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libre el que solo por ser Dios ha de gozar de un conocimiento inmenso, y no ha de encontrar á cada paso contrastada su voluntad por la accion de las leyes que él mismo ha establecido; mas ¿será tan fácil que admitamos todos en él la providencia? Será tan fácil que admitamos en él la presciencia? Debemos salvar ante todo nuestra libertad, pues destruyéndola nos destruimos; ¿es cierto que sea conciliable con aquellas dos propiedades del espíritu increado?

>>>Me veo ante todo precisado á manifestar que sin la idea de la providencia, no solo no conciben muchos la existencia de ninguna religion, no conciben ni la de ese mismo Dios cuyos atri- . butos indagamos. La fatalidad, dicen, gobierna entonces el mundo, todo sucede porque ha de suceder, y hasta el hombre en todos sus actos no hace mas que obedecer á la fuerza del destino. No hay en nosotros acciones buenas ni malas, no hay moralidad, es injusta la recompensa, mas injusto el castigo. O admitimos la fatalidad, ó hemos de suponer que Dios ha creado el mundo para regirle á su antojo y no con la luz de la sabiduría, cosa en Dios contradictoria y por imposible absurda.

Yo tampoco concibo sin la providencia á Dios; mas no acepto ni puedo aceptar de modo alguno este argumento. La providencia y la fatalidad no son dos ideas opuestas, son dos fases de una misma idea. Lo que es relativamente á Dios providencia, es fatalidad respecto á los demás séres; y de esto tenemos pruebas inequívocas, y á mi modo de ver, incontrastables. ¿A qué llamamos propiamente fatalidad? La fatalidad no es mas que una ley que se nos impone, una ley cuya accion no podemos evitar ni aun con el ejercicio de nuestras mas altas facultades. Si Dios dispone en su sabiduría que la humanidad tuerza mañana el curso que hasta ahora ha seguido, su resolucion ¿no será luego una ley? No será luego una fatalidad, es decir, una necesidad para nosotros (1)?

>>Para mí pues las ideas de providencia y fatalidad son inseparables; ó afirmamos las dos à la vez, ó las negamos. ¿Qué motivos habrá para afirmarlas? Qué para negarlas? Abro la historia, y las veo probadas en cada página, en cada suceso, aun en aquellos hechos que están al parecer escritos solo con fuego y sangre. Veo que las mas grandes catástrofes han producido mas ó menos tarde resultados beneficiosos para nuestra especie ; que las ruinas de los imperios han servido no pocas veces para sepulcro de ideas que no podian producir ya sino abrojos y dolores; que las invasiones en un principio mas funestas han contribuido à generalizar principios fecundísimos, que de otro modo hubieran visto reducida la esfera de su accion al estrecho círculo de una ciudad ó un pueblo; que los mismos tiranos han acelerado la marcha de revoluciones que habian de ser indudablemente un bien para generaciones medio embrutecidas por la esclavitud y la barbarie; que el mal se convierte por fin en felicidad, y brota hasta entre cadáveres y sangre el árbol de la cultura social, que se viste á cada mudanza de nuevas y vistosas flores. Esta continua trasformacion de mal en bien, trasformacion que veo reproducida en la historia de la naturaleza, ¿no ha de probarme que vela Dios eternamente sobre sus criaturas, y que estas, aun haciendo uso de su libertad, obedecen solo á los inescrutables decretos de la Providencia?

» Mas ¿y esta libertad? se exclama. ¿Cómo es posible que me llame libre si está constantemente sobre mi la voluntad de Dios, y no está en mi contrariarla? Dios, al crear los séres, les

(1) Hé aquí cómo define y explica MARIANA en el tratado que estamos compendiando la providencia, la fatalidad, el libre arbitrio. Omnia ex divinae mentis decreto procedere fatendum est quae in sua simplicitate multiplicem modum rebus gerendis constituit. Is modus ad Deum relatus providentia dicitur; rebus quas disponit comparatus fatum.

Est ergo divina providentia divina ratio quae immota cuncta disponit... Ita providentia simplex et in Deo est; fatum multiplex et inre quaque suum... Arbitrium facultas quaedam est voluntatis et rationis, per quam, positis quae neces saria sunt ad agendum, et velle potest et nolle.-De morte et immortalitate, lib. 2.

ha dado una naturaleza distinta, naturaleza que vemos determinada en cada uno de ellos por el conjunto de sus facultades. ¿Podemos ni siquiera imaginar que para dirigir el mundo al fin á que fué creado tenga nunca que violentar las condiciones de existencia de ninguna de sus obras? Somos séres libres, y dispone de nosotros como de séres libres; para la realizacion de ninguno de sus designios necesita violar la libertad que nos ha sido concedida. ¿En qué la sentimos efectivamente coartada? En qué la sienten coartada aun aquellos que están al frente de las grandes naciones y han de influir mas que nosotros en la futura suerte de sus pueblos (1)?

>>Nuestra libertad no queda menoscabada en lo mas minimo ni por la hipótesis de la providencia ni por la de la presciencia. Cuando admitimos la presciencia en Dios pretendemos afirmar, no que Dios conoce el porvenir, sino que lo ve por no existir para él tiempo ni espacio, por abarcar de una sola mirada la eternidad, por ser á sus ojos presente lo que á los nuestros es ya pasado, ya futuro. Que por una cualidad propia de su sér Dios vea ya hoy lo que he de hacer mañana, ¿en qué detiene mis acciones ni violenta mi albedrio?

>>Sé que muchos autores no comprenden así la idea de la presciencia; mas sé tambien que por no comprenderla así se han visto arrastrados á sentar cuestiones, que considero hasta como una impiedad que se propongan. ¿Es Dios autor del pecado? han atrevido á preguntarse; y los hay que por temor de ponerse en contradiccion consigo mismos, la accion, han dicho, procede del Criador, mas no lo forma. ¿Qué necesidad habia, establecida ya la cuestion, de apelar á distinciones, aunque agudas, frívolas y falsas? Dios ha dado al hombre, como á todo género de séres, leyes generales bajo las cuales podemos, en virtud de nuestra libertad, caminar á la virtud y al vicio. Obramos mal conociendo siempre cómo podriamos obrar bien; el mal es pues pura y exclusivamente nuestro. ¿Habrá tal vez aun quien se queje de Dios por habernos concedido esta terrible facultad de armar la mano para cometer el crimen? Mas ¿cómo no se ha quejado antes de ser una individualidad libre y consciente? Cómo no se ha quejado antes de ser hombre? Podemos caer en pecado, y podemos precisamente por esa misma libertad que constituye nuestro sér y nuestro orgullo. Mal educada esta, pretende resistir á la accion de la providencia; y hé aquí por qué nos abre á cada paso cien abismos. ¿Seguirá tal vez alguno quejándose de que necesite de educacion nuestro albedrío? Mas ¿cómo no se queja antes de que nuestra razon no sea perfecta y deba tener un tan lento y penoso desarrollo? Cómo no se queja antes de que Dios no nos haya hecho á todos dioses (2)?

>> Lo mal determinada que ha sido por muchos la idea de la presciencia los ha llevado aun á otro error, los ha llevado á exagerar el principio de la predestinacion, solo admisible para un corto número de individuos destinados á realizar los decretos de la Providencia, contrastando con su mayor energía de voluntad y de talento las fuerzas libres que á tal realizacion se oponen. Tienden todos estos errores y exageraciones á limitar, si no á destruir, nuestra libertad; y seria muy oportuno para obviarlos que recordase todo filósofo cómo, siendo la libertad una consecuencia obligada de nuestra razon, la libertad es lo que principalmente nos distingue de los demás séres. Toda idea que pueda minorarla es para mí capaz de excitar por de pronto la desconfianza, y digna de ser mas tarde rechazada. >>

Cierra con estas graves cuestiones MARIANA la segunda parte de su tratado, despues de la cual

(1) Deus sane vim nullam nostrae libertati infert, nihil de illa sua providentia delibrat, rebus utitur ut singularum natura exigit.- De morte et immortalitate, lib. 2. (2) Quidquid electuri sumus vidit Deus intuilu aeterno, cognitio necessitatem non offert, uti ante est dictum. Vidit,

inquam, non sanxit; praedixit, non definivit, ut fierent. Praescit omnia, sed non omnia praefinit, quae sunt Damasceni verba latine reddita.-De morte et immortalitate, lib. 2.

solo se ocupa ya del pecado original y de la gracia, recargando de nuevo la pintura de los estragos causados por los deleites, la de las penalidades de la vida y la de las dulzuras de la muerte, y sobre todo, trazando acá y acullá con vivísimos colores el cuadro de los placeres que nos esperan en el cielo, mansion donde los bienaventurados volverán á ver á los que mas amaron, gozarán recordando lo que hicieron en la tierra, comprenderán lo que jamás les permitieron ver las sombras de que cubrió nuestro entendimiento la falta cometida en el paraíso, disfrutarán constantemente de la vista de Dios, cuya luz les llenará de una beatitud inefable. Quisiéramos exponer tambien la doctrina contenida en este tercer libro; mas deberiamos entrar en lo mas oscuro de la teología cristiana, y nos hemos propuesto apreciar á MARIANA mas como filósofo que como autor ascético. Nuestro artículo va haciéndose algo mas largo de lo que creiamos; permitásenos que en lugar de una tercera exposicion nos detengamos á escribir algunas reflexiones sobre las doctrinas explanadas.

MARIANA en esta segunda parte no se deja ya preocupar como en la primera por la idea de desarmar la reforma; dilucida las cuestiones prescindiendo de todas las influencias de su siglo; y si no siempre aduce argumentos bastante filosóficos, las examina casi siempre à la luz de la razon, y las resuelve como podia hacerlo en aquella época el pensador mas ilustrado del catolicis→ mo. Cae muchas veces en la vulgaridad, y se hace trivialísimo y difuso; pero en medio de esa misma vulgaridad sabe no pocas elevarse á las mas altas regiones de la filosofia. ¡Qué lástima que haya empezado tan mal á probar su creencia sobre la inmortalidad del alma ! «Si un dia llegase á convencerme de que esta creencia es falsa, dice, ignoro cómo podria concebir ni la existencia de la sociedad ni la del hombre.» ¿Tan débil es en nosotros la nocion del deber, que solo á la idea de que el alma puede morir se extinga? El deber tiene su raíz en el principio mismo de nuestra voluntad, el deber es la necesidad de una accion impuesta por una ley que está en nosotros mismos, el deber es verdaderamente lo que ha llamado Kant un imperativo categórico. Que creyéramos que no en la inmortalidad del alma, su voz se alzaria siempre de un modo imperioso en el fondo de nuestro sér, y determinaria como ahora y como siempre nuestras mas frivolas acciones. No ha habido acaso pueblos enteros que no han admitido la inmortalidad de nuestro espíritu? No ha habido sectas filosóficas que la han negado por sistema? Esos pueblos y esos filósofos han reconocido, sin embargo, como los que mas, los deberes

naturales.

La verdadera prueba de nuestra inmortalidad está, no en esa ni en otras vaguedades de igual género, sino en la consideracion del movimiento propio de nuestra alma, consignado con tan raro talento por Platon y explicado por MARIANA con no menos exactitud y acierto. Mil fenómenos intelectuales acreditan á cada paso este movimiento, sin el cual hubiera sido muy difícil que la filosofia moderna hubiese encontrado un punto de partida ni una base sólida para sus sistemas. Sin empezar nuestra alma por sentirse, por reconocerse, por adquirir la conciencia de sí misma independientemente del mundo que nos rodea, no cabe afirmar ni la realidad objetiva ni la subjetiva; sin afirmar esta realidad no cabe proceder á investigaciones ulteriores ni sobre Dios, ni sobre la naturaleza, ni sobre la humanidad, ni sobre el hombre; cerrado el campo á estas investigaciones, no hay filosofia ni ciencia alguna posible. ¿Dónde estariamos aun de nuestro largo y penoso camino, si el alma por esa espontaneidad que la distingue no hubiera podido concebir ese yo que se pone, se opone, se limita y no halla en el mundo fenomenal sino la realizacion de sus propias ideas, ó sea la realizacion del mundo inteligible? El movimiento propio de nuestra alma es ya un hecho casi incuestionable; y para nosotros cuando menos, admitido el

hecho, no es lógico creer que puede ni debe seguir nuestro espíritu la condicion del cuerpo. Aceptada la premisa, la mas rebelde razon se ve condenada á deducir la consecuencia ya sentada. Milita contra esta prueba, como ha visto el mismo MARIANA, el famoso principio de la escuela aristotélica : nihil est in intellectu quod prius non fuerit în sensu; mas nadie ignora que este principio, no solo es cuestionable, sino que está ya refutado y destruido por todos los que han hecho un riguroso análisis de las facultades de nuestro entendimiento. MARIANA, aunque lo calificó de disputable, se contentó con manifestar que, aun siendo cierto, no quedaba destruida su creencia; y no advirtió tal vez hasta donde debia que si no quedaba destruida la creencia, lo quedaba por lo menos la fuerza de su mas sólido argumento. Creyendo en la vida propia de nuestra alma, ¿qué razon podia moverle á dejar pasar sin refutacion un principio tan opuesto? Hoy, en un tratado como el suyo, podria dispensársenos tal vez tan grave negligencia; mas ¿cómo no hemos de censurársela hablándose de una época en que la filosofia aristotélica ejercia aun mucho imperio en todas nuestras universidades y centros literarios?

Es tanto mas vituperable este descuido cuanto que, fuera de la prueba de Platon, apenas ha presentado otra que no se venga abajo por su propio peso. El alma y el cuerpo, dice luego, están en perpetua lucha; si el alma es la que establece la paz, ¿no hemos de considerarla naturalmente superior al cuerpo? Estaria indudablemente demostrada esta superioridad si el alma figurase solo como árbitro en la lucha ; pero es tambien combatiente, y acredita por harta desgracia nuestra la experiencia individual, que, léjos de salir siempre vencedora, sale no pocas vencida, y queda otras muchas reducida á la impotencia. Vienen despues de la satisfaccion de nuestras pasiones los remordimientos, voz interior con que el espíritu manifiesta aun su supremacía sobre la materia; mas podemos acaso olvidar que la intensidad de estos remordimientos disminuye en razon directa del número de triunfos alcanzados por nuestros apetitos? Los remordimientos no solo disminuyen, cesan cuando cierta clase de faltas, por haber llegado á constituir en nosotros un verdadero hábito, pasan á ser un elemento de la vida. El libertino, el ladron, el homicida hacen al fin gala de crímenes que en un principio se avergonzaban de confesar ante si mismos; el libertino, por ejemplo, mira ya en la mitad de su carrera como actos que no deben turbar siquiera el goce de sus voluptuosos sueños el estupro, el rapto, el aborto provocado, el adulterio. ¿Cómo se concebiria de otro modo la persistencia en el delito de hombres cuyo simple recuerdo basta para infundir terror á toda una comarca? Cómo se concebiria de otro modo la brutal indiferencia con que estos mismos clavan el puñal en el pecho de sus víctimas?

La última prueba aducida por MARIANA es algo mas poderosa y concluyente; pero solo contra los que niegan la inmortalidad y admiten por otra parte la espiritualidad del alma. La negacion de la inmortalidad lleva efectivamente de una manera fatal é irresistible al materialismo puro, por el cual es probable que se atreviesen á decidirse muy pocos filósofos en tiempos de nuestro pensador teólogo. Manifestar la contradiccion en que aquellos incurrian era siempre descartarse de un gran número de enemigos y robustecer su tésis; pero esto, que podria satisfacernos tratándose de una creencia en cuyo apoyo no hubiese pruebas mas generales y absolutas, no puede contentarnos en esta cuestion, presentada por MARIANA bajo un solo punto de vista rigurosamente filosófico.

La de la existencia y la de los atributos de Dios están desarrolladas aun en el tratado De morte et immortalitate con menos fuerza de ciencia. La existencia de Dios no viene alli probada, viene solo sentida; los atributos vienen, no solo mal probados, sino tambien mal deslindados y clasificados. Deberiamos aconsejar al lector que cerrara el libro al llegar á estos capítulos, si en me

dio de muchas ideas vulgarisimas no brillasen de vez en cuando algunas suficientes por sí solas para resolver dificultades que aun hoy han sido suscitadas y mal resueltas por los mas audaces filósofos del siglo. Ha sido negada en nuestros tiempos con una energía casi salvaje la idea de la Providencia; y la hemos negado nosotros mismos declarándonos en cambio decididamente fatalistas. Tal como entiende MARIANA la Providencia, esta division entre providencialistas y fatalistas es, además de insubsistente, inútil. La humanidad, dice, obedece como el resto del universo á leyes inevitables, leyes que acreditan en Dios la providencia, pero que son una fatalidad para nosotros, á quienes como séres libres será licito cuando mas detenerlas por un tiempo dado, nunca contrariarlas ni destruirlas. ¿En qué diferimos realmente de MARIANA los que nos atrevemos á admitir el fatalismo social para explicar la historia de los pueblos? Nuestra disidencia queda reducida á lo sumo á que MARIANA pudo creer hijas de esa cualidad llamada Providencia las leyes que nosotros no acertamos á considerar sino como una necesidad impuesta á Dios por su sabiduría absoluta; á que MARIANA cree posible en Dios una idea, que para nosotros es hasta contradictoria en un sér que teniendo una ciencia de intuicion y no progresiva, ni puede apreciar las diversas evoluciones de nuestro entendimiento, ni seguirnos por el inestricable dédalo de nuestras antinomias. MARIANA hizo indudablemente dar un gran paso á esta cuestion, y merecia por esto solo elogios, cuando no por tantos otros rasgos de ingenio y pensamientos muy profundos.

Pregúntase luego nuestro juicioso filósofo si Dios es autor del pecado y si la predestinacion existe, dificultades á que podia ya fácilmente contestarse despues de resuelta con tanta claridad la de la Providencia. Si Dios da la ley, y el pecado es la trasgresion de la ley, solo nosotros en virtud de nuestra libertad somos los autores del pecado, ha dicho; y no hay en verdad á tan exacta y lógica solucion réplica posible. Si Dios, continúa, ha dictado leyes generales para la marcha de la especie y las ha dictado atendiendo á la singular naturaleza de los individuos, la predestinacion no es necesaria, y solo se hace posible para casos extraordinarios en que la desviacion de la regla tienda á destruir ó á hacer ineficaz la regla misma; solucion no ya tan filosófica como la anterior, pero bastante razonable. La predestinacion, á nuestro modo de ver, no existe ni puede existir desde el momento en que se admite que Dios gobierna el mundo por leyes todas inevitables, para cuyo cumplimiento no se ha tratado de violar ni en los demás animales la fuerza de los instintos ni en nosotros el libre albedrio que nos constituye hombres. No lo negó MARIANA, y fué tal vez por no chocar del todo con las ideas mas recibidas en su siglo. Falta ya solo que consideremos el modo cómo nuestro autor ha entendido la presciencia. El sentido literal de esta palabra está muy lejos de favorecer la interpretacion que con otros muchos autores de su época le ha dado; pero es, á no dudarlo, tan ingeniosísima interpretacion el único medio de hacerla conciliable con la libertad, que de cualquier otro modo ha de quedar destruida. Si no por lo científica, cuando menos por lo aguda y original, es digna esta opinion de ser algun tanto respetada. Nosotros admitimos como MARIANA la prevision en Dios, para quien suponemos no hay division de tiempo ni de espacio; pero una prevision general, no esa prevision de detalle que le concede falseando la misma naturaleza de ese sér á quien todos los teólogos se esfuerzan en revestir de atributos á cuál mas contradictorios. Conocemos que no hemos de ser en esto comprendidos; mas conocemos tambien que no es este lugar oportuno para desarrollar nuestras ideas filosóficas, y nos hemos de contentar con enunciarlas.

MARIANA las ha explanado con bastante detencion acerca de las cuestiones mas capitales de la moral y de la teología, pero no acerca de las altas dificultades ontológicas y psicológicas, que no

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