por mar reconocer el sitio della y la calidad de su tierra. Parecióle que era unaprincipal ciudad, y su campaña may fértil, y los montes que la cercaban hermosos y apacibles; veíanse muchos molinos, aldeas y casas de placer esparcidos por aquellos campos cuanto la vista podia alcanzar. Con esto, y con que de los cautivos se sabia que la ciudad no estaba bien bastecida de trigo, se encendió mucho mas el ánimo del Rey en el deseo de ganarla y quitar á los moros una guarida tan fuerte y segura como allí tenian; que ganada, todo lo demás juzgaba le seria fácil. Este ardor y deseo del Rey le entibiaba el verse con pequeño ejército y pocos bastimentos; mas no obstante esto, con grande presteza juntó algunas compañías de los pueblos comarcanos y llamó de por sí á muchos grandes. Vino el arzobispo de Toledo don Gil de Albornoz, don Bartolomé, obispo de Cádiz, y los maestres de Calatrava y Alcántara con buena copia de caballeros. Los concejos de Andalucía, movidos con el deseo grande que tenian de que estaria un gran servicio á Mahoma en matar á un tan gran conquista se hiciese, enviaron á su costa mas gente de aquella que por antigua costumbre tenian obligacion de enviar. Y como quier que al que desea mucho una cosa cualquiera pequeña tardanza se le hace muy larga, el Rey para proveer bastimentos y municiones y lo demás necesario á esta guerra se partió á la ciudad de Sevilla. Habíanse juntado dos mil y quinientos caballos y hasta cinco mil peones; con este ejército se puso el cerco á Algecira en 3 del mes de agosto. La guarda del mar se encomendó á las armadas de Castilla y de Aragon, porque los portugueses, despues de la batalla que se dió en el rio Guadamecil, se volvieron á Portugal sin que en ninguna manera pudiesen ser detenidos. Entendíase que los cercados, confiados en la fortaleza de la ciudad y en la mucha gente que en ella tenian, no se querian rendir ni entregar la ciudad. Era la guarnicion ochocientos hombres de á caballo y al pié de doce mil flecheros, bastante número, no solo para defender la ciudad, sino tambien para dar batalla en campo abierto. Hacian los moros muchas salidas, y con varios sucesos escaramuzaban con los nuestros; ganóseles la

enemigo de los moros. No faltaban algunos que con samejante hazaña pensaban quedar famosos y ennoblecidos sin temor del riesgo á que ponian sus vidas, que es lo que suele ser estorbo para que no se emprendan grandes hechos. Un moro, tuerto de un ojo, que fué preso, confesó venia con intento de matar al Rey, y que otros muchos quedaban hermanados para hacer lo mismo. Así lo confesaron dende á pocos dias otros dos moros que fueron presos y puestos á cuestion de tormento; pero á los que Dios tiene debajo de su amparo los libra de cualquier peligro y desman. Los reyes moros deseaban socorrer á los cercados. El rey de Marruecos estábase quedo en Ceuta por no estar asegurado de su hijo Abderraman, al cual por este tiempo costó la vida el intentar novedades. El rey de Granada no se atrevia con solas sus fuerzas á dar la batalla á los nuestros; mas porque no pareciese que no hacia algo, envió algunas de sus gentes á que corriesen la tierra de Ecija, y él fué á Palma, pueblo que está edificado á la junta de los dos rios Jenil y Guadalquivir, saqueó y quemó esta villa. No osó dejar en ella guarnicion ni

detenerse mucho en aquella comarca, porque tenia aviso que las ciudades vecinas se apellidaban contra él. La otra gente fué desbaratada por Fernando de Aguilar, que salió á ellos y les quitó una grande presa que llevaban. Era ya entrado el año de 1343, y en Algecira aun no se hacia cosa alguna que fuese de importancia, solamente se entendia en algunos pertrechos que Iñigo Lopez de Horozco por mandado del Rey solicitaba. Hiciéronse fosos, trincheas, y en contorno de la ciudad se labraron unas torres ó castillos de madera y trabucos y máquinas para batir los muros. Mas eran tantas Jas defensas, preparamentos y tiros que de antiguo tenia la ciudad, que con ellos todo el trabajo y diligencia de los nuestros era perdido y sin efecto, y las máquinas las hacian pedazos con piedras que de los muros arrojaban; especial que el lugar no era á propósito para poder cómodamente arrimar las máquinas á la muralla, y ni los soldados podian tenerse en pié por la aspereza del lugar, ni menos sin gran peligro podian andar ni estar en los ingenios. En el estrecho de Gibraltar hay dos senos en el tamaño desiguales, pero de una misma forma. Tarifa está puesta sobre el menor, y un poco apartada estaba Algecira, asentada sobre el mayor en un cerro de subida agria y pedregosa. Y dejado en medio un espacio, dividíase en dos partes, en la vieja y en la nueva ; cada cual tenia sus muros enteros y barbacana, como si fueran dos pueblos. Era esta ciudad en España la silla del imperio africano, nobilísima y hermosísima. La grande diligencia del Rey y la guarda de los soldados hacia que no entraban á los cercados bastimentos, excepto algunos pocos que sin verlos, cubiertos con la obscuridad de la noche, les metian en algunas barcas, muy pequeño refrigerio para los que ya padecian hambre y necesidad.

CAPITULO XI.

De la toma de Algecira.

Gastados muchos dias y trabajos en el cerco, no se hacia cosa de importancia. Los nuestros se hallaban dudosos y suspensos, pensaban de dia y de noche cuál de dos cosas seria la mejor, si levantar el cerco, porque era sin algun provecho el proseguirle y continuar, si esperar el fin de la guerra, que en lo demás les era favorable. El Rey se recelaba de perder algo de su honra y reputacion, principalmente que ya tenia consumido el dinero que le prestaron el Papa y el rey de Francia, que el de Portugal ninguna cosa contribuyó, y tenia falta de bastimentos, y el número de los soldados cada dia era menor. Los mas sagaces le aconsejaban que hiciese algun buen concierto con el enemigo. Siendo medianero y llevando recaudos de una parte á otra Ruy Pavon, primero se trató de paz, y despues de que se hiciesen treguas; pero todos estos tratados salieron vanos por estar puesto el rey de Castilla en no hacer acuerdo ninguno con el rey de Granada, si primero no dejaba la amistad de Africa, la cual quitada, ¿qué le quedaba al que se sustentaba y entretenia mas con las fuerzas ajenas que con las suyas propias? El rey de Granada, perdida ya la esperanza de concertarse con el Rey, acercó sus reales al rio Guadiarro, á cinco leguas de Algecira, con que antes daba á entender el miedo que tenia que no que se pensase venia con áni

mo de presentar la batalla. En el puerto de Ceuta tenian aprestada una gruesa armada, allegada de las fuerzas de toda la Africa, para luego que diese lugar el tiempo pasar en España. Venian estos de refresco y descansados; los cristianos se hallaban quebrantados con los continuos trabajos y incomodidades. Las cosas de España, que corrian gran riesgo, los santos patrones della las ampararon y la perpetua felicidad y constancia grande con que el Rey vencia todos los males y dificultades que ocurrian. Así, en unos mismos dias le vino un buen número de gente de socorro de Inglaterra, de Francia y de Navarra, lugares muy apartados los unos de los otros; acudieron muchos señores y nobles á ayudarle. De Inglaterra, con licencia del rey Eduardo, los condes de Arbid y de Soluzber; de Francia el conde de Fox con su hermano don Bernardo y otros que se les juntaron. El papa Clemente VI, lemovicense, que el año antes fué electo en lugar de Benedicto, tenia concedida cruzada á los que se hallasen en esta santa guerra. El rey don Felipe de Navarra en el mes de julio, enviados delante muchos mantenimientos por mar, y dejando mandado le siguiese su ejército por tierra, vino con gran priesa por no dejarse de haIlar en la batalla, que corria fama seria muy presto. El Rey, como era razon, recibió muy gran contento con la venida destos príncipes, y á los nuestros con la cierta esperanza de la victoria les creció el ánimo y el aliento para pelear. Vinieron antes don Juan Nuñez de Lara y don Juan Manuel, y cada dia concurrian nuevas compañías de todo el reino. Los moros, como vieron tan reforzado el ejército del Rey, rehusaban dar la batalla. Afrentábalos Albohacen por ello, enviábales á preguntar la causa de su miedo. Respondieron que en la batalla pasada experimentaron harto á su costa cuán grande fuese el esfuerzo y constancia de los cristianos, y que ahora tenian mayores fuerzas, por tener mayor número de soldados que estonces tenian. Que de léjos no se podia dar consejo conveniente al tiempo y ocasiones que ocurrian; si tuviese por bien de pasar el Estrecho, que ellos en ninguna cosa contradirian á su voluntad. Que conservar su ejército en tiempo tan peligroso y aciago les era mucha mas honra que pelear temerariamente con el enemigo, mas poderoso y mas bien afortunado. En el entre tanto no dejaban los moros de pedir treguas con muchas embajadas. Quisieron los embajadores ver los reales; otorgó el Rey con su deseo. Púsoles en admiracion el concierto y buena disposicion de los pabellones, los soldados repartidos por sus cuarteles, las calles de oficiales, las plazas como en una ciudad llenas de provision; parecíales todo tan bien, que confesaron que los nuestros les hacian grande ventaja en la disciplina militar y policía, y que ellos en su comparacion sabian poco de aquel menester. Por el tratado de las treguas no se dejaba de combatir la ciudad con muchas armas y piedras que le arrojaban con Jos tiros; de la ciudad hacian otro tanto, en especial tiraban muchas balas de hierro con tiros de pólvora, que con grande estampido y no poco daño de los contrarios las lanzaban en los reales. Esta es la primera vez que de este género de tiros de pólvora hallo hecha mencion en las historias. En el mes de agosto en Cervera en el condado de Urgel nació un niño con dos cabezas y cuatro piernas. Creyeron aquellos hombres con supersti

su hijo legítimo don Pedro casase con su hija Juana. Don Alonso por entonces vino en ello; mas adelante no tuvieron efecto estos desposorios. Las voluntades de los príncipes son variables, y sin tener cuenta á las veces con su palabra conforme á las cosas y á las comodidades se mudan. En la batalla pasada de Tarifa cautivaron los nuestros dos hijas de Albohacen ; estas por tenerle grato se le enviaron sin rescate. No quiso el Bárbaro dejarse vencer de la liberalidad y cortesía del Rey, antes le envió luego desde Africa sus embajadores con muy ricos presentes. La fama desta victoria hinchó á toda España y á todos los cristianos de Europa de alegría por quedar acabada la guerra de los moros, dos poderosos reyes vencidos, las fuerzas de Africa quebrantadas. Hiciéronse grandes fiestas y alegrías; todo género de gentes, niños, viejos, religiosos, de todos estados y edades visitaban los templos, daban gracias á Dios, cumplian sus votos; no dejaban ningun género de alegría ni de religiosa demonstracion de agradecimiento, con que publicaban el contento y regocijo singular que tenian concebido dentro de sus pechos.

cioso y vano pensamiento que el tal era prodigio que pronosticaba algun mal; por tanto, para evitarle con su muerte le enterraron vivo. Sus padres, conforme á las leyes, fueron castigados como parricidas por ejecutarse esta crueldad con su consentimiento. Este mismo aňo murió el rey Roberto en Nápoles, mas famoso por la aficion y estudio de las letras que señalado por el ejercicio de las armas. Deste Rey fué aquel dicho: Mas quiero las letras que el reino. Volvamos á las cosas de Algecira. Los soldados extranjeros, en quien los primeros ímpetus son muy fervorosos y con la tardanza se resfrian, se fueron de los reales luego que vino el otoño; los de Inglaterra, llamados de su Rey, así quisieron se entendiese, y el conde de Fox, que dió asimismo para irse por excusa el poco sueldo que á sus soldados se daba. Esto se decia; yo sospecho que les hizo volver á su tierra llevar mal los calores que en tiempo del estío hace en el Andalucía y el estar quebrantados con las enfermedades y trabajos de la guerra. Aprueba nuestra conjetura lo que despues sucedió, que el conde de Fox á la vuelta murió en Sevilla, y el rey Filipo de Navarra, labida licencia del Rey, murió en Jerez. Sucedieron ambas muertes en el mes de setiembre; sus cuerpos fueron llevados á sus tierras. Con la ida destos príncipes cobraron avilenteza los enemigos, y mudado parecer, se determinaron de dar la batalla. Sesenta galeras de los moros que en el mes de otubre surgieron en Estepona luego se pasaron á Gibraltar. Corria el rio Palmones entre los dos campos, y como dos y tres veces en diferentes dias llegasen á encontrarse en el rio, finalmente, al pasarle se vino á la batalla, en que los moros mostraron no ser iguales con gran parte á los españoles, ni en fuerzas, ni en esfuerzo, ni en disciplina militar; así, fueron en poco tiempo vencidos y puestos en huida. En la ciudad se padecia extrema necesidad de mantenimientos á causa que nuestra armada en dos veces les tomó dos galeras cargadas de bastimentos. Entraron cinco barcas en el principio del año de 1344, y vueltos estos bajeles á Africa, ron aviso que los cercados no se podian ya sustentar mas tiempo, ca estaban puestos en tan grande aprieto, que les era fuerza perecer todos ó entregar la ciudad. Con esto los moros luego movieron prática y trataron de concertarse. En 26 de marzo se entregó la ciudad con estos partidos: que el rey de Granada, como feudatario del rey de Castilla, pechase las parias que cada año le solia dar antes que se rompiese la guerra; que todos los cercados quedasen libres y pudiesen irse con sus haciendas á donde quisiesen; concertáronse otrosí treguas con los reyes moros por espacio y tiempo de diez años. Hechos los conciertos, muchos moros se pasaron á Africa. El rey de Castilla entró en la ciudad con una solemne procesion en 27 de marzo, y el siguiente dia se bendijo la iglesia mayor, y se le puso por nombre Santa María de la Palma, por ser Domingo de Ramos ó de las Palmas, y se celebraron en él los divinos oficios con gran solemnidad y regocijo. Los campos se repartieron á los soldados, que á porfía pasaban sus casas y menaje á la ciudad, y se querian allí avecindar por la fertilidad y frescura de aquellas vegas y campos. Puestas en órden las cosas de Algecira, el Rey se partió para Sevilla. Allí le vino embajada de Eduardo, rey de Inglaterra, para pedir al rey don Alonso que

die

CAPITULO XII.

De la guerra de Mallorca.

Durante el tiempo que las cosas sobredichas pasaban en el Andalucía, se revolvieron las armas de Aragon. Lo que resultó fué que el rey de Mallorca quedó despojado de su reino paterno, grande desafuero del rey de Aragon don Pedro el Ceremonioso, que era el que tenia mas obligacion á le defender y amparar. La insaciable y rabiosa sed de señorear le cegó y endureció su corazon para que los trabajos y desastres de un Rey, su pariente, no le enterneciesen, ni considerase lo mal que parecia un hecho tan feo delante los ojos de Dios y de los hombres. Mompeller es una noble y rica ciudad de la Gallia Narbonense, que en otro tiempo solia estar sujeta á los obispos de Magalona, por cuya permision ó disimulacion tuvo esta ciudad señores particulares que eran feudatarios destos prelados. Recayó este señorío primero en los aragoneses, y despues en los reyes de Mallorca cómo y en la forma que arriba se mostró. Desta manera, poco a poco fué en diminucion la autoridad y señorío de los obispos de Magalona, ca prevalece mas la fuerza y antojo de los reyes que no la razon y la justicia. Como no pudiesen ellos recobrar su antigua autoridad y señorío, hicieron lo que pudieron, que fué vender, como vendieron mas de cincuenta años antes deste tiempo, este derecho por cierto precio y cantidad á los reyes de Francia. Con color desta compra los franceses no desistian de requerir á los reyes de Mallorca que les hiciesen el juramento y homenaje que estaban obligados como sus feudatarios, y que á los vecinos de Mompeller se les permitiese apelar para Paris. Rehusaban hacerlo los de Mallorca; decian que el derecho de los señoríos no pendia de unos pergaminos viejos, sino de la moderna costumbre usada y guardada, y que pues los reyes de Francia no tenian mas derecho que los obispos de Magalona, no debian ni se les pudo dar mayor ni mejor accion de aquella que poseian los mismos prelados. Vínose á las armas, y por fuerza los franceses tomaron muchos pueblos de la jurisdiccion y señorío de Mompeller, y pusieron en ellos sus

presídios. Apercebíase el rey de Mallorca para la guerra; pidió al rey de Aragon que aquello que poseia por gracia y como feudo de Aragon con sus armas le fuese conservado y defendido. El rey de Aragon con una profunda astucia y sagacidad y con una infinita ambicion contemporizaba con el rey de Francia, y parecia pretendia mas agradarle que favorecer á su deudo. Entendia y deseaba que, por tener de suyo pocas fuerzas, desamparado de otras ayudas, vendria á ser presa de sus vecinos. Con esto, aunque le instaba y pedia socorro, no le daba otra ayuda mas que buenas palabras. Tuvieron entre sí habla; respondió el Aragonés á la demanda del Mallorquin que él haria lo que se le rogaba, en caso que el rey de Francia no quisiese fenecer este pleito por tela de juicio. Sobre este punto se enviaron de una parte á otra muchas embajadas, todas con fin de poner dilacion al negocio, no con ánimo de dar algun socorro al necesitado. Para cubrir estas marañas con capa de justicia procuró de hacerle muchos cargos de graves culpas y levantar muchos testimonios al miserable Rey. Que no reconocia sujeción á los reyes de Aragon, y que, aunque era llamado, no venia á las Cortes. Que en Perpiñan, sin poderlo hacer, labraba moneda baja de ley, de cuño y peso no acostumbrado. Sobre todo, que en Barcelona, do vino debajo de la fe Y confianza de vistas, se conjuró para matar al Aragonés, trato que descubrió la misma mujer del de Mallor-ca, como la que mucho cuidaba de la vida del Rey, su hermano. Finalmente, que trató con el rey de Francia, con los potentados de Italia y con el mismo rey de Marruecos de confederarse en daño de Aragon. Estos fueron los capítulos que le opusieron, no se sabe si verdaderos, si falsos. La fama fué que se los levantaron, á que hizo dar crédito la destruicion del desdichado Rey y pensar que muy á tuerto le despojaron de su estado. Estos fueron los principios de las desastradas discordías que el Papa y la reina de Nápoles, doña Sancha, parienta de ambos reyes, procuraron atajar, sin que pudiesen concluir cosa alguna. Los mallorquines, como suele acaecer en los señoríos pequeños, estaban muy cargados de nuevos pechos y tributos, y como quier que no esperasen ser relevados dellos, no les pesaba de mudar señor. Vino el negocio á rompimiento de guerra, y del cerco de Algecira fué llamado para esto el almirante del mar Pedro de Moncada, como arriba se dijo. Juntése una poderosa armada, que entre grandes y pequeños tenia ciento diez y seis bajeles; partió el Aragonés del cabo de Lobregat, desembarcó en Mallorca, donde los isleños tenian juntados trecientos hombres de á caballo y quince mil de á pié, toda gente allegadiza, flaca y de poca defensa. Fué luego desbaratado el rey de Mallorca, y huyó á la ciudad de Poncia. De allí, perdida la esperanza de cualquier buen suceso, se pasó á tierra firme. Las voluntades de los isleños estaban inclinadas al Aragonés, y es ordinario que al vencedor todo se le sujeta y todos le ayudan. Recibido juramento y homenaje de fidelidad de los de las islas, y puesto por virey Arnaldo de Eril, el rey de Aragon se volvió con su armada á Barcelona. Los de Ruisellon

y de Cerdania, que están en los postreros linderos de España, y eran del rey de Mallorca, fueron molestados con guerra y les tomaron algunos pueblos. En esto sobrevino un cardenal, que el Papa envió por legado á

estos príncipes para ponerlos en paz. Con su llegada cesó por unos pocos dias la guerra, demás que entraba ya el invierno, y no trajeron las máquinas que eran menester para batir las murallas de los pueblos. No prestó la diligencia del Legado ni la autoridad del Padre Santo. Pasado el invierno, por abril del año de 1344 so renovó la guerra con mayor furia; talaron las mieses, quemaron los campos, las ciudades y villas, unas por fuerza y otras de grado fueron tomadas. Algunos de los amigos del rey de Mallorca le persuadian que era mejor confiarse del rey de Aragon que no experimentar sus fuerzas. Otros, para muestra de muy fieles y bravos, con palabras libres y arrogantes decian que antes morirían que consintiesen que se pusiese en manos de su enemigo. Muéstranse antes de la batalla muy esforzados los que á las veces, cuando ven el peligro de cerca, suelen ser los mas cobardes. El ánimo del Rey vacilaba congojado con varios pensamientos, tenia empacho de que pareciese que alguno mas que él estimase la libertad; pero espantábale mucho y poníale grande miedo el verse con pocas fuerzas, ca no le quedaba ya otra cosa sino la villa de Perpiñan. ¿Qué podia hacer en aquel aprieto? Engañóle su esperanza y las buenas palabras de los terceros; en aquella duda escogió el consejo mas seguro que honrado. Envió con don Pedro de Ejerica á decir al Rey que se pondria en sus manos, si le aseguraba primero su libertad y su vida. Con esperanza pues que le dieron, ó él temera-* riamente se tomó de recobrar su reino por la clemencia y liberalidad del vencedor, acompañado de sus caballeros y de otros señores de Aragon y con la seguridad que pedia, el mes de julio vino de Perpiñan á la ciudad de Elna, do el rey de Aragon tenia sus reales. Llegado delante del Rey, hincadas las rodillas le besó la mano, y le habló en esta manera: «Errado he, Rey invencible, yo he errado; pero mi yerro no ha sido de deslealtad ni de traicion. Lo que se peca por ignorancia, la clemencia, virtud de reyes y tuya propia, lo debe perdonar á un Rey humilde, pariente y amigo, y que mientras sus cosas le dieron lugar acudió á vuestro servicio con grande aficion, y con nuevos y mayores servicios de aquí adelante recompensará las faltas pasadas. No ha sido uno solo el yerro que he hecho en este caso, yo lo confieso; pero entonces es mas de loar la clemencia cuando hay mayor razon de estar enojado. En lo demás yo soy vuestro; de mí y de mi reino haced lo que fuere vuestra merced y voluntad; espero que usaréis conmigo benignamente, acordándoos de la poca estabilidad y constancia de las cosas humanas.» A esto el rey de Aragon con rostro ledo y engañoso le acarició, excusóle su culpa, y le dijo que merecia ser perdonado por el arrepentimiento que mostraba. Los hechos fueron bien contrarios á las palabras. Poco despues, en una junta de nobles que se hizo en Barcelona le privó del título y honra real, y le señaló cierta renta para que se sustentase. Hallóse burlado el rey de Mallorca, sintió cuán pesada sea la caida de un reino; al fin cayó en la cuenta, entendió que las palabras blandas de don Pedro de Ejerica le engañaron y sus esperanzas. Así, si bien se hallaba desnudo de todos amparos y defensas, trató de renovar la guerra, pasóse á Francia. Allí primero acudió al papa Clemente, y como en él hallase poco amparo, con grande sumision se entró

por las puertas del rey de Francia, causa primera de aquella tempestad, y para los gastos de la guerra le vendió el señorío de Mompeller, sobre que era el pleito, por cien mil escudos de oro. El Francés y el Papa le recibieron debajo de su proteccion y amparo, ayudáronle tarde y con tibieza; en fin, se hobieron en este caso como suelen los hombres en peligro ajeno. Volvió pues á renovar con gran furia la guerra en las islas y en los estados de Cerdania y de Ruisellon, pero no hizo otra cosa sino acarrearse la muerte. Cinco años adelante, en una batalla que se dió en Mallorca, fué vencido y muerto por los aragoneses; este fin tuvieron sus desdichas. Su cuerpo por mandado del rey de Aragon depositaron en Valencia; sus hijos y los de su hermano don Fernando, que poco antes del tiempo de la guerra falleció, en pena del pecado y culpa, si así se puede llamar, ajena, pasaron su vida huidos, desain parados, presos, sin casa ni sosiego alguno. Desgracia que á muchos pareció injustísima que los hijos fuesen privados del derecho del reino por cualesquier delitos de sus padres. En el mismo año que se ganó Algecira y que el rey de Mallorca fué despojado del reino, con temeroso y descomunal ruido tembló la tierra en Lisboa, ciudad que está en la ribera del mar Océano, y con mucho espanto de las gentes temblaron los edificios y se cayó el cimborio de la iglesia mayor, principio y presagio, segun se entendió, de otros mayores males. Murió doña Costanza, hija de don Juan Manuel y mujer del infante don Pedro de Portugal, el año siguiente de 1345. Sintieron ella y el marido menos su muerte, porque él trataba amores con doña Inés de Castro, dama muy apuesta que servia á la Infanta, y la trataba casi con igual estado que á su mujer. Lo que fué peor y sacrílego, que sacó la misma de pila al infante don Luis, hijo de don Pedro, que murió niño, y por el tanto entró en deudo con su padre. Quedaron dos hijos de doña Costanza, don Fernando y doña María.

CAPITULO XIII.

De las revueltas que hobo en el reino de Aragon.

Concluida la guerra de los moros con la felicidad que se podia desear, el rey de Castilla, libre deste cuidado, pensó de castigar los agravios y desafueros que en el tempestuoso tiempo de la guerra era necesario hobiesen cometido muchos de los jueces y grandes del reino. Junto con esto su mayor deseo era procurar que á ejem→ plo de los de Burgos y Leon, asimismo los del Andalucía y reino de Toledo, le concediesen las alcabalas de las mercadurías que se vendiesen. En lo demás las cosas estaban sosegadas, y todo el reino con una abundante paz florecia. En el reino de Aragon resultaron nuevas revueltas, de que primeramente fué la causa el inquieto y perverso ingenio del rey de Aragon, que pretendia ensanchar su reino con trabar unas guerras de otras. Quejábase que las fuerzas del reino quedaron enflaquecidas y la majestad real disminuida con las dádivas y mercedes que sus antepasados indiscretamente hicieron. Ensoberbecido otrosí con el próspero suceso que tuvo contra el rey de Mallorca, volvió su enojo contra su hermano carnal don Jaime, que le sintió estar inclinado á compadecerse y tener misericordia del Rey desposeido. Además que á los que señorean siempre les

son sospechosos aquellos que están inmediatos á la sucesion del estado. Decíase en el reino que por fuero y costumbre antigua de Aragon era don Jaime sucesor y heredero del reino; que debian ser excluidas de la herencia paterna doña Costanza, doña Juana y doña María, hijas del Rey, habidas en la Reina, su mujer. Por esta razon, hecho vicario y procurador del reino, habia ganado las voluntades y amor de los nobles y del pueblo con su buen término y trato llano y virtuoso, sin fraude ni algun mal engaño. Llamóle el Rey un dia, mandóle dejar el oficio de procurador. Desta manera arrebatadamente y sin consejo se hacian todas las demás cosas, mayormente que por este tiempo, que corria el año de nuestra salvacion de 1346, murió la reina de Aragon, mujer de santísimas costumbres, y por el mismo caso desemejable de su marido; falleció cinco dias despues que parió un niño, que vivió tan solamente un dia, con que el reino tuvo un breve contento, destemplado en mucho pesar. Sepultóse el cuerpo desta señora en Valencia en la iglesia de San Vicente, si bien ella se mandó enterrar en Poblete, entierro antiguo de aquellos reyes. Para que el Rey tuviese hijo varon con que se evitasen muchas revueltas en el reino luego se trató de volver á casarle; para este fin enviaron embajadores al rey de Portugal á pedirle su hija doña Leonor. Deseaba su hermano don Fernando casarse con aquella infanta, confiado en el favor de su tio el rey de Castilla y por estar él en la flor de su juvenil edad. Venció, como era forzoso, en esta competencia el rey de Aragon. Ayudó para ello primeramente don Juan Manuel, que por ser enemigo de doña Leonor de Guzman y por el mismo caso tambien del rey de Castilla, toda su voluntad tenia puesta en la del rey de Aragon y en agradarle. Así procuró y concluyó de casar á su hijo don Fernando con doña Juana, prima hermana del rey de Aragon y hija de don Ramon Berengue!; con que quedaba emparentado con tres casas reales en parentesco muy estrecho, y por esto era el mas poderoso de los grandes del reino. Los nobles de Aragon y de Valencia juntamente con el pueblo se comenzaron á alborotar; conjuráronse todos de guardar su libertad, mirar por sus fueros, y si menester fuese, defenderlos con las armas. Tomaron por ocasion deste alboroto la fuerza que á don Jaime, conde de Urgel, se hizo para que desistiese y se apartase del derecho de la sucesion y procuracion del reino, y que se hacian leyes y publicaban edictos en nombre de dona Costanza, hija del rey de Aragon, como si ella hobiera de ser la sucesora y heredera del reino. Señalaron y nombraron por conservadores de la libertad á Jimeno de Urrea, Pedro Coronel, Blasco de Alagon y á don Lope de Luna, que era el mas principal de los nombrados por tener el señorío de Segorve y estar casado con doña Violante, tia del Rey. Hicieron cabeza de todos, como era necesario, á don Jaime, conde de Urgel; y llamaron de Castilla, donde residia con su madre, por no confiarse del rey de Aragon, á sus hermanos don Fernando y don Juan con muchas cartas y embajadas que les enviaron, con que ellos se determinaron de ir á Aragon. Llevaron consigo quinientos hombres de á caballo, que les dió para su guarda su tio el rey de Castilla. El rey de Aragon no ignoraba que las fuerzas del pueblo, alborotadas, son furiosas en los principios, mas que despues con el

« AnteriorContinuar »