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roso ejército en que se halla toda la flor de Francia, In-
glaterra, Alemania y Aragon'y lo mejor del propio reino
de Castilla, todos soldados viejos muy ejercitados y que
se han hallado en grandes jornadas. Tienes muchos re-
yes amigos, y sobre todo tu ventura y felicidad y gran-
de benevolencia con que de todo este ejército eres ama-
do. Deséate toda Castilla, los buenos del reino te esperan,
y te quieren favorecer y servir; no habrá ninguno que,
sabido que te han alzado por rey, no se venga á nues-
tros reales. A otros pudiera en algun tiempo ser pro-
vechoso el nombre de rey, mas á tí en este trance es nc-
cesario del todo para sustentar la autoridad que es me-
nester para que te respeten y para descubrir las aficio-
nes y voluntades de los hombres. Si, como yo lo espero,
el cielo nos ayuda, á tí se te apareja una gloria grande,
nos quedarémos contentos con la parte de la merced y
honra que nos quisieres hacer. Si sucediere al revés,
lo
que de pensarlo tiemblo, no puede avenirte peor de
lo que
de presente padeces. Todos corremos el mismo
riesgo que tú; por tanto, nuestro consejo se debe tener
por mas fiel y seguro, pues es igual para todos el peli-
gro. No ha lugar ni conviene entretenerse cuando la
tardanza es peor que el arrojarse. Ea pues, ten buen
ánimo, ensancha y engrandece el corazón y toma á la
hora aquel nombre, para el cual te tiene Dios guardado
de tantos peligros. Ayúdate con presteza, y haz de tu
enemigo lo que él pretende hacer de tí; acábale desta
vez, ó si fuere menester, muere valerosamente en la de-
manda, que la fortuna favorece y teme á los fuertes y
esforzados, derriba á los pusilánimes y cobardes. >> Des-
pues que Beltran acabó su plática, todos los demás cau-

tenia por el rey de Castilla. Entró el Conde en ella lúnes 10 dias del mes de marzo; no se sabe si la entregaron por no estar tan bien fortificada y bastecida que se pudiese poner en defensa, ó porque los ciudadanos estuviesen mal con el rey don Pedro. Aquí en Calahorra se hizo consejo para determinar cómo se procedería en esta guerra. Los pareceres eran diferentes y contrarios; unos decian que era bien ir luego á Búrgos como á cabeza de Castilla, otros fueron de parecer que el conde don Enrique tomase título de rey para que, perdida del todo la esperanza de reconciliarse con su hermano, con mayor ánimo y constancia se hiciese la guerra y para meter á todos en la culpa y empeñallos. Beltran Cla→ quin, como quier que era varon de grande pecho y ánimo y por la grande experiencia que tenia en las cosas de la guerra el hombre de mas autoridad que venia en el ejército, dicen que habló desta manera: «Cualquiera que hobiere de dar parecer y consejo en cosas de grande importancia está obligado á considerar dos cosas principales: la una, cuál sea lo mas útil y cumplidero al bien comun; la otra, si hay fuerzas bastantes para conseguir el fin que se pretende. Como es cosa inhumana y perjudicial anteponer sus intereses particulares al bien público y pro comun, así intentar aquello con que no podemos salír, y á lo que no allegan nuestras fuerzas, no es otra cosa sino una temeridad y locura. Ninguna cosa, Señor, te falta para que no puedas alcanzar el reino de Castilla; todo está bien pertrechado; por tanto, mi voto y parecer es que lo pretendas, ca será utilísimo á todos, á tí muy honroso, y á nos de grandísima gloria, si con nuestras fuerzas y debajo de tu pendon, y siguiéndote como á cabeza y capitan, echá-dillos del ejército rodearon á don Enrique y le animaron remos del mundo un tirano y un terrible monstruo que en figura humana está en la tierra para consumir y acabar las vidas de los hombres. Restituírás á tu patria y al nobilísimo reino de tu padre la libertad que con su muerte perdió, y darásle lugar á que respire de tan innumerables trabajos y cuitas como desde entonces hasta el dia de hoy han padecido. ¿Por ventura no ves como las casas, campos y pueblos están cubiertos de la miserable sangre de la nobleza y gente de Castilla? ¿No miras tus parientes y hermanos cruelmente muertos, que ni aun á las mujeres ni niños no se ha perdonado? No tienes lástima de tu patria? No sientes sus males y te compadeces y avergüenzas de su miserable estado, tantos destierros, confiscaciones de bienes, perdimientos de estados, robos, muertes? Tan grandes avenidas y tempestades de trabajos, ¿quién, aunque tuviese el corazon de acero, las podria mirar con ojos que no se deshiciesen en lágrimas? No lo has de haber con aquellos antiguos y buenos reyes de Castilla los Fernandos y Alonsos, aquellos que, confiados mas en el amor que les tenían sus vasallos que en las armas, alcanzarón de los moros tan señaladas y gloriosas victorias. Ofrécesete un enemigo, que en ser aborrecido puede competir con el tirano que mas malquisto haya sido en el mundo, desamado de los extraños, insufrible y molestísimo á los suyos; una carga tan pesada, que cuando no hobiera quien la derribara, ella misma se viniera por sí al suelo. Falto y desguarnecido de gente, y si tiene algunos soldados, estarán como su príncipe corrompidos y estragados con los vicios, y que vendrán á la batalla ciegos, flacos y rendidos. Tú tienes un vale

á que se llamase rey; trujéronle á la memoria pronósticos en esta razon, aseguráronle que Dios y los hombres le favorecian. Con esto despliegan los pendones, y con mucho regocijo por las calles públicas de la ciudad dicen á voces: «Castilla, Castilla por el rey don Enrique.» El nuevo Rey, segun el estado y méritos de cada uno, hizo muchas mercedes; á unos dió ciudades, y á otros villas, castillos, lugares, oficios y gobiernos. Holgaba de parecer liberal, y era fácil serlo de hacienda ajena. Cada uno pensaba que cuanto pidiese tanto se hallaria, que todo le seria concedido. A Beltran Claquin dió á Trastamara, y á Hugo Carbolayo á Carrion, al uno y al otro con título de condes. A los hermanos del nuevo Rey, á don Tello restituyó el estado de Vizcaya, á don Sancho dió el de Alburquerque, el maestrazgo de Santiago se dió á don Gonzalo Mejía, y á don Pedro Muñiz, que tambien él era muy querido de don Enrique, dieron el maestrazgo de Calatrava; á don Alonso de Aragon, conde de Denía y Ribagorza, que era tio hermano del padre del rey de Aragon, le hizo merced de Villena con título de marqués y con todo el señorío que fué de don Juan Manuel; á otros dió villas y castillos, con que los contentó de presente y los heredó en el reino para adelante.

CAPITULO VIII.

Que el rey don Pedró fué echado de España.

Con los dos reyes que se intitulaban de Castilla cl reino andaba alborotado. El rey don Pedro, por su mucha crueldad, tenia poca parte en las voluntades de sus

pero ofrecíanle la corona de rey si la fuese á tomar en
su ciudad, pues por su antigüedad y nobleza se le de-
bia
que en ella y no en otra diese principio á su reina-
do. Aceptó su oferta, y luego se partió para aquella
ciudad, en que le recibieron con grandes aclamaciones
y regocijos; en el monasterio de las Huelgas fué coro-
nado y recebido por rey de Castilla. Con el ejemplo de
Búrgos las mas ciudades y fortalezas del reino de su
propia voluntad en espacio de veinte y cinco dias des-
pues
de su coronacion le vinieron á dar la obediencia.
Con esto no quedó nada inferior á su contrario ni en
fuerzas ni en vasallos; los grandes y los pueblos todos
á porfía deseaban con apresurarse ganar la gracia del
nuevo Rey. Asentadas las cosas de Castilla y Leon, se
fué don Enrique á Toledo. Alli sin ninguna dificultad,
antes con mucho regocijo, le abrieron las puertas. Re-
nunció el maestre de Santiago, don Garci Alvarez de
Toledo. Dióle el rey don Enrique en recompensa del
maestrazgo y de que se pasó á su servicio lo de Oropesa
y de Valdecorneja, con que don Gonzalo Mejía quedó sin
contradiccion por maestre de Santiago. Por muerte de
don Garci Alvarez lo de Oropesa quedó á su hijo Fernan
Dalvarez de Toledo, que en su mujer doña Elvira de Aya-

pueblos, todos deseosos de poderse rebelar y vengar la sangre de sus parientes. Ninguna cosa los tenia sino el miedo que, si les fuese contraria la fortuna, serian sin misericordia castigados. Los dos reyes con grande porfía y ahinco comenzaron la contienda sobre el reino. Cada cual tenia por sí grandes ayudas y valedores. De parte de don Enrique estaba el ejército extranjero, el odio de su competidor, y el ser los hombres naturalmente aficionados á cosas nuevas. A don Pedro ayudaba que casi antes fué rey que hobiese nacido, que era hijo de rey y descendia de otros muchos reyes, y que él solo quedaba por heredero legítimo de todos ellos. En ambos el nombre y majestad real era respetado y venerable. Punzaba á don Pedro la ofensa que se le hacia; á don Enrique le encendia en cólera y animaba á la venganza la sangre que de su madre y hermanos, amigos y parientes derramaron, y los grandes trabajos que el reino padecia. Finalmente, mayor cuidado tenia de sus1entar el nuevo nombre de rey que su propia vida. Con esta resolucion don Enrique y los suyos se determinaron ir luego á Búrgos; en el camino pasaron cerca de Logroño, mas no quisieron llegar á él porque entendieron que los ciudadanos no harian nada de su voluntad, y que si les cercaban seria cosa muy larga; Na-la tuvo á Garci Alvarez de Toledo, señor de Oropesa, varrete y Briviesca se les dieron luego. Mientras esto así pasaba, don Pedro se hallaba en Búrgos con pocos amigos, ca muchos dellos él mismo los hizo matar; suspenso y dudoso de lo que haria, no se atrevia á fiarse de nadie ni tomar resolucion si se iria, si esperaria á su enemigo. Resolvióse finalmente en ir con grande presteza á Sevilla, porque tenia en aquella ciudad sus hijos y tesoros, y temia perderlo todo. No se atrevió á arriscarse por saber cuán pocos eran los que le querian bien. Los de Burgos todavía le ofrecieron su ayuda; él se lo agradeció, y dijo que entonces no se queria valer de su buen ofrecimiento y lealtad, antes les alzó el homenaje que le tenian hecho para que, si se viesen en aprieto, pudiesen entregarse á don Enrique sin incurrir infamia ni caso de traicion. Cególe Dios para que no acetase el favor que le hacian, mayormente que como toda su perdicion le viniese por su crueldad, acrecentó de nuevo el odio que le tenian, con que al tiempo que se queria partir hizo matar á Juan Fernandez de Tovar no por otra culpa sino porque su hermano acogió en Calahorra á don Enrique. Esto hecho, se partió de Búrgos en 28 dias del mes de marzo. Dende el camino mandó á los capitanes y alcaides de las villas y castillos que tomara en Aragon les pegasen fuego, y desamparados, sacasen luego las guarniciones, y que lo mas presto que pudiesen se fuesen para él á Toledo. Desta suerte en un instante perdió lo que con gran costa y trabajo en muchos años tenia ganado. Uno destos pueblos fué la ciudad de Calatayud; la libertad que cobró en el postrero de marzo, hasta hoy la celebra con fiesta solemne y procesion, en que van fuera de la ciudad á Santa María de la Peña á cumplir el voto que entonces hicieron en memoria de la merced recebida. Llegó el rey don Pedro á Toledo; allí se detuvo algunos dias en asegurar aquella ciudad y dejalla á buen recaudo. Mandó quedar en ella por general á don Garci Alvarez de Toledo, maestre de Santiago. Partido el rey don Pedro de Burgos, los de la ciudad enviaron por sus cartas á llamar á don Enrique. Diéronle título de conde,

y á Diego Lopez de Ayala, cabeza de los Ayalas de Ta-
lavera, señores de Cebolla. Lo de Valdecorneja quedó á
otro Fernan Dalvarez de Toledo, hermano ó sobrino del
Maestre, y dél vienen los duques de Alba. Llámanse
Valdecorneja el Barrio, Dávila, Piedrahita, Horcajada
y Almiron. Apoderado don Enrique de tan principal
ciudad como Toledo, todo lo demás del reino quedó lla-
no, de manera que don Pedro no se atrevió mas á estar
en el reino, antes perdida del todo la esperanza, se de-
terminó de ponerse en salvo en una galera, en que em-
barcó sus hijos y tesoros, con que se fué á Portugal. Al
que Dios comenzaba á desamparar parecia que le fal-
taba el consejo y tambien el favor de los hombres. El
rey de Portugal no le quiso tener en su reino, antes le
envió á decir que no cabian dos reyes en una provin-
cia. Don Fernando, hijo del rey de Portugal, estaba
inclinado á don Enrique; favorecíale, y enviábanse mu-
chos recados el uno al otro, y estaba mal con el rey
don Pedro. Verdad es que en Portugal no se le hizo
ningun desaguisado por no violar el derecho de las gen-
tes, antes se le dió paso seguro para Galicia, para do
se encaminaba con intento de juntar en aquellos pue-
blos alguna flota en que pasarse á Bayona de Francia.
Llegado á Compostella, hizo matar á don Suero, arzo-
bispo de Santiago, y al dean de aquella iglesia, que se
decia Peralvarez, ambos naturales de Toledo. No aman-
saban tantos peligros el cruel ánimo del Rey, y él mis-
mo sin necesidad aumentaba las causas de su des-
truicion. Ordenó su partida á Francia; parecióle que
le era muy peligroso ir por tierra; así, allegó de aquella
costa una armada de veinte y dos navíos y algunos otros
bajeles menores. Embarcóse en ella con don Juan, su
hijo, y otras dos hijas, que doña Beatriz, la mayor, era
muerta, aunque Polidoro escribe que falleció en Bayo-
na de Francia. Con buen viento llegaron á Bayona en
la Guiena, que á la sazon se tenia por los ingleses; llevó
consigo una buena parte de sus tesoros. Verdad es que
la mayor cantidad dellos, que enviaba en una galera
con su tesorero Martin Yañez, se la tomaron los ciuda→

danos de Sevilla con deseo de hacer algun notable servicio á don Enrique, al cual todo se le allanaba. Córdoba se le habia entregado, y por horas le esperaban en Sevilla. Desta manera entendió don Pedro por su mal que las cosas humanas no permanecen siempre en un ser, y que muchas veces muy grandes príncipes, por mas dichosos y mas poderosos que fuesen, aunque estuviesen rodeados de grandes ejércitos, fueron destruidos por ser malquistos del pueblo, y llevaron el pago que sus obras merecian. El nuevo rey don Enrique, despues de llegado á Sevilla, asentó paces con los reyes de Portugal y de Granada. Hecho esto, del ejército de los extranjeros escogió mil y quinientas lanzas, y por sus capitanes Beltran Claquin y don Bernal, hijo del conde de Fox, señor de Bearne; con tanto, como si todo lo al quedara llano, despidió los demás soldados. De Aragon le enviaron á su mujer y á su nuera la infanta doña Leonor, en cuya compañía vinieron don Lopez Fernandez de Luna, arzobispo de Zaragoza, y otros señores principales. Era necesario asentar el gobierno del reino y poner buen recaudo en las rentas reales, proveer de dineros, porque el tesoro real le halló muy consumido con la guerra pasada. No se ponîa duda sino que de Francia bajaria otra tempestad de guerra, y que don Pedro, por ser de corazon tan ardiente, no sosegaria hasta que dejase juntamente el reino y la vida. Por tanto, se hicieron en Burgos Cortes generales de todo el reino, y en ellas el infante don Juan, hijo de don Enrique, fué jurado por sucesor y heredero del reino para despues de los dias de su padre. En estas Cortes asimismo se concedió la décima parte de las cosas que se vendiesen, sin limitar el tiempo desta concesion. La gana de que se administrase bien la guerra y el aborrecimiento que tenian á don Pedro les hizo en parte que no advirtiesen por entonces cuán grave carga habia de ser este tributo en los tiempos venideros. La ciega codicia de venganza y el dolor y peligro presente fácilmente turba y desbarata la corta providencia de los entendimientos de los hombres. Hizo don Enrique merced á la ciudad de Búrgos de la villa de Miranda de Ebro por los servicios que le hicieron en su coronacion y en recompensa de la villa de Briviesca, que era de Búrgos y la diera á Pedro Fernandez de Velasco, su camarero mayor; y porque la villa de Miranda era de la iglesia de Burgos, le dió en pago sesenta mil maravedís de juro cada un año situados en los diezmos del mar, para que se gastasen en las distribuciones ordinarias de las horas nocturnas y diurnas y se repartiesen entre los prebendados que asistiesen á los divinos oficios en la dicha iglesia mayor, que antes desto no tenian estas distribuciones. Era á la sazon obispo de Búrgos don Domingo, único deste nombre, cuya eleccion fué memorable; por muerte de su antecesor don Fernando los votos del cabildo se dividieron sin poderse concordar en dos bandos. Conviniéronse en que aquel fuese de comun consentimiento de todos electo por obispo á quien nombrase el canónigo Domingo, como árbitro que le hacían desta eleccion, ca le tenian por hombre santo y de buena conciencia. El, acetado que hobo la accion que le daban, sin hacer caso de ninguno de los competidores, dijo por sí aquella sentencia que despues se mudó en refran : «Obispo por obispo séaselo Domingo.» Holgaron todos los canónigos que se

hobiese nombrado, y recibiéronle por su prelado; diéronle las insignias episcopales é hicieronle consagrar. En estos dias el arzobispo don Lope de Luna vino otra vez á Castilla enviado por el rey de Aragon con embajada á don Enrique para pedille cumpliese con él lo que tenia capitulado y acusalle los juramentos que le tenia hechos y las pleitesías; en particular queria le pagase mucha suma de moneda que le prestara. El rey don Enrique le respondió que él confesaba la deuda y ser así todo lo que el Rey decia; todavía que aun no estaban sosegadas las cosas del reino, y que si no era con grande riesgo de alguna gran revuelta y escándalo, no podia tan presto enajenar de la corona real tantas villas y ciudades como le prometió; que pasado este peligro, él estaba presto para cumplir lo asentado; que le tenia en lugar de padre y le debia el ser, vida y reino que poseia y todo lo al. Esto decía por entretener al rey de Aragon; por lo demás muy resuelto de no enajenar ninguna parte de lo que antiguamente era reino de Castilla. Desta manera suelen los príncipes mirar mas por lo que les es útil y provechoso que tener cuenta con el deber y promesas que tengan hechas y juradas.

CAPITULO IX.

De las guerras de Navarra.

Estas cosas pasaban en Castilla ; entre los navarros y franceses con varia fortuna se proseguia en Francia la guerra que tres años antes deste se comenzara, aunque con mayor daño del rey de Navarra por estar ausente y ocupado en negocios de su reino. Tomáronle algunas villas y ciudades, cercáronle y combatieron otras. Los reyes de Francia y de Aragon hicieron liga en la ciudad de Tolosa, que es en la Gallia Narbonense, por sus procuradores, que cada uno dellos para este efecto envió. El principal en asentar los capítulos desta liga fué Luis, duque de Anjou, hermano del rey de Francia. Quedaron de acuerdo que el rey de Aragon hiciese guerra al de Navarra dentro de su reino, y que el rey de Francia le ayudase con quinientas lanzas pagadas á su costa, todo sin tener ningun respeto al estrecho parentesco que con él tenian, porque entrambos reyes eran sus cuñados por estar el de Navarra casado con hermana del rey de Francia, y el de Aragon tenia asimismo por mujer una hermana del mismo Navarro. Aquellos príncipes, que tenian obligacion á defendelle cuando otros le movieran guerra, esos se conjuraban contra él. ¡ Oh fiera codicia de reinar! El mal modo de proceder del rey Cárlos de Navarra y su aspereza le hacian odioso á los reyes sus vecinos, y era la causa que tuviese muchos enemigos. Entendida esta liga por el Navarro, él se estuvo quedo en España para hacer resistencia al rey de Aragon, mayormente que ya por su mandado Luis Coronel desde Tarazona hacia guerra en Navarra, robaba y destruia toda aquella frontera. A la Reina, su mujer, envió á Francia, dado que preñada, para que procurase aplacar al Rey, su hermano, y buscase algun remedio para salir del aprieto en que se hallaban. Esta ida no fué de provecho alguno, á causa que el rey de Francia pensaba y pretendia quedarse desta vez con toda la tierra que el de Navarra tenia en su reino. Estando pues la Reina en su villa de Evreux

en Normandía, en el postrero dia del mes de marzo parió al infante don Pedro, su segundo hijo, conde que fué de Moretano ó Mortaigne en Normandía, y con él en el medio del estio se volvió á Navarra; por no hallar buena acogida en el rey de Francia, de necesidad el Navarro hobo de buscar de quien favorecerse. Parecióle el mejor medio de todos aliarse y juntar sus fuerzas con el rey don Pedro, que andaba desterrado, y le rogaba hiciese liga con él; y como los hombres cuando se ven en algun grande aprieto son muy liberales, para traelle á su amistad le hacia una muy larga promesa de pueblos en Castilla, ca le ofrecia toda la tierra de Guipúzcoa, Calahorra, Logroño, Navarrete, Salvatierra y Victoria; parecen hoy dia, si no son fingidas, las escrituras que hicieron deste concierto en este año en la ciudad de Lisboa, cuando el rey don Pedro desde Sevilla se retiro á Portugal. Al presente el rey don Pedro desde Bayona procuraba socorros para poder volver á cobrar el reino de Castilla. En particular solicitaba á Eduardo, príncipe de Gales, que por su padre el rey de Inglaterra gobernaba el ducado de Guiena, para que le ayudase con sus gentes. Viéronse en Cabreron, que es un pueblo cerca de la canal de Bayona; hallóse en aquellas vistas don Cárlos, rey de Navarra. Convidólos á comer el Principe, sentáronse con este órden en la mesa; don Pedro á la mano derecha y luego junto áél el Príncipe, y á la mano izquierda se sentó solo de por sí el rey de Navarra. Confederáronse allí estos tres príncipes, y confirmaron con solemne juramento los conciertos que hicieron, que fueron estos, que el rey don Pedro fuese restituido en su reino, y que al príncipe Eduardo se le diese en recompensa de su trabajo el señorío de Vizcaya; que el rey de Navarra hobiese á Logroño, y que don Pedro dejase en Guiena sus hijas para seguridad y prenda de que cumpliria lo capitulado y pagaria, alcanzada la victoria, el dinero que se le prestaba para el sueldo de la gente de guerra. Sabida esta liga por el rey de Aragon, receloso del daño que della le podia venir, para hallarse con mayores fuerzas y poder mejor resistir á sus enemigos, renovó con el rey de Francia la confederacion y amistades que con él tenia hechas. El rey de Navarra estaba con gran cuidado y miedo no descargasen estos nublados sobre su reino, como el que caia en medio de dos enemigos tan poderosos como eran los reyes de Francia y Aragon. Por otra parte temia á los ingleses; juzgaba que para pasar en Castilla ó les habia de dar el camino por sus tierras, ó se le abririan con las armas. Hallábase muy congojado; aquejado con este pensamiento, no sabia qué consejo se tomase. La peor resolucion que él pudo tomar fué quedarse neutral, porque desta manera á ninguno obligaba, y á todos dejó querellosos. Todavía despues que lo hobo todo bien ponderado, tomó por mejor partido concertarse con el rey don Enrique, ora lo hiciese con disimulacion y engaño, ora que hobiese mudado su voluntad y quisiese salir fuera de la liga hecha con don Pedro y el príncipe de Gales. Como quiera que esto fuese, él tuvo sus hablas con el rey don Enrique en Santacruz de Campezo, que es una villa en la frontera de Navarra; halláronse presentes don Gomez Manrique, arzobispo de Toledo, que fuera elegido en lugar de don Vasco, don Alonso de Aragon, conde de Denia y marqués de Villena, don Lope Fernan

dez de Luna, arzobispo de Zaragoza, y Beltran Claquin. La confederacion que estos príncipes hicieron fué que el rey de Navarra no diese paso á los ingleses; que en la guerra que esperaban ayudase con su persona y con todo su ejército al rey don Enrique, y que para seguridad diese ciertas villas y castillos en rehenes de que cumpliria estos conciertos. Por el contrario, que don Enrique le diese á él á Logroño, la misma ciudad que poco antes don Pedro le prometió. En estos días don Luis, hermano del rey de Navarra, se casó con Juana, duquesa de Durazo; en la Macedonia, bija mayor de Cárlos, de quien heredó este estado, y á quien algunos años despues el papa Urbano VI dió la envestidura del reino de Nápoles. Y porque comunmente se yerra en lu decendencia destos príncipes, me pareció ponerla en este lugar. Cárlos II, rey de Nápoles, tuvo por hijo á Juan, duque de Durazo; hijos de Juan fueron Carlos y Luis; Cárlos fué padre de Juana y Margarita. De Luis, el otro hijo de Juan, nacieron Carlos, que vino á ser rey de Nápoles, y Juana, la que dijimos casó con el infante don Luis, hermano del rey de Navarra. Las vistas del rey de Navarra y de don Enrique, que se licieron en Campezo, fueron en el principio del año de 1367, en el cual, quién dice el año siguiente, en 18 de enero murió en Estremoz, villa de Portugal, el rey don Pedro. Vivió por espacio de cuarenta y seis años, nueve meses y veinte y un dias; reinó nueve años y otros tantos meses y veinte y ocho dias. Enterráronle en el monasterio de Alcobaza junto á doña Inés de Castro; hízosele un real y solemnísimo enterramiento con grande aparato y pompa. Entre otras cosas dejó buena renta para seis capellanes que allí dijesen cada dia misa por su ánima y por las de sus antepasados; fué aventajado en ser justiciero; lloraronle mucho sus vasallos, y sintieron su muerte como si con él en la misma sepultura se hobiera enterrado la pública alegría y bien de todo el reino. Tenia mandado que sus despenseros no comprasen ninguna cosa fiada, sino todo de contado y por justo precio. Hizo muy santas leyes contra la avaricia de los jueces y abogados, para que con su codicia y largas no fuesen los pleitos inmortales. Fué severísimo contra los malhechores, especialmente era rigurosísimo contra los adúlteros; llegó á que por haber cometido este delito el obispo de Portu, con sus propias manos le maltrató muy reciamente; así se decia vulgarmente, que traia consigo un azote para castigar á los que cogiese en algun delito. Tenia costumbre de distribuir cada año muchos marcos de plata, parte labrada, y parte acuñada, entre los suyos, segun la calidad y méritos de cada uno. Refiérese dél aquella sentencia: «Que no era digno de nombre de rey el que cada dia no hiciese bien y merced á alguna persona. » Hizo el puente y villa de Limia en Portugal; dejó por heredero de su reino á su hijo don Fernando, cuyo reinado no fué tal y tan feliz como el del padre. Con los embajadores que el rey de Aragon envió á su padre asentó él paces en 4 dias del mes de marzo deste año en los palacios de Alcanhaaes, que son cerca de Santaren. Tuvo amores deshonestos con doña Leonor de Meneses, mujer de Lorenzo Vazquez de Acuña, á quien se la quitó. El marido por tanto anduvo mucho tiempo huido en Castilla, y se dice dél que traia en la gorra unos cuernos de pla

ta como por divisa y blason, para muestra de la deshonestidad del Rey y de su afrenta, mengua y agravio.

CAPITULO X.

Que don Enrique fué vencido junto á Najara.

des y de ningun valor. Que si el ánimo no faltaba, sobraban las fuerzas y ciencia militar para desbaratar y vencer dos tantos ingleses que fuesen. Sobre todo que á tan justa demanda Dios no faltaria, y con su favor esperaban se alcanzaria una gloriosa victoria. Aprobó don Enrique este parecer, mandó marchar su campo la via de Alava para hacer rostro á algunas bandas de caballos ligeros del enemigo, que se habían adelantado y robaban aquella tierra. Llegó con su ejército junto á Sal

Toda Castilla y Francia ardian llenas de ruido y asonadas de guerra; hacíanse muchas compañías de hombres de armas, jinetes é infantería; todo era proveerse de caballos, armas y dineros. Las partes ambas igual-drian, y á vista del de su enemigo asentó su campo en un

mente temian el suceso y esperaban la victoria. Don Enrique en Búrgos, do era ido, se apercebia de lo necesario para salir al camino á su enemigo, que sabia con un grande y poderoso campo era pasado los Pirineos por las estrechas sendas y montañas cerradas de Roncesvalles. Llegó á Pamplona sin que el rey Cárlos de Navarra le hobiese hecho ningun estorbo á la pasada, ca estaba á la sazon detenido en Borgia. Prendióle andando á caza cerca de allí un caballero breton, Ilamado Olivier de Mani, que la tenia en guarda por Beltran Claquin, su primo. Entrambos los reyes sospecharon que era trato doble, concierto con este capitan que le prendiese, para tener color de no favorecer á ninguno dellos, y despues excusa aparente con el que venciese. A los príncipes ningun trato que contra ellos se haga, aunque sea con mucha cautela, se les puede encubrir; antes muchas veces les dicen mas de lo que hay, y eso lo malician y echan á la peor parte. Don Enrique partió de Búrgos con un lucido y grueso ejército de mucha infantería y cuatro mily quinientos hombres de á caballo, en que iba toda la nobleza de Castilla y la gente que de Francia y Aragon era venida en su ayuda. Llegó con su campo al Encinar de Bañares, llamó á consejo los mas principales del ejército, y consultó con ellos lo tocante á esta guerra. Los embajadores de Francia, que eran enviados á solo este efecto, y Beltran Claquin procuraron persuadir que se debia en todas maneras excusar de venir á las manos con el enemigo y no darle la batalla, sino que fortificasen los pueblos y fortalezas del reino, tomasen los puertos, alzasen las vituallas, y le entretuviesen y gastasen; que la misma tardanza le echaria de España por ser esta provincia de tal calidad, que no puede sufrir mucho tiempo un ejército y sustentarle. Que se considerase el poco provecho que se sacaria cuando se alcanzase la victòria, y lo mucho que se aventuraba de perder lo ganado, que era no menos que los reinos de Castilla y Leon y las vidas de todos. Que en el ejército de don Pedro venia la flor de la caballería de Inglaterra, gente muy esforzada y acostumbrada á vencer, á quien los españoles no se igualaban ni en la destreza en pelear ni en la valentía y fuerzas de los cuerpos. Finalmente, que se acordasen que no es menos oficio del sabio y prudente capitan saber vencer al enemigo con industria y maña que con fuerza y valentía. Esto dijeron los embajadores de Francia de parte de su Rey, y Beltran Claquin de la suya. Otros, que tenían menos experiencia y menor conocimiento del valor de los ingleses, y eran mas fervorosos y esforzados que considerados y sufridos, instaron grandemente en que luego se diese la batalla. Decian que la cosas de la guerra dependian mucho de la reputacion, y que se perderia si se rehusase la batalla, por entenderse que tenian miedo del enemigo y serian tenidos por cobarM-1.

lugar fuerte, porque le guardaban las espaldas unas sierras que allí están, con que podia pelear con ventaja si no le forzaban á desamparar aquel sitio. Considerando esto, los ingleses levantaron sus reales y tiraron la via de Logroño, ciudad que tenia la voz de don Pedro, con intento de traer á don Enrique á la batalla ó entraren medio del reino, por donde tenian esperanza que todas las cosas podrian acabar á su gusto. Entendido por don Enrique, que estaba en Navarrete, el fin del enemigo, volvió atrás camino de Najara, que es una ciudad que se piensa ser la antigua Tritio Metallo en los autrigones; y de que sea ella no es pequeño indicio que dos millas de allí está una aldea que retiene el mismo nombre de Tritio. Esta ciudad alcanza muy lindo cielo y unos campos muy fértiles, y por muchas cosas es un noble pueblo, y con el suceso desta batalla se hizo mas famoso. Escribiéronse estos príncipes; ċada cual daba á entender al otro la justicia que tenia de su parte y que no era él la causa desta guerra; antes la hacia forzado y contra su voluntad, y tenia mucho deseo y gana de que se concordasen y no se viniese al riesgo y trance de la batalla por la lástima que significaban tener á la mucha gente inocente que en ella pereceria. Mas como quier que no se concordasen en el punto principal de la posesion del reino, perdida la esperanza de ningun concierto, ordenaron sus haces en guisa de pelear. Don Enrique puso á la mano derecha la gente de Francia, y con ella á su hermano don Sancho con la mayor parte de la nobleza de Castilla; á su hermano don Tello y al conde de Denia mandó que rigiesen el lado izquierdo; él con su hijo el conde don Alonso se quedó en el cuerpo de la batalla. Los enemigos, que serian diez mil hombres de á caballo y otros tantos infantes, repartieron desta manera sus escuadrones. La avanguardia llevaban el duque de Alencastre y Hugo Carbolayo, que se era pasado á los ingleses. El conde de Armeñac y mosiur de Labrit iban por capitanes en el segundo escuadron; en el postrero quedaron el rey don Pedro y el príncipe de Gales y don Jaime, hijo del rey de Mallorca, el cual, despues que se soltó de la prision en que le tenia el rey de Aragon, casara con Juana, reina de Nápoles. Halláronse en esta batalla trecientos hombres de á caballo navarros, que con su capitan Martin Enrique los envió el rey Cárlos de Navarra en favor del rey don Pedro. Corria un rio en medio de los dos campos; pasóle don Enrique, y en un llano que está de la otra parte ordenó sus haces. En este campo se vinieron á encontrar los ejércitos con grandísima furia y ruido de las voces, de los combates, del quebrar de las lanzas y el disparar de las ballestas. El escuadron de la mano derecha, que regia Beltran Claquin, sufrió valerosamente el ímpetu de los enemigos, y parecia que llevaba lo mejor; empero en el otro

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