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fuese por fuerza los llevavan á sus casas y regalavan con mucho cariño. Sucedió en este tiempo otra no menor contradición del demonio para impedir los frutos que tanto le lastimaban, y fué: Que el Capitán Juan de Palacios maltrató á un Indio principal, el qual, ofendido convocó á los demás y todos vinieron sobre los Españoles con las armas en las manos, El Capitán más imprudente que valiente se avalanzó á ellos con espada y rodela, pero en breve le quitaron la vida y á nosotros la esperanza de poder pasar adelante en aquella Conversión. Y aunque con la muerte del Capitán cesó por entonces la furia de los Indios, pero quedaron tan temerosos y acovardados nuestros soldados, que luego trataron de desamparar la tierra, pareciéndoles, y no mal, que aviendo una vez perdido aquellos bárbaros el respeto á los Españoles y muerto su cabeza, no tenían ellos segura la suya.

Mucho sintieron nuestros Religiosos esta resuelta determinación, y los que más mal la llevaron fueron Fr. Domingo Brieva y Fr. Martín de Toledo, los quales dixeron que las noticias que avía de las dilatadas provincias, diversidad y número de gente que habitaba las orillas de aquel caudaloso río eran grandes, y que no sería bien, que teniendo la ocasión en las manos, la perdiesen; y que ansí ellos dos se determinavan ir el río abaxo, y que hallando ser, como dezia. la fama, bolverían ó avisarían. A todos pareció bien este consejo y así les previnieron una Canoa. Y embarcándose en ella los dos Religiosos, con su exemplo se animaron seis soldados y dixeron que ellos también querían morir en la demanda, y acompañarlos hasta la muerte.

El año pues de nuestra Redención de mil y seiscientos y treinta y seis, á diez y siete de Octubre, víspera del Bienaventurado Evangelista S. Lucas, comenzaron su viaje los dos Religiosos y seis soldados, tan desprevenidos de todas las cosas desta vida, que sólo llevava cada uno para el sustento de viaje tan dilatado é incierto, un puñado escaso de maíz, cumpliendo ansí la Letra del Evangelio y consejos de Christo Nuestro Redentor, que se cantan aquel día, que por parecerme fué misteriosa profecía, me pareció poner

las: "Et misit illos binos ante faciem suam, in omnem civitatem et locum; quò erat ipse venturus, et dicebat illis: Messis quidem multa, operarii autem pauci. Rogate ergo Do• minnum messis ut mitat operarios in messem suam. Ite: ecre ego mitto vos sicut agnos inter lupos. Nolite portare sacculum, neque peram, neque calceamenta; et neminem per viam saluta veritis in quamcumque domum intraveritis, pri mum dicite: Pax huic domui, et si ibi fuerit filius pacis requiescet super illum pax vestra, sin autem, ad vos reverte. tur. In eadem autem domo manete, edentes et viventes quæ apud illos sunt: dignus est enin operarius mercede sua."

Cumplió Dios su palabra, pues en todo el viaje no les faltó el sustento ni lo necesario, antes les sobravan los mantenimientos con abundancia increible. Y alguna vez que no conociendo la tierra, cogieron del monte algunas yucas silvestres, siendo ansí que eran venenosas, y tales que los naturales que las comen, revientan, como después se supo por cosa averiguada, los Religiosos y los soldados las comieron sin recibir lesión alguna.

Y para que se eche de ver quan milagrosamente los iba Dios sustentando y defendiendo, y quan agradable le era el descubrimiento que estos dos Religiosos Franciscos hazían en su nombre, pondré aquí sólo una maravilla, de las infinitas que su divina Magestad obró, que fué, que abriéndoseles un día la Canoa, y haziendo tanta agua, que la ponía en peligro de anegarse, uno de los Religiosos pasó la mano por encima de la abertura, y luego quedó tan bien ajustada que nunca más por allí entró una sola gota de agua. Desta manera caminaron, durmiendo todas las noches en tierra, tan seguros como si estuvieran en sus Conventos, sin sucederles cosa adversa, sinó todos prósperos, todos felizes. A cinco de Febrero, día de nuestros Santos Mártires del Japón, año de 1637, descubrieron y entraron en la fortaleza del Curupá, estalaje de Portugueses donde estaban para su defensa veinte soldados, y por su Capitán, Juan Pereira de Cáceres. Querer dezir el regocijo y contento que unos y otros recibieron viendo fenecido el descubrimiento que tanto se avía deseado, fuera dilatar mucho esta Relación.

Mandó el Governador que la Canoa la sacasen del Rio, y la llevasen á la Iglesia para perpetua memoria de aquel milagroso descubrimiento; y con ser pequeña, por grandes diligencias que hizieron, y fuerzas que añadieron, no fué posible el sacarla del agua. Viendo esta maravilla, determinó el Capitán, que llevasen la dicha Canoa á una isla que estava enfrente del pueblo; pero sucedió otra mayor, pues con echarle veinte remeros, como si fuera una peña nacida en el agua, ó un encumbrado monte, no la pudieron menear; y ansí la dexaron en el mismo paraxe donde ella varó con los Religiosos.

De allí pasaron en otra Canoa á la Ciudad del Gran Pará, dándoles el Capitán todo el avío necesario, y de allí los llevaron á la Ciudad de San Luis de el Marañón, donde fueron recibidos del Capitán y Governador Iacome Raymundo de Noroña, y de toda la Ciudad, con grandes regocijos y fiestas. Luego trató el sobredicho Governador, en virtud de Cédulas Reales que tenía, en que le mandaba apretadamente el Rey Nuestro Señor, tratase de aquel descubrimiento del Río de las Amazonas á que él ni sus antecesores no se avían atrevido por muchos inconvenientes, y dificultades que se dirán adelante. Mas ahora viendo el camino abierto, con toda presteza y diligencia se aprestó para la jornada embiando al hermano Frai Andrés de Toledo á los Reynos de España con los papeles y relaciones auténticas, de que dos Religiosos de San Francisco, y seis soldados avían descubierto el gran río de las Amazonas y que él se quedava aprestando para entrar por él. El dicho Religioso Frai Andrés de Toledo llegó á Lisboa, presentó sus papeles en el Consejo, hizo sus diligencias, habló á la Señora Infanta; y mientras venía el informe del Governador, se vino á la Ciudad de Salamanca donde al presente está,

DESCUBRIMIENTO CUARTO QUE Hizieron del RÍO DE LAS AMAZONAS, DOS RELIGIOSOS DE NUESTRO PADRE SAN FRANCISCO, EL UNO DE LA PROVINCIA DE QUITO, Y EL OTRO DE LA RÁUiDA, EL AÑO DE MIL Y SEISCIENTOS Y TREINTA Y OCHO.

Despachado el Hermano Fray Andrés de Toledo á los Reynos de España, con la relación cierta y verdadera de lo sucedido por mandato del Governador Iacome Reymundo de Noroña, se quedó Frai Domingo Brieva para que fuese el Colón y piloto del descubrimiento, que en nombre de su Magestad intentava hazer, para lo qual tuvo algunas contradicciones, si bien todas las venció la persuación y eficacia que en ella puso el Padre Frai Luis de la Asunción Religioso de Nuestro Padre San Francisco y Comisario de aquellas partes; tanto fué esto que después confesaba el mismo Governador, que si no fuera por los buenos consejos y ánimo que le infundió aquel Padre, no hubiera intentado el descubrimiento, para que se vea que de todas maneras ayudaba Nuestra Seráfica Religión.

Aprestadas con brevedad quarenta canoas, y entrando en ellas setenta soldados y mil y ducientos Indios naturales de la tierra, con todos los pertechos que pudo aver para tan penoso y largo viaje, Nombró por General de toda la Armada al Capitán Pedro de Texeira, hombre alentado, de sana y buena intención, y por Capellán al Padre Frai Agustino de las Chagas, Religioso de Nuestro Padre San Francisco de nación Portugués, y Presidente del Convento de San Antonio de Pará. Y para que se vea más clara la verdad de lo que he dicho y falta por dezir acerca de que Nuestros Frailes fueron los que descubrieron y han hecho fácil la navegación de todo este Río en estos tiempos; y que á éllos se les deve la gloria, pues solos éllos pasaron los trabajos, Diré lo que hizo el Governador Iacome Reymundo de Noroña y fué: Que ansí en los papeles auténticos que despachó á estos Reynos de España, como en los que embió á la Real Audiencia de Quito, á que me remito, nunca llamó á este Río el río Marañón, ó el río de las Amazonas, sino el gran

río de San Francisco de Quito, pareciéndole justo, y puesto en razón que pues los hijos del Seráfico San Francisco lo avían descubierto para perpetua memoria, sería bien darle el nombre del Padre; y ansí ordenó que en todas aquellas Provincias se um se, co no se llama oy, y se debe llamar ajustadamente, el río de S. Francisco.

Salió pues la Armada de las quarenta Canoas de la fortaleza del Curupá, á veinte y siete de Octubre, víspera de San Simón y Judas, año de mil y seiscientos y treinta y siete, y con grande ánimo de todos, empezaron á navegar á vela y remo, y con mayores alientos ivan los soldados Portugueses, determinados á perder primero las vidas que volver atrás en lo empezado, hasta averle dado glorioso fin. Quatro meses avrían navegado, en los quales con ser tanta gente, no les faltó la comida de arinas, pescados, carnes y frutas en grande abundadcia, porque no llegavan á parte donde los Indios del mismo Río, no les ofreciesen con gran liberalidad sus rozas, y sementeras de mandioca, maíz y otras legumbres, las quales les pagavan con cuchillos, hachas, machetes y otras menudencias de menosprecio y valor. El fruto que el Padre Capellan Fr. Agustino de las Chagas hazía en lo espiritual fué grande, atento á que muchos de los Indios que iban remando en las Canoas, eran Gentiles, á los quales el Padre Catequizó y Baptizó, que serían en número de 450, de los quales murieron algunos de enfermedades de tan largo camino, y los demás llegaron á Quito, y volvieron en la siguiente jornada, con grande amor y caridad. Los soldados Portugueses, que al principio salieron con orgullos briosos de la Ciudad del Pará, como se dilatava la navegación, cada día ivan amainando en el esfuerzo y desmayando más y más hasta que claramente le dijeron al Capitán una y muchas veces que se volviesen, porque los ríos que encontravan eran infinitos y acertar con el que avían de seguir, infosible, y esto con tanto aprieto, que no se ofrecía ocasión en que no hiziesen instancia en que ivan errados y perdidos; mas el prudente Capitán al medio del camino, y primer pueblo de los Omaguas, usó de una estratagema para quietarlos y fué aprestar ocho Canoas, diziendo que ya se hallava

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