Imágenes de página
PDF
ePub

1492

NI TOSCANELLI, NI NADIE, PODÍA PENSAR ENTONCES EN OTRO MUNDO, SIN HALLAZGO PREVIO

A muchos sorprenderá el tema de este artículo, sobre todo, á los que saben que estoy consagrado desde edad temprana al estudio de la Historia del Perú, ignorando no pocos que he pasado largos años estudiando los problemas que aún son ignorados en la vida de Colón y cuáles fueron sus inspiradores. Como lo anuncié después de muchos años de trabajo, en París, al Congreso de Americanistas de 1900, y al de Nueva York de 1902, donde de nuevo probé “que no existían las cartas atribuídas á Toscanelli y que la ciencia" no tenía nada que ver con el descubrimiento de América. (sic programa diario del Congreso.)

Los estudios sobre Colón han formado un gran parénte sis de mi vida europea, durante los últimos años del siglo pasado. Ciertas razones de amistad y de prudencia me han impuesto silencio durante los primeros que van corridos del siglo presente, después de mis verdaderos descubrimientos en que nadie pensaba antes. He dejado dormir la solución de esos problemas, permitiendo á otros aprovechar de una glo. ria que no les he disputado, no sabiendo si debía guardar ese silencio hasta el fin de mi vida, cuando al regresar, inválido, á mi patria, me invita á hablar el mismo amigo que aca

ba de hacer diversas publicaciones sobre la materia; y á pesar de haber sufrido dos ataques de hemiplegía desde 1903, pensaba en escribir algo cuando casi al mismo tiempo, habiendo pasado cerca de once años que no revuelvo mis apuntes sobre Colón, desperté pensando en Toscanelli, y no recordé precisamente la multitud de argumentos que prueban la falsedad de sus cartas, sino que ví la causa fundamental de esa falsedad, cosa que parecía una inspiración; y á pesar de mi estado, resolví escribir estas líneas, consagradas á probar que Toscanelli ni nadie podía pensar en el siglo XV en la existencia de otro mundo; y en todo caso, sin formar primero el proyecto previo de descubrirlo. Es decir, que á priori es falso que ningún sabio, inclusive Toscanelli, haya inspirado el viaje de Colón, que presupone que otro haya hecho el hallazgo práctico de las playas del nuevo mundo, donde llegó solamente por casualidad, regresando poco antes de morir, dando los datos necesarios al dichoso genovés para que anunciara á las naciones que había hallado el nuevo mundo. Esto quiere decir que antes acumulaba las pruebas relativas á los puntos oscuros de la vida de Colón, probando ser falsas las cartas de Toscanelli y demás inspiradores, y aho ra estoy persuadido de la imposibilidad absoluta de ellas; y lejos de estar, como se dice hoy, en el aire, la idea del descubrimiento, no podía entonces pensarse en él en el otro continente, cuando no se conocía más que uno.

No debemos olvidar que en todas las lenguas, “descubrimiento" significa: la realización anunciada antes ó la que se revela á los demás. Cuando ésto no ha existido y se da á conocer un hecho, un secreto, se dice que se ha efectuado un hallazgo.

Sólo el estudio práctico de las pretendidas cartas del astrólogo florentino me ha exigido mucho tiempo y espacio; ahora conozco que debía haber comenzado por donde concluyo, pues las ideas han madurado en estos años de silen. cio, y este caso probaría, que siempre se comienza por el análisis, para llegar el día menos pensado á la síntesis, ó la verdad absoluta de lo que se ha buscado.

Los que quieran saber algo más sobre esa cuestión, de

ben consultar la memoria que publiqué en francés, al acabarse el congreso de 1900, y que se publicó traducida por el Director de la "Revista Histórica", sin conocerme, en el tomo primero, número 4.

Volviendo á lo que antes decía, nunca he renunciado al propósito de dar á conocer mis estudios sobre Colón, cuando el tiempo fuera oportuno, si la vida me alcanzaba. Siempre he pensado tratar las cuestiones que se refleren al astrónomo florentino del siglo XV, y así lo escribía al partir para estas tierras, al profesor Gustavo Uzielle, que reside en Florencia y ha consagrado sus mejores años á hacer la apología de Toscanelli, en diversas obras, anunciándole que en Lima volvería á mis antiguos estudios.

En efecto, hoy continúo.

Toda cuestión funda su solución en la manera de plantearla: bien planteada, está medio resuelta, porque la solución consiste precisamente en recordar todas las circunstancias que rodean al problema en el momento en que se realiza el hecho de que se trata. Así, cuando tratamos del descubrimiento de un nuevo mundo, debemos pensar de antemano en todas las circunstancias de lugar y tiempo que intervie nen en este acontecimiento.

Debemos pensar que esto pasaba en 1492 y saber cuál era entonces la situación del mundo; quién era Colón, hijo de un hombre del pneblo, cardador de lana y bodeguero, y quién era Toscanelli, un gran astrónomo y matemático,consejero oficial de la República de Florencia, y se le supone también consejero de Colón.

Si nos fijamos en una particularidad que no ha llamado hasta ahora la atención de nadie, la cuestión cambia com pletamente de aspecto y su solución se hace fácil. Ya no nos fijamos en las cartas mismas, que en tiempos pasados tanto me han preocupado, atribuidas á Toscanelli ó á otros, y las señales de su carácter apócrifo, ni tratamos de probar si son verdaderas ó falsas; bástanos reflexionar sobre el estado del mundo, tal cual era en el siglo XV, y entonces veremos que no sólo eran falsas, sino imposibles, á priori, las cartas de Toscanelli, ó de cualquiera otro.

Nadie ha pensado, en efecto, en la vida europea al finalizar la Edad Media; que era tal, que en todo se pensaba menos en descubrir un nuevo mundo. Esto nos parece absurdo, hoy que ese mundo está descubierto, hace cuatro siglos, y nos es fácil llegar á sus playas; pero entonces, no se conocía más que el continente antiguo y el habitante de él no pensa ba en otra cosa sino en buscarse toda clase de bienestar, considerándose rodeado por el Océano, sin que siquiera se le ocurriera á nadie que existiese otro continente, á ciento ó mil leguas de él. Es necesario, pues, trasladarnos á esa época. No se vé, en efecto, ninguna relación de necesidad entre la existencia del mundo antiguo y la del nuevo, y el planeta que habitamos se concebía muy bien, constando del mundo. habitado y del Océano que lo rodeaba, sin suponer la existencia de otro nuevo mundo.

Esto quiere decir que, llámese piloto ó lo que sea, hay necesidad de suponer que alguno ha llegado á esas tierras invisibles para que revelara el hecho al mundo viejo y único. Para esto no se necesitaba ciencia alguna, sino tener la suerte de llegar antes que otros á esas playas y que el autor del hallazgo no tuviera tiempo de gozar de él, viéndose obligado á dejar á otro la noticia al verse sorprendido por la muerte.

La ciencia del mundo en el siglo XV, no estaba tan avan zada como se cree. Un amigo de Toscanolli, llamado antes el maestro Pablo, el tan célebre Regiomontano ó Juan Muller, no pensaba en descubrir mundos, sino en hacer instrumentos y almanaques astronómicos, que fueron los primeros que circularon. Esto no quiere decir que éste, que era el nás célebre de los astrónomos de su época, no fuera capaz de descubrir el nuevo mundo; pero el círculo de los conocimientos que entonces se tenía, no exigía ni siquiera pensar en esto, limitándose todo en su época á la aplicación de los raciocinios de la escolástica, que por cierto no se elevaban demasiado.

Más aún, Entonces estaba en vigor, en astronomía, la teoría de Tolomeo, que supone inmóvil en el centro al planeta que habitamos, y girando al rededor de él al Sol y los de

más astros. La escolástica entonces podría emplear su famoso "Utrum" para suponer la posibilidad de la existencia de un nuevo mundo, así como podía aplicarlo á los seres más fantásticos; pero realmente no lo hizo, y no se encontraría en las obras de los escolásticos, desde Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino y Pedro Lombardo, ninguno que sostuviese la posibilidad, el Utrum, de la existencia de otro mundo sobre la tierra.

La inteligencia humana no podía elevarse al concepto de tal existencia, si no había ningún presagio ó revelación, ó algo más, de él. Si esto no podía ocurrir á los sabios en esa época, menos podía ocurrírsele á los ingnorantes y á los del bajo pueblo, como Colón, que no se entregaban á graudes lucubraciones...

Por eso decía que era teóricamente imposible suponer la existencia de un mundo tan grande ó mayor que el antiguo, cuando nadie lo había revelado y era por lo mismo imposible que nadie pensara en descubrirlo, ni en las fantásticas conferencias de España.

Esto no puede ser sino efecto de la casualidad y no resultado de las cavilaciones de los sabios y de los informes que ellos dieran, cuya ciencia, sea dicho de paso, estaba entonces muy atrasada.

De aquí se deduce que no hay necesidad de examinar las circunstancias especiales que rodean á las cartas, Hamadas de Toscanelli, para decir que no existieron, pues queda probado, que ni él, ni ningún sabio de la época, podía pensar en el descubrimiento de ese mundo, ni dar consejo á otro para que lo descubriera.

Las cartas de Toscanelli son, pues, absurdas por mil razones intrinsicas, y ante todo por la imposibilidad de que exista ese pensamiento en el siglo XV, llámese Toscanelli ó Regiomontano ó Monteregio, como le decían en España.

Este sí que era astrónomo célebre en su época, más que Toscanelli, y como tal fué llamado por el Papa, antes de morir, para emprender la reforma del calendario, que era entouces ia gran preocupación, aunque no se llevó a cabo sino un siglo después.

« AnteriorContinuar »