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coordinado y pletórico de información y de juicio de nuestra producción
intelectual, que acusó su rotunda madurez. En esa obra trazó por pri-
mera vez, el itinerario espiritual, del Perú, la trayectoria seguida en
nuestra evolución literaria, aquilató el valor artístico de las prin-
cipales obras con certera visión y destacó los valores esenciales de nues-
tra literatura. Sus estudios sobre Palma y Gonzáles Prada tuvieron el
valor de ensayos biográficos y críticos definitivos.

"La Historia en el Perú", que es acaso su obra más sustantiva, fué
presentada como tesis en 1910, cuando tenía 25 años. Con ella puso Riva
Agüero los cimientos de la historiografía peruana, mediante el estudio
preliminar e imprescindible de las fuentes históricas. Toda la historia
posterior que se ha hecho en el Perú, aún la de los que le contradicen
y niegan, ha tenido por andaderas este libro fundamental. Al analizar
la obra de los principales historiadores peruanos, Riva Agüero revisó
con su potente y bien informado criterio, las principales directivas de
nuestra historia. Toda la visión de nuestro pasado resultó transformada
por su soplo crcador y por su intuitiva visión de los derroteros morales
del Perú.

La huella feraz de Riva Agüero en nuestros estudios históricos, sc dejó sentir desde la aparición de "La Historia en el Perú", en todas las etapas de nuestra historia. Los que no le han leído o entendido o quienes sólo pretenden desvirtuar la verdad, le han acusado con frecuencia de ser un detractor del Imperio de los Incas. Admirar la cultura occidental que los españoles trajeron al Perú y las normas éticas del pueblo español, no es rebajar ni desconocer la contribución del Ineario a la civilización peruana, Riva Agüero concibió al Perú, en toda su obra histórica e interpretativa, como "un país mestizo, de habla y espíritu castellanos constituído no sólo por la coexistencia, sino por la fusión de las dos razas esenciales". "Aún los puros blancos-dijo alguna vez― sin ninguna excepción, tenemos en el Perú una mentalidad de mestizaje derivada del ambiente, de las tradiciones, y de nuestra propia y reflexiva voluntad de asimilación". Pruebas de su exultante amor por el Incario, las tenemos en su apasionada defensa y reivindicación del Inca Garcilaso, cuya historia considerada durante todo el siglo XIX, por los historiadores de cepa liberal, como una novela o fantasía individual, recuperó, por la crítica acendrada y comprensiva y la lógica irrebatible de Riva Agüero, su valor sustancial de trasmisión pura, sincera y directa de las tradiciones históricas de la nobleza cuzqueña. Su "Elogio de Garcilaso", pronunciado en la Universidad de San Marcos en 1916, en ceremonia inolvidable para los estudiantes de entonces, fué un himno a las esencias peruanas que trasunta la obra del Inca historiador y una de las más bellas oraciones por la pureza de la forma que se hayan pronunciado en el Perú. Como página de antología figura desde entonces, en

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todas las ediciones de la obra garcilasista, hechas por propios, adversus y extraños.

Su revisión de la historia incaica hecha al analizar detenida y certeramente los Comentarios Reales, dejó plantados jalones inamovibles, El afirmó y sostuvo, con su habilísima confrontación de textos y lógica contundente y exhaustiva, el quechuismo del Imperio de Tiahuanacu re. batiendo y desmenuzando hasta el hartazgo las apologías aimaristas de Uhle.

En su análisis de la historia incaica rectificó muchos errores sobre hechos e instituciones que hoy se hallan incorporados a la estimativa general del Incario. En sus publicaciones y lecciones, dadas en San Marcos en 1918 y corregidas más tarde en 1938, bajo el nombre de Civilización Peruana, ha hecho la más completa y profunda investigación sobra la historia externa de los Incas. La independencia y rectitud de espí ritu de Riva Agüero, su amor a la verdad y su incapacidad para la lisonja, no le pudieron llevar nunca a aceptar como el gobierno más perfecto y envidiable el régimen despótico y socialista de los Incas, cuyo influjo deprimente sobre la personalidad humana señalaron todos los historiadores liberales, desde Robertson y Prescott hasta el francés Baudin, Tampoco pudo aceptar la tesis pueblerina y sentimentaloide de la superioridad de la civilización y de la moral incaicas sobre la cultura renacentista y la moral de Cristo traídas por los españoles. Con criterio ecuánime y científico y ensalzando la primacía de los indios peruanos sobre los demás indios de América, sostuvo que la época incaica significó una mejora respecto a los Curacazgos y behetrías primitivas y la conquista española un avance civilizador sobre el Incario. "Equivalió la conquista castellana, dice en uno de sus más lúcidos ensayos, a un avance enorme que elevó a nuestro país desde la tenue y borrosa penumbra pre-histórica, la incipiente edad de bronce, el aislamiento bárbaro, la extrema exigüidad primaria de elementos de vida y alimentación, muy deficiente tracción animal, suma pobreza mecánica y desarrollo intelectual rudísimo, hasta la plena luz de la magnífica cultura europea renacentista".

La posición de Riva Agüero respecto a la colonización española fué insinuada en sus libros primigenios y desarrollada más tarde en diversos ensayos y discursos. En su tesis juvenil había declarado que rechazaba por igual la leyenda negra y la leyenda idílica de la colonización. En sus ensayos posteriores fué afirmando su devoción por la tradición hispánica que consideraba indivisible de nuestra cultura y base de nuestra independencia espiritual.

Después de sus brillantes tesis universitarias, Riva Agüero siguió vinculado estrechamente a la vida de San Marcos. Fué caudillo juvenil que unificó a la juventud de su época en gestos cívicos inolvidables,

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como el que reclamó la libertad de Piérola y produjo la prisión de Riva
Agüero por el Gobierno de 1911 y el gallardo movimiento estudiantil de
protesta que le sacó de la cárcel. En 1918 dictó sus admirables confe-
rencias sobre la civilización incaica, en las que se reveló, un maestro
armonioso, por la claridad y justeza del verbo, la exactitud y la elegan
cia de los vocablos y la magnífica parábola lógica de su razonamiento.
El alejamiento forzado del Perú y la residencia en Europa le apartaron
materialmente de San Marcos, pero su espíritu y su obra siguieron pre-
sentes en las cátedras de historia que adoptaban sus conclusiones, teorías
y descubrimientos. La Facultad de Letras de San Marcos lo hizo en 1928,
a propuesta de José Gálvez, secundada por Guillermo Salinas, Luis
Alberto Sánchez y por mí, Catedrático honorario de Historia del
Perú. La Universidad de 1931 que cometió errores evidentes, pero
que tuvo también renovadores aciertos pedagógicos, reconoció, no obs-
tante su divergencia doctrinaria, la capacidad del gran historiador y
lo hizo Director del Instituto de Historia de la Facultad de Letras, de
los pocos honores adecuados a su personalidad y a su obra, que se le
rindieron en vida.

La obra histórica de Riva Agüero, se repartió después en ensayos
aislados, pero en los que flameaba siempre su rica mentalidad enrique-
cida por los viajes y las lecturas, y su afán orientador y principista.
En El Perú Histórico y Artístico" que es un homenaje a su estirpe
montañesa, desarrollo, juicios e impresiones artísticas admirables sobre
la literatura y el arte indígenas, sobre el "Ollantay" y sobre temas de
arte colonial limeños, que tanto amó. En 1937 y en 1938 reunió en dos
volúmenes sus opúsculos y discursos. En estos estudios fragmentarios
hay siempre apreciaciones fundamentales sobre instituciones o persona-
jes y criterios renovadores. Para Riva Agüero, la historia no era una
simple investigación de los hechos, sino que debía enaltecerse por el
espíritu filosófico de síntesis y generalización que explica y fecundiza
los hechos históricos y animarse por la imaginación y el arte de la forma.
La descripción del paisaje y el estudio sicológico de los caracteres de-
berían ser parte integrante de la historia. El puso en práctica en sus
obras este concepto ayudado por sus excepcionales condiciones intelec-
tuales y artísticas. Hizo de sus convicciones el alma y nervio de sus
reconstrucciones históricas y les prestó el ropaje magnífico de su prosa
majestuosa y serena. Reuniendo los fragmentos de esos ensayos en que
el historiador, filósofo, y generalizador que hubo en Riva Agüero, juzgó
los diversos períodos históricos dentro del criterio de unidad que in-
forma toda su obra, se podrá hacer una historia del Perú, como la que
se ha hecho en España con los fragmentos de Menéndez y Pelayo, en
que se recoja, unida por la firme coherencia de su espíritu, su lección de
conjunto sobre nuestro pasado,

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A la documentación firme y segura, a la sagacidad crítica, a la profunda raigambre moral de la historia hecha por Riva Agüero, hay que sumar el prestigio brillante de la forma. La prosa de los ensayos y dis cursos de Riva Agüero, por su alcurnia castiza, por su claridad, limpieza y tersura, por la prestancia arcaica del yocabulario y la riqueza de matices y de giros, es digna del Siglo de Oro. El vuelo sosegado y magnífico de sus períodos, que hace vibrar a veces el aleteo de una metáfora insigne, recuerda los nobles y señoriales estilos de Garcilaso y de don Juan Montalvo.. Las páginas de Riva Agüero sobre la infancia del Inca en el Cuzco, y sobre las influencias del paisaje serrano en el alma y estilo de Garcilaso son de la más grave y tierna elocuencia. Su descripción de la batalla de Chupas tiene vigor de bajo relieve y revela sus condiciones de animador de los fríos textos históricos. Y en la descripción moral de los personajes hay magníficos retratos y estudios de caracteres hechos con penetración sicológica y rotundos aciertos de frase, en que a veces sonríe un fino y tolerante humorismo. Tales sus retratos de los historiadores Mendiburu y Paz Soldán, del Dean Valdivia y del erudito José Toribio Polo. Pero en donde campea más limpia y fluída su prosa señorial es en las descripciones de paisajes del Perú, valles yungas de luz mate y velada y limpidez de acuarela, mar de estaño fundido en cuyas playas chispea la mica de rocas y tablazos, pureza diáfana de! refulgente cielo andino o desolada llanura de la puna "donde los charcos congelados brillan como láminas de plata". Nadie ha sentido el goce del paisaje peruano como Riva Agüero, ni nadie ha trasladado su impresión con colores e imágenes más felices. Sus "Paisajes Andinos'', con la emoción vernácula de los pueblos y caseríos de la costa y de la Sierra del Perú, la descripción luminosa y quieta del Cuzco desde lo alto de Carmenca, la visión colonial de Ayacucho o de los páramos, montañas y desiertos del Perú, quedarán, el día que se publiquen, como el libro más representativo del alma y paisajes peruanos, como el "Os Sertoes" de Euclydes da Cunha, para el Brasil, y el "Facundo" de Sarmiento, para la Argentina.

La personalidad intelectual de Riva Agüero, quedaría trunca si ne se recordase aquí, lo que fué, en mi opinión, la calidad señera, el quilate-rey de su espíritu y éstos fueron, su condición batalladora y su briosa decisión para defender sus principios.

Fué un paladín de la tradición, del orden y de la fé, un espíritu de brecha, un caballero, sin miedo y sin tacha de la verdad. Tuvo el coraje, en una época de acomodos, de ser honrado y sincero, sin tretas ni malicias, incapaz de los fingimientos y mentiras que llevan al éxito y tuvo, sobre todo, como señal de auténtico apostolado, la virtuð, que es en el Perú un delito inexpiable, de decir siempre la verdad.

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Fué un trabajador infatigable de nuestra cultura hasta el último día en que la pluma quedó suspensa sobre el cuaderno en que escribía precisamente sus recuerdos de estudiante en San Marcos, más cerca que nunca de nuestra vieja casa, por que se acercaba a la eternidad y a la historia, donde sólo duran los grandes. Fué un maestro tolerante y generoso con sus amigos y discípulos, que rodearon su lecho de muerte como el de un filósofo antiguo, y le han rendido, como una compensación a sus amarguras y a su soledad afectiva, un tributo de lágrimas viriles. Fué un gran señor limeño de la amistad y como el Maestre de Santiago don Rodrigo "¡qué amigo de sus amigos!—¡qué señor para criados y parientes!-¡qué maestro de esforzados y valientes!". Fué un defensor pugnaz y quijotesco de la Hispanidad,—¡tan perseguida y tan alta, tan pura y sin premio!-por lo que Dios le habrá bendecido. Fué sobre todo, un gran peruano, que seguirá viviendo como un penate venerado, al lado de Garcilaso y de Palma, en la región olímpica de verde esmalte, donde no llegan la Envidia ni el Odio, lejos de toda escoria humana, donde su espíritu resplandece bajo la luz eterna y dialoga ya, con las grandes sombras de la Patria".

(De "El Comercio", 28 de octubre de 1944).

CARLOS WIESSE, el maestro.

† el 17 de Junio de 1945, en Lima.

Don Carlos Wiesse, fué, en su larga vida de 85 años extinguida apaciblemente en su retiro de Miraflores, abogado, periodista, diplomático, internacionalista, sociólogo, geógrafo, historiador. Pero, por encima de todo, y, esencialmente, fué maestro. Su nombre, unido al recuerdo de los textos elementales de historia y de geografía del Perú, fué familiar a muchas generaciones que en ellos aprendieron las primeras nociones del contorno físico y espiritual de la patria. Fué maestro por la sencillez y generosidad de su espíritu, que desdeñó las posiciones decorativas y solemnes, para tratar de acercar los re sultados de las complicadas teorías e hipótesis científicas y de las eruditas investigaciones históricas, a la mente de los niños, sin pedantería, sin alarde y sin retórica, con un noble y sobrio sentido de lo elemental y de lo verdadero, que rayaba en ascético.

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