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un hombre de escojido talento que cultivado con esmero produjo resultados provechosos. Aficionado desde niño á estu dios serios, á ejemplo de su padre, se dedicó con gran empe ño al arreglo de un Diccionario geográfico americano, el que después de veinte años de continuo trabajo, salvo el que le demandaban sus ocupaciones militares, logró publicar en cinco volúmenes en los años de 1786 á 89. En 1807, cuando aún desempeñaba el gobierno militar de la Coruña, ter minó un volumen en folio con el título: Biblioteca americana ̧ Catálogo de los autores que han escrito de la América en diferentes idiomas, y noticia de su vida y patria, años en que vivieron y obras que escribieron. Este interesante trabajo quedó inédito, y ha sidó conocido y explotado por bibliófi los ingleses y norte americanos, como lo hizo Mr. Rich, erudito librero inglés en su Bibliografia Americana del siglo XVIII. A él pertenecía en 1846 el manuscrito de Alcedo. El diccionario n debió contener, según el plan primitivo del autor, sino noticias de las provincias, ciudades ó ríos de consideración, pero varió de propósito y dió á su obra mayor ensanche que el que se tenía propuesto, abarcando en ella cuanta noticia y dato juzgó interesante respecto de toda ciudad y de las villas y pueblos de alguna importancia con prolijas y detalladas relaciones de las provincias, diócesis, presidencias, gobiernos y virreinatos de la América, con datos cronológicos de los gobernadores, presidentes virreyes y prelados diocesanos, y más datos merecía de las personas notables que en cada una de esas ciudades, villas, ó pueblos nacieron. Compréndese allí también noticias importantes de geografía física, zoología, botánica, mineralogía, orografía é hidrografía, aun cuando con graves defectos, resultado ineludible del atraso entonces de esas ciencias y de lo poco que aún al respecto se conocía en la América española. La clasificación etnográfica de los indígenas americanos por tribus y familias, mereció seria atención de Alcedo,y bajo este aspecto el Diccionario, contiene noticias tan completas que hasta el día no han avanzado mucho más.

Aun cuando no emplea Alcedo un estilo levantado, tiene claridad y corrección, llegando su escrúpulo para hacerse comprensible hasta colocar al fin de la obra, un vocabulario.

de provincialismos americanos, y de los nombres con que aquí se conocen los árboles, plantas, y animales, que describe con minuciosidad, y clasifica científicamente con la cooperación del botanista español Don Casimiro Gómez de Ortega. Mas todo lo expuesto no quita al Diccionario algunas incorrecciones, provenientes de haber incorporado en él Alcedo al describir las ciudades datos y noticias adquiridas diez ó veinte años antes de la publicación de aquella obra. En las cronologías hay también errores, equivocaciones y vacios difíciles muchas veces de llenar ó corregir, defectos no de incompetencia ó descuido, sino de las fuentes de informaciones de que se valió el autor. Siviéronle de mucho para ésta, dos obras publicadas cuando se ocupaba de arreglar su diccionario sujetándose al plan primitivo que tenía resuelto, obras cuya lectura contribuyó á hacerle variar de propósito y dar a Diccionario las proporciones que alcanzó. Esas son una traducción ampliada de una inglesa que se publicó en Liburna en 1763, con el título Il Gaccettiere Americ no, especie de diccionario americano que aun cuando no exento de inexactitudes tiene algún merito, y la otra el Dizionario storico geografico dell' America meridionale, que dió á la publicidad en Venecia en 1771, el jesuita Juan Domingo Coleti misionero que fué en Nuevo Reino; trabajo á que no puede darse gran mérito á pesar de la laboriosa tarea que revela haber tenido su autor al arreglarla.

Carlos III al conocer el Diccionario, sin embargo de la liberalidad que había manifestado suprimiendo en las publicaciones los enojosos trámites de censuras y licencias y ordenado que no pudiera prohibirse ninguna sin oír previamente sus descargos al autor, temeroso de que las noticias consignadas en Alcedo pudieran despertar en las naciones extrangeras interés ó codicia por las colonias españolas y ocasionar algun conflicto á la metrópoli, prohibió la circulación del Diccionario, apesar de que el autor lo había puesto bajo la protección del Príncipe de Asturias, que después fué Carlos IV. Sin embargo de este mandato y del encargo especial del Monarca para que no se permitiera la exportación de ningún ejemplar al extrangero, el libro circuló con profusión por todas partes, y en Inglaterra fué traducido por un

empleado de aduana Mr. G. A. Thompson, quien llevo á cabo su labor ensanchándolo de manera que obtuvo dobles dimenciones que el original del que refundió en uno solo muchas veces algunos de sus artículos. Thompson pudo, como lo hizo, mejorar el Diccionario, porque en el tiempo que se contrajo á su traducción se publicaron por los jesuítas extrañados de América trabajos históricos y geográficos de suma importancia sobre estos países, y el Barón de Humboldt lo hacía también de sus viajes á las regiones equinocciales, á más de multitud de escritos de historiadores y viajeros relativo cada cual de ellos á una sola nación. Pero aun cuando la traducción es superior al original, no está limpia de errores de gravedad. El traductor no conocia América y acepta á veces referencias de otros escritores que carecen de exactitud. Tampoco era perito en la verdadera aplicación española de algunos títulos de dignidades y empleos y entonces como, lo advierte D. Diego Barros Arana, en un juicio sobre esta obra, da la acepción inglesa. Así llama misionero á Don Dioni. sio de Herrera, en vez de Ministro, que, como á togado le concede Don Antonio al referirse á él. De 1812 á 1815 en Londres y en 5 volúmenes en folio, se editó esa traducción. El mérito del Diccionario de Alcedo fué reconocido desde la publicación del primer tomo. Antes que saliera el segundo la Real Academia de la Historia incorporó á su seno el 6 de Julio de 1783 al autor. Este contribuyó desde entonces á fomentar el crédito de la corporación.

ENRIQUE TORRES SALDAMANDO.

LA VIDA DE LIMA EN 1711,

Ò HISTORIA DE UN ROBO SACRILEGO.

La sociedad de la capital de la República peruana á principios del siglo XX no puede parecerse mucho á la de ahora doscientos años, y la Lima de 1908 hay que supunerla, hasta cierto punto, muy distinta de la que gobernaba en 17I1 el afamado Virrey-Obispo Ladrón de Guevara.

Sin embargo, á pesar de cierto parecido, atávico ó no, que no queremos escudriñar, nos cuesta gran trabajo mental el remontarnos á tan lejana época é imaginarnos cómo vivían nuestros paisanos en aquellos tiempos dichosos de adoración perpetua. ¿Qué otra cosa podía hacer la aislada colonia, á la que sus señores sólo concedían amplia libertad para ganar el cielo, mientras éste les hacía besar sus cadenas?

Sea de ésto lo que fuere, y sin meternos en peligrosas honduras, diremos: que importa mucho al historiador de la época colonial el formarse una idea exacta de la vida social de aquellos tiempos, debe por esto consultar de preferencia las relaciones confidenciales, escritas por testigos oculares de acontecimientos importantes.

El documento inédito que hoy publicamos por primera vez, se halla en este caso. No contiene una de esas llamadas impropiamente tradiciones, en que las galas del estilo suelen embellecer, desfigurándolo, un relato popular, más ó menos antiguo y fidedigno, sino que es la simple narración, por un testigo respetable, de un acontecimiento que tuvo inmensa resonancia en Lima; y aunque se nos presente como estractado después de 1770 del libro de memorias de un

particular, parece más bien escrito por orden de la autoridad, para autentificar los hechos á que se refiere, y que motivaron la construcción de la iglesia de Santa Liberata, de cuyo archivo proviene.

El manuscrito que narra el robo del copón del Sagrario en 1711, se atribuye al Licenciado D. Diego Luis de Aguirre, que en la relación aparece como Capellán de la cofradía del Rosario de la Aurora. Este escribía su Diario Limano de 1709 á 14, en que relata los sucesos de 1711, á fojas--(sic), dice nuestra copia; lo que prueba que ésta no es el original, sino una transcripción muy posterior. Así se vé por las nctas que contiene el texto, de la misma forma de letra, en que se hace referencia á sucesos de 1765, de donde resulta que el copista escribía después de esta fecha.

Al final de esta copia hay una nota escrita en Lima en 1832 y firmada por un Teodoro de los Reyes, sin duda Capellán de Santa Liberata, pues después pasó á manos de uno de sus sucesores D. José Iturrino, quien debió encontrar esta copia en el archivo de dicha iglesia.

Sería de desear que se descubriera el Diario de Aguirre, para compararlo con la copia y conocer los demás sucesos que narra de 1709 á 1714. Por ahora debemos contentarnos con el presente relato del sacrílegio robo perpetrado por un hijo natural del Conde de Cartago, que tan hondamente impresionó en 1711 á la devotísima Ciudad de los Reyes. Aguirre nos ha dejado en él candorosamente una especie de fotografía de la vida de la capital del Virreinato á principios del siglo XVIII, que el futuro historiador debe comparar con lo que nos dicen los cronistas religiosos y las Memorias de Ulloa, que residió en Lima unos 30 años después de 1711.

Podríamos hacer otros comentarios que preferimos omitir, y que el lector perspicaz podrá hacer, si estudia atentamente el siguiente relato del Sr. Aguirre, Capellán del Rosario de la Aurora, famoso en España y sus colonias.

París 1908.

M. González de la Rosa.

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