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tiempo y la dilacion se amansan y enflaquecen. Procuró hacer Cortes en Zaragoza, en que para aplacar el pueblo, mas que por hacer el deber con sincera voluntad, restituyó á su hermano don Jaime la procuracion del reino, y dado por ninguno lo que primero tenia decretado, fué declarado por heredero y sucesor del reino. Con esto se volvieron á pacificar y sosegar las cosas; pero con la muerte que luego sucedió á don Jaime se añubló la luz que comenzaba á resplandecer. El rey de Aragon por dar priesa á sus bodas se fué á Barcelona, ca tenia mandado llevasen allí su esposa los que la traian de las últimas partes de Portugal. En aquella ciudad de Barcelona, luego que allí llegó, falleció el ya dicho conde de Urgel de enfermedad en fin del año de 1347; fué fama que le ayudaron con yerbas que le dieron, y que le vino este mal por la sospecha que dél se podia tener dé que se queria alzar con el reino. Celebraron las bodas sin ninguna señalada solemnidad por estar todo el reino triste con la muerte y luto de don Jaime y por la tempestad de revueltas que temian se les armaba. Enterróse su cuerpo en la misma ciudad en el monasterio de San Francisco. Los hermanos don Fernando y don Juan, que, acabadas las Cortes, se tornaron á Castilla, comunicado el negocio en Madrid con su madre y con el Rey, su tio, se hicieron cabezas de los pueblos amotinados; ayudóles el rey de Castilla con ochocientos caballos. Con tanto don Fernando se fué á Valencia, y don Juan á Zaragoza. Su madre en Cuenca y en Requena, en que lo demás del tiempo residia, esperaba en qué pararian estas alteraciones con grande cuidado de la salud de sus hijos. Enviáronse los reyes sus embajadores; de Castilla Fernan Perez Portocarrero para hacer las amistades entre los hermanos; de Aragon vino por embajador Muñon Lopez de Tauste á quejarse de agravios y á rogar que no se les diese ningun favor ni ayuda á los rebeldes. Otorgósele que el capitan Alvar García de Albornoz hiciese en Castilla seiscientos hombres de á caballo á sueldo del rey de Aragon; el cual Rey, no sin nota y menoscabo de la majestad real, casi como quien pide perdon, se fué á Valencia poco menos que á ponerse en manos de los conjurados; así se vió en términos de que le perdiesen el respeto y le maltratasen. Los del Rey y los del pueblo, como gente desavenida, los unos no se fiaban de los otros, antes se miraban á la cara, notábanse las palabras y semblante del rostro, y con afrentas y malas palabras que se decian, parece buscaban ocasion de revolverse y venir á las manos. Llegó el pueblo á alborotarse y á tomar las armas, y con ellas en las manos entraron con furioso ímpetu y violencia en el palacio real con grande miedo de los cortesanos y de la gente de palacio. Llegó la cosa á términos que el Rey de necesidad hobo de subir en un caballo y aventurarse á ponerse en medio de la gente alborotada para que con sus palabras y presencia se apaciguase. Concedióse al infante don Fernando que durante la vida del Rey fuese procurador del reino, y despues de la muerte le sucediese en él, y que las hijas quedasen excluidas de la sucesion. Eran estos conciertos sacados por fuerza, y por esta razon se entendia que no serian firmes ni durarian mucho. Ido el Rey, don Lope de Luna, que ya se pasara á su servicio, no dejó las armas, antes á los conjurados les era un importuno y molesto enemigo, disimulándolo primero el Rey,

y despues mandándoselo. Tenia sus gentes y reales en Daroca y su tierra. Don Fernando, por impedir los intentos de don Lope, partió de Zaragoza con quince mil hombres, parte de á caballo y parte de á pié. Sentó su real cerca de Epila á la ribera del rio Jalon. No pudo tomar el pueblo porque era fuerte, quemó los campos y las mieses, que las querian ya segar; sobrevinieron en esto los del Rey, pelearon á banderas tendidas; los conjurados, por ser gente popular y mas para hallarse en alborotos y sediciones que para pelear en batalla reñida, fueron vencidos y desbaratados. Murieron en la batalla don Jimeno de Urrea y otros hombres principales, y su capitan don Fernando fué preso con una herida en la cara ; mas el capitan Alvar García de Albornoz, á quien le dieron en guarda, le soltó y dejó ir libre á Castilla. Podíase temer cualquiera cosa de la severidad del Rey, su hermano, que debió ser la ocasion de soltalle. No se sabe si se hizo esto sin que lo supiese don Lope de Luna ó si lo disimuló, mudado de parecer y trocado de voluntad, como ordinariamente suele acontecer en las guerras civiles. Bien se mostró quedar el Rey satisfecho dél, pues en premio de lo bien que en aquella guerra le sirvió, para honrarle le dió título de conde de Luna, cosa nueva y poca usada en Aragon. Despues desta victoria todo en Aragon quedó llano al Rey; y asentada la paz en Zaragoza, totalmente se deshizo la union y liga de los conjurados de suerte, que no se oyó mas su nombre. La sucesion del reino se confirmó á don Fernando. Amplióse la autoridad del justicia de Aragon, con cuyo oficio por ley antigua del reino se prevenia que el Rey no pudiese quitarles su libertad. Esto pasaba en Aragon el año de 1348 de nuestra salvacion. Este año una gravísima peste maltrató primero las provincias orientales, y dellas se derramó y se pegó á las demás regiones, como á Italia, Sicilia, Cerdeña y Mallorca, y despues á todos los reinos y ciudades de España. Eran tantos los que morian, que se halló por cuenta en Zaragoza que en el mes de octubre morian cada dia cien personas; como era una infeccion del aire, el curar los enfermos y tocarlos extendia mas la enfermedad por pegarse el mal á muchos. Por donde los heridos, ó se quedaban sin que hobiese quien los quisiese remediar, ó si los intentaban curar, daba luego la misma dolencia á los que se llegaban cerca del enfermo y á los que le curaban. El ver tantos enfermos y muertes habia endurecido de manera los corazones do los hombres, que no lloraban los muertos, y se dejaban los cuerpos por enterrar tendidos en las calles. Desta peste y de su fiereza escribió largamente en sus Epistolas Francisco Petrarca, hombre deste tiempo, señalado en letras, mayormente en la poesía en lengua toscana. Era grandísima lástima ver lo que pasaba en todos los pueblos y ciudades de España. La nueva reina de Aragon doña Leonor, sin dejar hijos, murió por este tiempo en Ejerica, donde se retiró el Rey por miedo de la peste; su cuerpo sepultaron en el mismo lugar sin pompa ni aparato real. Con su muerte quedó el Rey libre para poderse casar tercera vez mas dichosamente que las pasadas por los hijos que deste matrimonio tuvo. No se sosegaban los conjurados. Hizo el Rey á los alterados de Valencia en general guerra, y en particu lar justicia de muchos despues de habida la victoria; con el rigor y grandeza del castigo pretendia espantar

á los demás y que tomasen escarmiento y supiesen que no se debe temerariamente irritar la cólera é indignacion de los reyes.

CAPITULO XIV.

Que se apaciguaron las discordias entre los caballeros
de Calatrava.

Los caballeros de Castilla de la órden de Calatrava y los de Aragon de la misma órden tenian entre sí grandes diferencias y scisma; en lugar de uno eligieron y tenian dos maestres, uno en Calatrava, otro en Alcañices. La cosa pasó desta manera. Don Garci Lopez, maestre desta religion, mas de veinte años antes deste en que vamos fué acusado de gravísimos delitos y de traicion; oponíanle que, siendo el Rey menor de edad, robó el reino y hizo muy poco caso de su religion y órden, de que en ellas se siguieron innumerables daños y desórdenes. Por estas y otras cosas le citaron para que pareciese delante el rey don Alonso de Castilla y respondiese á lo que se le imputaba. No quiso parecer, antes se fué á Aragon, ó por miedo de ser castigado como merecia y le acusaba su conciencia, ó lo que es mas de creer, con temor de las cautelas y potencias de sus enemigos, ca los que le acusaban eran los mas poderosos y mas ilustres de su órden. Esta fué la principal causa y principio de las diferencias y contiendas que tanto despues duraron. Con el favor del rey de Aragon don Garci Lopez residia en Alcañices, pueblo de la órden, y allí conservaba su autoridad. Ejercitaba el oficio de maestre, no obstante que á instancia del rey de Castilla fuera condenado en rebeldía y privado del maèstrazgo. Eligieron en su lugar á don Juan Nuñez de Prado, de quien era fama y se decia que era hijo no legítimo de doña Blanca, tia del rey de Portugal y abadesa del monasterio de las Huelgas de Búrgos. Los abades de la órden del Cistel, que por instituto antiguo tenian poder de visitar esta religion, aprobaron y confirmaron la eleccion del nuevo Maestre. Los freiles y caballeros aragoneses no se quisieron rendir ni obedecerle, antes, muerto que fué don Garci Lopez, substituyeron en su Jugar á don Alonso Perez de Toro, cuya eleccion de su voluntad, 6 porque para ello fué inducido y engañado, confirmó Arnaldo, abad de Morimonte en la Francia, á quien de oficio competia hacer semejante ratificacion. Intentóse muchas veces de concordar estos caballeros, que ambas partes veian serles muy dañosa su division. Sobre esta razon los reyes se enviaron diversas embajadas, que no tuvieron hasta este tiempo efecto alguno, cuando por muerte de don Alonso Perez eligieron los de Alcañices á don Juan Rodriguez. Antes que esta postrera eleccion se confirmase, á instancia de los reyes de Castilla y de Aragon, en Zaragoza, do á la sazon se hacian Cortes, se juntaron ambos maestres y muchos caballeros de ambas naciones. Litigada la causa, el rey de Aragon, como juez árbitro que era, cerrado el proceso, por lo que dél resultaba, sentenció conforme á las pretensiones y méritos de Castilla. Hízose otrosí constitucion que de allí adelante fuese habida por verdadera y canónica eleccion de maestre la que hiciesen aquellos caballeros en Calatrava. A don Juan Rodriguez se le quitó el oficio y título de maestre, y en recompensa se le dió la encomienda mayor de Alcañices, con jurisdiccion sobre todos los freiles y caballeros de

Aragon; y aun se proveyó que el maestre no pudiese proveer cosa alguna tocante al comendador mayor y los caballeros aragoneses mientras durase la vida de los presentes, sino fuese con consejo de los abades de Poblete y de Veruela. Prevenian con esto que por envidia y emulacion no se les hiciese algun agravio. En esta forma se concordaron los caballeros de Calatrava, y las divisiones que entre sí tenian se acabaron en 25 del mes de agosto. Los juicios de los hombres son varios; muchos fueron de parecer y murmuraban que en estas cosas no se procedió conforme al punto y rigor de derecho, sino por respeto y á voluntad del rey de Castilla. En este mismo tiempo don Luis, conde de Claramonte, hijo de don Alonso de la Cerda, á quien llamaban el Desheredado, ponia en órden una armada en la ribera de Cataluña con licencia y ayuda del rey de Aragon y por concesion del Papa, que dos años antes le adjudicara las islas de Canaria, llamadas por los antiguos Fortunadas. Dióle aquella conquista el sumo Pontífice con título de rey, y que como tal hizo un solemne paseo en Aviñon. Púsole por condicion que á aquellas gentes bárbaras hiciese predicar la fe de Cristo. Será bien, pues esta ocasion se ofrece, decir algo del sitio, de la naturaleza y del número destas islas, y en qué tiempo se hayan encorporado en la corona de los reyes de Castilla. Al salir de la boca del estrecho de Gibraltar en el mar Atlántico á la mano izquierda caen estas islas. Son siete en número, extendidas en hilera de levante & poniente, leste, ceste, veinte y siete grados apartadas de la línea equinoccial. La mayor destas islas llámase la Gran Canaria; della las demás tomaron este nombre de Canarias. El suelo de la tierra es fértil para pasto y labor, hay en ellas tan grande multitud de conejos, que se han multiplicado de los que de tierra firme se llevaron, que destruyen las viñas y los panes de suerte, que ya les pesa de haberlos llevado. En la isla que llaman del Hierro no hay otra agua de la tierra sino la que se distila y regala de las hojas de un árbol, que es un admirable secreto y variedad de la naturaleza. Es cierto que don Luis, & quien por esta navegacion que quiso hacer, llamaron el infante Fortuna, nunca pasó á estas; si bien tuvo la conquista dellas y la armada aprestada para irlas á conquistar, las guerras de Francia se lo estorbaron y la batalla que Filipo, rey francés, perdió por estos tiempos junto á Cresiaco. Como cincuenta años adelante los vizcaínos y andaluces, repar tida entre sí la costa, armaron una flota para pasar á estas islas con intento de hacer á los isleños guerra i fuego y á sangre, mas por codicia de robarlos que por allanar la tierra. Una grande presa que trujeron de la isla de Lanzarote puso gana á los reyes de conquistar las, sino que despues, ocupados en otras cosas, se olvidaron desta empresa. Pasados algunos años, Juan Bentacurto, de nacion francés, volvió á hacer este viaje con licencia que le dió el rey de Castilla don Enrique, tercero deste nombre, con condicion que, conquistadas, quedasen debajo de la proteccion y homenaje de los reyes de Castilla. Ganó y conquistó las cinco islas menores; no pudo ganar las otras dos por la muchedumbre y valentía de los isleños, que se lo defendió. Envióse á estas islas un obispo llamado Mendo; el Obispo y Menaute, heredero de Bentacurto, no se llevaron bien; antes tenian muchas contiendas, de tal guisa,que

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estuvieron á punto de hacerse guerra. El Francés solo miraba por su interés; el Obispo no podia sufrir que los pobres isleños fuesen maltratados y robados sin temor de Dios ni vergüenza de los hombres. El rey de Castilla, avisado deste desórden, envió allá á Pedro Barba, que se apoderó destas islas. Este despues por cierto precio las vendió á un hombre principal llamado Peraza, y deste vinieron á poder de un tal Herrera, yerno suyo, el cual se intituló rey de Canaria. Mas como quier que no pudiese conquistar la Gran Canaria ni á Tenerife, vendió las cuatro destas islas al rey don Fernando el Católico, y él se quedó con la una, llamada Gomera, de quien se intituló conde. El rey don Fernando, que entre los reyes de España fué el mas feliz, valeroso sin par, envió diversas veces sus flotas á estas islas, y al fin las conquistó todas, y las incorporó en la corona real de Castilla. Volvamos á lo que se ha quedado atrás. En el año de 1349 doña Leonor, hermana mayor de don Luis, rey de Sicilia, nieto que fué de Federico, y en su menor edad sucedió al rey don Pedro, su padre, casó con voluntad de su madre y en vida del Rey, su hermano, con el rey de Aragon. Llevada á la ciudad de Valencia, se celebraron las bodas con gran regocijo y fiestas de todo el reino.

CAPITULO XV.

De la muerte del rey don Alonso de Castilla. Levantáronse en este tiempo grandes revoluciones en Africa, causadas por Abohanen, que conforme á la condicion de los moros y por codicia de reinar, atropellado el derecho paternal y no escarmentado con la muerte de su hermano, se rebeló contra su padre Albohacen, y se alzó en Africa con el reino de Fez, y en España se apoderó de Gibraltar y de Ronda y de todas las demás tierras que á los reyes de Africa en España quedaban, y puso en ellas sus guarniciones de soldados. Hacia cargo á su padre que por su descuido y cobardía con grande menoscabo y mengua del nombre africano sucedieran las pérdidas y desastres pasados; decia que si á él quisiesen llevar por guia y capitan, vengaria las injurias recebidas y tomaria emienda de aquellos daños. Con estas persuasiones el vulgo, amigo de novedades, se le arrimaba por el vicio general de la naturaleza de los hombres, y mas por la liviandad y ligereza particular de los africanos, en quien mas que en otras gentes reina esta inconstancia, esperalan que las cosas presentes serian mas á propósito y de mayor comodidad que las pasadas. Estas revueltas de los moros parecia á los nuestros que les daban la ocasion en las manos para hacer su hecho, si no estuviera de por medio el juramento con que se obligaron de tener treguas por diez años. Sin embargo, los mas prudentes juzgaban que por ser ya otro el Rey diferente de aquel con quien asentaron las treguas, quedaban libres de la jura. El deseo de renovar la guerra y de conquistar á Gibraltar los acuciaba, cuya fortaleza les era un duro freno para que sus intentos no los pudiesen poner en ejecucion. El cuidado de proveerse de dineros tenia al Rey congojado, bien. que no perdia la esperanza que el reino le ayudaria de buena gana, por estar descansado con la paz de que ya cinco años gozaba. El vehemente deseo que todos tenian de desarraigar de España á sus enemigos, velo con

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que muchas veces se mueve y engaña el pueblo, los animaba á servir de buena gana y ayudar estos intentos. Publicáronse Cortes para la villa de Alcalá de Henáres, llamaron á ellas muchas ciudades del reino que no solian ser llamadas. Las del Andalucía y de la Carpetania, hoy reino de Toledo, por la mayor parte solian ser libres de las cargas de la guerra como quier que hacian frontera á los moros, y de necesidad grandes gastos para defenderles la tierra. Al presente en esta ocasion, con color de honrarlos, se dejaron llevar; pretendian con grande fuerza que á imitacion de los de Castilla y de Leon, como repartida entre todos la carga, pechasen alcabala de todas las cosas que se vendiesen. Entre las ciudades que se juntaron en estas Cortes, los procuradores de la ciudad de Toledo alegaban que debian tener el primer lugar y voto. Los de Búrgos, si bien la causa era dudosa, como estaban en posesion, resistian valientemente y pretendian ser en ella amparados. Alegaban en favor de Toledo la grandeza de la ciudad, su antigüedad, su nobleza, la santidad de su famosísima iglesia, la majestad y autoridad de su arzobispo, que tiene primacía sobre todos los prelados de España, los hechos valerosos de los antepasados; demás que en tiempo de los godos era la cabeza del reino y silla de los reyes, y modernamente se le diera título de imperial. Decian ansimismo parecia cosa injustísima y fuera de razon que hobicse de reconocer mayoría á ninguna ciudad aquella á quien Dios y los hombres aventajaron, y la misma naturaleza, que la puso en el corazon de España en un lugar eminentísimo, en que se dividen y reparten las aguas. Que si no le daban la autoridad y lugar que se le debia, no pareceria á todos sino que la llamaron á las Cortes para hacer burla della y desautorizalla. Si la razon que Búrgos alegaba tenia fuerza, la misma militaba por las demás ciudades del reino, y que á aquella cuenta no le quedaba á Toledo sino el postrer lugar, y aun á merced, si se le quisiesen dejar. Que tocaba á todos y era comun la causa de Toledo; así la deshonra que á ella se hiciese manchaba y desautorizaba á toda España. Los de Búrgos se defendian con la preeminencia que tenian en Castilla, en que poseian el primer lugar de tiempo muy antiguo. Decian que contra esta posesion no era de importancia alegar actos ya olvidados y desusados, y que si la competencia se llevaba por via de honra, ¿de dónde se dió principio para restaurar la fe y avivar las esperanzas de echar los moros de España? Por esto con mucha razon era Búrgos la silla y domicilio de los primeros reyes de Castilla; no era justo quitalles en la paz aquel lugar que ellos en la guerra ganaron con mucha sangre que sus antepasados derramaron. Demás que sin suficiente causa no se le podian derogar los privilegios que los reyes pasados le concedieron. Los grandes en esta competencia andaban divididos, segun que tenian parentesco y amistades en alguna de las dos ciudades. Nombradainente favorecia á Toledo don Juan Manuel, y á Búrgos don Juan Nuñez de Lara; los unos no querian conceder ventaja á los otros. Despues que se hobo bien debatido esta causa, se acordó y tomó por medio que Búrgos tuviese el primer asiento y el primer voto, y que á los procuradores de Toledo se les diese un lugar apartado de los demás en frente del Rey, y que Toledo fuese nombrado primero por el Rey désta manera: «Yo hablo por

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Toledo y hará lo que le mandare; hable Búrgos.» Con esta industria y esta moderacion se apaciguó por entonces esta contienda, traza que hasta nuestros tiempos continuadamente se ha usado y guardado; así acaece muchas veces que los debates populares se remedian con tan fáciles medios como lo son sus causas. Diez y ocho ciudades y villas son las que suelen tener voto en las Cortes, Búrgos, Soria, Segovia, Avila y Valladolid; estas en Castilla la Vieja. Del reino de Leon es la primera la ciudad de Leon, despues Salamanca, Zamora y Toro. De Castilla la Nueva Toledo, Cuenca, Guadalajara, Madrid. Del Andalucía y de los contestanos SeviHa, Granada, Córdoba, Murcia, Jaen. Entre todas estas ciudades Búrgos, Leon, Granada, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaen y Toledo por ser cabeceras de reinos tienen señalados sus asientos y sus lugares para votar conforme á la órden que están referidas. Las demás ciudades se sientan y hablan sin tener lugares señalados, sino como vienen á las juntas y Cortes. En las Cortes de Alcalá consta que se hallaron muchas mas villas y ciudades, porque el Rey, para ganar las voluntades de todo el reino, quiso esta honra repartirla entre muchos y tenerlos gratos con este honroso regalo. Pidióse en estas Cortes el alcabala. Al principio no se quiso conceder; las personas de mas prudencia adevinaban los inconvenientes que despues se podian seguir; mas al cabo fué vencida la constancia de los que la contradecian, principalmente que se allanó Toledo, si bien al principio se extrañaba de conceder nuevos tributos. El deseo que tenia que se renovase la guerra y la mengua del tesoro del Rey para poderla sustentar la hizo consentir con las demás ciudades. Concluido esto, de comun acuerdo de todos con increible alegria se decretó la guerra contra los moros, y para ella en todo el reino se hizo mucha gente y se proveyeron armas, lanzas, caballos, bastimentos, dineros y todo lo al necesario. Juntado el ejército, fueron al Andalucía, asentaron sus reales sobre Gibraltar, cercáronla con grandes fosos y trincheas y muchas máquinas que levantaron. La villa se hallaba bien apercebida para todo lo que le pudiese acaecer; tenia hechas nuevas defensas y fortificaciones, muy altas murallas con sus torres, saeteras, traviesas, troneras á la manera que entonces usaban, muchos y buenos soldados de guarnicion, que á la fama del cerco vinieron muchos moros de Africa. Puesto el cerco, se quemaron y derribaron muchas casas de placer, y se talaron y destruyeron muy deleitosas huertas y arboledas que estaban en el contorno de la ciudad, por ver si los moros mudaban parecer y se rendian por excusar el daño que recebian en sus haciendas y heredades. Batieron los muros con las máquinas militares. Los moros se defendian con grande esfuerzo, con piedras, fuego y armas que arrojaban sobre los contrarios. Todavía les dieron tal priesa, que los moros comenzaron poco á poco á desmayar y á perder la esperanza de poder sufrir el cerco ni defender el pueblo; no esperaban ser socorridos por las alteraciones que todavía continuaban en Africa. Los que mas desfallecian eran los ciudadanos còn temor que si el pueblo se tomase por fuerza, por ventura no les querrian dar ningun partido ni perdonallos; mas los soldados que tenian en su defensa no tenian tanto cuidado de lo que podria despues suceder. Gastábase el tiempo y el cerco se alargaba. En esto

ciertos embajadores, que el rey de Castilla antes envíara al rey de Aragon para rogalle que le ayudase en esta guerra y hiciese paces con él, vinieron á sus reales, y en su compañía Bernardo de Cabrera, que en aquellos tiempos era tenido por varon sabio y grave; por esta causa el rey de Aragon le sacó de su casa, en que con deseo de descansar se retirara, para la administracion de los negocios públicos. Así, por su consejo principalmente gobernaba el reino, por donde de necesidad de muchos era envidiado. Con su venida, que fué en 29 de agosto, se hizo paz y alianza entre los reyes con estas capitulaciones: que la reina doña Leonor y sus hijos hobiesen pacífica y enteramente todo aquello que el Rey, su marido y padre, les mandó por su testamento; el rey de Castilla, cumplido esto, no les daria ningun favor ni ayuda para que levantasen nuevas revueltas en Aragon. Hecla la paz, envió el rey de Aragon cuatro. cientos ballesteros con diez galeras, cuyo capitan era Raimundo Villano. Doña Juana, reina de Navarra, que despues de la muerte de su marido se quedó en Francia y vivió por espacio de cinco años, murió en la villa de Conflans, puesta á la junta de los rios Dise y Secuana, en 6 de octubre; enterráronla en el monasterio de San Dionisio junto al sepulcro de su padre el rey Luis Hutin. Fué esta señora de santísimas costumbres y dichosa en tener muchos hijos. Dejó por sucesor del reino á Cárlos, su hijo, de edad de diez y siete años. Quedáronie otros dos menores, don Filipo y don Luis, el que hobo despues en dote el estado y señorío de Durazo; tuvo otrosí estas hijas, las infantas Juana, María, Blanca y doña Inés, que con el tiempo casaron con grandes príncipes; la mayor con el señor de Ruan, la segunda con el rey de Aragon, y con la tercera en el postrer matrimonio se casó Filipo de Valoes, rey de Francia ; la menor de todas fué casada con el conde de Fox. En esta sazon era virey de Navarra un caballero francés llamado mosen Juan de Conflens. Volvamos al cerco de Gibraltar. Los nuestros estaban con esperanza de entrar el pueblo, sino que las grandes fortificaciones y reparos que habian hecho los de dentro, la fortaleza de los muros les impedia que no le tomasen. Los moros de Granada daban muchos rebatos en los reales, y paraban celadas á los nuestros, y cautivaban á los que se desmandaban del ejército. Salian muchas veces los soldados de la ciudad á pelear, y hacíanse muchas escaramuzas y zalagardas. El cerco le tenian en este estado, cuando una grande peste y mortandad que dió en el real de los fieles desbarató todos sus deseños; morian cada dia muchos, y faltaban; con esto la alegría, que antes solian tener en los reales, toda se convirtió en tristeza y lloro y descontento; tan grande es la inconstancia de las cosas. Don Juan de Lara y don Hernando Manuel, que por muerte de su padre era señor de Villena, eran de parecer y instaban que se levantase el cerco y se fuesen, ca decian no ser la voluntad de Dios que se tomase aquella villa, y que por ser en mal tiempo del año el perseverar en el cerco seria yerro perniciosísimo y mortal, especialmente que al cabo la necesidad los forzaria á que se fuesen, que era locura estarse allí con la muerte al ojo sin ninguna esperanza de hacer cosa de prove. cho. Movíanle algo estas razones al Rey; mas con el desco que tenia de salir con la demanda y ganar la villa que en su tiempo se perdiera, y con la esperanza que

CAPITULO XVI.

Cómo mataron á doña Leonor de Guzman.

Siguiéronse en Castilla bravos torbellinos, furiosas tempestades, varios acaecimientos, crueles y sangrien→ tas guerras, engaños, traiciones, destierros, muertes sin número y sin cuento, muchos grandes señores violentamente muertos, muchas guerras civiles, ningun cuidado de las cosas sagradas ni profanas; todos estos desórdenes, si por culpa del nuevo Rey, si de los grandes, no se averigua. La comun opinion carga al Rey, tanto que el vulgo le dió nombre de Cruel. Buenos autores gran parte destos desórdenes la atribuyen á la destemplanza de los grandes, que en todas las cosas buenas y malas sin respeto de lo justo seguian su apetito, codicia y ambicion tan desenfrenada, que obligó al Rey á no dejar sus excesos sin castigo. La piedad y mansedumbre de los príncipes, no solamente depende de su condicion y costumbres, sino asimismo de las de los súbditos. Con sufrir y complacer á los que mandan, á las veces ellos se moderan y se hacen tolerables; verdad es que la virtud, si es desdichada, suele ser tenida por víciosa. A los reyes al tanto conviene usar á sus tiempos de clemencia con los culpados, y les es necesario disimular y conformarse con el tiempo para no ponerse en necesidad de experimentar con su daño cuán grandes sean las fuerzas de la muchedumbre irritada, como le avino al rey don Pedro. ¿De qué aprovecha querer sanar de repente lo que en largo tiempo enfermó? ¿Ablandar lo que está con la vejez endurecido, sin ninguna esperanza de provecho y con peligro cierto del daño? Las

tenia concebida y el ánimo grande por los buenos sucesos pasados, se animaba y proseguia el cerco. Decia que los valerosos y de grande corazon peleaban contra la fortuna y alcanzaban lo que pretendian, y los cobardes con el miedo perdian las buenas esperanzas; que pues la muerte no se excusa, ¿dónde mejor podia acabar que en este trance y pretension un hombre criado desde niño en la guerra? Y ¿en qué empresa mejor podia hallar la muerte á un rey cristiano que cuando procuraba ampliar y defender nuestra santa fe y católica religion? Esta constancia ó pertinacia del Rey fué mala, dañosa y desastrada. Alcanzóle la mala contagion; dióle una landre, de que murió en 26 de marzo del año de 1350, el primero en que por constitucion del papa Clemente se ganó el jubileo de cincuenta en cincuenta años, que de antes se mandó ganar de ciento en ciento. Fué asimismo señalado este año por la muerte de Filipe, rey de Francia. Sucedióle su hijo Juan, rey de sublime y generoso corazon, sin doblez ni alguna viciosa disimulacion, tales eran sus virtudes; los grandes infortunios que á él y á su reino acontecieron le hicieron de los mas memorables. Este fin tuvo don Alonso, rey de Castilla, undécimo deste nombre, muy fuera de sazon y antes de tiempo, á los treinta y ocho años de su edad; si alcanzara mas larga vida desarraigara de España las reliquias que en ella quedaban de los moros. Pudiérase igualar con los mas señalados príncipes del mundo, así en la grandeza de sus hazañas como por la disciplina militar y su prudencia aventajada en el gobierno, si no amancillara las demás virtudes y las escureciera la incontinencia y soltura continuada por tanto tiempo. La aficion que tenia á la justicia y su celo, á las veces de-cosas pasadas, dirá alguno, mejor se pueden reprehenmasiado, le dió acerca del pueblo el renombre que tuvo de Justiciero. Por la muerte del Rey su gente se alzó á la hora del cerco. Llevaron su cuerpo á Sevilla, y allí le enterraron en la capilla real. En tiempo del rey don Enrique, su hijo, le trasladaron á Córdoba, segun que él mismo lo dejó mandado en su testamento. Los moros, dado que los tenia él cercados, reverenciaban y alaba-diciones, qué costumbres, qué restaba en el reino sa

ban la virtud del muerto en tanto grado, que decian no quedar en el mundo otro semejante en valor, y las demás virtudes que pertenecen á un gran príncipe, y como quier que tenían á gran dicha verse libres del aprieto en que los tenia puestos, no acometieron á los que se partían ni les quisieron hacer algun estorbo ni enojo. En este cerco no se halló el arzobispo don Gil de Albornoz, por ventura por estar ausente de España; por lo menos se halla que al fin deste año á 18 de diciembre le crió cardenal el papa Clemente, que tenia bien conocidas sus partes desde el tiempo que fué á Francia á solicitar el subsidio ya dicho. Lorenzo de Padilla dice que esta fué la causa de renunciar el arzobispado por será la verdad incompatibles entonces aquellas dos dignidades, y que en su lugar fué puesto don Gonzalo el Cuarto, deudo suyo, de la casa, apellido y nombre de los Carrillos. Otros quieren que el sucesor de don Gil se llamó don Gonzalo de Aguilar, obispo que fué primero de Cuenca. A la verdad, como quier que se llamase, su pontificado fué breve, ca gobernó la iglesia de Toledo como tres años, y no mas; fué prelado de prendas y de valor.

der que emendar ni corregir; es así, pero tambien las reprehensiones de los males pasados deben servir de avisos á los que despues de nos vendrán para que sepan regir y gobernar su vida. Mas antes que se venga á contar cosas tan grandes, será necesario decir primero en qué estado se hallaba la república, qué con

mues

no y entero, qué enfermo y desconcertado. Luego que
murió el rey don Alonso, su hijo don Pedro, habido
en su legítima mujer, como era razon, fué en los mis-
mos reales apellidado por rey, si bien no tenia mas de
quince años y siete meses, y estaba ausente en Sevilla,
do se quedó con su madre. Su edad no era á propósito
para cuidados tan graves; su natural mostraba capaci
dad de cualquier grandeza. Era blanco, de buen rostro,
autorizado con una cierta majestad, los cabellos rubios,
el cuerpo descollado; veíanse en él, finalmente,
tras de grandes virtudes, de osadía y consejo; su cuer-
po no se rendia con el trabajo, ni el espíritu con nin-
guna dificultad podia ser vencido. Gustaba principal-
mente de la cetrería, caza de aves, y en las cosas de
justicia era entero. Entre estas virtudes se veian no me-
nores vicios, que entonces asomaban y con la edad
fueron mayores, tener en poco y menospreciar las gen-
tes, decir palabras afrentosas, oir soberbiamente, dar
audiencia con dificultad, no solamente á los extraños,
sino á los mismos de su casa. Estos vicios se mostraban
en su tierna edad; con el tiempo se les juntaron la ava-
ricia, la disolucion en la lujuria y la aspereza de con-
dicion y costumbres. Estas fallas y defectos, que tenia
de su mala inclinacion natural, se le aumentaron por

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