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ragoza, que se quedaron con la Reina. Estos la acompañaron en este viaje de Aragon; llegada allí, no halló en el Rey tan buena acogida como pensaba, que es cosa comun y como natural en los hombres desamparar al caido y hacer aplauso y dar favor al vencedor. Olvidado pues el rey de Aragon ya de las amistades y confederaciones que tenia hechas con don Enrique, tenía propósito de moverse al son de la fortuna y llegarse á la parte de los que prevalecían. A esta causa era ya venido en Aragon por embajador Hugo Carbolayo, in

lado quitó don Tello á los suyos la victoria de las manos; con mas miedo que vergüenza volvió en un punto las espaldas, sin acometer á los enemigos ni entrar en la batalla. Como él y los suyos huyeron, dejaron descubiertos y sin defensa los costados de Beltran y de don Sancho, por donde pudieron fácilmente ser rodeados de los enemigos, y apretándolos reciamente por ambas partes, los vencieron y desbarataron. Hízose gran matanza, y fueron presos muchos grandes y ricos hombres, entre ellos los capitanes mas principales del ejército. Don Enrique con mucho esfuerzo y valor procuró de-glés, y porque no podian tan presto y fácilmente contener su escuadron, que comenzaba á ciar y retirarse; por dos veces metió su caballo en la mayor priesa de la batalla con grandísimo peligro de surpersona; mas como quier que no pudiese detener á los suyos por la gran muchedumbre de enemigos que cargó sobre ellos y los desbarató, mal pecado, perdida del todo la esperanza de la victoria, se salió de la batalla y se acogió á Najara. De allí por el camino de Soria se fué á Aragon,acompañado de Juan de Luna y Fernan Sanchez de Tobar y Alfonso Perez de Guzman y de algunos otros caballeros de los suyos. A la entrada de aquel reino le salió á ver y consolar don Pedro de Luna, que despues en tiempo del gran scisma fué el papa Benedicto. No paró el rey don Enrique hasta que por los puertos de Jaca entró en el reino de Francia, sin detenerse en Aragon por no se fiar de aquel Rey, si bien era su consuegro. Hallábase en grande cuita, poca esperanza de reparo. Por semejantes rodeos lleva Dios á los varones excelentes por estos altos y bajos hasta ponerlos de su mano en la cumbre de la buenandanza que les está aparejada. Los demás de su ejército se huyeron por las villas y pueblos de aquella comarca, todos esparcidos, sin quedar pendon enhiesto, ni compañía entera, ni escuadra que no fuese desbaratada. Despues de la batalla hizo matar el rey don Pedro á Iñigo Lopez de Horozco, á Gomez Carrillo de Quintana, á Sancho Sanchez de Moscoso, comendador de Santiago, y á Garci Jofre Tenorio, hijo del almirante Alfonso Jofre, que todos fueron - presos en la pelea. Otros muchos dejó de matar por no los haber á las manos, que por ningun precio se los quisieron entregar los ingleses, cuyos prisioneros eran; demás que el príncipe de Gales le reprehendió con palabras casi afrentosas porque, despues de alcanzada la victoria, continuaba los vicios que le quitaban el reino, Uno de los presos fué don Pedro Tenorio, adelante arzobispo de Toledo. Llevó en esta batalla el pendon de don Enrique Pero Lopez de Ayala, aquel caballero que escribió la historia del rey don Pedro, y fué uno de los presos. Por esta razon algunos no dan tanto crédito á su historia, como de hombre parcial. Dicen que por odio que tenia al rey don Pedro encareció y fingió algunas cosas; á la verdad fué uno de aquellos contra quien en Alfaro él pronunció sentencia, en que los dió por rebeldes y enemigos de la patria. Dióse esta batala sábado 3 de abril deste año de 1367. Don Tello llevó á Búrgos las tristes nuevas deste desgraciado suceso. La reina doña Juana, mujer de don Enrique, sabida la rota, tuvo gran miedo de venir á manos de don Pedro; así, ella y sus hijos con gran priesa se fueron de Búrgos á la ciudad de Zaragoza. En esta sazon en Búrgos se hallaban don Gomez Manrique, arzobispo de Toledo, y don Lope Fernandez de Luna, arzobispo de Za

cluirse paces, se hicieron treguas por algunos meses. Despues de la victoria el rey don Pedro con todo su ejército se fué á Búrgos, prendió en aquella ciudad á Juan Cordollaco, pariente del conde de Armeñac y arzobispo de Braga, que era de la parcialidad del rey don Enrique. Hízole el Rey llevar al castillo de Alcalá de Guadaira y meterle en un silo, en que estuvo hasta la muerte del mismo don Pedro, cuando, mudadas las cosas, fué restituido en su libertad y obispado. El rey don Pedro, sin embargo, se hallaba muy congojado en trazar cómo podria juntar tanto dinero como á los ingleses de los sueldos debia y él recibió prestado del príncipe de Gales. No sabia asimismo cómo podria cumplir con él lo que le tenia prometido de darle el señorío de Vizcaya, porque ni los vizcaínos, que es gente libre y feroz, sufririan señor extraño, ni el tesoro y rentas reales, consumidos con tan excesivos gastos, como con estas revoluciones se hicieron, no alcanzaban con gran parte á pagar la mitad de lo que se debia. Por esta causa con ocasion de ir á juntar este dinero se fué don Pedro muy apriesa á Toledo, de allí á Córdoba. En esta ciudad en una noche hizo matar diez y seis hombres principales; cargábales fueron los primeros que en ella dieron entrada al rey don Enrique. En Sevilla mandó asimismo matar á micer Gil Bocanegra y á don Juan, hijo de Pero Ponce de Leon, señor de Marchena, y á doña Urraca de Osorio, madre de Juan Alfonso de Guzman, y á otras personas. A doña Urraca hizo quemar viva, fiereza suya, y ejecucion en que sucedió un caso notable. En la laguna propía en que hoy está plantada una grande alameda armaron la hoguera. Una doncella de aquella señora, por nombre Isabel Davalos, natural de Ubeda, luego que se emprendió el fuego, se metió en él para tenella las faldas porque no se descompusiese, y se quemó junto con su ama; hazaña memorable, señalada lealtad, con que grandemente se acrecentó el odio y aborrecimiento que de atrás al Rey tenian. Con los infortunios, destierro y trabajo que habia padecido parece era razon hobiera ya corregido los vicios que de antes parecian tener excusa con la mocedad, licencia y libertad, si su natural no fuera tan malo. Por el contrario, la afabilidad y buena condicion del rey don Enrique causaba que todos tenian lástima de sus desastres y le amaban mas que antes. Con esto se volvió á la plática de envialle államar y restituille en los reinos de Castilla. El rey de Navarra, de Borgia, do le tenian arrestado, se vino despues de dada la batalla á Tudela; á mosen Olivier, que le hizo compañía en aquella villa, le hizo prender, y no le quiso soltar de la prision hasta que le entregó á su hijo el infante don Pedro, que quedó en Borgia para seguridad que so cumpliria lo que los dos capitularon. Este mismo año

que se dió la batalla de Najara falleció en Viterbo, ciudad de Italia, el cardenal don Gil de Albornoz en 24 dias del mes de agosto, fiesta de San Bartolomé. Fué este prelado excelente varon, de gran valor y prudencia, no menos en el gobierno que en las cosas de la guerra, muy querido de tres papas que alcanzó, Clemente, Inocencio y Urbano V, que á esta sazon gobernaba la Iglesia romana. Hizo guerra en Italia á los tiranos que tenian usurpadas muchas ciudades y tierras de la Iglesia, y con dichosas armas las restituyó al patrimonio y estado de san Pedro, con que abrió el camino á sus sucesores para que pasasen la silla Apostólica á la antigua ciudad de Roma, que no tardó mucho tiempo en cumplirse. Depositaron su cuerpo en el monasterio de San Francisco de la ciudad de Asis; despues, sosegadas las cosas de España con la muerte del rey don Pedro, por haberlo él así mandado en su testamento, le trasladaron á la ciudad de Toledo; está enterrado en la iglesia mayor en la capilla de San Ilefonso. Concedió el romano Pontífice indulgencias á los que le trajesen en hombros; y fué tanta la devocion de los pueblos, que por do quier que pasaba salian á bandas á los caminos por ganar Jos perdones, y desta manera le trajeron hasta Toledo. CAPITULO XI.

Del maestre de Sau Bernardo.

El maestre de San Bernardo, dignidad cuyo nombre y noticia apenas ha llegado á nuestros tiempos, se haIló en la batalla de Najara con otros muchos en favor de don Enrique, donde fué preso y muerto por mandado del rey don Pedro, y le confiscaron muchos pueblos que poseia en las behetrías. No cuenta esto ninguno de los historiadores, sino solamente el despensero mayor de la reina doña Leonor, de quien arriba hicimos mencion. Verdad es que no escribe el nombre del Maestre ni qué principio ó autoridad tuviese esta dignidad, cosa en aquel tiempo muy sabida, al presente de todo punto olvidada; el tiempo todo lo gasta. Solo consta que este Maestre era hombre de religion y eclesiástico, porque el rey don Pedro fué descomulgado por la muerte que le dió. Lo que yo sospecho es que cuando el rey don Pedro por consejo de Juan Alonso de Alburquerque, como de suso se dijo, quiso encorporar las behetrías en la corona real, ó lo que es mas cierto, darlas á algunos señores particulares que las pretendian con mas codicia de estados que de hacer lo que era razon yjusticia, entonces de su voluntad y con facultad del Papa con color de religion se debieron de sujetar á la órden de San Bernardo, á imitacion de los caballeros de Calatrava y Alcántara, y eligieron una cabeza con título que le dieron de maestre de San Bernardo, para que como las demás religiones militares hiciesen guerra á los moros. Este color y diligencia, aunque fué á propósito para que aquellos pueblos se mantuviesen en la libertad en que por tantos siglos inviolablemente se mantuvieron, dió empero ocasion para que el Rey se indignase contra ellos. Por esta causa creo yo que el dicho Maestre se llegó á la parte de don Enrique; esto pudo ser, mas no es mas que conjetura y pensamiento. Lo que se sigue es cierto, que el sumo pontifice Urbano V por esta muerte y porque tenia fuera de sus iglesias á los obispos de Calahorra y de Lugo, envió un

arcediano con órden que le notificase cómo estaba descomulgado, y por tal le publicase. Este arcediano, como quier que temiese la crueldad de don Pedro y el poco respeto que tenia á la Iglesia, usó con él de cautela y maña; esto fué que se vino por el rio en una galeota muy ligera á Sevilla, y se puso á la ribera del campo de Tablada cerca de la ciudad; aguardó á que el Rey pasase por aquella parte, sucedióle como lo deseaba, preguntóle si queria saber nuevas de levante, que le diria cosas maravillosas y jamás oidas, porque acababa de llegar de aquellas partes. Llegóse el Rey cerca por oirle, y él le intimó entonces las bulas del Papa. Esto hecho, luego con grandísima velocidad se fué el rio abajo á vela y remo; ayudábale la menguante en que las aguas de la creciente del Océano volvian á bajar, así pudo mas ligeramente escaparse. El Rey enojóse mucho con la burla y como fuera de sí, desnuda la espada y arrimadas las espuelas al caballo, se lanzó en el rio. Tiró una gran cuchillada al Arcediano, que por no le poder alcanzar dió en la galeota, sin desistir de seguille hasta tanto que el caballo no podia nadar de cansado; corriera gran peligro de ahogarse si no le acorrieran prestamente con un barco en que le recogieron muy encolerizado. Decia á grandes voces que él quitaria la obediencia al Papa que tan violenta y suciamente regia la Iglesia; procuraria otrosí que hiciesen lo mismo los reyes de Aragon y de Navarra; además que aquella injuria él la vengaria muy bien con las armas y con hacer guerra á sus tierras. Esto dijo con los ojos encarnizados y hechos ascuas y con la voz muy fiera, alta y descompuesta. Las afrentas amenazas y desacatos que dijo contra el Papa mas le desdoraron á él que agraviaron al Padre Santo. Mandó luego apercebir una armada y hacer grandes llamamientos de gentes de guerra. El Papa, vista la furiosa condicion del rey don Pedro, se determinó de aplacalle de la mejor manera que pudiese; para hacello con mayor autoridad le envió un legado, que fué un sobrino suyo, cardenal de San Pedro, que le absolvió, de la excomunion, y hizo las amistades entre él y su tio con estas condiciones. Que consumido el oficio y nombre de maestre de San Bernardo, todos aquellos pueblos de allí adelante tuviesen su antiguo nombre de behetrías y fuesen del patrimonio real, á tal empero que no pudiesen ser entonces ui en algun tiempo dados ni vendidos ni enajenados. Guardóseles este respeto y preeminencia por ser bienes de religion y eclesiásticos. Demás desto, que la tercera parte de las décimas que llevaba á la sazon el Papa de los benefi→ cios fuese del Rey para ayuda á la guerra de los moros. Que el Papa otrosí sin consentimiento de los reyes de Castilla no pudiese en sus reinos dar obispados ni maestrazgos ni el priorato de San Juan ni otros mayores beneficios. Esto se le concedió teniendo consideracion al sosiego comun y al bien general de la paz, puesto que era contra la costumbre y uso antiguo. Es cosa notable y maravillosa que por contemplacion ni respeto de ningun príncipe quisiese el Papa perder en España tanto de su derecho y autoridad: en tanto se tuvo en aquella era el sanar la locura de un Rey, que primero con sus trabajos y ahora con la victoria andaba desatinado.

CAPITULO XII.

Que don Enrique volvió á España,

Llegado don Enrique á Francia, no perdió el ánimo, sabiendo cuán varias y mudables sean las cosas de los hombres, y que los valientes y esforzados hacen rostro á las adversidades y vencen todas las dificultades en que la fortuna los pone, los cobardes desmayan y se rinden á los trabajos y desastres. El conde de Fox, á cuya casa primero aportó, le recibió muy bien y hospedó amigablemente, aunque con recelo no le hiciesen guerra los ingleses porque le favorecia. De allí fué á Villanueva, que es cerca de Aviñon, para hablar á Luis, duque de Anjou y hermano del rey de Francia, en quien halló mejor acogimiento del que él podia esperar; socorrióle con dineros, y dióle consejos tan buenos, que fueron parte para que sus cosas tuviesen el próspero suceso que poco despues se vió. Envió por inducimiento y aviso del Duque con su embajada á pedir al rey de Francia su ayuda y favor para volver á Castilla. Fué oido benignamente, y determinóse el Rey de favorecelle. A la verdad la mucha prosperidad y buenos sucesos de los ingleses le tenian con mucho miedo y cuidado; tenia asimismo en la memoria los agravios que don Pedro le había hecho y la enemiga que tenia con él. Respondióle pues con mucho amor, y propuso de le ayudar con gente y dineros; dióle el castillo de Perapertusa en los confines de Ruisellon, en que tuviese á su mujer y hijos, ca desconfiados del rey de Aragon se retiraron á Francia; mandóle otrosí dar el condado de Seseno, en que pudiese vivir en el entre tanto que volvia á cobrar el reino de Castilla, de donde cada dia se venian á él muchos caballeros que fueron presos en la batalla de Najara, y estaban ya rescatados y librados de la crueldad del rey don Pedro; que los ingleses los escaparon de sus manos. De los primeros que se pasaron y acudieron en Francia á don Enrique fué don Bernal, hijo del conde de Fox, señor de Bearne, á quien el rey don Enrique, despues de acabada la guerra, en remuneracion deste servicio le dió á Medinaceli con título de conde. Fué casado este Príncipe con doña Isabel de la Cerda, hija de don Luis y nieta de don Alonso de la Cerda el Desheredado, de quien los duques de Medinaceli, sin haber quiebra en la línea, se precian descender. Hallóse tambien con don Enrique el conde de Osona, bijo de don Bernardo de Cabrera, el cual, despues que estuvo preso en Castilla, sirvió en la guerra á don Pedro por el gran sentimiento que tenia de la muerte de su padre. Finalmente, puesto en su entera libertad, se pasó á don Enrique con propósito de serville y seguir su fortuna hasta la muerte. Demás desto le avino bien á don Enrique en que el príncipe de Gales se volvió en estos dias á Guiena, enojado y mal satisfecho de don Pedro porque ni le entregó el señorío de Vizcaya que le prometió, ni le pagó los emprestidos que le hiciera, ni á muchos de los suyos el sueldo que les debia. Demás desto, en Castilla le comenzaba á ayudar la fortuna, ca muchos grandes y caballeros habian tomado su voz y hacian guerra á don Pedro. En particular se tenian por él las provincias de Guipúzcoa y Vizcaya y las ciudades de Segovia, Avila, Palencia, Salamanca y la villa de Valladolid y otros muchos pueblos del reino de Toledo. Cada dia se reforzaba mas su bando y parciali

y

dad, su enemigo mismo le ayudaba con hacerse por momentos mas odioso con su mal modo de proceder y desvariados castigos que hacia en los suyos. Juntado pues don Enrique su ejército, entró en Aragon por las asperezas de los Pirineos llamadas Valdeandorra; pasó por aquel reino con tanta presteza, que primero estuvo dentro de Castilla que pudiese el rey de Aragon atajarle el paso, si bien puso para estorbársele toda la diligencia que pudo. Llegado don Enrique á la ribera del rio Ebro, preguntó si estaba ya en tierra de Castilla. Como le respondiesen que sí, se apeó de su caballo, y hincado de rodillas hizo una cruz en la arena, y besándola dijo estas formales palabras: «Yo juro á esta sigailicanza de cruz que nunca en mi vida por necesidad que me venga salga de Castilla; antes que espere ahí la muerte, ó estaré á la ventura que me viniere.» Fué importante esta ceremonia para asegurar los corazones de los que le seguian é inflamallos en la aficion que le tenian. Vuelto á subir en su caballo, fué con todo su campo á Calahorra, que por aquella parte es la primera ciudad de Castilla; entró en ella el dia del arcángel san Miguel con mucho contento y regocijo de los ciudadanos y de muchos del reino que luego de todas partes le acudieron, ca andaban unos desterrados, y otros huidos de miedo de la crueldad del Rey, su herma→ no. De Calahorra se partió á Búrgos; allí fué recebido con una muy solemne procesion por el obispo, clerecía ciudadanos de aquella ciudad. Halló en el castillo preso á don Felipe de Castro, un grande del reino de Aragon, casado con su hermana doña Juana, que le prendieron en la batalla de Najara; mandóle luego soltar, y hízole donacion de la villa de Paredes de Nava y de Medina de Rioseco y de Tordehumos. Por el contrario, prendió en el mismo castillo á don Jaime, rey de Nápoles y hijo del rey de Mallorca, que se quedara en Búrgos despues que se halló en la batalla por la parte del rey don Pedro, y ahora cuando vió que recebian á don Enrique, se retiró al castillo para defenderse en él con el alcaide Alfonso Fernandez. Con el ejemplo de la real ciudad de Burgos otras muchas ciudades tomaron la voz de don Enrique, quitado el miedo que tenian, el cual no suele ser buen maestro para hacer á los hombres constantes en el deber y en hacer lo que es razon. Sosegadas las cosas en Búrgos, pasó con su campo sobre la ciudad de Leon, que á cabo de algunos dias se le rindió á partido el postrero dia de abril del año de 1368. En la imperial ciudad de Toledo unos querían á don Enrique, la mayor parte sustentaba la opinion de don Pedro, escarmentados del riguroso castigo que hizo allí los meses pasados y de miedo de la gente de guerra que allí tenia de guarnicion, que eran muchos ballesteros y seiscientos hombres de armas, cuyo capitan era Fernando Alvarez de Toledo, alguacil mayor de la misma ciudad. Tenia don Enrique en su ejército mil hombres de armas; con estos y con la infantería, que era en mayor número, no dudó de venir sobre una ciudad tan grande y fuerte como Toledo y tenerla cercada. Tenia por cierto que, apoderado que fuese de una ciudad y fuerza semejante, todo lo demás le seria fácil de acabar. Asentó sus reales en la vega que se tiende á la parte del setentrion á las haldas de la ciudad; puso muchas compañías en los montes que están de la otra parte del rio Tajo; este gran rio como con un compás rodea las

tres cuartas partes de la ciudad, corre por la parte del levante, y revuelve hácia mediodía y poniente. Para que se pudiese pasar de los unos reales á los otros y se favoreciesen en tiempo de necesidad mandó fabricar un puente de madera, que fué despues muy provechoso. Los toledanos sufrian constantemente el cerco, puesto que harto inclinados á don Enrique; mas no osaban admitille en la ciudad por miedo no lo pagasen los rehenes que consigo se llevara don Pedro, que eran los mas nobles de Toledo. La ciudad de Córdoba en este tiempo, quitada la obediencia á don Pedro, seguia la parte de don Enrique con tanto pesar y enojo de su contrario, que no dudó de pedir al rey de Granada le enviase su ayuda para irla á cercar. Envióle Mahomad gran número de moros jinetes, con que y su ejército puso en gran estrecho la ciudad y la apretó de manera, que un dia estuvo á punto de ser entrada, ca los moros á escala vista subieron la muralla y tomaron el alcázar viejo. Acudieron los cordobeses, considerado el peligro y cuán sin misericordia serian tratados si fuesen vencidos, y pelearon aquel dia con gran desesperacion, y rebatieron tan valerosamente los moros, que mal de su grado los forzaron á salir de la ciudad. A muchos hicieron saltar por los adarves, y les tomaron las banderas y fueron en pos dellos hasta bien léjos. Señaláronse inucho en este dia las mujeres cordobesas, ca visto que era entrada la ciudad por los moros, no se escondieron ni cayeron en sus estrados desmayadas, sino con varonil esfuerzo salieron por las calles y á los lugares en que sus maridos y hijos peleaban, y con animosas palabras los incitaron á la pelea; con esto los cordobeses tomaron tanto brio y coraje, que pudieron recobrar la ciudad, que ya se perdia, y hacer gran estrago y matanza de sus enemigos. Desesperados los reyes de poder ganar la ciudad, levantaron el cerco. Don Pedro se fué á Sevilla á proveer lo necesario para la guerra, que todo se hacia mas de espacio y con mayores dificultades de lo que él pensaba; el rey de Granada, sin que don Pedro le fuese á la mano, saqueó y robó las ciudades de Jaen y Ubeda, que á imitacion de Córdoba seguían el bando de don Enrique; taló otrosí lo mas de los campos del Andalucía, con que llevaron los moros á Granada gran muchedumbre de cautivos, tanto, que fué fama que en sola la villa de Utrera fueron mas de once mil almas las que cautivaron. Con esto toda la Andalucía se via estar llena de llantos y miseria; por una parte los apretaban las armas de los moros, por otra la crueldad y fiereza de don Pedro.

CAPITULO XIII.

Que el rey don Pedro fue muerto.

El rey don Pedro, desamparado de los que le podian ayudar y sospechoso de los demás, lo que solo restaba, se resolvió de aventurarse, encomendarse á sus manos y ponerlo todo en el trance y riesgo de una batalla; sabia muy bien que los reinos se sustentan y conservan mas con la fama y reputacion que con las fuerzas y armas. Teníale con gran cuidado el peligro de la real ciudad de Toledo; estaba aquejado, y pensaba cómo mejor podria conservar su reputacion. Esto le confirmaba mas en su propósito de ir en busca de su enemigo y dalle la batalla. Procuráronselo estorbar los de Sevilla; decíanle que se destruia y se iba derecho a despeñar;

que lo mejor era tener sufrimiento, reforzar su ejército y esperar las gentes que cada dia vendrian de sus amigos y de los pueblos que tenian su voz. Esto que le aconsejaban era lo que en todas maneras debiera seguir, si no le cegaran la grandeza de sus maldades y la divina justicia, ya determinada de muy presto castigallas. Estando en este aprieto, sucedióle otro desastre, y fué que Victoria, Salvatierra y Logroño, que eran de su obediencia, fatigadas de las armas del rey de Navarra y por falta de socorro por estar don Pedro tan lejos, se entregaron al Navarro. Ayudó á esto don Tello, el cual, si estaba mal con don Pedro, no era amigo de su hermano don Enrique, y así se entretenia en Vizcaya sin querer ayudar á ninguno de los dos. Proseguíase en este comedio el cerco de Toledo. Y como quier que aquella ciudad estuviese, como dijimos, dividida en aficiones algunos de los que favorecian á don Eurique intentarou de apoderalle de una torre del muro de la ciudad que miraba al real, que se dice la torre de los Abades. Como no les sucediese esa traza, procuraron dalle entrada en la ciudad por el puente de San Martin, sobre lo cual los del un bando y del otro vinieron á las manos, en que sucedieron algunas muertes de ciudadanos. Sabidas estas revueltas por el rey don Pedro, dióse muy mayor priesa á irla á socorrer, por no hallalla perdida cuando llegase. Para ir con menor cuidado mandó recoger sus tesoros, y con sus hijos don Sancho y don Diego llevallos á Carmona, que es una fuerte y rica villa del Andalucía, y está cerca de Sevilla. Hecho esto, juntó arrebatadamente su ejército y aprestó su partida para el reino de Toledo. Llevaba en su campo tres mil hombres de á caballo; pero la mitad dellos, mal pecado, eran moros y de quien no se tenia entera confianza, ni se esperaba que pelearian con aquel brio y gallardía que fuera necesario. Dicese'que al tiempo de su partida consultó á un moro sabio de Granada, llamado Benagatin, con quien tenia mucha familiaridad, y que el Moro le anunció su muerte por una profecía de Merlin, hombre inglés, que vivió antes deste tiempo como cuatrocientos años. La profecía contenia estas palabras: << En las partes de occidente, entre los montes y el mar, nacerá una ave negra, comedora y robadora, y tal, que todos los panales del mundo querrá recoger en sí, todo el oro del mundo querrá poner en su estómago, y despues gormarlo ha, y tornará atrás. Y no perecerá luego por esta dolencia, caérsele han las péñolas, y sacarle han las plumas al sol, y andará de puerta en puerta y ninguno la querrá acoger, y encerrarse ha en la selva allí morirá dos veces, una al mundo y otra á Dios, y desta manera acabará.» Esta fué la profecía, fuese verdadera ó ficcion de un hombre vanísimo que le quisiese burlar; como quiera que fuese, ella se cumplió dentro de muy pocos dias. El rey don Pedro con la hueste que hemos dicho bajó del Andalucía á Montiel, que es una villa en la Mancha y en los oretanos antiguos, cercada de muralla, con su pretil, torres y barbacana, puesta en un sitio fuerte y fortalecida con un buen castillo. Sabida por don Enrique la venida de don Pedro, dejó á don Gomez Manrique, arzobispo de Toledo, para que prosiguiese el cerco de aquella ciudad, y él con dos mil y cuatrocientos hombres de á caballo, por no esperar el paso de la infantería, partió con gran priesa en busca de don Pedro. Al pasar por la villa de Orgaz, que

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está á cinco leguas de Toledo, se juntó con él Beltran Claquín con seiscientos caballos extranjeros que traia de Francia; importantísimo socorro y á buen tiempo, porque eran soldados viejos y muy ejercitados y diestros en pelear. Llegaron al tanto allí don Gonzalo Mejía, maestre de Santiago, y don Pedro Muñiz, maestre de Calatrava, y otros señores principales que venian con deseo de emplear sus personas en la defensa y libertad de su patria. Partió don Enrique con esta caballería; caminó toda la noche, y al amanecer dieron vista á los enemigos antes que tuviesen nuevas ciertas que eran partidos de Toledo. Ellos, cuando vieron que tenian tan cerca á don Enrique, tuvieron gran miedo, y pensaron no hobiese alguna traicion y trato para dejarlos en sus manos; á esta causa no se fiaban los unos de los otros. Recelábanse tambien de los mismos vecinos de la villa. Los capitanes con mucha priesa y turbacion hicieron recoger los mas de los soldados que tenian alojados en las aldeas cerca de Montiel; muchos dellos desampararou las banderas de miedo ó por el poco amor y menos gana con que servian. Al salir el sol formaron sus escuadrones de ambas partes y animaron sus soldados á la batalla. Don Enrique habló á los suyos en esta sustancia: «Este dia, valerosos compañeros, nos ha de dar riquezas, honra y reino, ó nos lo ha de quitar. No nos puede suceder mal, porque de cualquiera manera que nos avenga, serémos bien librados; con la muerte saldrémos de tan inmensos é intolerables afanes como padecemos; con la victoria darémos principio á la libertad y descanso, que tanto tiempo ha deseamos. No podemos entretenernos ya mas; si no matamos á nuestro enemigo, él nos ha de hacer perecer de tal género de muerte, que la ternémos por dichosa y dulce si fuere ordinaria, y no con crueles y bárbaros tormentos. La naturaleza nos hizo gracia de la vida con un necesario tributo, que es la muerte; esta no se puede excusar, empero los tormentos, las deshonras, afrentas é injurias evitarálas vuestro esfuerzo y valor. Hoy alcanzaréis una gloriosa victoria, ó quedaréis como honrados y valerosos tendidos en el campo. No vean tal mis ojos, no permita vuestra bondad, Señor, que perezcan tan virtuosos y leales caballeros. Mas ¿qué muerte tan desastrada y miserable nos puede venir que sea peor que la vida acosada que traemos? No tenemos guerra con enemigo que nos concederá partidos razonables ni aun una toJerable servidumbre cuando queramos ponernos en sus manos; ya sabeis su increible crueldad, y teneis bien á vuestra costa experimentado cuán poca seguridad hay en su fe y palabra. No tiene mejor fiesta ni mas alegre que la que solemniza con sangre y muertes, con ver destrozar los hombres delante de sus ojos. ¿Por ventura habémoslo con algun malvado y perverso tirano, y no con una inhumana y feroz bestia? Que parece ha sido agarrochada en la leonera para que de allí con mayor braveza salga á hacer nuevas muertes y destrozos. Confio en Dios y en su apóstol Santiago que ha caido en la red que nos tenia tendida, y que está encerrado donde pagará la cruel carnicería que en nos tiene hecha; mirad, mis soldados, no se os vaya, detenedla, no la dejeis huir, no quede lanza ni espada que no pruebe en ella sus aceros. Socorred por Dios á nuestra miserable patria, que la tiene desierta y asolada; vengad la sangre que ha derramado de vuestros padres, hijos,

amigos y parientes. Confiad en nuestro Señor, cuyos sagrados ministros sacrilegamente ha muerto, que os favorecerá para que castigueis tan enormes maldades, y le hagais un agradable sacrificio de la cabeza de un tal monstruo horrible y fiero tirano.» Acabada la plática, luego con gran brio y alegría arremetieron á los enemigos; hirieron en ellos con tan gran denuedo, que sin poder sufrir este primer impetu en un momento se desbarataron. Los primeros huyeron los moros, los castellanos resistieron algun tanto; mas como se viesen perdidos y desamparados, se recogieron con el rey don Pedro en el castillo de Montiel. Murieron muchos de los moros en la batalla, muchos mas fueron los que perecieron en el alcance; de los cristianos no murió sino solo un caballero. Ganóse esta victoria un miércoles 14 dias de marzo del año de 1369. Don Enrique, visto como don Pedro se encerró en la villa, á la hora la hizo cercar de una horma, pared de piedra seca, con gran vigilancia porque no se les pudiese escapar. Comenzaron los cercados á padecer falta de agua y de trigo, ca lo poco que tenian les dañó de industria, á lo que parece, algun soldado de los de dentro, deseoso de que se acabase presto el cerco. Don Pedro, entendido el peligro en que estaba, pensó cómo podria huirse del castiIlo mas á su salvo. Hallábase con él un caballero que le era muy leal, natural de Trastamara, decíase Men Rodriguez de Sanabria; por medio deste hizo á Beltran Claquin una gran promesa de villas y castillos y de docientas mil doblas castellanas, á tal que dejado á don Enrique le favoreciese y le pusiese en salvo. Extrañó esto Beltran; decia que si tal consintiese, incurriria en perpetua infamia de fementido y traidor; mas como todavía Men Rodriguez le instase, pidióle tiempo para pensar en tan grande hecho. Comunicado el negocio secretamente con los amigos de quien mas se fiaba, le aconsejaron que contase á don Enrique todo lo que en este caso pasaba; tomó su consejo Don Enrique le agradeció mucho su fidelidad, y con grandes promesas le persuadió á que con trato doble hiciese venir á don Pedro á su posada, y le prometiese haria lo que deseaba. Concertaron la noche; salió don Pedro de Montiel armado sobre un caballo con algunos caballeros que le acompañaban, entró en la estancia de Beltran Claquin con mas miedo que esperanza de buen suceso. El recelo y temor que tenia dicen se le aumentó un letrero que leyó poco antes, escrito en la pared de la torre del homenaje del castillo de Montiel, que contenia estas palabras: «Esta es la torre de la Estrella.» Ca ciertos astrólogos le pronosticaran que moriria en una torre deste nombre. Ya sabemos cuán grande vanidad sea la destos adevinos, y como despues de acontecidas las cosas se suelen fingir semejantes consejas. Lo que se refiere que le pasó con un judío médico es cosa mas de notar. Fué así, que por la figura de su nacimiento le habia dicho que alcanzaria nuevos reinos y que seria muy dichoso. Despues cuando estuvo en lo mas áspero de sus trabajos, díjole: Cuán mal acertastes en vuestros pronósticos. Respondió el astrólogo: Aunque mas hielo caiga del cielo, de necesidad el que está en el baño ha de sudar. Dió por estas palabras á entender que la voluntad y acciones de los hombres son mas poderosas que las inclinaciones de las estrellas. Entrado pues don Pedro en la tienda de don Beltran, díjole que ya era

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