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Omnis plantatio, quam non plantavit Pater meus coelestis, eradicabitur.

Matth. cap. xv.

SEÑOR

Ocupado V. M. en uno de los asuntos mas impor

tantes y trascendentales á la seguridad y prosperi dad de la monarquía, de si ha de existir ó no por mas tiempo aquel famoso tribunal, conocido desde el siglo XIII con el dictado de Inquisicion, he creido dar mi dictámen por escrito para que sea cual fuere la resolucion del Congreso, se transmita y llegue mi opinion á las futuras generaciones. Este gravísimo asunto, que ha llamado la atencion de muchos ilustrados y virtuo. sos ciudadanos, que hacen sudar continuamente las prensas para ilustrar al pueblo español en su religion y verdaderos intereses, conviene examinarlo detenidamente segun las luces del evangelio, los fundamentos del de recho público de las naciones, y los principios de la sa na filosofia. No desconozco la necesidad de que haya entre nosotros autoridades encargadas de conservar en su integridad y pureza la religion católica apostólica ro⚫ mana, que es la única verdadera y la única que se reconoce y proteje como tal por la ley fundamental del estado; mas antes de tratar de ese punto voy á sentar tres proposiciones, que sin prevenir la respetable deci. sion de las Córtes, que espera con ansia la nacion entera, explicarán todo el fondo de mi opinion en una materia tan ruidosa.

Primera. El tribunal de la Inquisicion es enteramen. te inútil en la iglesia de Dios.

Segunda. Este tribunal es diametralmente opuesto á la sábia y religiosa Constitucion que V. M. ha sancionado, y que han jurado los pueblos.

Tercera. El tribunal de la Inquisicion es, no solamente perjudicial á la prosperidad del estado, sino con. traria al espíritu del evangelio que intenta defender.

*

¿Y serán estas verdades inconcusas ó atrevidas paradoxas? Voy á demostrar que son verdades. *

S. I.

Jesucristo nuestro Señor, fundador y legislador de sa iglesia, revestido de aquella potestad con que su Padre lo habia enviado entre los hombres, desplegó á su tiempo el divino carácter de un profeta poderoso en obras y palabras, siendo hombre por su caridad. Dios por su poder, el Verbo del Padre lleno de gracia y de verdad. La unidad, la paz, la mansedumbre y la caridad fueron los dotes primordiales con que enriqueció á la iglesia: á esta amada esposa, única depositaria de su espíritu, de su doctrina y sus virtudes, y á quien prometió su asistencia hasta el fin de los siglos. Le auun ció el advenimiento del Espiritu Santo, que su Padre enviaría en su nombre como un maestro de la justicia, un doctor de la verdad que confirmase á los hombres en las palabras de vida eterna, que él mismo les habia enseñado de viva voz. Este es aquel espíritu consolador, dedo de la diestra del Padre, á quien fué encomenda. do el altísimo ministerio de derramar su gracia en los corazones de los fieles para confirmarlos en la fe que profesaron, para confortarlos en las virtudes que prometieron pues ya se sabe que la fe es un dón, y que ni aun sus principios pueden adquirirse con las fuerzas na turales, como definió la iglesia contra los semipelagianos. Nada omitió el divino fundador de cuanto era necesario para el establecimiento, conservacion y perpe tuidad de su iglesia, que es la ciudad de Dios colocada sobre los montes santos. La proveyó suficientemente de legítimos ministros instituidos por él mismo, no dejando esta divina institucion á la arbitrariedad y capricho de los hombres. Estos ministros, elegidos por autoridad celestial, son los pastores de primero y segundo ór

den, es decir, los obispos y párrocos, San Pablo, en su carta á los fieles de Efeso, dice que el Señor constituyó á únos apóstoles, á otros profetas, evangelistas, pastores, doctores, para que cumpliendo cada uno con la gracia que se le comunicó, y con el ministerio de que está 'revestido, atendiese á la perfeccion de los fieles, y tra tase de constituir y conservar el cuerpo místico de la iglesia. V. M., señor, ve de un golpe que no entró en el plan de Jesucristo este tribunal llamado la santa Inquisicion, ni para el establecimiento de la iglesia, ni pa ra su conservacion y perpetuidad. El sagrado depósito de la fe, su custodia y defensa fué confiada exclusi. vamente á los obispos. Depositum custodi, dijo San Pa blo á su discípulo Timotéo obispo de Efeso. Las mis. mas instrucciones dió á Tito, obispo de Creta. Si se çon. grega el concilio de Jerusalen sobre los legales, que fue el modelo de todos los concilios, no veo en él sino obis. pos y párrocos: Apostoli, et Seniori. Despues que ha bló San Pedro en primer lugar en calidad de primado y cabeza de la iglesia, tomó la palabra Santiago, obispo territorial, anunciándose como juez legítimo en la pri mera causa que sentenció la iglesia en asuntos de reli gion: Propter quod ego judico. A la verdad, señor, que ni en el catálogo de los ministros de la fe, que enumera San Pablo, ni en el concilio de Jerusalen encuentro un lugar vacio donde colocar siquiera un inquisidor.

¿Y será necesario este tribunal solamente para corregir y castigar á los rebeldes y contumaces que aban. donen la religion que profesaron? Ya hablaré de esto largamente á su tiempo, y haré ver con el evangelio quienes son los jueces legítimos á quienes toca la correccion, y qué género de castigos puede emplear la igle. sia con los refractarios; pues no debe usar de otros que los que le consignó su divíno fundador. Bien persuadi dos de estas verdades aquellos primeros pontifices y padres de la iglesia, que heredaron el espíritu de los após

toles, y recogieron la tradicion para trasmitirla á la posteridad en sus piadosos y doctisimos escritos, no per mitieron que ninguno osase usurparles su legitimo derecho, asi en las definiciones de la fe y doctrina establecida, como en la correccion y castigo de los delincuentes; y de aqui es que la iglesia floreció tanto en sus primeros y hermosos siglos. ¿Se me dirá que no era entonces necesaria la Inquisicion porque no habia beregias que combatir, ni hereges que castigar? Hubo heregias, y las mas terribles y pertinaces que vió la igle sia. A principios del siglo IV se levantó Arrio, presbí tero de Alejandría, negando la generacion eterna del Verco, y que Jesucristo era igual á su Padre. Los padres de Nicea se limitaron á condenar al impio y de testable Arrio como reo de heregia, separándolo de la comunion de los fieles, y dejaron á la potestad secuJar aplicar las penas civiles que le son propias. El gran Constantino desterró al heresiarca: empero no por eso se cortó la heregía. Mil y mil ramificaciones se esparcieron por toda la tierra; y fué tal el poder y astucia de esta hidra infernal que casi todo el orbe, dice el Padre San Gerónimo, se halló derrepente arriano No hubo heregia que diera mas que hacer á la iglesia, pues llegó hasta nuestra España con la invasjon de los godos, Mas á pesar de todo, aquellos ilustres obispos no usaron de otras armas que las que habian recibido de Jesucristo y los apóstoles. Al cabo de muchos siglos se disipó el arrianismo sin que hiciera falta la Inquisicion. Lo misno sucedió con las otras sectas de Nestorianos, Eutiquianos, Macedonianos, Pelagianos, y otros monstruos que vomité el infierno para ejercitar la fe de los cató licos. Todas desaparecieron como el humo; y la iglesia del Dios vivo descolló gloriosa y triunfante de sus mas crueles enemigos sin necesitar para nada de la llamada Inquisicion.

No se me ocultan los folletos

que circulan para

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