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hemos de hacer ahora, añadiendo únicamente que el Papa se reservó la provisión de cincuenta y dos beneficios en las iglesias de España, y que antes de ultimarse el pacto se pusieron en Roma á disposición del Pontífice, como capital de las rentas á que renunciaba, 23.066.660 reales. Las ventajas que de él resultaban á la Monarquía española eran grandes, según escribió el Sr. Mayáns y Ciscar, en sus Observaciones sobre el Concordato. Aun así no satisfizo á todos ni en una ni en la otra parte, no siendo el Nuncio de los que menos se opusieron, por lo cual, ante las reclamaciones de la Corte española, expidió Su Santidad el Breve de 10 de Septiembre, corrigiendo algunos extremos de las circulares expedidas por aquél y explicando algunos, puntos del Concordato.

De esta manera terminaron por entonces las discordias que durante tanto tiempo habían dificultado las relaciones entre España y la Santa Sede; pero ni el Concordato ni el Breve de Benedicto XIV lograron impedir los abusos que se cometían.

CAPÍTULO II

Carlos IV y Pio VI.-Muerte del Pontífice.—Ideas de Godoy sobre las Órdenes religiosas.-Recursos sacados de los bienes del clero.-Pugna entre la Nunciatura y los Prelados. -Disposiciones para corregir los abusos de la Nunciatura.- Nombramiento de Nuncio à favor de Monseñor Gravina; restricciones con que se otorgó el pase al Breve.— Nuevas quejas de los Prelados.

Al criterio regalista, que tan alto influjo ejerció durante el reinado de Carlos III en las relaciones entre España y la Santa Sede, se unió más tarde el espíritu revolucionario francés, infiltrado, en la época de Carlos IV, en gran parte de los elementos directivos españoles, y uno y otro hicieron que en los últimos días del siglo XVIII dominasen en las esferas gubernamentales ideas de reforma, cuya influencia no bastaba á contrarrestar la piedad del Monarca.

Carlos IV sentía personal afecto hacia Pío VI; pero si esto fué causa de que aquél procurase proteger al Papa por medio de Azara, Embajador de España en París, y le enviase frecuentes avisos de lo que contra el Pontificado tramaba la República francesa, no bastó á decidir al Monarca á dar asilo al Papa en sus Estados cuando éste se vió precisado, después de la ruidosa jornada de 29 de Diciembre en Roma, á abandonar la Ciudad Eterna y buscar refugio primero en Siena y

luego en Valentia. Y eso que, contra lo que hacía creer la correspondencia del Marqués de Campo, fué el Directorio el que más instó al Rey á que acogiese á Pío VI en sus dominios, porque tenía interés en que el futuro Conclave se celebrase en España, creyendo que de esta suerte podría influir mejor en el resultado de aquél. Entonces-escribe un historiador modernomás que la adhesión á la Santa Sede pesó el temor de los peligros á que podían exponerse las instituciones y la misma religión en España, pues se harían blanco de los manejos y tiros revolucionarios (1). Aunque á decir verdad, si son exactas las ideas que se atribuyen á Urquijo, que á la sazón desempeñaba la primera Secretaría de Estado, más que á tales temores debió obedecer esa conducta al propósito de aprovechar las circunstancias para realizar el plan que meditaba. Porque, en efecto, si realmente Urquijo intentaba devolver á la Iglesia española el carácter y las primitivas facultades que había perdido, y si sus opiniones alcanzaban á querer cercenar al Pontífice el poder personal, ¿cómo había de mostrarse propicio á que el Pontífice residiese en España, aumentando así su influencia sobre el clero nacional?

Lo cierto es que si la noticia de la muerte de Pío VI causó en España, así en el pueblo como en la Corte, profunda sensación y hondo sentimiento, en la misma Gaceta en que se daba cuenta del fallecimiento, y al pie de un artículo en que se pintaba el duelo general y se encomiaban la sabiduría, la bondad y las virtudes todas del Pontífice, se insertaba un decreto, fecha 5 de Septiembre de 1799, en el que se disponía que los Prelados usasen de toda la plenitud de sus facultades,

(1) GÓMEZ DE ARTECHE, Historia de Carlos IV, tomo III, página 214.

conforme á la antigua disciplina de la Iglesia, para las dispensas matrimoniales y demás que les competían; que el Tribunal de la Inquisición continuase ejerciendo sus funciones y que el de la Rota siguiese sentenciando, por voluntad del Rey, las causas que hasta entonces le estaban cometidas en virtud de comisión de los Papas (1).

No recibió de igual suerte todo el alto clero esa disposición, antes al contrario, dividiéronse los Prelados, y la escisión, reflejada en el púlpito y en múltiples opúsculos, obligó á intervenir al Gobierno y al Santo Oficio, prohibiéndose algunos de los folletos. El Nuncio reclamó enérgicamente; Urquijo contestó con violencia, y la cuestión se agrió en tales términos que se entregaron los pasaportes á Monseñor Cassoni, si bien éste, por mediación de Godoy, no llegó á salir de Esраñа.

La conducta de Godoy, que se hallaba temporalmente apartado de los negocios, fué en tales circunstancias, ó un rasgo de prudencia y de buen juicio, ó una habilidad, porque en el fondo el Príncipe de la Paz no era partidario de las exenciones y privilegios del clero. Muy lejos de ello, había prohibido los enterramientos en los templos, disposición altamente plausible desde el punto de vista higiénico; prosiguió la obra comenzada en el reinado anterior, sacando á concurso los curatos; ordenó que la Inquisición no procediese á la prisión de persona alguna, de ningún estado, alto ó bajo, sin consulta y permiso del Soberano, é intentó llevar á cabo grandes reformas en las Órdenes religiosas (2).

(1) Véase el Apéndice núm. 1.

(2) Fué Godoy o fué el Ministro de Estado, D. Mariano Luis de Urquijo, el iniciador de estas reformas? Punto es éste

De éstas, las que principalmente solicitaban su atención, eran las mendicantes, de las cuales había por entonces en España unos mil conventos, con más de 25.000 frailes que sólo vivían de la limosna, y otros muchos que la solicitaban como ayuda de las rentas que poseían. Godoy creía que los mendicantes se ballaban rebajados en su carácter sacerdotal, y que además su existencia era perjudicial á los pueblos, y de aquí que procurase que se dedicaran unos á formar colegiatas parroquiales con sujeción á los Obispos, otros al servicio de los hospicios y demás casas de beneficencia, y el resto á las Misiones de Ultramar. Aun el número de los conventos que vivían de sus rentas lo estimó excesivo y procuró reducirlo, y para todo esto alcanzó de la Santa Sede diversas bulas que respondían á sus ideas reformistas (1).

que no hallamos suficientemente aclarado, aunque constituyen indicios graves para creer lo segundo el haberse realizado la mayoria de aquéllas durante el paso de Urquijo por la Secretaría de Estado, la educación liberal de éste, su conocimiento de las obras de los filósofos ingleses y franceses, su estancia en Inglaterra y el haber sido objeto de repetidas persecuciones por parte del Tribunal de la Inquisición.

De todos modos, el que fuese uno ú otro no altera el razonamiento consignado en el texto.

(1) Según afirma CANGA ARGÜELLES en su Diccionario de Hacienda, en 1800 existían los siguientes conventos: de Religiosos monacales, 200; de Religiosas monacales, 79; de Religiosos mendicantes, 882; de Religiosas mendicantes, 150; de Religiosos que vivían de sus rentas, 798; de Religiosas que vivían de sus rentas, 150; de Clérigos regulares, 131. Total conventos de hombres, 2.011; idem de mujeres, 379. Total general, 2.390.

El número de Religiosos era: varones, 59.768; mujeres, 33.630. Total, 93.398.

Es curioso hacer notar que las regiones en las cuales habia mayor número de conventos eran: Cataluña, que tenia 218; Sevilla y Sierra Morena, con 203; Valencia, 195, y Aragón, 185; es decir, las más ricas, las de mayor población y riqueza. De las que tenían menor número era una Galicia.

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