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cho Público precedida de una introducción sobre el concepto histó rico del mismo". Por esos días se encendió sobre ese mismo tema su polémica periodística con el publicista chileno Luis Orrego Luco quien llegó a decir de su contendor "Lo que no consiga comprobar y demostrar Ud. es difícil que sea comprobado por otros estadistas del Perú".

En la Facultad de Letras desempeñó el doctor Wiesse el curso de Filosofía Moderna en 1904, 1905 y 1906; y en 1907 se encargó del de Sociología. Fué por eso que en 1908 publicó sus "Extractos de Sociología". La notoriedad del libro del doctor Cornejo ha opacado esta síntesis, llena de método, de espíritu didáctico y de sabiduría. Los nombres más preclaros y entonces más recientes de la Sociología están allí revisados y ubicados: Comte, Spencer, Durkheim, Simmel Stuckember, Gumplowiz, Ratzel, Worms, Giddings, Le Play, Marx, Asturaro, Rossi Tarde. Algunos de ellos por primera vez eran mencionados en castellano.

Si bien adaptable a la Sociología, la mentalidad del doctor Wiesse no tenía en la Filosofía su campo más propicio. Afortunadamente, en 1909 renunció la adjuntía de Historia de la Filosofía Antigua y fué nombrado adjunto de Historia Crítica del Perú en lugar del doctor Mariano Ignacio Prado y Ugarteche que pasó, a la condición de priucipal titular de la misma asignatura. El mismo año en abril se hizo cargo de la cátedra y poco después obtuvo el titularato de ella; desde entonces la ha estado desempeñando hasta 1930, con una breve interrupción en el año de 1924.

A través de estas dos décadas el doctor Wiesse ha sido en l Universidad el creador de su curso pues en él don Sebastián Lorente sólo se ocupó de la parte primitiva y don Manuel Marcos Salazar apenas le dedicó un texto escolar. Durante largos años no se han he cho en la Universidad otros estudios sobre Historia Patria. El doctor Wiesse llevó a esta cátedra su experiencia de profesor, su laboriosidad de publicista, su cultura de historiógrafo y sus desvelos le patriota. Divulgación, síntesis, imparcialidad son sus méritos. Sus textos universitarios sobre las civilizaciones primitivas y sobre la epoca colonial quedan como magníficos exponentes de su labor.

Habíamos tenido historiadores biográficos, retóricos, literarios y eruditos; Wiesse es aquí el historiador sociológico, completando y aclarando los trabajos ya hechos en ese sentido por Javier Prado.

Numerosas excursiones completaron su labor docente, con un carácter arqueológico a las "huacas" de la campiña o con un carácter estrictamente histórico a los templos y otros lugares típicos de la ciudad. Algunas actuaciones interesantes propició así mismo; en una de ellas fué exhumado con el concurso de Victoria Vargas, Lily Ro

say y Sante Lo Priore la "Rapsodia Peruana" del maestro Rebagliati en la necesidad de resolver la situación del indio.

Como profesor, el doctor Wiesse no fué, al menos para quienes fuímos sus alumnos en estos últimos años, un caso de facilidad ver bal, de brillo oratorio; cierto es que hemos llegado hasta él cuando estaba ya cansado. Pero una atmósfera de simpatía le ha rodeado siempre, a pesar de que ha ido acentuándose en las jóvenes generacioLes un sentido de crítica. La juventud ha sabido siempre que el doctor Wiesse, perteneciente a una época en que se consideraba imprescindible en el catedrático la férula ceñuda o la gravedad acompasada y protocolaria, ha prescindido de ellas con bohemia despreocupación. Bohemio en sus costumbres a pesar de la edad, ello ha influído acaso para que no haya llegado a ser canciller, delegado en certámenes internacionales, decano de la Facultad de Letras o Rector de la Universidad, títulos estos para los que no ha sido el derecho del mérito intelectual lo que le ha faltado.

En la Secretaría de la Facultad de Letras, que ocupó hasta 1924, ¡a cuantos estudiantes pobres favoreció! Una anécdota sirva para contar su bondad. Una vez concedió a un provinciano la exoneración en los pagos de derechos de matrícula para que no perdiera su carrera. El Decanato anuló esta concesión invocando razones reglamertarias y ordenó que aquél alumno pagara sus derechos. Don Carlos puso debajo de esa orden una anotación en la que advertía que el interesado podía matricularse en el día, ya que la suma de dinero ccrrespondiente a su matrícula sería pagada descontándola de su sueldo de Secretario. Y así muchos otros casos. Por algo llamaba "Hijitos" a los estudiantes.

Significativa es, en otro sentido, aquella otra ocasión en que examinando a cierto diputado de mucha influencia que había logrado ingresar a la Universidad mediante una ley especial, no trepidó en reprobarlo porque no dió un examen satisfactorio. Los estudiantes no deben olvidar nunca tampoco su actitud en la huelga de 1919 en que públicamente pidió el retiro de uno de los catedráticos tachados. Por todo esto la simpatía estudiantil tuvo su máxima cristalización, cuando en 1924, en plena agitación iconoclasta, logró presionar a las autoridades universitarias y obtener el regreso de don Carlos a su cátedra ya que se había alejado de ella por una comisión que le encomendó el Rectorado; luego le dedicó un gran homenaje en el Salón General cuyo vocerío por las calles fué acallado rudamente por la policía que en aquella hora de recelos, confundió la manifestación al maestro con un vulgar comicio de oposición.

Al lado de sus faenas propiamente universitarias, el doctor Wiesse no ha cejado en su labor de publicista, como lo comprueban sus con

ferencias sobre el asunto de Tacna y Arica, sus textos de Constitución y Derecho Usual, Geografía General, Historia y Geografía del Perú. Del texto de Geografía del Perú hay una edición ampliada que es toda una obra científica. Su mérito de geógrafo es análogo a su mérito de historiador; unir, sintetizar, ensamblar. Un paso adelante implica su trabajo en relación con quienes más que geógrafos fueron naturalistas y viajeros y con quienes se limitaron al aspecto políticoadministrativo de nuestra geografía. El elogio del doctor Sievers, una de las primeras autoridades de la ciencia geográfica alemana, tiene un valor de consagración.

Además, no hay que olvidar libros como la biografía anecdótica de don Ramón Castilla, "La madurez de una vida purgativa", “En ciudad ajena y tierras propias", "Fojas cortadas de un libro de His. toria patria". Compilaciones estos tres últimos, de discursos, conferencias, apostillas históricas, tradiciones, evocaciones, breves retazos de erudición de recuerdos y de ingenio en que a menudo se vuelve retozón el tratadista sesudo. La burla no es malvada ni acre; es simple, entretenida y bondadosa. Dijérase que él está hablando Cou su inimitable fruición para la anécdota sabrosa.

Deja inéditos entre otros trabajos, uno sobre "Los ruidos de la Colonia", que parece ser lo mejor que ha escrito. Si alguna virtuali dad pudiera tener este homenaje, ojalá fuera el compromiso de la Universidad para publicar por lo menos esta obra en el plazo más bre

ve.

Y así lentamente ha llegado la vejez. A su arribo rebeldías, rencores y violencias se han sosegado. Ella ha dado a su rostro ese vi. gor plástico que ha reproducido el pincel egregio de José Sabogal, vigor plástico que parece hecho con bloques de tierra, pero de tierra peruana. ¡Cuántas veces viéndole solitario y vagabundo por las calles, olvidando que la lámpara no ilumina para sí misma, hemos pensado que su vida y su obra eran incomprendidas! Sirva esta fiesta para querar probar lo contrario: en ella a la conmovida amargura de las despedidas se mezcla la ilusa fruición de las consagraciones.

Fiesta que a pesar de todo, resulta fría y pobre. ¡Cómo fuera dable realizar los anhelos más locos e imposibles! Debería ser don Sebastián Lorente quien hiciese el elogio de su discípulo y amigo como historiador, gozoso al comprobar públicamente que no se engañó su paternal afecto. Morel o Haffner, cualquiera de estos magistrados suizos llenos de saber, de sencillez y de bondad, harían el elogio del internacionalista. En el ambiente grave de este salón blasonado pondrían su alegría irreverente algunas flores de Tacna, rojas como la del granado o blancas como las del durazno: desacato perdonable por lo mismo que él supo mezclar la erudición del sabio con el gesto amu

chachado. Entre el auditorio compacto, al lado de más de cuarenta promociones universitarias, estarían los miles y miles de niños que en sus libros aprendieron a conocer lo que es y lo que ha sido el Perú.

Pero ello no es posible. Y a nosotros los advenedizos en este hogar, que estamos despidiendo a quien es uno de sus dueños legítimos, no nos queda después de enumerar burdamente la santa continuidad del trabajo modesto y fecundo que es su vida, sino decir que la Patria se reconforta y se define con ella a pesar de que los pabellones nunca se inclinaron reverentes a su paso ni las fanfarrias resonaron jubilosas en su honor; y como palabra final de esta fiesta sólo debe decírsele en nombre de la cultura, en nombre de la Universidad y en nombre del Perú: "Gracias".

MARIANO IGNACIO PRADO Y UGARTECHE, Presidente del Instituto Histórico.

† en Lima, el 25 de marzo de 1946.

Don Mariano Ignacio Prado y Ugarteche, que presidió durante los últimos años el Instituto Histórico del Perú, falleció en el mes de marzo de 1946, a los 76 años de edad. Figura venerable de nuestro mundo social, político e intelectual, el doctor Prado ha dejado honda huella en la vida económica del país, en la Universidad, en el foro y en la cultura artística.

El doctor Prado se inició en la vida intelectual y universitaria demostrando su inclinación por la historia y las letras. En 1888 optó el grado de bachiller en Letras con un trabajo de severa investigación y originalidad que tituló "Estudio sobre filología peruana en relación con la histo ria y la literatura". En época en que eran escasos los ensayos sobre temas peruanos, y en que no existían aún las obras de bibliografía, que hoy sirven de andamiaje a estudios, la tesis de Prado, representa un esfuerzo creador de gran valía y estímulo para los estudios peruanistas. Se puede decir que los abre honrosamente, abordando el análisis general de la producción poética peruana, en el Incanato y en la época colonial, con atinadas observaciones y ahonda luego el examen de los estudios lingüisticos sobre el quechua y el aymara y otros dialectos indígenas. Es un cuadro analítico y crítico de la corriente lingüística perna

nista, en el que examina desde los primeros balbuceos y ensayos de los catequistas, las obras de fray Domingo de Santo Tomás, Gonzales Holguín, Torres Rubio, Bertonio, que crearon la gran ciencia lingüistica colonial hasta las obras de los glosadores del siglo XVIII y de los modernos exégetas peruanos extranjeros desde Rivero, Mesa, Fernández Nodal, Anchorena, Barranca, hasta Humboldt, Tschudi, Markham y López. Con profundo acierto, señala el siglo XVII como el del apogeo de la lingüística peruana y deciara que nada se avanzó más allá de Gonzales Holguín en el quechua, de Bertonio en el aymará y de Ruiz Montoya en el guaraní. La obra contiene, también, un sagaz juicio sobre el Ollantay, el que considera como un típico producto de la literatura colonial, con escasos y elementales atisbos de la tradición incaica. No obstante los amplios estudios realizados después sobre estos temas, la tesis de Prado, conserva su interés y debe estimársele como una feliz iniciación de la historia de la lingüística peruana. En otra tesis universitaria. para optar el doctorado, Prado abordó la figura literaria de Núñez de Arce de resonante actualidad en la época, acrecentando con ese nuevo ensayo nuestro bagaje de estudios hispanistas.

Otra etapa de la actividad de Mariano Prado estuvo dedicada a los estudios de criminología y a la enseñanza del Derecho Penal en la Universidad de San Marcos en la que fue Decano de la Facultad de Derecho de 1922 a 1928. La labor del doctor Prado en este campo fué también de renovación e introducción de nuevas doctrinas y experiencias. Fué el expositor de las teorías de Lombroso y de Ferri, en sus lecciones de Derecho Penal, que corrieron impresas bajo el título de "Prolegómenos", que no llegó a completar. y en un trabajo, de mucha resonancia, que tituló "El tipo criminal". Como maestro se distinguió por su señorío y benevolencia y por la cepa castelariana de su oratoria que encajaba dentro de los moldes académicos de la docencia universitaria.

Por último, como lo destaca con expresiva simpatía el discurso necrológico de Víctor Andrés Belaúnde, el doctor Prado, no obstante sus absorbentes tareas de director de poderosos organismos económicos e industriales, sirvió siempre a la cultura histórica y artística del país convirtiendo su casona colonial de la calle Corcovado en un relicario de arte, reuniendo en ella una rica colección de cuadros de la

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