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POLÍTICA DE ESPAÑA

EN ULTRAMAR

POR

DON MIGUEL BLANCO HERRERO

SEGUNDA EDICIÓN

MADRID

IMPRENTA DE FRANCISCO G. PEREZ

BALLESTA, 9, BAJO
Teléfono 1.134

MDCCCXC

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Razón y motivo de esta obra: objeto y fin
de su publicación.

Conocida es de un modo casi unánime la aspiración que durante la segunda mitad del siglo xv se dejaba sentir en los países de Europa, por ensanchar los límites del mundo que entonces se creía habitado. El Mediterráneo se hallaba constituído en centro universal donde la actividad humana se desplegaba con mayor energía, y los pueblos que habitaban sus costas y sus islas, los más ilustrados, más activos y poderosos.

Era España entre estos pueblos la que menos parte había tomado en aquella actividad, ocupada como estaba de la reconquista de su territorio y en reconstituir la unidad que había perdido con motivo de la invasión sarracénica. Logrado que hubo su propósito, ó más bien hallándose todavía en camino de realizarlo, por espontáneo esfuerzo de su vitalidad, extendió su influencia y poderío por mucha parte de los países que aquel mar rodeaban. Ocupaba ya en esta época la península ibérica, el puesto de nación influyente, y no podía menos de presentársele ocasión propicia para consolidar esta influencia y hacerla extensiva por las más dilatadas regiones, llevando á éllas su civilización y su comercio.

Era entonces Venecia la que había alcanzado y mantenía una preponderancia marítima y comercial por to

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dos reconocida, ensanchando su espíritu mercantil hasta haber logrado el monopolio del tráfico en los países confinantes con el Indo, países que eran considerados como fuente de toda clase de riquezas, y pugnando con éxito por conservar este monopolio, había hecho suyo casi todo el comercio de Europa. La rivalidad de todos los demás países no podía menos de avivar el incentivo que se sentía por investigar los medios de vencer al poderoso por otros que no fueran los de la fuerza, porque en ese terreno era Venecia superior á las demás potencias marítimas. Y uno de los medios, en defecto de los de la guerra, que universalmente parecía haberse tácitamente adoptado, era el de hallar un camino para la India distinto de aquel de que se servía la reina de los mares para hacer floreciente el comercio que sostenía. Uníase á esta aspiración de los hombres de negocios, del comerciante y del industrial, la de los navegantes y de los geógrafos, en quienes había ido desarrollándose la idea de existir ese camino, que en el mundo mercantil se deseaba ó se presentía.

Cúpole á Colón la fortuna de hallar propicia á su deseo la Soberana de Castilla y de realizar, por consiguiente, no el suceso, notable ya en sí, de hallar ese nuevo camino para la India de Marco Polo, sino el acontecimiento más sorprendente de los presentes siglos, como lo fué sin duda el descubrimiento de un mundo, tan lleno de encantos y de maravillas, como podían serlo aquellos que bañaban las aguas del Ganges y del Río Amarillo. El efecto que este acontecimiento debió producir en Europa, no pudo menos de ser extraordinario, y aquel país ó aquel pueblo que llegó á encontrarse sorprendido también por tal hallazgo, ó debió sentirse anonadado bajo el peso de tanta magnificencia, ó dar evidente muestra de gigantesco aliento y de elevación de ánimo, aceptándole con la calma y la serenidad del genio, que mide su grandeza por la grandeza misma de sus concepciones.

La pasión más exaltada ni la crítica más acerba podrían negar que fué obra digna de un gran Soberano y un gran pueblo, acoger como ofrenda de la Providencia

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