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los que empezaban á hazer, pues un Cacique llamado Copaya, señor de un Pueblo, luego que volvió á él de la pesquería plantó una gran Cruz en medio de la Plaza, la qual hallaron después los Religiosos, y viéndola de gozo derramaron copiosas lágrimas, dando gracias á Dios de que se empezase á venerar y adorar la señal de nuestra Redención.

El segundo es, que ocho días después de llegados á este pueblo, se les huyó una noche á nuestros Religiosos el Indio Pata, lengua y se les volvió á la Ciudad de Ecija, de donde lo avían traído; y á pocos días de llegado á su casa, llenado de una desesperación endemoniada, se ahorcó el miserable, castigo al parecer de haber dexado á los Religiosos.

Viéndose pues los Religiosos sin lengua (aunqe no sin espíritu) que los ayudase, y que por estar solos no tenían modo ni camino de pasar adelante, determinaron volverse á la Ciudad de los Sucumbios y de allí á su Provincia de Quito, lo qual pusieron por obra llevando relación cierta y verdadera de todo lo que avían visto, y este fué el primer descubrimiento que hizo la Seráfica Religión en el principio del dilatado río de las Amazonas.

SEGUNDO DESCUBRIMIENTO DESTE GRAN RÍO HECHO POR QUA

TRO RELIGIOSOS DEL ORDEN DE NUESTRO PADRE SAN FRAN-
CISCO DE LA MISMA PROVINCIA DE QUITO, AÑO DE MIL Y SEIS
CIENTOS Y TREINTA Y QUATRO.

El tornarse nuestros Religiosos á la Ciudad de Quito, no fué volver las espaldas al trabajo, como cobardes, sino retirarse prudentes y echar passos atrás para buscar la sazón alentados y bolver á su santo propósito y á las dificultades de la empresa, más prevenidos. Bien se echó de ver, pues passados pocos meses tornaron á pedir con instancia y nuevos favores á su Provincial, que ya era el Reverendo Padre F. Pedro Bezerra que les diese licencia para entrar segunda vez en el Río de las Amazonas y en el mar de tanta infidelidad y idolatría como avían visto y esperimentado. Dió el

Padre Provincial la licencia con sumo gusto y alegría vien. do que sus Hijos no hubiesen perdido los bríos santos y res friádose en el servicio de Dios y bien de las almas. Ofrecióse luego la dificultad de si sería bien dar cuenta á la Real Audiencia desta segunda entrada. Todos decían que no, aten. to á que las Reales Cédulas y provisiones que aquellos señores de la Audiencia havían expedido en favor de nuestra sagrada Religión el año de mil y seiscientos y treinta y dos eran tan amplias y favorables que en virtud dellas, sin otras nuevas súplicas ni despachos, podían los Religiosos entrar y salir en aquellas reducciones. como en casa propia, y dada por su Magestad á esta Sagrada Religión. Con todo esto el Padre Provincial lo consultó de nuevo y pidió su benepláci. to al Presidente y Audiencia. Y oyendo su demanda justa aquellos Señores, como tan Christianos, deseosos del aumento de la Fé, como tan fieles ministros de su Magestad, cuidadosos de la propagación de sus Reynos, y como tan devotos de nuestra Sagrada Religión, gozosos de los frutos espirituales que procurava, unánimes y conformes, dieron su consen timiento, y volvieron á revalidar y á confirmar las Cédulas y provisiones ya dadas. Con lo qual salieron de la Ciudad de Quito para la de los Sucumbios, á los principios del año de nuestra redención de mil y seiscientos y treinta y quatro, quatro Religiosos, Frai Lorenzo Fernández, Comisario, Frai Antonio Caicedo, Predicador, Frai Domingo Brieva y Frai Pedro Pecador, Legos. Los quales llegados á la Ciudad de Sucumbios y aviándolos Diego Suárez de Bolaños Teniente General de la Provincia de Mocoa, les dió un buen Indio llamado Lorenzo, por lengua y quatro Españoles honrados, para que fuesen en su compañía, llamados Diego Lorenzo, Diego de Medellín y su hijo y Alonso Sánchez (que después tomó el Hábito desta Sagrada Religión). Y embarcados en el Río de San Miguel, que es uno de los que entran en el de las Amazonas, al cabo de ocho días de navegación llegaron á la Provincia de los Becauas, donde fueron recibidos de los Indios con mucho agasajo y afabilidad, donde estuvieron obra de tres meses y medio. Y como la lengua era buena, fué grande el fruto que en aquella Provincia hizieron, y mayor el que es

peraban hazer. Ocupábanse en Catequizar á todos, y en Baptizar los niños. No ay más que dezir, ni encarecer, sino que en viéndose los Indios heridos de muerte, ellos mismos se iban á los Padres á pedilles el Baptismo. Como le sucedió á un Indio Encabellado y á otra India que la mordió una víbora ponzoñosa, la qual con más ansias del Baptismo que de la muerte pidió á los Religiosos que la Baptizasen diziendo luego, luego, que se moría y no solo ella, sino que también baptizasen á toda su casa y familia. Baptizaron la India, y al instante dió el alma á su Criador. Con esta bonanza ivan viento en popa navegando las cosas de nuestra santa Fé, quando sin pensar se levantó una borrasca y tormenta deshecha, movida por el Demonio, pues sin saber cómo, ni por qué, avféndose una mañana salido por el Pueblo los quatro Españoles, vinieron todos los Indios á mano armada, con estólicas, dardos y macanas, y dando en la casa de los Padres, rompiendo á unos las cabezas y atravesando á otros, los dexaron á todos por muertos; sólo á Fray Pedro Pecador guardó Dios para remedio de los demás, pues avióndole dado dos estolicazos ninguno le llegó á la carne, de lo que se quexava el buen Religioso con tiernas palabras de sentimiento; pareciéndole que eran culpas y pecados suyos el no aver merecido derramar una gota de sangre por su Dios, quando se hallavan sus compañeros bañados en ella. Este tal los curó con tal caridad y mucha ciencia, por saber de Cirugía, para que se vea en todo como resplandece la Providencia Divina.

Viendo pues que ya el Pueblo estaba alborotado, mandó el Padre Comisario se aprestasen para salir de la Provincia, como lo hizieron, caminando dos leguas de tan grandes pantanos que les llegava el agua hasta la cinta, y aun se mezclava con la sangre que les corría de las heridas, dexando con ella regadas aquellas tierras, para que después, mejor dispuestas con sangre Christiana, llevasen mejor fruto. Llegando al Río de San Miguel, de donde avían salido, al cabo de grandes trabajos, por las heridas que todos llevavan, y después de aver convalecido dellas, se detuvieron. El P. Comisario Frai Lorenzo Fernández con Frai Domingo Bricva,

fueron á la Ciudad de Quito á pedir nuevo auxilio y favor á aquella Real Audiencia, para proseguir la Conversión. El Padre José Antonio Caicedo se quedó con los Sucumbios; Frai Pedro Pecador fué á pedir ayuda al Governador de Popayán, para proseguir en la sobredicha Conquista; el qual no se la dió, y así se volvió á la Ciudad de San Pedro de Alcalá de los Cosanes; y de allí con el Capitán Juan de Palacios, fue á la Provincia de los Encabellados, donde aunque llegaron algunos, no passaron de las primeras arenas, ni vieron sus casas, por ser estos Indios el asombro y temor de toda aquella Tierra. Los quales luego que supieron que iba el dicho Frai Pedro Pecador de paz, fueron tantos los que acudieron á verle, que passaron de ocho mil; unos se hincavan de rodillas, y otros se subían á los árboles para poder verle mejor. Este buen Religioso, en compañía del Capitán Juan de Palacios capituló pazes con los Indios por la Corona de Castilla, y ellos les prometieron de estar siempre á la devoción del Governador de los Cosanes, y por el consiguiente á la de su Rey y Señor. Hecho esto se volvió á la Ciudad de Quito á dar quenta á sus Prelados, y á la Real Audiencia, de cómo aquellos Indios quedavan ya de paz, con otras relaciones tales; quedándose la Real Audiencia en nombre de su Rey por bien servida de la Seráfica Religión, ordenó al dicho Padre Frai Pedro Fecador, que con treinta soldados fuese á fundar un Pueblo en la Provincia de los Encabellados. Ansí se hizo, como diré en el descubrimiento siguiente.

TERCERO DESCUBRIMIENTO DEL RÍO DE LAS AMAZONAS, QUE HI

ZIERON SIETE RELIGIOSOS Y DOS DONADOS DE NUESTRO PA-
DRE SAN FRANCISCO DE LA MISMA PROVINCIA DE QUITO, Y
ALGUNAS COSAS PRODIGIOSAS QUE EN ÉL SUCEDIERON, AÑO

DE MIL Y SEISCIENTOS Y TREINTA Y CINCO.

Llegados los dos Religiosos Frai Lorenzo Fernández y Frai Domingo Brieva á la Ciudad de Quito: Informada la Real Audiencia del estado en que estaban las Conversiones y

descubrimiento del Río de las Amazonas, ordenaron aquellos Señores que en compañía del Capitán Felipe Machacón, Teniente General de la Provincia de los Cosanes, fueran cinco Religiosos á fundar un Pueblo en la Provincia de los Abixitas, en cumplimiento de lo qual, el año de nuestra salud de mil y seiscientos y treinta y cinco á veinte y nueve de diziembre, día de Santo Tomás Canturiense, salieron de la Ciúdad de Quito cinco Religiosos que fueron Frai Juan Calderón, Comisario, Frai Lauriano de la Cruz, Frai Domingo Brieva, Fr. Pedro de la Cruz y Fr. Francisco de Piña; los quales llegaron á S. Pedro de los Cosanes donde estava el sobredicho Capitán, y allí embarcados en Aguarico, á diez días de navegación, subieron al Río de las Amazonas. Y sabiendo en el camino que la Provincia de los Abixiras no estava bien dispuesta, ni el Capitán tenía soldados, ni orden para poblarla; y que Frai Pedro Pecador havía de xado de paz los Indios Encabellados, Determinó el P. Comisario F. Juan Calderón, dexar aquella derrota dudosa y entrarse en esta de los Encabellados, que estava segura. Ansí lo hizo, donde estuvieron por espacio de tres meses y medio solos los Religiosos, porque no quisieron llevar en su compañía soldado alguno (ojalá después no hubieran entrado) que solo sirvieron de inquietarla. El caso fué que al cabo de tres meses y medio llegaron Fr. Pedro Pecador y Fr. Andrés de Toledo, con los treinta soldados que les avía dado la Audiencia, para poblar en aquella Provincia de los Encabellados. Ansí lo hizieron Religiosos y soldados, tomando posesión de aquella provincia en nombre de su Magestad, con todas las ceremonias y circunstancias que se acostumbran, poniendo por nombre al pueblo la Ciudad de San Diego de Alcalá de los Encabellados. Contentos y muy consolados en el Señor se hallavan en esta Provincia los cinco Religiosos, y dos Donados, Catequizando á unos, y Baptizando á otros, de modo que ya sabían muchos el Padre Nuestro y casi todos persinarse y dezir Alabado sea el Santísimo Sacramento, que con esta salutación del Cielo recibieron después á los Portugueses en la ocasión que adelante se dirá. Los Indios querían y estimavan á los Religiosos, y aunque

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