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de espinas, de grano y de cizaña. Entre lo bueno que asienta el autor en medio de su estilo fluido y coordina i do, padece unas equivocaciones perniciosas y que pueden hacer algun estrago, si en sus principios no se atacan.

No me meteré por ahora en hacer el analisis general del papel porque ya este se me acaba, y no les acomoda á los lectores leer á retazos; pero para que se vea si tengo ó no razon en el juicio que he formado, copiaré algunas expresiones que mas me chocan.

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Despues de arengar muy bien en favor de la libertad de la imprenta: dice. » Si los verdaderos sá bios, porque regularmente son menos bulliciosos, "no escriben; si se quejan de que no pueden añadir » esta á sus otras ocupaciones, y dejan el campo de » la imprenta libre á los charlatanes, á los mal intencionados, á los asalariados por los impios para que rajen bien de la Inquisicion y de los eclesiásticos, á » los que solo escriben por adular, por chocarrear, por » mera grangería ó con otros fines; si por todo esto » resulta inutil para su objeto y nociva en otros modos » la libertad de imprenta; de esto la ley no es culpable, sino el abuso que unos, y el desprecio que otros » hacen de ella."

He aquí á nuestro autor llevándose de encuentro con buen modo á todos los escritores del reino con su respectiva junta de censura. Yo quisiera que me res-: pondiese estas, preguntillas.

Ia. Si los verdaderos sabios no escriben, ¿quién se los impide?

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23. Si se quejan de que no pueden añadirse es te trabajo ¿á quién se han quejado, quiénes, y porqué? 3a. Si hay escritores asalariados ¿quiénes son? ¿Y quiénes los impios que los fomentan?

4a. ¿Es cierto ó no lo que se dice acerca de la ilegalidad, y crueldad de la extinguida Inquisicion?

5a. ¿Quiénes son los autores ó cuales los pape les ea que se raja generalmente de los eclesiásticos?

6a. Si los verdaderos sábios no escriben, en qué ૐ número colocáremos á infinitas bachilleres, doctores, y licenciados, así eclesiásticos como seculares, que han he cho y están haciendo sudar las presas en nuestros dias? ¿Será entre los charlatanes, chocarreros, mal intenciona dos, asalariados, &c. &c.? Pasemos á otra cosa.

Hablando de la soberanía, dice: » Es digno de "observarse que por lo general, no son los reyes sino » los ministros malvados los que tiranizan á los pueblos, » y España acaba de experimentarlo en el gobierno del " infame Godoy Ahora bien: si habiendo de por me "dio una testa coronada que siempre da respeto, por» que en un acto, sin trámites, sin sensacion .... (¡bellos elogios para un Rey! Faltó que digera, sin motivo) sin debates, sin oposicion alguna puede derribar al que elevó, se ha esperimentado frecuentemente que lo que daña á los pueblos es la ambicion de los ministros, á quienes se encomienda una parte del gobierno. este peligro, si muy diestramente no se precave, aun €9 "mayor cuando la soberanía está en la Nación."

Esta propocision es falsísima é improbable por la notabilísima diferencia que hay entre un ministro déspota que labra su felicidad sobre la ruina de sus semejantes, á quienes no tiene amor alguno, y unos Diputados que no tienen otro interes que desempeñar la confianza de los pueblos electores á quienes debe propor. cionar su felicidad por instituto. Entre un favorito mal. vado que en el ricon de su gabinete dispone de la suerte de los pueblos, y unos ministros que tienen sobre si una Diputacion permanente de Córtes que ha de velar sobre sus procedimientos. Entre un privado que ocu. pando una vez el corazon del Rey, no hay quien lo re sidencie, y entre unos consejeros continuamente fiscalizados y siempre responsables á la Nacion de sus errores. Por eso advertidamente dice nuestro escritor en su párrafo 6. pág. 5. »No sucederá esto en España: no temo yo, ni pudiera temer de nacion católica la per

"versidad de los franceses que hicieron á Luis XVI. » convocar los estados generales, para empezar en ellos la cadena de sus maldades y de sus desgracias."

De á legua se conoce la inocencia y oportuni dad de este ejemplito. Basta por ahora de analisis. El papel no ha circulado en Méjico hasta hoy: quiera Dios que no circule fuera de esta capital; porque si así fuere, será preciso empeñarse en rebatir toda las proposiciones que parezcan desviarse de la opinion general.

Cualquiera equivocacion en esta materia puede inducir á mil errores y traernos funestas consecuencias. Por tanto el escritor público y amante de su Rey y su Nacion debe velar sobre semejantes escritos para que no sorprendan á los lectores incautos y sencillos.

Ni se crea que soy un cabiloso que me desvivo por encontrar errores donde en efecto no los hay. He dicho y repito que en el tal papel se hallan mil preciosas ideas liberalísimas, y respira en muchas partes su autor todo el ambiente constitucional; pero en otras apa. recen unas proposiciones equivocas y mal sonantes que lo hacen decaer de concepto, al menos en la opinion

comun.

Tal vez yo solo entenderé mal sus proposiciones: ellas serán muy inocentes y el defecto estará en mí. Si así fuere, y el papel viese da luz pública, si ninguno censurare estas preposiciones y otras, yo depondré mi ●pinion y le daré una pública satisfaccion, pues la ma yor que puede tener un honor es confesar que ha erra do cuando así lo conozca. Hemos hablado mucho y aun no entramos en el examen ofrecido. La materia es in teresante y en el núm. 14 se continuará.

Méjico: 1820.

Imprenta de D. Mariano Ontiveros.

EL CONDUCTOR ELECTRICO,

Concluye el exámen anterior)

No se atreven los serviles à decir claramente que la Constitucion es mala; pero se valen de cuantos medios pueden para desacreditarla indirectamente, ya diciendo que puede trastornarse la Religion porque se extingió la Inquisicion, ya asegurando que al Rey se le avasalla, ya alegando que concede una libertad bru tal para que todos cometan los delitos que quieran, y ya, por fin, haciendo treinta mil reparos pueriles y ri diculos, partos todos de su egoismo, ignorancia y mala fe.

Estan bien conocidas sus tramas, penetrados sus artificios y descubiertas sus benditas intenciones. Pero Jos que mas deben llamar nuestra atencion son los ene migos de la libertad de imprenta. ¡Valgame Dios y que incórnodos están estos señores con la tal libertad! Ya se ye, estaban acostumbrados á que para imprimir los artículos de la fe, presentáramos mil escritos, higiéramos mil carabanas, diéramos mil pasos á casa del censor y sucumbiéramos siempre à su dictámen, sin ser☛ nos lícito, no ya defender nuestra opinion, pero ni preguntar por qué no se permitía imprimir. Un no convie ne que se imprima este papel sobraba para dejar sepul tada la produccion mas bella é inocente.

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Hoy no es así: cualquiera puede libremente imprimir y publicar sus ideas póliticas, sin necesidad de licencia ni revision alguna anterior; y solo porque escriben y quieren publicar sus opiniones lo hacen, y sa

len los muchahos, hechos unos diablitos, de la impren ta, aturrollandonos á gritos las orejas.

Esta facilidad con que los ciudadanos se comu nican sus ideas por medio de la prensa, ya proponiendo reformas de gobierno, ya manifestando sus abusos, ya procurando fijar la opinion pública en favor de nuestro augusto Código, ya finalmente, elogiando el mé rito donde lo hallan y acusando, aunque todavia con miedo y disimulo, las infracciones de la ley. Esta facilidad, repito, choca, escuece y mortifica demasiado á los enemigos de la liberal Constitucion: á esos que quisieran que se disculparan sus caprichos, que se dicimularan sus faltas, y que sus opiniones se respetaran como dogmas sagrados, por erróneos que fuesen.

No es mucho, pues, que semejante clase de in, dividuos esté siempre con la espada desnuda contra la libertad de imprenta, azote terrible contra la arbitra riedad y despotismo.

Por eso, en el concepto de estos señores no hay papel que no sea subersivo, no hay proposicion que no sea injuriosa, ni palabra que no contenga alguna declarada heregía. Y como no es así, ni pueden, tal vez, hasta hoy, señalar un papel criminal, se contentan con declamar contra todos en general, sin advertir aquello que saben los muchachos de que argumento que prueba mucho, nada prueba.

Todos los enemigos de la Constitucion, que por desgracia no son pocos, se explican casi de un mismo modo. Por ejemplo: afectan un decidido amor al tro no y al altar, y temen el trastorno de nuestra Religion cuando no sea por la extinción del santo Oficio, por la maldita libertad de imprenta; mas estos son pretestos especiosos que no pegah. La causa verdade. ra es que la Constitucion ó les ha quitado el cetro de fierro de la mano, ó les ha cercenado su autori dad ó sus rentas.

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