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de los pueblos que obedecen à la voz de Cristo. La Iglesia, si no quiere abrir con sus propias manos la fosa en que podrá ser enterrado su cadáver, ha de continuar, y no puede menos de seguir con su vituperada intolerancia. Se le pretende demostrar que la libertad de cultos la depuraria comunicándole mas robustez y vida; pero esto no es mas que un lazo tendido por escritores sin pudor, lazo en que, si no cae ella, no dejan de caer aun algunos de sus mas celosos partidarios. Uno de nuestros politicos contemporáneos decia un dia en el Parlamento que el gobierno es esencialmente de resistencia, que la revolucion se encarga de echar el resto para la marcha de la especie humana. Al oirle hasta sus mismos amigos condenaron una para ellos tan peregrina idea; mas¿dejaba de estar en lo cierto? Para nosotros, y cuenta que nosotros profesamos ideas muy distintas de su señoría, quien se engañaba aquí no era el orador, eran sí sus amigos. El gobierno debe resistir, la Iglesia debe resistir; tal es á nuestros ojos el papel que les está confiado por la fatalidad social, fatalidad que podemos denominar tambien con el nombre, para algunos mas consolador, de Providencia. En lo físico, como en lo moral, de la resistencia y del choque debe resultar el equilibrio.

Donde empero estuvo mas acertado MARIANA fué en las cuestiones económicas. Comprendió perfectamente de dónde proceden los gravísimos males que aquejan á los pueblos; atribuyó el orí— gen de la propiedad á la tiranía, partió del principio que la comunidad habia sido el estado primitivo de la especie. Circunscribióse por de contado á hablar de la propiedad territorial, única combatible, no solo en su origen, sino en sus derechos señoriales y en sus funestos resultados; dejó á un lado é intacta la de los frutos del trabajo, legitimada y hasta exigida por la misma organizacion del hombre. La division de la tierra, y sobre todo la acumulacion de vastas haciendas en pocas manos, hé aquí, dijo, el motivo principal de los desórdenes sociales; si se distribuyese mas la propiedad, si se procurase templar así los males que habian de nacer forzosamente de romper una comunidad impuesta por la razon y la justicia, no veriamos como ahora crecer numerosas familias de pobres junto á los mismos palacios de los poderosos, en el mismo seno de la abundancia y la riqueza. Estos pobres lo son por un vicio de la sociedad, y deben ser socorridos por esta misma sociedad, cuya mala organizacion es la causa de su hambre y su miseria. La sociedad no ha sido creada solo para la defensa mutua de los que la componen, lo ha sido tambien para garantizar la existencia de todos y cada uno de sus individuos.

Estos principios, consignados de una manera enérgica en casi todos los libros de los santos padres, han sido repetidos con no menos dignidad y valor por nuestro publicista; mas desgraciadamente no ha sabido ó no se ha atrevido à deducir ni sus mas inmediatas y naturales consecuencias. Los ha repetido casi solo para probar de nuevo la necesidad de la caridad cristiana, sentimiento que en instantes dados puede producir efectos sorprendentes; pero que, como todo sentimiento, es incapaz de destruir nunca un mal ni de extirpar vicio alguno de nuestras sociedades. Obran en nosotros contra la fuerza de un sentimiento los cálculos egoistas de nuestra razon, la voz de nuestros intereses, y mas que todo aun las distintas pasiones que á cada impresion que recibimos nos agitan; la influencia de un sentimiento ha de ser necesariamente pasajera. Hace ya diez y nueve siglos que espiró el que vino á alumbrar con la llama de esa caridad nuestros tristes corazones; ¿en qué ha sido reformada esencialmente la sociedad de que formamos parte? La caridad es y ha de ser impotente para alejar males cuya causa, á pesar de la caridad, subsiste y obra.

Impidase la acumulacion de la propiedad, exclama por otra parte MARIANA; pero si la propiedad es ya injusta en su origen, ¿dejará despues de dividida de producir efectos subversivos?

¿Qué medios propone además para impedir una acumulacion que se ha formado á la sombra de las leyes? Ve sin cultivo campos inmensos de que es la aristocracia propietaria; ¿propone acaso que se los declare del Estado y se los devuelva á la comunidad de que fueron violentamente separados? No, dice, cultivelos el concejo á cuyo término pertenezcan, cubra con el precio de los productos los gastos de labranza, resérvese una cuarta parte de los beneficios, y restituya las otras tres al descuidado propietario. Vislumbra, al parecer, que solo el trabajo continuado puede legitimar la posesion del suelo; pero no sabiendo aun sobreponerse á la manera de pensar de su época, quiere que se pague à la propiedad un tributo que la propiedad ni se ha procurado ni ha exigido.

Aun esos medios que propone se puede asegurar que le son sugeridos mas por la vista de las dolencias de los pueblos que por la fuerza natural de sus principios. Ve å esos pueblos abru→ mados de tributos, considera que estos se han de hacer insoportables en un país falto de medios de comunicacion, y por consiguiente de relaciones comerciales; y solo por quererlos atenuar proyecta recursos que tal vez en su interior le repugnaban. Habló, sin embargo, MARIANA acerca de los impuestos generalmente con singular prudencia y tacto. Conoció la necesidad de no gravar los articulos de mas general consumo, y pidió la rebaja de los derechos que pesaban sobre ellos desde siglos; conoció que el impuesto solo siendo igual podia parecer justo y exigible, y pidió la anulacion de todo privilegio; conoció que las contribuciones deben ser lo menos gravosas posible, y pidió, no solo la supresion de todo destino inútil, sino el llamamiento á los altos puestos del Estado de los hombres que pudieran ocuparlos sin cobrar sueldo del erario. Participó tambien de preocupaciones, pero de preocupaciones perdonables en su siglo. El lujo, dijo, por ejemplo, debe pagar mayor tributo que los artículos comunes; las ricas telas venidas de otras naciones deben ser cargadas á la entrada con un impuesto bárbaro. MARIANA no habia aun podido considerar que un artículo no es generalmente de lujo sino cuando aparece nuevamente en el campo de la industria; que artículos con que ayer solo pudo engalanarse la frente de la orgullosa dama son hoy quizá el adorno de la mas humilde obrera; que gravar los articulos de lujo es por consiguiente impedir la universalizacion de los mismos y detener la marcha de las artes; que, gracias á esta idea, confirmada por una experiencia nunca interrumpida, si algunos artículos debieran ser privilegiados á los ojos del erario deberian serlo precisamente esos que condena á una situacion tan dura. MARIANA no habia aun podido considerar, por otra parte, que si esas ricas telas venidas de países extranjeros no tenian en España similares, sus enormes derechos de entrada no habian de ser satisfechos sino por los mismos españoles; que esos enormes derechos no eran por consecuencia mas que un nuevo tributo sobre el lujo, tributo que no habia de conducir sino á aumentar los malísimos efectos que acabamos de ir levantando con la punta de la pluma. Proponíase MARIANA con esta medida, segun confesion del mismo, atraer á España á los fabricantes extranjeros ; mas sin advertir que ni los derechos habian de rebajar tanto el consumo, ni aun cuando lo rebajasen, podian aquellos industriales tejer con la misma baratura que en su patria, en un país donde faltaban, además de una infinidad de elementos, hábitos verdaderamente industriales. MARIANA no vió claro en este asunto, y se dejó arrastrar por preocupaciones vulgarisimas; mas ¿es tan de extrañar, cuando hoy, despues de tres siglos, hay aun economistas que incurren en los mismos errores y declaman tambien contra el lujo y contra los productos extranjeros?

Estuvo MARIANA en cambio irrefutable al hacerse cargo de si podia alterarse ó no el valor de la moneda. Debatió primero esta cuestion en uno de los capítulos del libro De Rege y posteriormente

en un tratado especial que escribió en latin y tradujo despues al castellano (1). Hizola, puede decirse, su caballo de batalla, llegando á tratarla con tan decidido empeño y singular vehemencia, que espantó á sus mismos enemigos. Alterar el valor de la moneda, dijo, no solo es injusto; no puede producir sino el cáos social, es imposible. La moneda, añadió, tiene dos valores, uno intrinseco, el que tiene por la naturaleza de la materia de que está compuesta; otro legal, el que le da la acuñacion por derecho regio. ¿Puede el valor legal diferir mucho del intrinseco? El valor legal, si ha de procederse con equidad, no puede ser mas que el mismo valor intrínseco, mas los gastos de troquel y fábrica. Si es menos, pierde el erario; si mayor, hay un verdadero robo. No se puede calificar de otro modo el acto de vender lo que vale solo dos por cuatro. Ahora bien, ignora el pueblo este crímen? Es imposible entonces la justicia en la venta, es imposible la legalidad en el cambio. ¿Tiene noticia de él? Retira el capitalista de la circulacion sus fondos y el comercio cesa; se espanta el simple vendedor y aumenta el precio de los artículos hasta cubrir la depreciacion de la moneda. Hay carestia, hay cesacion de trabajo, hay hambre, hay trastornos, hay desórden. La moneda vieja se esconde; la nueva, aunque con desconfianza, corre de mano en mano, principalmente entre los que han de vivir de la obra diaria de sus manos; y cuando ya arrepentido el rey trata de reparar el daño hecho reştituyendo su valor antiguo á la moneda, ocurre una nueva revolucion, un nuevo desbarajuste de intereses sociales, viéndose condenado el mismo pueblo á corregir á costa de penosos sacrificios una falta de que ha sido y debido ser la primer víctima.

¡Qué exactitud hay aquí en las ideas! Qué bien descritos y detallados están aquí todos los efectos de una medida tan imprudente y opresora! El mas ilustrado economista de nuestro siglo no aprecia hoy mejor la cuestion; y los hay, de seguro, que ni sabrian exponerla con tanta precision ni resolverla con tanta claridad y tan buen juicio. El Estado, hay todavía quien dice hoy, refiriéndose á la cuestion de crédito, puede imponer la circulacion forzosa de la moneda de menos valor intrínseco y mas desprovista de garantía; con la circulacion forzosa se tiene siempre un medio para hacerse con recursos y prevenir, ó cuando menos, destruir los efectos de las grandes crisis. Mas ¿cómo? replica MARIANA; yo, tendero, no podré rechazar la moneda que me obliga á tomar el Estado; pero ¿quién me ha de impedir á mi proporcionar el valor de mis artículos al valor intrinseco de la moneda en que me los han de pagar los compradores? Esta ha sido, continúa MARIANA, la consecuencia de todas las alteraciones hechas hasta ahora en tan importante materia; y esta ha sido, añadimos nosotros, la suerte de los asignados franceses, y esta será la de todo papel que no sea pagadero al portador en dinero de buena ley, en dinero que no deba apreciarse en mucho mas de su valor intrinseco. No solo no es lícito, repetimos con MARIANA, es inútil, es inconducente alterar el valor de toda clase de moneda.

No fué de mucho tan feliz MARIANA en las pocas cuestiones administrativas que sujetó á su juicio. Reprobó con justicia la institucion de los burdeles públicos, quejóse no sin motivo de que las municipalidades acabasen de legitimar la prostitucion cobrándole, aunque indirectamente, un mas ó menos módico tributo; sentó con razon como principio que los gobiernos no deben autorizar nunca el vicio por mas que se sientan sin fuerzas para combatirlo; demostró de una manera indudable los lupanares, léjos de atenuar el mal, lo fomentan y son un foco perenne de cor

que

(1) Este tratado especial, que lleva por título en latin Tractatus de monetae mutatione, y en castellano De la alteracion de la moneda, suscitó un proceso por el cual tuvo que sufrir MARIANA un año de reclusion en el convento de

San Francisco de Madrid. Ocasionóle gravísimos disgustos, hecho que no es de extrañar, atendida la libertad y el calor con que está escrito. Forma parte de esta coleccion.

rupcion y de crímenes hediondos; mas ¿no es efectivamente de sentir que, apoyándose casi en las mismas razones, haya desplegado igual energía contra los espectáculos teatrales? Los espectáculos teatrales, dice, no sirven sino para encender la lujuria, alterar la pureza de las costumbres, afeminar los corazones, convertir en amores livianos el amor á la patria y á la gloria. Pintase en toda su desnudez el adulterio, ridiculizase con torpes sátiras la santidad del matrimonio, enséñase descaradamente el modo de vencer los obstáculos que opone á la satisfaccion de lúbricas pasiones el buen celo y decoro del tutor y el padre, muéstranse caminos por donde pueda abrirse brecha al pudoroso recato de la doncella y á la sencilla honradez de la mujer casada. Las afectadas gracias de las actrices, dotadas generalmente de hermosura, el encanto del lenguaje, la dulzura y buena armonía del verso, lo sonoro de la voz, lo bello de la decoracion y el traje, todo contribuye á hacer mas impresionables y de mas pernicioso efecto cabalmente esas escenas que ya por sí bastan á dispertar el oido del espectador y á cautivar el alma del que mas preparado está contra tan bien dispuestas asechanzas. Sigase permitiendo estos espectáculos, y tendrémos pronto convertida en una nacion de mujeres y rufianes la que ha sido cuna y campo de los mas grandes héroes. No en el teatro, sino en la arena de las naumaquias y los circos, han de consumir sus horas de pasatiempo y de recreo los valientes. Formáronse en el teatro los que dejaron caer el imperio bajo las frámeas de los bárbaros; no los que á fuerza de constancia y sacrificios supieron reponerse de las derrotas de Trasimeno y Canas. ¿Por qué, cuando tan malas costumbres adoptamos de los antiguos, no hemos de renovar sus ejercicios de carrera y lucha? Creo tan perjudiciales los teatros, que considero hasta como una mengua en los gobiernos fomentar su desarrollo. Prefiero cien veces á esas mal llamadas fiestas las de toros, donde cuando menos se embravece el ánimo de los que contemplan aquella no interrumpida serie de triunfos y peligros. Estas corridas, sobre ser mas adecuadas al carácter de la nacion, favorecen los belicosos instintos de la muchedumbre sin ser, si se quiere, necesaria en ellas la efusion de sangre.

¿Cabe ya mayor desacierto en su modo de razonar sobre una cuestion de tanta trascendencia? Solo su mania de hacer de la España una nacion conquistadora pudo llevarle á tal extremo. No se concibe de otro modo que un hombre como MARIANA haya podido condenar una institucion por abusos que solo merecian ser denunciados á fin de que viniese á corregirlos cuanto antes la. mano del gobierno. ¿No ha de ejercitar, además, el hombre sino sus fuerzas físicas? No conviene que hasta en sus mismas diversiones pueda ejercitar las del espíritu? Los que habian de llevar entonces al campo de batalla los estandartes de la patria eran precisamente los que revolvian con el azadon la tierra y cortaban con la segur los árboles del bosque, los que dominaban el hierro sobre el yunque, los que movian á fuerza de remos las galeras, los que tejian recias estofas con la lana de nuestros célebres merinos, los que mas tenian en continua actividad los miembros de su cuerpo; ¿para qué despues de tan fatigosos trabajos debian entregarse á los ejercicios de la lucha? La ignorancia poco menos que brutal de nuestro pueblo ¿no habia de hallar en ninguna institucion un correctivo?

Mas no es justo ensañarse ni aun por tan lamentables errores contra un escritor como MARIANA. MARIANA Con todos sus defectos es uno de los hombres mas notables de su siglo. No solo trató y resolvió con valor cuestiones erizadas de dificultades; las dilucidó con razones casi siempre sólidas, y sobre todo con una erudicion que no pocas veces nos sorprende. Habia leido, por lo que cabe inferir de sus escritos, las obras mas notables de los antiguos filósofos, conocia á fondo la historia sagrada y la profana, estaba enterado de todos los grandes sucesos político-económivos de sú época, los habia estudiado en su desenvolvimiento y en su origen; y pudo asi sazonar

hasta sus mas áridos tratados con abundancia de citas y ejemplos oportunos. La erudicion no era sino comun en los escritores de su tiempo; mas, generalmente hablando, poco metodizada y menos digerida, se hacia de ordinario pesada y fastidiosa. Interrumpia á cada paso la marcha de una narracion ó de un razonamiento solo para tender á los ojos del lector sus mal guardadas galas; era mas que un medio de prueba un vano adorno literario. En las obras de MARIANA no aparece casi nunca sino para confirmar una proposicion ó una serie de argumentos; y se presenta casi siempre tan modesta como sóbria. Léjos de desviar la cuestion, la endereza y lleva por mejor camino; lėjos de romper, sirve de clave. No, no merece sino respeto nuestro publicista; los errores que cometió, parte son debidos á su estado, parte al siglo, parte, como todos los de los que pretenden sondar los arcanos de la ciencia, á la naturaleza y condicion humanas. Hemos sido algunas veces severos; mas no tanto con el ánimo de rebajar su valor como con el de llamar mas la atencion sobre asuntos de cuya resolucion dependen grandes intereses. No consideramos legítima la crítica sino cuando lleva por objeto presentar con mas claridad y sobre todo con mas exactitud las cuestiones tocadas por el autor á quien se juzga; llevados de esta idea, no solo hemos pretendido fijar las miradas del lector sobre ellas, hemos puesto, frente á frente de la opinion que hemos debido combatir, la nuestra proceder que se nos achacará tal vez á orgullo, pero que creemos necesario.

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Mas

¿para qué tiempo, se nos preguntará quizás, os reservais emitir vuestro parecer sobre la Historia general de España? Ha dado lugar á juicios á cuál mas contradictorios; ¿cuál es al fin el vuestro?

Cuando MARIANA empezó á escribir su Historia, á su vuelta del extranjero, era ya hombre maduro y tenia formuladas, si no en libros, en su entendimiento, casi todas las ideas que acabamos de examinar á la luz de la filosofia. Quiso ensayarlas como los metales, y las ensayó en la historia de su patria. Algunos, prescindiendo de este objeto, visible simplemente al leerla, la han censurado por hallarla sobrecargada de reflexiones; mas sin advertir que este cúmulo de reflexiones era tan necesario para el autor como útil para el interés de la obra. El conjunto de estas reflexiones constituye en la Historia general de España todo el sistema filosófico-político de MARIANA; de tal modo, que si se llegase á perder un dia la memoria de los demás libros, bastaria recogerlas para que pudiésemos juzgarle con la misma latitud y conocimiento de causa con que lo llevamos hecho. Léase con detencion esta tan vituperada historia, y se verá si exageramos. No ignoramos que entre tantas reflexiones muchas son vulgarísimas, y por lo mismo inoportunas; mas son estas las menos, y aun cuando no lo fueran, se harian perdonables atendiendo al buen deseo que manifestó el autor de moralizar sobre la historia. Hace ya cerca de tres siglos que está escrita, y en este largo periodo ha tenido á lo menos por cada panegirista un enemigo; su lenguaje ha ido cayendo en desuso, su método ha sido oscurecido por el de los brillantes autores modernos que se han propuesto explicar la historia del mundo con solo seguir en su desarrollo dos o tres principios, sus anacronismos puestos en relieve por plumas españolas y extran

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