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ser mal doctrinado de don Juan Alonso de Alburquer- | jantes ocasiones suele acaecer, el vulgo y los grandes

que, á quien su padre cuando pequeño se le dió por ayo para que le impusiese y enseñase buenas costumbres. Hace sospechar esto la grande privanza que con él tuvo despues que fué rey, tanto, que en todas las cosas era el que tenia mayor autoridad, no sin envidia y murmuracion de los demás nobles, que decian pretendia acrecentar su hacienda con el daño público y comun, que es la mas dañosa pestilencia que hallarse puede. Tenia el nuevo Rey estos hermanos, hijos de doña Leonor de Guzman: don Enrique, conde de Trastamara; don Fadrique, maestre de Santiago; don Fernando, señor de Ledesma, y don Tello, señor de Aguilar. Demás destos tenia otros hermanos, doña Juana, que casó adelante con don Fernando y con don Filipe de Castro, don Sancho, don Juan y don Pedro, porque otro don Pedro y don Sancho murieron siendo aun pequeños. Sus hermanos no se confiában de la voluntad del Rey, ca temian se acordaria de los enojos pasados, en especial que la reina doña María era la que mandaba al hijo y la que atizaba todos estos disgustos. Doña Leonor de Guzman, que se veía caida de un tan grande estado y poder, nunca la mala felicidad es duradera, hacíala temer su mala conciencia, y recelábase de la Reina viuda. Partió de los reales con el acompañamiento del cuerpo del Rey difunto; mas en el camino, mudada de voluntad, se fué á meter en Medina Sidonia, pueblo suyo y muy fuerte. Allí estuvo mucho tiempo dudosa y en deliberacion si aseguraria su vida con la fortaleza de aquel lugar, si confiaria sus cosas y su persona de la fidelidad y nobleza del nuevo Rey. Comunicado este negocio con sus parientes y amigos, le pareció que podria mas acerca del nuevo Rey la memoria y reverencia de su padre difunto y el respeto de sus hermanos que las quejas de su madre; por esto no se puso en defensa, en especial que era fuerza hacer de la necesidad virtud, á causa que Alonso de Alburquerque amenazaba si otra cosa intentaba, que usaria de violencia y armas. Tomado este acuerdo, ella se fué á Sevilla; sus hijos don Enrique y don Fadrique y los hermanos Ponces y don Pedro, señor de Marchena, don Hernando, maestre de Alcántara, todos grandes personajes, y Alonso de Guzman y otros parientes y allegados, unos se fueron á Algecira, otros á otras fortalezas y castillos para no dar lugar á que sus enemigos les pudiesen hacer ningun agravio, y poder ellos defenderse con las armas y vengar las demasías que les biciesen. El atrevido ánimo del Rey, la saña é indignacion mujeril de su madre no se rindieron al temor, antes aun no eran bien acabadas las obsequias del Rey, cuando ya doña Leonor de Guzman estaba presa en Sevilla. La ira de Dios, que al que una vez coge debajo le destruye, permitia que las cosas se pusiesen en tan peligroso estado. Su hijo don Enrique, echado de Algecira, como debajo de seguro se fuese al Rey, comunicado el negocio con su madre, dió priesa á casarse con doña Juana, hermana de don Fernando Manuel, señor de Villena, que antes se la tenian prometida. Concluyó de presente estas bodas para tener nuevos reparos contra la potencia del Rey y crueldad de la Reina. Sucedió que el Rey enfermó en Sevilla de una gravísima dolencia, de que estuvo desahuciado de los médicos; llegábase el fin del reino apenas comenzado. Concebíanse ya nuevas esperanzas, y como en seme

nombraban muchos sucesores, unos á don Fernando, marqués de Tortosa, otros á don Juan de Lara ó á don Fernando Manuel, que eran los mas ilustres de España y todos de la sangre real de Castilla; de don Enrique, conde de Trastamara, y de sus hermanos aun no se hacia mencion alguna. Desde á pocos dias el Rey mejoró de su enfermedad, con que cesaron estas pláticas de la sucesion, de las cuales ningun otro fruto se sacó mas de que el Rey supiese las voluntades del pueblo y de los nobles, de que resultaron nuevas quejas y mortales odios, ca por la mayor parte son odiosos á los príncipes aquellos que están mas cercanos para les suceder. Enojado pues desto don Juan de Lara y no pudiendo sufrir que don Alonso de Alburquerque gobernase el reino á su voluntad, se partió de Sevilla y se fué á Castilla la Vieja con ánimo de levantar la tierra; lo que podia él bien hacer por tener en aquella provincia grande señorío. Andaban ya estos enojos para venir en rompimiento cuando los atajó la muerte, que brevemente sobrevino en Búrgos á don Juan de Lara en 28 de noviembre; su cuerpo sepultaron en la misma ciudad en el monasterio del señor San Pablo, de la órden de los Predicadores; dejó de dos años á su hijo don Nuño de Lara. Murió casi juntamente con él su cuñado don Fernando Manuel, y quedó dél una hija llamada doña Blanca. Dió mucho contento la muerte destos señores á don Alonso de Alburquerque, que deseaba acrecentar su poder con los infortunios de los otros, y quitados de por mediosus émulos, pensaba á sus solas reinar, y en nombre del Rey gozarse él del reino sin ningun otro cuidado. Sabidas por el Rey estas muertes, partió de Sevilla, por estar cierto que se podria con la presteza apoderar de sus estados. No fué este camino sin sangre, antes en muchos lugares dejó rastros y demostraciones de una condicion áspera y cruel. Vino su hermano don Fadrique á la villa de Ellerena, do el Rey habia llegado; recibióle con buen semblante; mas por lo que sucedió despues se echó de ver que tenia otro en su pecho, y que su rostro y palabras eran dobladas y engañosas. Mandó en el mismo tiempo á Alonso de Olmedo que matase á su madre doña Leonor de Guzman en Talavera, villa del reino de Toledo, donde la tenian presa; que fué un mal anuncio del nuevo reinado, cuyos principios eran tan desbaratados. En un delito ¡ cuántos y cuán graves pecados se encierran! ¿Qué le valió el favor pasado? ¿De qué provecho le fué un Rey tan amigo? De qué tanta muchedumbre de hijos? Todo lo desbarató la condicion fiera y atroz del nuevo Rey; bien que por su poca edad, toda la culpa y odio desta cruel maldad cargó sobre la Reina, su madre, que se quiso vengar del largo enojo y pesar del amancebamiento del Rey con la muerte de su combleza. Dende este tiempo, porque esta villa era del señorío de la Reina, se llamó vulgarmente Talavera de la Reina. En Burgos dentro del palacio real, sin que le pudiesen defeuder los que le acompañaban, ca los prendie ron, por mandado del Rey fué preso y muerto Garci Laso de la Vega. El mayor cargo y delito gravísimo era la aficion que tenia á don Juan de Lara. Era Garci Laso adelantado de Castilla; sucedióle en este cargo Garci Manrique. Consultóse cómo el Rey habria en su poder al niño don Nuño de Lara, señor de Vizcaya. Previnolo doña Mencía, una principal señora que le tenia en guar

da, que le escapó de la ira y avaricia del Rey, ca huyó con él á Vizcaya con esperanza de poder resistirle con la fidelidad de los vizcaínos. La resolucion del Rey era tan grande, que fué en su seguimiento y estuvo muy cerca de cogerlos; y como quier que en fin no los pudiese alcanzar, se determinó de apoderarse con las armas de todo su señorío, que fué mas fácil por la muerte del niño, que avino dentro de pocos dias, y con apoderarse de doña Juana y doña Isabel, sus hermanas; con esto incorporó en la corona real á Vizcaya, Lerma, Lara y otras villas y castillos. Esto pasaba en el año de nuestra salvacion de 1351, cuando en Aragon todo era fiestas, regocijos y parabienes por el nacimiento del infante don Juan, con que fenecieron todas las contiendas que resultaran sobre aquella sucesion, que mucho tiempo trabajaron aquel reino. Encargó el rey de Aragon la crianza de su hijo y le dió por ayo á Bernardo de Cabrera, varon de conocida virtud y prudencia. Dió otrosí luego el Rey al Infante el estado de Girona con título de duque. De aquí tuvo origen lo que despues quedó por costumbre, que al hijo mayor de los reyes de Aragon se le diese este titulo y este estado, á imitacion de los reyes de Francia, á quien pocos años antes Humberto, delfin, vendió por cierto precio su delfinado, debajo de condicion que los hijos mayores de los reyes de Francia le poseyesen con título de delfines y trujesen las armas de aquel estado. Y él con raro ejemplo de santidad, tomado el hábito de los Predicadores, trocó el señorío temporal por el estado monástico, y la vida de príncipe por otra mejor y mas bienaventurada. Los reyes de Castilla y de Aragon en un mismo tiempo procuraban cada cual aliarse con el rey Cárlos de Navarra, que el año antes se coronó en la ciudad de Pamplona. Pensaban que el que primero se confederase con él y le tuviese de su parte esforzaba y aventajaba su partido. Los que mejor sentian de las cosas tenian por cierto que amenazaban de muy cerca grandes tempestades y revoluciones de guerra, y que era acertado prevenirse. En particular don Fernando, marqués de Tortosa, buscaba ayudas y hacia muchos apercebimientos de guerra para acometer la frontera de Aragon. Parecióle al Navarro de entretener los dos reyes con buenas esperanzas y muestras de amistad con entrambos, dado que por ruego del rey de Castilla vino á Búrgos con su hermano don Filipe á verse con él. Entre estos reyes mozos hobo contienda de gala, liberalidad y cortesía. La conformidad de la edad y semejanza de condiciones los hizo muy amigos. A la verdad á este rey Carlos unos le llamaron el Malo, y otros le dieron renombre de Cruel. La ocasion, que en el principio de su reinado castigó con mas rigor del que era justo un alboroto popular que se levantó en su reino. Como fueron los principios, tales los medios y los remates; los excesos de los principes castiga la libertad de la lengua, de que no pueden ellos enseñorearse como de los cuerpos. Gastados algunos dias en Búrgos en fiestas, juegos y banquetes, que era lo que pedia la edad de los reyes, el de Castilla se fué á Valladolid para tener Cortes en aquella villa, y el rey Carlos se volvió á Plamplona. De allí, dado que hobo órden en las cosas, con deseo de tornarse á Francia, su natural y patria, se fué primero á Momblanco, pueblo de Aragon, por hacer placer al rey de Aragon en verle, ca deseaba mucho que se hablasen. Platicáronse

asimismo dos matrimonios, uno del rey Cários con la hermana del rey de Sicilia ; otro de doña Blanca, viuda de Filipo, rey de Francia, y hermana del mismo Cárlos, con el rey de Castilla. Excusóse él de entrambos; decia ser costumbre de Francia que no se casasen segunda vez las reinas viudas, aunque quedasen mozas, y que él aun no tenia años y edad para tomar mujer. Esto era lo público; de secreto pretendía y esperaba casar con Juana, hija del rey de Francia, partido que venia mejor á las cosas de Navarra por la grandeza del señorío, no inferior al de un rey, que de su herencia paterna este Príncipe tenia en el reino de Francia.

CAPITULO XVII.

Del casamiento del rey don Pedro.

En las Cortes de Valladolid se trataron, entre otras cosas de menor importancia, dos graves y de mucho momento. En Castilla la Vieja algunos pueblos tenian costumbre de tiempo inmemorial de á su voluntad mudar los señores que quisiesen; unos dellos podian elegir señor entre toda la gente al que les pareciese les venia mas á cuento; otros pueblos le escogian de un particular y señalado linaje; los unos y los otros por esta razon se decian behetrías, que parece behetría quiere decir buena compañía y hermandad, de hetaeria, que en griego quiere decir compañía, y es como decir gobierno popular, con igualdad y como entre hermanos; por donde las cosas en ellos andaban muy revueltas y confusas, de que se tomaba una disoluta licencia para que se cometiesen grandes maldades, Alonso de Alburquerque procuró con todas sus fuerzas que el Rey diese á estos pueblos ciertos señores, y les quitase la libertad de poderlos ellos nombrar; cosa que él deseaba ó por el bien público ó por su particular interés, que como era de los grandes el mas favorecido del Rey, tenia esperanza que le haria merced de la mayor parte de aquellos pueblos. Contradecian esto Juan de Sandoval y otros ricos hombres y principales que en aquella tierra tenian su naturaleza y otros respetos é intereses particulares. Decian que era gran sinrazon quitar á estos pueblos la libertad que de sus antepasados tenian heredada; en fin, estos intentos no tuvieron efecto. Tratóse luego de casar al Rey; don Vasco, obispo de Palencia, chanciller mayor del Rey, y don Alonso de Alburquerque persuadieron á su madre la Reina que le quisiese casar en Francia y que esto fuese luego; que á los mancebos ninguna cosa les para mayor peligro que los propios gustos y deleites de que están rodeados; demás que tambien importaba mucho que el Rey se casase porque tuviese hijos que le sucediesen en el reino. Para este efecto don Juan de Roelas, obispo de Búrgos, y Alvar García de Albornoz, caballero de Cuenca, se partieron por embajadores á Francia, para que de seis hijas que tenia Pedro, duque de Borbon, poderoso y nobilísimo príncipe de la sangre real de Francia, pidiesen una dellas, la que les pareciese que era la mas á propósito y mas digna de ser mujer del Rey. Vino en ello el Duque, su padre, mostróles las hijas, escogieron á doña Blanca, con quien luego por poderes del Rey se hicieron los desposorios. Parecia esta señora dichosa por las raras dotes de alma y cuerpo con que el cielo y naturaleza á porfía la enri

do el Rey de la hermosura grande y apostura de dona María de Padilla, doncella que se criaba en la casa de don Alonso de Alburquerque. Comenzó esta comunicacion y favores en la villa de Sahagun, olvidado de su esposa y loco con estos nuevos amores, de donde resultó la total destruicion del Rey y del reino; fué el medianero é intercesor destos deshonestos y desdichados conciertos Juan de Hinestrosa, tio de la dama. Estos perversos hombres conquistaban la tierna edad y voluntad del Rey con un pésimo género de servicio, que era proponerle todas las maneras de torpes entretenimientos y ayudarle á conseguir sus deleites deshonestos sin ningun respeto de lo honesto ni miedo de los hombres; en gravísimo perjuicio de la república granjeaban el favor y privanza del Rey. En el palacio todo era deshonestidad, fuera dél todo crueldad, á la cual todos los demás vicios del Rey reconocían y daban la ventaja. Revolvió el Rey con las armas contra Montagudo y le tomó con otros pueblos á él cercanos, ca dou Tello los habia desamparado y huídose á Aragon. Los reyes de Castilla y de Aragon, convidados con la cercanía de los lugares, acordaron de tratar de concordarse entre sí; no se vieron, pero enviáronse sus embajadas, y al fin se juntaron en tierra de Tarazona don Alonso de Alburquerque y Bernardo de Cabrera; allí concluyeron las paces, segun que á ellos mejor les pareció. Concertóse que los reyes tuviesen los mismos por amigos y enemigos, que perdonasen á trueco, el uno á don Tello, y el otro á don Fernando de Aragon. Concluidas estas cosas tornó el Rey á la Andalucía y cercó la villa de Aguilar; los cercados, con grande lealtad, sufrieron cuatro meses el cerco hasta el mes de febrero del año de 1353, en que se tomó la villa por fuerza. Oia misa don Alonso Coronel, cuando le dijeron que se entraba la villa; no dejó por tanto de oirla hasta que fué la sagrada hostia consumida; estaba cierto de su muerte y sin ninguna esperanza de ser perdonado. Prendiéronle dentro de una torre en que se entró para defenderse. Fué castigado con las penas que se dan por las leyes á aquellos que han ofendido á la majestad real. Lo mismo avino á cinco compañeros suyos, hombres principales que con él hallaron. La villa mandó el Rey desmantelar; así, derribados los muros, dió perdon al pueblo. En el mismo mes de febrero

quecieron y adornaron; pero fué desdichada con este inatrimonio, que era lo que se esperaba seria el colmo de su felicidad. Así la fortuna 6 alguna causa oculta se burla de las humanas esperanzas y hace juego de nos y de todo aquello que estimamos. Don Enrique, conde de Trastumara, de las Astúrías, donde se huyó despues de las muertes de su madre y de Garci Laso, se pasó á Portugal, desconfiado de la voluntad del Rey y por no ser tan poderoso que le pudiese resistir. El rey de Portugal, movido de la lástima de don Enrique y con mie. do del peligro que corria el rey don Pedro por el odio y enojo que el reino con él tenia, parecíale que le tocaba á él mirar por su persona, pues era su nieto, hijo de su hija; rogóle se viesen en Ciudad Rodrigo. En aquellas vistas alcanzó dél que restituyese y perdonase á don Enrique. En tanta confusion y diversidad de voluntades y tantos enojos no era posible que hobiese quietud, ni las cosas podian estar sosegadas. En el principio del año de 1352 se empezaron á mover discordias civiles en el Andalucía y en las Astúrias y en tierra de Murcia. Don Alonso Fernandez Coronel, muy rico y de grande autoridad entre los ricos hombres del Andalucía, poseia á Aguilar por merced del Rey, sobre el cual pueblo tuvo antes mucho tiempo pleito con Bernardo de Cabrera. Recelábase del Rey, porque cuando estuvo enfermo en Sevilla se dejó decir que le debia suceder en el reino don Juan de Lara, cosa de que el Rey tomó con él grande enojo. Confiado pues este caballero en la fortaleza de su villa de Aguilar, fortificó y basteció las otras villas y castillos de su estado y procuró de aliarse con muchos grandes. Hizo gente de guerra y pidió á algunos príncipes de fuera del reino que le ayudasen, en particular para este efecto envió á tierra de moros á su yerno don Juan de la Cerda, hijo de don Luis. No le quiso favorecer el rey de Granada por las treguas que tenia con el rey de Castilla; tampoco en Africa hallő amparo alguno, antes se dice que le ayudó y sirvió á Abohanen en una memorable batalla en que fueron que brantadas las fuerzas de su padre Albohacen. De allí se volvió á Portugal, do anduvo huido y desterrado, puesta la esperanza de recobrar su patria en sola la cleinencia y misericordia ajena. Su mujer doña María Coronel, por no poder sufrir la ausencia del marido, quiso mas perder la vida que dejarse vencer de malos y deshonestos deseos; así, fatigada una vez de una torpe codicia, la apagó con un tizon ardiendo que metió con enojo por aquella misma parte donde era molestada; mujer digna de mejor siglo y digna de loa, no por el hecho, sino por el deseo invencible de castidad. En el entre tanto el rey de Castilla acudió á los movimientos y alteracion del Andalucía. Tomó muchas villas á don Alonso Coronel. Trataba y daba órden de cercar la villa de Aguilar, cuando juntamente tuvo aviso que don Enrique, confiado en la fortaleza de Gijon, levantaba bandera en las Astúrias y se apercebia de armas, y que su hermano don Tello, dende Montagudo en la raya de Aragon hacia muchos robos en sus tierras. El Rey, dejada la Andalucía, se partió á las Astúrias, porque los movimientos de aquella provincia eran mas peligrosos. Llegado el Rey, luego se rindieron los que tenian la fortaleza de Gijon á partido que el Rey los perdonase á ellos y á don Enrique, que andaba escondido en las montañas comarcanas. En esta jornada quedó prenda

los 25 falleció don Gonzalo de Aguilar, arzobispo de Toledo, dicen en Sigüenza, y que allí yace sepultado. Las revueltas de Castilla, que ya comenzaban, por ventura tenian al arzobispo don Gonzalo fuera de su iglesia, donde murió. Sucedióle sin duda don Vasco ó Blas, que el mismo es, que fué dean de Toledo, y á la sazon era obispo de Palencia y chanciller del Rey; su padre Fernan Gomez, camarero del rey don Fernando el Emplazado y hermano de don Gutierre el Segundo, prelado de Toledo. Partióse el Rey de Aguilar para Córdoba en sazon que doña María de Padilla le parió á su hija dona Beatriz. De allí se vino al reino de Toledo. En Torrijos, que es una villa que está cinco leguas de Toledo, en un torneo que se hizo en las alegrías por las habidas victorias y nacimiento de la hija, fué herido el Rey en una mano, de que estuvo en grande peligro de la vida á causa que con ningunos beneficios ni diligencia los cirujanos le podian restañar la sangre. A esta villa vino don Juan Alonso de Alburquerque de una em

bajada en que fué al rey de Portugal; y por su consejo se vino con él don Juan de la Cerda, á quien el Rey recibió en su gracia con palabras amorosas; mas no se pudo alcanzar dél que le quisiese restituir los pueblos que tomó á su suegro, que ya comenzaba á señorear en él no la razon y equidad, sino el rigor, la fuerza, el antojo y apetito. Daba por excusa que de la mayor parte tenia hecha merced á su hija, como si ya la recien nacida tuviera necesidad de dote para casarse y de estado con que sustentarse. Por este mismo tiempo doña Blanca de Borbon llegó á Valladolid, acompañada del vizconde de Narbona y del maestre de Santiago don Fadrique, que la salió á recebir; don Alonso de Alburquerque queria que se hiciesen luego las bodas. Era á Ja sazon el que lo mandaba todo con autoridad y señorío tan grande, que á las veces decia al Rey palabras pesadas. Pesábale, y con razon temia que los deudos de doña María de Padilla viniesen á ser los mas íntimos y privados del Rey, por esto le queria casar. Mas como se hallaba enlazado en los amores de doña María no podia sufrir que le necesitasen á obedecer, especialmente que con los años se hacia mas fiero é indomable, ni ya don Alonso de Alburquerque podia tanto con él y privaba menos. Los ministros y consejeros muy privados suelen ser pesados á sus señores, mayormente si ellos se adelantan en la privanza ó los señores se mudan de voluntad. De aquí tuvo principio su caida con menor sentimiento y lástima del pueblo, en cuanto todos creian que él fuera el principio, por la mala crianza del Rey, de todos los desórdenes pasados. Celebráronse todavía las bodas en 3 de junio con poca solemnidad y aparato, pronóstico de que serian desgraciadas; así lo sospechaba la gente. Fueron los padrinos don Alonso de Alburquerque y la reina de Aragon doña Leonor; halláronse presentes en la fiesta don Enrique y don Tello, hermanos del Rey, don Fernando y don Juan, infantes de Aragon, don Juan Nuñez, maestre de Calatrava, don Juan de la Cerda y otros ricos hombres. Por estos mismos dias en Francia se celebraron otras bodas mas dichosas que las nuestras, por los muchos hijos que dellas procedieron y el grande amor que hobo entre don Carlos, rey de Navarra, y su esposa madama Juana, hija mayor del rey de Francia. Deste matrimonio tuvieron tres hijos, que fueron Cárlos, Filipe y Pedro (don Filipe murió en sus primeros años); otras tres hijas María, Blanca y Juana. Blanca falleció de edad de trece años; sus hermanas casaron con grandes príncipes. De otra señora le nació antes desto al rey Carlos otro hijo llamado Leon, de quien descienden en Navarra los marqueses de Cortes. De don Pedro, hijo legítimo del mismo Rey, se precian venir por línea femenina los marqueses de Falces, casa asimismo principal de Navarra.

CAPITULO XVIII.

Que el rey de Castilla-dejó á la reina doña Blanca.

Aun no eran bien acabadas las fiestas de las bodas, cuando ya al rey de Castilla daba en rostro la novia, y no la podia ver por estar embebecido y loco con los amores de doña María de Padilla, no mas hermosa que la Reina, y de linaje, aunque noble, humilde, si se compara con la excelencia real. Dende á dos dias el Rey

aderezó su partida para el castillo de Montalvan, qua es una fortaleza sentada á la ribera del rio Tajo, donde dejó á su amiga, que antes era ya combleza. La Reina, su madre, y su tia la reina doña Leonor, avisadas de lo que el Rey queria hacer, le hablaron en secreto y con muchas lágrimas le rogaron y conjuraron por Dios y por sus santos que no fuese á despeñarse y á perder y destruir temerariamente su persona, fama, reino y todas sus cosas; que mirase lo que se diria en el mundo; que seria causa de que Francia le hiciese guerra, porque no sufriria tan grande agravio y mengua, además que daria ocasion para que los suyos se revolviesen, pues los estados se sustentan mas que con otra cosa con la buena fama y opinion, y que contra aquellos que no están bien con Dios y los deja de su mano, se conjuran y hacen á una los hombres y todos los males é infortunios del mundo; que tuviese lástima y le moviese las lágrimas de su esposa, y no trocase su amor por una torpe deshonestidad, no viniese desta maldad á caer en su total destruicion. No se movió el Rey por cosa que le dijesen, antes negó tener tal intento; pero luego hizo traer de secreto los caballos y se fué sin hablar á nadie. Don Enrique y don Tello y los infantes de Aragon fueron tras él, que muchos de los grandes daban en acomodarse con el tiempo y en lisonjear y saborear el gusto del Rey, un pésimo género de servicio. Solo uno, que era don Gil de Albornoz, cardenal y antes arzobispo de Toledo, como el que era en todo muy señalado, no dejaba de ainonestarle lo que le convenia y de palabra y por cartas le reprehendia; ocasion y principio de serje pesado y odioso. Cuanto las causas de aborrecerle eran mas injustas, tanto era el odio mayor. Antes de este tiempo con color que tenia en su tierra ciertos negocios tocantes á su casa, alcanzada licencia, se retiró á Cuenca. De allí pasó á Francia, do los papas residian, ca tenia por mejor vivir desterrado que traer la vida al tablero por estar el Rey enojado, en especial que tres años antes, como ya se dijo, fuera criado cardenal por Clemente VI. Sucedió á Clemente Inocencio el año pasado, el cual con este Prelado consultaba todos los negocios. El Rey y doña María de Padilla desde Montalvan se fueron á Toledo. En Valladolid se consultó de hacerle volver por fuerza; no se le encubrió este trato al Rey. Indignose grandemente contra don Juan Alonso de Alburquerque, que fué el que movió esta plática, en tanto grado, que para aplacarle le fué necesario darle en rehenes un hijo suyo llamado Gil; en fin, con grandísimos ruegos de los grandes se alcanzó que quisiese volver á Valladolid á ver la Reina, pero no estuvo con ella sino solos dos dias; tan desasosegado le traia y tan loco el amor deshonesto. Fué fama que le enhechizaron con una cinta, sobre la cual un judío hizo tales conjuros, que le parecia al Rey que era una grande culebra. Algunos tuvieron sospecha temeraria y desvergonzada que el Rey no sin causa se apartó tan repentinamente de su mujer doña Blanca, sino porque halló cierta traicion de su hermano don Fadrique, padre de don Enrique, á quien en Sevilla no parió, sino crió una judía llamada doña Paloma, tronco de quien desciende la casa y familia de los Enriquez, inserta en la casa real de Castilla. Cosas que no me parecen verisímiles, antes creo que despues que un deshonesto amor se apodera del corazon y entrañas do un hombre

aficionado, no hay que buscar otros hechizos ni causas para que parezca que un hombre está loco y fuera de juicio. De Valladolid se fué el Rey á Olmedo, villa de aquella comarca, y por su mandado vino allí de Toledo doña María de Padilla, sin que mas el Rey tuviese memoria ni lástima de la Reina, su mujer. Don Alonso de Alburquerque algunos dias se recogió en ciertas villas fuertes de su estado; despues por miedo que el Rey no le hiciese fuerza se pasó á Portugal. Parecióle que no se podia nada fiar de la fe y palabra de quien tenia en poco la santidad del matrimonio y la religion del sacramento. Don Fadrique, maestre de Santiago, habia estado mal con el Rey desde que hizo matar á su madre. Ahora, vuelto á su amistad, se vino á Cuellar, do entonces la corte estaba. Con su hermano don Tello se casó en Segovia doña Juana, bija mayor de don Juan de Lara. Llevó en dote el señorío de Vizcaya; favorecieron á este casamiento los deudos de doña María de Padilla, con intento de hacerse amigos y tener obligados los hermanos del Rey, que ya estaban mal con don Alonso de Alburquerque. La reina doña Blanca residia en Medina del Campo en compañía de la Reina, su sucgra; pasaba la vida mas de viuda que de casada con algunos honestos entretenimientos. De allí por mandado del Rey fué llevada á Arévalo, con órden que no la dejasen hablar con su suegra ni con ninguno de los grandes. Pusieron por guardas de la que no pretendia huir á don Pedro Gudiel, obispo de Segovia, y á Tello Palomeque, caballero de Toledo. Mudó el Rey los oficios de su casa, y hizo su camarero á don Diego García de Padilla, hermano de su amiga, dió la copa á Alvaro de Albornoz, y la escudilla á Pero Gonzalez de Mendoza, fundador de la casa de Mendoza, digo de la grandeza que hoy tiene, que entonces en aquella parte de Vizcaya que se llama Alava poscia un pueblo deste nombre, de que se tomó este apellido de Mendoza. Fué hijo deste caballero Diego de Mendoza, que el tiempo adelante llegó á ser almirante. Estas mudanzas de oficios se hicieron en odio de don Alonso de Alburquerque, que en la casa real tenia obligados á muchos. Lo mismo se hizo en Sevilla, donde el Rey se fué venido el otoño, que quitó en el Andalucía muchos oficios que el de Alburquerque á muchos grandes y ricos hombres proveyó el tiempo de su privanza. Así se truecan y mudan las cosas deste mundo. No hay cosa mas incierta, mudable y sin firmeza que la privanza con los reyes, especialmente si es granjeada con malos medios. Habíase el Rey entregado de todo punto, para que le gobernasen, á doňa María de Padilla y á sus parientes; ellos eran los que mandaban en paz y en guerra, por cuyo consejo y voluntad el Rey y reino se regian. Los grandes y los mismos hermanos del Rey, conformándose con el tiempo, caminaban tras los que seguian el viento próspero de su buena fortuna, y á porfia cada uno pretendia con presentes, servicios y lisonjas tener granjeada la voluntad de doña María de Padilla, con que se veia el reino lleno de una avenida de torpes y feas bajezas. En el invierno con las grandes y coutinuas lluvias salieron de madre los rios; especial en Sevilla la creciente fué tal, que por miedo no la asolase calafetearon fuertemente las puertas de la ciudad. En el principio del año siguiente de 1354, como quier que don Juan Nuñez de Prado, maestre de Calatrava, en

dias pasados se hobiese huido á Aragon por miedo que no le atropellasen, llamado del Rey con cartas blandas y amorosas, se vino á su villa de Almagro, pueblo principal de su maestrazgo. Allí por mandado del Rey le prendió don Juan de la Cerda, que ya estaba favorecido y aventajado con nuevos cargos. El mayor delito que el Maestre tenia cometido era ser amigo de don Juan Alonso de Alburquerque, y ser parte en el consejo que se tomó de suplicar al Rey volviese con la reina doña Blanca luego que la dejó. No paró en esto la saña, antes hizo que á la hora eligiesen en su lugar por maestre á don Diego de Padilla, sin guardar el órden y ceremonias que se acostumbraban en semejantes elecciones, sino arrebatada y confusamente sin consulta alguna; y al maestre don Juan Nuñez súbitamente le hicieron morir en la fortaleza de Maqueda, en que le tenian preso. Dió el Rey á entender que le pesaba de que le hobiesen muerto, no se sabe si de corazon, si fingidamente por evitar la infamia y odio en que podia incurrir con una maldad tan atroz y descargarse de un hecho tan feo con echar la culpa á otros. Pero, como quier que no se hizo ninguna pesquisa ni castigo, todo el reino se persuadió ser verdad lo que sospechaban, quelo mataron con voluntad y órden del Rey. Despues desto se hizo guerra en la tierra de don Juan Alonso de Alburquerque, que tenia muchas villas y castillos muy fuer tes y bien bastecidos. Cercaron la villa de Medellin, que está en la antigua Lusitania; desconfiado el alcaide de podella defender, dió aviso á don Alonso del estado en que se hallaba y con su licencia la entregó. Asimismo se puso cerco á la villa de Alburquerque, plaza fuerte y que la tenían bien apercebida; así, no la pudieron entrar. Levantóse el cerco y quedaron por fronteros en la ciudad de Badajoz don Enrique y don Fadrique, para que los soldados de Alburquerque no hiciesen salidas y robasen la tierra. Esta traza dió ocasion á muchas novedades que despues sucedieron. Fuése el Rey á Cáceres; desde allí envió sus embajadores al rey don Alonso de Portugal, que en aquella sazon en la ciudad de Ebora celebraba con grandes regocijos las bodas de su nieta doña María con don Fernando, infante de Aragon. Los embajadores, habida audiencia, pidieron al Rey les mandase entregar á don Juan Alonso de Alburquerque para que diese cuenta de las rentas reales de Castilla, que tuvo muchos años á su cargo, que sin esto no debia ni podia ser amparado en Portugal. Como don Juan Alonso estaba ya irritado con tan continuos trabajos no sufrió su generoso corazon este ultraje. Respondió con grande brio á esta demanda de los embajadores que él siempre gobernó el reino y administró la hacienda del Rey, su señor, leal y fielmente; que estaba aparejado para defender esta verdad en campo por su persona; que retaba como á fementido á cualquiera que lo contrario dijese; cuanto á lo que decían de las cuentas, dijo estaba presto para darlas con pago como se las tomasen en Portugal. Pareció que se justificaba bastantemente. Con esto los embajadores fueron despedidos sin llevar otro mejor despacho. A los hermanos del Rey pesabu mucho que las cosas del reino anduviesen revueltas y estuviesen expuestas para ser presa de cada cual. Pensaron poner en ello algun remedio; la comodidad del lugar los convidaba, acordaron de confederarse con don Juau Alonso de Alburquerque,

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