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ranía reside en la Nacion desde el principio del mundo. Ni se diga que muchos reinos han estado sújetos á los reyes sin su voluntad, lo que basta para destruir la máxima establecida, pues la Nacion que obedece y aun sirve contra su voluntad, no tiene Soberanía.

Este argumento es especioso y nada prueba; porque los pueblos que han padecido esta clase de escla rud, la han padecido por la fuerza, y donde esta habli, la razon enmudece. Asi tambien muchos pueblos han destronado y decapitado á sus Monarcas; para lo que jamás hay razon, pues las personas de los reyes siempre deben ser inviolables.

Hasta aquí hemos hablado de la Soberanía de las Naciones en general; y si todas han gozado de ella, ¿porqué no España? ¿Quién le pudo privar de un bien tan indisputable y esencial á su naturaleza?

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Gozó España, en efecto, de semejante regalía: usó de ella: estableció sus leyes: moderó la monarquía y fué la Señora de sí misma; pero las viscisitudes de los tiempos, las continuas guerras, el embotamiento de las letras en los siglos de la barbarie, y sobre todo: la ambicion, la tiranía y el despotismo la despojaron poco á poco de sus derechos: enervaron su antiguo vigor y la sepultaron en un abismo de desgracias.

En tan vergonzosa apatía permaneciera hasta hoy si la para ella, feliz revolucion de Francia no le hubiera preparado el fuerte golpe con que despertó del pe. sado sueño en que yacia.

¿ Pero quién no habia de despertar con semejante sacudida? En un instante se vió España el año de 808 sin rey, sin ejército, sin dinero, sin amigos, sin recurso: hostilizada por los franceses, y casi re ducida á la mas vergonzosa esclavitud.

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En vano los buenos españoles sacrificaron sus apreciables vidas: sin fruto os quisieron instalar unas

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les y Supremas, todo fué inútil. El Francés se apoderó á su placer de la Península, y la España toda se vió encerrada dentro de los estrechos limites de Cadiz y la Isla de Leon, así como en tiempo del glorioso D. Pelayo se vió casi circunscripta entre las montañas y rocas de Asturias y Vizcaya, despues que los moros se habian hecho señores de casi todo el territorio español. En época tan apurada, resolvieron los buenos y libres españoles de Cádiz sacudir el pesado yugo gali. cano, y al mismo tiempo reforinar el gobierno cuyos abusos eran la legitima causa de sus males.

Para llevar a cabo tan grandioso proyecto, lo primero que hicieron fué desprenderse del egoismo. Co. nocieron que los pocos buenos que habia en Cádiz, ni eran suficientes para tan general reforma 'ni' habia quien estuviese autorizado para hacerse obedecer. Entonces es cuando se acuerdan que la Soberania reside esencialmente en la Nacion. Hacen que esta se reuna en Cádiz por medio de sus representantes: depositan toda su confianza en el sabio Congreso, y este echa los primeros cimientos para la felicidad de la Monarquía, instituyendo ese precioso Código, que despues de abandonado por seis años, ha sido jurado libremente por nuestro católico Monarca.

Sí, este es el Rey legítimo, españoles: Fernan› do solo merece los epitetos gloriosos de Rey, de grande, de libertador de la Nacion.

¡Gloria eterna á tan valiente César! Su memoria no perecerá con el trascurso de los siglos. Nuestros hijos dirán á las generaciones futuras: sois Ciudadanos, babeis nacido libres. A seguida, les contarán la historia de nuestras desventuras; ellos, llenos de asombro, preguntarán: ¿A qué Rey destinó la Providencia la gloria de arrancar a la Nacion del carro de la vergon.

servidumbre? A Fernando VII. les dirán. Este magnánimo Monarca fué el héroe que en ochocientos veinte jurando la sabia Constitucion, restableció á la Nacion en sus derechos: la libertó de la tiranía del despotismo: respetó la ley: convirtió á sus vasallos en hijos amorosos: les restituyó el honor de Ciudadanos: fué la gloria de la Nacion, el autor de su felicidad y el verdadero padre de sus pueblos.

Entonces nuestros pósteros, llenos del entusiasmo mas sagrado y de la mas sincera gratitud, besarán el retrato del Monarca, quisieran haberlo conocido, ó al menos haber vivido los dias de su reinado, y no pu diendo significar su amor y su agradecimiento de otro modo, exclamarán llenos de regocijo y bien enseñados por nosotros: VIVA LA NACION, VIVA LA LEY CONSTITUCIONAL y la memoria del Gran FERNANDO VII, que tan espontáneamente la juró.

3. F. L.

MEJICO: AÑO DE 1820.

Imprenta de Don Mariano Zúñiga y Ontiveros, calle del Espíritu Santo.

EL CONDUCTOR ELECTRICO

En el que se destruyen las mas comunes preocupaciones que sordamente minan nuestra sabia Constitucion, al menos entre los ignorantes.

CARTA DE UN PAYO AL EDITOR.

Tontonatepéque junio 15 de 820.

Sr. Pensador. Mi muy estimado señor de todo mi aprecio: he leido el papel de vd. titulado el Conductor, en el que dice vd que todo el que quiera favorecerlo con sus producciónes literarias, pueda hacerlo, escri biéndole. á esa Ciudad.

Yo, señor mio: no puedo enviarle cosa que le haga favor, sino que le acarree molestia ; pues aunque no soy muy payo, no soy nada adelantado en cono cimientos políticos, y así necesito aprender de quien mas sabe,

Soy un hombre de bien, casado, con cinco hijos y una doncella bien parecida, à los que deseo ins truir en cuanto pueda, ya que por la misericordia de Dios, no carezco de proporciones.

Todos mis hijos, yo, mi esposa y muchos veci. nos de estos lugares estamos con mil temores y dudas á cerca de las novedades del dia.

Hemos sabido que se ha jurado otra vez la Constitucion de márras, y esto nos ha llenado de confusion; porque dicen que se quita el santo tribunal de la Inquisicion, con lo que todos nos volverémos hereges á querer ó no. Nos dicen que al Rey se le perjudica

demasiado con este nuevo gobierno y se le quita la autoridad. Nos aseguran que con la libertad ya nadie puede decir este peso es mio, ni esta vida mia, pues como todos pueden hacer lo que quieran, es de temer que nos maten y roben el dia que menos lo pensemos; y mucho mas que añaden que ya todos somos iguales, lo mismo el blanco que el prieto, el amo que el criado, el tuno que el hombre de bien y de obligaciones. Todo esto será muy bueno, y mas que el se. ñor cura nos predicó el domingo primores de la Cons. titucion, y ya vd. sabe que cuando el padre lo dice, estudiado lo tiene; pero, la verdad, á mi no me parece nada bien; ni ¿á quien le ha de parecer bien que al Rey le usurpen sus derechos, que todos seamos iguales, á la fuerza? Sin eso ya vd. ve que osada y que mal criada es la gente ordinaria de nuestra tierra, ¿qué será así que sepan bien que el indio gañan es lo mis mo que el administrador de la hacienda, el topile lo propio que el cura, y el cochero lo mismo que el que va dentro? Seguramente que como por acá ellos son muchos y la gente decente poca, dentro de cuatro dias nos comen por esa maldita Constitucion.

¿A quien le parecerá justo tampoco esa libertad tan grande que á todos nos concede, y con la que ca• da cual hará lo que se le diere la gana, sin que haiga quien se pueda meter con él?

Pero todo esto es fruta y pan pintado, respecto á la quita del santo tribunal. Eso sí que me ha llegado al alma; porque por fin esta vida como quiera se pasa; pero esto de que seamos hereges y despues nos lleve el diablo, eso sí que me aturde demasiado.

Al cura de aquí lo trato con mucha confianza porque es mi compadre, me debe dinero y me quiere mucho. El otro dia le hablé sobre esto mismo, y me dijo que la Constitucion era buena. Yo le porfié que me dijera en qué consistía su bondad con tantas lácras

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