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Colección de libros y documentos referentes a la Historia del Perú de Urteaga y Romero, en Lima, en dos volúmenes (Tomos IV y V de la Segunda Serie) en 1922 y 1925. El mercedario Fray Guillermo Vás. quez, enjuiciando esta publicación, dijo: "La edición de Lima es tan defectuosa que la obra puede considerarse todavía inédita". Este juicio es, en parte, rectificado por el padre Bayle quien, sin absolver por completo a la primera edición limeña de algunas omisiones y errores, halla que estos provienen, principalmente, del propio manuscrito de Loyola, que a él también le sirve de original.

Del examen directo realizado por el padre Bayle, se desprende algo que ya deduje en mi estudio sobre Morúa, que precede a la segunda edi. ción limeña de la crónica, publicada en 1946, por don Francisco A. Loayza, o sea que el manuscrito de Loyola, no es el original, el que tenía dibujos y pinturas, según lo describió Juan Bautista Muñoz en el siglo XVIII. El padre Bayle confirma esta opinión, demostrando que lo que se conserva en Loyola es una copia, y mala, del manuscrito original, hecha en 1890, y que la obra auténtica se extravió, en algún transtorno revolucionario, aunque se tiene la esperanza de que subsista copia mejor en Bogotá.

Las tres ediciones la de Urteaga- Romero, la de Loayza que reprodujo la anterior y la del P. Bayle- se basan, pués, en la deficien. te copia del convento de Loyola. La versión que sirvió para la edición limeña fué obtenida por el erudito peruano don Manuel Gonzales de la Rosa, quien inició su publicación en Lima. Dicha versión fué posteriormente, utilizada por los señores Urteaga y Romero, completando algunos capítulos perdidos con una copia de estos que les fué enviada por el jesuita del Olmo. La nueva edición del padre Bayle comprende veinte capítulos más de la obra de Morúa-(del capítulo LV al LXXIII) que no aparecen en las ediciones limeñas, y aún declara aquél que faltan 13 capítulos que se hallan en blanco en la copia de Loyola y deben aparecer en el original, ya que éste se envió al Rey y al Consejo de Indias como obra lograda y concluída. También avaloran esta nueva edición algunas de las láminas que trae el manuscrito de Morúa.

En lo que se refiere a la personalidad del padre Morúa, el padre Bayle acoge, sin muchas cautelas, el epíteto de venerable secerdote" que el historiador Romero otorga al liviano padre Morúa y aún le llama por su parte "alma apostólica". La lectura de la crónica de Morúa, con sus disquisiciones sobre las piernas y los muslos de las vírgenes del sol, con su pecaminosa proclividad a insistir sobre los ritos de la desnudez de estas y la influencia de los huacanquis y otros sortilegios en la fortuna amorosa, denuncian claramente la índole voluptuosa del cronista mercedario, patente en todos sus relatos, y atestiguada, además, por las acusaciones directas y precisas, sobre su liviana conducta

como doctrinero de Aymaraes, que le hace el cronista indio Huamán Poma de Ayala.

El padre Bayle conceptúa que la obra se escribió por el padre Morúa entre 1590, en que se terminó la primera parte, según reza el manuscrito, y 1600 en que consta que se escribía la segunda parte que hace alusión al terremoto de Arequipa de 18 de febrero de 1600, que el autor presenció. Esto puede concertarse con la noticia de que el padre Morúa, quien se hallaba en Madrid, después de haber sido Elector General de la Orden Mercedaria, y haber viajado por Tucumán y Buenos Aires, pedía licencia para imprimir su crónica tan solo el 26 de mayo de 1616.

Con buena y sagaz erudición de cronistas del Perú, trata el padre Bayle, en su prólogo, de fijar la contribución del cronista mercedario a la historia de los Incas o al "Imperio incástico", como él dice, con impropio e innecesario neologismo. Acertadamente establece que no era posible, en la época de Morúa, cronista post toledano que se aproxima al siglo XVII exigir originalidad al cronista, ni revelaciones sobre el régimen politico o las supersticiones incaicas ya recogidas exhaustivamente en las Informaciones de Toledo, y en las crónicas de Cieza y Ondegardo, a las que cabía añadir como fundamentales los aportes de Sarmiento sobre el espíritu guerrero del Imperio y la minuciosa descripción de los ritos y fábulas de los Incas de Cristóbal de Molina, el Cuzqueño. Morúa no alcanza ciertamente la cúspide de estos cronistas, ni en información, ni en método y seguridad expositiva y mucho menos en originalidad. La comparación con el mexicano cronista Sahagún es, como apunta el padre Bayle, de manifiesta ligereza y exageración.

En Morúa lo que atrae e interesa es, como subraya el padre Bayle, la manera de contar "el arte de reunir y aliñar lo averiguado con toques de observación personal en lo que todavía era el fondo mismo de las costumbres, genio de los indios, relieves de la idolatría, maneras de vestir, comer, trabajar, emborracharse, unirse en matrimonio". Sobresale, también, en la descripción algo poetizada de la vida suntuaria y cortesana de los Incas, en las magnificencias de fiestas y de joyas, por lo que cabe llamarle el "Gran Chambelán" de la crónica. Pero nada de esto redunda en prestigio suyo como historiador exacto y documentado, sino que lo sitúa, más bien, en la línea brumosa de los cronistas post-toledanos envueltos en una poética nube legendaria.

Capítulo más grave de acusación y demérito para el cronista mer cedario serían sus impunes y desmesurados saqueos de las obras de otros cronistas. El plan de su obra dividida en biografías de Incas, Coyas y capitanes, sumario de leyes y ordenanzas de los Incas, fiestas y costumbres finalizada por la descripción de las ciudades del

Perú, sigue fielmente el plan de la obra Nueva Crónica y Buen Gobierno, del indio Huamán Poma que fué su feligrés en el pueblo de Yanaoca. Y los capítulos sobre supersticiones, ritos, huacas y sacrificios, que el padre Bayle estima como el núcleo de la obra son, por desgracia, reproducción literal del tratado de Polo de Ondegardo sobre "Errores y supersticiones de los Indios'' publicado en 1585 en Lima, así como de la "Instrucción contra las ceremonias y ritos que usan los indios conforme a su gentilidad" publicada en el Confesionario para los curas de indios, de ese mismo año. Esto, sin rastrear otras coincidencias con cronistas como Gutiérrez de Santa Clara-lo que hace presumir que Morúa hubiese estado en México y la utilización constante de Huamán Poma, expurgado de crudezas, anacronismos y puerilidades.

La edición del padre Bayle, al reproducir algunos de los dibujos de la crónica de Morúa, ha confirmado la sospecha de que el mercedario conoció y se aprovechó de la crónica y dibujos del indio Lucana. La lámina que reproduce el Padre Bayle en la pág. 146 de la crónica de Morúa sobre la prisión de Tupac Amaru, es casi una copia o está evidentemente inspirada en el dibujo sobre el mismo asunto que aparece en la página 449 de la obra de Huamán Poma. Ambos ofrecen la misma ingenuidad de trazo y de leyendas.

Despojado de los ajenos indumentos de que se revistiera, Morúa no carece, sin embargo, de mérito y aún de originalidad. Agotadas las narraciones de los cantares épicos de los Incas, la historia verídica y seria de los quipucamayocs que informaron a Cieza y a Betanzos, a Molina y a Sarmiento, Morúa, cronista post-toledano típico, deriva, como en toda época decadente hacia la leyenda, la novela y el dato folklórico. Poco metódico y minucioso, Morúa comprendió que no podía superar en precisión y documentación a las informaciones de Polo le Ondegardo sobre ritos y supersticiones y las transcribió íntegramente, junto con sus propios datos y hallazgos, tratando de reunir en una obra integral, todo lo que se sabía sobre el imperio incaico. Pretendió que su obra fuese una suma de la historia incaica, sin mucho discernimiento ni escrúpulos sobre lo propio y lo extraño, como era de uso en los cronistas de la época.

No obstante lo mucho ajeno que se observa en la obra del mercedario -y una confrontación más prolija daría mucho más, el aporte de Morúa es interesante y sugestivo. Es el cronista del amor y de los acllahuasis o conventos de vírgenes del sol. Es el más regalado descriptor de las magnificencias y usos suntuarios de los Incas, que exageró a veces o relató otras con propensión legendaria y acaso con la sombra de una imperceptible ironía. Lo suyo es, principalmente, lo episódico, lo anecdótico, el dato folklórico o la interpretación de la

sicología india, que conoció de cerca como cura doctrinero. Son también originales sus datos sobre Uros, Collas y Puquinas, los indios dei lago, que conoció directamente como cura de Capachica. Y, a más de estos, el estílo, grácil e insinuante, el que se revela, sobre todo, en su bella bábula del pastor Acoyanapa y la princesa Chuquillanto, inusitada ga la de joyel entre la ascética estameña de las crónicas.

Raúl Porras Barrenechea

LA CRONICA AMAZONICA DE FRAY GASPAR DE CARVAJAL

Relación que escribió Fr. Gaspar de Carvajal, fraile de la orden de Santo Domingo de Guzmán, del nuevo descubrimiento del famoso río Grande que descubrió por muy gran ventura el capitán Francisco de Orellana, desde su nacimiento hasta salir a la mar, con cincuenta y siete hombres que trajo consigo y se echó a ventura. por el dicho río y por el nombre del capitán que le descubrió se llamó el río de Orellana Consejo de la Hispanidad Madrid

1944.

Entre las más útiles y sagaces divulgaciones de las crónicas de Indias hechas últimamente, se halla esta de la relación del descubrimiento del Amazonas de fray Gaspar de Carvajal, tan difícil de encontrar en la limitada y rarísima edición de Medina. La reedición actual, con algunas de las notas de Medina y facsímiles del Archivo de Indias, se debe al eminente historiador español don Antonio Ballesteros, Catedrático de Historia de América en la Universidad de Madrid y docto orientador de los investigadores de historia americana en los archivos madrileños.

La crónica de Carvajal fué primeramente recogida por el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo al final de su Historia General de las Indias, y publicada por lo tanto en la primera edición de dicha crónica hecha por la Academia de la Historia en 1851-55. En 1894, don José Toribio Medina publicó, en Sevilla, una nueva relación de Carvajal, que difiere en parte de la anterior, tomándola de un manuscrito que poseía el duque de T'Serclaes y de otro que existe en la Biblioteca de la Academia de la Historia. Ballesteros cita otras posibles versiones de este descubrimiento, coetáneas de Carvajal, en una carta de Oviedo al Cardenal Bento de 22 de Enero de 1543, que conoce en un extracto de Ramusio y la relación perdida del propio descubridor Francisco de Orellana. Estas crónicas, junto con las de la expedición de Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre al Marañón, el Dora

do y los Omaguas, de Toribio de Ortiguera o Francisco Vasquez y otros, dán lugar a un conjunto original dentro de las crónicas del descubrimiento, por la originalidad y presencia abrumadora del paisaje, inhibición del esfuerzo conquistador, lejanía o esquivez del contendor indio y tendencia fantasmagórica de los relatos, que podrían formar, con caracteres propios, el ciclo amazónico de las crónicas, presidido naturalmente por el relato de Carvajal, padre del género que dió vida americana al mito de las Amazonas.

La personalidad y la vida de fray Gaspar de Carvajal se conocían por las referencias episódicas de los cronistas de las guerras civiles del Perú y por la biografía de tendencia edificante que le dedica el cronista de su orden domínica fray Juan Meléndez en sus Tesoros Verda. deros de las Indias. Meléndez declara que fray Gaspar era extremeño, pero no menciona la ciudad ni la fecha de su nacimiento. Asegura que vino al Perú con fray Juan de Olías a fines de 1533, que fué confesor y capellán de la expedición de Gonzalo Pizarro al Amazonas y que cuando Orellana se decidió a abandonar a Gonzalo en las selvas peruanas, llevándose el bergantín de víveres y la ropa, en "una de las mayores maldades que se han hecho en nuestros siglos", fray Gaspar se opuso y se quedó a esperar a Gonzalo con Hernan Sánchez de Vargas, hecho ilusorio por irrealizable y que se haya contradicho por la crónica del propio padre Carvajal y por todos los testimonios y documentos. Meléndez agrega, que el padre Carvajal fué Superior del Convento del Rosario en Lima en 1544, predicador del Convento de Huamanga en 1533, Vicario General enviado por La Gasca al Tucumán en 1550, Provincial de Santo Domingo en 1557, alentador de la Universidad o estudio general recién fundado por los dominicos en Lima, definidor de la Orden en 1565 y 1569 y que murió, en Lima, en 1584 y fué el primer religioso que se enterró en el Convento del Rosario.

No es esta nota el lugar para ampliar o rectificar estos ingenuos y admirativos datos del cronista conventual, pero cabe señalar, de paso, algunos hechos saltantes de la vida del domínico revelador de la Amazonía. Fué este natural de Trujillo de Extramadura, de ilustre familia, seguramente pariente cercano de Orellana y según propias declaraciones testimoniales debió nacer el año 1500. En 1555 declaró, en Lima, en una información sobre el cacique D. Gonzalo Taulichusco, que tenía 55 años, que había llegado hacía 23 años y "que no estaba en estas tierras cuando el dicho Marqués entró en ella". Oviedo, que recibió probablemente de manos de Orellana, en Santo Domingo, la crónica de Carvajal, dice que éste se halló presente en todo lo que relata y el propio fray Gaspar asegura que siguió a Orellana y que en

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