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ñor Cánovas del Castillo, que acababa de ser vilmente asesinado, habían creado una situación muy delicada y muy difícil al Gobierno conservador que presidía el General Azcárraga; y las oposiciones, que combatían con desusada violencia al Gabinete, se apresuraron á utilizar las armas que les ofrecía el Obispo Sr. Cervera. La prensa radical, no sólo no salió á la defensa de la Real orden de Hacienda, como habría sido lógico, puesto que se trataba de la aplicación de las leyes desamortizadoras, sino que se mostró escandalizada de que continuase siendo Ministro de Hacienda el señor Navarro Reverter, pretendiendo hacer creer que sobre éste pesaba la pena de excomunión, con lo cual logró producir no escaso efecto en determinados elementos.

El Gobierno estimó necesario acudir á Su Santidad, y así lo hizo; se incoó en el Vaticano el correspondiente expediente, pero cuando recayó resolución en el asunto habían pasado ya tales cosas y se hallaba la opinión solicitada por tan magnos problemas, que nadie se fijó en aquélla.

La conducta del Obispo de Mallorca, que sin utilizar los recursos legales se había lanzado por tales cami. nos, era tanto más deplorable, cuanto que el carlismo volvía á dar señales de vida como partido de acción.

Los temores que inspiraba la actitud de los Estados Unidos, pues fácilmente se comprendía que éstos se preparaban á intervenir en Cuba á pretexto de una in surrección que en aquéllos había encontrado aliento y apoyo; el encono con que se combatían los dos partidos monárquicos que vivían dentro de la legalidad, y la división de los conservadores en dos fracciones que se hacían cruda guerra, todo alentaba á los car listas, los cuales, en previsión de posibles catástro fes, se aprestaban á tomar parte activa por medio de

las armas, en la política española. Como la opinión en Europa, sobre no ser muy favorable á la conducta del Gobierno de Madrid, se hallaba dominada por cierto pesimismo respecto al porvenir de España, no faltaron en aquélla elementos que apoyasen más o menos directamente á los conspiradores-y posible es que cuando se escriba la Historia de este período (1), se ponga en claro algo que ha de causar general sorpresa;-pero entre esos elementos no se hallaba la Santa Sede, á la cual hay que hacer la justicia de reconocer que, perseverando en la conducta observada desde la muerte de D. Alfonso XII, principalmente, hizo cuantos esfuerzos estuvieron á su alcance para que no se perturbase la paz, prestando con ello un inmenso servicio á España.

Se contó por la prensa, en Noviembre de 1897, un hecho que, de ser exacto, demostraría hasta qué punto cuidó la Santa Sede de no alentar en manera alguna á los carlistas. Se dijo que el pretendiente D. Carlos encargó á un personaje de su confianza, perteneciente á la aristocracia romana y pariente suyo, que formulara ciertas protestas de respeto y sumisión en el Vaticano. El comisionado no consiguió ser recibido por el Papa, el cual encargó al Cardenal Rampolla que manifestase á aquél que «las dolorosas pruebas por que en la actualidad está atravesando España, le inspiran la creencia de que su deber es excitar á todos los

(1) En estos últimos años se han publicado dos obras: España y la Regencia, Anales de diez y seis años, por D. ANTONIO PIRALA, é Historia de la Regencia de Doña Maria Cristina de Habsburgo-Lorena, por D. JUAN ORTEGA Y RUBIO; pero ninguna de las dos constituye ni podia constituir un verdadero estudio histórico de período tan interesante, tan accidentado y hasta tan trágico como el de 1885 á 1902, porque la inmensa mayoría de los documentos, así oficiales como particulares, no pertenecen aún al dominio público.

patriotas á la concordia, único medio para que se levante de su postración el país». El Cardenal añadió que Su Santidad apreciaba en lo que valía la respetuosa gestión de D. Carlos, pero que los católicos españoles, lo mismo que los franceses, debían respetar la Constitución del país. Los carlistas se mostraron muy disgustados, y haciendo, como siempre, caso omiso de los consejos y de las excitaciones de la Santa Sede, siguieron conspirando, aunque sin obtener resultado alguno, por fortuna.

No se contentó el venerable León XIII con excitar á todos á la concordia en el interior, sino que procuró evitar á España los horrores de la guerra con los Estados Unidos.

Cuando al comenzar el mes de Abril de 1898 parecía inminente el rompimiento entre ambas naciones, porque el Gabinete de Washington había llevado sus crecientes exigencias á límites incompatibles con la dignidad de España (1), el Cardenal Rampolla fué á visitar al Embajador español en el Vaticano y le expuso que las noticias que recibía de Washington eran muy graves, porque si bien el Presidente de la República estaba deseoso de arreglar la cuestión (2), se encontraba arrollado por las Cámaras; que la dificultad consistía en quién había de pedir la suspensión de

(1) Los Estados Unidos querían que se concertase un armisticio inmediato que durase hasta el primer día de Octu bre, durante el cual se negociase para obtener la paz, con tando para ello con los amistosos oficios del Presidente; que se revocase inmediatamente la orden relativa á los reconcen trados, y que los necesitados fuesen socorridos con alimentos y recursos enviados por la República. Es decir que, en el fondo, lo que se buscaba era la intervención de los Estados Unidos entre Cuba y España.

(2) Esos eran los informes que tenia el Vaticano, pero toda la conducta de Mr. Mac-Kinley antes y después de esto

demostró lo contrario.

hostilidades; que el Presidente de la República parecía muy dispuesto á aceptar el apoyo del Papa, y que éste, deseando ayudar á España, quería saber si la intervención de Su Santidad pidiendo el armisticio dejaba á salvo el honor nacional, y si esa intervención sería grata á S. M. y al Gobierno (1).

El Gabinete de Madrid había hecho exploraciones cerca de las Potencias, y de las respuestas obtenidas, algunas muy amistosas y otras meramente correctas, deducía la impresión de que no cabía esperar acción alguna de positiva eficacia por parte de los Gabinetes europeos. Comenzaron á tocarse las tristes consecuencias de creer posible vivir en el aislamiento, y comprendiéndolo así, el Gobierno español se apresuró á contestar al Embajador de S. M. en Roma aceptando el ofrecimiento de Su Santidad.

«Desde el momento-dijo-en que el Presidente de los Estados Unidos se halla dispuesto á aceptar el apoyo de Su Santidad, la Reina de España y su Gobierno acogerán agradecidos su mediación, y para facilitar la elevada misión de paz y concordia que Su Santidad inicia, prometen también acoger la propuesta que de una suspensión de hostilidades formule ó trasmita el Santo Padre, haciendo presente á Su Santidad que al honor de España conviene vaya unida á la tregua la retirada de las aguas de las Antillas de la escuadra americana, con objeto de que la República norteamericana demuestre también su propósito de no atentar ni sostener voluntaria ni involuntariamente la insurrección de Cuba (2).

(1) Telegrama del Embajador de España en Roma, señor Merry, al Ministro de Estado, fecha 2 de Abril de 1898 (inserto en el Libro rojo de 1898).

(2) Telegrama del Ministro de Estado al Embajador en Roma, fecha 3 de Abril (inserto en el Libro rojo de 1898).

En vista de esto, el Arzobispo Ireland, que de San Pablo se había trasladado á Washington, de orden de Su Santidad, para trabajar por la paz, celebró algunas conferencias con el Presidente de la República y con el Representante de España, mostrando en sus conversaciones con éste que creía inevitable la guerra. No consta que la Santa Sede llegase á formular proposi ción alguna, y el Gobierno, por su parte, tampoco hizo nada. Sin duda hubo en esto un error, pues las grandes Potencias entendieron que Su Santidad había pedido la suspensión de hostilidades en Cuba, y buena prueba de ello es que los Representantes de aquéllas en Madrid visitaron colectivamente el 9 de Abril al Ministro de Estado en su domicilio, para aconsejarle que España accediese á las elevadas instancias de León XIII. Sólo entonces se decidió el Gobierno á decretar la suspensión, y así se lo comunicó el mismo día al Embajador de Austria y al Representante de S. M. cerca de la Santa Sede (1).

Era ya tarde. Cuarenta y ocho horas después, el 11, el Presidente presentaba su Mensaje pidiendo á las Cámaras autorización para emplear la fuerza, autorización que nadie ponía en duda sería concedida. Entonces el Gobierno dirigió al Embajador de S. M. cerca del Vaticano el siguiente telegrama, fecha 14 de Abril:

Las esperadas resoluciones de las Cámaras de los ! Estados Unidos obligarán probablemente al Gobierno de S. M. á adoptar nuevos acuerdos cuyo carácter esté en relación con las circunstancias; pero aceptada an teriormente por él la mediación de Su Santidad, esti

(1) Es indudable que el Gobierno esperaba á que los E tados Unidos aceptasen la condición de retirar su escuadra de las aguas de las Antillas.

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