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que preparó la agresión, y tuvo constantemente la iniciativa de las operaciones y la ofensiva estratégica, anticipada por su política armamentista, su diplomacia agresiva y sus infiltraciones de espías y observadores. El Perú y Bolivia, en cambio pretendieron detener la agresión, brutal y sorpresiva con actos de respeto a las leyes internacionales: devolución de rehenes, respeto de los vencidos y de las poblaciones inermes. El error de los aliados fué la adopción de la defensa estratégica, impuesta en cierto modo por el dominio del mar de Chile, pero a la que debió seguir perfectamente planeada y combinada una ofensiva táctica o una defensisiva táctica activa. Las batallas se perdieron dice Dellepiane, porque practicaron la defensiva estratégica y tácticas pasivas. Cuando el ejército peruano tomó la ofensiva tácti ca venció como en Tarapacá o aclaró "el sombrío cuadro en que por imprevisión y miopía espiritual de los dirigentes de la causa pública se debatieron los soldados peruanos desde el combate de Quillagua en 1879 hasea la escaramuza de Huarochirí en 1883". Et defecto técnico fué la práctica de la defensiva estratégica y la táctica pasivas y las causas coadyuvantes "la falta de organización por falta de elementos de lucha, por la improvisación de tropas y comando, por ausencia de servicios y por alguna otra causa”.

El prestigio adquirido por el culto militar e historiador después de la publicación de su obra se refleja en los cargos y honores que recibió en el resto de su vida. En 1938. fué jefe del Estado Mayor de la Inspección General de la Defensa Nacional, en 1938-39 Agregado Militar en la República Argentina, en 1939 fué ascendido a Coronel y en 1941 a General de Brigada. De 1941 al 43 dirigió con profundo entusiasmo la Instrucción Pre-militar en el Perú.

En los funerales del General Dellepiane, realizados en Lima, en enero de 1947, al ser repatriados sus restos, el doctor Don Luis Alayza y Paz Soldán, pronunció a nombre del Instituto Histórico del Perú el discurso que se reproduce.

DISCURSO DEL DOCTOR LUIS ALAYZA PAZ SOLDAN

Abrumado de dolor ante la tumba del inolvidable amigo, del compañero de ideales y luchas, del historiador austero, del soldado ejemplar, del educador, del patriota, recuerdo las palabras de Edward Young en su Noche Quinta:

"¿Por qué tantas fatigas para triunfos tan breves? La fortuna de los ricos, la gloria de los héroes, la majestad de los reyes, todo acaba por un: “AQUI YACE”.

Y continuó con el melancólico pensador inglés:

"Mis pesares y lamentos terminarán; en tanto que sin tí ¡Oh muerte! serían inmortales. Sin tí nuestras virtudes serían vanas y nuestros sufrimientos perdidos. Tú vas a pagarme el salario. Yo he proferido gritos al nacer, para obtener esta vida miserable ¿Cuándo podré exhalar mis últimos suspiros, para obtener una segunda que me idemnice de la primera? Nó; la vida no es de acá: ella sólo comienza después de la tumba. La muerte nos hiere para conservarnos. Herido de su mano, el hombre cae y se levanta".

Domínanme estas hondas reflecciones al dar el último adiós ennombre del Instituto Sanmartiniano del Perú, a uno de los suyos, al más entusiasta, al más fuerte, al más conspicuo, a su Vice-Presidente, el General Carlos Dellepiane.

Dellepiane siguió su vocación al ingresar a la nobilísima carrera de las armas, porque entendió que era la que más caminos le franqueaba para traducir en obra sus sentimientos de peruano y de patriota. Cada joven que se matricula en la Escuela Militar, lo hace impulsado por el mismo ideal y decidido al mismo propósito.

Años más tarde encontró que los tiempos eran muy otros de aquellos en los cuales ciñó la polaca y profesó la espada; buscó entonces en los campos de la historia, historia de la patria, lo que en la vida le falta. ba; de ahí nació su dedicación a los estudios recordatorios de los he. chos de nuestros grandes varones, y su monumental obra la "Historio militar del Perú", obra al mismo tiempo entusiasta y austera, sólida y brillante; y una vez que hubo dádole cima, este obseso del patriotismo, este insaciable codicioso del bien nacional que fuera Carlos Dellepiane, orientó los últimos años de su existencia a la enseñanza dentro y fuera del claustro de Marte, y consagróse por entero a organizar la instrucción premilitar obligatoria, para forjar al ciuda dano, desde sus primeros días, en las disciplinas de la lucha y en la religión de la patria. Con tenacidad incansable desarrolló su viril cometido y con visión de filósofo y ardentía de soldado secundó des, de esa alta cátedra que es la Dirección de Instrucción Premilitar, las enseñanzas de Castilla en su acción, de Salaverry en sus arengas y combates, de Cáceres en el esforzado gimnasio de la Breña. Dellepiane, varón de alma templada y vibrante como el acero de su espada, es uno de los grandes espíritus militares que han aspirado a dar otro rumbo y sentido a la vida nacional, aniquilando cuanto de muelle y frívolo pueda existir en ella, combatiendo el ateismo de ios

que no adoran a la patria y levantando sobre nuestro firmamento, como un lábaro de mágicas virtudes, el estandarte de la peruanidad.

Fué la suya obra de previsión; pronto llegaron para la humanidad y para el Perú los días tremendos que vivimos, en esta etapa de desenfrenos y peligros, que es uno de aquellos períodos fatales y de causa ignota, como las bravezas del mar. Dellepiane sabía que la trompeta que nos llama a la lucha es la que nos lleva al engrandecimiento, que no debemos llorar con lágrimas de mujer las desgracias que nos asedian, porque ellas nos hacen exteriorizar las inmanencias y virtudes que poseemos, que los espíritus se corrompen en la tranquilidad de los pantanos y se desintegran en la fría paz de la tumba; en tanto que se retemplan y ennoblecen en la acción.

Bendigamos a la Providencia que nos depara horas de prueba, y, ya que hemos de morir, conquistemos una muerte digna con los esfuerzos de una vida digna; y no nos importe que caigan y desaparezcan quienes creen que la existencia sólo sirve para entregarse a los placeres o vegetar en la molicie.

Una parte de su apostolado realizó Dellepiane desde el Instituto Sanmartiniano, que no es un museo de glorias y prestigios, sino corazón palpitante, voluntad activa, que busca en las grandezas del pasado levaduras y estímulos para las jornadas del mañana.

Cuando, bajo el nombre y la sombra protectora de un insigne argentino, José de San Martín, ganador de batallas, libertador de pueblos y forjador de naciones, y al conjuro de otro inolvidable argentino, el historiador José Pacífico Otero, en un claro día de prin cipios de 1935 se organizaba el Instituto, busqué a un hombre a quien no conocía y solicité su amistad, porque intuí en él el alma grande y el propulsor poderoso que necesitábamos; solicité al entonces Teniente Coronel Carlos Dellepiane; y no fué vana mi premonición, por que en todos los momentos y en todas partes, va a nuestro lado en las labores de la vida institucional, ya desde el extranjero, jamás nos faltaron su cooperación y sus luces, y como codirector de la "Revista del Instituto Sanmartiniano del Perú" nos ilustró con su pluma y nos prestigió con su nombre.

Por eso ahora, ante este cofre de acero que guarda sus restos humanos, recuerda el Instituto en cuyo nombre hablo, que la fortuna de los ricos, la gloria de los héroes, la majestad de los reyes, todo acaba por un "AQUI YACE"; pero que la vida no es de acá: sólo comienza después de la tumba; y el hombre herido por la muerte, cae y se levanta; si, levántase engrandecida y luminoso, como guía para nuestros pasos, reconfortante para los desfallecimientos y estímu. lo para los más nobles y desinteresados orgullos.

¡Colega Dellepiane!.

El Instituto Sanmartiniano del Perú al acompañarte hasta el pórtico del más allá, te despide serenamente y te da las gracias.

Y, como que de las grietas de la urna funeraria se exhalasen las palabras postreras de este veterano luchador, ya en los umbrales de su nueva existencia, contestándonos:

¡Adelante!

JULIO C. TELLO, el arqueólogo.

† en Lima, el 3 de Junio de 1947.

La arqueología peruana no tuvo hasta la aparición de Julio C. Tello un cultivador genuino y científico. Hasta él la investigación arqueológica fué prncipalmente obra de viajeros extranjeros o de dilletanttis entusiastas. La curiosidad por las "antigüedades" y restos arqueológicos databa, sin embargo, de los primeros cronistas, principalmente de Cieza, con sus descripciones de monumentos, templos, caminos, fortalezas y piedras milenarias. La trayectoria que vá de los primeros asombrados narradores a los arqueólogos modernos recorre a través de los siglos, diversas etapas de curiosidad y formas de aprehensión de los hechos pre-históricos a veces paradojales o contradictorias.

Después de los cronistas, aparece la estirpe destructora de los "extirpadores de idolatrías", frailes, visitadores y funcionarios, que cumplen la consigna eclesiástica de los Concilios de destruir todas las supervivencias de hechicerías, supersticiones y gentilidades. Es la hueste de los Avila, los Arriaga, Avendaño, Teruel, Albornoz, Hernández Príncipe que arrasan huacas y machays, desentierran momias de malquis venerados, queman amuletos y huacanquis, quiebran conopas y persiguen hechiceros y ritos clandestinos. El lema de estos arqueólogos al revés es el del candoroso padre Arriaga; "Todo lo que se puede quemar se quema". Pero, en el fondo de este furor iconoclasta, hay una oculta vena de simpatía y de inconsciente aproximación al sentido moderno de la arqueología. Los extirpadores, por razon de su función, se convierten en sutiles conocedores de todo el instrumental religioso y la utilería del rito y la superstición y, para comprobar su celo apostólico, describen

las especies destruídas, con sus curiosas supercherías gentí licas y las fábulas conexas. Son, en realidad, unos buenos precursores de la etnografía y el arqueólogo moderno recogerá de ellos inducciones derroteros apreciables. Tello fué, con su fervor místico a la inversa,-de preservación de todo lo pre-histórico,-un lector afanoso y un experto saboreador de las filípicas descripciones y anatemas pormenorizados de los extirpadores. Por una coincidencia histórica presagiosa, fue su región natal de Huarochirí, una de las más denostadas y perseguidas por el santo furor de los destructores de huacas y por ende de las más ricas en folklore legendario y en tradiciones típicamente arqueológicas. Tello fué la revancha indígena contra Avilas y Avendaños.

Pero la tarea arqueológica peruana, tuvo en la época republicana, otra casta de precursores tan peligrosa como las de los extirpadores y fué la de los "huaqueros" o buscadores de tesoros con sus excavaciones temerarias, su desdén por todo lo que no fuera suntuario, su indiscriminación de estilos y de estratos y su búsqueda comercial de objetos cotizables. Ellos, con sus "huaqueos" clandestinos colmaron de vasijas y de tejidos las colecciones de los aficionados a antigüedades y los ejemplares identificados de los museos extranjeros. Su labor depredadora y confusionista, tuvo, sin embargo, una virtualidad eficaz: las muestras del arte escultórico y textil de los de los pobladores primitivos del Perú y las muecas grotescas de sus peces y felinos idealizados, llamaron la atención y despertaron la curiosidad de los modernos cultivadores de la antropología. Estos ejemplares prófugos del gran arte cerámico del Perú primitivo, atrajeron a nuestro territorio a los grandes iniciadores de nuestra ciencia arqueológica: Squier, Wiener, Bandelier, Reiss y Stubel, hasta Max Uhle.

En Tello, que es el primer arqueólogo científico peruano, nutrido de técnica y de ciencia europea, se funden todas las calidades de sus antecesores en la faena arqueológica: tenía la unción hierática del tarpuntae o sacerdote indio, conservador de los ritos y objetos sagrados, inexpugnable guardador de las huacas, el místico ardor de los extirpadores de idolatrías, la audacia y la intuición telúrica, la resistencia física de los viejos baqueanos violadores de entierros y, además, la técnica científica, múltiple, diestra y avisora, que le hacía penetrar certeramente en todos los secretos de las artes industriales primitivas, de la metalurgia o de la hi

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